Este reformador nació en Noyon, en Picardía, el 10 de Julio de 1509. Fue instruido en gramática, aprendiendo en París bajo Maturino Corderius, y estudió filosofía en el College de Montaign bajo un profesor español.
Su padre, que descubrió muchas señales de su
temprana piedad, particularmente en las reprensiones que hacía de los vicios de
sus compañeros, lo designó primero para la Iglesia, y lo presentó el 21 de mayo
de 1521 a la capilla de Notre Dame de la Gesine, en la Iglesia de Noyon. En
1527 le fue asignado el rectorado de Marseville, que cambió en 1529 por el
rectorado de Ponti Eveque, cerca de Noyon. Su padre cambió luego de
pensamiento, y quiso que estudiara leyes, a lo que Calvino consintió bien
dispuesto, por cuanto, por su lectura de las Escrituras, había adquirido una
repugnancia por las supersticiones del papado, y dimitió de la capilla de
Gesine y del rectorado de Pont l'Eveque, en 1534. Hizo grandes progresos en
esta rama del conocimiento, y mejoró no menos en su conocimiento de la teología
con sus estudios privados. En Bourges se aplicó al estudio del griego, bajo la
dirección del profesor Wolmar.
Reclamándole de vuelta a Noyon la muerte de su
padre, se quedó allí un breve tiempo, y luego pasó a París, donde aun habiendo
causado gran desagrado en la Sorbona y al Parlamento un discurso de Nicolás
Cop, rector de la Universidad de París, para el que Calvino preparó los
materiales, se suscitó una persecución contra los protestantes, y Calvino, que
apenas pudo escapar a ser arrestado en el College de Forteret, se vio obligado
a escapar a Xaintogne, después de haber tenido el honor de ser presentado a la
reina de Navarra, que había suscitado esta primera tormenta contra los
protestantes.
Calvino volvió a París el 1534. Este año los
reformados sufrieron malos tratos, lo que le decidió a abandonar Francia,
después de publicar un tratado contra los que creían que las almas de los
difuntos están en un estado de sueño. Se retiró a Basilea, donde estudió
hebreo; en este tiempo publicó su Institución de la Religión Cristiana, obra
que sirvió para esparcir su fama, aunque él mismo deseaba vivir en oscuridad.
Está dedicada al rey de Francia, Francisco I. A continuación, Calvino escribió
una apología por los protestantes que estaban siendo quemados por su religión
en Francia. Después de la publicación de esta obra, Calvino fue a Italia a
visitar a la duquesa de Ferara, una dama de gran piedad, por la que fue muy
gentilmente recibido.
De Italia se dirigió a Francia, y habiendo
arreglado sus asuntos privados, se propuso dirigirse a Estrasburgo o a Basilea,
acompañado por su único hermano sobreviviente, Antonio Calvino; pero como los
caminos no eran seguros debido a la guerra, excepto a través de los territorios
del duque de Saboya, escogió aquella carretera. «Esto fue una dirección
particular de la providencia,» dice Bayle: «Era su destino que se instalara en
Ginebra, y cuando se mostró dispuesto a ir más allá, se vio detenido como por
una orden del cielo, por así decirlo.»
En Ginebra, Calvino se vio por ello obligado a
acceder a la elección que el consistorio y los magistrados hicieron recaer
sobre su persona, con el consentimiento del pueblo, para que fuera uno de sus
ministros y profesor de teología. Quería sólo asumir este último oficio, y no
el otro, pero al final se vio forzado a tomar ambos, el agosto de 1536.
Al año siguiente, hizo declarar a todo el pueblo,
bajo juramento, el asentimiento de ellos a una confesión de fe que contenía una
renuncia al papismo. Luego indicó que no podría someterse a una normativa que
había establecido recientemente el cantón de Berna; por ello, los síndicos de
Ginebra convocaron a una asamblea del pueblo, y se ordenó que Calvino, Farel y
otro ministro abandonaran la ciudad en pocos días, por rehusar administrar los
Sacramentos.
Calvino se retiró a Estrasburgo, y estableció allí
una iglesia francesa, de la que fue su primer ministro; también fue designado
para ser profesor de teología. Mientras tanto, el pueblo de Ginebra le rogó tan
intensamente que volviera a ellos, que consintió, y llegó el 13 de septiembre
de 1541, con gran satisfacción tanto del pueblo como de los magistrados. Lo
primero que hizo, tras su llegada, fue establecer una forma de disciplina
eclesiástica y una jurisdicción consistorial con el poder de infligir censuras
y castigos canónicos, hasta incluir la excomunión.
Ha sido el regocijo tanto de los incrédulos como de
algunos profesos cristianos, cuando quieren arrojar lodo sobre las opiniones de
Calvino, referirse a su papel en la muerte de Miguel Servet. Esta ha sido la
actitud que siempre adoptan los que han sido incapaces de refutar sus
opiniones, como si fuera un argumento concluyente contra todo su sistema.
«¡Calvino quemó a Servet, Calvino quemó a Servet'.» es una buena prueba, para
cierta clase de razonadores, de que la doctrina de la Trinidad no es cierta,
que la soberanía divina es anti escrituraria, y que el cristianismo es una
falsedad.
No tenemos deseo alguno de paliar ninguna acción de
Calvino que sea manifiestamente errónea. Creemos que no se pueden defender
todas sus acciones en relación con el desdichado asunto de Servet. Pero
deberíamos comprender que los verdaderos principios de la tolerancia religiosa
eran muy poco comprendidos en tiempos de Calvino. Todos los demás reformadores
que entonces vivían aprobaron la conducta de Calvino. Incluso el gentil y
amigable Melancton se expresó en relación a este asunto de la manera siguiente.
Dice él en una carta dirigida a Bullinger: «He
leído tu declaración acerca de la blasfemia de Servet, y encomio tu piedad y
juicio; y estoy convencido de que el Consejo de Ginebra ha actuado rectamente
al dar muerte a este hombre obstinado, que nunca habría cejado en sus
blasfemias. Estoy atónito de que se encuentre a nadie que desapruebe esta
acción.» Farel dice de manera expresa que «Servet merecía la pena capital.»
Bucero no duda en declarar que «Servet merecía algo peor que la muerte.»
La verdad es que aunque Calvino tuvo cierta parte
en el arresto y encarcelamiento de Servet, no deseaba en absoluto que fuera
quemado. «Quiero,» dijo él, «que se remita la severidad del castigo.»
«Intentamos mitigar la severidad del castigo, pero en vano.» «Al querer mitigar
la severidad del castigo,» le dijo Farel a Calvino, «haces el oficio de amigo
hacia tu más acerbo enemigo.» Dice Turritine: «Los historiadores no afirman en
lugar alguno, ni se desprende de ninguna consideración, que Calvino instigara a
los magistrados a que quemaran a Servet. No, sino que lo cierto es además que
él, junto con el colegio de pastores, atacó esta clase de castigo.»
A menudo se ha dicho que Calvino tenía tal
influencia sobre los magistrados de Ginebra que hubiera podido lograr la
liberación de Servet, si no hubiera querido su destrucción. Pero esto es falso.
Bien lejos de ello, Calvino mismo fue una vez desterrado de Ginebra por estos
mismos magistrados, y a menudo se opuso en vano a sus arbitrarias medidas.
Tan poco deseoso estaba Calvino de querer la muerte
de Servet que le advirtió de su peligro, y lo dejó estar varias semanas en
Ginebra, antes que fuera arrestado. Pero su lenguaje, que era entonces
considerado blasfemo, fue la causa de su encarcelamiento. Mientras estaba en la
cárcel, Calvino lo visitó y empleó todos los argumentos posibles porque se
retractara de sus horribles blasfemias, sin referencia alguna a sus peculiares
creencias. Esta fue toda la participación de Calvino en este infeliz
acontecimiento.
Sin embargo, no se puede negar que en este caso
Calvino actuó de forma contraria al espíritu benigno del Evangelio. Es mejor
derramar una lágrima por la inconsistencia de la naturaleza humana, y lamentar
estas debilidades que no se pueden justificar. El declaró que había actuado en
conciencia, y en público justificó la acción.
La opinión era que los principios religiosos
erróneos son punibles por el magistrado civil, y esto causó tantos males, fuera
en Ginebra, en Transilvania o en Gran Bretaña; a esto debe imputarse, y no al
Trinitarianismo, o al Unitarismo.
Después de la muerte de Lutero, Calvino ejerció una
gran influencia sobre los hombres de aquel notable período. Irradió gran
influencia sobre Francia, Italia, Alemania, Holanda, Inglaterra y Escocia. Se
organizaron dos mil ciento cincuenta congregaciones reformadas que recibían sus
predicadores de parte de él.
Calvino, triunfante sobre sus enemigos, sintió que
la muerte se le aproximaba. Pero siguió esforzándose de todas las maneras
posibles con energía juvenil. Cuando se vio a punto de ir a su reposo, redactó
su testamento, diciendo: «Doy testimonio de que vivo y me propongo morir en
esta fe que Dios me ha dado por medio de Su Evangelio, y que no dependo de nada
más para la salvación que la libre elección que El ha hecho de mi.
De todo corazón abrazo Su misericordia, por medio
de la cual todos mis pecados quedan cubiertos, por causa de Cristo, y por causa
de Su muerte y padecimientos. Según la medida de la gracia que me ha sido dada,
he enseñado esta Palabra pura y sencilla, mediante sermones, acciones y
exposiciones de esta Escritura. En todas mis batallas con los enemigos de la
verdad no he empleado sofismas, sino que he luchado la buena batalla de manera
frontal y directa.»
El 27 de mayo de 1564 fue el día de su liberación y
de su bendito viaje al hogar. Tenía entonces cincuenta y cinco años.
Que un hombre que había adquirido tal reputación y
autoridad tuviera sólo un salario de cien coronas y que rehusara aceptar más, y
que después de vivir cincuenta y cinco años con la mayor frugalidad dejara sólo
trescientas coronas a sus herederos, incluyendo el valor de su biblioteca, que
se vendió a gran precio, es algo tan heroico que uno debe haber perdido todos
los sentimientos para no sentir admiración. Cuando Calvino abandonó Estrasburgo
para volverse a Ginebra, ellos quisieron darle los privilegios de ciudadano
libre de su ciudad y el salario de un prebendado, que le había sido asignado;
él aceptó lo primero, pero rehusó rotundamente lo segundo.
Llevó a uno de sus hermanos a Ginebra consigo, pero
jamás se esforzó por que se le diera a él un puesto honorífico, como cualquiera
que poseyera su posición habría hecho. Desde luego, se cuidó de la honra de la
familia de su hermano, consiguiéndole la libertad de una mujer adúltera, y
consiguiendo licencia para que pudiera volverse a casar; pero incluso sus enemigos
cuentan que le hizo aprender el oficio de encuadernador de libros, en lo que
trabajó luego toda su vida.
CALVINO COMO AMIGO DE LA LIBERTAD CIVIL.
El Rev. doctor Wisner dijo, en su reciente discurso
en Plymouth, en el aniversario de la llegada de los Padres Peregrinos: «Por
mucho que el nombre de Calvino haya sido escarnecido y cargado de vituperios
por muchos de los hijos de la libertad, no hay proposición histórica más
susceptible de una demostración plena que ésta: que no ha vivido nadie a quien
el mundo deba más por la libertad de que goza, que Juan Calvino.