(1100–1230; 70–1700; 1160–1318; 1100–1648)
Pierre de Brueys; Henri el diácono; Los nombres
sectarios son rechazados; El nombre albigenses; Las visitas de los hermanos de
los Balcanes; Los perfectos; Provenza es invadida; El establecimiento de la
Inquisición; Los valdenses; Los leonistas; Los nombres; La tradición en los
valles; Pedro Valdo; Los “pobres de Lyón”; El incremento de la actividad
misionera; San Francisco de Asís; Las órdenes de los frailes; La propagación de
las iglesias; La doctrina y práctica de los hermanos; Los valles valdenses son
atacados; Los begardos y las beguinas.
EL PERÍODO DE 1100–1230 AÑO D. D. J. C
Los
hermanos de Bosnia y otros países de los Balcanes, al abrirse paso a través de
Italia, se internaron en el sur de Francia, encontrando allí en todas partes a aquellos
que compartían su fe. La enseñanza que ellos trajeron consigo fue bien
recibida. El clero romano los llamó búlgaros, cátaros, patarinos y otros
nombres.
PIERRE DE BRUEYS (C 1126)
Además,
siguiendo la ya centenaria costumbre en Asia Menor y en los países de los
Balcanes, el clero afirmó que eran maniqueos.
Además
de los círculos a los que estos pertenecían, también se formaron otros dentro
de la Iglesia de Roma1 como resultado de movimientos espirituales que se
desarrollaron de manera que arrastraron tras sí a multitudes de personas.
Estas
personas, nominalmente parte de la Iglesia Romana, abandonaran los servicios
religiosos a que habían estado acostumbradas para agruparse alrededor de
aquellos que les leían y explicaban la Palabra de Dios. Destacado entre
aquellos maestros fue
Pierre de Brueys, predicador diligente y capaz que durante veinte años, hasta
que fue quemado en San Gil (1126), afrontando valientemente todo tipo de
peligros, viajó a través de Delfinado, Provenza, Languedoc y Gascuña para sacar
a las multitudes de las supersticiones en las que habían sido instruidas y
llevarlas a las enseñanzas de las Escrituras.
Pierre
de Brueys demostró a partir de las Escrituras que nadie debía ser bautizado hasta
alcanzar el completo uso de su razón; que es inútil construir capillas, pues
Dios acepta la adoración sincera dondequiera que sea ofrecida; que los
crucifijos no deben ser venerados, sino que más bien deben verse con horror,
pues representan el instrumento en el que sufrió nuestro Señor; que el pan y el
vino no son transformados en el cuerpo y la sangre de Cristo, sino que son
símbolos conmemorativos de su muerte; y que las oraciones y las buenas obras de
los vivos no pueden beneficiar a los muertos.
HENRI
DE CLUNY (C 1147)
A
Pierre de Brueys se unió Henri, un monje de Cluny en las órdenes de los
diáconos, cuyo aspecto impresionante, voz potente y gran don para la oratoria
hacían inevitable que se le prestara atención. Su constante denuncia de los
evidentes males que abundaban, sus convincentes exposiciones de las Escrituras,
y su entusiasmo y devoción, hicieron que muchísimas personas llegaran al
arrepentimiento y a la fe.
Entre
ellos se encontraban pecadores bien conocidos que se convirtieron al Señor y
transformaron sus vidas. Los sacerdotes que trataban de oponerse quedaban
aterrorizados ante el poder de la predicación de Henri y al ver las multitudes
que le seguían.
Sin
dejarse intimidar por la muerte violenta de su admirado hermano mayor y colega,
Henri continuó su testimonio hasta que Bernardo de Claraval, en aquel momento
el hombre más poderoso en Europa, fue llamado a oponérsele, pues era el único
que podría hacerlo exitosamente. Bernardo encontró a las iglesias desiertas y a
la gente totalmente apartada del clero.
Aunque
Henri fue obligado a huir de su poderoso adversario, toda la autoridad y la
oratoria de Bernardo solamente pudieron ponerle una restricción temporal al
movimiento que ya no dependía de ningún individuo, sino que se había convertido
en un movimiento espiritual que afectaba a toda la población.
Henri
fue capaz de eludir la captura por un largo período de tiempo, pudiendo así
continuar su obra intrépida, pero, cayendo finalmente en manos del clero, fue
encarcelado y murió en prisión o fue ejecutado en Toulouse.
De
acuerdo con la costumbre empedernida de atribuirle algún nombre sectario a
cualquiera que se esforzara por regresar a la enseñanza de las Escrituras,
durante este período muchos fueron llamados petrobrusianos o henricianos,
nombres que ellos mismos nunca admitieron. Bernardo de Claraval se quejó
amargamente por el hecho de que ellos rehusaban tomar el nombre de alguien como
su fundador. Bernardo dijo:
Pregúnteles
el nombre del autor de su secta y ellos no la atribuirán a nadie. ¿Qué herejía
existe que de entre los hombres no haya tenido su propio padre hereje? Los
maniqueos tuvieron a Mani como su príncipe y preceptor, los sabelianos a
Sabelio, los arrianos a Arrio, los eunomianos a Eunomio, los nestorianos a
Nestorio.
Igualmente
todas las otras plagas de esta calaña han tenido cada una su propio hombre,
como sus respectivos fundadores, de quienes han derivado tanto su origen como
su nombre. Sin embargo, ¿por qué apelativo o título se podría llamar a estos
herejes? En realidad por ninguno, debido a que su herejía no proviene de
hombres, ni tampoco la han recibido a través de hombres. Bernardo de Claraval
finalmente llega a la conclusión de que ellos habían recibido su herejía de los
demonios.
EL NOMBRE “ALBIGENSES”
El
nombre albigenses no aparece hasta después del Concilio celebrado en Lombers
cerca de Albi a mediados del siglo XII. Las personas llevadas a juicio allí
hicieron una confesión de fe que no se diferenció mucho de la que un católico
romano hubiera hecho; pero como ellos objetaron, por razones de conciencia, prestar
juramento en confirmación de lo que habían dicho, fueron condenados.
El
hecho de que ellos hayan hecho esta confesión, que también incluía una declaración
que reconocía el bautismo de infantes, demuestra que no todos los afectados por
los movimientos religiosos de la época diferían en el mismo grado de las
enseñanzas de la Iglesia dominante. En una época de semejante desorden
espiritual, echaron raíces toda clase de ideas extrañas y extravagantes, y
tanto el error como la verdad encontraron tierra fértil.
Pareciera
que algunas personas que fueron interrogadas y castigadas eran místicas, y
aunque muchos que fueron acusados de ser maniqueos no tenían relación alguna con
ellos, sí se encontraron casos de personas que abrazaban la doctrina maniquea;
estos fácilmente fueron confundidos con otros que eran inocentes de tal
enseñanza.
Entre
la gente, los hermanos fueron generalmente llamados “los buenos”. Existe un
testimonio general de que su estilo de vida sirvió de modelo para todos, y
especialmente que su sencillez y piedad contrastaban con los excesos del clero.
En
San Félix de Caraman, cerca de Toulouse, en 1167, se celebró una conferencia de
maestros de estas iglesias en la cual un anciano de Constantinopla desempeñó un
papel importante. Él trajo buenas noticias del progreso de las iglesias en su
propio distrito y también en Rumania, Bulgaria y Dalmacia. En 1201, la visita
de otro líder de Albania motivó un avivamiento extenso en el sur de Francia.
Algunos
entre los hermanos se dedicaron completamente a viajar y ministrar la Palabra
de Dios, y fueron llamados “los perfectos”. Y, conforme a las palabras del
Señor en Mateo 19.21, no poseían nada, no tenían hogar, y literalmente vivían
según ese mandamiento. Sin embargo, ellos reconocían que no todos son llamados
a seguir ese camino, y que la mayoría de los creyentes, aunque reconociendo que
ellos mismos y todo lo que tenían pertenecía a Cristo, debían servirle sin
alejarse de sus familias
y sin dejar sus empleos normales.
PROVENZA ES DEVASTADA
En
Languedoc y Provenza en el sur de Francia existía una civilización que se
adelantaba a la de otros países. Las pretensiones de la Iglesia Romana de
gobernar habían encontrado allí oposición y rechazo en sentido general. Las
congregaciones de creyentes que se reunían aparte de la Iglesia Católica eran numerosas
e iban en aumento.
A
menudo se les llama albigenses, pero este nombre nunca fue usado por ellos ni
para referirse a ellos hasta en un período posterior. Ellos mantenían una relación
íntima con los hermanos ya fueran llamados valdenses, los “pobres de Lyón”, Bogomilos
o de otra manera de los países vecinos donde las iglesias se propagaron entre
los diferentes pueblos.
El
Papa Inocencio III le exigió al Conde de Toulouse, Raimundo VI, que gobernaba
en Provenza, y a otros gobernantes y prelados en el sur de Francia, desterrar a
los herejes. Esto hubiera significado la ruina del país. Por un tiempo Raimundo
desacató la orden hasta donde pudo, pero pronto se vio involucrado en una pelea
inútil con el Papa, que en 1209 declaró una cruzada contra él y su gente.
Las
indulgencias, como las que se habían concedido a los que participaron en las
cruzadas que fueron a Palestina, arriesgando sus vidas para rescatar de los
saracenos musulmanes los lugares sagrados, ahora eran ofrecidas a todos los que
tomaran parte en la obra, aun más fácil, de destruir las provincias más
fructíferas de Francia. Esto, y las expectativas de lograr botines y licencias
de todo tipo, atrajeron a cientos de miles de hombres.
Bajo
la dirección de altos dignatarios clericales y dirigidos por Simón de Montfort,
líder militar de gran capacidad, hombre de ambición sin límites y de una
crueldad despiadada, fue arrasada la región más hermosa y cultivada de Europa
en aquella época. Durante veinte años esta región se convirtió en el escenario
de una maldad y crueldad espantosas, y fue reducida a la desolación.
Cuando
al poblado de Béziers se le ordenó que se rindiera, los habitantes católicos se
unieron a la negativa de los disidentes a pesar de haber sido advertidos de que
si el lugar era tomado no quedaría alma con vida. El poblado fue tomado, y de
las decenas de miles que se habían refugiado allí, ninguno fue perdonado.
Luego
de la toma de otro lugar, La Minerva, fueron encontrados alrededor de 140
creyentes. Las mujeres estaban en una casa y los hombres en otra; todos estaban
orando mientras esperaban la hora de su muerte. Simón de Montfort había
ordenado preparar una gran hoguera, y les mandó que se convirtieran a la fe
católica o que de lo contrario subieran a aquella hoguera.
Ellos
respondieron que no reconocían a ninguna autoridad sacerdotal o papal, sino
solamente la de Cristo y su Palabra. Entonces se encendió el fuego y los
confesores, sin vacilar, entraron en las llamas.
LA INQUISICIÓN COMIENZA EN 1210
Fue
cerca de este lugar, en la localidad de Carbona, que fue establecida la
Inquisición (1210) bajo la dirección de Domingo, fundador de la orden de los
dominicos. Cuando en el Concilio de Toulouse (1229), la Inquisición se
convirtió en una institución permanente, la Biblia, con la sola excepción del
Salterio en Latín, fue prohibida para el laicado.
Se
decretó que no podrían tener ninguna porción de la Biblia traducida a sus
propios idiomas. Fue así como la Inquisición terminó lo que la cruzada había
dejado inconcluso. Muchos de los hermanos huyeron hacia los países balcánicos;
otros fueron dispersos por las tierras vecinas. La civilización de Provenza
desapareció y las provincias independientes del sur fueron anexadas a la corona
francesa.
EL
PERÍODO DE 70–1700
En
los valles alpinos de Piedmont existieron durante siglos congregaciones de
creyentes que se llamaban a sí mismos hermanos, y que más tarde llegaron a conocerse
ampliamente como valdenses o vaudois, aunque ellos no aceptaban el nombre.
Ellos
trazaban su origen en aquellas regiones hasta los tiempos apostólicos. Al igual
que muchos de los llamados cátaros, paulicianos y otras iglesias, estas no eran
iglesias “reformadas”, pues nunca se habían degenerado del modelo del Nuevo
Testamento como lo habían hecho la Iglesia Romana, griega y otras, sino que
habían mantenido siempre, aunque en grados variables, la tradición apostólica.
Desde la época de Constantino había existido una sucesión de aquellos que
predicaban el Evangelio y fundaban iglesias sin dejarse influenciar por las
relaciones existentes entre la Iglesia y el estado.
Esto
explica la gran cantidad de grupos cristianos, bien fundados en las Escrituras
y libres de la idolatría y de otros males imperantes en la Iglesia dominante y
nominal de aquel tiempo, que fueron hallados en los montes del Tauro y en los
valles alpinos.
LAS IGLESIAS EN LOS VALLES ALPINOS
Estos
últimos, en el tranquilo aislamiento de sus montañas, no habían sido afectados
por el desarrollo de la Iglesia Romana.
Ellos
consideraban que las Escrituras, tanto en lo referente a doctrina como al orden
de la iglesia, eran la autoridad para su tiempo y que no se encontraban obsoletas
debido al cambio de circunstancias. De ellos se dijo que todo su modo de pensar
y actuar era un esfuerzo por mantener firme el carácter del cristianismo
original. Una prueba de que ellos no eran “reformistas” es su relativa
tolerancia de la Iglesia Católica Romana, mientras que el reformista casi
inevitablemente acentúa la maldad de aquello de lo cual se ha separado, a fin
de justificar sus actos.
En
su trato con sus contemporáneos que se separaron de la Iglesia de Roma, así
como más adelante en sus negociaciones con los reformistas de la Reforma, este
reconocimiento de lo que era bueno en la Iglesia que los persiguió aparece
repetidamente.
El
inquisidor Reinerio, quien murió en 1259, ha dejado constancia En lo que se
refiere a las sectas de los antiguos herejes, obsérvese que han existido más de
setenta, de las cuales todas, excepto las sectas de los maniqueos, los arrianos,
los runcarianos y los leonistas que han infectado a Alemania, con el favor de
Dios han sido destruidas. Entre todas estas sectas, que aún existen o han
existido anteriormente, no existe ninguna más nociva para la Iglesia que la de
los leonistas, y esto se debe a tres razones fundamentales.
La
primera: Esta ha sido la de mayor continuación, pues muchos dicen que ha
perdurado desde la época de Silvestre, y otros dicen que ha perdurado desde el
tiempo de los apóstoles. La segunda: Es la más diseminada, ya que apenas hay un
país en que esta secta no existe. Y la tercera: Mientras todas las otras
sectas, por medio de la gravedad de sus blasfemias contra Dios, infunden terror
a los oyentes, esta de los leonistas tiene una gran apariencia de piedad en
vista de que ellos viven de manera piadosa ante los hombres y creen en todas
las cosas con relación a Dios, junto con todos los artículos contenidos en el
credo; sólo que ellos blasfeman contra la Iglesia Romana y el clero,
sentimiento que la gran multitud del laicado está más que dispuesta a
compartir.
Pilichdorf,
un escritor posterior, y además, un enemigo acérrimo de las sectas, escribió
que las personas que afirmaban haber existido desde la época del Papa Silvestre
eran los valdenses.
LA ANTIGÜEDAD DE LOS VALDENSES
Algunos
han sugerido que Claudio, Obispo de Turín, fue el fundador de los valdenses en
las montañas de Piedmont. Él y ellos tenían mucho en común, y deben haberse
fortalecido y animado los unos a los otros, pero los hermanos llamados
valdenses eran de origen más antiguo. Marco Aurelio Rorenco, prior de San Roque
en Turín, recibió la orden en 1630 de escribir un informe de la historia y las opiniones
de los valdenses.
Él
escribió que los valdenses eran demasiado antiguos como para dar una certeza absoluta
a la fecha exacta de su origen, pero que, en todo caso, ni siquiera en los
siglos IX y X eran una secta nueva. Y agregó, además, que en el siglo IX, muy
lejos de ser una secta nueva, eran más bien considerados una raza de fomentadores
y promotores de opiniones que los precedieron.
Más
adelante, Marco Aurelio escribió que Claudio de Turín debía ser incluido entre
aquellos fomentadores y promotores, en el sentido de que negaba la debida
reverencia a la santa cruz, rechazaba la veneración e invocación de los santos
y, además, era un destructor principal de las imágenes. En su comentario sobre
la Epístola a los Gálatas, Claudio enseña claramente la justificación por medio
de la fe, y señala el error de la Iglesia al desviarse de esa verdad.
Los
hermanos en los valles jamás perdieron el conocimiento y la conciencia de su
origen e historia ininterrumpida allí. Cuando desde el siglo XIV en adelante los
valles fueron invadidos y la gente tuvo que negociar con los gobernantes
vecinos, ellos siempre hicieron hincapié en esto. A los príncipes de Savoy, que
se relacionaron con ellos por más tiempo, pudieron siempre defender la
uniformidad de su fe sin temor a contradecirse, de padre a hijo, desde tiempo
inmemorables, incluso desde la misma época de los apóstoles.
A
Francisco I de Francia, en 1544, ellos le dijeron: “Esta confesión es la que
hemos recibido de nuestros antepasados, incluso de generación en generación,
según sus predecesores en todo tiempo y época la han enseñado y dado”.
Unos
años más tarde, al Príncipe de Savoy le dijeron: “Considere, su Alteza, que
esta religión en la cual vivimos no es simplemente nuestra religión del
presente o una religión descubierta por primera vez hace sólo unos pocos años,
como nuestros enemigos falsamente pretenden hacer creer, sino que esta es la
religión de nuestros padres y de nuestros abuelos, sí, de nuestros antepasados
y de nuestros predecesores aun más lejanos en el tiempo. Es la religión de los
santos y de los mártires, de los confesores y de los apóstoles.”
EL PERÍODO DE AÑO 1160–1318 D. D. J. C
Cuando
los valdenses entraron en contacto con los reformistas en el siglo XVI,
dijeron: “En repetidas veces nuestros antepasados nos han contado que nosotros
hemos existido desde la época de los apóstoles. Sin embargo, coincidimos con
ustedes en todos los asuntos y, creyendo como ustedes desde los mismos días de
los apóstoles, siempre hemos sido constantes con relación a la fe.”
Al
regreso de los valdenses a sus valles, el líder de los reformistas, Henri Arnoldo,
en 1689, dijo: “Hasta sus adversarios dan fe de que su religión es tan
primitiva como su nombre es venerable”. Luego cita a Reinerio el Inquisidor
que, en su informe al Papa sobre el tema de la fe de los valdenses, admite:
“Ellos han existido desde tiempo inmemorable”.
“No
sería difícil”, continua Arnoldo, “demostrar que este pobre grupo de los fieles
se encontraba en los valles de Piedmont desde hace más de cuatro siglos antes
de la aparición de personajes extraordinarios como Martín Lutero y Calvino y
las luces subsiguientes de la Reforma. Tampoco su iglesia ha sido alguna vez
reformada de donde surge el título de evangélica.
Los
valdenses en realidad son descendientes de aquellos refugiados de Italia, que,
después que el apóstol Pablo había predicado allí el Evangelio, dejaron su
patria amada, como la mujer a la cual se hace mención en el libro de
Apocalipsis, y huyeron a estas montañas lejanas donde hasta el día de hoy han
trasmitido el Evangelio de generación en generación con la misma pureza y
simplicidad como fue predicado por el apóstol Pablo.
PEDRO VALDO (A–C 1217)
Pedro
Valdo de Lyón, un próspero comerciante y banquero, fue estimulado a ver su
necesidad de salvación a causa de la muerte repentina de uno de los invitados a
una fiesta que él había dado. A partir de ese momento se interesó tanto por las
Escrituras que empleó a algunas personas para que le tradujeran pasajes de las mismas
al dialecto romance (1160).
Él
había quedado conmovido por la historia de San Alejo, de quien se contaba que
había vendido todo lo que tenía y había ido en peregrinación a la Tierra Santa.
Un teólogo dirigió a Valdo a las palabras del Señor en Mateo 19.21: “Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que
tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven y sígueme”. Por
lo tanto, Valdo cedió sus bienes raíces a su esposa, vendió el resto y lo
distribuyó entre los pobres (1173).
Pedro
Valdo se dedicó por un tiempo al estudio de las Escrituras y luego (1180) se
entregó a los viajes y a la predicación, tomando como guía las palabras del
Señor: “Designó el Señor también a
otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda
ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: La mies a la verdad es
mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe
obreros a su mies. Id; he aquí yo os envío como corderos en medio de lobos. No
llevéis bolsa, ni alforja, ni calzado; y a nadie saludéis por
el camino” (Lucas 10.1–4).
LOS
“POBRES DE LYÓN”
Sus
compañeros le acompañaron, y viajando y predicando de esta manera, ellos
llegaron a conocerse como los “pobres de Lyón”. Su solicitud de reconocimiento
ante el tercer Concilio de Letrán (1179), bajo el Papa Alejandro III, ya había
sido rechazada con desdén. Entonces fueron expulsados de Lyón y excomulgados
(1184) mediante un edicto imperial.
Fueron
dispersados por los países vecinos, y su predicación demostró ser muy eficaz,
de manera que los “pobres de Lyón” se convirtió en uno de los muchos nombres atribuidos
a aquellos que seguían a Cristo y su enseñanza.
Un
inquisidor, David de Augsburgo, dijo: “La secta de los ‘pobres de Lyón’ y otras
similares se hacen cada vez más peligrosas mientras más se visten con la
apariencia de piedad su estilo de vida es, según su apariencia externa, humilde
y modesto, pero el orgullo habita en sus corazones”.
Ellos
dicen que hay piadosos entre ellos, “pero no ven”, continua David, “que
nosotros tenemos muchos más y mejores hombres que ellos, y que no se visten de
simple apariencia, mientras que entre los herejes todo es maldad cubierta de
hipocresía”. Una antigua crónica habla sobre como en una fecha tan temprana
como el año 1177 “los discípulos de Pedro Valdo fueron de Lyón a Alemania y
comenzaron a predicar en Frankfurt y en Nuremberg, pero como el Concilio en
Nuremberg fue advertido de que debían capturarlos y quemarlos, estos huyeron
hacia Bohemia”.
Las
relaciones de Pedro Valdo con los valdenses eran tan estrechas que muchos
aseguran que él fue su fundador, aunque otros derivan el nombre de los valles
alpinos, Vallenses, lugar
donde muchos de aquellos creyentes vivieron. Es cierto que Valdo fue muy
estimado entre ellos, pero no es posible que él haya sido su fundador, porque
ellos fundaron su fe y práctica en las Escrituras y fueron seguidores de
aquellos que desde las épocas más primitivas habían hecho lo mismo.
Para
el mundo el hecho de atribuirles el nombre de un hombre destacado entre ellos
fue sólo cuestión de seguir la costumbre normal de sus adversarios, a quienes
no les gustaba admitir su derecho a llamarse “cristianos” o “hermanos”, como ellos
mismos se llamaban entre sí.
Pedro
Valdo continuó sus viajes y con el tiempo llegó a Bohemia donde, después de
haber trabajado y sembrado mucha semilla durante muchos años, murió (1217). El
fruto de su esfuerzo fue visto en la cosecha espiritual que se dio en aquel
país en la época de Juan Hus, e incluso más adelante. La aparición de Pedro
Valdo y su grupo de predicadores le dio un impulso extraordinario a las
actividades misioneras de los valdenses, que hasta ese momento habían estado un
tanto aislados en sus valles remotos, pero ahora iban a todas partes predicando
la Palabra de Dios.
FRANCISCO DE ASÍS (1182–1226)
Dentro
de la Iglesia Católica Romana había muchas almas que sufrían bajo la mundanería
predominante y deseaban un avivamiento espiritual, sin salir de tal sistema
para unirse a las iglesias de creyentes que, fuera de la Iglesia Católica
Romana, se esforzaban por actuar sobre los principios de las Escrituras.
En
el mismo año (1209) en que el Papa Inocencio III inauguró la cruzada contra el
sur de Francia, Francisco de Asís escuchó, en una mañana de invierno, en la
misa, las palabras de Jesús que aparecen en el capítulo 10 del libro de Mateo.
En ese capítulo Jesús les da instrucciones a los doce apóstoles y los envía a
predicar. Francisco, de 27 años de edad, vio en esto la manera de llevar a cabo
la reforma que él tanto había deseado. Se sintió llamado a predicar en la más
extrema pobreza y humildad. De allí surgió la orden de los frailes
franciscanos, la cual se propagó rápidamente por todo el mundo.
EL REGLAMENTO DE LOS FRAILES
Francisco
fue un gran predicador, y su sinceridad, devoción y naturaleza alegre atrajeron
a multitudes a escucharlo. En 1210, viajó a Roma, acompañado de un pequeño
grupo de sus más antiguos seguidores, y obtuvo del Papa una aprobación verbal,
un tanto renuente, de su “Reglamento”, y la autorización para predicar.
El
número de personas que quería unirse a él incrementó tan rápidamente que para
suplir las necesidades de aquellos que deseaban cumplir con el Reglamento y,
además, continuar en sus actividades de costumbre, fue necesario formar la
“tercera orden”, los terciarios.
Estos
continuaron en sus ocupaciones seculares a la vez que se sometían a un
reglamento de vida prescrito. El modelo para dicho reglamento se encuentra
mayormente en las instrucciones del Señor Jesús a sus apóstoles.
Ellos
se comprometieron a devolver las ganancias mal habidas, reconciliarse con sus
enemigos, vivir en paz con todos, llevar una vida de oración y obras de
caridad, practicar los ayunos y las vigilias, dar los diezmos a la Iglesia, no
hacer juramentos, no usar las armas, no usar un lenguaje profano y practicar
reverencia para con los muertos.
El
espíritu de Francisco de Asís ardía con un deseo de convertir a los paganos, a los
musulmanes, así como a sus propios coterráneos italianos, y en dos ocasiones
sufrió casi hasta la muerte en su intento de alcanzar y predicar a los
“infieles” en Palestina y Marruecos.
En
1219 se celebró el Segundo Cabildo General de la orden, y muchos frailes fueron
enviados a todos los países, desde Alemania hasta el norte de África, y
posteriormente a Inglaterra también. Cinco de los frailes que fueron a
Marruecos sufrieron martirio. Pronto la orden creció más allá del poder de
Francisco para controlarla. Fue quedando bajo la autoridad organizativa de
hombres de diferentes ideales, y, para su gran tristeza, el Reglamento de Pobreza
fue modificado.
Después
de su muerte (1226) la división, que había comenzado en fechas más tempranas,
entre los frailes estrictos y los laxos, se hizo más aguda. Los más estrictos o
espirituales
fueron perseguidos; cuatro de ellos fueron quemados en Marsella (1318), y en el
mismo año el Papa declaró como herejía la enseñanza de que Cristo y sus
apóstoles no poseían nada.
LAS
ÓRDENES DE LOS FRANCISCANOS Y LOS DOMINICOS
Estas
nuevas órdenes de frailes, los dominicos y los franciscanos, al igual que las
otras órdenes monásticas más antiguas, surgieron a partir de un deseo sincero
por liberarse de los intolerables males predominantes en la Iglesia y en el
mundo, y por la búsqueda de Dios por parte de las almas. Mientras que las
órdenes monásticas más antiguas se dedicaban principalmente a la salvación
personal y a la santificación, las posteriores órdenes de frailes se dedicaron
más a ayudar a hombres y mujeres a su alrededor en sus necesidades y miserias.
Ambas
instituciones, las órdenes monásticas y las predicadoras, ejercieron por un
tiempo una influencia generalizada para bien. Sin embargo, estando fundadas
sobre las ideas de los hombres, ambas degeneraron rápidamente, y se
convirtieron en instrumentos del mal, agentes activos que se oponían a aquellos
que buscaban un avivamiento mediante el cumplimiento y la divulgación de las
Escrituras.
Las
historias de los monjes y de los frailes muestran que si un movimiento espiritual
se mantiene dentro de los límites de la Iglesia Católica Romana o de cualquier
sistema similar, está condenado al fracaso, e inevitablemente tiene que
rebajarse al nivel de aquello a que originalmente buscaba reformar.
Dicho
movimiento adquiere una exención de la persecución a costa de su vida. Tanto
Francisco de Asís como Pedro Valdo fueron poseídos por la misma enseñanza del
Señor, y se entregaron a él con la mayor devoción.
En
cada caso el ejemplo brindado y la enseñanza dada se adueñaron de los corazones
de grandes multitudes y afectaron todo su estilo de vida. La semejanza se
convirtió en contraste cuando uno fue aceptado y el otro rechazado por la
religión organizada de Roma. La relación íntima con el Señor posiblemente
siguió siendo la misma, pero el desenvolvimiento de ambas vidas se diferenció
sobremanera.
Los
franciscanos, siendo absorbidos por el sistema romano, contribuyeron a atar
hombres a dicho sistema, mientras que Valdo y su grupo de predicadores
dirigieron a infinidades de almas a las Escrituras, de donde aprendieron a
sacar por sí mismas suministros frescos e inagotables de las fuentes de
salvación.
EL PERÍODO DE AÑO 1100–1500 D. D. J. C
En
1163, un Concilio de la Iglesia Romana en Tours, convocado por el Papa
Alejandro III, prohibió cualquier contacto con los valdenses debido a que ellos
enseñaban “una herejía condenable surgida en el territorio de Toulouse mucho
tiempo atrás”.
A
finales del siglo XII había una iglesia valdense de muchos miembros en Metz que
contaba con traducciones de la Biblia.
La
iglesia en Colonia existía mucho antes de 1150 cuando varios de sus miembros
fueron ejecutados, y de quienes su juez dijo: “Ellos fueron a su muerte no sólo
con paciencia, sino además con entusiasmo”.
En
España en 1192, el Rey Alfonso de Aragón decretó un edicto contra ellos y
declaró que al hacerlo estaba actuando conforme al ejemplo de sus predecesores.
Los valdenses ya eran numerosos en Francia, Italia, Austria y en muchos otros
países. En la diócesis de Passau, en 1260, se encontró que había valdenses en
cuarenta y dos parroquias.
Un
sacerdote de Passau escribió en aquel entonces: “En Lombardía, Provenza, y en
otras partes los herejes tenían más escuelas que los teólogos, y mucho más
oyentes. Ellos discutían sus temas abiertamente y convocaban a la gente a
participar en las reuniones solemnes en los mercados o al aire libre. Nadie se
atrevía a impedírselos a causa del poder y la cantidad de sus admiradores”.
En
Estrasburgo en 1212, los dominicos ya habían arrestado a 500 personas que
pertenecían a las iglesias de los valdenses. Provenían de todas las clases
sociales nobles, sacerdotes, ricos y pobres, hombres y mujeres.
Los
prisioneros declararon que había muchos como ellos en Suiza, Italia, Alemania,
Bohemia, etc. Ochenta de ellos, incluyendo a 12 sacerdotes y 23 mujeres, fueron
lanzados a las llamas. Su líder y anciano, llamado Juan, declaró cuando estaba
a punto de morir: “Somos pecadores, pero nuestra fe no es la responsable de
ello, ni tampoco somos culpables de la blasfemia de la cual se nos acusa sin
razón; sin embargo, esperamos el perdón de nuestros pecados, y eso sin la ayuda
de los hombres, ni tampoco por medio de los méritos de nuestras propias obras”.
Las propiedades de los ejecutados fueron repartidas entre la Iglesia y la
autoridad civil, la cual puso su poder a disposición de la Iglesia.
Un
decreto del Papa Gregorio IX (1263), declaraba: “Nosotros excomulgamos y
anatematizamos a todos los herejes, cátaros, patarinos, “pobres de Lyón”,
passagini, josepini, arnaldistae, speronistae y otros por cualquiera de los
nombres que se les conozca, teniendo realmente diferentes caras, pero estando
unidos por sus colas y encontrándose en el mismo punto por medio de su
vanidad”. El inquisidor, David de Augsburgo, admitió que anteriormente “las
sectas eran una secta” y que ahora se mantienen unidas en la presencia de sus
enemigos.
Estas
declaraciones dispersas, tomados de entre muchas, son suficientes para demostrar
que las iglesias primitivas estaban diseminadas por toda Europa en los siglos
XII y XIII, y que en algunas partes llegaron a ser tan numerosas e influyentes
como para gozar de cierta libertad, aunque en otras partes estuvieron sujetas a
la más cruel persecución. Y aunque se les pusieron muchos nombres, y
seguramente había diferencia de criterios entre muchas de ellas, en esencia
fueron una sola, y mantuvieron entre sí una hermandad y comunicación constante.
Las
doctrinas y prácticas de estos hermanos, conocidos como los valdenses y también
por otros nombres, fueron de tal carácter que evidentemente ellos no fueron los
frutos de un esfuerzo por reformar las Iglesias Griega y romana y traerlas de
nuevo a caminos más bíblicos.
LA ENSEÑANZA DELOS VALDENSES
Al
no presentar indicios de la influencia de aquellas Iglesias, estos hermanos,
por el contrario, indican la continuación de una tradición antigua, transmitida
desde una fuente totalmente diferente: la enseñanza de las Escrituras y la
práctica de la iglesia primitiva.
Su
existencia demuestra que siempre hubieron hombres de fe, hombres de un poder y
conocimiento espiritual, que mantuvieron en las iglesias una tradición cercana
a la de los días apostólicos, y que se apartaba mucho de la desarrollada por
las Iglesias dominantes.
Aparte
de las Sagradas Escrituras ellos no tenían una confesión especial de fe o
religión, ni ningún reglamento. Tampoco permitieron que la autoridad de ningún
hombre, por eminente que fuese, hiciera a un lado la autoridad de la Escritura.
Sin embargo, a través de los siglos y en todos los países, ellos confesaron las
mismas verdades y tuvieron las mismas costumbres.
Consideraban
las propias palabras de Cristo en los Evangelios como la más alta revelación, y
si alguna vez no lograban conciliar cualquiera de sus palabras con otras partes
de la Escritura, aunque la aceptaban toda, ellos actuaban sobre lo que les
parecía ser el significado obvio y sencillo de los Evangelios. Seguir a Cristo
por medio de guardar sus palabras e imitar su ejemplo era su mayor preocupación
y meta.
El
Espíritu de Cristo, decían, es eficaz en cualquier hombre en la medida en que
este obedezca las palabras de Cristo y sea su verdadero seguidor. Cristo es el
único que puede dar la capacidad de entender sus palabras. Si alguien lo ama,
guardará sus palabras. Unas pocas verdades eran consideradas esenciales para el
compañerismo, aunque por otra parte en los asuntos que se prestaban para duda o
diferencias de criterio, se permitía una gran libertad.
Ellos
sostenían que el testimonio interno de la presencia del Espíritu de Cristo es
de gran importancia, teniendo en cuenta que las verdades supremas pasan del
corazón a la mente; no es que haya nueva revelación, sino una comprensión más
clara de la Palabra de Dios.
Los
hermanos pusieron más importancia en el Sermón del Monte que en cualquier otra
parte de la Escritura. Lo consideraban como la norma de vida para los hijos de
Dios. Los hermanos se oponían al derramamiento de sangre, incluso a la pena de
muerte, a cualquier uso de la fuerza en asuntos de fe, y a tomar cualquier
represalia contra quienes los perjudicaban.
No
obstante, la mayoría de ellos permitían actuar en defensa propia, incluso con
armas; de manera que los habitantes de los valles y sus familias se defendían
cuando eran atacados. No hacían juramentos ni invocaban el nombre de Dios o de las
cosas divinas livianamente, aunque en ciertas ocasiones permitían que se les
tomara juramento. Ellos no reconocían lo que sostenía la gran Iglesia nominal
de que en su poder estaba el abrir o cerrar el camino de la salvación.
Tampoco
creían que la salvación se obtuviera por medio de algún sacramento o cualquier
otra cosa, sino únicamente por medio de la fe en Cristo, la cual se muestra en
las obras de amor. Ellos sostenían juntamente las doctrinas de la soberanía de
Dios para elegir, y el libre albedrío del hombre.
Además,
ellos consideraban que en todos los tiempos y en toda clase de iglesias
existieron hombres de Dios entendidos. Por esta razón, estos hermanos hicieron
uso de los escritos de Ambrosio, Agustín, Crisóstomo, Bernardo de Claraval y
otros, no aceptando, sin embargo, todo lo que escribieron, sino sólo lo que
correspondía con la enseñanza más pura y más antigua de la Escritura.
El
amor por las disputas teológicas y las guerras de panfleto no se desarrolló
entre ellos como sí sucedió en muchos otros casos; sin embargo, estaban
dispuestos a morir por la verdad, hicieron mucho hincapié en el valor de la
piedad práctica y anhelaron en silencio servir a Dios y hacer el bien.
En
lo concerniente a la organización de la iglesia ellos practicaban la
simplicidad, y no había nada entre ellos que correspondiera a lo que se había
desarrollado en la Iglesia de Roma. Sin embargo, las iglesias y los ancianos
asumían sus responsabilidades con la mayor seriedad. En lo concerniente a la
disciplina, el nombramiento de ancianos y otras actividades, toda la iglesia
tomaba parte en conjunto con sus ancianos.
ASUNTOS SOBRE LA ORGANIZACIÓN DE LA IGLESIA
La
Cena del Señor era para todos los creyentes, y era considerada como una
recordación del cuerpo del Señor que fue dado en beneficio de ellos, así como
también una fuerte exhortación a vaciarse de sí mismos para ser quebrantados y
purificados por su causa. “Y en lo que respecta al bautismo”, escribe un adversario
con el seudónimo de Reimer (1260), “algunos se equivocan al afirmar que los
infantes no son salvos por el bautismo ya que, según ellos, el Señor dice ‘el
que creyere y fuere bautizado, será salvo’, pero un niño aún no cree”.
Ellos
creían en la sucesión apostólica por medio de la imposición de manos de los que
la tenían sobre aquellos que realmente eran llamados a recibir esta gracia.
Asimismo, enseñaban que la Iglesia de Roma había perdido su derecho a la
sucesión apostólica cuando el Papa Silvestre aceptó la unión de la Iglesia y el
estado, pero que entre ellos sí había continuado.
Sin
embargo, cuando debido a las circunstancias no era posible continuar con la
sucesión, ellos creían que aun así Dios podía conceder la gracia necesaria.
Aquellos
a quienes ellos llamaban “apóstoles” desempeñaron un papel importante en lo que
fue su testimonio. Mientras que los ancianos y supervisores permanecían en sus
hogares y en las iglesias, los “apóstoles” viajaban a menudo, visitando a las
iglesias. Los apóstoles valdenses no tenían propiedades, ni bienes, ni hogar,
ni familia. Y si acaso los tuvieron, los dejaron. Su vida era de abnegación,
privación y peligro por causa del Señor. Viajaban en extrema simplicidad, sin
dinero, sin ropa extra; sus necesidades eran suplidas por los creyentes entre
quienes ellos ministraban la Palabra.
Estos
“apóstoles” viajaban de dos en dos; un anciano y un joven. El joven atendía a
su compañero mayor. Sus visitas eran altamente estimadas, y se los trataba con
todo respeto y cariño. A causa de los peligros que se corrían en esos tiempos,
por lo general viajaban haciéndose pasar por comerciantes. A menudo el joven
llevaba consigo mercancías ligeras para la venta, tales como cuchillos, agujas,
etc. Nunca pedían nada; en realidad, muchos emprendían estudios médicos
formales para así ser capaces de atender los cuerpos de aquellos con quienes se
reunían.
A
menudo se les daba el nombre de “amigos de Dios”. Siempre se tenía sumo cuidado
a la hora de encomendar a un hombre a semejante servicio, pues se consideraba
que un hombre devoto valía más que cien cuyo llamado a este ministerio no era
tan evidente.
Los
apóstoles escogían la pobreza, pero fuera de esto se consideraba un deber
sagrado de cada iglesia proveer para sus pobres. En ocasiones, cuando las casas
particulares eran insuficientes y se construían simples locales de reunión, una
parte de la construcción era una casa donde los pobres y ancianos podían vivir
y ser atendidos.
La
habitual lectura de las Escrituras a nivel personal, la adoración familiar
diaria, y las conferencias frecuentes estaban entre los medios más estimados
para mantener la vida espiritual. Estos santos no tomaban parte en el gobierno;
ellos decían que los apóstoles a menudo eran llevados ante los tribunales, pero
nunca se dijo que alguno de ellos se haya sentado en el lugar del juez.
Ellos
estimaban la educación tanto como la espiritualidad; muchos de los que
ministraban la Palabra entre ellos se habían licenciado en alguna de las
universidades. El Papa Inocencio III (1198–1216) dio un doble testimonio de
ellos cuando dijo que entre los valdenses los laicos educados asumían las
funciones de predicadores. Por otra parte, también dijo que los valdenses sólo
escuchaban al que tuviera a Dios en el corazón.
La
relativa paz de los valles valdenses fue interrumpida cuando, en 1380, el Papa
Clemente VII envió a un monje como inquisidor para tratar con los herejes en
ciertas regiones. En los trece años siguientes alrededor de 230 personas fueron
quemadas, y las propiedades de las víctimas fueron divididas entre los
inquisidores y los gobernantes del país.
En
el invierno de 1400 se extendió el alcance de la persecución, y muchas familias
se refugiaron en las montañas más altas, donde la mayoría de los niños y mujeres,
y muchos hombres, murieron a causa del hambre y el frío. En 1486, un decreto de
Inocencio VIII autorizó al Arcediano de Cremona para exterminar a los herejes,
y dieciocho mil hombres invadieron los valles.
Entonces
los campesinos comenzaron a defenderse y, aprovechando la naturaleza montañosa
del territorio y su conocimiento de este, hicieron retroceder a la fuerza
atacante, pero aun así el conflicto se mantuvo por más de cien años.
LOS
BEGARDOS Y LAS BEGUINAS
Desde
el siglo XII comenzaron a surgir informes de casas en que los ancianos, los
pobres y los enfermizos vivían juntos, haciendo cualquier obra que pudieran y
siendo ayudados por las donaciones de benefactores adinerados.
Los
miembros de estas casas no tomaban un voto y no pedían limosnas, de modo que
estas casas se diferenciaban de los conventos; sin embargo, sí tenían un
carácter religioso. A estas casas se les llamó “asilos de pobres” y los que
vivían en ellas se llamaban a sí mismos “Los indigentes de Cristo”. A menudo se
agregaba a las casas una “enfermería”, y muchas de las hermanas se dedicaban al
cuidado de los enfermos, mientras que los hermanos por lo general se encargaban
de las escuelas y enseñaban en ellas. A ellos les gustaba llamar a tal
institución “La casa de Dios”. Más tarde se emplearon los nombres de begardos y beguinas para
referirse a ellas.
El
primero fue dado a las casas de los hombres y el segundo a las de las mujeres.
Desde el principio se sospechó que estas casas tuvieran tendencias “herejes” y,
en efecto, no cabe duda de que continuamente fueron un refugio para los
hermanos que, en tiempos de persecución, vivieron recónditamente bajo sus
techos. Con el tiempo todas llegaron a ser consideradas como instituciones
herejes, y muchos de sus miembros fueron ejecutados. A finales del siglo XIV
las autoridades papales tomaron posesión de estas casas y las traspasaron, en su
mayoría, a los franciscanos terciarios.
LAS
IGLESIAS A FINALES DE LA EDAD MEDIA
(AÑO 1300–1500 D. D. J. C)
La influencia de los hermanos en otros círculos;
Marsilio de Padua; Los gremios; Los constructores de catedrales; La protesta de
las ciudades y de los gremios; Wálter en Colonia; Tomás de Aquino y Álvaro
Pelagio; La destrucción de la literatura de los hermanos; Maestro Eckart;
Tauler; El libro titulado Las Nueve
Rocas; El “amigo de Dios del
Oberland”; La reanudación de la persecución; El documento de Estrasburgo sobre
la persistencia de las iglesias; El libro en Tepl; La traducción antigua del
Nuevo Testamento alemán; El fanatismo; La toma de Constantinopla; La invención
de la imprenta; Unos descubrimientos; La impresión de Biblias; Colet, Reuchlin;
Erasmo y el Nuevo Testamento griego; La esperanza de una reforma pacífica; La
resistencia de Roma; Staupitz descubre a Lutero.
La
influencia de los “apóstoles” valdenses y el testimonio de los “hermanos”
afectaron a círculos mucho más amplios que aquellos con los cuales se
relacionaron directamente. En la primera mitad del siglo XIV sus enseñanzas
prevalecieron a un punto nunca antes conocido.
En
1302, el Papa Bonifacio VIII promulgó una Bula declarando que la sumisión al
Papa Romano era, para todo ser humano, necesaria para la salvación de su alma.
De esto se dedujo que no hay autoridad dada por Dios aparte de la que se deriva
del Papa. El Emperador Ludwig de Baviera encabezó las protestas que tales
afirmaciones ocasionaron, y el Papa puso a la mayor parte del imperio bajo un
interdicto.
MARSILIO DE PADUA (AÑO 1270–1342 D. D. J. C)
Un
factor importante relacionado con el conflicto fueron los escritos de Marsilio
de Padua, a quien el emperador protegió y en quien confió, a pesar de que el
Papa lo declarara el peor hereje que jamás hubiera conocido. Nacido en Padua,
Marsilio estudió en la universidad en París donde se distinguió muchísimo.
En
1324, publicó su Defensor
Pacis, en el cual demuestra, de forma muy clara y conforme a la
Escritura, lo que deben ser las relaciones entre la Iglesia y el estado. Él
dice que se ha convertido en una costumbre emplear la palabra “iglesia” para
referirse a los ministros de la Iglesia, Obispos, sacerdotes y Diáconos. Esto
se opone al uso apostólico de la palabra, según el cual la iglesia es la
asamblea o el total de aquellos que creen en Cristo. Es en este sentido que
Pablo le escribe a los corintios: “...a la iglesia de Dios que está en Corinto” (1
Corintios 1.2).
No
es por equivocación, destaca Marsilio, que se ha adoptado un uso incorrecto de
la palabra, sino con intenciones premeditadas y calculadas, las cuales tienen
un gran valor para el sacerdocio pero son destructivos para el cristianismo.
Es
con la ayuda de esta creencia falsa y ciertos pasajes de la Escritura que son
usados indebidamente para apoyarla, que dicho sistema jerárquico ha sido
construido, y que ahora, contrario a las Sagradas Escrituras y a los
mandamientos de Cristo, se adueña del más alto poder judicial, no sólo en los
asuntos espirituales, sino también en los terrenales. Sin embargo, la máxima
autoridad, de la cual los obispos y sacerdotes deben recibir la suya, es la
iglesia cristiana, y ningún maestro o pastor en este mundo tiene el derecho de
imponer la obediencia por medio de la fuerza o algún castigo.
Por
lo general, ¿quién, pues, tiene el derecho de nombrar obispos, pastores y
ministros? Para los apóstoles, Cristo fue la fuente de autoridad; luego los
apóstoles para sus sucesores. Después de la muerte de los apóstoles el derecho
de elegir recayó sobre las congregaciones de creyentes. El libro de los Hechos
ofrece un ejemplo en el relato de la elección de Esteban y Felipe. Si en la
presencia de los apóstoles fue la iglesia la que eligió, ¿cuánto más debe
observarse este ejemplo después de su muerte?
EL
PAPEL DE LOS GREMIOS
Las
iglesias cristianas y sus enseñanzas se propagaron rápidamente entre la gente
de las grandes ciudades, y especialmente entre los miembros de los diferentes
gremios obreros y comerciales.
En
Italia y Francia a los hermanos frecuentemente se les llamó “tejedores”, siendo
llamados así como un reproche, por el hecho de que en su mayoría ellos eran
obreros manuales, e incluso sus maestros eran tejedores y zapateros. Estos
gremios eran muy poderosos, y tenían ramificaciones en todos los países, desde
Portugal hasta Bohemia y desde Inglaterra hasta Sicilia. Cada uno tenía su
propia organización bien elaborada y, además, se relacionaban entre sí.
Tenían
un carácter religioso así como técnico, y la lectura de la Escritura y las
oraciones ocupaban un lugar importante en sus funciones. Uno de los gremios más
poderosos fue el de los albañiles, que incluía a los muchos tipos de obreros
relacionados con la construcción. En la actualidad contamos con evidencias del
poder e importancia de este gremio en la belleza, elegancia y fortaleza de los numerosos
ayuntamientos, catedrales, iglesias y viviendas que fueron construidos en los
siglos XII, XIII y XIV, y que aún hacen de Europa un lugar de interés y encanto
único.
En
las cabañas de los constructores alrededor de las catedrales que estaban siendo
construidas, el maestro leía las Escrituras, incluso en épocas cuando en otras
partes la simple posesión de una Biblia era castigada con la muerte. Grandes
cantidades de personas que no tenían nada que ver con la construcción señoras,
tenderos de comercios, y otros se convertían en miembros del gremio mediante el
pago de una contribución nominal, la cual podía ser simplemente un pote de miel
de abeja o una botella de vino.
En
ocasiones estos miembros eran más numerosos que los verdaderos trabajadores,
pues se sentían atraídos al encontrar en el gremio un refugio de la persecución
y una oportunidad para escuchar la Palabra de Dios. El valor artístico y la
variada belleza de la mayoría de los trabajos de aquella época estuvieron
inspirados por la pasión espiritual que yacía detrás de la paciente habilidad
técnica del obrero.
Las
ciudades del imperio y los gremios apoyaron al Emperador Ludwig en su conflicto
con el Papa, y sufrieron de forma severa las consecuencias del interdicto. En
1332, cierta cantidad de ciudades dirigieron una carta al Arzobispo de Treviso.
En ella declaraban que el Emperador Ludwig, de todos los príncipes del mundo,
era el que vivía más conforme a las enseñanzas de Cristo y que, en la fe así
como en su modesto modo de conducirse, él brillaba como un ejemplo para los
demás. “Lo apoyaremos en todo momento”, dijeron, “hasta la muerte, uniéndonos a
él en una fidelidad firme e inalterable que brota de la fe, el afecto y la
obediencia sincera a él como nuestro verdadero emperador y señor natural.
Ningún
sufrimiento, ni cambios, ni circunstancias de ningún tipo nos separarán nunca
de él”. En esta carta continúan ilustrando las debidas relaciones entre la
Iglesia y el estado mediante el ejemplo del sol y la luna, expresan la más dolorosa
pena porque la ambición por el honor terrenal había interrumpido esas
relaciones, se niegan a aceptar la afirmación papal de ser la única fuente de
autoridad, y, como “pobres cristianos” imploran y oran que ya no le hicieran
más daño a la fe cristiana.
WÁLTER DE COLONIA (AÑO 1322)
Estrasburgo
y Colonia fueron, durante siglos, centros principales de los hermanos. Allí las
iglesias de Dios fueron grandes, y ejercieron su influencia sobre muchas
personas más allá de sus propios círculos. Una crónica relata que en 1322 un
tal Wálter llegó a Colonia procedente de Maguncia: [Él era] un líder de los
hermanos y un hereje peligroso que por muchos años había permanecido oculto y
había involucrado a muchos en sus errores peligrosos. Fue detenido cerca de Colonia
y por medio de la corte de justicia fue entregado a las llamas y quemado.
Él
era lleno del diablo, más capaz que cualquier otro, constante en su error,
astuto en sus respuestas, corrompido en la fe, y ningún tipo de promesas ni
amenazas, ni siquiera la más terrible de las torturas, podrían hacerlo
traicionar a sus compañeros malhechores, de los cuales ya había muchos. Este Lolardo,
Wálter, de los Países Bajos, tenía poco conocimiento del latín, y escribió las
numerosas obras de su falsa fe en el idioma alemán, al no poder hacerlo en el
idioma romano, y las distribuyó de forma secreta entre aquellos que había
engañado y descarriado.
Finalmente,
como rechazó todo arrepentimiento y retractación, y defendió su error muy
firmemente, por no decir obstinadamente, fue lanzado al fuego y no dejó atrás
más que sus cenizas.
Los
escritos de Tomás de Aquino habían demostrado eficacia en establecer la
doctrina de que, como todo el poder en el cielo y en la tierra era dado a
Cristo, su representante, el Papa, tenía la misma autoridad. Álvaro Pelagio, un
franciscano español, apoyó el mismo criterio a través de sus escritos, los
cuales le pusieron en alta estima.
Él
escribió: “El Papa parece ser, para aquellos que lo ven con el ojo espiritual,
no un hombre, sino un dios. No hay límites a su autoridad.
Él
puede declarar que cualquier cosa es correcta y puede privar a quienes quiera
de sus derechos si lo considera conveniente. El hecho de dudar de este poder
universal conduce a ser excluido de la salvación.
Los
grandes enemigos de la Iglesia son los herejes que no quieren llevar el yugo de
la obediencia verdadera. Estos son sumamente numerosos en Italia, Alemania y en
Provenza, donde son llamados begardos y beguinas. Algunos los llaman
“hermanos,” otros “los pobres en la vida”, y otros “apóstoles”.
“Los
apóstoles y begardos”, continúa Álvaro Pelagio, “no tienen morada fija, no
llevan nada consigo en sus viajes, nunca mendigan y no trabajan.
Esto
es lo peor, ya que anteriormente eran constructores, herreros, etc.” Otro escritor
(1317) dice que la herejía se había difundido tanto entre los sacerdotes y
monjes que toda Alsacia estaba llena de ella.
Durante
este período se hicieron esfuerzos específicos por destruir la literatura
hereje. En 1374, se publicó un edicto en Estrasburgo que condenaba a todas esas
obras así como a sus autores, y ordenaba que todos los que las poseyeran debían
entregarlas en un plazo de catorce días para quemarlas. Más adelante, el
Emperador Carlos IV (1369) mandó inquisidores a examinar tanto los libros del
laicado como los del clero, porque al laicado no se le permitía usar los libros
sobre las Sagradas
Escrituras
en el idioma alemán, a fin de que no cayeran en las herejías en que los
begardos y las beguinas vivían. Esto, por supuesto, condujo a una gran
destrucción de esta literatura.
MAESTRO ECKART (AÑO 1260–1327 D. D. J. C)
En
1307, el Vice general de la orden dominica en Sajonia fue el célebre Maestro
Johannes Eckart que, en la universidad de París, se había ganado la reputación
de ser el hombre más culto de su tiempo.
Su
predicación llena de entendimiento y su enseñanza provocaron la pérdida de su
prestigio, pero después de un período de aislamiento se le vio nuevamente en
Estrasburgo donde su poder como predicador rápidamente agrupó a una gran cantidad
de personas a su alrededor.
Los
escritos de Eckart fueron tan ampliamente usados por los begardos en
Estrasburgo que él mismo cayó bajo sospecha por lo que se trasladó a Colonia.
Allí, después de haber predicado por algunos años, fue citado a comparecer ante
el Arzobispo bajo el cargo de herejía. El caso fue presentado al Papa, y los
escritos de Eckart fueron condenados y prohibidos.
Sin
embargo, su enseñanza continuó viva a causa de su santidad de vida y su elevado
carácter. Suso fue uno que encontró paz por medio de Eckart, y en Colonia Suso
conoció e influenció a Tauler cuando este aún era un joven.
JOHANNES TAULER (AÑO 1291–1361D. D. J. C)
En
el conflicto entre el Emperador Ludwig de Baviera y el Papa, el conocido
dominico, Dr. Johannes Tauler, atrevidamente se puso de parte del emperador. Él
no sólo era altamente estimado y querido en Estrasburgo, donde sus sermones
atraían a multitudes de personas, sino que su fama como predicador y maestro se
difundió en otros países.
Cuando
(1338) a causa del interdicto, la mayoría del clero abandonó Estrasburgo,
Tauler se quedó allí al ver que la necesidad de la ciudad aumentaba y con ella
las oportunidades de servicio. Tauler también visitó otros lugares que estaban
sufriendo de la misma manera que Estrasburgo, pasándose algún tiempo en Basilea
y en Colonia.
Diez
años más tarde, la peste devastó a Estrasburgo y nuevamente Tauler se mantuvo
firme, y, con dos amigos, un monje agustino y otro cartujo, sirvieron al pueblo
sufrido y aterrorizado. Estos tres publicaron cartas en las cuales justificaban
su servicio hacia aquellos bajo la prohibición.
Ellos
alegaban que Cristo murió por todos, y por lo tanto, el Papa no podía cerrarle
el camino de la salvación a nadie sólo porque negara su autoridad y fuera fiel
a su verdadero Rey. Por esta razón, los tres amigos fueron expulsados de
Estrasburgo. Se retiraron al convento vecino del cual el monje cartujo era
prior, y desde allí continuaron enviando sus escritos. Más tarde Tauler vivió
en Colonia, y predicaba en la iglesia de Santa Gertrudis.
Después
pudo regresar a Estrasburgo donde murió (1361), a los setenta años de edad,
después de una penosa enfermedad. Durante el tiempo de su enfermedad fue
atendido por su hermana en el convento donde ella era monja.
Durante
su vida, Tauler fue acusado de pertenecer a las “sectas”, ante lo cual él se
defendía diciendo que pertenecía a los “amigos de Dios”. Él dijo: “El Príncipe
de este mundo en la actualidad ha estado sembrando malas hierbas entre las
rosas, al punto de que las rosas a menudo se ahogan o son gravemente heridas
por las zarzas. Hijos, se requiere una fuga o una distinción, una especie de
separación, ya sea dentro o fuera de los claustros, y el hecho de que los
‘amigos de Dios’ profesen ser diferentes a los amigos del mundo no los hace ser
parte de una secta.”
Cuando
su enseñanza fue llamada la de los begardos, él respondió advirtiendo a la
“gente ilusa e inconsciente” cuya confianza era el haber hecho todo “lo que la
Santa Iglesia les había ordenado”, que “después de haber hecho todo eso,
todavía no tendrían paz en sus corazones a menos que la divina y eterna Palabra
del Padre celestial los renovara interiormente y verdaderamente hiciera de
ellos una nueva criatura.
En
lugar de esto ellos descansan en una seguridad falsa y dicen: ‘Pertenecemos a
una orden sagrada y tenemos la santa hermandad y oramos y leemos’. Estos ciegos
creen que se puede jugar con los sufrimientos de nuestro Señor Jesucristo y su
preciosa sangre derramada, sin ver las consecuencias. No, hijos, no puede ser
así y si alguien viene y los advierte con relación al peligro espantoso en el
cual viven y les dice que morirán en el temor, ellos se burlan de sus palabras
y responden: ‘Así hablan los begardos’. Esto es lo que les dicen a los que no
soportan ver los sufrimientos de su prójimo, y que a la vez les señalan el
camino correcto.”
Tauler
dijo que son los miembros del clero los que piensan altamente de sí mismos y
consideran que ellos y sus propios métodos son necesariamente perfectos. Ellos
son los verdaderos “fariseos” y los que destruyen a los “amigos de Dios”.
El
General de los jesuitas ordenó (1576) que los libros de Tauler no deberían
leerse, y el Papa Sixto V (1590) ubicó los sermones de Tauler a la lista de
libros prohibidos. Aquellos escritos de Tauler considerados altamente heréticos
fueron destruidos, y los que quedan han sido alterados.
Por
otra parte, tanto a Eckart como a Tauler les atribuyen obras que evidentemente
no fueron escritas por ellos. A causa de la persecución que imperaba en ese
tiempo, generalmente se ocultaba la verdadera autoría de muchos libros. Lo que
poseemos de la enseñanza de Tauler muestra su solidaridad íntima con los
hermanos y las iglesias cristianas.
EL LIBRO TITULADO “LAS NUEVE ROCAS”
El
libro titulado Historia
de la conversión de Tauler, ha sido siempre vinculado
a los sermones de Tauler. Pero se ha demostrado que no fue escrito por él ni
proviene de él. Sin embargo, es un libro que bien merece la amplia circulación
que ha tenido. Dicho libro relata la conversión de un sacerdote y destacado predicador
por medio de los consejos de un laico devoto.
El
libro también guarda relación con otra obra de gran influencia, las Nueve rocas,
cuyo autor se desconoce. Por mucho tiempo se creyó que esta obra había sido escrita
por Suso, pero en realidad este tomó su edición de una copia hecha por el
adinerado ciudadano de Estrasburgo Rulman Merswin, uno de los amigos más
íntimos de Tauler.
En
su edición, Suso omite un pasaje que habría resultado ofensivo debido a ciertas
sensibilidades Católico Romanas, pero que era algo característico de la
enseñanza de los hermanos. El pasaje decía: Les digo que hacen bien cuando oran
a Dios para que tenga misericordia de la pobre cristiandad, sabiendo que por
muchos centenares de años la cristiandad nunca ha sido tan pobre y tan malvada
como en estos tiempos; pero les digo, considerando que ustedes dicen que los
judíos malvados y los paganos están todos perdidos, que eso no es cierto.
Les
digo que en estos días, hay una parte de los paganos y los judíos que Dios
prefiere mucho más que a muchos de los que llevan el nombre de cristiano y, sin
embargo, viven contrario a todo orden cristiano en tanto que el judío o pagano,
que en cualquier parte del mundo, posee una mente buena y temerosa de Dios, en
simplicidad y honestidad, y en su razonamiento y juicio no conoce otra fe mejor
que aquella en la que nació, pero estaría dispuesto y deseoso de dejarla si le
dieran a conocer alguna otra fe que fuese más aceptable a Dios, y obedecería a
Dios aunque por causa de ello arriesgue su cuerpo y bienes; les digo, donde hay
un judío o pagano así tan sincero en su vida, oiga, ¿no será acaso mucho más
querido por Dios que los malvados y falsos cristianos que han recibido el
bautismo y a sabiendas actúan contrario a Dios?
Suso
también alteró un pasaje donde se atribuye la persecución de los judíos a la
codicia de los cristianos, y lo hace ver como la codicia de los judíos; un
cambio que se ajusta a sus lectores en general.
EL
“AMIGO DE DIOS DEL OBERLAND”
De
las muchas personas devotas con quien Tauler tuvo contacto, una de las más
interesantes es conocida como el “amigo de Dios del Oberland”; su verdadero nombre
es desconocido. La primera mención que se hace de él fue en 1340, cuando ya era
uno de aquellos “apóstoles” ocultos del mundo a causa de la persecución, aunque
ejercía una autoridad e influencia extraordinaria.
Él
hablaba italiano y alemán, visitó a los hermanos en Italia y Hungría, y en 1350
aproximadamente, llegó a Estrasburgo. Dos años más tarde repitió la visita. Fue
en Estrasburgo que conoció a Rulman Merswin y le dio el libro de Las nueve rocas para
que lo copiara.
En
1356, después de un terremoto que tuvo lugar en Basilea, el “amigo de Dios”
escribió una Carta a la cristiandad, recomendando
la opción de seguir a Cristo como el único remedio para todos los males.
Después de esto él y algunos de sus compañeros se establecieron en un lugar
lejano en las montañas, y desde allí mantuvieron correspondencia con los
hermanos de las distintas regiones.
El
“amigo de Dios del Oberland” había tenido una buena posición, pero cuando
decidió dejar el mundo renunció a todas sus posesiones. Él no repartió todo su
dinero de una sola vez, sino que por un tiempo lo usó como un préstamo de Dios,
y poco a poco lo empleó todo en obras piadosas. Él se quedó soltero.
Al
escribir a una “Casa de Dios” fundada por Rulman Merswin cerca de Estrasburgo,
él describe el pequeño asentamiento en las montañas como un grupo de “hermanos cristianos
modestos, buenos y sencillos”, y dice que todos ellos estaban convencidos de
que Dios estaba a punto de hacer algo hasta ese entonces oculto, y que mientras
no se revelara debían permanecer donde estaban, pero luego tendrían que
separarse hasta los confines de la cristiandad. Él solicita las oraciones de
sus lectores, pues dice que los “amigos de Dios están en apuros”.
Al
escribir acerca de estar muerto al mundo, él explica: Lo que queremos decir no
es que uno salga del mundo y se convierta en monje, sino que se debe quedar en
el mundo, pero no debe consumir su corazón y sentimientos en amigos y honores
mundanos. Debe reconocer que cuando él tenía ese estilo de vida, buscaba sus
cosas y su propio honor más que las cosas y el honor de Dios.
Que
renuncie, pues, a ese honor mundano y que busque el honor de Dios en todos sus
actos, como el mismo Dios le ha aconsejado tantas veces. Luego, estoy seguro de
que Dios en su sabiduría divina lo iluminará, y con esa sabiduría en apenas una
hora él sabrá mejor cómo dar un buen consejo que anteriormente en un año
entero.
Al
ser consultado por Merswin en lo referente a su manera de usar el dinero, el
“amigo de Dios del Oberland” le respondió: “¿Acaso no sería mejor ayudar a los
pobres que construir un convento?” En 1380, trece de los “amigos de Dios” se reunieron
en un lugar oculto en las montañas.
Entre
ellos se encontraba un hermano procedente de Milán y otro de Génova, un
comerciante que había repartido todas sus riquezas por causa de Cristo. También
dos hermanos de Hungría. Después de pasar mucho tiempo en oración, todos
tomaron juntos la Cena del Señor. Luego, ante la reanudación de la persecución
y las circunstancias en que se encontraban los creyentes, estos hermanos se
consultaron mutuamente sobre qué sería lo mejor hacer.
Más
tarde enviaron sus recomendaciones a los amigos secretos en diversas regiones,
como era el caso de Merswin en Estrasburgo, y otros. Más adelante, todos se
dispersaron, yendo cada cual por su rumbo, y según se sabe, todos murieron por
causa de su testimonio.
OTRA
OLA DE PERSECUCIÓN
La
muerte del Emperador Ludwig y la elección de Carlos IV (1348) trajeron consigo
un cambio desastroso para las congregaciones cristianas. El nuevo emperador
estaba completamente bajo la influencia del Papa y su partido. Sacando provecho
de esta situación, se realizó un esfuerzo aun más enérgico que antes por aniquilar
a los disidentes.
Durante
la primera mitad del siglo XIV las iglesias de creyentes incrementaron
sobremanera, y la influencia de su enseñanza afectó profundamente a muchas
personas que no se unieron formalmente a las congregaciones. Pero desde
mediados de este mismo siglo la persecución feroz los puso a prueba. Los
inquisidores fueron enviados a todas las regiones del imperio, cada vez en
mayores cantidades, y el emperador les dio todo el poder que los Papas
desearon.
La
mayor parte de Europa se convirtió en el escenario de la cruel ejecución de
muchos de sus mejores ciudadanos. De este tiempo abundan los informes de
personas llevadas a la hoguera. En 1391, 400 personas fueron llevadas ante las
cortes en Pomerania y Brandeburgo acusadas de herejía; en 1393, 280 fueron
encarceladas en Augsburgo; en 1395, aproximadamente 1.000 personas fueron
“convertidas” a la fe Cristiana en Turingia, Bohemia y Moravia; en el mismo año
treinta y seis personas fueron quemadas en Maguncia; en 1397, en Steier
alrededor de 100 hombres y mujeres fueron quemados; dos años más tarde seis
mujeres y un hombre fueron quemados en Nuremberg.
Las
ciudades suizas sufrieron atrocidades similares. Durante este tiempo el Papa
Bonifacio IX proclamó un edicto, ordenando que se debiera usar todo medio
disponible para destruir la plaga de maldad herética.
Bonifacio
cita un informe en el que aquellos a quienes él llama sus “hijos amados los
inquisidores” en Alemania, describen a los begardos, los lolardos y los
schwestrionen. Estos se llamaban a sí mismos “los pobres” y “hermanos”. El
reporte dice que esta herejía por más de 100 años había sido prohibida, y que
en diversas ciudades, casi cada año, varios miembros de esta secta obstinada
habían sido quemados.
En
1395, un inquisidor, Pedro Pilichdorf, se jactó de que había sido posible
dominar a estos herejes. Bohemia e Inglaterra fueron lugares de refugio para
muchos de los que huían de los perseguidores. La enseñanza de Wyclif en
Inglaterra y de Jerónimo y Hus en Bohemia había ejercido gran influencia en
esos países.
Un
documento del año 1404, que fue preservado en Estrasburgo, aunque escrito por
un adversario, contiene una cita de uno de los hermanos: Durante 200 años nuestra
hermandad ha disfrutado buenos momentos, y los hermanos han llegado a ser tan
numerosos que en sus concilios hasta más de 700 personas han estado presentes.
Dios
ha hecho cosas maravillosas por la hermandad. Luego, persecución severa se
derramó sobre los siervos de Cristo; fueron expulsados de tierra en tierra, y
esta crueldad se mantiene hasta nuestros días. Sin embargo, desde que se fundó
la iglesia de Cristo, los verdaderos cristianos nunca han sido tan reducidos
que en el mundo, o al menos en algunos países, no haya sido posible encontrar a
algunos de estos santos.
Nuestros
hermanos, a causa de la persecución, en ocasiones también han cruzado el océano
y han encontrado hermanos en un cierto distrito, pero como no entendieron el
idioma del lugar, el relacionarse con ellos fue difícil y han tenido que
regresar. El rostro de la iglesia cambia como las fases de la luna.
La
iglesia a veces florece como resultado del incremento en la cantidad de
cristianos y se hace fuerte, aunque luego nuevamente parece marchitarse y morir
completamente. Pero si desaparece en un lugar sabemos que será vista en otras
tierras, aunque los cristianos sean unos pocos que llevan una vida piadosa y
permanecen en la santa comunión. Y creemos que la iglesia será levantada nuevamente
en mayor cantidad y fortaleza. El fundador de nuestro pacto es Cristo y la
cabeza de nuestra iglesia es Jesús el Hijo de Dios.
El
mismo documento acusa a los hermanos de destruir la unidad de la Iglesia al
enseñar que el que vive de manera virtuosa sólo podrá obtener la salvación por
medio de su fe; los culpa por condenar a hombres como Agustín y Jerónimo y por
no poseer oraciones escritas, sino que un anciano entre ellos comienza a orar y
se demora el rato que considere conveniente. En este documento también se les
acusa por aprender de memoria las Sagradas Escrituras en su lengua natal y por
repetirlas, en el mismo idioma, en sus reuniones.
SIETE PUNTOS DE FE
El
documento sigue diciendo que los hermanos confesaban siete puntos de la santa
fe cristiana:
(1)
El Dios Trino;
(2)
Que Este Dios Es El Creador De Todas Las Cosas, Visibles E Invisibles;
(3)
Que Él Dio La Ley De Moisés;
(4)
Que Él Le Permitió A Su Hijo Convertirse En Hombre;
(5)
Que Él Ha Escogido Para Sí Mismo Una Iglesia Sin Mancha;
(6)
Que Hay Una Resurrección; Y:
(7)
Que Él Vendrá A Juzgar A Los Vivos Y A Los Muertos.
Estos
siete puntos reaparecieron, pero en idioma alemán en vez de latín (aparecen en
latín en el documento de Estrasburgo), en un libro deteriorado del siglo XIV que
fue encontrado en el monasterio de Tepl, cerca del distrito montañoso de la Bohmer Wald (Selva
de Bohemia), la cual fue refugio continúo de los hermanos perseguidos.
Este
libro es una producción de los mismos hermanos, y evidentemente fue usado por uno
o más de uno de ellos. En el libro aparecen ordenados ciertos pasajes de las
Escrituras para darles lectura los domingos y algunos otros días, de lo cual
resulta evidente que las fiestas Católico Romanas, con pocas excepciones, no
eran observadas. Se hace hincapié en la importancia de la lectura regular de
las Escrituras y en el hecho de que cada padre de familia debe ser un sacerdote
en su propio hogar.
Sin
embargo, la parte principal del libro consta de una traducción alemana del
Nuevo Testamento. Esta traducción se diferencia considerablemente de la
Vulgata, usada por la Iglesia Romana, y se asemeja a las traducciones alemanas
vigentes desde la introducción de la imprenta hasta la traducción hecha por
Lutero.
La
traducción de Lutero muestra muchas evidencias de la influencia de la
traducción que aparece en este antiguo libro de los hermanos. Esta influencia
se nota aun más en otra traducción posterior, la cual fue usada aproximadamente
durante un siglo por los entonces llamados anabaptistas y menonitas.
Los
conflictos de las épocas en que estas personas vivieron, y las persecuciones a
que fueron sometidas, condujeron a un gran fanatismo.
Algunos
se llamaron a sí mismos hermanos y hermanas del Espíritu Libre. Estos obraron
sobre la base de que sus propios sentimientos representaban la dirección del
Espíritu Santo, y se entregaron a tonterías y pecados escandalosos.
Algunas
personas buenas llevaron las prácticas ascéticas a extremos. Otras, obligadas a
vivir aisladas a causa de la persecución, limitaron su perspectiva y
desarrollaron opiniones sobre la igualdad que las hicieron sospechar del
aprendizaje y estar dispuestas a considerar la ignorancia como una virtud.
EL RENACIMIENTO DEL SIGLO XV
Aproximadamente
a mediados del siglo XV comenzaron a tener lugar una serie de eventos que
transformaron a Europa.
La
toma de Constantinopla por los turcos (1453) provocó la fuga de griegos cultos
hacia Occidente.
Estos
llevaron consigo los valiosos manuscritos que contenían la antigua literatura
griega, que ya hacía mucho tiempo había sido olvidada en el entenebrecido Occidente.
Pronto los profesores griegos se encontraban enseñando en las universidades de
Italia el idioma clave para tener acceso a estos tesoros del conocimiento.
Desde allí hasta Oxford el estudio del idioma griego se difundió rápidamente.
Todo
esto dio lugar a un avivamiento de la literatura como para merecer el nombre
que se le dio de Renacimiento, Nuevo Nacimiento o Nuevo Conocimiento. Pero la
restauración y publicación del texto del Nuevo Testamento griego tuvo
resultados más poderosos que los producidos por cualquier otra obra de la
literatura restaurada.
Al
mismo tiempo la invención de la imprenta de tipos móviles proporcionó los
medios para que el nuevo conocimiento se diseminara, y las primeras imprentas
se dedicaron principalmente a la impresión de la Biblia.
LA
IMPRENTA DE TIPO MOVILES
El
descubrimiento de América por Cristóbal Colón y el descubrimiento del sistema
solar por Copérnico dieron ímpetu a las actividades de los hombres y abrieron sus
mentes a nuevos horizontes.
El
estudio del Nuevo Testamento en innumerables círculos mostró el contraste
absoluto entre Cristo y su enseñanza por una parte, y una cristiandad
completamente corrompida por la otra. A finales del siglo XV, habían sido impresas
noventa y ocho ediciones completas de la Biblia en latín, y una cantidad mayor
de porciones.
El
Arzobispo de Maguncia renovó los edictos prohibiendo el uso de las Biblias
alemanas, pero en unos doce años habían sido impresas catorce ediciones de la Biblia
alemana, cuatro ediciones de la Biblia holandesa, y una gran cantidad de
porciones.
Todas
estas fueron tomadas del mismo texto que el Testamento encontrado en el
monasterio en Tepl.
Entre
los estudiantes del griego en Florencia estaba Juan Colet, que más adelante dio
clases en Oxford sobre el Nuevo Testamento. Sus oyentes lo veían como alguien
inspirado. Rechazando la religión aceptada, Juan les reveló a Cristo a sus
estudiantes, y expuso las epístolas de Pablo. Reuchlin, un judío, también hizo
un trabajo valioso al revivir el estudio del idioma hebreo en Alemania.
ERASMO (1466–1536)
Entre
todos los grupos de distinguidos eruditos e impresores que se formaron en
Europa, Erasmo Desiderio se convirtió en el más famoso. Nació en Rotterdam, y
su infancia de huérfano fue una lucha constante contra la pobreza. Pero sus
capacidades excepcionales no podrían permanecer ocultas y llegó a ser muy
admirado, no sólo en los círculos cultos, sino también en todas las cortes
desde Londres hasta Roma.
Su
mayor obra fue la publicación del Testamento griego, con una nueva traducción
en latín, acompañada por muchas notas y comentarios. A partir de este momento
se requirió una edición tras otra para satisfacer la demanda. Sólo en Francia
se vendieron 100.000 copias en un corto período de tiempo.
Las
personas podían leer las mismas palabras que habían traído la salvación al
mundo; Cristo y los apóstoles se dieron a conocer al mundo, y la gente se dio
cuenta de que la maldad y la tiranía religiosa que los habían oprimido por
tanto tiempo no se parecían en absoluto a la revelación de Dios por medio de
Jesucristo.
En
sus notas Erasmo contrastaba la enseñanza de las Escrituras con las prácticas
de la Iglesia Romana, por lo que la indignación contra el clero se convirtió en
protesta. Sarcasmos fueron publicados libremente para expresar descomedidamente
el desprecio que se sentía por el clero.
Erasmo,
al escribir acerca de los frailes mendicantes, dice: “Esos miserables
disfrazados de pobreza son los tiranos del mundo cristiano”.
Luego
al referirse a los Obispos, dice: “Ellos destruyen el Evangelio proclaman leyes a su antojo, tiranizan sobre
el laicado y determinan lo bueno y lo malo según reglas inventadas por ellos
mismos sentándose no en el asiento del Evangelio, sino en el asiento de Caifás
y Simón el Mago, prelados de maldad.”
Con
relación a los sacerdotes, Erasmo escribió: “Ahora hay sacerdotes por montones,
enormes cantidades de ellos, seculares y regulares, y resulta notorio que muy
pocos de ellos son castos”. También escribió acerca del Papa: “Yo vi con mis
propios ojos al Papa Julio II marchando al frente de una procesión triunfal
como si fuera Pompeyo o Julio César.
San
Pedro sometió al mundo con fe, no con armas, ni soldados, ni tropas militares;
los sucesores de San Pedro ganarían tantas victorias como San Pedro si tuvieran
el espíritu de Pedro.” Acerca del canto de los coristas en las iglesias, Erasmo
escribe: “La música moderna de la Iglesia está compuesta de la manera que la
congregación no puede distinguir una palabra Un grupo de criaturas que deberían
estarse lamentando por sus pecados se imaginan que pueden agradar a Dios,
gorjeando con sus gargantas.”
Al
presentar su Nuevo Testamento Griego, Erasmo
escribe acerca de Cristo y las Escrituras:
Si
lo hubiéramos visto con nuestros ojos, no tendríamos un conocimiento tan íntimo
como el que ellas nos dan acerca de Cristo cuando él habla, sana, muere y es
resucitado, como si fuera en nuestra propia presencia, Si se nos muestran las
huellas de Cristo en algún lugar, nos arrodillamos y las adoramos. ¿Por qué más
bien no veneramos su imagen, viva y con aliento, en estos libros?
Yo
deseo que incluso la mujer más débil pueda leer los Evangelios y las Epístolas
del apóstol Pablo. Deseo que fueran traducidas a todos los idiomas para que
fueran leídas y comprendidas, no sólo por los escoceses y los irlandeses, sino
incluso por los sarracenos y los turcos. Pero el primer paso para que sean
leídas es hacerlas entendibles al lector. Anhelo el día en que el esposo cantará
partes de las Escrituras mientras sigue el arado, el tejedor las tarareará al
compás del sonido de su lanzadera, el viajero pasará el tiempo de aburrimiento
de su viaje leyendo sus historias.
Erasmo
fue uno de los muchos que tenían la esperanza de una reforma pacífica del
cristianismo. Las condiciones parecían favorables.
El
sanguinario Papa Julio había sido sucedido por León X de la famosa familia de
Médicis. Esta familia irreligiosa, pero dedicada al arte y la literatura, dio
su aprobación al Nuevo Testamento
Griego de Erasmo.
Francisco
I, rey de Francia, había resistido a toda Europa antes que rendir las
libertades de Francia al Papa Julio. Enrique VIII de Inglaterra estaba de
manera entusiasta a favor de la reforma, y se había hecho rodear de los mejores
y más capaces hombres de la misma mentalidad: Colet, el Sir Tomas More, Arzobispo
Warham, Dr. Fisher.
Los
otros gobernantes de Europa, en el imperio y en España, estaban a favor. Pero
las grandes instituciones no cambian fácilmente. Estas se resienten por la
crítica y se oponen a la reforma. Nunca existió una posibilidad real de que la
Corte Romana estaría de acuerdo con la enseñanza y el ejemplo de Cristo.
Se
requería algún tipo de agencia nueva y poderosa para llevar a cabo la reforma,
y esta estaba siendo preparada silenciosamente en el mismo centro de los
círculos de monjes. El descubrimiento fue hecho por alguien considerado como el
líder del movimiento de reforma, Johann von Staupitz.
Johann
era Vicario General de los agustinos, y en un viaje (1505) de inspección de las
casas de esta orden, encontró en Erfurt a un joven monje, Martín Lutero, que
estaba profundamente preocupado por la salvación de su alma. Staupitz se ganó
su confianza al mostrarse sinceramente preocupado por ayudarlo, y le aconsejó
que estudiara las Sagradas Escrituras, que leyera la obra de Agustín, los
escritos de Tauler y los místicos. Martín Lutero siguió este consejo, y al
hacerlo la luz iluminó su vida y la doctrina de la justificación por medio de
la fe se convirtió en la experiencia de su alma.
EL
PERIODO DE LA REFORMA OCCIDENTAL
(1215-1648 D. DE J.C.)
INTRODUCCIÓN AL PERÍODO
El papado ya no podía obtener un prestigio mayor que el que había mostrado
en el Cuarto Concilio Lateranense de 1215. Por un período relativamente breve
pareció que el papado podría mantener su grandiosa posición indefinidamente.
Las pretensiones de los papas que sucedieron a Inocente III (1198-1216) se
parecían a las de él, pero se desarrolló una diferencia en la capacidad para
llevar a la práctica esas pretensiones.
El cambio del trono papal a Francia de 1305 a 1378 lo convirtió en
instrumento de intereses nacionales; el cisma papal de 1378 a 1409 (con dos
papas) y de 1409 a 1415 (tres papas) hizo trizas mucho de su prestigio y
autoridad. Se hicieron fuertes esfuerzos por reformar la iglesia en “cabeza de
miembros”, pero fracasaron.
Del Concilio de Constanza (1414- 18) a las tesis de Lutero (1517),
los abusos papales se volvieron aun más flagrantes.
Los diversos tipos de revueltas contra la Iglesia Romana
ocurrieron entre 1517 y 1534. El Concilio de Trento (1545-64) representó la
reforma católica romana. El período de reforma termina con la Guerra de los Treinta
Años (1618-48), que hasta cierto punto trajo mutua tolerancia entre los
católicos romanos y sus oponentes.
PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS
El estudiante debe notar que las raíces de la reforma se hundieron
profundamente en el cristianismo medieval. Por esa razón se ha considerado
sabio retroceder la fecha tradicional de 1517 hasta la fecha en que la Iglesia
Romana alcanzó su cumbre más alta, el Cuarto Concilio Lateranense de 1215. La
difusión de la disensión, el papado de Avignon, el cisma y la confusión, y los
esfuerzos por reformar en los tres siglos anteriores a Lutero, justifican la
inclusión de ese período.
El
estudiante debe notar cuidadosamente la interacción de todos los factores en la
Reforma, las circunstancias políticas, por ejemplo.
No
debe pasarse por alto, tampoco, que la reforma católica romana procuraba
principalmente modernizar su maquinaria para enfrentar las amenazas de los
cismáticos. No había intenciones de continuar las medidas de reforma radicales
tomadas por los concilios del siglo XV.
CAIDA DEL PRESTIGIO PAPAL
Es significativo que los factores que contribuyeron a establecer el
prestigio del papado romano también cooperaron para producir su caída.
La misma altura que por varios siglos alcanzó la monarquía papal
era una garantía de que debía haber una declinación. Los gobernadores seculares
no podían dejar de ver que el papado era una institución de este mundo, no del
siguiente. La política papal era con frecuencia codiciosa y perversa.
A pesar de las declaraciones de que el caudillaje romano no podía equivocarse.
Los soberanos civiles vieron muchos ejemplos de errores de doctrina y política.
La admisión papal de las Cruzadas y la Inquisición fueron ejemplos. La trágica
matanza de incontables cientos de miles de hombres, mujeres y niños en la
infructuosa marcha hacia Jerusalén, hizo recapacitar a muchos. ¿Qué podía tener
que ver la voluntad de Dios con esta clase de empresa política?
Los nobles alemanes se negaron terminantemente a ir, no obstante
las promesas papales del completo perdón de los pecados. Los papas eran lentos
para ver que la pasión exaltada ya había muerto, y que sus continuas súplicas
por nuevas cruzadas, y su colección de donativos e impuestos pretendidamente
para tales cruzadas, disgustaban a la gente espiritual y reflexiva.
Además, el escándalo romano de los albigenses y la adopción de las
más crueles torturas en la inquisición, fueron un repugnante descubrimiento del
carácter del papado. Conforme la Inquisición se extendió por todas partes de
Europa, la tiranía de Roma se volvió más y más visible.
El temor había sido siempre una parte importante en el dominio del
pueblo por la Iglesia Romana, y ahora al temor del purgatorio, de la
excomunión, de la veda, del edicto, y de los celosos cruzados, se añadía la
pesadilla de la acusación de herejía, contra la cual no había defensa. La
brutalidad de todo el movimiento profetizaba la caída de tales monarcas
tiranos, fuera en la esfera eclesiástica o en la secular.
EXPLOTACIÓN FINANCIERA POR LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA
Un área importante de naciente resentimiento contra el papado eran
sus demandas financieras. La gran expansión de la organización central demandaba
ingresos inmensos. Un ejemplo puede mostrar el cuadro.
Cuando Roma estableció la Rota Romana en 1234, para constituir la suprema
corte eclesiástica del cristianismo, se necesitó suficiente personal para manejar las apelaciones de todas partes del
mundo. Fueron necesarias cortes secundarias
para apelaciones especiales. Se requirió un. Ejército de escribientes para mantener los registros. Lo peor de todo es que
cada paso de los procedimientos legales era
caracterizado por escandalosos abusos.
Los
registros oficiales muestran que en algunos casos sencillamente conseguir el
sumario costaba aproximadamente cuarenta veces la cantidad legítima. Además,
los litigantes de todas partes del mundo eran animados a apelar directamente a
Roma, y era bien entendido que el mejor postor ganaba el caso.
Las
ganancias económicas obtenidas de esta manera no eran suficientes para
enfrentar los grandes desembolsos del papado, legítimos y de otra clase.
Especialmente durante el siglo XIV el papado usó todo medio posible para
aumentar sus ingresos. Algunos de esos medios eran las anatas, colaciones,
reservaciones, esperanzas, dispensas, indulgencias, simonía, recomendaciones,
el jus spoliorum, el diezmo, e
impuestos especiales.
Las
anatas se referían a un donativo hecho por un obispo o abad recién nombrado, de
los ingresos de su primer año en el oficio al que había sido nombrado. Las
colaciones se referían a la práctica de cambiar a varios obispos o abades para
conseguir anatas de cada uno. Por ejemplo, si el arzobispo de Colonia iba a
morir, el papa no nombraba simplemente a una persona, sino cambiaba, digamos,
al arzobispo de Mainz al lugar vacante, después nombraba al obispo de Trier
para el oficio de Mainz, a otro para obispo de Treir, y así sucesivamente.
Por
supuesto, se hacía lo posible por dar a cada hombre una situación mejor, que
era posible cuando un fuerte prelado moría. Antes de agotar las posibilidades
el papa podía conseguir que le pagaran una docena de anatas por una vacante.
Las
reservaciones se referían a la práctica de reservar los oficios mejores y más
ricos para el uso papal. Por supuesto, el papa mismo no servía en el obispado o
arzobispado, sino enviaba a un sacerdote para ministrar a las necesidades de la
gente, aunque los beneficios eran enviados a Roma.
Las
esperanzas significaban la práctica por las autoridades papales de vender al
mejor postor el derecho de nombramiento para un beneficio inusitadamente
deseable antes que la persona que tenía el oficio lo dejara vacante. Llegó a
ser la práctica de los hombres ambiciosos de mantenerse vigilantes de la salud
de los ocupantes dé los diversos oficios deseables, y cuando había algún
indicio de que alguno no continuaría mucho tiempo, empezaban las ofertas.
Ocasionalmente
se experimentaba alguna turbación cuando se encontraba que varios hombres
habían pagado enormes sumas anticipadas para conseguir el mismo oficio. En
realidad, entonces, las esperanzas se convertían casi en una oferta por el
derecho de ofrecer otra vez cuando el ocupante del oficio deseado muriera de
veras.
Las
dispensas tienen referencia a la práctica papal de excusar las violaciones
eclesiásticas por el pago de la cantidad de dinero adecuada. En uno de sus
arranques contra la Curia Romana, Lutero escribió que era un lugar donde los
votos podían ser anulados, los monjes podían conseguir permiso para dejar sus
órdenes, los sacerdotes podían comprar una dispensa para casarse, lo ilegítimo
podía legitimarse, y donde la maldad y la ignominia eran condecoradas y ennoblecidas.
Su
última oración, en su típico lenguaje impetuoso, declara que en la Curia Romana
hay “una compra-venta, cambio, fanfarria y regateo, fraude y mentira, robo y pillaje,
corrupción e infamia y toda
clase de menosprecio a Dios, que el Anticristo no podría reinar más”. Aun
tomando en cuenta el usual entusiasmo de Lutero, es evidente que el
considerable ingreso se conseguía concediendo dispensas por quebrantar las
restricciones canónicas.
Las
indulgencias ya se han descrito antes. Eran el perdón por los pecados temporales.
Los individuos podían comprarlos en vez de hacer una peregrinación o de mostrar
alguna otra evidencia de contrición. El beneficio por esta sola fuente era
considerable por el temor tan extendido de pasar un tiempo en el purgatorio.
La
simonía se refiere a la venta de oficios de la iglesia. Toma su nombre de Simón
el mago (ver Hec. 8: 9 y sigs.), que trató de comprar el poder del Espíritu
Santo con dinero. Íntimamente asociada con la simonía estaba la práctica del
nepotismo. Esta palabra se refiere a poner a los parientes en oficios
lucrativos de la iglesia.
Las
recomendaciones tienen referencia a la práctica de pagar un impuesto anual al
papado, en correspondencia por un nombramiento provisional, año por año, por un
beneficio deseable. El juspoliorum era
el nombre aplicado a la práctica papal de demandar que cualquier propiedad conseguida
por un obispo u otro oficial durante la tenencia del oficio, debía, a la muerte
de la persona, convertirse en propiedad de la iglesia, puesto que se juzgaba
que tal propiedad le había venido al difunto como consecuencia de tener el
oficio.
El diezmo se aplica a un embargo contra la propiedad de la
iglesia, el valor de la cual formaba la base para la cantidad demandada. Se
fijaban impuestos especiales con cualquier pretexto. Las Cruzadas abrieron el camino
para un impuesto anual. Las bendiciones especiales, los pecados extraordinarios,
o cualquier otra situación, podría atraer tales impuestos.
Además de estos diversos métodos de conseguir dinero, se solicitaban
donativos de todas clases. Los donativos por dar el visto bueno a las reliquias,
por el permiso para ver las habitaciones papales, por los jubileos, para
caridades, etcétera, aumentaban los ingresos de la Iglesia Romana casi más allá
de todo cálculo.
Hubo otros factores que produjeron resentimiento. El sistema
romano estaba cuidadosamente razonado y hacía una clara apelación a las mentes filosóficas,
pero no estaba haciendo frente a las necesidades del corazón de las gentes. La
disensión se estaba extendiendo. Había insatisfacción en el sistema monástico y
también entre el clero.
Algunos eran abiertamente escépticos. La observancia forzosa del
celibato en el clero trajo inmoralidad y concubinato. La enseñanza doctrinal de
que el carácter de un sacerdote o un obispo era de importancia secundaria y no
afectaba su capacidad para perdonar pecados y administrar sacramentos válidos,
hizo estragos en la moral de muchos.
Fue el aspecto político, sin embargo, el que causó el fin de la
dominación universal del papado. Como en ocasiones previas, se hizo evidente
que el prestigio y la autoridad papales no podían divorciarse del poder
secular.
EL PRINCIPIO DE LA HUMILLACIÓN PAPAL
El papa Inocente III murió en 1216, un año después del
espectacular Cuarto Concilio Lateranense que marcó la cumbre de las
pretensiones papales. Por cerca de setenta y cinco años no se había hecho
ningún desafío directo a la dominación papal, ni en la esfera eclesiástica ni
en la secular. Sin embargo, con la elección del papa Bonifacio VIII (1294- 1303),
empezó a aparecer el nuevo orden de cosas.
No era que Bonifacio tuviera menos voz para sus pretensiones
papales, ni fuera menos agresivo en sus demandas sobre los príncipes seculares
y eclesiásticos; si acaso, era más gritón y más arrogante que los papas
anteriores. Sin embargo, sus pretensiones y demandas no eran atendidas en la
misma manera que las de sus predecesores. En su entrometimiento en los asuntos
políticos de los estados italianos, había resultado menos que victorioso. El
intentó obligar al finalizar la Guerra de los Cien Años entre Francia e
Inglaterra, pero fue ignorado por ambas naciones.
Encolerizado, amenazó tanto a Inglaterra como a Francia con la
veda y la excomunión si ellos continuaban imponiendo impuestos de guerra sobre
la Iglesia Romana en sus dominios.
El rey Eduardo de Inglaterra sencillamente hizo caso omiso del
papa: su parlamento votó por los impuestos. El rey Felipe de Francia, por su
parte, no fue tan amable. Inmediatamente él prohibió la exportación de
cualquier renta al papado. Herido en un punto sensible y con la moral
debilitada, Bonifacio canonizó al abuelo de Felipe en un esfuerzo por aplacar
al rey francés. Sin embargo, la guerra había empezado.
En 1302, después de una escaramuza preliminar, Bonifacio emitió su
bula titulada Unam Sanctam llamada así como de costumbre, por las dos primeras
palabras de la bula excomulgando a Felipe y colocando a Francia bajo veda. Esta
famosa bula declara claramente que todo hombre debe obedecer al papa o perder su
salvación. Felipe no se turbó, sin embargo; las armas que habían llevado al
poder a Gregorio VII y a Inocente III habían perdido su aguijón. La muerte de
Bonifacio ocurrió el siguiente año.
LA CAUTIVIDAD BABILÓNICA Y EL CISMA PAPAL
El sucesor de Bonifacio, Benedicto XI (1303-4), vivió solamente
nueve meses después de su elección para el oficio. El sucesor de Benedicto, Clemente
V (1305-14), fue nombrado por la influencia del rey Felipe de Francia. En su
pontificado el cuartel papal fue cambiado de Roma a Aviñón, Francia, en 1309.
Durante los siguientes setenta años siete papas franceses ocuparon
el oficio. Por causa de que el papado estuvo ausente de Roma por cerca de
setenta años (igual que el reino del sur estuvo en cautividad en Babilonia por
un período parecido), este período de residencia papal en Francia ha sido
llamado “la cautividad babilónica de la iglesia”
Clemente mostró su subordinación a Felipe de Francia consintiendo
en la destrucción de los Caballeros Templarios. Hay poca duda de que esta acción
fue dictada por el rey francés. Los templarios se habían opuesto constantemente
a Felipe, y él temía que la orden fuera a convertirse en un rival militar.
Mediante torturas y promesas, se consiguió suficiente evidencia para convencer
al papa Clemente.
En octubre, 1311, él convocó un concilio ecuménico (el quinceavo
en los registros romanos), que votó suprimir la orden por causa de sus
prácticas corrompidas e inmorales y por otros crímenes, incluyendo la
blasfemia.
Los
sucesos de los siguientes setenta años convencieron a los estados de Europa que
el papado se había convertido en una institución francesa. Se habían nombrado
cardenales franceses en número suficiente para constituir mayoría. Se idearon
muchos nuevos métodos para recoger dinero, particularmente por Juan XXII
(1316-34).
El
regreso del papado a Roma se convirtió en tema en cada elección papal. Se
reconocía que la identificación del papado con los intereses franceses era un
serio desatino, particularmente en vista de los nacientes lazos de nacionalismo
en todas partes. Finalmente, en 1377 Gregorio XI terminó el fiasco al regresar
a Roma a morir. Urbano VI (1378-89) fue elegido para suceder a Gregorio con la
promesa de regresar a Aviñón, pero después de su elección Urbano decidió permanecer
en Roma.
Los
cardenales se reunieron otra vez y eligieron otro papa, Clemente VI (1378-94),
que regresó a Francia. Ahora había dos papas, y cada uno alegaba haber sido electo
válidamente— y así era. Por un cuarto de siglo los papas rivales en Aviñón y en
Roma se anatematizaron uno a otro y procuraron socavar mutuamente su obra. Por
supuesto, había habido antipapas antes. En 251
Novaciano
había sido electo obispo de Roma por un partido rival. Otros papas rivales
incluyen a Félix 11(355-65), a Bonifacio VII (974), y a Juan XVI (997-98).
Probablemente
el más extraño cisma papal había ocurrido a mediados del siglo XI. Benedicto IX
había sido colocado en el trono papal en 1032. En 1044 fue echado de Roma y
ciertos nobles locales colocaron a Silvestre III en la silla papal. Benedicto
regresó a Roma, sin embargo, y vendió el oficio papal por cerca de mil libras
de plata a un arcipreste de Roma, que tomó el nombre de Gregorio VI. Benedicto
se negó a cumplir el negocio, y como resultado hubo tres papas, cada uno con
suficiente fuerza para resistir a sus oponentes, pero no con bastante para
conquistarlos. La situación fue finalmente aclarada por el emperador Enrique
III.
La
presencia de dos papas en el siglo XIV por un largo período, creó numerosos
problemas. La validez de casi cualquier acto eclesiástico era puesto en duda.
¿Quién debía conferir el palio a los obispos recién consagrados? ¿A quién
debían ofrecer sus votos solemnes las órdenes monásticas? ¿Quién debía ser
reconocido por los diversos gobiernos?
Desde
el punto de vista de la organización, la situación era casi intolerable.
Teóricamente cada papa, si fuera el verdadero, debía vigilar el nombramiento de
obispos en cada diócesis, llenar las numerosas vacantes en los arzobispados,
mantener el número de cardenales, nombrar los dirigentes
administrativos en la Curia, y llevar adelante los múltiples deberes requeridos en la operación de una monarquía
eclesiástica tan difundida. Con dos papas era
probable que hubiera dos nombramientos en los
diversos puestos, rivalidad en los casos de derecho eclesiástico, y traslapo en la jurisdicción. El mundo cristiano estaba
estupefacto. Las protestas venían de todas
partes.
En 1409 los cardenales de los dos papas convocaron un concilio
para reunirse en Pisa. Este concilio, en una manera más bien apresurada, declaró
vacante el puesto papal y eligió un nuevo papa, que tomó el nombre de Alejandro
V (1409-10). Para desaliento de todos, los dos ocupantes se negaron a reconocer
la autoridad del concilio, y ahora había tres papas. Por medio de maniobras
políticas y generosos sobornos, los diversos gobiernos fuertes indujeron a
sostener un nuevo concilio, convocado esta vez por uno de los papas.
El Concilio de Constanza (1414-18) depuso a los tres papas y
eligió otro, que tomó el nombre de Martín V (1417-31). Esta vez, sin embargo,
por medios políticos la tarea se llevó a cabo. Una vez más la espada secular
controló la espiritual. El cisma había terminado, pero el prestigio del papado
romano había terminado muy abajo. Las voces de todas partes pedían una reforma
drástica de todo el sistema. El siguiente capítulo discutirá con algún detalle
este clamor de reforma.
COMPENDIO FINAL
El papado romano había ejercido dominio mundial mediante la
imponente estructura eclesiástica levantada entre 1050 y 1215, pero el edificio
no podía sostenerse. Su carácter esencialmente tiránico y no cristiano
se vio en su iniciación de movimientos como el de las Cruzadas y la
Inquisición.
El gran crecimiento de la organización central, junto con la propensión
a derrochar de la corte papal, demandaban grandes rentas. Cada política papal
parecía estar ideada para recabar dinero. El descontento religioso estaba muy
extendido. Los papas no podían leer los signos de los tiempos y se permitían
hablar arrogantemente a los fuertes monarcas de los gobiernos en desarrollo. El
nacionalismo, sin embargo, había embotado la fuerza de las armas eclesiásticas
esgrimidas por Gregorio VII e Inocente III, y los gobiernos prestaron poca
atención a las demandas papales.
El rey Felipe de Francia se apoderó del control del puesto papal,
y por más de setenta años el cuartel papal estuvo en Avignon. Durante este tiempo
el papado estuvo completamente subordinado a los intereses franceses,
provocando el alejamiento de las políticas rivales y de los enemigos de Francia. El intento de reponer el
papado en Roma en 1378 provocó un cisma, que
continuó hasta 1417, cuando fue finalmente arreglado
por la acción de un concilio.
CLAMOR
POR UNA REFORMA
La extensa “cautividad babilónica” de la iglesia y el desastroso
cisma papal de cerca de cuarenta años simbolizó dramáticamente la necesidad de una
reforma papal. Muchos reconocían que estos trágicos eventos eran síntomas del
problema, no su causa. Ciertamente los abusos económicos, políticos y morales
del papado no aliviaron la situación, pero el problema básico no era el abuso
del sistema sino el sistema mismo.
El clamor por una reforma no se refería sencillamente al problema
inmediato, sino desafiaba las ideas defendidas por los papas por siglos.
Algunas peticiones de reforma tenían una base distintivamente bíblica. Los
dogmas doctrinales y eclesiásticos edificados por la Iglesia Romana en un largo
período, fueron comparados con las Escrituras y criticados desde ese punto de
vista.
Los motivos patrióticos empujaban a algunos a demandar una
reforma. El naciente nacionalismo del último período medieval produjo
conflictos de lealtad en los corazones de los hombres de todas partes. No pocas
de las protestas contra el dominio romano surgieron del resentimiento contra el
control francés del papado durante la “cautividad babilónica”.
Las miserables condiciones económicas y sociales, y los turcos
asentados en la frontera misma del imperio en los Balcanes, llevaba a muchos a
pensar que Dios estaba castigando al mundo por causa de las fechorías del
papado. Finalmente, los hombres espirituales de todos los países estaban
sinceramente apesadumbrados al ver el bajo nivel al que había llegado el
cristianismo. El misticismo y la disensión aumentaban conforme los hombres
procuraban encontrar comunión con Dios fuera del sistema eclesiástico
prevaleciente.
Uno de los grandes antecedentes de la reforma fue el movimiento conocido
como el Renacimiento. La palpitación de la nueva vida intelectual y el descubrimiento
de nuevos mundos prepararon profundamente el camino para la Reforma. El
movimiento resultante conocido como “humanismo” produjo el nuevo enfoque de los
ojos de los hombres, y su nueva visión percibió muchas de las supersticiones
que caracterizaban el sistema católico romano medieval. Algunos escritores han
empequeñecido el panorama del Renacimiento, insistiendo en que la cultura
occidental no requería renacer.
Sin embargo, el mismo sistema teológico de la Iglesia Católica
Romana fue en parte responsable de la lenta recuperación de las invasiones
bárbaras y de las Edades
Obscuras que siguieron. Puesto que la teología medieval descansaba en la vasta maraña
de proposiciones establecidas mediante el uso del razonamiento deductivo, se
sigue que las fuentes de la doctrina católica romana eran completamente
terminantes y tradicionales. Había muy poca molienda nueva para el molino, pero
una constante remolienda de lo viejo. Por esta razón, la verdad y el progreso
eran realmente estorbadas por los sistemas escolásticos de la teología católica
romana.
Sin embargo, el Renacimiento vino. Los eruditos árabes que
siguieron la invasión mahometana de España en el siglo VIII ayudaron a atisbar
las puertas del conocimiento en el occidente. La cultura clásica y el estudio de la antigüedad se puso
de moda. Las Cruzadas contribuyeron a introducir un nuevo mundo.
La caída de Constantinopla (1453) le dio impulso al movimiento
cuando los eruditos griegos huyeron al occidente en busca de refugio. La suma
de otros factores la nostalgia italiana por la antigua gloria de Roma, la
aparición de genios en las formas artísticas y literarias, el desarrollo económico, los descubrimientos
geográficos, las invenciones revolucionarias produjeron lo que ha sido llamado
“el Renacimiento” (Renaissance) de Occidente.
Este despertar alcanzó al cristianismo en muchos puntos. El
movimiento conocido como “humanismo”, que se discutirá en las siguientes
páginas, se extendió directamente de estos elementos. El humanismo fue muy influyente
en la preparación del camino para la Reforma. La excelencia de las antiguas
formas literarias produjo desdén para los escritos escolásticos.
La renovación del interés en los antepasados también produjo el
estudio de los textos griegos y hebreos resarciendo las Escrituras Cristianas,
así como la lectura cuidadosa de los antiguos escritos cristianos. Los ojos de los
hombres, tanto tiempo enfocados en los cielos, empezaron a volverse hacia el
mundo circundante y bajo ellos. Los mismos fundamentos de la autoridad católica
romana fueron socavados por las nuevas formas de pensamiento.
Los siglos inmediatamente anteriores al dieciséis retumbaron con
las peticiones de una reforma. Tal vez el mejor cuadro de este clamor de reforma
puede conseguirse discutiéndolo desde el punto de vista geográfico.
ITALIA
Las más fuertes protestas de Italia contra el sistema papal se
basaban en la renovación intelectual y en el humanismo resultante. Humanismo
era el nombre arbitrariamente dado a la renovación clásica y literaria que empezó
en Italia alrededor del siglo XIV. Era en gran manera patriótica tanto como cultural. Se esperaba que la gloriosa
historia de los días pasados, desplegada ante
los ojos y mentes de la presente generación, produjera
la inspiración para conseguir una nueva unificación de Italia y asegurar otra vez la supremacía romana en la esfera
secular. Una parte no pequeña de este anhelo
se debía al cambio de la silla papal de Roma a Aviñón,
Francia.
Los
humanistas coleccionaron manuscritos de los escritores clásicos de la antigüedad,
aprendieron a criticar los textos antiguos mediante el estudio interno, se
gozaron en la imitación del estilo literario y las costumbres sociales de los
antiguos, y contemplaron el mundo en que vivían desde un rico fondo histórico y
literario.
Se
organizaron sociedades para estudiar el idioma griego, para leer a Platón y a
Cicerón, y para reunir bibliotecas de los autores antiguos. El movimiento se
extendió rápidamente de Italia al norte de Europa mediante vínculos religiosos,
intelectuales, sociales, y hasta económicos. El desarrollo de la imprenta
contribuyó a extender el evangelio del humanismo, de la misma manera que medio
siglo después reproduciría los escritos de los reformadores cristianos para
trasmitirlos a todas partes del mundo.
Debe
notarse, sin embargo, que el énfasis del humanismo tomó un giro diferente en el
norte de Europa. En Italia el interés era primordialmente cultural y
patriótico, resultando en desdén para las ideas y prácticas religiosas. En
muchos casos engendró al cinismo actual. El humanismo del norte, por su parte,
canalizó su interés literario y cultural hacia las antigüedades religiosas.
El
estudio del hebreo y el griego procuraba la mejor interpretación de las
Escrituras; la recuperación del mejor texto de las Escrituras alentó el examen
crítico de los manuscritos antiguos; mientras que los interesados en
investigaciones históricas volvieron a publicar los escritos cristianos
antiguos con interpretaciones críticas. Es decir, el énfasis del norte
procuraba descubrir los orígenes antiguos de la fe cristiana y restaurar la
pureza primitiva del movimiento.
En
cuanto a la reforma concernía, entonces, la influencia del humanismo en Italia
y en las regiones del norte realizó diferentes servicios. En Italia su
contribución fue principalmente negativa; en el resto de Europa fue más bien
positiva.
Los
factores negativos del humanismo en Italia que alentaron el espíritu reformador
fueron dos.
Primero,
el humanismo produjo un desdén general por el cristianismo y exaltó los antiguos
vicios tanto como las virtudes. Hasta el papado estaba sometido a juicio
después de su regreso de Aviñón. En 1447 un erudito
humanista sin reservas fue elegido papa y tomó
el nombre de Nicolás V (1447-55). Los asuntos religiosos
se hicieron secundarios; las bibliotecas, los poemas, y los clásicos, se convirtieron en los asuntos más importantes
del oficio. Pío 11(1458-64) fue un notable
versificador antes de su elección como papa.
El humanismo también alentó la aplicación a los documentos
cristianos de los métodos críticos usados en los manuscritos clásicos antiguos.
Bajo Nicolás V, Lorenzo Valla, un joven erudito humanista, fue traído a la corte
papal para ayudar en la traducción de los clásicos griegos. Dentro y fuera del
servicio papal él escribió mucho acerca del cristianismo desde el punto de
vista humanista. Su estudio del texto griego del Nuevo Testamento fue de gran
valor para los reformadores medio siglo después.
El se burlaba del movimiento monástico y trataba rudamente la
traducción Vulgata, que es la versión latina inspirada para los católicos
romanos. Una de sus hazañas más espectaculares fue su convincente prueba de la naturaleza
espúrea de la Donación de Constantino por
medio de la aplicación de la crítica interna.
Un producto de este avivamiento patriótico italiano fue el
celebrado poeta Dante. Exiliado a Ravenna en el norte de Italia en el siglo
XIV, Dante anhelaba la restauración de la gloria de la antigua Roma. Su obra
titulada Sobre la Monarquía discute
las relaciones adecuadas entre el papado y el imperio. Dios le ha dado a cada
uno una espada, decía Dante, y ninguno debe gobernar al otro. El papado no debe
gobernar al imperio ni entrometerse en asuntos seculares.
Aunque su idea no era nueva, su aplicación haría retroceder al
papado a una etapa anterior de desarrollo. El hecho de que hubiera sido
sugerido por un católico ortodoxo cabal, en oposición a. las pretensiones
papales de varios siglos precedentes, junto con el hecho de que Dante usaba
exégesis bíblica para controvertir las interpretaciones papales, hizo las ideas
de Dante muy significativas.
EL
IMPERIO
La reunión libre de estados alemanes conocida como el Imperio sumó
su protesta. El humanismo tenía cierto papel como fondo de las demandas de reforma.
La obra de hombres como Rodolfo Agrícola, maestro de griego en la Universidad
de Heidelberg, de Sebastián Brant de Basel, de Juan Reuchlin, y de otros, fue
principalmente negativa. Sus escritos ayudaron a socavar el sistema romano,
tanto entre el populacho como entre los pensadores.
Los versos satíricos y la investigación docta se dieron la mano para protestar. Algunos
humanistas como Ulrico von Hutten, Franz von Sickingen, y
Pirkheimer de Nuremberg apoyaron activamente el movimiento
de reforma cuando llegó. Felipe Melanchton, sobrino de Reuchlin y
él mismo un completo humanista, se convirtió en la mano derecha de
Lutero.
La situación
política proporcionó la principal protesta contra el poder papal, sin embargo.
En 1314 el duque Luis de Baviera se convirtió en emperador después de su victoria
militar sobre un candidato rival. Luis se vio enredado en una disputa con el
papa Juan XXII en Avignon, sobre el derecho del papa a sancionar la elección de
cada emperador. Entre otras cosas, el control francés del papado hizo muy
desagradable para Luis someterse.
En 1324 el
papa excomulgó a Luis. Dos eruditos, Marsiglio de Padua y Juan de Janduno,
colaboraron para preparar uno de los más inusitados tratados de su tiempo. Era
conocido como el Defensor Pacis
(Defensor de la Paz).
Este
documento declaraba que el pueblo es la autoridad final en todas las cosas,
sean seculares o eclesiásticas. De esta manera, en asuntos eclesiásticos todo
el cuerpo de cristianos, siguiendo los principios del Nuevo Testamento,
constituye el poder más alto. Este notable documento socavó la teoría papal de
gobierno.
Probándolo
con el Nuevo Testamento, negaba que el papa tuviera poder superior sobre ningún
obispo, y hacía hincapié en que no había evidencia escrituraria de que Pedro
hubiera estado nunca en Roma. Todo el poder espiritual descansa en el cuerpo de
cristianos creyentes, no en sacerdotes, obispos o papas.
Además, en
un gobierno cristiano, reflejando el carácter y la voluntad del pueblo, el gobernador
civil tiene el derecho de gobernar los asuntos eclesiásticos, incluyendo la
convocatoria de concilios ecuménicos y el nombramiento de obispos. La autoridad
final reside en un concilio eclesiástico general del pueblo, no solamente de
obispos.
Otra
poderosa voz que apoyó al emperador Luis fue la de Guillermo de Occam, el gran
teólogo inglés, que se refugió con el emperador. Occam también insistía en que
la verdadera iglesia no residía en los obispos sino en los creyentes. El negaba
la infalibilidad del papa y exaltaba la Biblia. El papado nunca debía
intervenir en asuntos seculares y debía subordinarse a un concilio general de
todos los cristianos.
FRANCIA
El humanismo francés hizo una contribución distinta en la protesta
contra el papado sin reforma. El movimiento fue tardío en sus principios en Francia,
pero rápidamente ganó fuerza. Mediante él las clases altas en particular
recibieron considerable ilustración en cuanto a los abusos del sistema romano.
Jacques Lefevre Etaples (1455-1536) llegó a ser un completo erudito bíblico y
precedió a Lutero en su defensa de la salvación por la fe sola, sin
sacramentos, y en su énfasis sobre la autoridad de las Escrituras.
La Universidad de París proporcionó el llamado central primitivo
para la reforma. Guillermo de Occam había enseñado allí y expresado sus puntos de
vista. Juan Gerson (1363-1429) y el canciller de Notre Dame, Pierre d’Ailly
(1350-1420), herederos de la actitud y la perspectiva de Occam encabezaron un
grupo de hombres doctos de la universidad que deseaban sinceramente reformar al
papado en la cabeza y en los
miembros. Este grupo triunfó finalmente al terminar el cisma papal mediante el
uso de concilios generales.
INGLATERRA
El resentimiento contra las pretensiones papales tenía hondas
raíces en Inglaterra. Guillermo Rufus, sucesor de Guillermo el Conquistador, notificó
al papa que él no estaba dispuesto a doblar su rodilla puesto que sus
predecesores no lo habían hecho. La humillación de Inglaterra por Inocente III
en 1215 produjo reacción contra el absolutismo papal. Uno de los grandes
clérigos reformadores de Inglaterra fue Roberto Grosseteste, que llegó a ser
obispo de Lincoln en 1235.
Además de reformar su propia diócesis, Grosseteste se dirigió al
papa Inocente IV alrededor del año 1250 en relación a las corrupciones de la
Curia Romana y de la Iglesia Romana en general; ocho años más tarde Grosseteste
se negó a aceptar el nombramiento que Inocente hizo de un pariente para la
diócesis de Lincoln. En la lucha entre Bonifacio VIII y el Rey Eduardo I en
1299, el Parlamento Inglés defendió a su rey y desafió al papa.
La “cautividad babilónica”, que puso el papado bajo el dominio
francés, ocurrió al mismo tiempo que Francia e Inglaterra estaban envueltas en
guerra. El rey Eduardo III (1327-77) consiguió la aprobación de dos golpes
legislativos contra el papado. En 1350 fue promulgado el Estatuto contra los Estipuladores,
que estatuía para los ingleses elecciones libres de arzobispos y obispos un
intento de eliminar la influencia extranjera al llenar los puestos
eclesiásticos altos. Dos años después se promulgó el Estatuto de Premunire, que
consideraba traición que cualquier súbdito inglés aceptara la jurisdicción de
cortes papales fuera de Inglaterra o que acudiera en apelación de casos a
ellas.
JUAN WYCLIFFE Y LOS LOLARDOS.
Uno de los oponentes sobresalientes del papado en los últimos años
de su vida fue el patriota y predicador Juan Wycliffe (1320-84). Antes de 1376 Wycliffe
reprimió sus ataques contra el papado, pero las vergonzosas condiciones que
rodearon los últimos años del papado de Avignon y el principio del cisma papal
en 1378 descargaron sus violentas protestas. Wycliffe exigió que ambos papas
fueran depuestos.
En sus conferencias en Oxford él adelantó la idea de que cualquier
príncipe secular o eclesiástico que no fuera fiel a su tarea, perdiera su derecho
a tener el puesto. Si un obispo o hasta el mismo papa mostraran ser indignos,
los gobernantes civiles, como agentes de la voluntad de Dios, tenían el derecho
de despojarlo de sus propiedades temporales. Probablemente alentado por la
protección que le dieron poderosos patriotas ingleses, Wycliffe escuetamente
continuó sus críticas contra el papado.
Con el uso de la Biblia, que él ayudó a traducir al inglés cerca
del 1382, como autoridad final, atacó vigorosamente el sistema sacramental
católico romano, particularmente la doctrina de la transubstanciación. También declaró
que el Nuevo Testamento no hacía distinción entre el obispo y el presbítero
(sacerdote) y que, consecuentemente, el obispo romano había usurpado
injustamente un poder que no era suyo.
Los conceptos de Wycliffe estaban muy adornados con su
patriotismo: él objetaba la extorsión papal a los fondos ingleses, el
nombramiento hecho por el papa de extranjeros para prebendas inglesas, y el
fomento papal de monjes mendicantes en Inglaterra que, él decía, robaban a los
pobres.
Para dar instrucción escrituraria, Wycliffe organizó un grupo
conocido como los “sacerdotes pobres” que vagaban de dos en dos (siguiendo los requerimientos
escriturarios), predicando y enseñando. Estos eran recibidos gozosamente por la
gente. Wycliffe fue condenado en 1377 por el papa, pero fue protegido hasta su
muerte en 1384, por influencia política.
Los lolardos, como eran llamados estos sacerdotes pobres, continuaron
creciendo en número e influencia hasta 1399. En 1395 ellos dirigieron una
atrevida nota al Parlamento denunciando el romanismo. Sin embargo, el ascenso
del rey Enrique IV (1399-1413), un ardiente papista, fue la señal de la
persecución. Veintenas de lolardos fueron quemados en estaca y sus iglesias
suprimidas. Los seguidores de los lolardos se volvieron secretos después de
1431 e indudablemente proveyeron un terreno fértil para el movimiento de
reforma que vino como un siglo después.
EL HUMANISMO INGLÉS.
El humanismo inglés también tuvo participación en el aumento del sentimiento
anti papal. Juan Colet (1467-1519), decano de la catedral de San Pablo en
Londres, era un humanista sobresaliente. Con Guillermo Grocyn y Tomás Linacre formó un núcleo para
la escuela de pensamiento que menospreciaba los métodos escolásticos y la
teología.
Colet, un caudillo competente y profundamente espiritual, era
especialmente diestro en la interpretación bíblica. Su elocuente voz
constantemente llamaba a la reforma. El influyó grandemente en Erasmo, el
sobresaliente humanista continental, entre 1498 y 1514.
BOHEMIA
El clamor de reforma en Bohemia era en parte religioso y en parte patriótico.
Bohemia estaba bajo el dominio alemán. Su cristianismo había sido recibido
originalmente de la Iglesia Griega, pero la gran invasión Magyar del siglo XIII
había obligado a la nación a una alianza alemana, y a través de los alemanes el
tipo romano de cristianismo había sido introducido. La Universidad de Praga era
el centro de oposición patriótica y religiosa.
Un número de elocuentes predicadores y maestros abogaban por
rigurosas reformas religiosas. Entre estos estaban Conrado de Waldhausen, que
abiertamente denunció a los monjes romanos y al clero; Milicz de Kremsier;
Matías de Janow, un maestro y escritor notablemente hábil; y Tomás de Stitny,
un predicador muy popular.
Dos eventos dieron gran impulso al movimiento de reforma. Uno fue
el matrimonio de Ana de Bohemia con el rey Ricardo II de Inglaterra en 1382; el
otro fue el intercambio de eruditos y de correspondencia entre las universidades
de Praga y Oxford, como resultado de nexos más íntimos entre las dos naciones
por causa del matrimonio. El intercambio de eruditos y la correspondencia entre
las universidades familiarizó a Bohemia con los escritos de Juan Wycliffe.
El hombre que heredó estos factores y encabezó el movimiento de
reforma en Bohemia fue Juan Huss (1369-1415). Huss era nativo de Bohemia, educado
en la Universidad de Praga. Cuidadoso estudiante de las escrituras y de Wycliffe, ocupaba algunos de los
puestos más altos en la Universidad de Praga. Por su lucha contra los alemanes
en la universidad, pudo conseguir del rey un cambio en la constitución de la
escuela en enero de 1409, que dio a los nativos checos una posición ventajosa
sobre la mayoría alemana. Como consecuencia, los maestros y estudiantes alemanes
se retiraron.
Huss se volvió cada vez más arrojado en sus ataques contra las usurpaciones
extranjeras y papal. En 1410 fue excomulgado y sus enseñanzas fueron
condenadas. Huss publicó entonces su tratado Concerniente a la Iglesia, en el que repetía los conceptos de
Wycliffe, a veces copiando página tras página de los escritos de Wycliffe. Su predicación
era dirigida contra los abusos papales y demandaba una reforma. Fue requerido
para el Concilio de Constanza en 1415 para discutir sus conceptos, y se le
prometió su seguridad si asistía.
El obispo romano violó su promesa, sin embargo, haciendo hincapié
en que la iglesia no necesita cumplir su palabra con herejes. Huss fue
condenado por el concilio y quemado en la estaca en 1415. Un seguidor, Jerónimo
de Praga, sufrió la misma suerte meses después.
La quema de Huss y de Jerónimo originó que Bohemia abriera la
revuelta. Las guerras husitas,
tanto políticas como religiosas en naturaleza, duraron sólo hasta cerca de
1435, pero la influencia del partido estricto, los taboritas, llevó a la
formación de los Hermanos Bohemios.
LOS PAÍSES BAJOS (NETHERLANDS)
Probablemente el más grande humanista del continente fue Desiderio
Erasmo de Rotterdam (1465-1536). Hijo de un sacerdote y dotado en muchos
sentidos, su vida fue profundamente afectada por la muerte de sus padres cuando
él tenía sólo trece años. Por breve tiempo asistió a la escuela de los Hermanos
de la Vida Común en Deventer pero fue cambiado a una escuela monástica cuando sus
tutores dilapidaron el dinero que se le había dejado a él. Después de una
espléndida instrucción en París y Colonia, tomó su lugar como el humanista
sobresaliente de su día, ganándose la vida al dedicar sus obras a los patrones
que lo apoyaban.
Tenía pocas inclinaciones a romper con el sistema romano, pero sus
escritos están llenos de mofa de los abusos y supersticiones que prevalecían en
la iglesia papal. Su publicación en 1516 de una edición crítica del texto
griego del Nuevo Testamento fue de doble valor: el texto mismo era muy útil
para la reforma docta, y el prefacio indicaba la necesidad de reforma. Su
esperanza de reforma estaba en el proceso de educación e infiltración. Si
sencillamente los hombres conocieran el evangelio del cristianismo primitivo,
los males y abusos prevalecientes serían corregidos.
MISTICISMO
Un número de grupos no confinados específicamente a una región geográfica
dieron gran ímpetu al movimiento de reforma. Los místicos fueron unos de los
más importantes. El misticismo consideraba al hombre como poseedor de una
afinidad interior con Dios que no requería maquinaria eclesiástica para
establecer contacto. La presencia de Dios podía sentirse en el corazón y el
alma sin referencia a los sacramentos.
Puede observarse que esta actitud podía pasar por alto
completamente toda la maquinaria de la Iglesia Romana, porque si uno podía
tener una visión de Dios intuitiva e inmediata, sería innecesario usar los
servicios del sacerdote y de la iglesia. La mayoría de los místicos, sin
embargo, no se oponían activamente a los ejercicios espirituales externos de la
Iglesia Romana. Estaban dispuestos a utilizarlos como auxiliares para reforzar
su propia conciencia de la cercanía de Dios. Ellos tenían un verdadero interés en
la corrupción y los cismas de la institución visible.
Los principales dirigentes de este grupo fueron Meister Eckhart
(1260-1327) en Alemania, y Juan Ruysbroeck (1293-1381) y Gerardo Groote (1340-84)
en los Países Bajos. La teología de Eckhart era sencilla: los hombres debieran
permitirle a Dios llenarlos hasta que estén realmente embebidos de Dios y sean
semejantes a Dios.
La modificación de esta idea central en armonía ortodoxa con el
sistema sacramental de la Iglesia Romana explica las diferencias en el
pensamiento de los sucesores de Eckhart, tales como Juan Tauler (1290-1361) y
Enrique Suso (muerto en 1366). La influencia de estos hombres fue mucho más
allá de simplemente producir místicos adicionales.
En conceptos fundamentales su pensamiento modificó el formalismo y
sacramentalismo crasos de muchos teólogos del continente. Un escritor anónimo
produjo una obra que Martín Lutero, el gran reformador alemán, publicó
posteriormente y a la que apreciaba grandemente y llamaba “teología alemana”,
por estar en contra de la teología escolástica de la Iglesia Romana. Este
escrito estaba profundamente influido por el misticismo alemán y por la
teología escrituraria.
El sistema de Roysbroeck en los Países Bajos exaltaba el estudio
del Nuevo Testamento y fue muy
influyente en la preparación del camino para el movimiento de reforma que
estalló después. Gerardo Groote, un laico místico de los Países Bajos, encabezó
la formación de la organización llamada los Hermanos de la Vida Común, cuyo
propósito era seguir los conceptos píos y místicos de Roysbroeck y hacerlos
accesibles a otros.
Ellos establecieron varias escuelas en los Países Bajos y en
Alemania. Erasmo asistió a una de esas escuelas por un tiempo, y Lutero mismo también. A Tomás de
Kempis se le atribuye haber escrito una guía devocional que todavía es valiosa:
Imitación de Cristo.
Muchos de los místicos se encontraban en los monasterios. Meister Eckhart
era monje dominico. Indudablemente que las largas horas de reflexión y
contemplación proporcionaban amplia oportunidad para desarrollar tendencias
místicas o, de hecho, para la aparición de ideas extremas de ceremonialismo.
La tendencia era alcanzar cualquier extremo: obtener un apasionado
amor por el sacramentalismo excesivo o un vínculo genuino con Dios aparte de
las exterioridades. Un gran partido de los franciscanos rompió con la mayoría
en un esfuerzo por seguir más de cerca la sencilla ética de su fundador. Su
sencillez mística y escrituraria detestaba el cristianismo fastuoso y cismático
del papado. Se unieron tan celosamente en el clamor de reforma que fueron
condenados como herejes y muchos fueron martirizados.
CLAMORES POPULARES DE REFORMA
El cisma papal, extendiéndose como lo hizo a todas las diócesis y originando serias dudas en la mente
de todo católico romano respecto a cuál
papa (y cuál obispo) era el verdadero, fomentó en cada parte un deseo popular de reforma. El motivo
inmediato era conseguir la unidad del papado.
Puesto que los papas rivales se anatematizaron uno a otro y a sus partidarios, lo que realmente negaba
la eficacia de cualquier sacramento y acto
oficial del falso papa y de sus seguidores, y puesto que nadie sabía cuál era el papa correcto, la mayor
confusión y temor general reinaban entre
las masas. Las organizaciones de laicos florecieron, y las órdenes de mujeres aparecieron con el énfasis
en la necesidad de reforma.
Compendio Final
El deseo de reformar la Iglesia Romana surgió por varios motivos.
El estudio de la Biblia, el despertar intelectual, el patriotismo, las condiciones
económicas y sociales, consideraciones militares, y el hambre religiosa, se combinaron para procurar la reforma.
Se podían oír voces de prácticamente todos los
principales países.
El
siguiente capítulo discutirá el esfuerzo por traer la reforma, primeramente por
medio de los concilios. Cuando menos esto remedió el cisma papal, aunque no se
hizo ningún proceso respecto a reformar al papado mismo.
La dominación del papado por los intereses franceses de 1309 a
1378, y el escandaloso cisma de casi cuarenta años, después del intento de
retornar el papado a Roma, acentuaron la necesidad de reforma. Sin embargo, las
circunstancias y las creencias tradicionales parecían hacer imposible cualquier
clase de reforma.
En primer lugar, no había manera de determinar quién era el ocupante
propio de la silla papal. Cada uno de los papas estaba respaldado por un grupo
de cardenales legítimamente nombrado y adecuadamente consagrado. Cada uno se
había declarado el verdadero papa y había anatematizado a su oponente. Peor
aún, cada uno tenía suficiente respaldo político para mantenerse en su puesto.
En segundo lugar, ¿qué podía hacerse contra un papa, asumiendo que
uno de los dos o tres fuera el verdadero? Tan temprano como el siglo V, el papa
Símaco había publicado la teoría de la irresponsabilidad papal. Para 503 esta
idea había recibido aprobación dogmática. Ampliada con el paso de los siglos,
esta doctrina enseñaba que aunque el papa estuviera en completo error, no podía
ser sometido a juicio sino por Dios; ningún tribunal en la tierra podía desafiar
las doctrinas, la moral, los motivos, o los decretos de un papa. ¿Cómo podía,
entonces, tomarse una acción para remediar el cisma?
PROTESTAS INDIVIDUALES
En el capítulo anterior se bosquejaron algunas de las protestas de
todas partes de la Iglesia Romana. Se exigían planes de reforma, y se dirigían severas
críticas contra el gobierno y las doctrinas papales. Sin embargo, en vista de
la noción tradicional de que nadie podía corregir a un papa, y la duda respecto
a cuál pretendiente era el verdadero papa, no se hizo ningún movimiento
práctico.
LAS OPINIONES DE LOS ERUDITOS
A pesar de las repetidas apelaciones a ambos papas después de
1378, ninguno tomó la iniciativa para restaurar la unidad papal. Los eruditos
de las diversas escuelas teológicas, cuyos conceptos habían sido de gran peso en
las controversias teológicas, fueron consultados acerca de la mejor manera de
terminar el cisma.
Era inevitable que la idea de Marsiglio de Padua, escrita en 1324
en su Defensor Pacis, fuera
hecha válida, es decir, que un concilio general posee suprema autoridad en el
cristianismo. Esta misma sugestión fue hecha por otros dos eruditos, Conrado de
Gelhausen en 1379 y Enrique de Langenstein en 1381. Para 1408 la mayoría de los
eruditos de las grandes universidades del continente estaban de acuerdo en que
el único modo de remediar el cisma era mediante un concilio general.
Los eruditos no pudieron ponerse de acuerdo en cuanto al arreglo
del concilio. Algunos pensaban que todos los verdaderos cristianos debieran constituir
la membrecía; otros favorecían el precedente de los concilios generales
primitivos y limitaban la membrecía sencillamente a los obispos que, decían,
constituían la iglesia visible.
Sin embargo, había un problema. ¿Quién convocaría el concilio? Los
emperadores habían convocado algunos de los concilios anteriores, pero los
papas habían reclamado esa prerrogativa por muchos siglos. Ninguno de los papas
deseaba convocar el concilio; sin embargo, los cardenales de los papas rivales
fueron convencidos de que era necesario un concilio general para restaurar la
paz y la unidad.
EL
CONCILIO DE PISA (1409)
El concilio general se reunió en Pisa, en marzo de 1409, al
llamado de los cardenales. El concilio intentaba resolver tres problemas: el
cisma papal, la reforma y la herejía. El primero de estos problemas era
considerado el propósito principal del concilio. La asistencia fue buena y tomó
la acción definida de declarar vacante el trono papal.
Los cardenales que representaban a ambos papas se unieron para
elegir a uno nuevo, que tomó el nombre de Alejandro V. Puesto que ninguno de
los dos papas existentes, Gregorio XII y Benedicto XIII, reconocían al concilio
como una asamblea válida o autorizada, el resultado neto fue sencillamente la adición
de otro papa.
EL CONCILIO DE CONSTANZA (1414-18)
Los errores del Concilio de Pisa eran evidentes. Entre otras
cosas, muchos de los obispos deseaban más información acerca de la autoridad de
un concilio, particularmente al deponer a un papa. Otros pensaban que el concilio
debía haber sido convocado por un papa, no por los cardenales o por un poder
secular.
Además, parecía que los factores políticos determinarían de un
modo u otro si cualquier acción de un futuro concilio sería efectiva o no. Tal
como estaba, cada tino de los tres papas tenía suficiente apoyo político y
militar para mantenerse en el puesto. El nuevo papa, Alejandro V, fue
reconocido por Inglaterra, Francia, Hungría, y partes
de Italia; Benedicto XIII fue llamado papa por España y Escocia, mientras que Gregorio XII tenía la mayor parte del
apoyo de Italia y el de Alemania.
Dos
hombres remediaron estos defectos. Juan Gerson, uno de los campeones de la idea
conciliar después de 1408, determinó investir a un futuro concilio con
autoridad expresa para proceder e intervenir en el cisma, la reforma y la
herejía. El otro, el emperador alemán Segismundo (1410-37), determinó
proporcionar apoyo político suficiente para hacer efectivos los decretos del
concilio.
Segismundo
tuvo la primera tarea, y obró diligentemente en ella. El indujo al papa Juan
XXIII (sucesor de Alejandro V) a convocar un concilio general que se reuniera
en Constanza. Con astutas tácticas políticas él consiguió el apoyo de los gobernantes
español, inglés y borgoñón para el concilio. El había escogido Constanza en
Alemania como el lugar de la reunión para neutralizar la influencia del clero
italiano, todo el cual prácticamente favorecía a Juan XXIII.
Además,
se hicieron arreglos para que el concilio votara por naciones en vez de por
individuos, evitando de esta manera los planes de alguno de los papas
interesados para “amarrar” la reunión. De esta manera cada una de las cinco
naciones, Inglaterra, Francia, España, Alemania e Italia, tenía un voto y debía
votar como una unidad.
Gerson
y sus partidarios hicieron su parte. Por medio de la influencia de Gerson el
concilio aprobó un decreto en abril de 1415, definiendo su propia autoridad.
Pretendía representar a Jesucristo y declaraba que sus decisiones sobre todos
los asuntos religiosos eran válidos para todo cristiano, incluyendo al papa o a
los papas. Este decreto, por supuesto, cortó al través directamente las
pretensiones papales de siglos.
Aprobado
unánimemente por el concilio ecuménico, desafiaba los antiguos dogmas de la
Iglesia Romana que se pretendía no estaban sujetos a cambio, y daba un ejemplo
de un supuesto concilio infalible y un papado infalible en conflicto.
Procediendo con este decreto, el concilio apresó violentamente al papa Juan
XXIII y lo depuso en mayo de 1415; Gregorio XII renunció entonces; Benedicto
XIII fue depuesto dos veces, aunque él se rehusó a aceptar esta acción.
Otra
innovación ocurrió. En vez de tener un nuevo papa elegido por los cardenales,
el concilio se puso de acuerdo en que esos cardenales presentes en el concilio,
suplementados por treinta miembros del concilio, eligieran un nuevo papa, con
sólo dos tercios de la mayoría requerida para la elección.
Ellos
escogieron a uno que tomó el nombre de Martín V. El tomó
su puesto inmediatamente, pues tenía suficiente apoyo político para garantizar su aceptación universal. El cisma había casi
terminado. Benedicto XIII se había negado a
renunciar, pero después de su muerte en 1424,
su sucesor fue reconocido sólo por Aragón y Sicilia, y en 1429 el cisma terminó completamente.
El segundo problema del Concilio de Constanza era la reforma.
Después de la elección de Martín V el concilio aprobó otro decreto que
rechazaba las pretensiones papales de casi un milenio. Este decreto estipulaba
que los concilios generales se reunirían otra vez en cinco años y en siete años
y que de allí en adelante tales concilios se reunirían cada diez años. Los futuros
papas estarían sujetos a instrucción por estos concilios.
Las antiguas pretensiones papales de superioridad sobre los
concilios parecían destinadas a desaparecer. Sin embargo, la actitud del nuevo
papa debería haber prevenido a los dirigentes conciliares. Martín V había
apoyado la idea conciliar hasta su elección como papa; entonces inmediatamente
se volvió anti-conciliar. Cuando el concilio se esforzaba por efectuar la reforma,
el nuevo papa trabajaba febrilmente para impedir la adopción de medidas anti
papales. Y él podía lograrlo.
El problema de la herejía también ocupaba la atención del
concilio. Ya se ha mencionado la quema de Juan Huss y de Jerónimo. El estallido
de las guerras husitas muestra que el concilio no era sólo religiosamente sospechoso
sino también políticamente imprudente.
EL CONCILIO DE PAVÍA Y SIENA (1423)
El cisma papal había sido remediado, pero la reforma todavía no
había empezado. Martín V (1417-31) defendió las pretensiones papales tradicionales
en un esfuerzo por neutralizar los decretos del Concilio de Constanza, que
pretendía ser la suprema autoridad en el cristianismo.
Sin embargo, el papa creía necesario llevar a cabo el decreto de
Constanza previniéndose para el llamado de un concilio general en cinco años, especialmente
dado que los bohemios todavía estaban amenazando y los turcos otomanos estaban
ganando nuevas victorias generales. La peste en Pavía obligó al cambio del
concilio a Siena. El papa disolvió el concilio pronto, sin embargo, alegando
como razón la escasa asistencia.
EL CONCILIO DE BASILEA (1431-49)
Ya se había planeado en el Concilio de Constanza convocar a otro concilio
general siete años después del Concilio de Pavía. El papa Martín V había
consentido en convocar este concilio, pero murió antes que se reuniera. Su
sucesor, Eugenio IV (1431-47), había prometido apoyar el programa conciliar
como condición para su elección, pero violó su promesa. Cuando el concilio se
reunió y mostró el espíritu del Concilio de Constanza, Eugenio trató de
disolver la asamblea antes de que tomara ninguna medida.
La presión política lo disuadió. Este concilio enfrentó tres
problemas: cómo tratar con los combatientes husitas; qué hacer respecto a una
reforma de la iglesia, y cómo efectuar una reunión del cristianismo occidental
con el oriental, deseada por algunos de los dirigentes occidentales como manera
de alejar a los turcos otomanos que estaban amenazando capturar Constantinopla.
El concilio tuvo un éxito parcial al tratar con los bohemios. Al
apaciguar al partido moderado (los ultra-quistas o calixtinos), se causó una
división entre ellos y los taboritas más radicales. El resultado fue otra
guerra civil en Bohemia, pero los católicos pudieron derrotar a los taboritas y
reprimir el esparcimiento de sus ideas.
Por un breve período pareció que algunas reformas eclesiásticas
efectivas resultarían de las deliberaciones del concilio. Sin embargo, tan
pronto como el concilio tocó la persona del papa y su autoridad, la influencia papal
impidió más progreso. Eugenio decidió tratar con el concilio como el concilio
había tratado con los bohemios: dividir y conquistar. El asunto de la unión
entre el Oriente y el Occidente recibió énfasis en el concilio.
Cuando surgieron agudas diferencias, el papa denunció al concilio
y en 1437 lo cambió a Ferrara por medio de una bula papal, y de aquí a Florencia
en 1439. Una parte substancial se negó a sujetarse al edicto papal y continuó
reuniéndose en Basilea. Allí votó deponer a Eugenio como papa y escogió a otro,
que tomó el nombre de Félix V (1439-49).
Ahora había otra vez dos papas, pero Félix no tenía apoyo
político, y hubo una reacción general al pensar en otro cisma papal.
Consecuentemente, el concilio de Basilea fue desacreditado y en 1449 se sometió
a Nicolás V (1447-55), que había sucedido a Eugenio. Los esfuerzos conciliares
por reformar al papado habían fracasado.
EL CONCILIO DE FERRARA Y FLORENCIA (1437-39)
La principal razón para que el papa Eugenio cambiara el Concilio
de Basilea a Ferrara y después a Florencia fue desacreditar al partido reformador
de Basilea. El papa estaba decidido a que no hubiera reforma por medio de un
concilio. Por esta causa, gran parte de la responsabilidad del movimiento
cismático conocido como la Reforma debe atribuirse a él.
El concilio de Basilea estaba ansioso de hacer reformas, e
indudablemente las hubiera hecho en el sentido de las Sanciones Pragmáticas de
Francia, que se mencionarán después.
Es cierto que los representantes de la Iglesia Griega preferían
reunirse en una ciudad italiana, pero esto era de pequeña importancia. De
hecho, el asunto de la unión del Oriente y el Occidente estaba destinado al
fracaso antes que la delegación griega llegara a Ferrara en 1438. La mayoría de
los del Occidente estaban absolutamente opuestos a la unión bajo cualquier
circunstancia.
La minoría deseaba la unión sencillamente para conseguir ayuda
militar y política contra los turcos. En el concilio el papa consintió en
organizar una nueva cruzada contra los turcos, y en reciprocidad el
Oriente debía reconocer la supremacía universal del papa. Este acuerdo, sin
embargo, fue prontamente repudiado por el clero oriental.
RAZONES DEL FRACASO DE LOS ESFUERZOS CONCILIARES
La caída del concilio de Basilea en 1449 puso fin al movimiento
iniciado cuarenta años antes en el concilio de Pisa. Algunas razones del
fracaso del esfuerzo por reformar la iglesia en su cabeza y sus miembros son evidentes.
Entre otras cosas, había falta de unidad en los motivos de la reforma. Algunos
estaban interesados en la reforma sólo desde un punto de vista político;
algunos estaban tratando de pescar en río revuelto con la esperanza de ventaja
personal, mientras que algunos otros estaban deseosos de seguir en el
movimiento mientras fuera popular.
Una solución parcial del inmediato problema, el cisma papal,
mitigó el deseo de una reforma completa. Cuando el Concilio de Constanza solucionó
en 1417 los problemas más apremiantes que enfrentaba, ni el animoso informe de
la autoridad del concilio escondió el hecho de que en las mentes de muchos el
concilio había ido tan lejos como podía. Con un solo papa con el cual
habérselas, el caudillaje en una reforma estricta traía el peligro de
represalias efectivas.
El antagonismo activo de los papas predestinaba al fracaso
cualquier intento de reforma. Los diversos papas de la primera mitad del siglo
XV estaban de acuerdo, al principio, con los esfuerzos de los reformadores conciliares,
hasta que eran elegidos para el alto puesto. Entonces su simpatía por la
reforma y su reconocimiento de la autoridad de un concilio se desvanecía
inmediatamente. El período relativamente largo entre las reuniones de los
concilios reformadores le daba al papado oportunidad de recuperar mucho de su
fuerza y prestigio.
DESPUÉS
DE LOS CONCILIOS REFORMADORES
Aunque no se había alcanzado un programa efectivo de reforma, la
batalla no se había perdido completamente. Las diversas naciones representadas en
los concilios habían visto de primera mano la necesidad de reforma y la actitud
del papado hacia la reforma. También habían captado un vislumbre de la
autoridad que llevaba la fuerza política y militar.
Consecuentemente, Inglaterra, España y Francia, ya fuertes y
unificadas, podían conseguir concesiones importantes del papado con referencia
al control de la iglesia dentro de sus fronteras. Francia, de hecho, poco
después del fracaso del concilio de Basilea, convocó a una reunión del clero y
promulgó las Sanciones Pragmáticas de 1438, que llevaban a cabo para Francia la
misma cosa que los proponentes conciliares esperaban viniera para todo el cristianismo,
del concilio general.
Estas Sanciones declaraban que un concilio general era la suprema
autoridad en el cristianismo, y, entre otras cosas, reclamaba la autonomía
francesa para llenar sus vacantes eclesiásticas. Es muy significativo que los
Estados Alemanes organizados sin coherencia, donde el movimiento de reforma
estalló posteriormente, hubieran sido incapaces de conseguir ninguna de tales
concesiones, y consecuentemente sintieron más duramente las cargas financieras
y eclesiásticas de la tiranía papal.
El fracaso del movimiento conciliar pareció aumentar la arrogancia
de los papas romanos. El tono moral y religioso
del papado, desde el fin del Concilio de Basilea hasta la reforma luterana, fue
indescriptiblemente bajo.
Dos de los papas eran humanistas completos (Nicolás V, 1147-55, y Pío
II, 1458-64); uno de ellos un déspota de pacotilla (Sixto IV, 1471-84); dos de
ellos eran descarados en su inmoralidad y vicio (Inocente VIII, 1484-92, quien
abiertamente reconocía y promovía a sus siete hijos ilegítimos, y Alejandro VI,
1492-1503, notable por su inmoralidad, vicio y violencia); uno había sido un
oficial del Ejército (Julio II, 1503-13), mientras que el papa de la reforma,
León X (1513-21), públicamente llamaba al cristianismo una fábula lucrativa y
pasaba su tiempo en su pabellón de caza.
Si hubiera habido papas rectos y prudentes en este período, es muy
probable que el siguiente esfuerzo de reforma hubiera sido diferente en su
dirección y consecuencias. La sucesión de hombres de este calibre garantizó la
certeza de la calamidad que se avecinaba.
COMPENDIO FINAL
El
delicado problema de acabar con un cisma papal fue resuelto finalmente por
medio de la autoridad de un concilio general, reforzado con apoyo militar y
político. Tal acción indica que el concilio es superior a los papas, un hecho
que fue posteriormente negado por los papas siguientes, pero que los estableció
en su oficio y sucesión. Negar la autoridad de un concilio para deponer papas
parecía negar la validez de su propia sucesión.
La
reforma completa de la Iglesia Católica Romana, en su cabeza, y miembros, sin
embargo, no podría completarse por concilios reformadores, pese a muchos
esfuerzos durante cuarenta años. Los ocupantes del oficio papal en el medio
siglo inmediato antes de la reforma constituyen una amplia evidencia de la
necesidad de la reforma.
DISENSION ECLESIASTICA
Un factor de gran importancia en la declinación papal y en el
clamor de reforma fue la presencia en todas partes de disensión anti-papal. Es
difícil juntar en una palabra descriptiva todos los grandes movimientos que existían
exactamente antes de la Reforma. El único registro de tantos de ellos viene de
su persecución por la Inquisición. Algunos de los movimientos eran
distintivamente medievales en su concepción religiosa.
Otros tenían principios evangélicos. Es difícil hoy día
interpretar correctamente los movimientos religiosos contemporáneos a pesar de
la posesión de extensa literatura de sus propios adherentes. El problema de intentar
dar un verdadero cuadro de movimientos cuyos únicos registros son de un hombre,
un enemigo de la causa e incapaz de diferenciar objetivamente entre lo
evangélico y lo herético, es muy grande.
La misma situación hace más difícil el asunto de determinar las
relaciones y la historia de cualquiera de tales movimientos. ¿Estaban esos
disidentes anti-papales aislados y separados en sus varios movimientos, o había
correspondencia entre ellos? ¿Representaban los frutos de movimientos anteriores,
o surgieron completamente nuevos? Tales asuntos tienen apasionados defensores
en ambos extremos y no pueden
ser resueltos completamente. Las conclusiones, por eso, en muchos casos son un
asunto de actitud y juicio personales.
EVIDENCIAS DE UNIDAD Y CONTINUIDAD
Los remanentes literarios de oposición concertada contra la
Iglesia Romana serían naturalmente bastante escasos. Hay indisputable evidencia,
sin embargo, de que muchos de los movimientos que una vez se pensó estaban
aislados y separados, en realidad tenían íntima comunión y correspondencia.
Por ejemplo, partidos evangélicos de Alemania, Austria e Italia,
se reunían en convención ya para 1215, para discutir puntos de mutua creencia.
También había tenido lugar constante correspondencia entre los disidentes
evangélicos de todas partes de Alemania y Bohemia mucho antes de la Reforma. En
el siglo XIII el papa Inocente III denunció la traducción de las Escrituras al
lenguaje del pueblo, y la posesión de las Escrituras en lengua vernácula fue
considerada como herejía.
Aún. Antes de la versión inglesa de Wycliffe en el siglo XIV, los
disidentes traducían la Biblia al lenguaje del pueblo. Existían docenas de
traducciones alemanas en el siglo XV; algunas mostraban evidencia de ser un
trabajo independiente, mientras que otras dejaban ver una fuente común, que señalaba
a grupos muy distantes.
Mucho después que empezó la Reforma los anabautistas de Alemania
usaban estas antiguas traducciones en vez de la traducción de Lutero. Un
interesante reflejo de las conexiones entre los disidentes se ve en el hecho de
que los valdenses de Italia y Francia, los Hermanos de la Vida Común en los
Países Bajos y Alemania, y los Hermanos Unidos de Bohemia, usaban el mismo
catecismo para la instrucción religiosa de los niños. Se encuentran ediciones
del mismo catecismo en francés, italiano, alemán y bohemio.
No es difícil encontrar evidencia convincente de que muchos de los
movimientos disidentes de los siglos XIII y XIV eran sucesores de grupos más
primitivos. Doctrinas peculiares, notables en el sistema de los paulicianos
orientales de la Edad Media temprana, por ejemplo, fueron reproducidas por los
bogomilas de los Balcanes y por los cátaros de Francia y Alemania. La
dispersión occidental de los paulicianos es un hecho histórico.
El nombre de los cátaros (griego tanto en la forma como en el
espíritu) los señala como un movimiento oriental trasplantado al Occidente,
probablemente una reaparición de los disidentes paulicianos y bogomilas. Hay
evidencias de la persistencia del antiguo cristianismo de Bretaña (interrumpido
por el Sínodo de Whitby en 644), así como del antiguo cristianismo del
Continente. La rápida dispersión de la reforma de Lutero y la repentina
aparición de congregaciones anabautistas organizadas por todo el continente en
el siglo XVI, testifican de un amplio fondo evangélico.
IMPEDIMENTOS PARA LA CERTEZA HISTÓRICA
Es imposible ser dogmático sobre la historia de la disensión en
este período. La parquedad del material histórico lo impide. La mayor parte de los
remanentes literarios fueron preparados por los enemigos de la disensión, y
conseguidos mediante las más crueles torturas por los inquisidores.
Antes de la supresión de la disensión por la organización central
de la Curia Romana, esta obra era llevada a cabo por obispos locales o por
predicadores en campaña, como Bernardo, el monje cisterciense. Bajo estas
circunstancias, hasta los registros inquisitoriales son escasos, y
prácticamente no hay evidencia de ninguna clase acerca de los disidentes y sus
creencias.
Por ejemplo, aunque los bogornilas del siglo XII hayan llegado a
ser tantos como dos millones, uno de los principales registros de sus creencias
viene de un monje bizantino llamado Eutimio, que murió en 1118. El daba cuenta
de cómo, entre otras cosas, ellos rechazaban la cena del Señor como un
sacrificio de demonios, llamaban a las iglesias moradas de demonios y al culto
a las imágenes dentro de ellas, idolatría, y a los “Padres de la Iglesia” los
calificaban de falsos profetas contra los cuales Jesús había advertido.
Tales cargos indudablemente eran similares a los hechos contra los
cristianos primitivos: eran llamados ateos porque no tenían ídolos, caníbales
porque participaban del cuerpo y la sangre de Cristo, e inmorales porque
hablaban del amor cristiano. Tal vez los bogomilas rechazaban la Misa,
rechazaban las iglesias ortodoxas, y se oponían a la idolatría.
Por toda la descripción hecha, los bogomilas parecen haber sido el
producto de la obra misionera de los paulicianos entre les búlgaros. Cuando
menos, sus pretendidas doctrinas reflejan algo de las peculiaridades de los
paulicianos, modificadas por las tendencias dualistas y maniqueas.
Otro ejemplo de la parquedad de los registros se ve en la historia
de los petrobrusianos y los enriquianos. Estos movimientos empezaron separadamente
pero se unieron. Mucho de lo que se conoce de los petrobrusianos viene de la
pluma de un enemigo católico romano. Pedro de Bruys era un sacerdote de la
Iglesia Romana en el siglo XII. Había sido alumno de Abelardo, el gran
librepensador. Por el año 1104 empezó su carrera como reformador en el sur de
Francia, y fue muy influyente hasta su martirio por el año 1126.
Enrique de Lausana era un monje católico romano que se asoció con
Pedro como reformador. Después de un largo y activo ministerio murió como
mártir en 1148. La naturaleza evangélica de las cosas que estos hombres
enseñaron es evidente, a pesar de la denuncia de sus doctrinas por sus
biógrafos enemigos.
(1)Ellos negaban que el bautismo de niños fuera bautismo, y decían
que sólo una profesión de fe inteligente de la persona por sí misma (sin substituto)
traía la salvación.
(2)Ellos rechazaban vehementemente las cruces en la adoración, puesto
que Cristo fue muerto en una. Ni los templos ni las iglesias eran necesarios
para el culto a Dios.
(3)Ellos negaban la doctrina de la transubstanciación, y tal
vez se negaban a observar la Cena de ninguna manera.
(4)Sólo reconocían las Escrituras como autoritativas, negando la autoridad
de los Padres primitivos y de la tradición.
INOCENTE
III Y LA DISENSIÓN
El papa que cerró el período anterior y que abrió el presente
(Inocente III, 1198-1216) tuvo contacto con dos grupos disidentes: los
valdenses y los cátaros. Ambos movimientos tenían una larga historia antes de
ese tiempo.
El origen de los valdenses está en disputa. Hasta el origen de su
nombre está en duda. Tal vez lo empezó Pedro Waldo de Lyon, Francia, en los últimos
años del siglo XII. El encabezó un movimiento en que los laicos deliraban por
la enseñanza y el canto de las Escrituras. El grupo fue excomulgado en 1184,
pero continuó extendiéndose rápidamente por el sur de Francia, por Italia,
España y por el Valle del Rin.
Los inquisidores que procuraban información sobre las creencias de
los valdenses testifican que tenían casi las mismas doctrinas que los petrobrusianos:
las Escrituras como única autoridad, la necesidad del bautismo del creyente, la
negación de la autoridad de la Iglesia Romana, rechazamiento del purgatorio y
del mérito de orar a los santos, y la negación a creer que el pan y el
vino se cambian en el cuerpo y la sangre de Cristo por el sacerdote.
Además se afirmaba que los valdenses permitían que los hombres
predicaran sin una ordenación adecuada, difamaban al papa, se negaban a hacer
confesión canónica y rechazaban los juramentos y la guerra. Por 1212 algunos de
estos grupos se acercaron a Inocente III para pedir permiso de reunirse y leer
las Escrituras. El papa dio su permiso, pero tres años después inició un
decreto de condenación contra todos los valdenses.
En un esfuerzo por inutilizar el movimiento, dos sínodos católicos
sucesivos prohibieron la lectura de la Biblia en el lenguaje del pueblo, ya
fuera por laicos o por clérigos. Aunque fueron severamente perseguidos, los
valdenses continuaron hasta el presente tiempo.
El grupo conocido como los cátaros apareció en Francia en el siglo
XI. Sus doctrinas eran muy similares a las de los bogomilas. De hecho, los cátaros
de Francia consideraban a Bulgaria como su lugar de origen y reconocían a un
jefe bogomila como su cabeza espiritual. Su concepto dualístico de Dios y su
cristología docética sugieren una fuerte influencia maniquea, otra indicación
de que tal vez su sistema doctrinal se originó en el Oriente, donde el
maniqueísmo era más fuerte.
Los disidentes conocidos como albigenses (porque vivían cerca de
Albi en el sur de Francia) eran cátaros. Inocente III (1198-1216) decidió, en vista
de la gran fuerza del movimiento, que debían emplearse fuertes medios para
desarraigarlo. Consecuentemente, Inocente envió dos delegados a Francia para
empezar el esfuerzo. Habían sido persuadidos por el obispo de Osma y por
Domingo, de probar primero medios religiosos.
Asumiendo la apariencia de limosneros, los delegados y otros
vagaron descalzos y presentaron un ejemplo de humildad y pobreza. Pocos albigenses
se convencieron. Pronto siguieron medidas violentas.
El conde Raymundo de Tolosa era el gobernador nominal del área
donde los herejes vivían, pero fue indiferente a sus conceptos religiosos
puesto que eran buenos súbditos. Uno de los delegados fue asesinado en 1208, y Raymundo
se convirtió en sospechoso de complicidad, o al menos fue acusado de ello.
Inocente III proclamó una cruzada contra Raymundo y los albigenses. Quienquiera
que los conquistara tendría el territorio como botín de guerra.
Cuando las ciudades eran capturadas, sus habitantes eran matados o
vendidos como esclavos. Los albigenses huyeron por toda Europa, y otros de los
cátaros siguieron su ejemplo. El papa Inocente promovió, mediante el Cuarto
Concilio Lateranense de 1215, tres cánones relativos a los herejes: los
gobernadores seculares no deben tolerar a los herejes en su dominio; los
gobernadores seculares que se nieguen a desarraigar a los herejes deben ser
echados, ya sea por sus súbditos o por cruzados del extranjero; las cruzadas
contra los herejes en el propio país traen todos los privilegios sacramentales
y las indulgencias que se conceden a las cruzadas contra los turcos en
Jerusalén.
LA EXTENSIÓN DE LA DISENSIÓN ECLESIÁSTICA
Un método de notar la amplia extensión de la disensión contra el
sistema católico romano es el geográfico. Entre 1215, y las tesis de Lutero en 1517,
es posible encontrar grupos considerables de disidentes en casi cada sección
del mundo occidental. La disensión era fuerte también en Oriente, pero esa área
no estaba incluida en el dominio del papado después de 1054, y no participó en
la reforma.
INGLATERRA.
En Inglaterra los lolardos (nombre dado a los “pobres sacerdotes”
de Wycliffe) constituyeron un movimiento disidente grande y agresivo. Un escritor
católico romano de fines del siglo XIV dijo que uno de cada dos hombres parecía
ser un seguidor de Wycliffe. Los lolardos eran bastante fuertes en 1395 para
presentar una petición al Parlamento atacando la Iglesia Romana y sus
doctrinas, condenando en particular el sacerdocio romano, al celibato romano,
la transubstanciación romana, las liturgias romanas y las oraciones por los
muertos, la confesión auricular, y las cruzadas romanas.
Cuatro años después, con el ascenso de Enrique IV que estaba bajo
la influencia del Arzobispo Tomás Arundel de Canterbury, empezó la persecución
de los lolardos. Después de 1417 se volvieron clandestinos, pero su influencia
y sus doctrinas no fueron destruidas.
FRANCIA Y ESPAÑA.
Ya se ha hecho referencia a los movimientos disidentes de Pedro de
Bruys y Enrique de Lausana y a los cátaros. Algunos historiadores creen que
mediante estos grupos casi todo el sur de Francia se volvió anti papal durante
el siglo XII. Cuando la persecución albigense empezó en el siglo XIII, muchos
de los cátaros huyeron a España y fueron victimados por la inquisición
española. Una de las cartas de Bernardo, el sobresaliente predicador del siglo
XII, señala que las iglesias estaban sin congregaciones por causa del
movimiento herético.
ITALIA.
Los reformadores no eran desconocidos a la misma puerta de la sede
papal. Una de las figuras reformadoras sobresalientes fue Arnoldo de Brescia en
el norte de Italia. Sus censuras contra el papado iban dirigidas principalmente
a las actividades seculares y financieras del clero, que, decía él, no debían
ocupar su atención. Sólo las ofrendas voluntarias debieran proporcionar el
sostén de los dirigentes religiosos.
El huyó de Italia en 1139 para escapar a los cargos de herejía,
pero en 1145 asumió la dirección de un movimiento popular que quería expulsar
al papa y procuraba la restauración de la antigua república romana. Diez años después,
arrollado por la alianza militar del papa Alejandro III, Arnoldo fue
martirizado.
Es probable que Arnoldo fuera el fundador del grupo conocido como
los arnoldistas y la inspiración del movimiento desarrollado más tarde conocido
como los Hombres Pobres de Lombardía. No se conoce mucho de estas dos sectas,
excepto que son frecuentemente mencionadas como herejes en los escritos
católicos romanos de los siglos XIII y XIV. Parecen haberse opuesto
vigorosamente al sistema católico romano, haber negado que el agua en el
bautismo trae perdón, y haber censurado al clero romano por su secularización y
corrupción.
Otro grupo italiano conocido como los humillados se levantó en el
siglo XII. Se conoce muy poco de ellos, excepto que eran clasificados como herejes,
y se les menciona en tal manera que parecen haber estado asociados con los
valdenses.
La influencia de estos disidentes era muy extensa en el norte de
Italia. En un documento escrito alrededor del 1260, un autor anónimo señaló que
en el norte de Italia los valdenses tenían más escuelas que la iglesia
ortodoxa, y también tenían más oyentes. Además declaraba que por su gran
número, los herejes tenían disputas públicas contra el catolicismo y servicios
en el mercado o a campo abierto.
LOS ESTADOS ALEMANES.
El movimiento valdense también se propagó en muchas áreas en los estados
alemanes. El mismo autor que describe el gran número de valdenses en Italia
habla de la gran extensión de valdenses por Passau en el Río Danubio. Nombraba
cuarenta y dos lugares en la diócesis católica de Passau que estaban afectadas
por la herejía.
En doce de estos lugares los valdenses tenían escuelas y en una de
ellas un obispo. Documentos católicos romanos de un siglo y medio después
(1389) describen noventa y dos puntos de doctrina y práctica papales rechazados
por los valdenses, y da evidencia de que este movimiento se había vuelto
completamente evangélico en su. concepto doctrinal.
En el siglo XIV dos teólogos en escuelas alemanas enseñaban abiertamente
doctrinas que diferían de las enseñanzas del sistema romano.
Uno era Juan de Wesel. El colocaba sólo a las Escrituras como
autoridad final en el cristianismo. Rechazaba las pretensiones sacerdotales de gobernar
la salvación y negaba la doctrina de la transubstanciación. Tomado prisionero
por las autoridades romanas en Mainz, murió en 1482.
El otro teólogo fue Wessel Gansfort, que murió en 1489. El
proclamaba la doctrina de la justificación por la fe y atacaba la doctrina de las indulgencias. Más tarde Lutero
confesó que toda su reforma doctrinal era tan evidente en los escritos de
Wessel Gansfort que si Lutero hubiera estado familiarizado con estos escritos,
sus enemigos lo hubieran acusado de conseguir material de esa fuente.
LOS PAÍSES BAJOS Y EL VALLE DEL RIN.
Los registros hablan de movimientos heréticos en el siglo XII,
también en el norte de Europa. En los Países Bajos, Tanquelmo (1115-24)
denunció fuertemente a las iglesias católicas romanas y a los sacramentos como corrupciones
y en general siguió las
enseñanzas de Pedro de Bruys, de quien era contemporáneo. Casi al mismo tiempo
Eudo de Stella llevó un ministerio similar en el Valle del Rin.
Sus seguidores se exaltaban tanto por su predicación que destruían
iglesias romanas y monasterios. Fue apresado por la Iglesia Romana y murió como
mártir por el año 1148.
Otros disidentes, muy evangélicos y anti-papales, dejaron un
registro de su obra a lo largo del Valle del Rin. Claramente negaban las
doctrinas romanas de la transubstanciación y del bautismo infantil.
BOHEMIA.
Tal vez de todas las áreas de Europa, Bohemia había sido la más completamente
contagiada con la disensión. Históricamente, por supuesto, Bohemia había
procurado al mundo oriental como su modelo religioso, y sólo había aceptado la
iglesia latina porque había sido traída por los alemanes que protegían Bohemia
contra las invasiones magiares del siglo XI.
El resentimiento contra los extranjeros, política y
religiosamente, formó un fondo de disensión bohemia. Es bien sabido que los
eran muy fuertes en el sur de Bohemia, tan fuertes, que por el año 1340 ellos amenazaron
con destruir a sus enemigos católicos si ellos intentaban ejercer coerción
religiosa sobre ellos.
Después de las guerras husitas que siguieron a la quema de Juan
Hus en 1415, surgieron los dos partidos, el estricto (los taboritas) que
sostenía conceptos muy parecidos a los de los valdenses evangélicos. Ellos se
oponían enérgicamente a la Iglesia Católica Romana en todos los puntos, excepto
uno, la retención del bautismo infantil.
Uno de los dirigentes sobresalientes de la disensión bohemia del
siglo XV fue Pedro Chelicky, nacido en Bohemia por el año 1385. También él
siguió de cerca las doctrinas de los evangélicos valdenses; él permitía la
práctica del bautismo infantil, aunque negaba su validez en principio.
Los Hermanos Bohemios constituían el ala evangélica de la reforma husita.
Se organizaron en un esfuerzo por traer una reforma general dentro de la
iglesia nacional, así como para restaurar la pureza original que el cristianismo
había perdido. En su aspecto práctico este movimiento formaba una comunidad que
se esforzaba por vivir de acuerdo a la ley de Cristo.
La organización específica se efectuó por el año 1457. Antes de la
crisis de reforma de 1517, este movimiento se había extendido por Bohemia y
Moravia y había llegado a ser una considerable fuerza para la reforma. Mediante
el amplio uso de la recién inventada imprenta, de la organización de escuelas,
y de la amplia diseminación de sus doctrinas por Austria y Alemania, los
Hermanos tuvieron una parte importante en la preparación de los eventos del
siglo XVI.
COMPENDIO FINAL
Puede verse, entonces, que alguna clase de disensión apareció en
casi todas partes de Europa en este período. La escasez de registros hace
difícil juzgar las doctrinas o el límite de los movimientos. Debe recordarse
que esta descripción de estos movimientos no es exhaustiva. La miríada de reformadores
que persistieron bajo la superficie de la historia escrita no puede ser
conocida. Pero estaban allí.
La rapidez con que la reforma se desarrolló en el siglo XVI da
evidencia de esto. ¿De qué otra manera no es posible explicar cómo una gran
parte del Continente y de Inglaterra abrazara los movimientos de reforma tan
rápidamente entre 1517 y 1534?
Tal defección tan general de la Iglesia Romana demandaba una
disensión general como antecedente.
LA PLENITUD DEL TIEMPO
La palabra “reforma” que describe la revolución del siglo XVI, es,
en un sentido, un nombre inapropiado. Los eventos principales no se centran en una
reforma sino en un cisma. Ciertamente los que participaron en la organización
de nuevos cuerpos eclesiásticos consideraban a sus movimientos como el
verdadero cristianismo entrando o dirigiéndose a su canal primitivo. En ese
sentido hubo una reforma del cristianismo, no de la Curia Romana, porque la
Curia se negó a ser reformada.
En los últimos meses de 1517 un monje llamado Martín Lutero,
irritado por la reciente venta de indulgencias en un pueblo alemán cercano,
hizo público anuncio en la puerta de la iglesia de Wittenberg que él deseaba debatir
lo que la Iglesia Católica realmente pensaba acerca de las indulgencias.
En esta manera más que ordinaria empezó la reforma luterana. ¿Qué
fue lo que produjo comparativo éxito a los esfuerzos de Lutero cuando tantos
esfuerzos previos habían fallado? ¿Estuvo en el monje, en su ambiente, en las
circunstancias de su vida, en su herencia de generaciones anteriores? Estuvo en
todo eso.
FACTORES POLÍTICOS QUE COLABORARON PARA LA REFORMA
Prácticamente todos los cuerpos políticos de Europa contribuyeron
en alguna manera al progreso del movimiento de la Reforma. En la mayoría de los
casos no fue hecho a propósito. El gobierno más fuerte en Europa durante este
período era España. La península se había unificado políticamente por el
matrimonio en 1469 de Fernando de Aragón e Isabel de Castilla y por la
subsecuente conquista de áreas contiguas.
El nieto de esta pareja, Carlos I, se convirtió en rey en 1516 y
en 1519 fue elegido Santo Emperador Romano de la nación alemana. La última
sucesión lo tituló Carlos V, y así es mejor conocido. El heredó una nación
fuertemente católica, hecha así por la obra del Cardenal Jiménez, principal
consejero de la reina Isabel. Jiménez había instituido una reforma de la Iglesia
Católica en España que abolió los abusos papales y mucho del gobierno papal;
consecuentemente, ni Carlos ni su pueblo simpatizaron con los movimientos
continentales de reforma.
El emperador Carlos V fue el principal enemigo de la reforma
luterana y era más poderoso y aparentemente estaba más interesado en suprimirla
que los papas. Electo por su frivolidad sino por
un celo por restaurar la preeminencia de la antigua
fe católica que sus antepasados habían seguido.
El
principal rival de España durante el período de reforma era Francia. Esta
nación había conseguido un fuerte gobierno central mediante la sucesión de
hábiles reyes. La rivalidad entre España y
Francia se encendió antes de la irrupción de la Reforma. Tanto el rey
Fernando de España como Carlos VIII de Francia tenían pretensiones sobre el
reino de Nápoles en el sur de Italia.
En
1495 Carlos VIII fue coronado rey de Nápoles después de dirigir al ejército
francés por el centro de Italia y derrotar al pretendiente aragonés. El rey
Fernando de España decidió defender su pretensión de Nápoles y en 1504 echó
fuera de Nápoles a Luis XII (1498-1515), sucesor de Carlos VIII, y ocho años
después lo echó completamente fuera de Italia. Esto marcó el principio de una
serie de guerras entre Francia y España, que en un sentido salvó la reforma luterana.
El
principal oponente de Lutero, el emperador Carlos V de España se ocupó tanto
combatiendo a Francia y a los turcos que no pudo dedicarse a sofocar la
revolución religiosa hasta que no tuvo suficiente fuerza política para ofrecer
oposición formidable. El rey de Francia durante la mayor parte de la reforma
fue Francisco I (1515) que no favoreció el movimiento de reforma tanto, pero
que la ayudó considerablemente con sus contiendas políticas y militares con
España.
La
tercera de las monarquías centralizadas de este período fue Inglaterra. Una
lucha militar por la sucesión real entre los nobles casi la eliminó como un
factor político, permitiendo al nuevo rey, Enrique VII (1485-1509), gobernar
con mano libre. Su hijo, Enrique VIII (1509-47), fue el soberano durante la
parte principal del movimiento continental.
Enrique
VIII fue un acérrimo oponente de la reforma luterana durante su primera etapa.
El inició un cisma con la Iglesia Romana en 1534 que era principalmente externa
y gubernamental. El no se
separó de la mayor parte de las doctrinas de Roma.
El
cuarto poder político de Europa durante el movimiento de reforma era el
Imperio. Se recordará que el Imperio Occidental fue restaurado bajo Carlomagno
en el año 800 y de nuevo bajo Otto el Grande en 962.
Después
de la mitad del siglo XIII el imperio empezó a decaer otra vez. Una lucha
literaria por el derecho a conceder la dignidad imperial (el papa contra los
electores alemanes) produjo el Defensor
Pacis de Marcelo de Padua. El sistema elector ganó. Aunque había
controversia en pequeños estados alemanes, siete fuertes soberanos (tres
eclesiásticos y cuatro seculares) habían nombrado al emperador desde 1356.
Los
electores eclesiásticos eran los arzobispos de Mainz, Trier y Colonia; los
electores seculares eran el rey de Bohemia, el elector de Sajonia, el elector
de Brandemburgo, y el conde palatino del Rin.
Por
generaciones el emperador había sido escogido de la familia de los Habsburgo.
En los primeros años de la reforma el emperador era Maximiliano I (1493-1519).
Felipe, el hijo de Maximiliano, se casó con Juana, la hija de Fernando e Isabel
de España. Mediante los esfuerzos de Maximiliano, sus dos nietos, Carlos y
Fernando, gobernaron prácticamente toda la Europa central y España, exceptuando
solamente a Francia.
Carlos
llegó a ser rey de España mediante la sucesión de su madre, y de su padre
heredó los países bajos y grandes porciones del norte y este de Europa.
Fernando se casó con Ana de Bohemia, con lo cual los Habsburgo consiguieron
gobernar sobre Bohemia y Hungría. En un intenso manejo de intereses políticos,
los papas y el rey de Francia, mediante sus esfuerzos por socavar el poder de
los Habsburgo, encabezados por el emperador Carlos V, se convirtieron en enemigos
de su propia causa religiosa.
Debe
señalarse que la verdadera autoridad sobre esta vaga confederación de estados
alemanes era muy limitada. Los fuertes príncipes dentro del Imperio gobernaban
sus propios estados como completos soberanos, muchas veces evadiendo los deseos
del emperador mediante sagacidad política. Tal situación le permitió al elector
de Sajonia, por ejemplo, proteger a Lutero del enojo tanto de los papas como del
emperador.
Otro
poder político y militar que tuvo una parte importante al afectar el progreso
de la reforma occidental fue el grupo conocido como los turcos.
Después
de la captura de Constantinopla en 1453, los turcos se dirigieron al norte y al
occidente por los Balcanes, en un manifiesto propósito de invadir toda Europa. Durante
la reforma el deseo del emperador de triturar el luteranismo fue afectado
grandemente por la amenaza turca.
Difícilmente
podía él permitirse iniciar una guerra civil cuando los turcos parecían estar a
punto de irrumpir en Europa central.
Italia
tuvo poca significación política durante la reforma. Rusia se estaba convirtiendo
rápidamente en un fuerte poder político, pero no tuvo participación en la
reforma occidental. El cristianismo de Oriente había empezado la obra en Rusia,
y después Rusia formó su propia
iglesia nacional, vagamente en comunión con Constantinopla.
El
mundo oriental, desde Palestina hasta los Balcanes
había sido invadido por los mahometanos en el
período medieval, y ni influía en la reforma occidental ni era afectado por ella. Aunque no estaban directamente
relacionados con el movimiento, los estados de
Transilvania en el sureste del imperio y Polonia
en el noreste, se vieron envueltos indirectamente, puesto que estas áreas, estando fuera de los límites del imperio, eran
refugio para los caudillos disidentes.
FACTORES ECONÓMICOS Y SOCIALES QUE CONTRIBUYERON A LA
REFORMA
Las nuevas normas económicas y sociales fueron muy influyentes en
el fomento del movimiento de reforma. Los estados alemanes entraron en un período
de transición económica y social en los siglos XIV y XV. La clase mercantil o
capitalista había surgido por la industria y comercio en el área del
Mediterráneo.
Los descubrimientos geográficos del período abrieron un nuevo
mundo económico. El descubrimiento portugués de una nueva ruta a la India y el
desarrollo de las colonias proporcionó nueva oportunidad para la inversión
lucrativa del capital.
Además, el descubrimiento y desarrollo de recursos minerales
alemanes amenazó con suplantar los intereses agrarios, aumentando los problemas
económicos y sociales. Con el retiro de muchos campesinos de las labores agrícolas,
y con el aumento de la producción mineral, resultó la consecuencia económica
natural de la inflación de precios de los alimentos. Peor aún: el fracaso de la
cosecha en Alemania ocurrió por casi trece años sucesivos, empezando por el año
1490, y trayendo hambre y mala nutrición por todas partes.
Había descontento universal. Por la necesidad de trabajo más duro
por parte de los campesinos que todavía trabajaban la tierra, por el
resentimiento de las clases media y alta por el alza repentina de los precios
de los alimentos que nadie podía explicar ni gobernar, y por la
devaluación de salarios concomitante a la inflación económica, la actitud
social y económica era antagónica.
Las revueltas de campesinos se volvieron comunes, particularmente
después del intento de suplantar las antiguas costumbres legales alemanas por
principios de derecho romano. No es de sorprender que la desordenada avaricia
de la Iglesia Romana al demandar anatas, diezmos, indulgencias, etcétera, fuera
considerada como tiranía.
FACTORES INTELECTUALES QUE CONTRIBUYERON A LA REFORMA
Una razón del fracaso de los movimientos anteriores de reforma fue
la escasez general de inteligencia. El temor y la superstición eran obstáculos demasiado
grandes para que los venciera cualquier movimiento anti-papal.
El renacimiento intelectual que siguió a las cruzadas le dio un
gran impulso a la ilustración popular. El desarrollo de la imprenta a mediados del
siglo XV hizo posible reproducir el mensaje hablado para miles de audiencias.
La reforma de Lutero no hubiera sido tan efectiva si no hubiera
habido información e interés general mediante el uso de panfletos y libros.
Además, el movimiento conocido como “humanismo”, aunque no siempre religioso en
su énfasis, produjo ilustración y liderazgo que contribuyeron grandemente a la
reforma de Lutero.
Finalmente, la actitud del hombre común hacia el papado había
pasado por una profunda transformación. Es muy dudoso que Lutero o cualquiera otro
se hubiera atrevido a dar los pasos que pudieran separarlo de la Iglesia
Católica Romana si hubiera creído que tal cisma le resultaría en la pérdida de
la salvación. Ajeno al realismo filosófico y a las pretensiones de la Iglesia
Romana, se había desarrollado un concepto general de que la salvación podía
obtenerse aparte del sistema romano.
Es cierto que algunos seguidores de Lutero lo abandonaron cuando
él deliberadamente se apartó de la Iglesia Católica; sin embargo, el mero hecho
de que las multitudes alemanas lo siguieran en un movimiento cismático,
participando con él de la anatematización de la iglesia, habla de un nuevo
punto de vista.
Los sucesos principales que inculcaron tal concepto sólo pueden
suponerse, pero es probable que el recuerdo del cisma papal haya sacudido la fe
implícita de muchos en un cuerpo de Cristo visible y no quebrantado. El desafío
de la excomunión papal por los gobiernos seculares reveló el sentir del pueblo
y fortaleció la idea de que la salvación no descansa solamente en el sistema
romano; la presencia por siglos de fuertes movimientos de disidentes como los
valdenses y los Hermanos Bohemios rebajó las pretensiones romanas; y el
constante conflicto entre la iglesia y el estado, de cada uno de los cuales se
pensaba como una institución divina, trajo confusión y duda respecto a las pretensiones
de la iglesia.
Cualesquiera que hayan sido las razones, es evidente que millones
estaban deseosos de dejar el cuerpo que reclamaba ser la única fuente de salvación.
Estaban convencidos de que la salvación puede encontrarse en cualquier otra
parte.
FACTORES RELIGIOSOS QUE CONTRIBUYERON A LA REFORMA
Casi inseparables de los factores intelectuales descritos eran los
elementos religiosos que movieron a las multitudes hacia la reforma. Algunos de
los movimientos disidentes han sido descritos en el capítulo anterior. Es imposible
medir la influencia ejercida por estos grupos, pero debe haber sido muy grande.
Sea que se juzgue por los escasos registros disponibles, o por un
intento de explicar el repentino apoyo general a las reformas de Lutero y
otros, debe ser claro que o un gran fenómeno histórico ocurrió sin suficientes
antecedentes o que las masas de gente estaban ampliamente preparadas para un
rompimiento con la iglesia dominante antes de que Lutero y otros las llamaran.
Los factores negativos indudablemente contribuyeron, tales como el
extremadamente bajo tono de la religión y la moralidad en los papas
inmediatamente anteriores a la reforma y los indescriptibles abusos del sistema
católico romano completo tal como puede resumirse en la venta de Seudo-indulgencias.
Es difícil de creer que sólo estos den cuenta de la gran revolución del siglo
XVI.
LUTERO, EL HOMBRE
Sin todos los factores que han sido mencionados, ni un Lutero
hubiera podido realizar lo que él hizo. Hubiera corrido la misma suerte que le aconteció
a Juan Huss un siglo antes. Sin embargo, se necesitaba un Lutero para realizar
o unificar todos los factores que han sido mencionados. En un sentido real,
Lutero combinó todos los motivos para la reforma que han sido mostrados
previamente.
Algunos querían una reforma con base en su devoción a la Biblia;
Lutero era su hombre, porque era un sobresaliente erudito de la Biblia que
trataba de amoldar su reforma alrededor de la Biblia. El patriotismo había sido
un motivo de reforma; y la reforma de Lutero reunía todo el amor que un
alemán podría tener por su raza y explotarlo hasta lo máximo.
Muchos místicos deseaban una reforma que hiciera hincapié en la
capacidad de acercarse a Dios sin sacerdotes humanos ni instituciones; Lutero
leyó y publicó su literatura y habló en un lenguaje que ellos entendían.
El humanismo clamaba por una reforma con base en un nuevo enfoque intelectual;
Lutero simpatizaba con su punto de vista general.
Más allá de estos elementos unificadores en la vida de Lutero, él simbolizaba
al campesino alemán que había sido agraviado por la tiranía papal por medio
milenio. Las demandas de mucho tiempo encontraron en él un campeón que podía hablar
el lenguaje de la gente. Su experiencia personal al moverse lentamente paso a
paso de la protesta a la disputa, a la condenación y al cisma, probablemente
constituyó el modelo de la experiencia del alemán término medio que lo siguió.
Ellos lo entendían porque eran muy parecidos a él. Sin la misma
clase de hombre que era Lutero, la reforma en los estados alemanes hubiera sido
estorbada o tal vez imposibilitada en ese tiempo. Factores personales e
históricos algo similares impulsaron a Zwinglio y a Calvino en sus áreas particulares. El tiempo estaba listo
para la reforma.
COMPENDIO FINAL
La plenitud del tiempo había llegado. La reforma estaba en las
mentes de muchos y en los labios de unos pocos. Se necesitaba un iniciador para
principiar con éxito una revolución contra el sistema católico romano. Lutero
fue ese iniciador. Zwinglio y Calvino no estaban muy atrás.
LA REFORMA LUTERANA
Después de siglos de preparación empezó el movimiento que resultó
en el quebrantamiento del sistema católico romano medieval y en la formación de
algunas de las principales ramas del movimiento cristiano que existen hoy día.
La primera de esas reformas fue la de Martín Lutero.
LA VIDA TEMPRANA DE LUTERO (1483-1517)
Martín Lutero nació en Eisleben, Sajonia, un pequeño estado alemán,
el 10 de noviembre de 1483. No es de sorprender que el que hubiera de romper y
penetrar el duro carapacho de la tiranía eclesiástica medieval surgiera de esta
área geográfica, porque el pueblo alemán estaba sufriendo mucho por la avaricia
papal. Tampoco es de sorprender que surgiera de los campesinos. Esta clase de
gente más que ninguna otra sufría lo más fuerte de la opresión y el mal trato
tanto de las autoridades seculares como de las religiosas.
Los padres de Lutero eran como la mayoría de los otros campesinos:
pobres y religiosos hasta el punto de la ignorancia. Lutero mismo nunca se apartó
de algunas de sus ideas primitivas de brujas y duendes. Muy poco tiempo después
del nacimiento de Lutero sus padres se mudaron a Mansfeld, una villa cercana,
donde su padre se ocupó en la nueva industria minera. Aquí el muchacho asistió
a la escuela elemental y después se preparó para la universidad matriculándose
en Magdeburgo en la primavera de 1497 y en Eisenach el siguiente año. En 1501
ingresó a la Universidad de Erfurt, donde recibió el título de bachiller en
artes y el de maestro en 1505.
Hasta este punto la vida de Lutero no había variado gran cosa de
la de cualquier otro joven que se prepara para una carrera profesional en el campo
del derecho. No siguió en esta dirección como resultado de una tremenda crisis
religiosa. Las tensiones religiosas producidas premeditadamente por el sistema
católico medieval, obraron en Lutero, como en cualquier otro hombre típico de
su día, una constante inquietud.
La Iglesia Romana demandaba obediencia a la institución terrenal
como precio de la salvación. Cuando el hombre se volvía indiferente, se exaltaban
los dolores del purgatorio hasta producir pavor y sumisión. La riqueza
sacramental de la iglesia se ofrecía entonces como un medio de limitar los
sufrimientos de la otra vida. Dios era imaginado como completamente
inaccesible; Cristo era descrito como un juez temible.
Sólo los beneficios vendidos por la Iglesia Católica
Romana podían aprovechar al tembloroso
pecador. Hasta el católico más obediente debía sufrir las angustias del purgatorio. La mejor oportunidad para
escapar a la ira divina era enclaustrarse en
los monasterios.
No
puede determinarse por cuánto tiempo había estado Lutero reflexionando sobre
estas cosas. Para al tiempo que él recibió su segundo título en Erfurt, tenía
el abrumador sentimiento de que debía ponerse bien con Dios. Había
experimentado varios incidentes atemorizadores que lo habían hecho pensar en
las cosas eternas. El clímax vino el 2 de julio de 1505.
Mientras
Lutero estaba caminando cerca de Stotternheim, se aterrorizó cuando un rayo
cayó cerca de él, y juró que si era librado de la muerte se convertiría en
monje. Este fue el primer paso de Lutero en un esfuerzo por encontrar la paz
con Dios. Contra los deseos de su padre él cumplió su palabra, y quince días
después ingresó al monasterio agustino de Erfurt.
Para
su desaliento, Lutero no encontró paz duradera en esta entrega. Cuando intentó
realizar su primera misa en mayo de 1507, su temor de Dios casi lo postró.
Siguiendo los preceptos de la iglesia medieval, buscó alivio mediante las
buenas obras. Su reputación por su abnegación se extendió por la región, pero
ni así encontró paz. Obedientemente abría cada puerta prescrita por la Iglesia
Católica Romana.
Procuraba
los méritos de los santos; se metía en confesiones casi fantásticas de todo
tipo de pecado, fuera de pensamiento, de palabra, o de obra; cumplía regularmente
sus deberes religiosos con fervor; hasta caminó hasta Roma, el centro del mundo
religioso católico, donde los más grandes pecados de cualquier clase podían ser
perdonados con el menor esfuerzo, todo sin ningún provecho.
Los
méritos de los santos le recordaban su propia necesidad; la confesión sólo le
hablaba de pecados no recordados todavía sin perdonar; su obra como sacerdote
aumentaba su angustia al acercarse a Dios; y su viaje a Roma lo Puso en
contacto con los dirigentes cínicos y codiciosos. A través de todas estas
tumultuosas experiencias Lutero se estaba acercando al objeto de su búsqueda.
Lutero
no relata exactamente cuándo se aligeró su carga, pero sí indica cómo sucedió.
El agente humano fue Juan Von Staupitz, el vicario de los monasterios
agustinos, quien aconsejaba a Lutero y
le señaló el estudio del Nuevo Testamento. Igualmente importante fue el
estudio teológico que encontró en una nueva ocupación que le asignó Staupitz:
la de enseñar en la Universidad de Wittenberg. El
recibió el título de doctor en teología en octubre
de 1512. Sus conferencias durante los siguientes cinco años sobre los Salmos, Romanos y Gálatas, obraron en su corazón lo que
todo el sistema sacramental de la Iglesia
Romana no pudo lograr.
El descubrió el verdadero
conocimiento escriturario de que la salvación es un don. Hasta entonces él había procurado merecer la salvación; ahora
había aprendido a aceptarla por fe sin merecerla. El se asió del texto “el
justo por la fe vivirá”, creyó en él, y
encontró la paz que tanto tiempo había buscado.
EL MOVIMIENTO DE REFORMA DE LUTERO (1517-46)
Manifiestamente, tal descubrimiento de Lutero aparte del sistema religioso
que lo rodeaba constituía una amenaza de instar a otros a encontrar la paz de
la misma manera. Aparentemente Lutero no reconoció al principio la conclusión
lógica a la que debía seguramente llegar: desafiar la validez del sistema que
no le podía traer paz. Paso a paso su experiencia lo separó de la obediencia en
que se había ejercitado antes.
Lutero no siempre supo cuándo había dado estos pasos, y tal vez no
estaba plenamente consciente del gran paso que había dado hasta que hizo una pausa
para mirar en derredor. El primero de estos pasos se centró en su oposición a
la doctrina romana de las indulgencias.
LA
PREGUNTA DE LUTERO ACERCA DE LAS INDULGENCIAS.
Debe recordarse que la Iglesia Romana enseñaba que todos los
pecados anteriores al bautismo son lavados en ese rito. El sacramento de la penitencia
estaba provisto para cuidar de los pecados posteriores al bautismo. Si un
hombre pecaba, debía presentarse al sacerdote con contrición en su corazón por
el pecado, confesar su pecado al sacerdote, recibir la absolución (en la cual
el sacerdote, en nombre de Dios, perdona la culpa eterna de este pecado), y
entonces realiza una buena obra o satisfacción para cuidar de la culpa
terrenal. Es decir, que cada pecado ofendía en dos direcciones: traía culpa
ante Dios y agraviaba a la
iglesia terrenal.
El sacerdote pronunciaba el perdón de Dios; la herida a la institución
terrenal debía ser expiada por oraciones específicas, donativos de dinero, una peregrinación
religiosa, o un acto de devoción similar. Descuidar el castigo terrenal, se
enseñaba, traía sufrimiento adicional en el purgatorio, después de la muerte.
La manera más popular de pagar esta deuda terrenal en los días de
Lutero era mediante la compra de autos de indulgencia de los representantes una
remisión específica de castigo del comprador. Eran procuradas por aquellos que
deseaban escaparse de largas residencias en el purgatorio después de la muerte,
y también por los que tenían
seres queridos ya en el purgatorio y deseaban
aplicar este crédito a la cuenta del que ya estaba sufriendo.
Ya para 1516 Lutero había debatido la doctrina de las
indulgencias. Su propio gobernador, Federico, el elector de Sajonia, tenía una
vasta colección de reliquias. Si una persona miraba estas reliquias y hacía una
ofrenda adecuada, se le daba un auto de indulgencia concediéndole la remisión
de un castigo canónico específico.
La genuinidad del cambio espiritual de Lutero se verificó cuando
en 1516 él arriesgó su propia subsistencia al debatir la validez de la doctrina
de las indulgencias, porque una parte de su propio salario venía de los
productos de la venta de indulgencias. En 1517 Lutero había alcanzado el punto
de exasperación.
El papa León X había vendido el arzobispado de Mainz a Alberto de Brandemburgo.
Para permitirle a Alberto pagar el dinero prestado para la compra de este
puesto, y también para ganar dinero supuestamente para la construcción de la
catedral de San Pedro en Roma, León declaró una venta especial de indulgencias.
Para atraer compradores se pervirtió la antigua doctrina católica de
indulgencias, y parece que algunos pretendían que podía obtenerse el perdón de
los pecados mediante ellas. Tetzel, el monje domínico, recibió la tarea de
pregonar estas indulgencias.
La cosa que enfureció a Lutero fue la sugestión de que tanto la
culpa contra Dios y el castigo contra la iglesia terrenal podían ser cuidadas
por las indulgencias. Puesto que Federico, el príncipe de Lutero, también estaba
ocupado en la venta de indulgencias eclesiásticas al pueblo, a Tetzel se le
prohibió entrar al e1ectorado de Sajonia con el propósito de vender esas nuevas
indulgencias. Sin embargo, Tetzel llenó de gente las mismas fronteras del
electorado de Sajonia para que los que pudieran estar interesados pudieran
cruzar y comprar las
indulgencias.
Entonces, en octubre 31 de 1517, Lutero preparó noventa y cinco
tesis para debatir, y de acuerdo con la costumbre de la universidad, las clavó
en la puerta de la iglesia de Wittenberg, que en un sentido era la capilla de
la universidad.
Estas declaraciones (o tesis) invitaban a debatir sobre tres temas
generales:
(1) El tráfico de
indulgencias, que Lutero reconocía como no escriturario, sin eficacia, y peligroso;
(2) El poder del papa para perdonar la culpa y el castigo no canónico,
que Lutero negaba; y
(3) El carácter del tesoro de la iglesia, supuestamente consistente en
méritos donados por Cristo y los santos. Lutero negaba que los méritos de
Cristo y de los santos
constituyeran tal tesoro para ser usado por la iglesia.
La tormenta general que siguió a esta protesta parece haber sido
una sorpresa para Lutero. Las imprentas, un nuevo método de guerra intelectual,
reprodujeron la protesta de Lutero, y la tradujeron del latín al alemán, para
los ojos de toda Alemania.
El lenguaje de Lutero era claro y directo, escrito en el
vocabulario y espíritu del alemán típico. Desde varios ángulos la protesta
reunía el antagonismo popular contra el papado de muchas clases: biblicistas,
patriotas, místicos, humanistas.
El papa León X no se alarmó al principio por la protesta. Cuando
él se dio cuenta específicamente, su primera acción directa fue nombrar un
nuevo general de la orden agustina con instrucciones de disciplinar a Lutero.
Sin embargo, en una reunión del capítulo de Lutero en abril de 1518 en Heidelberg,
Lutero encontró algún apoyo. Desde entonces, él empezó a asumir una actitud más
osada. Pronto empezó a debatir la primacía histórica ininterrumpida del papado
y después negó completamente el poder del papa sobre el purgatorio.
En julio de 1518, Silvestre Prierias, un oficial dominico de Roma,
atacó a Lutero como un hereje. La respuesta de Lutero fue aun más lejos hacia
la posición evangélica. El mantenía que tanto el papa como el concilio ecuménico
podían equivocarse y que lo habían hecho, y que sólo las Escrituras son una
autoridad infalible.
A Lutero se le ordenó presentarse en Roma para responder del cargo
de herejía, pero por medio de la influencia de su príncipe, Federico, la
consulta fue referida al cardenal Cayetano en Augsburgo. Esta entrevista, en
octubre de 1518, sacó de Lutero la negación directa de la autoridad de una bula
papal porque Lutero afirmaba que la voz de las Escrituras tenía más peso que la
voz del papa.
En noviembre Lutero apeló a un concilio general como autoridad
terrenal final en el cristianismo para trasmitir sus conceptos. Esto constituyó
un acto de hostilidad directo contra la persona del papa, puesto que los papas anteriores
por un siglo habían descrito tal apelación como herejía abierta.
La precaria situación de Lutero, sin embargo, fue grandemente
socorrida por la influencia de Federico. El Santo Emperador Romano murió el 12
de enero de 1519, y Federico era uno de los siete hombres que podían elegir uno
nuevo. El papa deseaba ardientemente imponer al que debía ser elegido, y consecuentemente era muy condescendiente
con Federico. Esto explica probablemente la
reversión de la política antagonista del papa.
Karl
Von Miltitz, un alemán, fue enviado a conciliar a Lutero hasta que se hubiera escogido un nuevo emperador. Miltitz sólo
le pidió a Lutero refrenarse de debatir la
cuestión. Lutero consintió con la condición de que sus
oponentes hicieran lo mismo. Sin embargo, el profesor Juan Eck de la Universidad de Ingolstadt no mantuvo esta tregua y
atacó a Lutero sin llamarlo por su nombre. Por
la influencia de Eck se arregló un debate, que tuvo
lugar en Leipzig, a principios de julio de 1519.
Aquí
Lutero fue llevado a aprobar las doctrinas de
Juan Huss, que había sido condenado y quemado
por el Concilio de Constanza un siglo antes. En julio 15 de 1520 se emitió una bula de excomunión contra Lutero,
mandándole retractarse dentro de sesenta días.
Lutero la quemó después públicamente.
Durante
el resto del verano y en el otoño, Lutero escribió los principales tratados que
describían sus creencias. En agosto se publicó el Discurso a la Nobleza
Alemana. En este tratado Lutero instaba a una reforma de la iglesia por
el magistrado cristiano. También atacaba las pretensiones del papado de que el
poder espiritual está sobre el temporal, que sólo el papa puede interpretar las
Escrituras, y que los concilios ecuménicos sólo pueden ser convocados por un
papa.
Sus
proposiciones de reforma quitaban la riqueza material y las posesiones del papa
y exaltaban un ministerio espiritual. Lutero también atacó el monasticismo y el
celibato.
Los
abusos y las corrupciones dentro de la iglesia también debían ser corregidos. En
octubre se imprimió el tratado de Lutero Sobre
la Cautividad Babilónica de la
Iglesia. En este tratado Lutero negaba la eficacia de las indulgencias y
osadamente atacaba el sistema sacramental de Roma. El insistía en que tanto el
pan como el vino de la Cena debían servirse al pueblo, y trataba de la
necesidad de la fe del participante para asegurar su eficacia.
En
su discusión del bautismo, creó una continua tensión en su sistema teológico al
eliminar la necesidad de la expresión personal de la fe como un pre-requisito
para el bautismo. Es decir, que él demandaba fe personal para la Cena, pero no
estipulaba nada para tal fe antes del bautismo. El continuaba con una discusión
crítica de la penitencia, la confirmación, el matrimonio, las órdenes y la extrema unción.
El
eliminaba todos los sacramentos, excepto la Cena y el bautismo, pero encomiaba
partes del sacramento de la penitencia. El siguiente mes apareció su tratado sobre La Libertad del Hombre Cristiano. Este escrito exaltaba la libertad y el sacerdocio de cada creyente,
fuera laico, sacerdote, obispo o papa.
Estos escritos y otros de un tono similar, haciéndose
progresivamente más osados en sus ataques sobre las doctrinas centrales que
apoyaban al papado, separaron a Lutero completamente de la Iglesia Romana e hicieron
imposible un arreglo. El 17 de abril de 1521, siguiendo un requerimiento del
emperador Carlos V, Lutero compareció ante la Dieta del Imperio, que se reunía
en Worms.
Después de dos audiencias en las que Lutero defendió valientemente
sus conceptos, fue secuestrado por sus amigos (tal vez bajo órdenes secretas de
Federico) y el 4 de mayo llegó disfrazado a Wartburgo. Mientras tanto, el 26 de
mayo en Worms, después que los partidarios de Lutero hubieron regresado a su
lugar, las fuerzas papales pudieron conseguir un edicto que proclamaba
proscrito a Lutero. Así, a mediados de 1521, Lutero había sido excomulgado por
la Iglesia Romana y proscrito por el imperio.
DEMORA
EN LA SUPRESIÓN DEL LUTERANISMO (1521-29).
Parecía que la causa de la reforma estaba perdida otra vez, y la
historia parecía destinada a sumar el nombre de Martín Lutero a la larga lista
de víctimas de la intolerancia eclesiástica. Sin embargo, el secuestro de Lutero
por sus amigos lo libró del posible daño físico por cerca de un año.
Además, el emperador Carlos V se envolvió en guerra con el rey Francisco
I de Francia poco después de terminar la Dieta de Worms en 1521. Esta guerra
siguió intermitentemente por los siguientes ocho años.
Además, las manos del emperador, el principal oponente de Lutero, estaban
apartadas de Lutero por la amenaza de los turcos que estaban entrando por los
Balcanes con la intención de invadir el imperio. Es bastante interesante que el
emperador Carlos se demorara también para suprimir a los luteranos por las
maniobras políticas del mismo papa, que estaba temeroso de la cantidad de poder
en manos de Carlos.
Durante este tiempo, con la ayuda de Melanchton y de otros, Lutero
preparó una gran cantidad de literatura, incluyendo una excelente traducción
alemana de las Escrituras. Lutero también reveló el carácter de su movimiento.
En 1522, en Zwickau, varios radicales religiosos intentaron llevar a cabo lo
que parecían ser las implicaciones de las ideas de Lutero.
El sistema sacerdotal católico romano de conducir la Cena fue alterado;
al pueblo común se le dieron ambos elementos, el pan y el vino; y la liturgia
romana, el canto llano y los
altares, fueron eliminados. La ciudad estaba conmocionada. Lutero dejó
voluntariamente su refugio en Wartburgo para tomar el mando personal en el
ataque a estos radicales.
Desde entonces Lutero puede ser descrito como un reformador conservador;
es decir, que él retuvo esos elementos de la tradición católica romana que en
su juicio no son prohibidos específicamente por las Escrituras. Así, el
bautismo infantil, los trajes talares, los cirios, y características católicas
romanas parecidas aparecen en el luteranismo.
En 1525, el año del matrimonio de Lutero, sucedió una gran
revuelta de campesinos. Por medio siglo había estado aumentando la tensión
entre la nobleza y los campesinos que labraban la tierra. El intento de aplicar
el derecho romano en lugar de la antigua ley alemana, la caída de los estados feudales
con el sufrimiento y confusión resultantes, y la agitación económica
concomitante a la aparición del tercer estado príncipes financieros y comerciales avivaron las llamas de
la insatisfacción y la revuelta entre los campesinos. Además, Tomás Muntzer, un
milenario radical, aceleró la explosión de violencia al inyectar una nota
religiosa.
“Dios no os dejará fracasar; ¡a la matanza!” era su pregón.
Incontables miles de campesinos fueron matados sin misericordia en la revuelta
de 1525. Lutero perdió su fe en el hombre común y desde entonces consideró a la
nobleza como la esperanza del movimiento de reforma.
A causa de la preocupación del emperador, la reunión anual de la
dieta alemana prácticamente había dejado en manos de cada príncipe o gobernador
la tarea de componer la situación religiosa por su propia mano. Para 1529, sin
embargo, la situación había cambiado.
Los luteranos enfrentaban una nueva crisis. Al tiempo que el
emperador había derrotado ruidosamente al rey Francisco de Francia, había visto
a los turcos rechazados por Viena, y había permitido que el papa fuera
aprisionado por un tiempo. La dieta se reunió en Espira ese año. Presidía
Fernando, hermano del emperador y un tenaz oponente del movimiento de reforma.
Bajo su dirección la dieta aprobó un edicto que procuraba la
completa aniquilación de la reforma luterana y la recatolización de las áreas luteranas.
Una minoría protestó por este proceder, habiendo recibido desde entonces el
nombre de “protestantes”. Esta es la primera aparición del nombre en la
historia eclesiástica. A los luteranos se les pidió contestar el edicto dentro
de un año.
LA CRISIS (1530).
Al reunirse la dieta en 1530 en Augsburgo, los luteranos estaban temerosos
de los eventos que vendrían. El año anterior Felipe de Hesse, uno de los
príncipes luteranos, se había esforzado por conseguir una alianza militar entre
los luteranos de Alemania y los zwinglianos de Suiza.
En la reunión de Marburgo en 1529, sin embargo, Lutero se había
negado a tener ninguna clase de conexión con Zwinglio, a pesar de que el único punto
de desacuerdo en la teología de los dos se centraba en la interpretación de las
palabras de Jesús: “Este es mi cuerpo.” Lutero, por supuesto, estando proscrito
por el imperio, no pudo comparecer en la dieta de Augsburgo.
El ayudó a Melanchton en la preparación de la confesión que fue
presentada en la dieta. La confesión y la subsecuente defensa fueron rechazadas
por la dieta, y a los luteranos
se les dio un año para renegar de sus herejías o sentir el filo de la espada.
Los príncipes luteranos formaron una alianza militar conocida como la Liga de
Esmalcada. Los príncipes católicos también se habían unido para acción militar.
Otra vez el emperador Carlos no creyó oportuno atacar a los luteranos. Los
turcos estaban amenazando, los luteranos eran bastante fuertes, y el rey
Francisco I de Francia estaba listo para pelear otra vez.
MARTÍN LUTERO FECHAS:
(1483-1546) Datos Biográficos: .El 10 de noviembre de 1483 en Eisleben
(Turingia, Alemania). Su padre era minero, aunque de cierta posición. Frecuentó
las escuelas de Mansfield, Watterburgo y Eisenach; en abril de 1501 se
matriculó en la Universidad de Erfurt, donde siguió cursos de letras y
consiguió los grados de canciller y maestro de artes.
En julio de 1505, debido a la repentina muerte de un compañero, que le
persuadió de consagrar su vida a Dios, ingreso en la Orden de los agustinos sin
consultar a sus padres, por temor a que se le impidiesen.
En 1507 fue ordenado sacerdote. En 1508 pasó a la Universidad de
Wittenberg para enseñar en la facultad de Artes. Allí alcanzó el grado de
doctor el año 1512 y sucedió en la cátedra bíblica a su activo maestro y amigo
Jan von Staupitz, visitador de la Orden de los agustinos. Éste era un hombre de
grandes conocimientos bíblicos y en sus conversaciones privadas con Lutero le
había dado mucha luz sobre el asunto de la salvación del alma, el gran tema que
preocupaba al joven doctor.
Una vez establecido en la cátedra dio comienzo a una gran serie de
cursos bíblicos sobre los salmos (1513-15); la epístola a los Romanos
(1515-16); Gálatas (1517) y Hebreos (1518). Fueron aquellos años de intensos
estudios bíblicos durante los cuales leyó mucho los escritos de los Padres de
la Iglesia, especialmente a san Agustín, pero también fueron años de angustia
espiritual sobre todo después de haber ido a Roma con una misión de la Oreden y
haber visto la corrupción moral y la indiferencia espiritual que reinaba en la
corte del Papa. Le vino la paz de espíritu cuando comprendió que la
justificación es un don divino a los hombres, sin mérito por parte de éstos,
aunque a la que deben seguir buenas obras, no para alcanzar la gracia o ganar
la salvación de Dios, sino como la manifestación de gratitud a la obra divina.
En 1517 se produjo un notorio escándalo a causa de la promulgación de
un jubileo en Alemania con una venta general de indulgencias, según se decía
para sufragar los gastos de la reconstrucción de la iglesia de San Pedro de
Roma, pero asimismo para aliviar las deudas enormes del joven arzobispo de
Maguncia.
Lutero escribió 95 tesis sobre las indulgencias y las clavó en la
puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg la fiesta de todos los santos.
Envió copias al obispo y al arzobispo. Estas tesis, originalmente en latín,
fueron vertidas al alemán por los estudiantes, impresas y distribuidas
copiosamente por toda Alemania. Fueron el origen de la controversia de Lutero
con Roma. En 1518 tuvo una entrevista con el legado pontificio, el cardenal
Cayetano, y se negó a retractarse hasta que no se le mostrasen sus errores.
En 1519 tuvo un debate con el teólogo y polemista católico Juan Eck.
Un año después el papa publicó la bula de excomunión Ex surge Domine contra
Lutero. Es esta bula replicó con una serie de escritos teológicos como
Llamamiento a la nobleza cristiana de la nación alemana y Cautividad babilónica
de la Iglesia (en latín), denunciando cuatro de los siete sacramentos, por no considerarlos bíblicos ni consecuentes con las
primera tradición de los Padres de la Iglesia. Finalmente el escrito más
popular titulado La libertad cristiana.
La protección que Federico el Sabio, príncipe elector de Sajonia,
dispensó a Lutero preservó su vida y le aseguró una audiencia imperial en la
Dieta de Worms, en abril de 1521, donde nuevamente se negó con toda energía a
retractarse sin que se le demostrase con razones extraídas de las Escrituras en
qué consistía su error. “Os conjuro por el Dios de la misericordia, a vos
serenísimo Emperador y a vosotros serenísimos príncipes dijo a que me probéis,
por los escritos de los profetas y de los apóstoles, que he errado. Así que me
hayáis convencido, me retractaré y seré el primero en arrojar mis escritos a
las llamas”.
Temiendo las asechanzas de sus enemigos, sobre todo que pudiera ser
secuestrado y llevado a Roma, fuera de la jurisdicción del príncipe, éste le
hizo secuestrar por un grupo de servidores y le llevó al histórico castillo de
Watburgo, en Eisenach, donde vivió vestido como un caballero alemán barbudo,
bajo el nombre de Jorge. Allí comenzó su traducción de la Biblia al alemán,
trabajo que no estuvo terminado hasta diez años más tarde, y para su
realización reclutó Lutero un grupo de eruditos, entre los que se encontraba el
brillante Felipe Melanchton (1497-1560), el más significado de los reformadores
de la educación, con una contribución importante a la universidad y escuela en
Alemania.
Lutero condenó la eficacia de la misa como sufragio para los difuntos,
aunque sostuvo que Cristo estaba en cierto modo presente en los elementos de la
santa cena con su teoría de la consustanciación, posición intermedia entre la
transustanciación sostenida por la Iglesia de Roma y la de moro símbolo,
enseñada por Zuinglio (v.). Asimismo condenó los votos monásticos y el celibato
del clero.
Durante su ausencia en Watburgo, se desencadenó en Wittenberg un
movimiento reformista radical, encabezado por su antiguo compañero Andrés
Carlos tadio (1477-1541), cuyas predicaciones desataron el furor iconoclasta
del pueblo y éste se dedicó a romper imágenes de las iglesias y lugares
públicos, lo que constituía un desafío abierto a las órdenes de la reciente
Dieta imperial de Nuremberg.
En marzo de 1522 Lutero regresó repentinamente a Wittenberg y encauzó
la situación mediante una luminosa serie de sermones. Durante los meses
siguientes combatió el puritanismo legalista y el espiritualismo entusiasta de
Tomás Munzer (1490-1525). Cuando Munzer pasó a la acción, encabezando la
revuelta de los campesinos de 1525, Lutero tuvo que ponerse abiertamente contra
él, no sólo por cuestiones religiosas, sino razones políticas, ya que no podían
permitirse perder el apoyo de los príncipes protestantes. Su escrito contra las
“hordas campesinas” le apartó del favor popular que hasta entonces había
gozado.
En 1525 contrajo matrimonio con Catalina de Bora, una ex monja que
había abandonado el convento seis años atrás y era a la sazón doméstica del
burgomaestre de la ciudad. También ese año sostuvo la famosa controversia con
Erasmo de Rotterdam, quien aunque compartía muchas de las ideas de Lutero no
quiso romper con Roma, por medio a los excesos a que se pudiera dar lugar. La
tregua religiosa de Nuremberg (1532) significó un respiro para la Reforma.
Durante todo este tiempo Lutero produjo un enorme caudal de escritos e
himnos entre los que destaca “Castillo fuerte es nuestro Dios”, así como sus
liturgias, sermones y miles de folletos. Lutero prosiguió sus tareas docentes
mientras tuvo fuerzas para ello. Preparó los artículos de la Dieta de Ausburgo
(1530), aunque sin poder asistir a ella a causa de su condena legal, pero se
mantuvo en el castillo cercano de Coburgo, donde los príncipes protestantes
iban a consultarle. Murió en 1544 en su ciudad natal de Eisleben, donde había
acudido para reconciliar a los príncipes de Anhaldt.
La importancia de Lutero en la historia puede deducirse del hecho de
que se han escrito más libros comentando su vida y su obra que de cualquier
otra persona en el mundo, exceptuando a Jesucristo. “El gran error de la
cristiandad fue rechazar al monje de Wittenberg, un hecho admitido hoy por la
mayoría de los eruditos católicos. Hacia el final de su vida, Lutero dijo a sus
estudiantes: «Únicamente os he enseñado a Cristo, con sencillez y sin
adulteración». Esa frase resumen su vida entera” (Paul Atkinson, Nuevo
diccionario de teología).
“Paul Althaus describió una vez a Lutero como un «océano». Tal imagen
no se aplica solamente a la enorme producción literaria de Lutero, unos cien
volúmenes en folio en la gran edición de Weimar, sino también a su poderosa
originalidad y profundidad sin fin. Únicamente otros dos teólogos, Agustín y
Aquino, llegaron a la estatura de Lutero; únicamente otro cuerpo de escritos, los
documentos del Nuevo Testamento mismo, ha sido estudiado con tan cuidadoso
escrutinio como las obras del reformador de Wittenberg. Es fácil ahogarse en
semejante océano” (Timothy George, Theology of the Reformers, p. 51).
MUERTE DE LUTERO.
La intranquila tregua entre protestantes y católicos todavía
estaba en vigor en febrero de 1546, cuando Lutero murió. La muerte de Lutero no
fue un gran golpe a su movimiento. Ya otras manos habían tomado la antorcha.
LA GUERRA ESMALCÁLDICA Y LA PAZ DE AUGSBURGO (1555)
La Guerra Esmalcáldica estalló en 1546 cuando el papa Paulo III
declaró una cruzada contra los príncipes protestantes. En un año los
protestantes habían sido completamente derrotados. Sin embargo, los celos entre
el emperador Carlos y el papa impidieron la inmediata destrucción de los protestantes,
y en 1552 después de un período de maniobras políticas, la guerra estalló otra
vez y en unos cuantos meses los protestantes recuperaron todo lo que habían
perdido.
La paz de Augsburgo admitió el derecho de que existiera la
religión luterana dentro del imperio. Cada príncipe debía determinar la
religión de su gobierno, y si cualquiera de los súbditos deseaba una fe
diferente, se le garantizaba el derecho de emigración sin pérdida del honor o
de los bienes. En caso que un prelado católico deseara hacerse luterano, debía renunciar
a su puesto eclesiástico para que pudiera ser llenado por Roma.
En las ciudades libres donde ambas religiones tenían adherentes, a
cada una se le permitiría continuar.
LA EXTENSIÓN DEL LUTERANISMO
Antes de 1540 la mayor parte del norte de Alemania era
oficialmente luterana. En los estados vecinos, tales como Bohemia y Polonia, y
en los primeros años de la Reforma en Hungría, el luteranismo era muy
fuerte. Dinamarca adoptó la reforma por 1536 por sus gobernantes y por la predicación
de Hans Tausen. Suecia adoptó el luteranismo en 1527, por la predicación de
Olaf y Lars Petersen, de Lars Andersen y la obra del Rey Gustavo Vasa.
Finlandia, un satélite sueco, adoptó el luteranismo principalmente por acción
política, habiendo sido el principal predicador Miguel Agrícola.
COMPENDIO FINAL
Fue entonces Martín Lutero el iniciador de la reforma que rompió
el poder del sistema católico romano. El consiguió suficiente influencia
política entre los alemanes para mantener su sistema a pesar de la coerción.
No debe olvidarse que durante los últimos años de la vida de
Lutero había otros movimientos de reforma también en progreso. Ulrico Zwinglio
en Zurich, Juan Calvino en Ginebra, los radicales y anabautistas en
varias partes del Continente, y Enrique VIII en Inglaterra, presentan
otros casos de reforma. Estos serán considerados en los siguientes capítulos.
LAS REFORMAS ZWINGLIANA Y CALVINISTA
La segunda de las reformas generales intentadas de la Iglesia
Católica Romana durante este período empezó en dos ciudades suizas, pero se extendió
ampliamente y pronto fue rival del movimiento luterano. La república suiza
ofrecía inusitadas oportunidades para el movimiento de reforma, mientras que al
mismo tiempo presentaba obstáculos excepcionales. Casi trescientos años antes,
los diversos cantones independientes, como se llamaban los pequeños estados
como condados, habían ingresado en una confederación, cada cantón, sin relación
alguna a su tamaño, con un voto en la dieta o congreso.
Esto hizo posible que una minoría de la gente (en los cantones
menos poblados) impidiera que la mayoría de la gente (en los cantones formados
de ciudades más grandes) abrazara el movimiento de reforma por voto político.
La lucha entre los condados rurales y las
ciudades cantón caracteriza el curso de los primeros esfuerzos de reforma.
Los cantones rurales tenían buenas razones para oponerse a la
reforma. La Iglesia Católica Romana por siglos había empleado a los jóvenes
fuertes de los cantones rurales suizos como mercenarios en el ejército papal.
Los abusos papales no eran gravosos. Los cantones rurales poseían considerable
independencia de espíritu y poco dinero, y así difícilmente eran consciente de
la explotación papal.
Las ciudades cantón más poderosas, por otra parte, habían
combatido por mucho tiempo la explotación financiera papal y la dominación política. El
humanismo había hecho vastas incursiones en las ciudades grandes,
particularmente Basilea, donde los medios educativos y de imprenta
proporcionaban instrumentos de amplia propagación para agitar la reforma.
Las dos ciudades de Suiza que se convirtieron en dirigentes en la
reforma fueron Zurich y Ginebra. Ulrico Zwinglio fue la figura principal al principio
de la reforma en Zurich, mientras que Juan Calvino tuvo la parte principal en
Ginebra. El movimiento de Calvino devoró en una generación a la reforma de
Zwinglio, de manera que los dos serán discutidos como un solo movimiento.
LA REFORMA ZWINGLIANA EN ZURICH
Ulrico Zwinglio nació en 1484 en Wildhaus, Suiza. Su tío, un
sacerdote de la comunión romana, costeaba su educación en algunas de las
escuelas notables del Continente. De 1502 a 1506 Zwinglio enseñó en una escuela
de Basilea mientras terminaba su educación. En este activo centro humanista fue
grandemente influido por los conceptos de la ilustración y fue llevado al
estudio de la teología.
Las conferencias del
humanista Tomás Wyttenbach, en particular, dieron al joven maestro la pasión
para eliminar del cristianismo los elementos supersticiosos y para restaurar la
antigua autoridad las Escrituras.
Mediante la influencia de su tío, en 1506 Zwinglio fue nombrado sacerdote
párroco en Glarus, donde sirvió por diez años. De 1516 a 1519 fue sacerdote en
Einsiedeln. Aquí su mordaz predicación y
sus tendencias reformistas atrajeron la atención general. En 1519 fue
nombrado predicador principal en la gran catedral de Zurich. Ya se había estado
cambiando hacia la aplicación de los principios escriturarios.
Mientras estaba en Einsiedeln en 1518, con la aprobación de su
obispo se había opuesto a la venta de indulgencias por Bernardo Sampson. Al
principiar su trabajo en Zurich, Zwinglio causó sensación al predicar una
exposición de los Evangelios en el lenguaje del pueblo. Menos-preciando las tradicionales
lecciones asignadas y la lengua latina de la Iglesia Romana.
Aparentemente varias experiencias encendieron su celo reformador.
Por 1520 se había familiarizado con la obra reformadora de Lutero. Zwinglio siempre
insistió en que no estaba en deuda con Lutero por los principios de la reforma
en Zurich. Un análisis de las reformas instituidas por los dos hombres en
cierto modo da muestras de la contención de Zwinglio. La reforma de Zwinglio
fue intelectual, bíblica y política.
El enfocó la religión como una búsqueda humanista de la verdad.
Lutero, por otra parte, fue movido por una gran experiencia que lo
convenció de que el sistema romano no podía traer paz al alma de un hombre.
Así, mientras Zwinglio mediante la reforma procuraba satisfacer su mente con respecto a la verdad del
cristianismo, Lutero aspiraba a satisfacer su corazón mediante la apropiación
del verdadero cristianismo. De este modo, aunque los escritos de Lutero
indudablemente daban aliento a Zwinglio, es posible que la reforma de Zwinglio
se desarrollara algo independientemente.
Además de los escritos de Lutero, otros factores volvieron a
Zwinglio más celoso hacia una reforma activa. La temida peste azotó Zurich y
Zwinglio fue abatido. A las mismas puertas de la muerte tuvo una
experiencia mística en la que fue consciente
de la fortalecedora presencia de Dios.
Por esto y por
el dolor de la pérdida de su hermano, Zwinglio pareció
profundizarse considerablemente en la vida espiritual. Por años había estado recibiendo una pensión del papa, una iguala
por animar a los jóvenes a ocuparse en el
servicio militar mercenario. En 1520, en consecuencia
con sus nuevos conocimientos, renunció a esta pensión y tomó una postura más positiva
contra la contratación de los jóvenes suizos como
mercenarios.
Su
predicación empezó a hacer hincapié en la sola autoridad de las Escrituras.
Actuando sobre este principio, algunos de sus seguidores de Zurich, en 1522 se
rehusaron a ayunar en cuaresma, sobre la base de que la Biblia no prohíbe
comer. Zwinglio los defendió de las censuras de su obispo y escribió un tratado Sobre la Opción y Libertad de Comer.
En
julio de 1522, Zwinglio atacó el celibato del clero. El sabía de primera mano
los terribles males implicados en este sistema, habiendo admitido abiertamente
en sus escritos que él era soltero pero no casto. En 1524 anunció su matrimonio
con la mujer con la que había estado viviendo en relaciones maritales por
algunos años.
Ejerciendo
gran influencia en el gobierno civil de Zurich, Zwinglio pudo desarrollar su
programa de reforma. El concilio de la ciudad le adjudicó la victoria en dos
disputas públicas con representantes católicos romanos en enero y octubre de
1523. Zwinglio presentó sesenta y siete breves artículos de fe, que iban más
allá que Lutero hacia la posición evangélica.
En
ellos Zwinglio exaltaba la posición escrituraria en contraste con las enseñanzas
de la Iglesia Romana. La salvación es por fe. Los sacramentos romanos, la
intercesión de los santos, y los sufrimientos en el purgatorio no son
escriturarios. Todos los creyentes son sacerdotes. El celibato del clero debía
ser abolido.
En
un punto Zwinglio tenía desacuerdo dentro de sus propias filas. Se ha señalado
que este movimiento era parcialmente político porque tenía que trabajar a través
del gobierno del cantón de Zurich. Cuando surgió la cuestión del bautismo, el
aspecto político pesó considerablemente. Zwinglio sabía que si negaba la
validez del bautismo infantil “desi-glesiaria” al concilio civil de Zurich,
porque todos ellos habían sido rociados cuando niños.
Aparentemente
este factor lo hizo retener el bautismo infantil, después de considerable
vacilación. El no enseñaba que el bautismo infantil trajera salvación,
siguiendo la norma de la Iglesia Romana; más bien, decía él, el bautismo
sencillamente identifica al niño con el pacto cristiano, de manera muy
semejante a como el rito de la circuncisión identifica al niño judío con el
pacto israelita. Consideraba la cena del Señor como un símbolo del cuerpo y la
sangre de Cristo. Zwinglio pudo justificar ante el gobierno de Zurich la
eliminación de las imágenes, las reliquias, los monasterios, y la observancia
tradicional de la misa.
Por
1524-25, sin embargo, por causa de la retención del bautismo infantil, Zwinglio
fue obligado a defender su movimiento contra los ataques de un grupo que había
estado conforme con él en los primeros días de la reforma. Conrado Grebel,
Félix Manz, y otros entre sus
antiguos partidarios, insistían en que Zwinglio debía abolir el bautismo
infantil si quería ser consistente con su propósito principal: restaurar la
norma escrituraria. Ni las circunstancias políticas, decían, debían impedir la constante
fidelidad a los mandatos de las Escrituras. Al principio parecía que Zwinglio
iba a cambiar en esta dirección, pero muy pronto resistió vigorosamente el
movimiento.
La
reforma de Zwinglio transformó Zurich para 1525. Su influencia también
contribuyó a la reforma de otras ciudades suizas y del sur de Alemania, como
San Gall, Basilea, Berna y Estrasburgo.
Los cantones rurales de Un, Schwjz, Unterwalden, y Zug, sin embargo,
completamente satisfechos con la antigua relación católica romana, formaron con
Lucerna una liga para resistir la reforma.
La
mayor parte de los otros cantones suizos y algunos de las ciudades alemanas del
sur se confederaron en una liga reformadora. Ambos grupos procuraron alianzas
externas. En 1529 parecía inminente una guerra civil, pero por negociaciones
las hostilidades se pospusieron en una paz favorable a los zwinglianos.
En
el otoño de 1529 ocurrió en Marburgo una importante reunión entre los luteranos
y los zwinglianos. La segunda dieta de Espira había condenado recientemente
toda disensión de la Iglesia Católica Romana, y había demandado la conformidad
en un año. Felipe de Hesse, un influyente luterano, deseaba conseguir una
alianza política y militar entre las fuerzas luteranas y zwinglianas para hacer frente a los católicos.
Lutero
insistió en que primero debían tener un acuerdo en doctrina. En catorce
artículos de fe Lutero y Zwinglio tuvieron un acuerdo general, pero en una
parte de un artículo Lutero rechazó a Zwinglio. El punto de diferencia estaba
en la interpretación de la presencia de Cristo en la Cena. Lutero sostenía que
el cuerpo físico de Cristo estaba presente para el fiel en la observancia sincera de la Cena; Zwinglio objetaba que un cuerpo físico
no podía estar en todas partes al mismo
tiempo. Zwinglio también decía que el pan simboliza
o representa el cuerpo de Cristo.
Este solo punto de desacuerdo
pesó más que todo lo demás. El sueño de una alianza
se hizo pedazos. Zwinglio volvió a su tarea de
esforzarse en conseguir la aceptación de su reforma
en los trece cantones de Suiza. Los cinco cantones católicos, sin embargo, alertas por la oportunidad de recuperar la
iniciativa, levantaron un ejército en 1531, y
en la batalla que siguió, Zwinglio fue matado. Su sucesor en Zurich, Enrique Bullinger, respetó el tratado
firmado con los católicos y limitó su trabajo
a su propio cantón. En menos de una generación
el movimiento fue devorado por el de Juan Calvino, más grande y de más influencia.
LA REFORMA CALVINISTA EN GINEBRA
La ciudad de Ginebra sintió al principio la reforma como un
resultado indirecto del movimiento zwingliano. La ganancia de Berna para la reforma
en 1528 produjo impulso adicional por los crecientes intereses evangélicos de
ésta, la ciudad suiza más grande del sur. Fue mediante el estímulo de Berna que
Guillermo Farel, impetuoso reformador de Francia, se abrió paso hasta Ginebra
en 1533.
Ginebra ya había sentido la presión política de Berna para aceptar
la reforma evangélica. Los factores políticos, de hecho tuvieron la parte más
importante en ganar a Ginebra para el movimiento de reforma. La ciudad estaba
gobernada por un obispo y un administrador, y los dos eran gobernados
por el duque de Savoy, monarca de un reino adyacente. Los ciudadanos
participaban del gobierno local mediante una asamblea general y un comité
electo conocido como el Pequeño Concilio.
Los comités más grandes eran nombrados por el Pequeño Concilio
para resolver cuestiones que tenían que ver con principios fundamentales.
Empezando en 1527, la antigua hostilidad entre las ciudades de Ginebra y la del
duque de Savoy estalló en guerra abierta.
Los ciudadanos pudieron rechazar los ataques del duque mediante la
ayuda de Berna y de un vecino católico, Freiburgo, y establecer la libertad de
Ginebra. Con el aliento de Berna, Guillermo Farel y Antonio Froment, dos
predicadores franceses, infiltraron en Ginebra el interés de la causa evangélica.
Para 1535 el movimiento de reforma había tomado una posición
firme, y Ginebra había entrado al grupo evangélico. En julio de 1536, Juan
Calvino hizo una pausa en la ciudad en camino a Estrasburgo, y Farel lo alistó
en la tarea de hacer de Ginebra una fuerte ciudad protestante.
LA
OBRA DE JUAN CALVINO.
Juan Calvino nació en Noyon, Francia, el 10 de julio de 1509. Su
padre era un influyente funcionario eclesiástico y secretario del obispado.
Como resultado, la educación de Calvino había sido proporcionada mediante los beneficios
de la Iglesia Católica Romana. En 1528 él recibió la Maestría en Artes de la
Universidad de París. A petición de su padre Calvino entró al estudio de
derecho en Orleáns y Bourges, y recibió el doctorado en derecho de la primera institución
en 1532. Su primer amor era la literatura, no el derecho, y después de la
muerte de su padre, Calvino estuvo en libertad de abandonar la práctica del
derecho.
Calvino estaba familiarizado con las ideas de reforma. Jacques
Lefevre Etaples, un erudito francés que vivía en París, ya para 1512 había
exaltado las ideas evangélicas en un comentario sobre las epístolas de Pablo.
También tradujo el Nuevo Testamento diez años después. Los
escritos de Lutero circulaban libremente en Francia y Calvino se familiarizó
con ellos. La conversión de Calvino al punto de vista evangélico fue repentino,
según su propio testimonio. Tal vez nunca se conocerá la verdadera explicación,
pero gran número de factores estuvieron implicados. Su padre y su hermano habían sido excomulgados
por la Iglesia Romana, lo que pudo haber aflojado la atadura de ese sistema sobre
Calvino. Su primo, Roberto Olivetan, ya era un reformador experimentado.
La atmósfera humanística de los maestros y la preparación universitaria
de Calvino, indudablemente lo movieron hacia las convicciones evangélicas. En
mayo de 1534 él renunció a sus beneficios, y por alguna razón fue puesto
prisionero por un breve período. Esta es la primera indicación definida de que
Calvino ya había entrado al grupo evangélico. Con el principio de una
persecución severa y general en
Francia en 1534, Calvino estuvo huyendo de aquí para allá en Francia, y después
a Estrasburgo y a Basilea. Mientras estaba en Basilea en 1536.
Calvino publicó la primera edición de su obra sobresaliente, Institución de la Religión Cristiana, que
le trajo inmediata fama. Su dedicatoria de La Institución al rey Francisco I de Francia es una obra maestra
de argumentación de las
Escrituras y de la historia. Calvino estuvo de visita por breve tiempo en Italia y París, y en su viaje a Estrasburgo
pasó por Ginebra, Suiza. Aquí
Guillermo Farel lo convenció de que era la voluntad de Dios para él que estableciera la norma evangélica en
Ginebra.
Los siguientes dos años Calvino trabajó en esta importante ciudad.
En enero de 1537, presentó al Pequeño Concilio de Ginebra una serie de artículos
relativos a la reforma. La cena del Señor se hizo central en la disciplina de la iglesia. Las caídas morales y el
descuido de los servicios divinos sin excusa
producían la exclusión de la participación de la Cena.
Una
confesión de fe fue sometida al concilio para su aprobación, después de lo cual
se pidió a todos los ciudadanos su conformidad. El propósito era requerir
conformidad total para las doctrinas evangélicas.
Lógicamente,
el siguiente paso era enseñar la doctrina a los niños. Calvino proporcionó un
catecismo para su uso. Se pensó que era necesario un sistema de inspectores
laicos que vigilaran la conducta de los ciudadanos.
La
inmediata oposición al programa de Calvino vino de los disidentes políticos y
religiosos. Calvino fue atacado como extranjero y entrometido.
La
elección anual de la ciudad en 1537 favoreció a los partidarios calvinistas,
pero un año después triunfó la oposición al volver a tomar las riendas del
gobierno, y en abril, Calvino y Farel fueron expulsados de Ginebra.
Calvino
fue a Estrasburgo, una ciudad ya fuertemente evangélica, y se hizo pastor de
los refugiados franceses. Allí tenía una notable libertad de impedimentos en su
predicación y en la administración de la iglesia.
Después
de enero de 1539 fue llamado a dar conferencias a las clases avanzadas de las
escuelas. Allí puso los cimientos de sus famosas exposiciones de libros
bíblicos, que posteriormente fueron impresos en forma de comentarios. También
tuvo oportunidad de preparar una edición muy aumentada de La Institución.
Mientras
Calvino estaba ausente de Ginebra; el cardenal Sadoleto exhortó a la ciudad a
volver al redil católico. Puesto que nadie en Ginebra se sentía preparado para
contestar su exhortación, finalmente fue puesta en manos de Calvino en
Estrasburgo. Su Respuesta a Sadoleto en
1539, justificando la posición evangélica, aumentó su reputación.
En
Estrasburgo, Calvino se casó en agosto de 1540 con Idelette de Bure, viuda de
un convertido anabautista. Calvino hablaba en los términos más altos de su
esposa y de su felicidad. Ella
murió en 1549. Su único hijo, nacido en 1542, vivió sólo unos cuantos días.
En
1541, después de considerable persuasión de sus amigos, Calvino regresó a
Ginebra. Allí enfrentó una difícil tarea. El partido que había echado fuera a
Calvino había sido superado en las elecciones de 1540, pero todavía era
formidable. Las relaciones de Ginebra con Berna eran amenazadoras y la
situación interna era mala. Parecía que los disturbios y el desorden pronto
estallarían en Ginebra. Calvino regresó con la seguridad de que se le
permitiría instituir sus reformas.
Un
comité del Pequeño Concilio ayudó a Calvino en la preparación de sus Ordenanzas Eclesiásticas. Se estipularon cuatro oficiales para la vida
eclesiástica: pastores, maestros, presbíteros y diáconos. El aspecto más
distintivo de este programa era el oficio de anciano o presbítero, del cual se
deriva el nombre “presbiteriano”. El Pequeño Concilio escogió doce laicos como presbíteros
regentes de la iglesia de Ginebra. Esto fue una desviación de la idea general
de que los presbíteros debían ser ordenados y debían predicar más que gobernar.
Estos
doce presbíteros fueron combinados con el ministerio regular (con sólo seis
miembros al principio) para formar el Consistorio, que tenía la vigilancia
sobre toda la disciplina eclesiástica, Calvino aparentemente había deseado que
la iglesia de Ginebra ejerciera su propia disciplina aparte de las autoridades
seculares, pero fue obligado a un compromiso que permitía al Pequeño Concilio
participar ampliamente en esta esfera. El Consistorio ejerció autoridad
detallada y amplia sobre la vida eclesiástica de la ciudad.
El
sistema de doctrina de Calvino, como se expresa en La Institución, empezó con la soberanía de Dios y, siguiendo el
orden general de los credos,
discutía a Cristo, el Espíritu Santo, y la iglesia. Su énfasis sobre la predestinación de Dios fue atacado
por varios, y su retención del
bautismo infantil reflejaba la
importancia que había dado al aspecto sociológico de los sacramentos. Su concepto del bautismo era muy semejante al
de Zwinglio, y enseñaba la verdadera presencia
espiritual de Cristo en la Cena.
A
pesar de las súplicas de las autoridades de Ginebra en 1541 para que regresara
Calvino, habían subsistido muchos oponentes. Para 1553 parecía que los
partidarios de Calvino serían derrotados en el voto popular y que resultaría
otra expulsión. Sin embargo, ese año, Miguel Servet, un español exasperante y
no ortodoxo se abrió paso hasta Ginebra. Antiguo oponente de Calvino, Servet ya
estaba bajo condenación por los romanistas tanto como por los evangélicos por
sus ataques sobre las doctrinas de la Trinidad y la persona de Cristo.
Calvino
persiguió vigorosamente a Servet, y el partido de oposición imprudentemente dio
señales de favorecer a Servet. Consecuentemente, cuando Servet fue condenado y quemado
en octubre de 1553, la victoria de Calvino fue completa. Las elecciones del
siguiente año le dieron un triunfo resonante. De 1555 hasta su muerte en 1564,
Calvino rigió con poca oposición.
LA EXTENSIÓN DEL CALVINISMO.
Debe recordarse que después de la muerte de Zwinglio en 1531 su reforma
no se extendió más. El agresivo sistema de Calvino y su concienzuda preparación
de predicadores pronto empezó a rendir frutos en los cantones de Zwinglio. Para
1566 las doctrinas de Calvino eran aceptables para la mayoría de los cantones
zwinglianos, y desde entonces se identificaron con el sistema calvinista.
El gobierno de Francia estaba centralizado bajo el control del
rey. El rey Francisco I (1515) tenía un acuerdo operante con el papado por el
cual cada uno se beneficiaba con el mantenimiento del sistema católico romano.
En cooperación con el papa, Francia había peleado contra España intermitentemente
desde 1521 hasta 1529, y por razones puramente políticas, Francia y España
habían continuado la lucha en 1536-38 y 1542-44. Estas guerras requerían que
Francia adoptara una política que mejor sirviera a sus planes inmediatos. Como
resultado, se puso en Francia un considerable fundamento para la reforma sin
mucha persecución.
Ya se ha hecho referencia a Jacques Lefevre Etaples, que esparció
los conceptos evangélicos mucho antes que Lutero. Un número de sus discípulos
continuó propagando los conceptos evangélicos. Las ideas reformadoras
aparecieron entre la facultad de la Universidad de París, por mucho tiempo un
baluarte católico. Calvino huyó de Francia a fines de 1534, cuando estaba
empezando todo el peso de la persecución real. A pesar de los frecuentes
martirios que ocurrían, los predicadores franceses acudían por docenas a la
escuela de Calvino en Ginebra, y regresaba a su patria a predicar lo que se
conocía como el evangelio hugonote.
Para 1559 había cuarenta y nueve congregaciones de calvinistas en
Francia, y ese año se tuvo un sínodo en París que formó una organización
nacional y adoptó una confesión de fe calvinista. En dos años el número de congregaciones
había aumentado a 2,150. Entre 1562 y 1598 tuvo lugar una serie de guerras
entre hugonotes y católicos, y en
la última fecha, mediante los esfuerzos del rey Enrique IV (que se había hecho
católico romano para conseguir la corona de Francia), se emitió el Edicto de Nantes,
que estipulaba ciertas libertades “perpetuas” para los calvinistas franceses.
Sin embargo, como resultado de la lucha ininterrumpida en el siglo XVII, esas
libertades fueron eliminadas en 1685.
Los Países Bajos consistían de diecisiete provincias,
aproximadamente, en lo que ahora es Bélgica y Holanda. Por mucho tiempo habían
sido conocidas como el centro de oposición a las doctrinas católicas romanas.
Los
valdenses, los Hermanos de la Vida Común, el misticismo y el humanismo, estaban
representados en esta sección. Entre 1517 y 1529 el luteranismo se extendió
rápidamente en los Países Bajos. Los menonitas hicieron gran progreso hasta
cerca de 1540, cuando el calvinismo empezó a hacerse muy influyente. Una de las
razones por qué muchos dejaron las filas menonitas para hacerse calvinistas fue
que los primeros demandaban el pacifismo. En este período España estaba
haciendo una guerra determinada contra los Países Bajos por razones tanto
políticas como religiosas. Consecuentemente, un gran número de habitantes
abrazaron el movimiento calvinista militante en preferencia a la fe
menonita-pacifista.
Para
1550 los calvinistas empezaron a organizar iglesias en los hogares. En 1559 se
tuvo un sínodo nacional, se organizó la Iglesia Holandesa Reformada
(calvinista), y se adoptó una confesión calvinista. De 1566 a 1578 los
patriotas bajo Guillermo el Silencioso (1553-84) combatieron a los señores
españoles y en 1581 las provincias del norte declararon su independencia.
Escocia
había sido evangelizada muy al principio por misioneros británicos. El sistema
católico romano obtuvo el control de Escocia en el siglo XI. La batalla con
Inglaterra en los siglos XIII y XIV, que produjo la independencia escocesa bajo
Roberto Bruce, condujo a Escocia a una alianza íntima con Francia. Los
movimientos de reforma habían empezado en Escocia bajo la inspiración de la
obra de Lutero, Tyndale, y otros.
Patricio
Hamilton, preparado en la Universidad de París, proclamaba las doctrinas
evangélicas y fue quemado en 1528. Como resultado muchos nobles, tanto por
motivos políticos como eclesiásticos, se volvieron hacia el protestantismo.
En
1546 Jorge Wishart fue quemado también. Su martirio inflamó a Juan Knox.
Después, Knox asistió a la escuela de Calvino en Ginebra en 1554 y sirvió allí
como pastor después de 1555. En 1559 Knox regresó a Escocia y resultó
victorioso en establecer el sistema presbiteriano.
El
calvinismo no obtuvo su gran influencia en los estados alemanes en este
período. Fue excluido de la tolerancia del Tratado de Augsburgo de 1555.
Melanchton se volvió creciente simpatizador de las doctrinas calvinistas,
particularmente después de 1546, cuando murió Lutero.
Tampoco
Inglaterra fue muy afectada por el calvinismo en este período, aunque los
regentes de Eduardo VI (1547-53) estaban familiarizados con sus dogmas. Su
influencia más grande en Inglaterra vino el siguiente período.
COMPENDIO FINAL
La reforma estalló en Suiza bajo la dirección de Ulrico Zwinglio y
Juan Calvino. La inoportuna muerte de Zwinglio volteó radicalmente su reforma
por diferentes canales. Su movimiento fue más tarde devorado por el de Juan
Calvino.
Ambos reformadores suizos condenaron y persiguieron a los
radicales y a los anabautistas. Para el tiempo de la muerte de Calvino en 1564,
su movimiento era conocido en todas partes de Europa e Inglaterra, y fue muy
influyente en Escocia y Suiza.
LOS ANABAUTISTAS Y LAREFORMA RADICAL
Por siglos los principales historiadores o ignoraron o crasamente malentendieron
lo que ahora se reconoce como uno de los movimientos importantes en el período
de Reforma. El movimiento por siglos fue llamado anabautismo, aunque con
algunas reservas por los más familiarizados con él. A.H. Newman, por ejemplo,
reconocía, como muchos eruditos de otras denominaciones ahora están de acuerdo,
en que el nombre “anabautista” era un epíteto de reprobación o condenación.
Por mucho tiempo se le identificó con el fanatismo, el cisma y el
desorden. Ya para el siglo V el Código Teodosio señalaba la pena de muerte para
cualquiera que rebautizara a otro. Esta ley estaba dirigida a los donatistas, los
que algunas veces eran llamados anabautistas porque insistían en realizar el
rito del bautismo sobre cualquiera que viniera de las corrompidas iglesias
católicas, que, decían los donatistas, habían perdido el poder de administrar
el bautismo salvador. Con esta clase de fondo, el nombre “anabautista” llegó a
aplicarse a cualquier iconoclasta religioso o fanático.
Ahora se reconoce generalmente que encontrar a alguien al que se
haga referencia como un anabautista en el siglo XVI no significa necesariamente
que tal persona rebautizara; sencillamente puede significar que sus conceptos
eran considerados radicales. Por esta razón, el nombre “anabautista” que hacía
hincapié en la sola doctrina del bautismo de los creyentes, difícilmente puede
aplicarse adecuadamente a todos los radicales religiosos que eran amenazados o
condenados por ser clasificados en esta categoría.
Una mejor clasificación para describir más exactamente los
diversos tipos de pensadores radicales ha sido intentada recientemente por
muchos historiadores. Tal vez, como algunos han sugerido, la palabra “radical”
es el mejor término genérico para todos ellos, porque estos grupos eran radicales
tanto en relación con las prácticas de los reformadores religiosos contemporáneos
como en la opinión de los católicos romanos y de los protestantes de ese
tiempo.
Los diversos grupos, entonces, se discutirán bajo cuatro
categorías: los biblicistas radicales, los milenaristas radicales, los místicos
radicales, y los racionalistas radicales. Antes de discutir cada uno de esos
grupos, deben decirse unas palabras acerca del posible origen de estos
movimientos.
ORÍGENES DE LOS REFORMADORES RADICALES
En general hay dos puntos de vista respecto al origen de estos reformadores
y su extenso distrito. Uno es que se originaron por la inmediata situación
histórica y el estudio renovado de las Escrituras. Este criterio negaría que
hubo antecedentes antes del siglo XVI.
Parecería más consistente sostener que la repentina aparición de
estos reformadores sobre tan grande área y
la incorporación de tales énfasis doctrinales tan diversos no puede
explicarse en términos de un factor solo o localizado. La historia no se vuelve
repentinamente ni revela expresiones multiformes sin antecedentes. Un
movimiento tan complejo y general como este parecería demandar una
multiplicidad de factores la prolongación de ideas medievales, la inmediata
conmoción económica y religiosa del siglo XVI, el nuevo estudio del Nuevo
Testamento en términos de interpretaciones contemporáneas, y tal vez otros
elementos que no pueden ser clasificados.
TIPOS DE REFORMADORES RADICALES
Debe reconocerse que estas clasificaciones de los diversos tipos
de radicales son totalmente arbitrarias. Con frecuencia un hombre podría ser puesto
en varias categorías y otro hombre no cabría en ninguna. Hay valor, sin
embargo, en forzar cierta clase de plan general sobre el material para
proporcionar un mejor contexto.
BIBLICISTAS RADICALES.
Este grupo recientemente ha sido llamado “los anabautistas
propiamente dicho” por un autor, por buenas razones, porque ellos demandaban fe
personal antes del bautismo como un elemento básico de su religión.
Había radicales en el sentido de que ellos eliminaban toda la
tradición en favor de la autoridad bíblica, que ellos consideraban la fuente de
sus ideas acerca del bautismo de los creyentes, la separación de la iglesia y
el estado, la eliminación de la gracia sacramental y sacerdotal, la centralidad
de la iglesia unida, la restauración del primitivo espíritu cristiano de amor y
de la norma neotestamentaria de organización, y la santidad de vida como
resultado de una experiencia de regeneración mediante el Espíritu de Dios.
Debe
recordarse que en su reforma en Zurich, Ulrico Zwinglio apoyaba el concepto de
que sólo las Escrituras deben constituir la base de fe y práctica. En 1523 en
conferencias con Zwinglio, Baltazar Hubmaier (entonces pastor en Waidhust,
Austria), Félix Manz y otros, discutieron con él la necesidad de rechazar el
bautismo infantil. Zwinglio al principio pareció ver favorablemente la doctrina
del bautismo de los creyentes, puesto que seguía su reconocido principio de
seguir solamente enseñanzas escriturarias, y puesto que ya su elaboración de
sus Sesenta y Siete Artículos había señalado la primitiva práctica de bautizar
sólo después de la fe y la confesión.
Sin
embargo, su teoría de la relación del cristianismo con la sociedad finalmente
lo apartó de esta posición. Zwinglio pensaba que debía tener el apoyo de las
autoridades civiles en Zurich para llevar a cabo su reforma.
La
negación del bautismo infantil hubiera significado el apoyo civil, porque el
mismo concilio de la ciudad, del cual dependía para ayuda, hubiera quedado
fuera de la iglesia. Consecuentemente, el 17 de enero de 1525, en una disputa
en Zurich, Zwinglio negó el principio del bautismo de los creyentes. Se le
opusieron muchos de sus antiguos asociados, hombres valientes como el capaz y
respetado Conrado Grebel.
El
concilio de la ciudad, actuando como juez, decretó la victoria de Zwinglio en
el debate y dio la orden de que todos los niños fueran bautizados. Los anabautistas
debían ser desterrados o hechos prisioneros. Una segunda disputa en noviembre
terminó similarmente. En marzo de 1526 se ordenó ahogar a los anabautistas si
persistían en su herejía, y Félix Manz, Jacobo Faulic, y Enrique Riemon fueron
las primeras víctimas de esta sentencia.
El
movimiento anabautista ganó multitudes de adherentes en Suiza entre 1525 y
1529. Después de ser desterrados de Zurich, dirigentes anabautistas como Jorge
Blaurock, Guillermo Reublin, Hans Brotil, y Andrés Castlebcrg, fueron a todas
partes predicando. Grandes cantidades fueron bautizados en Schaffhausen, San
Gallen, Appenzell, Basilea, Berna y Grunigen. No sólo se formaron numerosas
iglesias anabautistas, sino que el movimiento ayudó a purificar a otros grupos
de ministros indignos, cuyas vidas malvadas eran rigurosamente atacadas por los
predicadores anabautistas.
Para
1529 el movimiento anabautista suizo había declinado grandemente, pero no había
muerto. Hombres como Pilgrim Marbeck trabajaron ampliamente en Suiza y después
en el sur de Alemania. Particularmente en Berna las congregaciones anabautistas
continuaron su lucha. Como otros movimientos perseguidos, el anabautismo se
volvió secreto, y su influencia no puede juzgarse.
Una
de las razones de la declinación de la actividad anabautista en Suiza fue el
llamado de un país adyacente. El anabautismo se había esparcido en áreas
contiguas como Austria y Moravia.
Fue a este último país que muchos dirigentes anabautistas se abrieron camino.
Moravia había sido sembrada de semilla radical por las revueltas husitas y
taboritas.
En
junio de 1526, Baltazar Hubmaier huyó a Nickolsburgo, Moravia, después de ser
perseguido en Austria y Suiza. Allí tuvo un éxito instantáneo, habiendo
bautizado entre seis y doce mil en un año. También pudo publicar varias
excelentes obras apologéticas en defensa de la posición anabautista. Su obra en
Nickolsburgo, sin embargo, fue socavada por Jacobo Wiedemann y otros, que
abogaban por un fuerte pacifismo (no sólo negándose a meterse en la guerra sino
declinando pagar impuestos que mantuvieran a los que peleaban) y un
compartimiento comunal de los bienes personales.
Tal
vez la amargura de esta controversia pueda haber despojado a Hubmaier de amigos
lo suficiente para que las autoridades austriacas pudieran aprehenderlo y
quemarlo en marzo de 1528. Así murió uno de los anabautistas más grandes y
sabios.
El
partido pacifista y comunista creció rápidamente en Moravia. Jacobo Huter
asumió la dirección, y una gran comunidad que practicaba la economía comunal se
convirtió en refugio anabautista para refugiados de toda Europa. Pese a la casi
ininterrumpida persecución en los siguientes dos siglos, los anabautistas
moravos aumentaron y prosperaron.
Su gobierno eclesiástico era muy similar al de los antiguos valdenses de esta área.
El crecimiento del grupo en el cercano Tirol y en Austria fue rápido al
principio, pero por causa de la severa persecución el movimiento fue drásticamente
reducido.
El
tercer grupo principal que defendía un rígido biblicismo eran los menonitas,
que tomaron su nombre de Menno Simons (1496-1561).
Menno
nació y creció en los Países Bajos, recibió una buena educación y fue ordenado
sacerdote en la Iglesia Católica Romana en 1524. La atmósfera de la reforma lo
llevó a un cuidadoso estudio de la Biblia, especialmente después de la
ejecución de un anabautista cerca de su casa.
Los
fanáticos radicales de Munster, lo rechazaron entre 1533 y 1535, pero también
lo empujaron a dejar la Iglesia Romana bajo la presión de la convicción. En
1536 él recibió el nuevo bautismo y se convirtió al ministerio anabautista. Con
Obbe y Dietrich Philips, Menno se reunió y organizó
los biblicistas de la grey anabautista dispersa. Pasó el resto de su vida como fugitivo de los católicos así como de los
protestantes. Viajando y escribiendo
extensamente, Menno preservó la herencia de los anabautistas
bíblicos.
Es digno de notarse que Menno Simons, indudablemente por su
intensa repugnancia a los fanáticos de Munster, desconocía cualquier conexión histórica
con los anabautistas primitivos, pero trazaba una sucesión de su movimiento a
través de los valdenses hasta los días apostólicos. También seguía la norma
valdense en varias doctrinas claves.
LOS MILENARIOS RADICALES.
El ala milenaria del movimiento radical volteó la espalda al ideal
de restablecer la norma primitiva en congregaciones unidas. En vez de eso, tornando
su texto de escritos apocalípticos, consiguió preparación e inspiración de los
fuegos fanáticos primitivos que todavía ardían en Bohemia, y considerándose a
sí mismos primeros actores en el drama de Dios de restablecer un reino
milenario, estos hombres procuraban traer el cielo a la tierra por medio de la
espada y la coerción.
Las ideas valdenses y taboritas que cubrían Bohemia fueron
reproducidas con mucho detalle en la obra de Nicolás Storch. Influido por sus
primeros contactos en Bohemia, Storch mostró un fiero espíritu denunciador
hacia los que disentían de él. En 1520 se alió con Tomás Muntzer, un pastor luterano
de Zwickau, altamente educado, que como Lutero atacaba el establecimiento
sacerdotal y monástico del sistema romano. Storch estableció un tipo distintivo
de organización eclesiástica siguiendo el modelo de las iglesias taboritas que
había conocido en Bohemia. El siguiente año Muntzer se volvió a Praga.
Aparentemente la instrucción que había recibido aquí lo puso en el partido de
los radicales irrecuperables.
Storch, mientras tanto, que parecía haber ínfluido en Muntzer los principios
y la política bohemia, permaneció en Zwickau, donde casi volvió radicales a
varios de la facultad de Wittenberg, pese a que estaba sosteniendo errores
“bohemios”. Carlstadt, Celario, y hasta Melanchton, se impresionaron
grandemente con Storch.
El último confesó estar muy perplejo sobre cómo contestar los
argumentos de Storch contra el bautismo infantil. Después de regresar de
Bohemia, Muntzer se estableció como pastor en Alstedt. Aquí su predicación revolucionaria
contra las injusticias sociales y religiosas hizo mucho para preparar el camino a la revuelta de los campesinos.
Expulsado de Alstedt en 1524 por las
autoridades, se apresuró a Mühlhausen, donde su doctrina de revolución social, mezclada con agitación popular
apocalíptica y fanática, precipitó la guerra
de los campesinos.
Aquí
estaba un radical que nunca fue anabautista.
Aunque Muntzer fue matado poco después, su influencia
no murió con él. Otros dos dirigentes, Hans Hut y Melchor Rinck, atraídos por las ideas milenarias de Muntzer,
predicaron ideas milenarias a lo largo y lo
ancho de los estados alemanes.
El
sucesor de Muntzer, un hombre que se parecía a él en muchos sentidos, era
Melchor Hoffmann (Aprox. 1490-1543). Es muy posible que algunas de las ideas
milenarias de Hoffmann fueran obtenidas en Estrasburgo de Nicolás Storch, el
maestro de Muntzer. Después del desastre de la guerra de los campesinos, muchos
de los radicales se abrieron paso hasta Estrasburgo en el sur de Alemania, donde
prevalecía una medida de tolerancia.
Los
dirigentes como Storch, Jacobo Gross, Hans Denk, y Miguel Sattler, le habían
dado un aire milenario a los radicales de Estrasburgo. En 1529, después de un
revoltoso ministerio en Suecia y Dinamarca, Hoffmann regresó a Estrasburgo y
tal vez fue bautizado allí en 1530. Ahora Hoffmann fijaba osadamente el año
1533 como la fecha del principio del reino milenario de Cristo y llamaba a
Estrasburgo “la nueva Jerusalén”. El ordenó que el bautismo fuera suspendido
por dos años para prepararse para el evento.
La
mayor parte de los dos años viajó por los Países Bajos, haciendo mientras tanto
un discípulo de Juan Matthys, quien superaría a su maestro en el fanatismo
milenario. Hoffmann fue echado a la cárcel en mayo de 1533, en Estrasburgo,
donde murió diez años después. Matthys anunció en 1533 que era el profeta
Enoc
que habla sido prometido por Hoffmann, y asumió la dirección del partido
fanático. Fue Matthys quien puso el escenario para el fracaso de Munster. El
pueblo de Munster, una ciudad del norte de Alemania, había reaccionado favorablemente
a la predicación evangélica de Bernardo Rothmann entre 1529 y 1532. Muchos
radicales invadieron la ciudad, y en
1534 Juan de Leyden y Gert Tom Closter, representando a Matthys, llegaron para hacerse
cargo. El mismo Matthys anunció entonces que Munster, y no Estrasburgo, iba a
ser “la nueva Jerusalén”.
La
toma de la ciudad por los radicales hizo que vinieran las tropas del obispo
católico romano. En el asedio la guerra que siguieron, Juan de Leyden, que se
convirtió en jefe cuando Matthys fue matado, introdujo la poligamia y ordenó el
bautismo o el destierro. La ciudad aguantó por un
año. Los pocos dirigentes que fueron
capturados fueron torturados y luego alzados en una jaula a la torre de la iglesia principal de Munster. Sus huesos
permanecieron allí por siglos, un constante
recordatorio de los deplorables efectos del movimiento
radical.
MÍSTICOS RADICALES.
El extremado énfasis sobre las observancias sacramentales, y la
fría teología escolástica y estrictamente intelectual produjeron una reacción
de los que buscaban dentro de sí mismos el testimonio y la iluminación del Espíritu.
Moviéndose en una atmósfera que despreciaba tanto los sistemas sacramentales
católicos romanos como los protestantes, estos místicos con frecuencia se veían
atraídos por los anabautistas no sacramentales y sus doctrinas radicales.
Uno de estos era Hans Denk (1495-1527), un erudito humanista y reformador asociado con Zwinglio
por un tiempo. En 1525 él organizó una
iglesia anabautista en Augsburgo, pero sucesivamente fue echado a Estrasburgo, Worms y Basilea, donde
murió de la peste en 1527. Sus escritos
lo vinculan con los místicos primitivos. Su amigo, Ludwig Hetzer (1500-29), tuvo una experiencia un tanto
similar con sus perseguidores antes
de su ejecución en 1529. Sebastián Franck (1499-1542) se cambió del romanismo al calvinismo y fue
acusado de cambiarse al anabautismo.
Su pronunciado misticismo y su desafiante admiración por los
herejes que se habían atrevido a seguir la verdad hacen difícil clasificarlo
bajo una sola categoría. El indudablemente influyó en Gaspar Schwenkfeld
(1487-1541), que se cambió igualmente del luteranismo, aunque las doctrinas de Schwenkfeld
permanecieron más cerca de la ortodoxia que las de Franck. Jacobo Kautz y Juan
Bunderlin deben ser clasificados entre estos místicos; tal vez hasta Enrique
Niclaes (aprox. 1501-60), el fundador de “la Casa de Amor” o “los familistas”,
debe ser incluido.
Niclaes pasó del catolicismo romano al luteranismo, sin encontrar
en ninguno lo que deseaba. Su naturaleza mística fue excitada por David Joris
(1501-56), y parece que él pensaba que había recibido una revelación divina más
allá de lo que ningún hombre había conocido. Pasó mucho tiempo en Inglaterra, y
la influencia de su movimiento todavía podía encontrarse allí el siguiente siglo.
RACIONALISTAS RADICALES.
Tanto católicos como protestantes en el período de la reforma
aborrecían a los racionalistas radicales, cuyo razonamiento no sólo los había
sacado de las iglesias ortodoxas sino también había desarrollado aberraciones doctrinales
que los habían puesto “fuera de límites”. De hecho, todo tipo de radicales
(bíblicos, milenarios, místicos, y racionalistas) eran enemigos de los símbolos
y credos ortodoxos.
Los místicos en particular con frecuencia seguían herejías
reconocibles en sus doctrinas acerca de la iglesia, de la salvación y de
Cristo. Hombres como Franck, Hetzer, Denk, Kautz, y Bunderlin, se acercaban a
los conceptos de los racionalistas, y en
algunos casos iban más allá de ellos en su radicalismo, pero sus métodos y curso
de acción eran diferentes. Un racionalista bien conocido era Juan Campano
(aprox. 1495-1575). Influido por Erasmo y por la atmósfera de los radicales en
el ducado de Julich, Campano se cambió de los conceptos católicos y luteranos y
finalmente cayó en el anti-trinitarianismo. Su influencia se generalizó en
Julich, y muchos siguieron sus ideas anti-paidobautistas. Fue encarcelado en el
año 1555 y murió así, veinte años después.
El más conocido de los radicales racionalistas fue Miguel Servet
(1509-53), un español brillante pero errático. En 1534 conoció a Juan Calvino
en la Universidad de París, empezando una larga relación de desconfianza y disgustos
mutuos. Desde 1546 hasta su muerte, Servet irritó grandemente a Calvino con su
correspondencia provocativa y su crítica áspera. En el año de su muerte Servet
publicó su Christianismi Restitutio, que
defendía el antitrinitarianismo y otras doctrinas que aborrecía Calvino y el
resto del mundo ortodoxo. Fue aprehendido en Ginebra por Calvino y después de un
juicio eclesiástico, fue quemado.
Su influencia puede haber sobrevivido en la obra de Lelio Socino
(1525-62) y Fausto Socino (1539-1604). El primero era un abogado italiano cuyo gran
escepticismo de la ortodoxia contemporánea no fue completamente conocida hasta
después de su muerte. En 1547 dejó Italia, sospechoso ya de herejía. Viajó
ampliamente y fue un atento observador del juicio de Servet en Ginebra en 1553.
A su muerte en 1562 dejó sus manuscritos y su escepticismo a su sobrino Fausto,
que se convirtió en un sobresaliente propagador de las doctrinas
anti-trinitarias.
En 1579 Fausto Socino se mudó a Polonia, refugio de pensadores
liberales, donde encontró hombres de ideas similares como Pedro Gonesio, Jorge
Biandrata, y Gregorio Paulo. Aquí fundó un colegio y diseminó conceptos
racionalistas en una gran área, hasta su muerte en 1604.
Debe mencionarse algo del fuerte movimiento anti-trinitario de
Italia que fue apagado por la inquisición católica romana. Figuras tales como
Renato y Tiziano caracterizan a estos radicales, que parecen haber tomado ideas
evangélicas en general, pero sostenían una cristología adopcionista, con sus
consecuentes débiles nociones del pecado y
la expiación.
OTROS RADICALES.
El principal propósito en esta discusión ha sido proporcionar un
bosquejo viable de los radicales y nombrar algunas figuras principales. Hay
muchos otros radicales de este período que no han sido mencionados y algunos importantes
dirigentes que difícilmente pueden clasificarse. Por ejemplo, Sebastián
Castello (1515-63), Pedro Pablo Vergerio (m. 1565), y Bernardino Ochino
(1487-1564) son típicos de los que se encontraron en desacuerdo en su tiempo.
Algunos continuaron su peregrinación de búsqueda toda su vida.
EL SIGNIFICADO DE ESTOS REFORMADORES
Algunos historiadores serenos creen que el cristianismo del siglo
XX refleja más de las ideas de los anabautistas y de los radicales que de cualquiera
otra de las reformas. En un sentido es verdad, porque en sus esfuerzos por restablecer
el orden primitivo neotestamentario, estos movimientos radicales, sin las
trabas políticas ni la sumisión social que ataron las manos de Lutero, Zwinglio,
y Calvino, sencillamente hicieron a un lado ideas venerables y respetables
sobre la base de que el Nuevo Testamento no las contiene específicamente.
Desde un punto de vista, la mayor parte de las contiendas entre
los radicales y los tradicionalistas, tanto católicos como protestantes, se centraban
en la relación entre el cristianismo y el mundo circundante. Los verdaderos
anabautistas y muchos de los radicales insistían en que el mundo o la comunidad
no pueden hacer cristianos. Básicamente esto era el significado de rechazar el
bautismo infantil.
El cristianismo tradicional, incluyendo a los reformadores
protestantes, usaba apoderado o fe comunal, explicados en términos de “padrino”
y madrina” para introducir al
niño recién nacido en la grey cristiana. Tanto Lutero como Zwinglio enfrentaron
problemas en este punto. El tema de Lutero de “la fe sola” estaba comprometido
por su solución final. No dispuesto a divorciar su
movimiento del tradicional lazo comunal del bautismo infantil, hizo laboriosos esfuerzos por justificarlo en términos
de fe por poder para el infante o de fe
subconsciente en el infante. Su resultado final fue introducir
una tensión básica en su sistema demandando fe personal para la cena del Señor, pero eliminando la fe personal
para la introducción de la persona en la vida
cristiana.
Además,
el mundo o comunidad no puede constituir una verdadera iglesia. Debe haber una
iglesia reunida en el sentido de que sólo los creyentes, los que tienen fe
bautismal, puedan participar. También en este punto Lutero batalló heroicamente.
Sinceramente deseaba en los primeros días de su reforma separar la iglesia del
mundo. Su tema “la fe sola” lo demandaba.
Finalmente
se separó de su ideal para retener la solidaridad iglesia comunidad. Al
separarse de una iglesia reunida, Lutero destruyó la posibilidad de alcanzar
otro de sus ideales: la separación de la iglesia y el estado. Una iglesia
reunida no puede ser parte del gobierno secular. El abandono del bautismo
infantil trazó una aguda línea entre el mundo y la iglesia. Ni la herejía era
punible por el estado, porque un hombre es responsable sólo ante Dios por su
conducta espiritual. La libertad religiosa no puede ser sencillamente un
privilegio, sino debe ser un derecho y un deber.
El
papa y el emperador ya no podrían regir a todo el género humano en diferentes
esferas. Una iglesia reunida eliminaba al papa tan completamente como los
nacientes gobiernos eliminaban al emperador; una iglesia reunida también
eliminaba la solidaridad de la iglesia comunidad y producía separación de la
iglesia y el estado.
Además,
el mundo no puede determinar la ética y las actitudes de los cristianos. Estas
deben venir solamente de Dios, pero son más imperativas que las leyes
seculares. Los conceptos de una comunidad disciplinada, de la ética del amor, y
de una hermandad espiritual, eran ideas comunes entre los grupos radicales.
Finalmente,
el mundo no podía satisfacer los anhelos e impulsos del espíritu. Todos los
radicales eran hasta cierto punto místicos. Para ellos Dios estaba cercano, y
sus demandas eran personales. Los propósitos de Dios parecía haber sido
malinterpretados con frecuencia, produciendo esto sistemas escatológicos de
proporciones terribles. Esto es comprensible en parte a la luz del mundo
violento y desordenado encarado por estos radicales. Con todo, sin
embargo, existía el sentido de participación personal en los planes eternos de
un Señor vigilante y omnipotente.
En la consideración total de la historia, estas ideas radicales,
concebidas para restablecer la norma cristiana primitiva, han llegado a ser más
comprendidas y apreciadas que
lo que fueron cuando fueron expresadas.
COMPENDIO FINAL
Los radicales y anabautistas fueron los grupos religiosos más
odiados en el continente en el siglo XVI. Los católicos romanos y los
protestantes los persiguieron por igual. Ellos presentan un cuadro complejo de
hombres sin inhibiciones que en algunos grupos se esforzaron por reproducir el cristianismo
primitivo; en otros procuraban encontrar la presencia de Dios en el orden temporal,
y todavía en otros trataban de traer el reino milenario. Sus contribuciones han
sido variadas y significantes.
LA REFORMA ANGLICANA
El último de los grandes movimientos de reforma ocurrió en
Inglaterra. Esta grande isla fuera de la costa de la Europa continental
propiamente dicho, recibió el cristianismo en un período muy temprano, tal vez
de labios de los soldados que habían sido encadenados al apóstol Pablo en Roma,
y que, después de su conversión al cristianismo, habían sido estacionados en la
isla. Los romanos habían invadido por primera vez las Islas Británicas el año
55 a. de J.C., bajo Julio César.
Después del retiro de las tropas romanas en el siglo V por las
invasiones tribales que amenazaban Roma, las islas fueron invadidas por los
anglos, los sajones y los yutes. Siete estados principales se desarrollaron (la
heptarquía), hasta que se unieron bajo Egberto en 827 en un solo reino, tierra
de anglos o Inglaterra.
Mientras tanto, la Iglesia Católica Romana había enviado a Agustín
el monje como misionero en 596 a. de J.C., y por 664 el cristianismo de tipo romano
se había hecho dominante. Después de un período de lucha en la que rigieron
reyes ingleses y daneses intermitentemente, la isla fue invadida en 1066 por
Guillermo I de Normandía, quien obtuvo el reinado al derrotar al rey Haroldo en
la batalla de Hastings. Guillermo estableció la norma de actitud que Inglaterra
tendría en lo general hacia la supremacía papal. En una carta al papa Gregorio
VII se negó a rendir lealtad al papa, aunque consintió en enviar donativos
financieros.
Cuidadosamente, él limitó la influencia de Roma sobre la iglesia
inglesa, casi al punto de negar la autoridad eclesiástica del papa. Entre
Guillermo (m. 1087) y Enrique VII (m. 1509), los reyes ingleses obedecieron y desafiaron
a los papas alternadamente. Durante la Guerra de los Cien Años, cuando los
papas estaban viviendo en Francia y bajo la influencia del enemigo de
Inglaterra, el rey Eduardo III y el parlamento aprobaron los estatutos de
“provisores” y “paremunire” en
1351 y 1353, respectivamente, limitando la influencia papal en Inglaterra. En
el mismo siglo Juan Wycliffe y sus lolardos se opusieron activamente al papado romano.
En 1450 estalló la Guerra de las Rosas, una guerra civil entre los
nobles para determinar quién sería sucesor del trono. El vencedor en 1485 fue
Enrique Tudor, quien obtuvo considerable poder real por causa de los fuertes
nobles que habían sido matados en la guerra civil y por haberse casado con la heredera de la Casa de York, su
principal rival. El se convirtió en Enrique VII y en cabeza de la línea inglesa
que dio dirección a la reforma en esa tierra.
RAÍCES DE LA
REFORMA
La reforma en Inglaterra no fue causada por el divorcio de Enrique
VIII como algunos sugieren. Eso proporcionó la ocasión, pero como ya se mencionó
en el párrafo anterior, por siglos Inglaterra había tirado de las cuerdas que
la ataban a la silla papal. El principio de la reforma en Inglaterra no puede
describirse como proveniente de la convicción doctrinal. El fermento de las
enseñanzas de Wycliffe y los lolardos y los ataques indirectos de los
humanistas a Roma, ayudaron a la preparación de la gente para un catolicismo no
romano. El fuerte espíritu nacionalista que envolvía a Inglaterra desarrolló
una parte importante para impedir la fuerte oposición a los cambios
eclesiásticos que Enrique VIII introdujo.
LA
OCASIÓN DE LA REFORMA
El principal impulsor de la revuelta inglesa contra el control
papal fue el mismo soberano, Enrique VIII. A pesar de la inclinación tardía a cambiar
de esposas, hubo otros factores, además de los coquetos ojos de Ana Bolena, que
lo impulsaron a un rompimiento con la silla papal. El problema empezó cuando el
padre de Enrique arregló el matrimonio entre Arturo (el hermano mayor de
Enrique VIII) y Catalina, la hija menor de Fernando e Isabel de España.
Tal unión fortalecería el dominio de la línea Tudor sobre el trono
inglés, y se pensaba que era necesaria. La boda se efectuó el 14 de noviembre
de 1501, pero Arturo murió el 2 de
abril de 1502. Puesto que todavía se deseaba una unión entre las dos naciones,
se arregló que el joven Enrique se casara con Catalina. El papa Julio II, bajo presión
de Inglaterra y España, concedió una dispensa con serias dudas, y la boda se
celebró el 11 de junio de 1509. Debe decirse que la misma Catalina declaró
posteriormente en solemne juramento que ella de hecho nunca había sido la
esposa de Arturo.
Aparentemente Enrique VIII nunca se apartó del sentimiento de que
el matrimonio era un pecado, puesto que la ley canónica prohibía a uno casarse
con la viuda de su hermano. El único vástago que sobrevivió al matrimonio fue
María, nacida en 1516; cuatro niños antes del nacimiento de ella, y varios
después, o nacieron muertos o murieron en la primera infancia. Esto significaba
que Enrique no tenía heredero varón. Puesto que la línea Tudor acababa de ganar
el trono y puesto que Inglaterra podría
EL PERÍODO MEDIEVAL Y SU INTERPRETACIÓN ESCRITURAL:
Durante
este período, así como entre los judíos la tradición de los ancianos tomó
prioridad, de la misma manera la llamada Tradición Eclesiástica vino a ser
suprema. Tanto las Escrituras como los escritos de los llamados Padres de la
Iglesia eran ofrecidos como sostén para esas tradiciones. La fuente principal
de la teología medieval fueron las tradiciones de la iglesia durante los
pasados 1000 años.
El
tipo de exposición que predominó en ese tiempo fue la llamada cuatripartita donde los intérpretes
durante la Edad Media vieron sentidos o significados múltiples en las
Escrituras. Según ellos:
(1)
El significado literal nos muestra lo que Dios y nuestros padres hicieron.
(2)
El significado alegórico nos muestra donde nuestra fe está escondida.
(3)
El significado moral nos da reglas para la vida diaria.
(4)
El significado analógico (místico o espiritual) nos muestra el fin de nuestra
lucha.
Esta
interpretación cuatripartita podía ser usada de la siguiente manera: La
interpretación podía ser literal, alegórica, moral o analógica. Por ejemplo,
“Jerusalén” para los intérpretes medievales podía ser la ciudad literal en
Palestina, o alegóricamente la iglesia, o moralmente el alma humana, o
análogamente la ciudad celestial. Vemos que la interpretación literal es el
significado sencillo y evidente. La interpretación alegórica provee lo que se
ha de creer. La interpretación moral dice qué debemos hacer. La interpretación
analógica se centra en lo que debemos esperar.
Sin
embargo, la Edad Media de la Iglesia también es conocida como la Edad Oscura
cuando muchos clérigos – sin mencionar los laicos – ignoraban el contenido
mismo de la Escritura. El espíritu hermenéutico de esa época puede ser descrito
por la frase de Hugo de San Víctor (1096-1141) quien declaró: “Primero aprende
lo que debes creer y luego ve a la Biblia para encontrarlo allí.”
Las
figuras claves en ese período fueron los Victorinos (monasterio de San Víctor
en París) quienes bajo el liderazgo de un discípulo de Hugo, Andrés de San
Víctor pusieron un énfasis en el significado literal, pero usando la Vulgata
para encontrar el significado cristiano y el texto hebreo para la explicación
judía.
Aún
otro teólogo importante fue Esteban Langdon (1150-1228) arzobispo de
Canterbury. Él fue quien dividió la Biblia en capítulos. Él buscó interpretar
la Biblia en conformidad con las doctrinas de la Iglesia, prefiriendo el
significado espiritual al literal, puesto que según él éste era mejor para
predicar y hacer crecer a la iglesia.
El
teólogo más prominente durante este tiempo fue Tomás de Aquino (1225-74).
Aunque Aquino enfatizó la importancia primaria de la interpretación literal, y
representa una tendencia en la dirección correcta, él estaba profundamente
involucrado en la práctica del sentido múltiple de su época.
La
última persona que debemos mencionar alguien que sembró la semilla de la Reforma
– fue Nicolás de Lira (1270-1340), un convertido judío con amplio conocimiento
del hebreo. Su importancia se debe a que él revivió el énfasis de la escuela de
Antioquia dando preferencia al sentido literal de la Escritura. Él urgió
constantemente que los lenguajes originales fueran consultados, quejándose de
que el sentido místico estaba “ahogando al literal.” Sólo el sentido literal,
él insistió, debe ser usado para comprobar cualquier doctrina. Su obra tuvo
influencia sobre Lutero y afectó profundamente la Reforma. Un proverbio decía
“Si Lira no hubiera tocado, Lutero no hubiera danzado.”
El
estándar entonces era la enseñanza tradicional y las Escrituras, así como los
escritos de los Padres eran usados para sostener esa enseñanza. La
interpretación cuatripartita era el método preferido aunque la alegoría
continuaba predominando.
PERÍODO
DE LA REFORMA Y INTERPRETACIÓN DE LA ESCRITURA (SIGLO XVI)
RAÍCES DE LA
HERMENÉUTICA DE LA REFORMA NOMINALISMO
ESCOLÁSTICO
La
esencia de los grandes sistemas escolásticos del Período Medieval fue la
síntesis de la Filosofía y la Revelación: la unión de la Razón y la Escritura.
Guillermo de Occam atacó el uso de la Razón en la Teología, aún enseñando que
la Razón sin la Revelación puede alcanzar conclusiones contradictorias a la
Revelación.
El
énfasis de Guillermo de Occam logró dos cosas para preparar el camino de la
Reforma: creó una desconfianza profunda en las construcciones y sistemas del
Escolasticismo Medieval y limitó la Teología a la Revelación sola para obtener
conocimiento. El resultado fue un sistema de interpretación más confiable que
las especulaciones alegóricas de los Padres (Martín Lutero tuvo una educación
filosófica según Guillermo de Occam).
HUMANISMO RENACENTISTA
Un
gran avivamiento por el estudio en el S. XV puso el fundamento para la
Hermenéutica de la Reforma. Dos factores involucrados fueron: El flujo de
refugiados griegos provenientes del caído imperio Bizantino amplió la
influencia del lenguaje griego y de su herencia Clásica; también la invención de
la impresora de tipo movible creó una verdadera explosión de conocimiento y
estudios bíblicos.
Dos Figuras Claves
El
terreno para la Reforma fue además preparado – en la providencia divina – por
dos hombres: Juan Reuchlin y Desiderio Erasmo. Reuchlin (tío de Felipe
Melanchton) fue el llamado padre del conocimiento hebreo para la iglesia
cristiana pues él publicó una gramática hebrea y un léxico hebreo, además de
publicaciones sobre los acentos y ortografía hebrea y una interpretación
gramática de los siete Salmos de penitencia.
A
Reuchlin se le llamó “Jerónimo renacido.” Erasmo (1467-1536) publicó la primera
edición crítica del NT en griego (1516), además de las Anotaciones y su
Parafrases de los Evangelios que fueron ejemplos de interpretación con énfasis
histórico y filológico. Lutero usó mucho el NT de Erasmo.
Sin
embargo, debemos apuntar a Lutero mismo como la lámpara de la hermenéutica en
la Reforma.
HERMENÉUTICA DE LA REFORMA
Al
traducir la Biblia al alemán, Lutero hizo un gran servicio a la nación alemana,
pero también fortaleció el ímpetu de tener las Escrituras en el lenguaje común
de la gente. Y aunque debemos reconocer que los principios hermenéuticos de
Lutero fueron mejor que su práctica, es a él a quien debemos el mayor énfasis
sobre el significado literal como la única base apropiada para la exégesis.
Lutero
completamente despreciaba la interpretación alegórica de la Escritura
llamándola “puro polvo”, “especulaciones vanas” y “escoria.” Podemos resumir su
hermenéutica con una frase suya: “El Espíritu Santo es el escritor más sencillo
que hay en los cielos o en la tierra, por lo tanto Sus palabras no pueden más
que tener el sentido más sencillo, que es lo que llamamos el sentido escritural
o literal.”
Después
de Lutero, la antorcha pasa a Calvino, quien en sus comentarios sobre Gálatas
4:21-26 se quejó de la práctica de obtener varios significados de una misma
Escritura como “un invento de Satanás.” En su introducción a Romanos sus
palabras fueron: “Es audacia, casi sacrilegio, usar la Escritura a nuestro
placer y jugar con ella como con una pelota, como muchos lo han hecho… es el
primer trabajo del intérprete dejar que el autor diga lo que dice, en lugar de
atribuirle lo que nosotros pensamos que debió haber dicho.”
Aunque
los principios Sola Fidei y Sola Gratia constituyen el principio material de la Reforma, el principio formal de la misma es Sola Escritura pues su esencia es el
rechazo de la tradición eclesiástica – en la Reforma se dio reversa
completamente al énfasis hermenéutico que había proliferado en la iglesia
occidental desde los días de los Padres Post-Apostólicos.
No
debemos olvidarnos de Melachton, Zwingli, Bucer, Beza y otros, pero por falta
de tiempo sólo recordemos las palabras de Tyndale (traductor del NT al inglés):
“Debes
entender entonces que la Escritura tiene un solo sentido, que es el sentido
literal. Y que ese sentido literal es la raíz y fundamento de todo, y el ancla
que nunca falla, a ella debes afianzarte, y así nunca errarás ni te saldrás del
camino. Pero si dejas el sentido literal, sólo podrás perderte. Sin embargo, la
Escritura sí usa proverbios, similitudes, acertijos, alegorías, como las otras
formas de hablar lo hacen, pero lo que esos proverbios, similitudes, acertijos
y alegorías significan es siempre el sentido literal, y ese debes siempre
buscar diligentemente.”
Fundamentos
teológicos de la Hermenéutica de la Reforma (los 6 principios hermenéuticos de
Lutero):
EL PRINCIPIO PSICOLÓGICO:
La
fe y la iluminación son los requisitos personales y espirituales para el
intérprete. El intérprete debe buscar la dirección del Espíritu y depender en
esa dirección.
EL PRINCIPIO DE AUTORIDAD:
La
Biblia es la autoridad suprema y final en todo asunto teológico y por lo tanto
está sobre toda autoridad eclesiástica.
EL PRINCIPIO LITERAL:
Lutero
mantuvo la primacía de la interpretación literal de la Escritura. Esta primacía
refutó la interpretación cuatripartita de los Escolásticos. Lutero
especialmente rechazó los métodos alegóricos usados por Roma, pero Lutero mismo
algunas veces usó alguna forma de alegoría. Un aspecto de este principio es que
Lutero aceptó la primacía de los idiomas originales de la Escritura.
EL PRINCIPIO DE LA SUFICIENCIA:
El
Cristiano piadoso y competente puede entender el verdadero significado de la
Biblia y por lo tanto no necesita las guías oficiales ofrecidas por Roma. La
claridad de la Biblia junto con el sacerdocio de todos los creyentes hace que
la Biblia sea la propiedad de todos los Cristianos. La claridad de la Palabra
significa que fue escrita en un lenguaje ordinario con su sentido ordinario.
Su
verdadero significado no era alegórico ni de ninguna manera oscuro, y por lo
tanto no requiere de alguna autoridad eclesiástica para definir su verdadero
significado. En lugar de un guía oficial de Roma, Lutero enseñó que el
verdadero intérprete de la Escritura es la Escritura misma. Los pasajes oscuros
deben ser interpretados por los pasajes claros, y no por la tradición de Roma.
Ningún pasaje debe ser interpretado de tal manera que contradiga la enseñanza
entera de la Biblia.
EL PRINCIPIO CRISTOLÓGICO:
La
función de toda interpretación es encontrar a Cristo. Este fue el método de
Lutero para hacer de toda la Biblia un libro Cristiano (pero no de la manera
alegórica de los Padres primitivos).
EL PRINCIPIO DE LA LEY Y EL EVANGELIO:
La
Ley de Dios fue dada para postrarnos a causa de la culpa del pecado. La
salvación viene por la gracia de Dios por medio de la fe en Cristo.
EL RECHAZO DE LA HERMENÉUTICA DE LA
REFORMA
Roma
rechazó la hermenéutica de la Reforma puesto que está unida a la doctrina
Reformada. El asunto principal es la interpretación eclesiástica no la
interpretación alegórica.