AÑO 1500--1800: FRANCIA Y SUIZA

FRANCIA Y SUIZA (1500–1800)

Le Fèvre; Grupo de creyentes en París; Meaux; La predicación de Farel; Metz; Destrucción de imágenes; Ejecuciones; Incremento de la persecución en Francia; Farel en la Suiza francesa; En Neuchâtel; Encuentro de los valdenses y los reformistas; Visita de Farel y Saunier a los valles; Progreso en Neuchâtel; Partición del pan en el sur de Francia; Juan Calvino; Partición del pan en Poitiers; Evangelistas enviados; Froment en Ginebra; Partición del pan fuera de Ginebra;
Calvino en Ginebra; El socinianismo; Servet; Influencia del calvinismo; Las pancartas; Sturm escribe a Melanchthon; Organización de las iglesias en Francia; Los hugonotes; Masacre de San Bartolomé; Edicto de Nantes; Las dragoneadas; Revocación del edicto de Nantes; Fuga de Francia; Los profetas de las Cevernas; La guerra de los camisards; Reorganización de las iglesias del desierto; Jacques Rogers; Antoine  Court.
A finales del siglo XV y principios del siglo XVI, había un hombre pequeño en París, de mediana edad, cuyo comportamiento era vivo y enérgico. Este observó con mucha devoción todos los requisitos de la Iglesia Católica Romana. Hablamos de Jacques Le Fèvre, el doctor de teología más culto y popular en la universidad. Nacido aproximadamente en el año 1455 en el pequeño poblado de Étaples en Picardía, Le Fèvre estudió posteriormente en París y en Italia. Su habilidad y dedicación fueron tales que cuando, en el año 1492, se convirtió en profesor en la universidad de París, rápidamente ocupó un papel prominente entre sus colegas.
Para ese entonces, el avivamiento del aprendizaje había traído a París, de todos los países, a estudiantes ávidos de conocimiento. Le Fèvre estimuló el estudio de los idiomas, y al darse cuenta de que ni los clásicos ni el escolasticismo que por tanto tiempo habían dominado la teología satisfacían el alma, dirigió a sus estudiantes al estudio de la Biblia. Él la expuso con tal entendimiento y fervor que una gran cantidad de personas se sintieron atraídas por él y por la Biblia. Fue así como su forma de ser amable y simpática como profesor lo convirtió en el amigo de confianza de sus alumnos.

GUILLERMO FAREL (1489–1565)

Le Fèvre había dado clases por espacio de diecisiete años en la Sorbona y se conocía ampliamente por medio de sus escritos.
Fue entonces cuando un hombre más joven, de apenas veinte años, Guillermo Farel, llegó a París proveniente de su lugar natal en Delfinado, un lugar montañoso localizado entre Gap y Grenoble. En la agradable casona donde la familia Farel había vivido por tanto tiempo, él había dejado a sus padres, tres hermanos y una hermana, que al igual que él habían sido educados en la Iglesia de Roma y sus prácticas. Farel sintió aflicción cuando se percató de las vidas desenfrenadas y pecaminosas de tantas personas en París, pero al adorar en las iglesias se impresionó por el celo poco usual de Le Fèvre. Ambos llegaron a conocerse, y el joven estudiante quedó fascinado por la bondad y el interés del famoso profesor.
Fue así como se establecieron las bases de una amistad entre ellos que duraría toda la vida. Juntos leyeron la Biblia. Le Fèvre había puesto mucho empeño en un libro que estaba escribiendo, titulado Las vidas delos santos, el cual estaba ordenado en el mismo orden con que aparecen en el calendario, según el día de cada santo. Ya había publicado un fascículo del libro que trataba la vida de los santos de los primeros dos meses del año, pero el contraste entre las incoherencias en muchas de estas vidas y el poder y la verdad de las Escrituras lo impresionó tanto que abandonó la creación del libro para dedicarse al estudio de las Escrituras, y enfocó especialmente en las Epístolas del apóstol Pablo, sobre las cuales escribió y publicó algunos comentarios.
Él enseñaba claramente que: “Dios es el único que, por medio de su gracia y mediante la fe, justifica para vida eterna”. Semejante doctrina, predicada en París antes de que Zwinglio la proclamara en Zurich o Lutero en Alemania, causó la más ardiente polémica. Si bien se trataba del Evangelio antiguo, el Evangelio original, predicado por el Señor y sus apóstoles, este resultó nuevo para sus oyentes, ya que por tanto tiempo había sido reemplazado por la enseñanza de que la salvación es por medio de los sacramentos de la Iglesia de Roma.
Farel, quien había atravesado por una lucha intensa en su alma, fue uno de los tantos que en aquella época echaron mano de la salvación por medio de la fe en el Hijo de Dios y en la eficacia de su obra expiatoria. Él dijo: “Le Fèvre me extrajo de la falsa opinión de los méritos humanos y me enseñó que todo proviene de la gracia de Dios, lo cual creí en cuanto lo escuché.

CREYENTES EN LA CORTE DEL REY

Hasta en la corte del Rey Francisco I hubo aquellos que recibieron el Evangelio, entre los cuales se encontraba Briçonnet, el Obispo de Meaux; Margarita de Valois, quien era Duquesa de Alençon y hermana del rey con quien él estaba muy encariñado. Esta, siendo ya célebre por su inteligencia y belleza, también se hizo famosa por su ferviente fe y por sus buenas obras. Otro seguidor fue Luis de Berquín, de Artois, conocido como el más culto entre la nobleza, preocupado por los pobres y devoto en las prácticas de la Iglesia.
La misma violencia de los ataques que recayeron sobre la Biblia fue lo que atrajo su atención a ella. Al leerla por sí mismo, se convirtió y se unió al pequeño grupo de creyentes que incluía a Arnaud y a Gerardo Roussel, naturales del mismo lugar de Le Fèvre, de Picardía. Berquín de inmediato comenzó a difundir literatura por toda Francia, y escribía y traducía tanto libros como tratados a fin de llamar la atención hacia las enseñanzas de la Escritura.
Semejantes actividades causaron una oposición que se hizo tan violenta, bajo el liderazgo del Canciller Duprat y Noel Beda, un funcionario de la universidad, que los testigos más prominentes del Evangelio tuvieron que abandonar París, y en 1521 varios de ellos, incluyendo a Le Fèvre y Farel, se refugiaron en Meaux por invitación del Obispo quien de forma enérgica llevó a cabo la reforma de su diócesis.
En Meaux, Le Fèvre publicó su traducción francesa del Nuevo Testamento y de los Salmos. Las Escrituras, pues, se convirtieron en el gran tema de conversación, tanto en el pueblo de Meaux entre sus activos cardadores y laneros, como también en las aldeas vecinas entre los granjeros y obreros agrícolas. Farel predicó en todas partes, lo mismo en las iglesias que al aire libre. Él escribió: ¿Cuáles son aquellos tesoros de la bondad de Dios que nos son dados en la muerte de Jesucristo?
Ante todo, si consideramos con diligencia en qué consistió la muerte de Jesús, entonces veremos realmente cómo todos los tesoros de la bondad y la gracia de Dios nuestro Padre son ensalzados y glorificados y exaltados en aquel acto de misericordia y amor. ¿No es acaso esa revelación una invitación a los miserables pecadores para que vengan a él que los ha amado tanto que no nos negó a su Hijo unigénito, sino que lo entregó por todos nosotros? ¡Acaso no nos da la certeza de que los pecadores son bienvenidos ante el Hijo de Dios, quien tanto los amó que dio su vida, su cuerpo y su sangre, como un sacrificio perfecto, un rescate cabal por todos los que creen en él!
Él, quien es el Hijo de Dios, el poder y la sabiduría de Dios, el propio Dios, se humilló a sí mismo al morir por nosotros el Santo y Justo por los impíos y pecadores entregándose a sí mismo para que pudiéramos ser limpios y puros.
 Y es la voluntad del Padre que aquellos a quienes él salva de esa manera, por medio de la preciosa dádiva de su Hijo, tengan la certeza de su salvación y vida, y que sepan que ellos han sido limpiados y purificados por completo de todos sus pecados Él da la preciosa dádiva de su Hijo a los miserables prisioneros del diablo, del pecado, del infierno y de la perdición El Dios bondadoso, el Padre de misericordia, escoge a uno de estos y lo hace su hijo Lo hace una nueva criatura, le da las arras del Espíritu Santo, por quien él vive y quien lo une a Cristo y lo convierte en un miembro de su cuerpo.
Por tanto, no vacilemos en dejar esta vida mortal por el honor de nuestro Padre, para ser un testigo del santo Evangelio.
¡Oh, cuán luminoso, cuán bendito, cuán triunfante y cuán feliz y gozoso es el día que se avecina! Entonces el Señor y Salvador, en su propio cuerpo aquel cuerpo en el cual sufrió tanto por nosotros, al cual escupieron, golpearon, azotaron, torturaron, de manera que su rostro fue desfigurado más que cualquier hombre en ese mismo cuerpo vendrá y llamará a todos los suyos que han sido partícipes de su Espíritu Santo, en quienes por medio del Espíritu Santo él ha morado.
Los llamará a la gloria, mostrándose a sí mismo a ellos en el cuerpo de su gloria y los levantará en sus cuerpos vivos con vida inmortal, hechos a la semejanza de Jesús, a fin de reinar para siempre con él en gozo. Toda la creación gime por ese día bendito, ese día de la venida triunfante de nuestro Salvador y Redentor, cuando todos los enemigos serán puestos bajo sus pies y su pueblo elegido ascenderá para encontrarse con él en el aire.
Meaux en ese tiempo llegó a ser un centro de vida espiritual, y el Obispo Briçonnet facilitó la distribución de copias de las Escrituras en toda la diócesis. Entre muchos de los que se convirtieron estaban dos cardadores de lana, Pierre y Jean Leclerc, junto con su madre.
También Jacques Pavanne, un estudiante visita del Obispo y, además, un hombre conocido como el Ermitaño de Livry, un buscador de Dios cuyo sustento dependía de las limosnas y que vivía en una choza en lo que en aquel entonces era el bosque de Livry cerca de París. Este conoció a alguien de Meaux que le trajo una Biblia.  Por medio de la lectura de ella, Livry halló la salvación, y su choza pronto se convirtió en el lugar de reunión de aquellos que deseaban instrucción en la Palabra.
Los franciscanos en Meaux rápidamente se quejaron ante la Iglesia y la universidad de París sobre lo que sucedía en su ciudad. Entonces Beda y sus colegas tomaron medidas recias para aplastar el creciente testimonio del Evangelio. Berquín fue capturado en su villa, confesó valientemente su fe, y al momento de ser ejecutado fue salvado sólo por la intervención del rey.
Lo mismo pasó con Le Fèvre, a quien se le permitió quedarse en Meaux con libertades restringidas. Amenazado con la pérdida de todo y con una muerte cruel, el Obispo se había rendido y había consentido en la reintroducción del sistema Romano en su diócesis. Farel, preocupado de que sus amigos en Meaux no habían avanzado lo suficiente en su propósito de seguir las Escrituras, ya se había marchado, y se dirigió, luego de una breve visita a París, a su casa de campo cerca de Gap.

JEAN LECRERC (1657–1736)

De un principio, los creyentes en Meaux y en el distrito habían comprendido que los dones del Espíritu Santo no se limitaban a una clase en particular, sino que eran dados a todos los miembros del cuerpo de Cristo. De modo que cuando la persecución súbita y severa eliminó o acalló a sus líderes más destacados, estos creyentes no quedaban aplastados, sino que mantuvieron reuniones secretas frecuentes cada vez que pudieran, en las cuales los hermanos ministraban la Palabra de Dios conforme a sus habilidades. Muy capaz y celoso en este servicio resultó ser el cardador de lana, Jean Lecrerc, quien no se conformó con sólo asistir a estas reuniones y con visitar las casas, sino que escribió y fijó en las puertas de la catedral pancartas que condenaban la Iglesia de Roma.
De esta manera él se ganó castigo. Durante tres días seguidos Lecrerc fue azotado por las calles y luego marcado en la frente con el hierro candente como señal de ser un hereje. “¡Gloria a Jesucristo y a sus testigos!” gritó una voz desde la multitud. Era la voz de su madre. El Obispo tuvo que ver estas cosas y reconocerlas.
Lecrerc, con su rostro quemado, se trasladó hacia Metz, donde se ganó la vida como cardador de lana y con diligencia exponía las Escrituras a toda persona con quien tuviera contacto. Un hombre culto, Agripa de Nettesheim, quien había venido a vivir en Metz, era ahora uno de sus ciudadanos más destacados. Al leer las obras de Lutero, se sintió atraído a las Escrituras, y, al ser instruido por ellas, comenzó a testificar a los demás acerca de la verdad que había recibido. De esa manera se despertó un gran interés por el Evangelio tanto entre los obreros como entre aquellos en las posiciones altas de la sociedad. Jean Chaistellain, un fraile agustino que había llegado al conocimiento de Cristo en los Países Bajos, llegó a Metz en este tiempo, y su predicación compasiva y elocuente afectó a muchos.
Otro colaborador que se unió a esta creciente iglesia fue François Lambert. François, quien había sido educado por los franciscanos en Aviñón, había sentido repulsión, incluso desde niño, por los males que veía a su alrededor. Lambert sintió una fuerza interna que lo instaba a leer las Escrituras, y al encontrar a Cristo revelado en ellas, creyó y predicó acerca de él. Sus viajes de predicación desde el monasterio, eficaces entre sus coterráneos, causaron la hostilidad burlona de sus colegas monjes.
Los escritos de Lutero lo ayudaron mucho y, aprovechándose de una oportunidad para salirse de su convento, viajó a Wittenberg donde agradó sobremanera al famoso reformista. Allí se encontró con impresores provenientes de Hamburgo, coordinó la impresión de tratados y las Escrituras en francés y organizó su envío hacia las diferentes partes de Francia. Luego se casó, dos años antes que Lutero, siendo el primero de los sacerdotes o monjes franceses en dar este pasó. Dispuesta a compartir con él los peligros de regresar a Francia, su esposa lo acompañó a Metz (1524).
Pronto fueron expulsados, pero otros hermanos se añadían de continuo a su causa, entre ellos un famoso caballero, D’ Esch; un joven, Pierre Tonssaint, de quien se había esperado que ocupara un alto rango en la Iglesia Católica Romana; y muchos otros.
Se acercaba una gran fiesta religiosa. Para dicha ocasión la gente de Metz acostumbraba hacer un peregrinaje de varios kilómetros, desde la ciudad hasta cierta capilla famosa por sus imágenes de la Virgen y los santos. Leclerc, quien tenía la mente llena de las denuncias en contra de la idolatría que se encuentran en el Antiguo Testamento, y sin comunicarle a nadie acerca de su intención, salió sigilosamente de Metz la noche antes dela peregrinación y destruyó las imágenes que se encontraban en la capilla.
Cuando, al día siguiente, los devotos llegaron y encontraron los destrozos de sus imágenes dispersos por todo el piso de la capilla, se llenaron de furia.
Lecrerc no ocultó lo que había hecho. Él exhortó a la gente a adorar sólo a Dios y declaró que Jesucristo, quien es Dios manifestado en la carne, es el único a quien se debe adorar. Además de ser condenado a las llamas, Lecrerc estuvo primeramente sujeto a torturas abominables. Mientras miembro tras miembro de su cuerpo era destruido, él continuó hablando mientras pudo, y recitó en voz alta de manera solemne las palabras del Salmo 115: “Los ídolos de ellos son plata y oro, obra de manos de hombres.
Tienen boca, mas no hablan; tienen ojos, mas no ven; orejas tienen, mas no oyen; tienen narices, mas no huelen; manos tienen, mas no palpan; tienen pies, mas no andan; no hablan con su garganta. Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que confía en ellos. Oh Israel, confía en Jehová; él es tu ayuda y tu escudo”.
Lecrerc fue el primero en morir en esta persecución, pero fue seguido rápidamente por el fraile Chaistellain quien fue deshonrado y quemado. D’ Esch, Toussaint y otros tuvieron que huir por sus vidas. Sin embargo, el número de creyentes incrementó en Metz, así como en todas partes de Lorena. En Nancy, un predicador del Evangelio llamado Schuch fue quemado por orden del Duque Antonio el Bueno. Cuando escuchó su sentencia, Schuch simplemente dijo: “Yo me alegré con los que me decían: A la casa de Jehová iremos”.
En 1525, el rey de Francia, Francisco I, fue derrotado y apresado por el Emperador Carlos V en la batalla de Pavía. Se sacó partido de esto para insistir en el exterminio de la disidencia en Francia. La restringente influencia de Margarita, la hermana del rey, fue neutralizada, el regente fue persuadido fácilmente a ayudar, y la Iglesia, el Parlamento y la Sorbona se unieron en el ataque. El Parlamento le presentó al regente una carta en la cual se afirmaba que la apatía del rey en traer a los herejes al cadalso era la verdadera causa del desastre que había tomado de improviso al trono y a la nación.
Con la aprobación del Papa, se designó una comisión formada por cuatro hombres, enemigos resueltos de la Reforma, ante quienes las autoridades eclesiásticas deberían traer a todas las personas afectadas con la contaminación de “la doctrina luterana”, para que así fueran entregadas al poder secular y fueran quemadas en la hoguera.
Se comenzó, pues, con Briçonnet, Obispo de Meaux, como el más eminente infractor y alguien cuya caída causaría la más profunda impresión. Es cierto que en una ocasión anterior él se había sometido a todo lo que se le había exigido, pero desde ese entonces él había dado abundante evidencia de que había actuado sólo por imposición y que su lealtad interna al Evangelio no había cambiado.
Al comprender que resultaría más beneficioso para su causa lograr que Briçonnet se retractara en vez de que fuera ejecutado, la comisión realizó todo esfuerzo posible por lograr este propósito, hasta que por fin el Obispo, de cuya fe interna no existe duda alguna, rindió una sumisión externa a Roma y pasó por todas las ceremonias de arrepentimiento y reconciliación ordenadas.
El próximo en ser atacado fue Le Fèvre, pero al ser advertido con anticipación, escapó a Estrasburgo donde Capito lo recibió en su hogar y, junto con Bucero, le dieron una calurosa bienvenida. Allí también encontró a Farel y a Gerardo Roussel. De este modo encontró más extenso el pueblo del Señor de lo que jamás había conocido y pudo así disfrutar de dicha hermandad.
Entre otros que sufrieron prisión y muerte en esa época en Francia estaba el Ermitaño de Livry. Desde que había encontrado la paz, por medio de creer, se había dedicado a visitar a personas en todo el distrito y recibía a todos los que venían a su choza para explicarles el camino de la salvación conforme a las Escrituras. Con gran pompa, el Ermitaño fue llevado a una plaza delante de la catedral de Notre Dame en París.
Inmediatamente se reunió allí una inmensa multitud al tañido de la gran campana, y el Ermitaño de Livry fue quemado ante todos los allí presentes, soportando su martirio con apacible fortaleza de fe. Luis de Berquín ya había sido capturado, encarcelado y condenado a muerte. Sin embargo, al regreso del rey (1525), Luis fue puesto en libertad y, principalmente gracias a la influencia de la Duquesa Margarita, los predicadores exiliados en Alemania y Suiza fueron invitados a regresar a Francia, con la excepción de Farel, cuya enseñanza, más tajante que la de los demás, resultó ser menos admisible para aquellos que aún deseaban llegar a un arreglo con Roma.
Durante la estancia de Farel en su propio país, Delfinado y sus tres hermanos se convirtieron en seguidores resueltos de Cristo, también un joven caballero, Anemond de Coct, junto con muchos otros. Farel predicaba constantemente al aire libre y en cualquier local disponible.
Muchos quedaron asombrados y hasta se ofendieron que él, siendo del laicado, predicara. No obstante, era un predicador ideal, culto, valiente, elocuente, sumamente convencido de la verdad y la importancia de su mensaje, conocedor de las Escrituras y lleno de un sentido de su responsabilidad delante de Dios y de un amor compasivo hacia los hombres. Su apariencia era llamativa e impresionante. Era de mediana estatura, delgado, con una barba larga y roja, ojos brillantes y una voz grave y potente. Su forma de ser, seria y vivaz a la vez, al instante llamaba la atención, la cual mantenía por su forma de hablar popular y convincente.
Expulsado de Gap y perseguido en los escondrijos del país, los cuales conocía bien, finalmente atravesó la frontera por senderos alejados y llegó a Basilea. Allí fue recibido en la casa de Ecolampadio, y estos dos llegaron a compenetrarse cordialmente. Ni siquiera visitó a Erasmo, a quien él consideraba infiel y de un testimonio poco convincente. Por tanto, Erasmo se convirtió en su adversario.
En Basilea, se le dio una oportunidad a Farel, junto con Ecolampadio, de sostener un debate público, en el cual ellos defendieron con éxito la suficiencia de la Palabra de Dios. El fervor y la habilidad de Farel agradaron a la mayoría de sus oyentes, pero cuando regresó a Basilea luego de una breve visita a Zwinglio en Zurich, se dio cuenta de que las influencias hostiles habían logrado su expulsión de la ciudad. Fue entonces que viajó a Estrasburgo donde fue recibido en el hogar hospitalario de Capito y se encontró con Le Fèvre y los otros exiliados de Francia.

FAREL EN LA SUIZA FRANCESA

Fue en la Suiza francesa que Farel llevó a cabo su obra más notable. Por medio de sus labores ardientes y duraderas aquel hermoso país, que había estado en tinieblas espirituales por tanto tiempo, fue transformado. La mayor parte del país llegó a ser, y sigue siendo, un centro de cristianismo evangélico renovado. Entre los muchos ejemplos del efecto de la predicación de Farel, la historia de Neuchâtel es una de las más impresionantes. Al parecer, allí no había ninguna apertura para el Evangelio, pero el cura del pueblo vecino de Serrières le permitió predicar en el patio de su capilla. Los informes acerca de esto pronto llegaron a Neuchâtel y poco después Farel se encontraba predicando en la plaza del mercado de aquel lugar.
El efecto fue extraordinario. Grandes cantidades de personas recibieron el mensaje, otros fueron incitados a una oposición violenta de manera que toda la ciudad y la gente del campo vecino se encontraban en vilo. Después de unos meses de ausencia forzosa, el predicador regresó nuevamente con algunos compañeros, y la obra no sólo se afianzó cada vez más, sino que se propagó a Valangin, por el Val de Ruz, a través de los pueblos a lo largo de las orillas del lago, hasta Granson y Orbe.
En Valangin, él y Antoine Froment por poco escaparon de ser ahogados en el Río Seyon por la gente enojada, fueron golpeados en la capilla del castillo hasta que su sangre manchó las paredes, y más adelante fueron lanzados a la prisión desde la cual, sin embargo, fueron rescatados por los hombres de Neuchâtel. En octubre, 1530, menos de un año después de la primera predicación en la capilla de Serrières, se realizó en Neuchâtel una votación general de sus habitantes, y por la estrecha mayoría de dieciocho votos se abolió el Catolicismo Romano y se adoptó la religión Reformada. No obstante, se concedió libertad de conciencia a todos sus habitantes.

LOS REFORMISTAS SE ENCUENTRAN CON LOS VALDENSES

Los valdenses o baudios, en sus retirados valles alpinos, así como en otros lugares donde se encontraban asentados, en Calabria y Apulia, en Provenza, Delfinado y Lorena, recibieron informes acerca de la Reforma. Por otra parte, los países vecinos donde la Reforma se estaba propagando también escucharon que en lugares distantes de los Alpes y en otras partes había gente que había apoyado siempre aquellas verdades por las cuales ellos mismos ahora estaban contendiendo.
A los ancianos de los valdenses se les llamaba barbe, y uno de estos, Martin Gonin, de Angrogne, se sintió tan conmovido por los informes recibidos que decidió emprender un viaje a Suiza y Alemania para entrevistarse con algunos de los reformistas. Y eso fue precisamente lo que hizo (1526). Regresó con las noticias que había reunido, así como con algunos libros de los reformistas. La información que Martin trajo despertó gran interés en los valles, y en un encuentro celebrado (1530) en Merandol los hermanos acordaron enviar a dos de sus barbes, Georges Morel y Pierre Masson, para intentar establecer relaciones.
Estos llegaron a Basilea y, luego de encontrar la casa de Ecolampadio, se presentaron a él. Otros hermanos fueron llamados y estos sencillos santos alpinos explicaron su fe y su origen que se remontaba a los tiempos apostólicos. “Doy gracias a Dios”, dijo Ecolampadio, “que él los ha llamado a tan grandiosa luz”. Durante la conversación salieron a luz y fueron discutidos algunos puntos de divergencia.
En respuesta a las preguntas formuladas, los barbes dijeron: “Todos nuestros ministros viven en celibato y trabajan en algún negocio honrado”. En cambio, Ecolampadio dijo: “El matrimonio es un estado aconsejable para todos los creyentes, y en especial para aquellos que deben ser ejemplos de la grey en todo. Además, pensamos que los pastores no deben dedicarse a las labores manuales, como es el caso de los suyos; ese tiempo mejor lo emplearan en el estudio de las Escrituras. El ministro necesita aprender muchas cosas. Dios no nos enseña milagrosamente y sin esfuerzo; tenemos que esforzarnos para tener conocimiento.”
Cuando los barbes admitieron que bajo la presión de la persecución ellos en ocasiones habían permitido que sus hijos fueran bautizados por sacerdotes católicos, y que incluso habían asistido a misa, los reformistas se sorprendieron, y Ecolampadio dijo: “¡No puede ser! ¿Acaso Cristo, la santa víctima, no satisfizo por completo la justicia eterna por nosotros? ¿Hay alguna necesidad de ofrecer otros sacrificios después de aquel del Gólgota? Al decir ‘Amen’ a la misa de los sacerdotes ustedes niegan la gracia de Jesucristo.”
Hablando acerca de la condición del hombre después de la caída, los barbes dijeron: “Creemos que todos los hombres poseen alguna virtud innata, al igual que las hierbas, las plantas y las piedras”. Los reformistas respondieron: “Nosotros creemos que eso es cierto en el caso de aquellos que obedecen los mandamientos de Dios, pero no porque sean más fuertes que los demás, sino por el gran poder del Espíritu de Dios que renueva su voluntad”. “Ah”, dijeron los barbes, “y no hay nada que nos preocupe más a nosotros débiles que lo que hemos escuchado acerca de la enseñanza de Lutero con relación al libre albedrío y la predestinación. Nuestra ignorancia es la causa de nuestras dudas; por favor, instrúyannos.
Estas divergencias no los separaron. O Ecolampadio dijo: “Nosotros debemos instruir a estos cristianos, pero sobre todo, debemos amarlos”. “Cristo. Dijeron los reformistas a los valdenses, “mora en ustedes así como mora en nosotros, y nosotros los amamos como hermanos”. Morel y Masson luego continuaron su viaje a Estrasburgo. A su regreso visitaron Dijon donde su modo de hablar llamó la atención de alguien que los delató como personas peligrosas, y ambos fueron encarcelados. Morel logró escapar con los documentos que llevaban, pero Masson fue ejecutado.
El informe que Morel trajo de sus conversaciones con los reformistas provocó mucho debate, y se decidió convocar una conferencia general de las iglesias. También se decidió invitar a representantes de los reformistas para que estuvieran presentes y así poder examinar juntos estas cuestiones. Martin Gonin y un barbe de Calabria, llamado Georges, fueron elegidos para ir a Suiza con la invitación. En Granson, en el verano de 1532, ellos encontraron a Farel y a otros predicadores, quienes discutían juntos sobre las posibilidades de continuar esparciendo el Evangelio en la Suiza francesa.
Aquí ellos relataron las diferencias que habían surgido entre ellos con relación a algunos puntos en la enseñanza y práctica de los reformistas, y presentaron la petición de que algunos regresaran con ellos con el objetivo de alcanzar una unidad de juicio y posteriormente dar los pasos para lograr una predicación uniforme del Evangelio en el mundo. Farel aceptó con gusto la invitación, y Saunier y otro hermano lo acompañaron.
Luego de un viaje peligroso llegaron a Angrogne, el pueblo de Martin Gonin, y vieron y visitaron algunas de las aldeas valdenses dispersas en las faldas de las montañas. La aldea de Chanforans fue escogida como el lugar de reunión y, como no había local donde se pudieran reunir todas las personas, la conferencia se celebró al aire libre, disponiéndose para ello de bancos rústicos como asientos.
La Reforma era un movimiento fuera de la esfera de los valdenses y no relacionado con ellos; sin embargo, estos habían retenido sus antiguas y amplias relaciones con los numerosos hermanos e iglesias que habían existido antes de la Reforma.
Estas iglesias, aunque a favor de la Reforma e interesadas en ella, de ninguna manera habían sido absorbidas por ella. De modo que en aquel encuentro se hallaron ancianos de las iglesias en Italia, aun del extremo sur, de muchas partes de Francia, de Alemania y especialmente de Bohemia. Entre los numerosos campesinos y obreros también había algunos miembros de la nobleza italiana, como fue el caso de los señores de Rive Noble, Mirándola y Solaro. Bajo la sombra de unos castaños y rodeados por el macizo montañoso de los Alpes se abrió la sesión “en el nombre de Dios” el 12 de septiembre de 1532.
Las opiniones de los reformistas fueron hábilmente expresadas por Farel y Saunier, mientras dos barbes, Daniel de Valence y Jean de Molines, fueron los principales voceros a favor de retener las prácticas vigentes entre los valdenses de los valles. Estos hermanos de las montañas habían cedido a las presiones de la persecución por parte de la Iglesia Romana, y habían consentido en cumplir con ciertas fiestas religiosas, ayunos y otros ritos, asistir a veces a los servicios católicos, y hasta someterse de forma externa a algunos de los sacramentos administrados por los sacerdotes.
Con relación a estos puntos, Farel fue capaz de demostrar que ellos se habían apartado de su propia costumbre más antigua, y los retó firmemente a una separación total de Roma. Los reformistas sostuvieron que todo aquello en la Iglesia de Roma que no estuviera mandado en la Escritura debía rechazarse. Por su parte, los valdenses estuvieron satisfechos con decir que rechazarían todo lo relacionado a Roma que estuviera prohibido en las Escrituras. En aquel encuentro se analizaron muchos asuntos de práctica, pero el tema que causó el mayor debate fue un asunto de doctrina.
Farel enseñaba que: “Dios, antes de la fundación del mundo, ha elegido a todos aquellos que han sido o serán salvos. Es imposible que aquellos que han sido escogidos para salvación no sean salvos. Quienquiera que apoya el libre albedrío niega por completo la gracia de Dios.”
Jean de Molines y Daniel de Valence hicieron énfasis tanto en la capacidad como en la responsabilidad del hombre de recibir la gracia de Dios. En esto ambos hermanos recibieron apoyo de los nobles presentes y de muchos otros que recomendaron que los cambios sugeridos no eran necesarios y que más bien representarían el fin de aquellos principios que por tanto tiempo y tan fielmente habían guiado a estas iglesias.
La sinceridad compasiva y la elocuencia de Farel le dieron peso a sus argumentos ante los oyentes, y la mayoría aceptó su enseñanza. Se elaboró una confesión de fe conforme a todo esto que fue firmada por la mayoría de los presentes, aunque algunos la rechazaron.
A los reformistas les mostraron los manuscritos de la Biblia en uso entre las iglesias y los documentos antiguos que ellos poseían; la Lección noble, el Catecismo, el Anticristo y otros. Los reformistas se dieron cuenta no sólo del interés y el valor de estos libros, sino también de la necesidad que había de imprimir Biblias en francés para que así pudieran circular libremente entre la gente. Esto condujo a la traducción de la Biblia al francés por Olivetan, un obrero fiel entre los reformistas desde los viejos tiempos en París. Los hermanos de los valles aportaron cuanto pudieron para los costos del proyecto, y la Biblia fue publicada en 1535.
Farel y Saunier montaron sus caballos y regresaron de su visita llena de incidentes para continuar la obra en la Suiza francesa, enfocando especialmente Ginebra. Jean de Molines y Daniel de Valence viajaron a Bohemia y, después de reunirse con las iglesias de allí, los hermanos en Bohemia escribieron a los hermanos en los valles, pidiéndoles que no adoptaran ninguno de los cambios importantes de doctrina y práctica recomendados por los hermanos extranjeros sin antes analizarlos con mucho cuidado.
En el otoño de 1530, los habitantes de Neuchâtel destruyeron las imágenes en la Gran Iglesia y, por medio de una votación popular establecieron la religión Reformada. Con todo, no se comprendió claramente que aunque se había derrotado a una tiranía opresora mediante la introducción de una verdad libertadora y se había obtenido una reforma civil del más alto valor, las iglesias de Dios no pueden recibir su dirección y autoridad de una votación democrática al igual que no la pueden recibir del poder papal. Esta dirección y autoridad la reciben del propio Señor.
Cristo es el centro y el poder que une a su pueblo. Su compañerismo mutuo surge de su relación común con él, y si bien es cierto que esto les da autoridad para ejercer disciplina entre ellos mismos, no se debe ni procurar gobernar en el mundo ni permitir ser gobernado por el mundo.
A fin de enfatizar la distinción entre la iglesia y el mundo, Farel dispuso unas mesas (en lugar del altar que había sido destruido en la iglesia en Neuchâtel) donde los creyentes pudieran celebrar la Cena del Señor.
Aquí, enseñaba Farel, los creyentes podían adorar a Cristo en Espíritu y en verdad, depurados de todo lo que él no ha ordenado. Aquí sólo Jesús y el cumplimiento de sus mandamientos debía ser visto entre ellos. Al año siguiente, después que Farel había predicado a una numerosa congregación en Orbe, ocho creyentes allí recordaron al Señor en la partición del pan.
En 1533, algunos creyentes en el sur de Francia se convencieron profundamente de la necesidad de reunirse a menudo para la lectura de la Escritura. En esa época Margarita, reina de Navarra, vino de París a los territorios de su esposo. Acompañándola vinieron también Le Fèvre y Roussel. Ellos acostumbraban visitar la Iglesia Católica en Pau y después celebraban encuentros en el castillo donde se abordaba el tema de las Escrituras. A dichos encuentros asistían muchos campesinos.
Algunas de estas personas expresaron el deseo de participar de la Cena del Señor a pesar de los temores por el peligro de hacer eso. Sin embargo, se proveyó un gran salón bajo la terraza del castillo, un lugar de reunión al cual se podía llegar sin correr demasiado riesgo de llamar la atención. Aquí, a la hora señalada, se traía una mesa, con pan y vino, y todos participaron en la Cena del Señor, sin ninguna formalidad. La reina y aquellos del rango más humilde comprendían su igualdad en la presencia del Señor. De este modo se leyó y se aplicó la Palabra de Dios, se recogió una ofrenda para los pobres, y luego la gente se dispersó.
Para este mismo tiempo Juan Calvino, un joven que se vio obligado a abandonar París a causa de su enseñanza, estaba en Poitiers, donde se puso en contacto con muchos creyentes y buscadores de Dios, todos muy interesados en las Escrituras. Lutero, Zwinglio y sus doctrinas eran discutidas, y existía la más libre crítica de la Iglesia Católica Romana. Pero como empezaba a ser peligroso asistir a estos encuentros, los cristianos comenzaron a reunirse en un distrito montés en las afueras de la ciudad donde había cavernas conocidas como las cavernas de San Benedicto.
Allí, en una gran caverna, ellos podían analizar las Escrituras sin interrupción, y un tema frecuente era el carácter anti bíblico de la misa. Esto condujo a un deseo de recordar la muerte del Señor en la manera en que él lo había indicado. De modo que ellos se reunían allí y, con oración y la lectura de la Palabra, partían el pan y tomaban el vino entre ellos. Por otra parte, cualquier hermano que sintiera que el Espíritu Santo le había dado un mensaje de exhortación o exposición lo compartía con absoluta libertad.
En seguida ellos comenzaron a preocuparse por la gente que vivía en su distrito y de su necesidad del Evangelio, por lo que en uno de sus encuentros tres de los hermanos se ofrecieron para viajar como evangelistas. Se sabía que ellos tenían los dones necesarios del Espíritu Santo para llevar a cabo semejante obra, por lo que fueron encomendados al Señor, se recogió una ofrenda para cubrir los gastos de su viaje y fueron enviados. Sus labores resultaron ser muy fructíferas.
Uno de ellos, Babinot, un hombre culto y amable, fue primeramente a Toulouse. Él tenía un poder especial de atraer a los estudiantes y profesores, de quienes ganó no pocos para Cristo, y la influencia de ellos para con los jóvenes resultó muy valiosa para el avance del Evangelio. Ellos le dieron a Babinot el nombre de “Hombre bueno” debido a su excelente carácter. Él fue diligente en descubrir y visitar a los pequeños grupos del pueblo de Dios que se reunían para orar y partir el pan junto.
Otro de los evangelistas, Jean Véron, un hombre de gran ánimo, pasó veinte años viajando a pie por provincias enteras de Francia. Él buscó de manera tan diligente a las ovejas extraviadas y exaltó tanto al Buen Pastor que lo llamaron el “Recogedor”. Cuando llegaba a un pueblo, solía preguntar quiénes entre ellos eran las personas más dignas, y entonces intentaba ganarlas para la fe. Jean Véron también se interesó de manera especial por los jóvenes, muchos de los cuales se convirtieron por medio de él en discípulos fieles de Cristo y probaron su disposición de sufrir por él. Véron obró primeramente en Poitiers y se hizo famoso en esa parte de Francia por su influencia en las universidades. Con el tiempo, fue capturado en Savoie y quemado en Chambéry por su confesión de Cristo.
El poder salvador del Evangelio comenzó a ser manifestado con abundancia en Ginebra desde el momento en que Antoine Froment inauguró con mucha aprensión una escuela allí (1532). Sus historias de la Biblia dirigidas a los niños y su conocimiento útil de la medicina pronto atrajeron a una gran cantidad de personas hacia él. Algunas mujeres distinguidas, pertenecientes a las familias más importantes de la ciudad, se convirtieron al Señor, siendo seguidas por comerciantes y personas de todas las clases sociales.
Los creyentes pronto comenzaron a reunirse en las casas para el estudio de las Escrituras y la oración. Estas asambleas se aumentaron rápidamente a medida que más personas se convertían. En sus reuniones había libertad de ministerio. Uno u otro hermano leía la Palabra de Dios y los más capaces la explicaban, o guiaban al grupo en oración. En estos encuentros también se recogían ofrendas para el socorro de los pobres. Si un forastero dotado estaba de paso por el lugar, era invitado a predicar en una de las casas más grandes y todo aquel que pudiera entrar se congregaba para escuchar su ministración.
Estas asambleas muy pronto sintieron el deseo de partir el pan en memoria del Señor. A fin de evitar problemas los hermanos s congregaban en un jardín con tapia que pertenecía a uno de ellos, en Pré Evêque, justo en las afueras de las murallas de la ciudad. Todo esto se llevó a cabo ante una constante oposición que se hizo más violenta cuando los creyentes, como iglesias, se reunían en torno a la Cena del Señor. Hubo disturbios peligrosos, en los cuales Froment y otros fueron expulsados de la ciudad.
No obstante, los encuentros persistieron. En una ocasión posterior, aproximadamente ochenta hombres y un grupo de mujeres se reunieron en Pré Evêque. Esta vez uno de los hermanos lavó los pies de los demás antes de participar de la Cena del Señor, lo cual incrementó la ira pública contra ellos.
Fue en medio de estas condiciones convulsas que Olivetan tradujo de la Biblia. A fin de dar el mejor significado él tradujo al francés algunas palabras que previamente habían sido dejadas en su forma original griega. De esa manera para la palabra “apóstol” él escribió “mensajero”; para “obispo,” “supervisor” y para “sacerdote,” “anciano”, siendo estas palabras traducciones fieles según el significado de las palabras griegas y no meras transliteraciones. Él decía que por el hecho de que no encontraba en la Biblia palabras tales como “Papa”, “Cardenal”, “Arzobispo, Archidiácono, abad, prior”, “monje”, él no tenía motivo para cambiarlas.
Aunque, por medio de una serie de sucesos convulsos, Ginebra al igual que Neuchâtel había sido librada de la dominación de Roma, no pasó mucho tiempo hasta que se introdujeron formas de gobierno, igualmente sin fundamento en las Escrituras, que afectaron bastante a las iglesias. Olivetan había sido uno de los primeros en guiar a su pariente Juan Calvino al estudio de la Biblia. La habilidad extraordinaria de Calvino le dio desde su juventud temprana una gran influencia dondequiera que iba.
La publicación (1536) de su libro, Los fundamentos de la religión cristiana en Basilea, adonde tuvo que huir al ser expulsado de Francia, le mereció el reconocimiento de ser el teólogo más destacado de su tiempo. El mismo año, mientras se dirigía a Estrasburgo, Calvino, a causa de la guerra, se vio obligado a cambiar su ruta a través de Ginebra donde se hospedó en una posada con la intención de continuar su viaje a la mañana siguiente. Farel se enteró de su llegada, lo visitó y le mostró la maravillosa obra que se había llevado a cabo y que aún continuaba en Ginebra y en todos sus alrededores.
Le mostró, además, los conflictos existentes y la necesidad de más colaboradores, ya que Farel y los que con él andaban se hallaban inundados por las invitaciones que recibían de todas partes. Farel le instó a Calvino a que se quedara y compartiera la obra con ellos. Calvino objetó con recato, apelando a su incapacidad, su gran necesidad de estudio, su carácter no apto para las actividades que se exigirían de él. Farel le exhortó que no permitiera que su amor por el estudio o cualquier otra forma de autocomplacencia se interpusiera en el camino de la obediencia al llamado de Dios.
Vencido por la vehemencia de Farel y convencido por su petición, Calvino consintió en quedarse y, con la excepción de un período de destierro de tres años, pasó el resto de su vida en Ginebra, con cuya ciudad su nombre estará por siempre ligado. A través de mucho conflicto él impuso en la ciudad su ideal de un estado e Iglesia organizados en gran medida según el patrón del Antiguo Testamento. El Concilio de la ciudad tenía poder absoluto tanto en asuntos religiosos como civiles, a la vez que se convirtió en el instrumento de la voluntad de Calvino. A los ciudadanos se les exigía firmar una confesión de fe o abandonar la ciudad.
Se impusieron normas estrictas que regulaban la moral y las costumbres del pueblo. Las iglesias que habían comenzado a crecer en obediencia a la enseñanza del Nuevo Testamento casi desaparecieron entre la organización general, pues el dominio papal fue sustituido por el del reformista y la libertad de conciencia continuó siendo restringida.
Una forma de error predominante que Calvino esperaba reprimir por medio de esta regulación estricta era un error de carácter unitario. Este tipo de enseñanza era de origen antiguo, similar al arrianismo en algunos aspectos, pero durante este tiempo ya comenzaba a ser descrita como socinianismo a causa de su asociación con Lelio Socino (1525–1562) y Fausto Socino (1539–1604), tío y sobrino, naturales de Siena, Italia.
El último vivió mucho tiempo en Polonia, debido a que allí, al igual que en Transilvania, la enseñanza unitaria era permitida y estaba generalizada. Fausto Socino unió los sectores divididos de los unitarios en Polonia.
A ellos se les conocía como “los hermanos polacos” y el catecismo “Racoviano” expresaba sus creencias. El socinianismo se divulgó partiendo de ellos como un centro. Esta doctrina afectó desde el inicio a algunos en las iglesias protestantes, y más tarde ganó una influencia dominante, especialmente sobre el clero protestante. En gran medida, consistía en la crítica de la teología existente, y era allí donde residía su atractivo. Dicha enseñanza se dirigía más al intelecto que al corazón o al entendimiento de la persona.
Servet, un médico español que sostenía y enseñaba doctrinas aliadas a las del socinianismo, llegó a Ginebra en un viaje y, durante su estancia allí, entró en conflicto con Calvino y el Concilio. Servet se negó a renunciar a su error, por lo que fue quemado en 1553. Esto no fue sino un resultado lógico del sistema que había sido establecido.

CALVINO GOBIERNA A GINEBRA

Bajo el gobierno de Calvino, Ginebra se hizo famosa y proporcionó un refugio para un gran número de disidentes perseguidos de diferentes países, muchos de ellos procedentes de Inglaterra y Escocia. Estos disidentes fueron influenciados fuertemente por la habilidad de Calvino y llevaron sus enseñanzas muy lejos, de modo que el calvinismo se convirtió en una influencia poderosa en el mundo, y su entrenamiento severo desde luego ha moldeado algunos de los caracteres más fuertes.
Farel se sometió al dominio de Calvino, pero rechazó todas las súplicas que le hicieron para que se estableciera en Ginebra o para que aceptara cualquier posición a la cual estaban relacionados el honor y la remuneración. Él hizo de Neuchâtel su centro, y se casó allí, pero continuó su vida ardua como un predicador ambulante hasta que murió en paz aproximadamente a los setenta y seis años de edad.
Mientras tanto, en Francia, el crecimiento de las iglesias cristianas y la predicación del Evangelio, que había continuado a pesar de la férrea persecución, enfrentó una seria traba en 1534. Algunos de los creyentes en París, impacientes ante el progreso lento logrado en Francia en comparación con la gran libertad que se había alcanzado en Suiza, enviaron a uno de sus miembros, llamado Feret, para que consultara con los hermanos allí en cuanto a si ellos debían tomar un curso más agresivo a fin de obtener más libertad para la Palabra.
En respuesta a esto, los reformistas en Suiza emprendieron un ataque violento contra la misa, haciendo impresiones en forma de pancartas y tratados que fueron enviados a París. Había una diferencia de opinión entre los creyentes en París en cuanto a si las pancartas debían o no colgarse a la vista y si los tratados debían o no ser distribuidos. Couralt, quien hablaba en nombre de los “hombres de juicio”, dijo: “Tengamos cuidado en cuanto a colgar estas pancartas porque ello sólo avivaría la furia de nuestros adversarios, y de ese modo aumentaríamos la dispersión de los creyentes”. Otros dijeron:
Si con timidez miramos de un lado al otro para ver cuán lejos podemos llegar sin arriesgar nuestras vidas, renunciaremos a Jesucristo”. Los consejos de los más agresivos prevalecieron, el asunto fue organizado con mucho cuidado, y una noche de octubre las pancartas fueron colgadas en todas partes de Francia; una fue colocada incluso en la puerta de la alcoba en la cual se encontraba durmiendo el rey en su castillo en Blois.
Las pancartas contenían una declaración extensa, cuyo encabezamiento decía: “Artículos verídicos acerca de los horribles, inmensos e insoportables abusos de la misa papal, inventada directamente en contra de la Santa Cena de nuestro Señor, el único Mediador y único Salvador, Jesucristo”. Al día siguiente, cuando las pancartas fueron leídas, el efecto fue tremendo. El rey fue ganado de su indecisión anterior y aprobó la política de exterminar al partido de la Reforma.
En el primer día el Parlamento proclamó una recompensa para todos los que dieran a conocer a los individuos que habían fijado las pancartas y ordenó que todas las personas que los consintieran deberían ser quemadas en la hoguera. Inmediatamente comenzaron a capturar a aquellos de quienes se sospechaba que hubieran asistido a las reuniones o que de cualquier forma estaban a favor de la reforma, incluidas las personas que se habían opuesto a la idea de poner las pancartas. Prevaleció un terror generalizado. Muchas personas lo abandonaron todo y huyeron al extranjero. En toda Francia las llamas recibieron sus víctimas vivas, especialmente en París.
Hubo, pues, una procesión (1535) a través de las calles de París de todas las reliquias más santas que se pudieron juntar. Allí se congregaron el rey, su familia y la corte, una gran cantidad de eclesiásticos, algunos miembros de la nobleza y una enorme concurrencia de personas. La hostia fue llevada a través de las calles, y se celebró una misa en Notre Dame.
Luego el rey y una gran multitud de personas presenciaron, primero en el Rue San Honoré y luego en el Halles, la quema en la hoguera (con aparatos diseñados para prolongar los sufrimientos) de algunos de los mejores ciudadanos de París, quienes, sin excepción, testificaron hasta el final de su fe en Jesucristo con una valentía que se ganó la admiración de sus propios atormentadores.
El culto y moderado Sturm, profesor en el Colegio Real en París, le escribió a Melanchthon: Nosotros estábamos en la mejor de las posiciones, gracias a hombres sabios. En cambio ahora, por medio del consejo de hombres imprudentes, hemos caído en la más grande calamidad y en la más suprema miseria. El año pasado le escribí que todo iba bien y también acerca de las esperanzas que abrigábamos de la justicia del rey.
Nosotros nos felicitábamos unos a otros, pero, ¡ay de nosotros! Los hombres extravagantes nos han privado de aquellos buenos tiempos. Una noche en el mes de octubre, en un momento, en toda Francia y en cada rincón del país, estos hombres fijaron con sus propias manos una pancarta acerca de las órdenes eclesiásticas, la misa y la eucaristía. Ellos llevaron su osadía tan lejos que hasta se atrevieron a fijar una en la puerta de la alcoba del rey, deseando de esta manera, al parecer, provocar seguros y atroces peligros.
Desde la ocurrencia de aquel acto imprudente, todo ha cambiado: la gente está preocupada, los pensamientos de muchos están llenos de alarma, los magistrados están irritados, el rey está perturbado y se llevan a cabo juicios espantosos. Debe reconocerse que estos hombres imprudentes, si no fueron la causa, fueron al menos la razón de ello.
¡Si tan sólo fuera posible que los jueces mantuvieran un proceder justo! Algunos, habiendo sido capturados, ya han sufrido sus castigos; otros, previendo inmediatamente su seguridad, han huido; personas inocentes han sufrido el castigo de los culpables. Los informantes se muestran a sí mismos públicamente; cualquiera puede ser acusador y testigo a la vez. Estos no son rumores infundados de los cuales le escribo, Melanchthon.
Tenga la completa seguridad de que no le cuento todo, y que en lo que le escribo no empleo los términos fuertes que nuestra situación merece. Ya han sido quemados dieciocho discípulos del Evangelio, y el mismo peligro aún amenaza a una cantidad de ellos mucho mayor. Cada día el peligro se extiende más y más.
No existe un solo hombre de bien que no le tema a las calumnias de los informantes y que no se consuma por la aflicción al ver estos actos tan horribles. Nuestros adversarios reinan y con toda autoridad ya que al parecer luchan por una causa justa, como si reprimieran una sedición. En medio de estos grandes y numerosos males sólo queda una única esperanza que las personas estén comenzando a indignarse por semejantes persecuciones crueles, y que el rey al fin se avergüence por haber tenido sed de la sangre de estos hombres desdichados.
Los perseguidores son instigados por un odio violento y no por la justicia. Si el rey supiera la clase de espíritu que anima a estos hombres sanguinarios, sin duda seguiría mejores consejos. No obstante, aun así nosotros no nos desesperamos. Dios reina; él dispersará todas estas tempestades, nos mostrará el lugar en donde podremos refugiarnos, él le dará un asilo a los hombres buenos en donde puedan expresar sus opiniones libremente.
Los grupos de creyentes se reunían en muchas partes de Francia para leer las Escrituras y para la adoración, sin ninguna organización en particular. Sin embargo, en una de estas reuniones en París, el nacimiento de un niño, al causarle a su padre mucha preocupación acerca de cómo debería bautizarlo, poco a poco condujo a la evolución de todo un sistema. La conciencia del padre no le permitió llevarlo a la Iglesia Católica Romana, y no le fue posible llevarlo al extranjero para bautizarlo.
La congregación se reunió y oraron acerca del asunto, y luego decidieron formar una iglesia ellos mismos. Fue así como eligieron a Jean de Macon como su ministro, y también nombraron a ancianos y diáconos, y se establecieron como una iglesia organizada, de la cual los ministros estaban autorizados a bautizar y desempeñar aquellas funciones que ellos consideraban propias de las personas ordenadas.
Desde el momento en que hicieron esto (1555), muchas de las asambleas de creyentes en todas partes de Francia actuaron de la misma manera, y la cifra de iglesias que adoptaron esta forma presbiteriana se aumentó rápidamente. Una gran parte de ellas fue provista de pastores procedentes de Ginebra.

INTRODUCCIÓN DEL SISTEMA PRESBITERIANO

Las iglesias Reformadas en Holanda y Escocia fueron aun más afectadas por el ejemplo de este movimiento en Francia que por el ejemplo de Ginebra. Calvino era partidario de que cada congregación fuera dirigida por su ministro, o ministros, y ancianos, pero las iglesias francesas pronto introdujeron el plan de celebrar Sínodos de Ministros y Ancianos que representaran a las iglesias y tuvieran autoridad sobre ellas.
De estas reuniones locales posteriormente se decidió enviar delegados para formar un Sínodo provincial más amplio, y esto llevó a que en 1559 se celebró en París el Primer Sínodo Nacional de las iglesias francesas. En esta ocasión se acordó elaborar una confesión de fe. Cada ministro tuvo que firmar en señal de acuerdo, y luego se redactó un Libro de Disciplina que regulaba el orden y la disciplina de las iglesias, al que cada ministro prometió someterse.
Los partidarios de estas iglesias fueron a menudo llamados “evangélicos” o “los de la religión”, pero poco a poco el nombre hugonote fue comúnmente aplicado a ellos. No se conoce con certeza de qué fuente se deriva el nombre.

LOS BUGONOTES

El sudeste de Francia, donde por siglos la gente había estado dispuesta para recibir el Evangelio y donde la verdad sólo había sido contenida por las repetidas y despiadadas masacres, ahora nuevamente mostraba el antiguo e invencible deseo por la Palabra, y en algunas partes se adoptó predominantemente el sistema hugonote. En otras partes del país los hugonotes eran, por lo general, una pequeña minoría de la población.
Existía un estado de tensión entre los dos partidos religiosos, aunque se le garantizaba la libertad de adoración a la minoría hugonote por medio de un decreto real, y se esperaba que la reforma y la tolerancia trajeran la paz. La Asamblea General del estado o Parlamento estaba a favor de esto, así como la reina madre Catalina de Médicis, quien escribió al Papa lo siguiente: “La cantidad de los que se han separado de la Iglesia Romana es tan enorme que ya no pueden ser reprimidos por medio de la severidad de la ley ni el poder de las armas.
A causa de los nobles y los magistrados que se han unido al grupo, ellos se han hecho tan poderosos, están tan firmemente unidos, y diariamente adquieren semejante fuerza que se vuelven más y más temibles en todas partes del reino. Mientras tanto, gracias a Dios, entre ellos no hay ni anabaptistas ni libertinos ni ningún partisano de opiniones odiosas.” En su misiva ella continúa para discutir la posibilidad de estar en comunión con ellos, y sugiere asuntos que pudieran ser reformados en la comunión romana para beneficio de todos.
Sin embargo, el Papa se opuso, y ambos partidos se armaron en preparación para lo que podría avecinarse. El almirante Coligny, como líder del partido hugonote, declaró: “Contamos con 2.050 iglesias y con 400.000 hombres dispuestos a tomar las armas, sin tomar en cuenta a nuestros partidarios secretos”.
El duque de Guisa, líder del partido católico, frustró toda esperanza de llegar a un arreglo al atacar una numerosa congregación de devotos desarmados que se encontraban en un granero. Él con sus soldados los rodearon y masacraron a su antojo a las víctimas indefensas. La guerra civil que siguió devastó al país, pero después de años de lucha agotadora se logró una tregua y se arregló un matrimonio entre Enrique de Béarn, rey de Navarra, ahora líder de la causa hugonote, y Margarita, hija de Catalina de Médicis y hermana del rey de Francia.
La boda se celebró en París (1572) con grandes festividades. Los hugonotes vieron esta boda como un medio para alcanzar la paz entre las partes contendientes, por lo que una gran cantidad de ellos, incluyendo a sus principales líderes, acudió a la ciudad para presenciarlo tomar parte en las celebraciones.

LA MASACRE DE SAN BARTOLOMÉ

Menos de una semana después de la boda en Notre
Dame, según una señal y un plan predeterminado, los líderes católicos y sus tropas cayeron sobre los hugonotes confiados, y tuvo lugar la masacre de San Bartolomé. No hubo escape alguno. Las casas de los hugonotes habían sido marcadas con anticipación. Hombres, mujeres y niños fueron masacrados sin piedad, siendo el almirante Coligny uno de los primeros en ser asesinado.
Al cabo de cuatro días, París y el Sena estaban llenos de cuerpos mutilados en lugar de hombres y mujeres enérgicas y grupos de niños felices que hacía sólo una semana habían llenado las calles.
En toda Francia se llevaron a cabo actos similares. Después de la primera sorpresa los hugonotes que quedaron, bajo el mando de Enrique de Navarra y el príncipe de Conde, organizaron la resistencia, y fue así como comenzaron las guerras de la Liga las cuales sumieron a Francia en la miseria por más de veinte años.

EL EDICTO DE NANTES (13 de abril de 1598)

En 1594, Enrique de Navarra sucedió al trono de Francia como Enrique IV. Fue un gobernante valiente y capaz, pero no fue un hombre religioso, y dirigió a los hugonotes más como un partido político que religioso.
Su posición fue difícil como gobernante protestante de un país principalmente católico romano cuyos reyes siempre habían pertenecido a esa Iglesia. Él enfrentó este problema por medio de convertirse en un católico romano a fin de proteger su trono y luego usó su posición para legislar a favor de los hugonotes. De esta manera una dinastía católica romana fue establecida de nuevo en Francia, pero a su vez el rey proclamó el Edicto de Nantes (1598) que les daba libertad de conciencia y de adoración a los hugonotes.
La Liga Católica no se sometió a él, pero él la derrotó y la suprimió, y expulsó a los jesuitas. Los hugonotes se convirtieron en un estado dentro del Estado, con sus propias ciudades y distritos en algunas partes del país, y sus derechos los cuales eran válidos en todo el país. Doce años después del Edicto de Nantes, el rey fue asesinado, y pronto reanudaron los problemas para los hugonotes. Hubo masacres que los estimularon a presentar una resistencia armada, pero el Cardenal Richelieu dirigió la guerra en su contra con tanta energía que los hugonotes fueron derrotados en repetidas ocasiones. Su gran fortaleza, la Rochela, fue capturada, y así dejaron de existir como un cuerpo armado y un poder político. No obstante, Richelieu les dio cierta libertad y como resultado se reconciliaron con el gobierno. De allí, se dedicaron a la agricultura, a la industria y al comercio con su entusiasmo característico, y se hicieron muy ricos e influyentes, convirtiéndose en una fuente de mucha prosperidad para Francia.
Cuando Luis XIV, con motivo de la muerte de Mazarino, asumió el gobierno de Francia, inmediatamente comenzó a tomar medidas represivas contra los hugonotes. Bajo la influencia de los jesuitas se emplearon todos los recursos para obligarlos a unirse a la Iglesia de Roma. Los que se opusieron a esto quedaron sujetos a una creciente persecución. Ellos la soportaron con paciencia, pero su aflicción sólo se hizo más intensa.
Sus hijos fueron arrebatados de su seno para ser educados en conventos bajo el catolicismo, se llevaron a cabo masacres contra ellos y sus reuniones fueron prohibidas. Soldados brutales se alojaban en sus casas, y a estos se les permitía comportase a su antojo. A esto se le conoció como el sistema de las “dragoneadas”. Cuando los hugonotes huían eran perseguidos por el bosque y en otros lugares de refugio, eran traídos de vuelta a sus casas y eran obligados a entretener a los brutales “dragones” quienes, por medio de todo tipo de torturas y atrocidades, imponían su “conversión” o los perseguían hasta la muerte.

REBOCACIÓN DEL EDICTO DE NANTES POR LUIS XIV (1685)

En 1685, se publicó la Revocación del Edicto de Nantes y con él se esfumó la última esperanza de los hugonotes. A todos sus pastores se les ordenó que abandonaran el país en un plazo de dos semanas. Posterior a esto, en sólo unas pocas semanas, fueron destruidos ochocientos lugares de reunión de los hugonotes.
También se ordenó que los niños deberían ser bautizados y educados en la Iglesia de Roma; el empleo se prohibía para aquellos que no se convirtieran al catolicismo, y cualquiera que intentara abandonar el país sería enviado de por vida a las galeras, en el caso de los hombres, o guardar cadena perpetua en una cárcel, en el caso de las mujeres.
A pesar de todas las dificultades de tener que desarraigarse, abandonar sus propiedades, viajar en secreto a través de caminos ocultos con niños pequeños, ancianos y enfermos, y a pesar de los serios peligros de cruzar las fronteras bien custodiadas, tuvo lugar un gran éxodo de lo mejor de la nación francesa, empobreciéndola permanentemente. Mientras tanto, aquellos países que recibieron a los exiliados Suiza, Holanda,
Gran Bretaña, Brandeburgo y otros fueron enriquecidos por la llegada de multitudes de personas capaces, de carácter fuerte, quienes trajeron consigo su habilidad en la manufactura y el comercio y jugaron un papel protagonista en la vida política y militar, así como en el campo de las artes y las ciencias. Se calcula que 200.000 hugonotes abandonaron Francia en esta época.
Aunque una gran cantidad de hugonotes abandonó Francia ante la Revocación del Edicto de Nantes, una mayor cantidad de ellos no pudo abandonar el país o no quiso hacerlo, por lo que continuaron sufriendo las iniquidades de las “dragoneadas”. Ellos eran más numerosos en Delfinado y en Languedoc, por lo que allí la persecución fue más intensa.
En estos tiempos tan desesperantes surgió entre ellos un extraño entusiasmo y ensalzamiento espiritual. Pierre Jurieu (1686) escribió una exposición del Apocalipsis en la cual enseñaba que la profecía de la caída de Babilonia se refería a la Iglesia Romana y que se cumpliría en el año 1689. Uno de sus discípulos, Du Serre, le enseñó las opiniones proféticas de su maestro a niños en Delfinado, y estos, criados entre los horrores de las “dragoneadas”, ahora iban, en grupos conocidos como “los pequeños profetas”, de aldea en aldea, citando los terribles juicios que aparecen en el libro de Apocalipsis, anunciando su eminente cumplimiento. La más famosa de estos fue una muchacha conocida como “la bella Isabel”.
De esta manera miles de los que habían sido obligados a pertenecer a la Iglesia Romana fueron reintegrados y rechazaron asistir a la misa. Más de trescientos de estos niños profetas fueron encarcelados en un mismo lugar en Languedoc.
En las montañas Cevenas, hombres y mujeres entraron en éxtasis, en los cuales hablaban en el francés puro de la Biblia, mientras que normalmente ellos sólo podían hablar su propio dialecto, y así inspiraban a sus oyentes con una valentía heroica. A pesar de sus sufrimientos, estas personas permanecieron leales al rey. En 1683, se reunió un cuerpo representativo de los pastores, los nobles y los principales hombres entre ellos, y le enviaron a Luis XIV una declaración de su lealtad. Sin embargo, en esa misma época el Papa insistía en su exterminación y los llamaba “la raza execrable de los antiguos albigenses.

LA GUERRA DE LOS CAMISARDS (1703–1705)

No obstante, el Abbé du Chayla, quien introdujo un instrumento especial de tortura, practicó semejantes crueldades sobre los disidentes en las Cevenas que finalmente estos se sublevaron, lo mataron y organizaron una resistencia armada contra las “dragoneadas”. Entre sus líderes estaba Juan Cavalier, hijo de un panadero, quien, a la edad de diecisiete años, dirigió a los camisards, llamados así por las camisas blancas que llevaban a manera de uniforme, con tan asombrosa habilidad que durante tres años (1703–1705) peleó y derrotó a los mariscales más capaces de Francia.
Sin embargo, su pequeña fuerza nunca excedió los 3.000 hombres, y sus adversarios trajeron hasta 60.000 hombres para pelear en su contra. Él logró pactar una paz honorable, pero algunos de sus seguidores, al continuar la guerra, fueron exterminados.
La guerra de los camisards fue excepcional. En otras partes los hugonotes sufrieron, sin ofrecer resistencia, las más horribles miserias. Muchos de ellos fueron ahorcados o quemados; muchas mujeres fueron encarceladas, especialmente en Grenoble y en Valencia.
Una mujer, Louise Moulin de Beaufort, fue condenada (1687) a ser ahorcada en la puerta de su casa por haber cometido el delito de asistir a los encuentros de los hugonotes. Ella suplicó y obtuvo la aprobación para que le permitieran por última vez amamantar a su bebé, después de lo cual murió demostrando una valentía serena. Bajo tales condiciones las “iglesias del desierto” como se les llamaba, o “iglesias bajo la cruz” mantuvieron su testimonio.
Uno de los exiliados de Delfinado en el tiempo de la Revocación del Edicto de Nantes, Jacques Rogers6 (1675–1745), se conmovió por los sufrimientos de sus hermanos en su tierra natal. Al contrastar los pesares de su condición con la seguridad y tranquilidad en la cual él vivía en el extranjero, decidió regresar a Francia para compartir con sus hermanos allí sus aflicciones y brindarles toda la ayuda que estuviera a su alcance.
Al llegar a Francia, él encontró que el remanente fiel estaba persistiendo, a pesar de todo el poder y la furia de los adversarios. Él también se percató de que en algunos distritos la obra de los “profetas” (hombres y mujeres) había degenerado en fanatismo y desorden. Él creyó necesario sustituir a los pastores que habían huido, y restablecer el sistema de los Sínodos que se había suspendido.
A él se unieron otros y, en sus viajes, pronto conoció a Antoine Court, un joven de sólo veinte años, ya muy estimado por la gente, quien más tarde se convertiría en el hombre más prominente de todos los que trabajaron para las “iglesias del desierto”. Court demostró ser un hombre de un juicio razonable y de una inteligencia ágil. Como predicador, viajero valiente, obrero incansable y organizador, dirigió el restablecimiento de la organización de la iglesia con sus Sínodos provinciales e incluso nacionales.
Bajo su supervisión, en Lausana, funcionaba una escuela de formación de pastores y predicadores. Esta fue una escuela de mártires, ya que una gran cantidad de los hombres que salieron de ella para ir a predicar a Francia fueron ahorcados, algunos de ellos muy jóvenes. El propio Jacques Rogers fue ahorcado en Grenoble a los setenta años de edad. Las vidas de estos hombres se caracterizaban por una constante sucesión de fugas atrevidas mientras atravesaban las montañas y los bosques y visitaban las diferentes iglesias y ministraban la Palabra. Las “iglesias del desierto”, en lugar de

LOS DISIDENTES INGLESES (1525–1689)

Tyndale; Prohibición de la lectura de las Escrituras; Establecimiento de la Iglesia Anglicana; Persecución en el reinado de María; Las iglesias bautistas y las Mini dependientes; Robert Browne; Barrowe, Greenwood, Penry; Persecución de los disidentes en el reinado de Isabel; La “iglesia privada” en Londres; El Gobierno eclesiástico de Hooker; La iglesia de los exiliados ingleses en Amsterdam;
Arminius; Emigración de los hermanos de Inglaterra a Holanda; Juan Robinson; Los primeros colonos puritanos zarpan rumbo a América; Los diferentes tipos de iglesias en Inglaterra y Escocia; Publicación de la Authorized Versióndela Biblia; La Guerra Civil; El “Ejército de nuevo tipo” de Cromwell; Libertad religiosa; Las misiones; Jorge Fox; El carácter del movimiento de los “amigos”; Decretos contra los disidentes; La literatura; Juan Bunyan.

WILLIAM TYNDALE (1494–1536)

Se creyó haber extinguido el movimiento lolardo; sin embargo, siempre quedaron remanentes, y de vez en cuando se castigaba a ciertas personas por reunirse para leer las Escrituras.
El Nuevo Aprendizaje y la Reforma avivaron el interés por la Palabra de Dios, y fue precisamente una nueva traducción de la Biblia el medio más poderoso de traer un avivamiento general entre la gente. William Tyndale, quien había estudiado en Oxford y Cambridge, y había sido afectado sobremanera por las enseñanzas de Lutero, tenía la costumbre de debatir temas acerca de la Biblia con el clero que venía a la casa donde él era profesor, y así les demostraba cuánto se habían desviado de las enseñanzas de la Escritura.
Esto provocó una persecución que lo obligó a abandonar el país, pero él ya había visto que la gran necesidad de la gente era llegar a conocer la Biblia, por lo que prometió que “si Dios le concediera la vida, antes de pasar muchos años, él haría que el mozo que guiaba el arado conociera más de la Biblia” que los teólogos que la mantenían alejada de ellos. Viviendo exiliado en el continente, y “motivado por un celo y un anhelo sensible por su país, buscó por todos los medios posibles llevar a sus coterráneos al mismo apetito y conocimiento de la sagrada Palabra de Dios y de la verdad como el que el Señor le había dado a él.

EL NUEVO TESTAMENTO DE TYNDALE

La primera edición de su traducción del Nuevo Testamento fue publicada en 1525, la cual fue seguida por una segunda, que fue impresa al año siguiente en Colonia. Más tarde se publicaron el Pentateuco y otras partes del Antiguo Testamento, traducidas en Amberes y Hamburgo, así como varias ediciones posteriores del Nuevo Testamento.
Las dificultades y los peligros que implicaba traer tales libros a Inglaterra eran casi tan enormes como los que se presentaban a la hora de su distribución. El clero se opuso con todas sus fuerzas a la nueva traducción. El Sir Tomás More fue uno de los que escribió de manera violenta contra ella. Aunque esta traducción ejerció más influencia sobre la “Authorized Versión” que cualquier otra traducción, la cual en gran medida se basa en ella, al principio se declaró que estaba llena de errores.
Su uso de la palabra “congregación” en lugar de “iglesia” causó una gran oposición. More declaró que la traducción estaba tan llena de errores que “para mencionarlos todos habría que recitar todo el libro que buscar una falta sería como estudiar dónde encontrar agua en el mar”.
Los Testamentos fueron introducidos en Inglaterra de contrabando, y una asociación que se auto-nombraba los “Hermanos cristianos” los distribuyó por todo el país. Fueron comprados y leídos con avidez en todas partes, y pronto llegaron a las universidades donde se formaron sociedades que se reunían para su lectura. El Obispo de Londres muy pronto proclamó un interdicto contra estos testamentos. Este interdicto decía:
Por cuanto, entendemos mediante el informe de diversas personas creíbles, y además, por la apariencia evidente del asunto, que muchos hijos de iniquidad ciegos a causa de una maldad extrema, y apartados del camino de la verdad y de la fe católica, han traducido de manera astuta el Nuevo Testamento a nuestro idioma inglés De cuya traducción hay muchos libros impresos, algunos con glosas y otros sin estas, que contienen en el idioma inglés el más pernicioso y mortífero veneno disperso en gran medida por toda nuestra diócesis de Londres, los cuales sin lugar a dudas, contaminarán e infectarán la grey que nos ha sido encomendada, con el más mortífero veneno y herejía nosotros ordenamos que dentro del plazo de treinta días bajo la pena de excomunión, además de quedar bajo sospecha de herejía, se traigan y se entreguen a nuestro Vicario General todos y cada uno de los libros que contengan la traducción del Nuevo Testamento en el idioma inglés.
El Obispo de Londres afirmaba que esta traducción contenía más de dos mil herejías. Él conocía a un comerciante llamado Packington que estaba relacionado con la distribución de estos libros, y esperaba destruirlos con su ayuda. Se relata: “El Obispo, creyendo que tenía a Dios cogido por un dedo del pie, cuando en realidad tenía al diablo por el puño (como luego se dio cuenta), dijo: ‘Estimado Packington, haga sus diligencias para conseguirlos, y le pagaré por ellos de todo corazón, sea cual sea su precio, ya que los libros son erróneos y maliciosos, por lo que ciertamente pretendo destruirlos a todos y quemarlos en la Cruz de San Pablo’”. Este negocio fue llevado a cabo y de esa manera se proveyó dinero para la impresión de una mayor cantidad de Testamentos.
Al preguntársele a un prisionero acusado de herejía acerca de cómo Tyndale y sus amigos se sustentaban, dijo: “Es el Obispo de Londres quien nos ha apoyado, ya que él ha aportado entre nosotros una gran cantidad de dinero en Nuevos Testamentos para quemarlos, y eso ha sido, y aún es, nuestro único apoyo y consuelo”. Se llevó a cabo una inquisición diligente para encontrar los libros prohibidos. Una gran cantidad de personas fueron multadas o encarceladas o ejecutadas por poseerlos.
Existen informes de que “diversas personas de quienes se comprobó que leían el Nuevo Testamento traducido por Tyndale fueron castigadas pero aun así la cifra de ellas iba en aumento diariamente”.
Con la ayuda de un espía enviado desde Inglaterra, Tyndale al fin fue capturado y, en Vilvoord en Bélgica, fue condenado y estrangulado, luego su cuerpo fue quemado (1536). Pero su obra fue llevada a cabo; él había cumplido su parte valiosa junto con todos aquellos que al traducir y distribuir la Biblia, al practicar y enseñar las verdades que ella revela, han ayudado a llevar a los hombres al conocimiento de Dios y les han mostrado el Camino de la Vida.

ESTABLESIMIENTO DE LA IGLESIA ANGLICANA

Durante este tiempo grandes cambios surgían en Inglaterra. En 1531, el Rey Enrique VIII fue reconocido como el Jefe Supremo de la Iglesia Anglicana. De este modo la Iglesia Anglicana ocupó el lugar de la Iglesia de Roma, y el rey, el del Papa. El conflicto entre el Papa y el rey consistía en la Iglesia y el estado por una parte y el estado y la Iglesia por el otro, entre las opiniones papistas y las erasmistas. La idea de reformar por medio de elevar el poder civil sobre el eclesiástico (erasmismo) ya había sido introducida en las iglesias de Brandeburgo y Sajonia. Cranmer creía que este era el mejor camino a seguir, y Enrique VIII lo adoptó como su política en Inglaterra.

LA EDICIÓN COVERDALE

En el año de la muerte de Tyndale, su traducción de la Biblia, revisada y editada por Miles Coverdale por orden del rey, fue patrocinada por la realeza y se ordenó que debía aceptarse como el fundamento de la fe nacional y que fuera divulgada en las iglesias de todo el país. Sin embargo, esta aprobación no duró mucho. En 1543, una medida titulada, “Decreto para el progreso de la religión verdadera y para la abolición de la opuesta” promulgaba que “toda clase de libros del Antiguo y del Nuevo Testamentos en inglés, derivados de la traducción astuta, falsa y errónea de Tyndale, deberá ser clara y absolutamente abolida y extinguida. Su tenencia y uso deberá ser prohibido”.
Los castigos por la desobediencia fueron muy severos, llegando en algunos casos a la pena de cadena perpetúa. Se podía leer otros libros, pero la lectura de las Escrituras se limitaba a los jueces, los nobles, los capitanes y los magistrados, quienes podían leer la Biblia a sus familias. “Los comerciantes pueden leerla en privado para sí mismos.
No obstante, ninguna mujer o artesano, aprendiz, oficial, sirviente del grado de labrador acomodado o de un grado menor, ningún obrero agrícola, o trabajador leerá dentro de este reino la Biblia o el Nuevo Testamento en inglés, ya sea para sí mismo o para otra persona, en privado o en público.” Las mujeres o las damas que pertenecían a la nobleza podían leer la Biblia para sí mismas.
El rey declaró que él purgaría y limpiaría su reino de todos estos libros por medio de leyes severas y penales. Sin embargo, permitiéndolo o prohibiéndolo, no se podía impedir que la gente leyera las Escrituras. Cuando eran en voz alta en las iglesias, acudían multitudes de personas a escucharlas; cuando ellas eran prohibidas, se corrían todos los riesgos para obtenerlas.
Un campesino escribió (con muy mala ortografía) en su testamento: “En cuanto a la invención de las cosas, en Oxford, el año 1546, fue traído a Seynbury, por medio de Juan Darbye, Vice Lord. Cuando cuidé las ovejas del Sir Letymers compré este libro, cuando el Testamento estaba prohibido y que los pastores no debían leerlo: Oro a Dios que quite tal ceguera. Escrito por Robert Wyllyams, cuidando ovejas en el Monte de Seynbury”.
Al recibir la gente la enseñanza de Moisés y los profetas, la de las Historias y los Salmos, especialmente al llegar ellos a conocer a Jesucristo en los Evangelios y trazar las consecuencias de su obra expiatoria en las Epístolas, se transformó todo el carácter de la nación, ya que, como en cualquier nación, el nivel de la justicia y la compasión constituye un índice de cuánto este libro ha afectado los corazones y las mentes de la gente.
Durante los seis años del reinado de Eduardo VI, aquellos que estaban en el poder desarrollaron a la Iglesia Anglicana hacia una vertiente mayormente protestante, pero en los seis años siguientes del reinado de la Reina María esta política cambió completamente, e Inglaterra retomó su alianza con el Papa, recibiendo así absolución por su herejía y cisma.
Sin embargo, aunque el gobierno se mostró flexible, el pueblo mantuvo una posición firme. Ningún esfuerzo pudo inducir a la gente a someterse a prácticas que de manera clara eran contrarias a la Palabra de Dios. Cientos de personas, no sólo aquellos que ocupaban altos cargos, sino también de entre los más humildes, tanto hombres como mujeres, fueron quemados públicamente en las ciudades y los pueblos de Inglaterra.
Los sufrimientos de estos mártires resultaron ser más eficaces en romper el poder de Roma que las políticas de los gobernantes o los argumentos de los teólogos. Las llamas de aquellas hogueras aún arden en la memoria del pueblo de Inglaterra como faros que lanzan su advertencia contra cualquier regreso a un sistema que pudiera tener semejantes frutos.

ROBERT BROWNE  Y LOS BROWNISTAS.

En Londres había una iglesia, fundada sobre fundamentos bíblicos, en el reinado de Eduardo VI, compuesta de cristianos franceses, holandeses e italianos. Anterior a esto ya habían existido iglesias inglesas de este carácter, que se remontaban al tiempo de los lolardos, pues el Obispo de Londres en 1523 escribió que el enorme grupo de los herejes seguidores de Wiclef no era nada nuevo. Existen informes de “congregaciones” en Inglaterra en 1555, y se conoce que las iglesias bautistas existieron en el reinado de la Reina Isabel, antes de 1589.
Tanto los llamados independientes o congregacionalistas como los bautistas eran iglesias de creyentes independientes. Se diferenciaban en que los bautistas sólo practicaban el bautismo de creyentes, mientras que los independientes bautizaban a los niños, con tal que uno de los padres (o el tutor) fuese creyente. Robert Browne fue tan activo al proclamar la independencia de cada congregación de creyentes que, siguiendo la antigua costumbre de darle un nombre sectario a aquellos que estaban fuera de la Iglesia del estado, tales grupos de creyentes fueron a menudo llamados “los brownistas”.
El Sir Walter Raleigh afirmó en el Parlamento que había miles de brownistas en aquel tiempo. Los escritos de Browne, como por ejemplo su libro titulado, Un libro que muestra la vida y las costumbres de todos los cristianos verdaderos, y cuán diferentes son de los turcos, los papistas y los paganos y otro libro, Un tratado de la Reforma sin esperar por ninguno, ejercieron una gran influencia.
Dos hombres fueron ahorcados en Bury San Edmundo, en 1583, por hacer circular estos libros, y todos los ejemplares encontrados fueron quemados. El propio Browne acosado, encarcelado, perseguido y finalmente quebrantado en salud mental y física permitió que lo reintegraran a la Iglesia oficial.
Todos los grupos de disidentes fueron perseguidos incesantemente: los puritanos, presbiterianos y especialmente los bautistas e independientes.
Las cárceles estaban llenas de ellos, y puesto que estas se hallaban en condiciones paupérrimas, una cantidad indeterminada de estos creyentes murió a causa de las enfermedades, la miseria y los maltratos que en aquel entonces acompañaban al encarcelamiento. Los hombres más distinguidos entre los independientes fueron Barrowe, Greenwood y Penry. Los dos primeros habían demostrado de manera inequívoca que el único camino recto para aquellos que no aprobaban las doctrinas de la Iglesia oficial era el de separarse de ella.
Además, que era deshonroso para un hombre consentir en lo que él mismo no creía o que creía sólo en parte, y cuánto más lo era si aceptaba alguna posición o pago para diseminarlo. Después de pasar varios años encarcelados, ambos fueron ahorcados. Por su parte, Penry se sintió tan conmovido por la condición miserable del pueblo de Gales que no sólo predicó y trabajó entre ellos de manera incansable, sino que trató de incitar a otros para que hicieran lo mismo, perturbando así al clero negligente y notoriamente pecaminoso de aquel país y provocando su envidia y odio.
Él poseía en un grado poco común los dones y las bendiciones de un ministro de Cristo; su vida era piadosa, llena de amor y compasión por las almas. Además, era culto, comprensivo, de fuertes lazos familiares y devoto en el servicio del Evangelio. Su obra fue eficaz en la conversión de los pecadores y en la edificación de aquellos que creyeron, principalmente en Gales, aunque también en gran medida en Escocia e Inglaterra. Penry también fue capturado en Londres y fue ahorcado poco después que sus dos colegas del Evangelio.
Estos hombres se relacionaron con una iglesia conocida como la “iglesia privada en Londres”. Su principio fundamental fue la Palabra del Señor: “Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mateo 18.20). Este grupo no tenía lugar fijo de reunión; los encuentros se llevaban a cabo en casas privadas o al aire libre. Una de sus reuniones fue disuelta en 1567, y catorce de sus miembros líderes fueron encarcelados.
En 1592, cincuenta y seis de ellos fueron detenidos en una reunión mientras adoraban a Dios. Año tras año, una gran cantidad de ellos de distintas partes del país yacieron en la más extrema miseria, en calabozos y en cadenas. En seis años, murieron diecisiete encarcelados y, posteriormente, veinticuatro en un solo año.
Durante este período se escribió una defensa de la Iglesia Anglicana, el Gobierno eclesiástico por Ricardo Hooker, una obra que fue, y aún es, ampliamente admirada. En ella, Hooker se opuso a aquellos que sostenían que a la Iglesia Anglicana le hacía falta una reforma adicional e intentó probar que la Biblia por sí sola no era suficiente para la dirección de la Iglesia; que había muchas costumbres y ritos practicados por los apóstoles que no estaban escritos pero que se sabe que son apostólicos; que muchas de las leyes de Dios son variables; que hay muchos actos que se llevan a cabo en la vida diaria acerca de los cuales la Biblia no ofrece ninguna instrucción y que esta no es indispensable para ofrecer orientación sobre cada acción, sino que cada caso de la vida debe enmarcarse en la ley de la razón; que la fe puede basarse en otras cosas además de la Escritura debido a que la autoridad del hombre influye mucho; y que lo que se narra en la Escritura no debe necesariamente considerarse como un mandato.
Al cuidadosamente limitar y minimizar de esa manera la autoridad de la Escritura, algunas prácticas y doctrinas contrarias a ella son dadas por sentado como correctas, como, por ejemplo, el bautismo de infantes y la necesidad de los sacramentos para la salvación. Hooker plantea:
Somos culpados de que en muchas cosas nos hemos apartado de la antigua simplicidad de Cristo y sus apóstoles; de que hemos abrazado demasiada firmeza externa; que tenemos aquellas órdenes en el ejercicio de la religión que aquellos que más agradaron a Dios y le sirvieron de una manera más devota nunca tuvieron.
Porque no hay duda de que el primer estado de las cosas fue mejor que el presente, que en el inicio de la religión cristiana la fe tenía su forma más sana, las Escrituras de Dios eran entonces mejor comprendidas por todos los hombres, todos los aspectos de la santidad abundaban más en aquel entonces y, por tanto, se deduce que las costumbres, las leyes y las ordenanzas inventadas posteriormente no son tan buenas para la iglesia de Cristo; que la mejor manera es eliminar las invenciones posteriores del hombre y reducir las cosas al estado original.
A esto, Hooker responde que aquellos que adoptaban semejante posición: deben confesar que no se sabe con certeza cuáles eran las órdenes de la iglesia en los tiempos apostólicos, teniendo en cuenta que las Escrituras no las mencionan todas, y que, además, existen otros informes que ellos rechazan por completo.
De modo que al sujetar la iglesia a las órdenes del tiempo de los apóstoles, la sujetan a una regla maravillosa pero muy incierta, a menos que no exijan la observación de ninguna de las órdenes sino sólo aquellas que se sabe que son apostólicas por medio de los escritos de los propios apóstoles.
Estoy seguro de que ellos no insinúan que nosotros ahora debamos reunir a nuestro pueblo para servir a Dios en reuniones privadas y secretas; o que los ríos o arroyos comunes deban usarse para el bautismo; o que la Eucaristía deba ministrarse después de la cena; o quela costumbre de la fiesta de la Iglesia deba renovarse; o que toda clase de provisión permanente para el ministerio deba abolirse por completo y que su bienestar deba depender nuevamente de la devoción voluntaria de los hombres.
En estas cosas fácilmente se percibe cuán incompetentes serían para el presente, aunque al principio resultó ser lo suficientemente conveniente. La fe, el celo y la piedad de los tiempos antiguos vale la pena honrar. No obstante, ¿acaso demuestra esto que las órdenes de la iglesia de Cristo deben ser aún las mismas que las de ellos, que no puede haber nada que no haya existido entonces, o que desde entonces nada haya dejado debidamente de existir? Aquellos que buscan restaurar la Iglesia a lo que era al principio deben, inevitablemente, poner límites a sus palabras.
De modo que, al disminuir la autoridad de la Escritura y señalar que si sus adversarios fueran consecuentes ellos avanzarían más que lo que habían logrado en su supuesto regreso a las Escrituras, Hooker creó las bases sobre las cuales llegó a la conclusión de que a la Iglesia Anglicana no le hacía falta ninguna reforma adicional, al estar más en consonancia con la Escritura y el sentido común que cualquier otra.
Al avanzar a través de sus diversas creencias y prácticas alcanzó la cima de la estructura cuando argumentó que el reconocimiento del Rey Enrique VIII y cada uno de sus sucesores, según el orden de sucesión establecido como Jefe Supremo de la Iglesia, estaba plenamente de acuerdo con las enseñanzas de la Escritura. En lo referente a esta Iglesia, él dice: “Nosotros afirmamos que no hay ningún hombre de la Iglesia
Anglicana que no sea también miembro de la mancomunidad, y no hay ningún hombre de la mancomunidad que no sea también miembro de la Iglesia Anglicana”. Aunque muy convencido de sus enseñanzas y deducciones, resulta evidente y encomiable que en el lenguaje de Hooker hay un autodominio y una dignidad en contraste notorio con la violencia y los insultos que caracterizaron el modo de expresarse que todos los partidos de su tiempo se permitieron utilizar.
Antes de la culminación de su reinado, Isabel dejó de encarcelar a aquellos que se negaban a conformarse a la Iglesia Anglicana y se limitó a desterrarlos. Esto condujo a que muchos de los llamados brownistas y anabaptistas buscaran refugio en Holanda. Fue así como ellos fundaron una iglesia en Amsterdam, la cual, bajo la dirección de Francis Johnson y Henry Ainsworth, publicó en 1596 una Confesión de fe de ciertos ingleses exiliados residentes en los Países Bajos.

JACOBUS ARMINIUS (1560–1609)

Holanda era un centro de actividades espirituales de la mayor importancia. Entre los muchos maestros ilustres que se encontraban allí, ninguno ejerció una influencia de mayor alcance que Jacobus Arminius (1560–1609).5 Aunque su nombre está relacionado a conflictos religiosos, el arminianismo en contraste con el calvinismo, él en sí no fue un hombre partidario ni extremista en sus opiniones. Desde los días en que Agustín y Pelagio habían reñido, el primero al mantener la soberanía facultativa de Dios y el segundo el libre albedrío y la responsabilidad del hombre, estas preguntas vitales de las relaciones entre Dios y el hombre no habían dejado de ocupar las mentes y los corazones de las personas.
Calvino, y aun más algunos de sus seguidores, mientras mostraban de manera convincente lo que se enseña en la Escritura en relación a la soberanía y la elección de Dios, minimizaban aquellas verdades que traen equilibrio a estas, que también se hallan en las Escrituras. De manera que su lógica, planteada a partir de una parte limitada de la verdad revelada en lugar de toda la verdad, los llevó a la conclusión de que el hombre está sujeto a decretos absolutos los cuales él no tiene poder para variar. La extravagancia manifiesta de semejante enseñanza naturalmente provocó una reacción que con el tiempo se hizo extrema.
Educado bajo la influencia de las enseñanzas de Calvino, Arminius conocido por todos como hombre de carácter intachable y de capacidad y conocimiento insuperables fue escogido para escribir en defensa del calvinismo de la variante menos extremista. Se suponía que el calvinismo estaba en peligro por los ataques que recibía. Sin embargo, al estudiar el tema, se dio cuenta de que mucho de lo que él había apoyado no tenía base, que convertía a Dios en autor de pecado, que limitaba su gracia salvadora y dejaba a la mayoría de la humanidad sin esperanza o posibilidad de salvación.
Arminius se percató a partir de las Escrituras que la obra expiatoria de Cristo era para todos, y que el libre albedrío del hombre es una parte del decreto divino. Al regresar a la enseñanza original de la Escritura y la fe de la iglesia, Arminius evitó los extremos hacia los cuales ambos partidos habían llevado la controversia de hacía mucho tiempo. Su declaración de lo que él había llegado a creer lo involucró de manera personal en conflictos que afectaron tanto su espíritu aun al punto de acortar su vida. Su enseñanza adquirió posteriormente una forma viva y evangélica como parte del avivamiento metodista.
Cuando Jacobo I llegó al trono, se renovaron los esfuerzos los cuales se habían debilitado a finales del reinado de Isabela fin de imponer uniformidad de religión, y la emigración, aunque ahora contenida por las autoridades, continuó.

EMIGRACIÓN A OLANDA DESDE INGLATERRA.

En ese tiempo se reunía una congregación de creyentes en Gainsborough, de la cual Juan Smyth era líder. De esta iglesia surgió otra, compuesta de miembros que anteriormente viajaban unos dieciséis o dieciocho kilómetros para asistir a las reuniones de los domingos en Gainsborough. Este nuevo lugar de reunión fue la Casa Señorial Scrooby, y a los creyentes allí se les unió Juan Robinson, quien tuvo que dejar su congregación en Norwich a causa de la persecución.
Pero su nueva paz fue de corta duración; sus casas fueron puestas bajo vigilancia, sus medios de subsistencia fueron confiscados, o de lo contrario ellos fueron encarcelados. Luego que algunos intentaran en vano escapar a Holanda, con el tiempo decidieron, a nivel de iglesia, emigrar juntos (1607). Su viaje fue interrumpido por repetidos arrestos, encarcelamientos y separaciones dolorosas, hasta que por fin llegaron en pequeños grupos. Destituidos, pero no desanimados, se reagruparon y fueron recibidos por las iglesias en Amsterdam y en otras partes.
La iglesia en Amsterdam pronto comenzó a sufrir a causa de las diferencias de opinión. Los menonitas holandeses estaban a favor del bautismo de creyentes, al igual que Juan Smyth y Tomás Helwys. Sin embargo, la mayoría de los miembros no estaban de acuerdo con esto y hubo mucha disensión. Smyth y Helwys con aproximadamente cuarenta hermanos más fueron excluidos de la hermandad.
Estos formaron otra iglesia. Los bautistas también sostenían que el poder civil no tenía derecho a interferir en asuntos de religión o imponer alguna forma de doctrina. Por el contrario, afirmaban que el poder civil debía limitarse exclusivamente a los asuntos políticos y a mantener el orden. Los otros opinaban que era el deber del estado ejercer cierto control en asuntos de doctrina y el orden de la iglesia. Aunque ellos protestaban contra las medidas de coacción usadas en su contra, no estaban dispuestos a permitir que los demás que diferían de ellos obtuvieran total libertad.
Aquellos que estaban con Smyth no creían que fuera conforme a la enseñanza del Señor que un cristiano portara armas ni que sirviera como magistrado o gobernante. Johnson y Ainsworth se inclinaban cada vez más hacia una forma presbiteriana de gobierno de la iglesia, con la cual Juan Robinson no estaba de acuerdo. A fin de evitar una disputa mayor, Robinson y otros se trasladaron de Amsterdam a Leiden y fundaron allí una iglesia. Esta iglesia continuó en unidad y paz, destacándose el ministerio de Juan Robinson por su poder y alcance.
Estas iglesias no sólo proveyeron un hogar para los cristianos perseguidos y mantuvieron un testimonio de la verdad, sino que, además, llegaron a ejercer una influencia de largo alcance. Cuando a algunos de sus miembros les fue posible regresar a Inglaterra, lo hicieron y fortalecieron en gran manera a los creyentes allí. Helwys, junto con otros hermanos, fundó una iglesia bautista en Londres aproximadamente en 1612. Unos pocos años después, Henry Jacob, un colega de Robinson, vino y ayudó a formar una iglesia independiente en Londres, de la cual más tarde surgió una iglesia de bautistas “particulares” o calvinistas.

LIBERTAD DE CONCIENCIA EN EL NUEVO MUNDO

Pero hubo otros cuyo rumbo estaba determinado por asuntos de más alcance. La idea de establecer iglesias en el nuevo mundo, donde hubiera libertad de conciencia, de adoración y de testimonio, llegó a afectar cada vez más a estos exiliados y, después de mucha oración y bastante negociación, el Speedwell partió en su gran aventura.
La partida fue difícil tanto para los que se iban como para los que se quedaban. Juan Robinson, en sus palabras memorables al grupo que partía en Delft Haven, dijo: Les encomiendo ante Dios y sus benditos ángeles que me sigan no más allá de lo que me han visto seguir al Señor Jesucristo. Si Dios les revela algo por medio de cualquier otro de sus instrumentos, estén tan dispuestos a recibirlo como lo estuvieron a recibir cualquier verdad por medio de mí ministerio, ya que estoy convencido de que el Señor tiene aun más verdades por revelar en su santa Palabra.
En lo que a mí respecta, no puedo lamentar suficientemente la condición de aquellas Iglesias Reformadas que han llegado a estancamiento en la religión, y en el presente no continuarán más allá que los instrumentos de su reforma. Los luteranos no pueden ser persuadidos a ir más allá de lo que Lutero vio; cualquier parte de su voluntad que nuestro Dios ha revelado a Calvino, los luteranos prefieren morir antes que aceptarla. Por su parte, los calvinistas permanecen firmes donde los dejó el gran hombre de Dios quien, sin embargo, no vio todas las cosas.
Esto es algo que resulta muy lamentable, ya que a pesar de que ambos fueron luces brillantes y radiantes en sus tiempos, ninguno de los dos comprendió todo el consejo de Dios. No obstante, si vivieran ahora estarían tan dispuestos a abrazar la nueva luz como la que ambos recibieron al principio, por cuanto no es posible que el mundo cristiano saliera de una forma tan tardía de semejante oscuridad anticristiana y pretender quela perfección del conocimiento aparezca inmediatamente.

EL ESCOLLO DE PLYMOUTH (1620)

Al Speedwell se le unió el Mayflower con un grupo de Inglaterra que debía ir con ellos, y los dos navíos partieron juntos desde Inglaterra, pero como al Speedwell se le comenzó a infiltrar el agua, tuvo que regresar. Debido a esto todos los viajeros se apiñaron en el Mayflower y el pequeño navío zarpó desde Plymouth (1620). Una enorme tormenta casi les hizo regresar, pero estando resueltos a continuar, se esforzaron, y luego de navegar durante nueve semanas desembarcaron, 102 personas, en la Bahía Plymouth en Nueva Inglaterra.
Allí estos peregrinos echaron los cimientos de un estado que, al hacerse populoso y más próspero que los demás, no ha olvidado la impresión del carácter de los hombres y mujeres que lo fundaron en el temor de Dios y el amor por la libertad.
La Iglesia Anglicana, al tener su origen en la Iglesia de Roma, aunque separada de esta y modificada por las influencias de los reformistas luteranos y suizos, combinó las características de todos estos sistemas. Esta convirtió al rey en su Jefe Supremo, y mantuvo así un carácter político y, al igual que los reformistas, adoptó parte del sistema clerical de la Iglesia de Roma, con sus baluartes imprescindibles del bautismo de infantes y la administración de la Cena del Señor por el clero. Sin ser episcopaliana al principio, a finales del reinado de Isabel la Iglesia Anglicana ya había comenzado a adquirir el sistema de Roma en este sentido y en poco tiempo había adoptado completamente dicho sistema de gobierno.
Los puritanos fueron ese elemento en la Iglesia Anglicana que constantemente luchó contra todo lo que perteneciese al sistema de Roma, esforzándose siempre por hacerla definitivamente protestante.
Ellos sufrieron mucho a causa de sus esfuerzos por mantener la autoridad de la Escritura contra los decretos de los gobernantes.
Los presbiterianos simpatizaban más con los reformistas continentales que la Iglesia Anglicana. Escocia aceptó el presbiterianismo como su Iglesia oficial, pero en Inglaterra semejante divergencia de uniformidad no fue permitida. Fue por ello que en 1572 las autoridades dispersaron a una iglesia presbiteriana fundada en Wandsworth.
Los independientes mantuvieron la doctrina bíblica de la independencia de cada congregación de creyentes y su dependencia directa del Señor. Tanto se diferenciaban de la Iglesia oficial, al apartar al rey y a los Obispos delos lugares que ellos habían ocupado en la Iglesia y negándoles incluso su derecho de ser miembros de la iglesia a menos que se convirtieran, que no se les mostró ninguna compasión. Ellos fueron encarcelados por montones, multados, mutilados y ejecutados con la más despiadada crueldad.
Los bautistas eran vistos incluso peor, ya que compartían totalmente la opinión de los independientes en cuanto a la iglesia y, además, negaban que el estado tuviera alguna autoridad para interferir en cuestiones de religión. Repudiaban completamente el bautismo de infantes y regresaron a la práctica primitiva de bautizar sólo a los creyentes. De este modo, ellos pusieron el hacha a la raíz del poder clerical.
Su compañerismo espiritual era con los anabaptistas, los valdenses y otros como ellos. Naturalmente que con ellos y con los independientes compartieron la mayor ira de aquellos que estaban resueltos a toda costa a obligar a toda la nación a aceptar aquella forma de religión que durante aquel tiempo fue ordenado por el Estado.
En todos estos grupos hubo miembros verdaderos individuales de la iglesia de Cristo, ya fuesen los de Roma, anglicanos o miembros de la iglesia libre. También hubo grupos de creyentes que correspondían a las iglesias de Dios del Nuevo Testamento entre las congregaciones perseguidas y despreciadas, pero como había sucedido y seguirá sucediendo, les tocó mantener su testimonio en medio de circunstancias tan confusas como para poner a prueba hasta lo máximo su fe y amor.

LA “AUTHORIZED VERSIÓN” DE LA BIBLIA (1611)

Se le dio un gran impulso a la difusión del Evangelio por medio dela publicación en 1611 de la hermosa y poderosa traducción de la Biblia conocida como la “Authorized Versión”. Su lenguaje e ilustraciones se han convertido en una parte esencial del idioma inglés, y ningún libro ha sido tan ampliamente leído o ha ejercido jamás tanta influencia para el bien. A pesar de la persecución, las congregaciones de creyentes aumentaron.
Según una declaración hecha en la Cámara de los Lores (1641), en Londres y sus alrededores había ochenta grupos de diferentes “sectarios”, y se les tildaron despectivamente a aquellos que ministraban en ellos de zapateros, sastres y “basura por el estilo”.
La Guerra Civil produjo un gran cambio en las condiciones imperantes. En el transcurso de la lucha se consideraron propuestas para la formación de una nueva Iglesia nacional. Como los Obispos irremediablemente estaban de parte del rey, y resultaba conveniente tener el apoyo total de Escocia, los teólogos nombrados por el Parlamento para redactar una nueva forma de religión adoptaron el Pacto Escocés y la forma presbiteriana de gobierno de la iglesia, la cual fue aceptada por el Parlamento.

LA PRIMERA GUERRA CIVIL (1642–1646)

Los presbiterianos insistieron en que todo esto debía ser impuesto al pueblo de Inglaterra, e impusieron castigos severos contra cualquier negativa a conformarse. Las sectas debían ser exterminadas. Los pocos independientes que tomaron parte en estas discusiones en Westminster protestaron en vano para que se les garantizara la libertad; los bautistas, quienes abogaban por una total tolerancia religiosa, ni siquiera fueron consultados.
Sin embargo, durante la guerra el ejército del “Nuevo Modelo” de Cromwell había crecido y se había convertido en el medio indispensable para alcanzarla victoria. Este estaba compuesto de hombres religiosos, muchos de ellos “sectarios”. Hombres de diferentes credos habían peleado uno al lado del otro por la misma causa. Episcopalianos, puritanos, presbiterianos, independientes y bautistas se habían unido en la adoración y en la guerra y habían desarrollado un respeto mutuo en la dura lucha que habían compartido. Ellos no estaban dispuestos a ver la libertad de conciencia, por la cual habían peleado y padecido, desbaratada por legisladores intolerantes.
Luego, por medio de unos sucesos rápidos y bruscos, tanto la Asamblea que había redactado la confesión de Westminster como el Parlamento británico fueron disueltos. Se estableció la Comunidad Británica de Naciones, y con esta llegó tal libertad de conciencia y de adoración, tal libertad para expresar y publicar lo que se creía como nunca antes se había conocido.
El Consejo de estado declaró (1653) que nadie debería ser obligado a conformarse a la religión pública, mediante castigos o de otra manera; que “aquellos que profesan fe en Dios por medio de Jesucristo, aunque difieran en su doctrina, culto o práctica de los juicios públicos, no deben ser restringidos, sino que se les debe proteger en la profesión de su fe y el ejercicio de su religión siempre y cuando ellos no abusen de esta libertad en perjuicio del derecho civil de los demás y en alteración real del orden público”.
El papado y la prelatura no estaban incluidos en esta libertad. Se nombraron jueces para examinar a los ministros de las iglesias. Aquellos que eran hallados ignorantes o de una vida impía fueron excomulgados. Estos fueron numerosos, y los púlpitos se llenaron de hombres que demostraron ser capaces de instruir al pueblo. Estos hombres eran en su mayoría presbiterianos e independientes, aunque unos pocos eran bautistas.
La eliminación de las restricciones permitió que aparecieran dones ocultos entre las personas, y un sinfín de predicadores y escritores capaces fueron tanto el resultado de esto como un estímulo para avivar la vida espiritual. Durante este tiempo hubo un gran incremento de la predicación del Evangelio, y no pocas de las iglesias fundadas como resultado de esto eran de un carácter no sectario.
Se despertó así una conciencia nacional con relación a las necesidades de los paganos, y el Parlamento constituyó una corporación para la propagación del Evangelio en Nueva Inglaterra, declarando “que los Comunes de Inglaterra reunidos en el Parlamento, al tener conocimiento de que los paganos de Nueva Inglaterra comenzaban a invocar el nombre del Señor, se sintieron obligados a ayudar en dicha obra”.
El interés que condujo a esto había sido despertado por Juan Eliot, quien, expulsado de Inglaterra por la persecución, atravesó el mar y llegó a Boston. De allí pasó a vivir entre los indios, aprendió su idioma, al cual tradujo la Biblia y otros libros, y predicó el Evangelio entre ellos, dando lugar a su mejoramiento social y espiritual.
En Drayton in the Clay en Leicestershire, Inglaterra, a Christopher Fox y María su esposa, gente devota, les nació un hijo (1624) a quien llamaron George (Jorge)6 y quien, siendo aún un niño, “tuvo una seriedad y firmeza de mente y espíritu poco comunes en los niños”. De ese entonces él decía: “Cuando vi a los hombres adultos comportarse los unos con los otros de manera irresponsable y libertina, surgió un disgusto en mi corazón y me dije a mí mismo: ‘Si alguna vez llego a ser adulto, sin duda no me comportaré así’”.

JORGE FOX (1624–1691)

Cuando apenas tenía once años, Jorge se dio cuenta de que sus palabras debían ser pocas y que su “Sí” y “No” debían ser suficientes. También se dio cuenta de que debía comer y beber, no con desenfreno, sino para la salud, “usando a las criaturas cada una en su servicio, como siervos en sus lugares, para la gloria de su Creador”. Después de desempeñarse en los negocios por un tiempo, a la edad de diecinueve años sintió un llamado de Dios de salir de su hogar, y durante los cuatro años siguientes viajó, regresando a su hogar de vez en cuando.
Durante este tiempo se encontró en una gran aflicción y conflicto espiritual; oró, ayunó y le dedicó mucho tiempo a las caminatas largas y solitarias. También se dedicó a hablar con muchas personas, pero fue perturbado al darse cuenta de que los profesores de religión no poseían lo que profesaban. Durante las fiestas religiosas, como las navidades, en lugar de sumarse alas festividades, Jorge solía ir de casa en casa visitando a las viudas pobres y dándoles dinero, de lo cual poseía lo suficiente para sí mismo y para ayudar a los demás.
En sus caminatas, llegó a tener lo que él llamaba “aperturas” del Señor. Un día, cerca de Coventry, él meditaba acerca de por qué se dice que todo cristiano es creyente, ya sea protestante o papista. “Pero,” consideró, “el creyente es aquel que ha nacido de nuevo, que ha pasado de muerte a vida, de lo contrario no es creyente”. De modo que se dio cuenta de que muchos que profesan ser cristianos o creyentes no lo son.
En otra ocasión, un domingo por la mañana, mientras atravesaba un campo, el Señor le reveló “que el hecho de haber estudiado en Oxford o Cambridge no era suficiente para equipar y capacitar a los hombres para ser ministros de Cristo”. Quedó impresionado por la Escritura: “No tenéis necesidad de que nadie os enseñe; así como la unción misma os enseña todas las cosas” (1 Juan 2.27), y se valió de esto para justificar su ausencia de la iglesia y, en lugar de ello, llevar su Biblia y retirarse a los huertos y campos.
Nuevamente le fue revelado: “Dios, que hizo el mundo, no habita en templos hechos por manos humanas”. Esto le sorprendió, ya que era común hablar de las capillas como “templos de Dios”, “lugares temibles”, “tierra santa”, pero ahora él veía que el pueblo de Dios es su templo y que él mora en ellos.
Al cabo de este tiempo, finalmente abandonó su hogar y amistades. De allí, Jorge Fox vivió una vida errante, se hospedaba en una habitación de algún que otro pueblo, se quedaba allí unas pocas semanas y luego continuaba su viaje. Había perdido la esperanza de que el clero le pudiera ayudar y se había vuelto a los disidentes, pero ninguno de estos pudo aconsejarlo en su condición. Fue entonces cuando él dijo: “Cuando se acabaron todas mis esperanzas en ellos y en todos los hombres, de manera que no quedaba nada que me ayudara ni sabía qué hacer, entonces, ¡ah!, escuché una voz que dijo: Hay uno sólo, Jesucristo, que puede hablar a tu condición’, y cuando escuché esto mi corazón dio un vuelco de alegría”. Luego Jorge experimentó una gran paz, gozó de una comunión con Cristo, se percató de que, en el Señor quien lo había hecho todo y en quien él creía, él poseía todas las cosas. Él no podía dejar de alabar a Dios por su misericordia.
Él fue consciente del mandato del Señor de ir a las naciones, a fin de traer a las personas de las tinieblas a la luz, por lo que dice: Yo me di cuenta de que Cristo había muerto por todos, y que era una propiciación para todos; que él alumbró a todos los hombres y mujeres con su vida divina y salvadora; y que nadie podría ser un verdadero creyente a menos que creyera en esto De estas cosas no me percaté por medio de la ayuda del hombre ni mediante la lectura, aunque estas cosas están escritas, sino que las vi a la luz del Señor Jesucristo y por medio de su Espíritu inmediato y su poder, al igual que lo hicieron los santos hombres de Dios, por quienes se escribieron las Sagradas Escrituras.
Sin embargo, yo no sentía poca estima por las Sagradas Escrituras, sino que ellas eran muy valiosas para mí, por cuanto yo me encontraba en aquel Espíritu mediante el cual ellas fueron reveladas. Y lo que el Señor me reveló, más tarde me di cuenta de que era conforme a ellas.
Muchos comenzaron a reunirse para escuchar a Jorge Fox, y algunos se convencieron. Las reuniones de los “amigos” comenzaron a llevarse a cabo aquí y allá.
Un principio con Fox era el rechazo a portar armas o a participar en la guerra. Él desechaba todo uso de la fuerza y enseñaba que se debía soportar y perdonar todas las cosas, que no se debía hacer ningún juramento  que se debía rechazar todo pago del diezmo. El modo de llevar a cabo estos principios y esta misión era sin ningún temor y sin tener en cuenta ninguna de las consecuencias.
Un ejemplo de esto aparece en su Diario: Fui a otra capilla que quedaba aproximadamente a cinco kilómetros, donde predicaba un gran sumo sacerdote, llamado un doctor Entré a la capilla y me quedé allí hasta que el sacerdote había concluido. Las palabras que él tomó como versículos claves fueron las siguientes: “A todos los sedientos: Venid a las aguas; y los que no tienen dinero, venid, comprad y comed.
Venid, comprad sin dinero y sin precio, vino y leche.” Luego me sentí guiado por el Señor a responderle: “Bájate, engañador. ¿Tú invitas al pueblo a venir y a tomar gratis del agua de la vida y, sin embargo, cobras trescientas libras de ellos cada año para predicarles las Escrituras? ¿Acaso no debes avergonzarte por esto? ¿Acaso el profeta Isaías y Cristo hicieron eso, quienes dijeron las palabras y se las dieron gratis? ¿Acaso Cristo no les dijo a sus ministros a quienes envió a predicar: “De gracia recibisteis, dad de gracia”?
El sacerdote, mostrando asombro, se marchó precipitadamente. Después que él había abandonado su rebaño, tuve todo el tiempo que deseé para hablarle a la gente. Y los dirigí de las tinieblas a la luz y a la gracia de Dios, aquella que les enseñaría y les traería salvación. Los dirigí al Espíritu de Dios en su interior, el cual sería un maestro gratuito para ellos.
Se inició un conflicto que se propagó por todo el país y más allá de sus fronteras. Los métodos de los “amigos” anularon todo propósito de tolerancia del gobierno, y la conmoción local y el enojo tuvieron su expresión en violencia extrema. Los “amigos”, ahora llamados “cuáqueros” en son de burla, fueron azotados, multados, encerrados en prisiones repugnantes, y sometidos a toda clase imaginable de indignidades. El propio Fox fue encarcelado repetidas veces, azotado y maltratado. Como la cantidad de miembros aumentaba constantemente, rara vez hubo menos de mil “amigos” en prisión al mismo tiempo.

LA “SOCIEDAD DE LOS AMIGOS” O LOS “CUÁQUEROS”

No obstante, ellos nunca se amedrentaron ni trataron de evadir la persecución, más bien parecía que la invitaban y, a pesar de todo, la Sociedad iba en aumento, sus reuniones se propagaron por todo el país, y de ellas salieron predicadores, tanto hombres como mujeres, a quienes ningún peligro logró contener.
Ellos muy pronto llegaron también al extranjero; hacia el oeste a las Antillas y los asentamientos de la Nueva Inglaterra, y hacia el este al interior de Holanda y Alemania.
En el reinado de Jacobo II las circunstancias trajeron libertad para los “amigos”, entre otros, y la Sociedad pudo desarrollar libremente las labores para el alivio del sufrimiento y la eliminación de la injusticia que tanto la han caracterizado siempre.
El poder de su testimonio radicaba en el avivamiento de la verdad olvidada en lo referente a la vida interna del Espíritu Santo. La Sociedad de los Amigos no fundó iglesias en el sentido del Nuevo Testamento, ya que el ingreso a ella no se basaba en la conversión o el nuevo nacimiento, ni se practicaban las ordenanzas externas del bautismo y la Cena del Señor.
Con todo, las reuniones se convertían en oportunidades donde había libertad para que el Espíritu Santo ministrara por medio de alguien que él escogiera, sin estar limitado por ninguna regulación humana.
En la Restauración hubo un retorno a la antigua política de esforzarse por obligar a todos los partidos a conformarse a la Iglesia Anglicana. Se promulgó así el Decreto de Uniformidad (1662), el cual exigía que cada ministro en la Iglesia debiera declarar ante su congregación su aprobación incondicional y su consentimiento a todo lo que contenía el Libro de la Oración Común, y que cada ministro debiera obtener ordenación episcopal.

EL DECRETO DE UNIFORMIDAD (1662)

El resultado fue que dos mil ministros, incluyendo, por supuesto, a los mejores, se negaron a someterse y fueron expulsados de su manera de ganarse la vida. Esto fortaleció la disconformidad en el país y decreto tras decreto fue promulgado para eliminarla. Ningún disidente podía ocupar un cargo en ningún cuerpo municipal, ni podía celebrar ningún encuentro en el cual estuvieran presentes más de cinco personas además de los miembros de su familia, ni tampoco se le podía conceder ningún empleo gubernamental.
A los ministros expulsados se les prohibió acercarse más de los ocho kilómetros de cualquier pueblo o de cualquier lugar donde ellos hubieran ministrado anteriormente.
Los castigos relacionados a cualquier infracción de estas leyes eran los más severos. Sin embargo, los bautistas y los independientes celebraban reuniones secretas, los cuáqueros continuaron celebrando las suyas sin ocultarse, y pronto las prisiones se encontraban nuevamente repletas. Las multas, las picotas, los cepos y las asquerosas cárceles reanudaron su antiguo trabajo. Había comenzado una nueva fase de un conflicto desesperado e incesante entre el partido de la Iglesia oficial y los disidentes, o bien había alcanzado un nuevo nivel. Duraría desde mediados del siglo XVII hasta bien entrado el siglo XIX, en el curso del cual, poco a poco, frente a una hostilidad implacable, los disidentes obtuvieron los derechos de ciudadanos de su propio país.
A través de todos estos conflictos se desarrolló un extraordinario cúmulo de gracia y poder espiritual e intelectual en todos los distintos grupos. Entre una multitud de hombres distinguidos, Ricardo Baxter el presbiteriano es recordado por su libro Descanso eterno de los santos; Juan Owen (1616–1683), por ser el poderoso exponente de las doctrinas de las iglesias congregacionalistas; Isaac Watts (1674–1748), también un independiente, recordado por sus himnos, los cuales le dieron una nueva expresión a la adoración y la alabanza; y Juan Bunyan (1628–1688), cuyo libro El progreso del peregrino probablemente ha sido más leído que cualquier otro libro jamás escrito, excepto la Biblia, quien también por medio de sus sufrimientos y obras clasifica entre los más ilustres.

RICARDO BAXTER (1615–1691)

La iglesia en Bedford, de la cual él fue un miembro y, posteriormente, anciano y pastor, ha dejado en sus actas un informe del trabajo desempeñado,  con frecuentes oraciones y ayunos, en el recibimiento de los miembros, el ejercicio de la disciplina y también en la visita e instrucción de los creyentes. Incluso, cuando la iglesia se encontraba bajo la tensión de la persecución y encarcelamiento, empobrecida por las multas y expulsada de un lugar de reunión a otro, la diligencia de los ancianos a la hora de cumplir el testimonio y el ministerio encomendado a ellos fue ininterrumpida. A pesar de ser una iglesia bautista, ellos fueron enfáticos en no permitir que el bautismo llegara a ser la base sobre la cual basar su compañerismo con otros. Tampoco permitieron que las diferencias de opinión sobre este asunto fueran un obstáculo para estar en comunión.
Bunyan deseaba la comunión con todos los cristianos, y en este sentido escribió: No permitiré que el bautismo de agua sea la regla, la puerta, el cerrojo, el obstáculo, la pared divisoria entre los justos y los justos El Señor me libre de pensamientos supersticiosos e idólatras acerca de cualquiera de las ordenanzas de Cristo y de Dios. Ya que desean saber por cuál nombre me quisiera distinguir entre los demás, les digo lo que quiero y espero ser: un cristiano, y deseo, si Dios me considera digno, que me llamen cristiano, creyente o por cualquier otro nombre aprobado por el Espíritu Santo.

LABADIE, LOS PIETISTAS, ZINZENDORF, FILADELFIA (1635–1750)

Labadie funda una hermandad en la Iglesia Católica Romana, se une a la Iglesia Reformada, viaja a Orange, a Ginebra; Willem Teelinck; Gisbert Voet; van Lodensteyn; Labadie viaja a Holanda; Diferencia entre los ideales presbiterianos e independientes; Reformas en la iglesia de Middelburg; Conflicto con los Sínodos de la Iglesia Reformada; Conflicto sobre el racionalismo; Labadie condena los Sínodos; Labadie es excluido de la Iglesia Reformada; Una iglesia separada fundada en Middelburg; La nueva iglesia expulsada de Middelburg, trasladada a Veere, luego a Amsterdam; Fundación de una iglesia en casa; Ana María van
Schurman; Diferencia con Voet; Problemas de la iglesia en casa; El traslado a Herford; Labadie muere en Altona; Traslado de la iglesia en casa a Wieuwerd; Efectos del testimonio; Spener; Los pietistas; Franke; Cristián David; Zinzendorf; Herrnhut; Disensiones; Aceptación de los estatutos de Zinzendorf; Avivamiento; Descubrimiento de un documento en Zittau; Determinación de restaurar la Iglesia Bohemia; Posibilidad de las relaciones con la Iglesia Luterana; Antonio, el antillano; Las misiones moravas; La misión en Inglaterra; Cennick; El control central resulta incompatible con la creciente obra; Las Sociedades de Filadelfia;
Miguel de Molinos; Madame Guyon; Gottfried Arnold; Wittgenstein; La Biblia marburguesa; La Biblia berleburguesa; La invitación filadelfa; Hochmann von Hochenau; Tersteegen; Jung Stilling; Las iglesias primitivas, reformadas y otras más; Varias formas de regresar a las Escrituras.

JEAN LABADIE (1610–1674)

El hilo de pensamiento de los místicos en la Iglesia Católica Romana influyó en la vida de un joven, Jean de Labadie, nacido en Burdeos en 1610, y educado por los jesuitas con vistas a convertirlo en un miembro de su Compañía. Insatisfecho con sus estudios teológicos, Labadie se volvió al Nuevo Testamento y quedó profundamente impresionado por la grandeza del Evangelio.
Además, él se dio cuenta de cuán corrupto se había vuelto el cristianismo y concluyó que el camino a la restauración sólo era posible por medio de un regreso al modelo de la primera asamblea en Jerusalén. Habiendo sido ordenado sacerdote (1635),él sintió que su ordenación no provenía de un Obispo, sino de parte del Señor mismo, quien lo había llamado desde el vientre de su madre para reformar la Iglesia Cristiana.
Comprendió que debía apartarse de los jesuitas, con quienes aún no estaba vinculado del todo. Sin embargo, no parecía haber ninguna posibilidad de desenredarse incluso de la posición en la cual ya se encontraba. Se había involucrado demasiado como para regresar, de manera que se encomendó en las manos de Dios y esperó a que él le mostrara el camino. Una seria y prolongada enfermedad hizo que los jesuitas renunciaran a la idea de que él alguna vez se convirtiera en uno de sus miembros, y él pudo abandonar Burdeos y su antiguo ambiente. Sus actividades en Burdeos habían llegado ser tan exitosas que con el consentimiento del Arzobispo él aceptó un llamado y comenzó a enseñar primero en París y luego en Amiens.
Muchas personas se sintieron atraídas a sus predicaciones. Su método consistía en leer un pasaje de la Biblia, incluso varios capítulos, y luego explicarlos. La gente comenzó a renunciar a sus rosarios y a dedicarse al estudio del Nuevo Testamento del cual Labadie hizo circular muchos ejemplares. Enseñaba que el Evangelio es la única norma de fe y piedad, y que el estilo de vida de los cristianos primitivos es el modelo para todos los tiempos. Con el permiso del Obispo se fundó una “congregación” o “hermandad”, la cual consistía sólo en aquellos que habían sido vivificados.
Ellos se reunían dos veces a la semana para la meditación, y leían la Biblia en sus propios hogares. En este círculo él manifestó su ferviente deseo de que, según el tiempo de Dios, llegara el momento en que la Iglesia fuera restaurada a su condición original, a fin de que fuera posible leer la Palabra de Dios allí, predicar conforme a la costumbre de la iglesia original (1 Corintios14) y tomar la Cena del Señor tanto con la copa como con el pan.
Perseguido con persistencia por los jesuitas, Labadie abandonó Picardía y viajó a Guyena, su lugar de nacimiento, acompañado de varios miembros de la hermandad como una asamblea ambulante. Allí se encontró con la enseñanza de Calvino, la cual estudió, creyendo que entre las congregaciones Reformadas encontraría a un pueblo que vivía para Dios y actuaba conforme a los principios del Evangelio en doctrina, adoración y estilo de vida. Él descubrió que todas las convicciones más importantes y decisivas que él había recibido las había obtenido por medio del estudio de la Escritura, mientras aún se encontraba en la Iglesia Católica Romana, y no por medio del estudio de las obras de Calvino.
Aquí Labadie escuchó acerca de los esfuerzos hechos en el siglo XVI por Le Fèvre, Briçonnet, Roussel y otros más para reformar la Iglesia.
La continua persecución lo obligó a ocultarse entre los Carmelitas y en los castillos de sus admiradores, donde se relacionó con familias que pertenecían a la Iglesia Reformada, familias por cuyas vidas y enseñanza él se sintió impresionado. Él había intentado servir y sanar a la Iglesia de Roma, pero se dio cuenta de que se encontraba en oposición irreconciliable con su clero.
Él esperaba que al unirse a la Iglesia Reformada tendría la libertad de confesar públicamente las verdades que Dios había puesto en su corazón. Al sentir un acuerdo general con la enseñanza de la Iglesia Reformada, Labadie ingresó en ella en 1650 en Montauban, pero lo hizo con la convicción de que su disciplina era indulgente y su práctica indigna. Como sus esfuerzos por reformar la Iglesia Católica Romana habían sido resistidos, ahora sintió el llamado de traer la reforma a la Iglesia Reformada.
En sus escritos y prédicas, Labadie demostró que el poder de una reforma externa y una vida piadosa yacía en una vida interna de comunión con Dios, y escribió instrucciones detalladas en lo referente a la oración y la meditación. La meta constante del cristiano, decía él, debe ser la conformidad de su voluntad a la voluntad de Dios; o sea, una unión con Dios. Su amor por Dios debe ser desinteresado e incondicional; él amaría y glorificaría a Dios aun si Dios lo hubiera tenido por perdido.
Obligado a salir de Montauban, Labadie pasaba por Orange, pero el presbiterio de la iglesia allí lo persuadió a quedarse. Con la ayuda de los miembros, se dispuso a hacer una reforma total, de manera que aquella fuese realmente una Iglesia “Reformada”. Y en gran medida se logró.
Al cabo de menos de los dos años, debido a las amenazas de Luis XIV que hacían peligrosa su estancia incluso en los territorios del príncipe de Orange, él aceptó una invitación de la iglesia francesa en Londres de convertirse en su ministro. Al temer pasar por Francia, Labadie viajó a través de Suiza. Sin embargo, en Ginebra él fue disuadido de continuar su viaje por lo que se quedó como predicador en la iglesia de aquel lugar (1659).
Su predicación resultó ser tan poderosa que la desidia que había seguido el gobierno estricto de Calvino fue inmediatamente refrenada y hubo un retorno a la justicia que afectó la condición moral de la ciudad en general. Una bendición más especial se alcanzó por medio de las lecturas de la Biblia que se celebraban en su propia casa donde un grupo de jóvenes se reunía en torno a él y él les enseñaba “la sana doctrina y la vida piadosa” como “las dos manos” del cristiano. Uno de los jóvenes que recibió ayuda por medio de estas lecturas de la Biblia fue Felipe Jakob Spener.
En 1661, Labadie recibió una invitación, para ir a Holanda, de algunas personas que eran conocidas por su testimonio cristiano sincero. Entre ellas estaban Voet, van Lodensteyn y Ana María van Schürman, quienes le pidieron que aceptara el cargo de predicador en la iglesia en Middelburg donde Teelinck había ejercido un ministerio de un poder y bendición extraordinarios.
Desde la liberación de los Países Bajos del yugo español, por medio de la lucha heroica dirigida por William de Orange, estos se encontraban más adelantados que sus vecinos tanto en la libertad religiosa como en la prosperidad material, y se habían convertido en el escenario y centro de intensas actividades espirituales. La Universidad en Franecke era famosa por el aprendizaje y la piedad de sus profesores.

WILLEM TEELINCK (1579–1629)

El que originó mucho de este empeño e interés en asuntos de religión fue Willem Teelinck, nacido en 1579, cuyo padre ocupó un cargo prestigioso en la administración del país. Teelinck viajó y estudió durante siete años en Francia, Escocia e Inglaterra. En Londres se puso en contacto con familias puritanas, donde lo que él escuchó y leyó lo condujo a un cambio de vida.
Luego pasó tiempo en oración, tuvo días de ayuno y decidió renunciar a sus estudios legales a fin de dedicarse exclusivamente al ministerio de la Palabra. Teelinck vivió algún tiempo con una familia en Bamburgh donde observó una vida de oración y de buenas obras como nunca antes había visto o imaginado posible.
La oración habitual y la lectura de las Escrituras con exposición en el hogar, las acciones de gracias y las conversaciones alrededor de la mesa, las alabanzas, la asistencia a las reuniones en las cuales los siervos y los niños se mostraban tan interesados como los encargados del hogar, la inagotable bondad, el cuidado de los enfermos y necesitados —todo esto ejerció una gran influencia sobre él que afectó toda su vida.
A su regreso a Holanda, Teelinck trabajó con mucho éxito en la predicación, en visitar a otros y en sus escritos. Todo esto, junto con su ejemplo piadoso en su vida personal y en su casa, ocasionó un avivamiento general. Los últimos dieciséis años de su vida los pasó en Middelburg donde murió en 1629.
Él había sentido profundamente el carácter meramente nominal del cristianismo reformado. Le parecía que en su propio país este era hasta cierto punto un cuerpo sin vida, luz ni calor. Fue por ello que se dedicó por entero a su reforma real. Aunque para ello confiaba principalmente en los medios espirituales, siguió creyendo que donde no se pudieran eliminar los errores fundamentales mediante estos medios, se hacía necesaria la ayuda del estado.

GISBERT  VOET (1588–1676)

Gisbert Voet (Voetius), quien continuó con la enseñanza de Teelinck, desempeñó un papel activo en las controversias teológicas de su tiempo y fue capaz de defender la Iglesia Reformada frente a todos los que se opusieron a ella, y llegó a conocerse como su miembro más distinguido. Él introdujo la práctica de celebrar asambleas o reuniones fuera de los servicios regulares de la iglesia, en las cuales también participaban los laicos. Estas reuniones fueron desarrolladas por Jodocus van Lodensteyn, un discípulo de Voet, quien también había estudiado en Franecke. Bajo su caluroso aliento las reuniones se convirtieron en una parte importante de la vida religiosa del país.
Retomando el tema de Labadie: una invitación de parte de semejantes personas y con condiciones aparentemente tan favorables le llamó tanto la atención que, a pesar de muchos esfuerzos por mantenerlo en Ginebra, él se trasladó a Holanda. El viaje era peligroso. No obstante, para ese entonces un grupo de ochenta valdenses se encontraba en Ginebra y, estando provistos de pasaportes, iban al Palatinado (Pfalz).
Tres de ellos demoraron en Ginebra por enfermedad, y Labadie y sus amigos, Y von y Dulignon, viajaron en su lugar sin ser detectados. En Heidelberg se les unió Menuret, y allí los cuatro hicieron voto de santificarse completamente; de negar al mundo con sus deseos, bienes, placeres y amigos; de seguir a Jesucristo, pobre, despreciado y perseguido, a fin de crecer en su semejanza y llevar su cruz y afrenta; de consagrarse a Dios y a su Evangelio, primeramente practicándolo ellos mismos para luego poder ayudar a los demás a que también lo hicieran.
Al llegar a Holanda, ellos fueron primero a Utrecht donde fueron invitados a la casa de Ana María van Schürman. Allí fueron calurosamente recibidos por ella, por Voet y otros, y se quedaron en ese lugar diez días. Durante este tiempo Labadie predicó con un poder y un efecto marcado. Su anfitriona quedó cautivada con su enseñanza, pero Voet y van Lodensteyn se dieron cuenta de que el espíritu de Labadie era muy diferente del que había tenido Teelinck. Se preguntaban si él y ellos lograrían trabajar juntos, y dudaban de que el mundo pudiera ser sacado de la Iglesia por completo como Labadie realmente pensaba que sería posible.

LOS PRESBITERIANOS CONTRA LOS INDEPENDIENTES

Aun en esta etapa temprana, las diferencias entre los sistemas presbiteriano se independientes comenzaron a mostrarse; el primero era practicado por la Iglesia Reformada, el otro estaba más de moda en Inglaterra, y era el que Labadie aprobaba con cada vez más claridad. Los independientes negaban la autoridad de los Sínodos, al considerar a cada congregación directamente por debajo de Cristo y responsable ante él, mientras que las Iglesias Reformadas francesas y holandesas habían organizado un sistema de Sínodos semestrales, a los cuales cada iglesia enviaba dos representantes, quienes luego le comunicaban a la iglesia las decisiones del Sínodo.
La Iglesia Reformada le daba gran importancia también al oficio y los derechos de sus predicadores así como a su instrucción para tal oficio.
Los fracasos que ellos observaban en el cuerpo de ministros entre otros grupos, tales como los menonitas, eran para ellos una confirmación de su punto de vista. Los independientes no reconocían ningún oficio de la iglesia como esencial en lo absoluto ni nombrado por Dios. Ellos consideraban, al igual que Labadie, que una iglesia es una congregación de personas que creen, y que esa fe proveía el fundamento necesario de enseñanza y testimonio.
Por otra parte, Teelinck y Voet consideraban que la iglesia era un campo donde el poder del Evangelio debía hacerse eficaz, y el propósito de su obra era la conversión de sus miembros, para luego encaminarlos a una vida piadosa. A van Lodensteyn le hubiera gustado llamar la Iglesia “hacia la Reforma” (Reformada) en vez de un cuerpo “Reformado” (Reformada).
Él y Voet esperaban abrir un camino en medio de los dos ideales. Al otro extremo había un sector de la población que opinaba que la iglesia había caído tanto que ya no era posible encontrarla en el mundo, y que lo único que restaba era esperar la venida de Cristo.
Poco después de llegar a Middelburg, Labadie se sintió decepcionado al ver el bajo nivel espiritual al que tanto las asambleas francesas como las holandesas habían descendido. La disciplina de la Iglesia se había descuidado y la Iglesia estaba lejos del ideal de Labadie. Él empezó a llevar acabo la reforma por medio de la predicación, la catequización, la disciplina y los encuentros en grupos pequeños, pero su piedad y abnegación fueron aun más eficaces a la hora de ejercer influencia sobre las personas.
Él instó a los miembros del Consistorio diciéndoles que con el ayuno, la oración y la separación absoluta de todo mal ellos debían usar de manera eficaz las llaves de “desatar y atar” que Cristo les había encomendado. Debían abnegarse y dedicarle tiempo a la meditación y la oración. Sólo de esta manera podría transformarse la asamblea de creyentes. Una predicación como la de Labadie no se había escuchado en Holanda.
Su costumbre de orar de manera improvisada, en la cual él también animaba a los demás, era nueva para la Iglesia. Además, él enseñó la unión del alma con Dios de una manera poco común. Bajo su dirección la asamblea se esforzó por llevar a cabo los principios del Nuevo Testamento. Entre ellos se entendía que “la profecía” era un don que cualquier hermano podía ejercer, y que, guiado por el Espíritu Santo, podía ponerse de pie en la reunión, explicar la Palabra de Dios y aplicarla de una manera apta para las necesidades de la iglesia. Labadie escribió un libro titulado:
El discernimiento de una iglesia verdadera conforme a las Sagradas Escrituras mediante treinta señales destacadas por medio de las cuales se puede conocer. Él muestra que sólo un grupo de personas que realmente son nacidos de nuevo puede considerarse una iglesia verdadera; donde todos, por medio del Espíritu Santo, son unidos en un cuerpo y donde todos los miembros de la asamblea son guiados por el Espíritu de Cristo.
Su enseñanza ganó los corazones de una gran cantidad de personas no sólo en Middelburg, sino también en todos los Países Bajos. Al mismo tiempo se hizo cada vez más evidente que, de ser seguida, dicha enseñanza cambiaría completamente el carácter de las Iglesias Reformadas, haciendo hincapié en la vida interna de comunión con Dios de una manera a laque aquellas congregaciones no estaban acostumbradas. Ellas temían que tal énfasis pondría en peligro el descanso del alma en la obra de Cristo, haciendo más de Cristo en ella que de Cristo por ella, exaltando las obras a costa de la fe, insistiendo más en la santificación que en la justificación.
Las Iglesias Reformadas también se dieron cuenta de que la libertad de ministerio permitida podría afectar el poder de dirigir y la influencia de los ministros ordenados de la iglesia.
La oposición a lo que Labadie consideraba como reforma necesaria, pero que en opinión de la mayoría de los líderes de la Iglesia traía cambios perturbadores y extraños, llegó a ser definitiva, organizada e implacable. En un Sínodo francés celebrado en Amsterdam en 1667, se le exigió a

LABADIE RECHAZA LA CONFESIÓN BELGA.

Labadie que firmara la Confesión Belga. Él rehusó hacer esto, alegando que ahora él encontraba muchas expresiones no bíblicas en ella, aunque anteriormente había firmado la idéntica Confesión Francesa en Montauban, Orange y Ginebra. Esto fortaleció tanto la oposición hacia él que, en un Sínodo posterior celebrado en Leiden, se decidió que si él no firmara la Confesión Belga en el próximo Sínodo, a celebrarse en Vlissingen, y de no comprometerse a conformarse a las costumbres de la Iglesia Reformada, sería suspendido de su oficio.
El pueblo de Middelburg se indignó tanto por esto que el magistrado se vio obligado a tomar medidas, y como resultado, cuando el Sínodo se reunió en Vlissingen, los allí presentes tuvieron que retirar las quejas contra Labadie de las actas del Sínodo de Leiden.
Por este tiempo se publicó un libro por un doctor de Amsterdam, Ludwig Meijer, el cual argumentaba que el entendimiento natural debía ser la base de toda exégesis bíblica. Esta enseñanza racionalista produjo tal oposición entre todas las personas en Holanda que creían en la inspiración de las Escrituras que las autoridades civiles nombraron al erudito y conocido profesor Coccejus para que escribiera una refutación.
Otros también escribieron, y entre ellos Ludwig Wolzogen, predicador de la Iglesia Reformada francesa en Utrecht. Sin embargo, el libro de Wolzogen, aunque aparentemente fue escrito en oposición al racionalismo, divergía tanto de la enseñanza aceptada por la Iglesia que quienes creían en la inspiración de la Biblia consideraron este libro más bien como una defensa de la enseñanza objetada. Labadie también escribió, y el Concilio de la Iglesia francesa en Middelburg determinó que su libro era una refutación tan convincente de la enseñanza racionalista que decidió presentar una moción en el próximo Sínodo en Vlissingen en busca de una condena formal del libro de Meijer.
Como consecuencia de esto, el Sínodo nombró a los Concilios de las iglesias de tres ciudades, entre ellas Middelburg, a fin de que prepararan un informe sobre el libro para el próximo Sínodo a celebrarse en Naarden (1668). Los informes de los tres Concilios se diferenciaban considerablemente, pero fue una sorpresa cuando una gran mayoría del Sínodo declaró que el libro de Meijer era ortodoxo y justificó a Wolzogen.
Labadie salió del Sínodo para consultar con el Concilio de su iglesia en Middelburg, pero entre tanto el Sínodo procedió a suspenderlo de su oficio provisionalmente por haber introducido enseñanzas y prácticas extrañas a la Iglesia. Otros cargos fueron presentados en su contra: que él había enseñado que el tiempo presente es el reino de la gracia y que el reino milenario de Cristo no comenzará hasta que él haya vencido a todos los enemigos y haya cumplido el propósito de la creación, a pesar de la caída del hombre, y haya llevado a cabo la restitución de todas las cosas al estado en que Dios las creó. Si Labadie no se sometía, finalmente sería expulsado de su oficio.
Aconteció, pues, que una comisión del Sínodo fue enviada a Middelburg con autoridad para suspender a cualquier miembro del Concilio de la Iglesia que se opusiera a su decreto, pero el Concilio de la iglesia de Middelburg se negó a aceptar el decreto del Sínodo, alegando que Labadie no había sido hallado culpable de haberse apartado de la enseñanza y del orden de la Iglesia. Por tanto, todo el Concilio fue suspendido. Se decidió que en el próximo Sínodo a Labadie debería prohibírsele predicar.
De él se opinaba que era muy peligroso, más aún debido a sus dones extraordinarios. Él mismo nunca pensó rendirse, sino que continuó predicando, y declaró mediante un escrito que él no podía tener hermandad con el Sínodo, ya que había caído por completo en el error y la maldad. Labadie no sólo encontró error en la Confesión Belga, sino que afirmó que el Sínodo rechazaba la enseñanza de 1 Corintios 14.
Además, condenó el sistema completo de los Sínodos y los Consistorios, las formas litúrgicas estereotipadas, la lectura de la Escritura sin explicación, el uso indebido de los sacramentos al aceptar a aquellos que no eran nacidos de nuevo como testigos en los bautismos y como partícipes de la Cena del Señor. También señaló que en los matrimonios personas notoriamente impías eran obligadas a hacer votos cristianos y luego se les prometía la bendición de Dios; que las autoridades de la Iglesia se adueñaban de poderes papales y que limitaban las conciencias de la gente con sus ordenanzas.
Labadie dijo que no existe autoridad en la iglesia aparte de la del Espíritu Santo y la Palabra de Dios, es decir, aquella contenida en las Sagradas Escrituras y el testimonio personal de la Palabra de Dios que corresponde con ellas. Por lo tanto, dado que la conciencia del cristiano sólo es guiada por medio de la autoridad de la Palabra de Dios, no constituye rebelión rechazar las ordenanzas de los Sínodos y otras instituciones humanas cuando estas son contrarias a la Biblia. Por el contrario, es más bien el deber de la asamblea cristiana hacer esto en beneficio de la libertad cristiana y oponerse al establecimiento de un nuevo papado que actuaría como si estuviera por encima de la Palabra de Dios.
El tan esperado Sínodo se celebró en Dortrecht en el año 1669. Labadie y el Concilio de la iglesia de Middelburg, con algunos miembros de la iglesia, esperaron una semana en Dortrecht para poder apelar contra el trato que habían recibido. No se les dio la oportunidad. El Sínodo confirmó la expulsión de Labadie y de todos sus partidarios, “debido a que ellos habían demostrado ser desobedientes a las leyes de la Iglesia e intentaban provocar una división”.
Labadie estaba seguro de que había sido llamado por Dios para restablecer las iglesias según el modelo apostólico. Hasta los cuarenta años de edad, se mantuvo trabajando en pos de la reforma de la Iglesia de Roma, y luego durante veinte años por la reforma de la Iglesia Reformada. Él había dedicado sus excelentes dones y toda su vida a ambas cosas con entusiasmo y regocijo.
Ahora todo parecía haber fracasado. Esto lo llevó a la conclusión de que “es imposible reformar los cuerpos existentes de la Iglesia, y que la restauración de la iglesia apostólica sólo puede lograrse separándose de ellos”. Él inmediatamente introdujo este principio en la iglesia de Middelburg, y unos trescientos miembros se separaron de ella y formaron una nueva congregación. Varios ancianos y tres pastores se encargaron de la supervisión; las reuniones se celebraban dos veces al día y tres veces los domingos.
El lugar de reunión no tenía más que bancos, ni siquiera un púlpito. Uno de los bancos era un poquito más alto que los demás y en este se sentaban los ancianos y los predicadores, todos los cuales tenían la costumbre de hablar en las reuniones. Ellos no se nombraron “Reformados”, sino que prefirieron darse a conocer como “Evangélicos”. Podían ser miembros sólo los que daban razón de creer que fueran nacidos de nuevo.
Las diferencias entre la Iglesia Reformada y esta congregación recién fundada indujeron a las autoridades de la ciudad a pedirles a los miembros de esta última que abandonaran Middelburg. Apenas se dio a conocer esto la ciudad de Ter Veere, a una hora de distancia, invitó a la iglesia exiliada a trasladarse allí.
La invitación fue bien recibida, pero el magistrado principal de Middelburg pronto se dio cuenta de que había cometido un error, ya que una gran cantidad de gente viajó en tropel hacia Ter Veere para escuchar la predicación de Labadie, mientras que Middelburg quedó desierta. Enfadado por la pérdida material que esto implicaba, el magistrado de Middelburg persuadió a las más altas autoridades del distrito para que le ordenaran al magistrado de Veere que expulsara a
Labadie e Yvon con motivo de que ellos habían causado división en la Iglesia y disturbio entre la gente.
El magistrado de Middelburg armó a sus hombres para hacer cumplir el decreto, pero el pueblo de Veere se alzó en armas como un solo hombre para resistir a sus adversarios. La guerra civil era inminente. Entonces
Labadie se presentó y dijo que no debía haber derramamiento de sangre por su culpa; que él veía que era la mano de Dios que los sacaba de Veere y pensaba pasar a Amsterdam, con aquellos que desearan acompañarlo.
Hubo consternación en Veere, pero Labadie se mantuvo firme y los ciudadanos tuvieron que rendirse. El magistrado declaró que él sólo le permitía marcharse “de mala gana y a causa de la mayor necesidad”.
Labadie y sus tres amigos, con algunos otros simpatizantes, se mudaron a Amsterdam donde fueron bien recibidos y se les prometió protección y libertad religiosa. La influencia de la obra de Labadie había sido tal que en
Amsterdam hubo miles que se unieron a la nueva iglesia y se abstuvieron de tomar la Cena del Señor en la Iglesia Reformada. Lo mismo tuvo lugar en todas las iglesias más numerosas del país, mientras que muchos que no se unieron abiertamente a estos grupos fueron influenciados sobremanera por ellos. Esta amenaza seria a su sistema indujo a los líderes de la Iglesia Reformada a solicitar la ayuda del gobierno, pero bajo la dirección del eminente gobernador, Jan de Witt, se garantizó la libertad religiosa y no se pudo tomar ninguna medida.
Sin embargo, desafortunadamente los eventos en su propia mente y en su círculo cercano perjudicaron más el testimonio de Labadie que lo que pudo haber hecho cualquier ataque externo. Por experiencia propia y de la Palabra de Dios, Labadie había concluido que no es posible reformar una ciudad o un sistema de Iglesia como para traerlo a la condición que él aspiraba.
Pero no se conformó con la formación de iglesias del modelo apostólico grupos de personas realmente salvas y separadas del mundo circundante, pero muchas de ellas débiles y faltas de un cuidado paciente y constante. De manera que Labadie decidió formar una iglesia en una casa donde la casa y la iglesia serían lo mismo y donde sería posible, como él esperaba, conocer a cada miembro y guiar a cada uno a un discipulado verdadero de Cristo y unión con Dios.
Se alquiló, pues, una casa en Amsterdam donde había cabida para aproximadamente cuarenta personas, y quedó formado así el nuevo hogar. Allí se celebraban reuniones regulares y todos compartían una cena semanal. A las reuniones asistían muchas personas de afuera, y cuando se hablaba en francés se traducía al holandés. Yvon, Dulignon y Menuret salieron en expediciones de predicación a través de los Países Bajos y los países vecinos.

ANA MARÍA VAN SCHURMAN SE UNE A LABADIE.

Ana María van Schurman se trasladó a Amsterdam, alquiló un apartamento en la casa y se unió a la suerte del nuevo hogar. Ella era considerada la mujer más ilustre de su tiempo. Ella mantenía correspondencia en varios idiomas con los literatos más famosos en Europa, y su opinión y consejo eran ambicionados y apreciados por aquellos que eran expertos en las artes y en las ciencias. Desde su niñez, ella había sido una cristiana devota.
En su libro, Eukleria, escrito en latín, ella relata: “Siendo una niña de apenas cuatro años de edad yo me sentaba con mi niñera a la orilla de un río. Ella me repetía las palabras, ‘Yo no soy dueña de mí misma, sino que pertenezco a mi verdadero Salvador, Jesucristo’. Me llené de tal sensación interna de amor por Cristo que en todos mis años siguientes nunca nada ha sido capaz de borrar el recuerdo vivo de aquel momento.”
A modo de justificar su unión al nuevo grupo, ella escribió: “Como he visto desde hace algunos años, con angustia, el alejamiento del cristianismo de sus orígenes y su casi total diferencia del mismo y había perdido cualquier esperanza de su restauración en el curso normal de las cosas que es seguido por nuestro clero (la mayoría de los cuales están muy necesitados ellos mismos de una reforma), ¿quién puede oponerse con razón a que yo, con corazón alegre, haya escogido a los maestros capacitados por Dios para traer una reforma del cristianismo degenerado?
Su fama hizo que se hablara dondequiera de este paso que ella había dado y fue atosigada con cartas donde le pedían que regresara a la Iglesia Reformada, pero ella se alegró de que ahora había dejado a un lado al viejo hombre y había escogido la buena parte que nunca le sería quitada.
Anteriormente ella había buscado el honor de Dios, pero también el suyo; ahora ella no buscaba nada para sí misma, sino sólo para Dios. Ana María vendió todo lo que poseía y dio el dinero a Labadie, y al parecer nunca se arrepintió de haber hecho esto. En todas las muchas vicisitudes de la familia ella fue una colaboradora inestimable, y en su vejez su más confiable consejera.

RIESGOS DE LA IDEA DE LA IGLESIA EN CASA.

Voet vio riesgos en este nuevo desarrollo y, aunque hasta ahora él había sido uno de los partidarios más importantes de Labadie, ahora se convertía en su adversario. Él escribió para demostrar que nadie debía abandonar la Iglesia Reformada porque se apreciara maldad, tibieza y debilidad en ella, o para afiliarse a una unión que pareciera un monasterio y que tomaba el lugar de la Iglesia.
También planteó en su escrito que una iglesia en casa como la que se proponía incitaría conjeturas malvadas. La publicación de este libro surtió un efecto extraordinario. Apareció en seguida una respuesta anónima en la que Voet era atacado de manera violenta e indigna. Se confirmó que Labadie era el autor, y su reputación se vio seriamente dañada por ella.
Muchos escribieron en su contra, pero el incremento de estos ataques sólo consiguió unir aun más a los miembros de la iglesia en casa, y se les sumaron otros, incluyendo el burgomaestre de Amsterdam.
Sin embargo, surgieron algunos problemas en la iglesia en casa. Uno de sus miembros, una viuda, falleció, y se hizo circular un informe falso de que ella había sido asesinada y que su cuerpo iba a ser sepultado en el jardín de la casa. Una multitud de personas rodeó la casa, la cual tuvo que ser protegida durante tres días por una fuerza militar. Menuret, a quien Labadie amaba como un hijo, se enfermó mentalmente y murió enloquecido. Algunos miembros de la iglesia en casa se cuestionaron que si semejante cosa podía suceder en una iglesia que era realmente de Dios. Se supo que a pesar de todo su empeño, uno de los de la iglesia en casa apoyaba las opiniones socinianas y que otro apoyaba las ideas de los cuáqueros.
Cuando fueron reprendidos por ello, estos en venganza publicaron un panfleto lleno de calumnias. El asunto fue traído ante las cortes y se demostró que las declaraciones en los panfletos eran falsas, pero el informe se difundió de que había miembros de la familia que eran sectarios peligrosos. Se originó tanto prejuicio en contra de ellos que, en beneficio de la paz, los magistrados prohibieron que cualquier persona asistiera a los encuentros en la casa de Labadie excepto los miembros de la iglesia en casa. Esto frenó su crecimiento y disipó sus esperanzas de desarrollo.
Para evadir estas dificultades, Ana María van Schürman apeló a su antigua amiga la Princesa Isabel, abadesa de Herford, quien invitó a todos los que quisieran refugiarse en su hacienda libre. De manera que Labadie y un grupo de aproximadamente cincuenta navegaron desde Amsterdam hasta Bremen, y desde allí viajaron en carreta hasta Herford (1670). Los habitantes luteranos de Herford se opusieron de manera violenta a la llegada de los “cuáqueros,” como los llamaron, y fue sólo la autoridad de la princesa la que hizo posible que ellos se quedaran.
El odio y la enemistad que se infundieron en torno a ellos aislaron la iglesia en casa aun más del mundo, y esto hizo que ellos se ocuparan cada vez más con sus propias costumbres religiosas. La predicación de Labadie en este tiempo afectó tanto a sus oyentes que ellos tuvieron la impresión de que tan sólo ahora habían logrado su entrega total a Dios. Esto, a su vez, condujo a la introducción de la comunidad de bienes como un medio de expresar su renuncia a todo lo mundano, su abnegación de sí mismos y su unión total con los miembros del cuerpo de Cristo.
Con motivo de la introducción de este cambio, ellos estaban ocupados en la partición del pan en memoria de la muerte del Señor cuando de repente tuvo lugar un extraño éxtasis espiritual, primero en algunos y luego en todos ellos. Todos los presentes comenzaron a hablar en lenguas, se pusieron de pie para danzar y esto duró aproximadamente una hora. Manifestaciones parecidas a estas se repitieron en algunas escasas ocasiones. Para la mayoría de ellos estas cosas parecían indicar que ahora ellos eran verdaderamente de un solo corazón y alma en el Señor. Otros las desaprobaron y se apartaron de su hermandad.
El odio de los de afuera incrementaba a medida que se relataba acerca de tales actos. Hasta este momento la comunidad de creyentes en su conjunto había desaprobado el matrimonio, pero ahora cambió de opinión, y como resultado de ello Labadie, Yvon y Dulignon se casaron. Los tres encontraron esposas que les ayudaron a lograr un mejor testimonio.
El creciente rencor de la gente finalmente los obligó a abandonar Herford a pesar de la protección brindada por la princesa, quien nunca dejó de defenderlos. Fue así como ellos encontraron un lugar tranquilo en Altona, donde alquilaron dos casas. Allí Labadie murió en paz (1674) y Ana María van Schürman escribió su mencionado libro, Eukleria.
La guerra los obligó a abandonar este albergue y se trasladaron al Castillo Waltha, en el pueblito de Wieuwerd en Frisia Occidental, el cual fue puesto a su disposición. Este fue su último hogar. Los campesinos los recibieron con agrado y una comisión que había sido nombrada por la Iglesia Reformada para investigar acerca de sus opiniones y costumbres informó que ellos eran inofensivos. Esto permitió que los dejaran vivir en paz. Allí murió Ana María van Schürman a la edad de 71 años; también Dulignon y su esposa.
La comunidad creció y un gran número de personas de los lugares vecinos asistía a los servicios. Algunos grupos grandes fueron enviados al extranjero, uno a Surinam y otro a Nueva York. Estos fueron financiados y controlados por la comunidad de Wieuwerd, pero ambos grupos regresaron sin éxito, mayormente por haberse ocupado en ganar a otros cristianos a su grupo en lugar de intentar ganar a los paganos a Cristo. Estas expediciones empobrecieron a los que quedaron en casa y las dificultades prácticas de tener la comunidad de bienes los obligó a abandonar el sistema después de haber existido durante veinte años.
Este cambio produjo una gran angustia, ya que la mayoría de los miembros eran pobres, y en su mayoría no tenían la costumbre de ganarse la vida. Otro tanto no estaba capacitado para ello, ya que habían dependido de los que tenían los medios. Yvon les explicó que cuando la primera iglesia en Jerusalén se dispersó, la comunidad de bienes cesó y que ellos mismos ahora también eran llamados a propagarse en el mundo tal y como lo hace la levadura.
Si ellos se hubieran dado cuenta de esto antes, sin duda les hubiera ahorrado el tener que renunciar al sistema bíblico de iglesia que practicaban al principio, el cual cambiaron por una vida comunitaria que redujo el alcance de su testimonio y les impidió alcanzar el desarrollo más amplio que se anticipaba anteriormente. La iglesia en casa fue disuelta y dispersada. Yvon quedó en el Castillo Waltha, donde murió, y veinticinco años más tarde, al pasar el castillo a otras manos, los labadistas que quedaban abandonaron el lugar.
La vida de Labadie fue una de esfuerzo valioso, cuya fuente yacía en la comunión íntima con Dios, nutrida por la oración sistemática e instruida por el estudio diligente de las Escrituras. Reconoció que su gran idea de una reforma de la Iglesia Católica Romana era imposible de realizar. Luego descubrió mediante un gran experimento que una ciudad o estado, como tal, no se puede convertir en iglesia. Y posteriormente se dio cuenta de que la Iglesia Protestante Reformada era incapaz de ser reformada y restaurada al modelo del Nuevo Testamento. Después de largos conflictos, llegó a comprender cómo eran las verdaderas iglesias de Dios al principio y cómo siempre habían sido. Más tarde, desalentado por tanta oposición y decepciones,
Labadie buscó refugio en una iglesia en casa, creyendo que en su círculo limitado era posible mantener la pureza. Sin embargo, aquí se desvió, ya que las iglesias verdaderas no son lugares de descanso para gente perfecta, sino que son guarderías y escuelas donde son recibidos todos los que confiesan a Cristo y en donde su debilidad, ignorancia e imperfección deben ser sobre llevados. Además deben ser instruidos con la paciencia del amor inagotable.
En Labadie vemos a un hombre cuya vida contuvo elementos de fracaso heroico, y aun así, de un éxito duradero. Al principio él trató de incluir demasiado en la iglesia; grandes sistemas mundanos de los cuales las iglesias verdaderas tienen que separarse. Luego, él la limitó demasiado al pensar que las iglesias sólo pueden componerse de aquellos que son perfectos.

DOS EXTREMOS QUE DEBEN EVITARSE.

Hubo un período en el cual fundó iglesias verdaderas de Dios y la influencia de lo que él enseñó y logró en aquel entonces perduró aun después de su muerte.
Al limitar su concepto de la iglesia se involucró en los errores que tal camino conlleva; la comunión limitada favoreció las extravagancias y la falta de equilibrio que acompañan la restricción indebida. Sus experiencias son de un valor impresionante al ilustrar la excelencia del camino de la Palabra de Dios y el peligro de desviarse a la derecha o a la izquierda; de incluir al mundo en las iglesias o de excluir a los santos de ellas.
Al final de la Guerra de los Treinta Años en 1648, los países protestantes estaban agotados económicamente y padecían de la degradación moral de una generación educada en condiciones de violencia y desorden. Se encontraban, además, en un estado espiritual abatido y descuidado. Las iglesias Luteranas, y en menor grado las Reformadas, se preocupaban más por mantener una ortodoxia rígida que de llevar un estilo de vida piadoso.

FELIPE JACOB SPENER (1635–1705)

Felipe Jacob Spener, nacido en Alsacia en 1635, a la edad de 35 años se convirtió en el pastor principal de la Iglesia Luterana en Frankfurt. Profundamente conmovido por la necesidad apremiante de una reforma en la Iglesia, él celebró reuniones, primero en su propia casa y luego en la iglesia. Esto con el objetivo de llevar a la práctica “la antigua costumbre apostólica de las reuniones de la iglesia como Pablo la describe en 1 Corintios 14, en las cuales aquellos que tienen dones y conocimiento deben también hablar y, sin causar desorden ni conflicto, expresar sus ideas piadosas sobre los asuntos a tratar y que los demás puedan juzgar”.
Los creyentes se reunían con regularidad, se analizaba un determinado tema, y se conversaba sobre él. Los hombres y las mujeres se sentaban aparte, y sólo los hombres tomaban parte en los debates. En estas reuniones se acordó que no se debía juzgar a los demás y que se excluía toda clase de chisme. Comenzaron con leer y discutir libros edificantes, pero después ellos mismos se limitaron a la lectura y el análisis general del Nuevo Testamento.
En muchas reuniones privadas que tuvieron lugar después, surgían preguntas, confesiones o experiencias, las cuales recalcaban lo que se aprendía. El propio Spener no fomentó esto, sino que se ocupó de la exposición de la Palabra.
Él se opuso a la adopción de nombres como los pietistas, los espeneritas y otros, ya que él no deseaba fundar una secta ni una comunidad monja.
Él sólo deseaba regresar al cristianismo antiguo y universal. Spener pudo permitir e incluso apoyar en otras iglesias lo que él mismo no hubiera hecho.
Él sentía que no tenía la energía ni la fuerza de un reformista, sino más bien una capacidad para tolerar las diferencias. Él permitió los autoanálisis y las confesiones que prevalecían en algunas reuniones, pero no las introdujo en las suyas propias. Confesó que no había experimentado los éxtasis que algunos creyentes disfrutaban en la revelación del Esposo ni la abnegación quietista que practicaban; sin embargo, pudo valorar su misticismo.
Su deseo fue expresado claramente en sus palabras: “¡Ojalá conociera una sola asamblea íntegra en todo: en doctrina, orden y práctica, todo lo que la transformaría en lo que una asamblea cristiana apostólica debe ser en doctrina y práctica!” Spener no esperaba encontrar una asamblea “sin mala hierba”, pero sí una en que los predicadores llevaran a cabo su obra bajo la dirección del Espíritu Santo y en que la gran mayoría de los oyentes hubiera muerto al mundo y viviera no sólo una vida honrada sino, además, piadosa.
Él decía que la gran mayoría de los cristianos profesos no era nacido de nuevo y que muchos de los ministros de la Palabra no comprendían adecuadamente las verdaderas doctrinas de las cuales depende la firmeza de la iglesia. Luego de un tiempo, los miembros de la iglesia de Spener en Frankfurt se abstuvieron de la Cena del Señor para evitar participar en ella con aquellos que la tomaban indignamente.
De Frankfurt, Spener se trasladó a Dresde como capellán de la Corte, y luego a Berlín donde fue diligente en el servicio hasta su muerte (1705). Las sociedades, llamadas pietistas, las cuales él se esforzó tanto por fundar y alentar, se convirtieron en una fuerza vivificante. Aunque atacadas y ridiculizadas por el cristianismo oficial, no se separaron de la Iglesia Luterana, sino que fundaron centros dentro de esta que atrajeron a los buscadores de santidad y dieron frutos en muchas actividades espirituales de largo alcance.
Uno a quien Spener ayudó fue August Hermann Franke (Francke), quien se convirtió en su principal sucesor en el movimiento pietista. Nació en Lübeck (1663), y estudió teología que, aunque tuvo cierto valor para él, no trajo paz a su alma. Sin embargo, sus estudios despertaron en él un deseo sincero de aprender en la vida y la conducta lo que sólo había comprendido en la mente y en la memoria.
Fue así como después de algunos años de búsqueda incesante él experimentó una conversión súbita por medio de la cual se disipó toda su incredulidad y recibió una certeza total de salvación.

AUGUST FRANKE (1663–1727)

Su insistencia en la conversión y la piedad trajo bendición a muchos, pero también le ganó enemistades. August Franke fue tildado de pietista y expulsado de Erfurt, donde era ministro, en un plazo de cuarenta y ocho horas. El mismo día una invitación de la Corte de Brandeburgo condujo a su nombramiento de profesor de griego e idiomas orientales en la universidad que se fundaba en Halle en ese tiempo.
Allí se sintió conmovido por la miseria de los pobres y dispuso una caja para recolectar las contribuciones que luego él distribuía. Un día se depositó en la caja una suma mayor que de costumbre, aproximadamente 15 chelines. “Al tomar esta suma en las manos,” escribió, “exclamé con una gran libertad de fe: Esta es una suma considerable con la cual se debe llevar a cabo una obra realmente buena.
Con ella comenzaré una escuela para los pobres.” Este fue el comienzo de las extensas instituciones en Halle, las cuales fueron sostenidas sin solicitar dinero y sin ningún suministro visible, “sino única y simplemente”, dijo, “dependiendo del Dios viviente que mora en los cielos”.
A la muerte de Franke, 134 huérfanos eran mantenidos en el Hogar bajo el cuidado de 10 hombres y mujeres; 2.200 niños y jóvenes eran enseñados en las varias escuelas, la mayoría de forma gratuita, por 175 profesores; cientos de estudiantes pobres eran alimentados diariamente, y se encontraban en funcionamiento una imprenta y una librería, una biblioteca, una farmacia, un hospital y otras instituciones. De niño en esta escuela y, más tarde, sentado a la mesa de Franke, escuchando las historias de los misioneros quienes a menudo estaban allí, Zinzendorf recibió impresiones que resultaron ser valiosas en su vida posterior.
En 1690, setenta años después de la batalla de la Montaña Blanca, y sesenta y dos años después que Comenius hubiera guiado al último grupo de exiliados desde Moravia, nació Cristián David, no lejos de Fulneck. La “semilla oculta” de la cual Comenius había orado que pudiera ser preservada se encontraba aún oculta. Los padres de Cristián eran Católicos Romanos, al igual que sus vecinos.

CRISTIÁN DAVID (1690–1751)

Él, como ayudante de un pastor de ovejas y luego como carpintero, fue muy devoto, mientras que en su interior se preocupaba por cómo podría asegurarse de que Dios le había perdonado sus pecados. Al leer y preguntar recibió respuestas tan contradictorias que quedó confuso del todo, y abandonó su hogar y anduvo un tanto errante hacia Alemania en busca de la verdad.
Luego de muchas aventuras y constantes decepciones, Cristián se encontró con el pastor Schafer en Görlitz, un pietista, a través de quien llegó a conocer el camino de la salvación. Lleno de regocijo y celo, regresó a Moravia y fue por doquier, predicando. Al escuchar su predicación sencilla, las verdades olvidadas de los tiempos antiguos fueron revividas en los corazones de muchos de sus oyentes. No obstante, aquellos que obedecieron al Evangelio inmediatamente se enfrentaron con una persecución aplastante. David regresó a Schafer en Görlitz para ver si podía encontrar un lugar de refugio en Sajonia, y allí se encontró con el Conde Nicolás Ludwig von Zinzendorf.
Desde muy niño, Zinzendorf había sido un amante de Jesucristo, y su educación en los círculos pietistas había fortalecido su devoción. En el tiempo en que Cristián lo conoció, vivía en su castillo de Berthelsdorf, cerca de la frontera de Bohemia, donde él y su amigo Johann Andreae Rothe estaban ocupados en el servicio del Señor entre sus coterráneos. Los dos jóvenes, Zinzendorf de 22 años de edad, y David, diez años mayor, hablaron de la necesidad en Moravia, y Zinzendorf invitó a los creyentes perseguidos de allá a venir y establecerse en sus haciendas en Sajonia.

NICOLÁS ZINZENDORF (1700–1760)

David regresó rápidamente a su patria donde reunió a unas pocas familias de creyentes que fueron capaces de abandonar sus hogares. Él los guió por las montañas hacia Sajonia y Berthelsdorf. Allí ellos fueron recibidos cordialmente, pero no había lugar donde pudieran vivir. Aproximadamente a un kilómetro y medio de distancia, dentro de los dominios de Zinzendorf, se hallaba una loma arbolada llamada Hutberg, o la Montaña Vigía.
A esta ellos le pusieron como nuevo nombre Herrnhut, “La vigía del Señor”, y decidieron construir allí un hogar para ellos. Cristián David, tomando un hacha en sus manos, taló el primer árbol. Siendo obrero y predicador incansable, Cristián David dirigió y animó a los constructores para que en un corto período de tiempo se terminara una casa (1722), la cual marcó el comienzo de las extensas edificaciones que ahora forman Herrnhut y el modelo que sería seguido por muchos en diferentes partes del mundo.
Un día David, mientras clavaba un tablón en el castillo en Berthelsdorf, pensando en Moravia, de pronto dejó sus herramientas y se marchó sin previo aviso para recorrer a pie los trescientos veinte kilómetros hasta Kunwald donde había algunos creyentes, descendientes de familias que habían pertenecido a la antigua iglesia de los “hermanos bohemios”. Luego trajo consigo a un grupo de estos hermanos, entre los que se encontraban las familias Nitschmann, Zeisberger y Toeltschig, que más adelante fue muy conocida con respecto a las obras misioneras de la nueva iglesia morava.
Ellos llegaron a Herrnhut justo cuando Zinzendorf y su amigo de Watteville se encontraban echando los cimientos de la primera capilla que fuera construida allí. Fue así como ellos se unieron al grupo que les había precedido y decidieron compartir su suerte.
Después de esto, vinieron muchos desde Bohemia y Moravia, algunos después de escapar de prisión o dejar los escondrijos en los bosques. A medida que este lugar de refugio para los oprimidos llegó a ser cada vez más conocida, llegaron otros, de diversos puntos de vista, algunos seguidores de Schwenckfeld, otros pietistas y aun otros que no estaban de acuerdo con nadie. Las discusiones implacables ocuparon el lugar de la armonía fraternal y el asentamiento se vio amenazado por la revuelta.
Mientras tanto, Zinzendorf estaba en el proceso de convertir a Berthelsdorf en una villa modelo en donde todo se hacía conforme a sus deseos y los de su amigo, Johann Rothe. El Conde creía en el valor de organizar algo atractivo a la imaginación. Desde niño en Halle su entusiasmo misionero se manifestó en la formación de la “Orden de la semilla de mostaza”, con promesas, emblemas, lema y anillo. Esta se inició con cinco niños para quienes él era el Gran Maestro, y creció hasta llegar a ser un incentivo poderoso a la devoción en la obra misionera.
En Berthelsdorf, él había fundado la “Liga de los cuatro hermanos” compuesta por él mismo, de Watteville, Rothe y Schafer a fin de dar a conocer al mundo la “Religión Universal del Salvador y su familia de discípulos, la religión de corazón, en la cual la persona del Salvador es el punto céntrico”. En tiempos posteriores su “Grupo guerrero” se convirtió en un instrumento misionero eficaz.
Ahora él intervino en Herrnhut. Zinzendorf reconocía las intenciones honradas de las partes en disputa y fue capaz de decir de uno de los más impetuosos de sus miembros: “Aunque nuestro querido Cristián David me ha puesto por sobrenombre la Bestia y al señor Rothe, el Falso Profeta, aun así nos dimos cuenta de su honradez y, además, supimos que podíamos llevarlo por el buen camino.
No es una mala regla de juego darle un puesto a los hombres honrados cuando se equivocan para que así aprendan por experiencia propia lo que jamás aprenderán por la especulación.” Fue así como los reunió a todos, y en un discurso de tres horas les expuso los “Estatutos, interdictos y prohibiciones” que él había redactado para regular cada detalle de sus vidas. En este tiempo experimentaron un avivamiento espiritual, poder para perdonar y reconciliarse, y todos se ajustaron pacíficamente al nuevo orden.
Más o menos por este tiempo, Zinzendorf encontró en la biblioteca del pueblo vecino de Zittau, una copia de la Orden de disciplina redactada por la última reunión de los “hermanos bohemios” justo antes de la batalla de la Montaña Blanca, editada por Comenius. Al leerla, Zinzendorf supo que los colonos que él había recibido representaban la iglesia antigua que había existido por tanto tiempo en Bohemia. Se sintió profundamente conmovido por la angustia de Comenius al relatar la destrucción de su testimonio, y resolvió firmemente que él y todo lo que poseía debía dedicarse a la preservación del pequeño grupo de los discípulos del Señor que había buscado refugio en él. Cuando este documento se dio a conocer a los refugiados, se despertó en ellos el deseo de restaurar la antigua iglesia, de cuyos miembros muchos de ellos eran descendientes.
Por supuesto, surgió la pregunta en cuanto a las relaciones entre la sociedad comunitaria en Herrnhut y la Iglesia Luterana. Zinzendorf, siendo luterano, deseaba que la comunidad se uniera por completo a la Iglesia Luterana. Sin embargo, la comunidad en Herrnhut estaba decidida a no hacer esto. Por fin el asunto se decidió por medio de la suerte, un método muy común entre ellos, y la suerte no aprobó la unión a la Iglesia Luterana.
Por lo tanto, Zinzendorf, a fin de evitar enfrentamientos con la Iglesia oficial, hizo que lo ordenaran ministro dentro de ella, mientras que uno delos refugiados fue ordenado obispo por Daniel Ernst Jablonsky, predicador de la Corte en Berlín y único obispo sobreviviente de la antigua iglesia delos “hermanos bohemios”. De esta manera, ellos fueron reconocidos como una comunidad dentro de la Iglesia Luterana y pudieron administrar los sacramentos. A pesar de esto las fuerzas que se oponían a ellos eran tales que Zinzendorf fue expulsado del reino de Sajonia (1736).
En ocasión de una visita hecha al rey de Dinamarca, Cristián VI, Zinzendorf conoció a un antillano, Antonio, a quien invitó a Herrnhut.
La descripción hecha por Antonio de la condición de los esclavos en las Antillas afectó tanto a sus oyentes que uno de ellos, Leonard Dober, se ofreció como voluntario para ir y llevarles el Evangelio. El proyecto quedó confirmado por medio de la suerte y este joven, junto con otro llamado David Nitschmann, partieron.

LOS PRIMEROS MISIONEROS MORAVOS.

Ellos eran hombres prácticos, un carpintero y un alfarero, que habían sido bien educados en las escuelas de Herrnhut, y eran oradores capaces. Estos jóvenes emprendieron su viaje a pie con no más equipaje que lo que podían llevar en sus espaldas y con 18 chelines entre los dos. Esto fue el comienzo de las misiones moravas, las cuales convirtieron al conjunto de iglesias en una sociedad misionera (1732).
La devoción a Cristo llevó a muchos de los misioneros a preferir trabajar en las regiones más difíciles y peligrosas. Herrnhut se convirtió en un centro relacionado con todas las partes del mundo. En muchos países se establecieron asentamientos modelados según Herrnhut. En el gran cementerio de Herrnhut se encuentran las tumbas de los naturales de los más diversos países, quienes vinieron desde sus tierras lejanas a visitar el asentamiento matriz.
La obra de los moravos en Inglaterra comenzó en 1738 cuando Peter Boehler, en su viaje a Carolina del Sur como misionero, habló en Londres en una sociedad fundada por James Hutton, un londinense vendedor de libros. Hutton y sus amigos eran buscadores de la salvación, pero no habían encontrado la seguridad de la salvación. A medida que Boehler, en un inglés chapurreado pero con mucha habilidad, les expuso las Escrituras, “fue”, dijo Hutton, “con un asombro y una alegría indescriptibles que nosotros abrazamos la doctrina del Salvador, de sus méritos y sufrimientos, de la justificación por medio de la fe en él y de la libertad por medio dela fe del dominio de la culpa y del pecado”.
Este grupo aceptó las normas de Herrnhut dadas a ellos por Boehler y se les envió un predicador de Alemania, aunque retenían su condición de miembros de la Iglesia Anglicana. Cuatro años más tarde Spangenberg vino de Alemania y los reconoció como una congregación de la iglesia de los “hermanos”, e introdujo las normas y los oficiales de las congregaciones alemanas. Al principio hubo mucho intercambio de opiniones entre ellos y Wesley, quien fue influenciado en gran medida por su ejemplo al organizar sociedades dentro de la Iglesia oficial, reuniones de estudio y fiestas de amor fraternal.
Benjamín Ingham, un clérigo de Ossett, en Yorkshire, fue uno de aquellos que en estos días de avivamiento fue activo y muy bendecido en su obra.
No se limitó sólo a su parroquia, sino que viajó por el país desde Halifax hasta Leeds y fundó unas cincuenta pequeñas sociedades para la lectura y la oración. Al darse cuenta de la necesidad de más colaboradores, Benjamín invitó a los moravos quienes, de inmediato, enviaron a veintiséis obreros, hombres y mujeres, a Yorkshire. Al llegar allí, se dispusieron a trabajar de una manera metódica. Spangenberg dirigía las operaciones desde Wyke como centro; Toeltschig, quien había venido con Cristián David desde Moravia, estaba en Holbeck. En total se formaron cinco centros dirigentes que en un corto período de tiempo controlaban casi cincuenta lugares de predicación, los cuales fueron llevados adelante con la ayuda de colaboradores nacionales.
Los predicadores vivieron todas las experiencias tempestuosas propias de aquel tiempo, y se decidió establecer una base más sólida por medio de la construcción de un Herrnhut en Inglaterra. El Conde Zinzendorf vino y los ayudó a obtener un terreno en Pudsey entre Leeds y Bradford, se envió dinero desde Alemania y fue así como se construyó Fulneck. Se escogió este nombre para conmemorar su relación con Fulneck en Moravia. Aquí se estableció un asentamiento siguiendo el modelo de Herrnhut, así como otros en menor escala en Wyke, Mirfeld y Gomersal, donde las normas y regulaciones de Zinzendorf fueron reproducidas.
Obras similares se llevaron a cabo en otras partes del país. Uno de los evangelistas que más se destacó en este tiempo fue Juan Cennick, nacido en Inglaterra pero descendiente de una familia bohemia que se había refugiado en Inglaterra en ocasión de la disolución de la antigua iglesia de los “hermanos bohemios”. Al principio Cennick fue un activo colaborador de los Wesley, pero sus inclinaciones hacia las doctrinas de Whitefield condujo a que fuera repudiado, y al fin y al cabo llegó a relacionarse totalmente con los moravos. Él fue un predicador, al aire libre, de un poder extraordinario.
También fue un hombre de una disposición compasiva y atrayente. Su corta vida fue dedicada en su totalidad al servicio del Señor y en el occidente de Inglaterra así como en Irlanda del Norte el fruto de sus esfuerzos fue muy abundante.
El esfuerzo por controlar esta amplia organización desde Alemania resultó ser cada vez más un obstáculo para la obra; e incluso al modificarse como posteriormente se hizo en Inglaterra y Estados Unidos, la inadaptabilidad del sistema comunitario para suplir las disímiles necesidades de las diferentes características nacionales, y de circunstancias cambiantes, subraya el hecho de que los planes más sabios de incluso los hombres más capaces no bastan para una aplicación permanente y universal. Por otra parte, la enseñanza y el ejemplo del Nuevo Testamento en lo concerniente a la fundación y dirección de las iglesias de Dios resultan ser adecuados para todo tipo de necesidad.
En el siglo XVIII las “sociedades de Filadelfia” o “iglesias de Filadelfia” se formaron como resultado del encuentro de dos corrientes de experiencia espiritual. La primera debió su origen al deseo del alma de lograr una comunión inmediata con Dios y una unión con él. La segunda surgió a partir de un sentido de la unidad esencial de todos los hijos de Dios y de un deseo de expresar esta comunión, comunión de la iglesia verdadera.

LAS “SCIEDADES DE FILADELFIA”

Desde sus inicios, la Iglesia Católica Romana interpuso su clero y los sacramentos entre el alma y el Salvador, y como resultado este sistema mantuvo a muchos apartados del Salvador. Pero hubo aquellos cuyo anhelo de estar en comunión con Dios, como él es manifestado en Cristo Jesús, y cuyo deseo por el Novio celestial fueron tan fuertes que se dedicaron a la búsqueda de su total conocimiento y unión con él.
Ellos procuraron hacer esto, siguiendo las pisadas de Jesús e imitándole a él. Creían que lograrían esto por medio de la meditación en él, de manera que su belleza y bendición pudieran manifestarse a ellos cada vez más, y por medio de un ascetismo que debía dominar el cuerpo y la voluntad natural.
El protestantismo acentuó las divisiones entre la gente profesa de Dios y produjo una enemistad y lucha implacable entre los numerosos partidos. Sin embargo, hubo aquellos que lamentaron esto e intentaron subrayar la unidad fundamental en la vida y el amor de aquellos que se han apartado del mundo pero se han unido a Cristo y a sus miembros por medio de la fe.

INFLUENCIAS PARA EL BIEN EN LA IGLESIA ROMANA.

Aquellos en la Iglesia Católica Romana, llamados a menudo los místicos o quietistas, por mucho tiempo fueron considerados modelos de la vida cristiana, y algunos de los más conocidos fueron canonizados. Sin embargo, luego la influencia de los jesuitas y de Luis XIV de Francia hizo que se los persiguiera. El sacerdote español, Miguel de Molinos (1640–1697), al llegar a Roma aproximadamente en el año 1670, se convirtió en el mayor poder espiritual allí. Su libro Guía espiritual fue usado como norma de vida por una gran cantidad de personas, especialmente de la aristocracia y el sacerdocio.
Él fue el confesor y consejero de más confianza del Papa Inocencio XI, un Papa que personalmente se oponía a la persecución. No obstante, Molinos al final fue condenado a cadena perpetua y murió en manos de la Inquisición, aunque el método que usaron es desconocido. Madame Guyon (1648–1717) por medio de su vida y escritos guió a amplios círculos a esforzarse por lograr una vida de amor perfecto y de total conformidad a la voluntad de Dios.
El santo y bien dotado Arzobispo Fénelon aceptó y defendió su enseñanza a costa de toda su popularidad y perspectivas en la corte. Luis XIV la encarceló repetidas veces, y por último fue recluida en la temida fortaleza de la Bastilla. Sin embargo, las murallas de tres metros y medio de espesor no pudieron contener la influencia y propagación de las enseñanzas de Madame Guyon.
En los círculos protestantes los escritos de Gottfried Arnold (1666–1714) tuvieron una gran influencia. Él estudió en Wittenberg y se convirtió en profesor de historia en Giessen, pero renunció su posición al darse cuenta de que los deberes sociales y ceremoniales que esta implicaba le impedían su vida interna de comunión con el Señor. Spener no estaba de acuerdo con esto, al sostener que debemos aferrarnos a lo que no aprobamos aun si ello pone en peligro nuestras propias almas, siempre y cuando exista alguna esperanza de ayudar a los demás.
No obstante, Arnold consideraba a la Iglesia Luterana como Babel e incapaz de experimentar una reforma, y opinó que su propio camino de separación solitaria estaba más de acuerdo con el ejemplo de los apóstoles. Su primer libro, El primer amor, que es una representación verdadera de los primeros cristianos conforme a su fe viva y a su vida santa, narra la historia de la iglesia desde los tiempos apostólicos hasta la época de Constantino.
En su libro él mostró los males introducidos como resultado de la unión de la Iglesia y el estado. Al quedar cada vez más impresionado por el hecho de que la historia de la iglesia ha sido escrita por representantes de las Iglesias dominantes y desde un punto de vista partidario, Arnold creyó que era necesario presentar esa historia importante de manera imparcial. Fue por ello que decidió escribir la historia por la cual llegó a ser muy conocido no sólo en su propia generación, sino también en las futuras.
El libro se tituló La historia imparcial de las iglesias y los herejes desde los comienzos del Nuevo Testamento hasta el año de Cristo 1688. Arnold abandonó la idea de que la iglesia está estrechamente ligada a una sociedad u organización en particular, y en lugar de esto buscó la iglesia universal, escondida, y dispersa por todo el mundo y entre todos los pueblos e iglesias. Por supuesto, las opiniones acerca del libro eran opuestas entre sí.
Un teólogo escribió que era el libro más perjudicial jamás escrito desde el nacimiento de Cristo, y otro lo consideró como el mejor y más útil de su tipo aparte de las Sagradas Escrituras. Hubo otros ejemplos de la literatura de aquel tiempo que también tuvieron un impacto profundo.
Los escritos de Madame Guyon pusieron a disposición de muchos la posibilidad de una vida en perfecta comunión con Dios. El libro de Arnold despertó la esperanza de separación del mundo y la comunión con todos los santos.
Alrededor del año 1700 hubo una fusión de estos diferentes elementos dispersos en sociedades o iglesias, a las cuales se les dio el nombre de Filadelfia (amor fraternal). El pequeño país de Wittgenstein, ubicado en el extremo sur de Westfalia, tuvo una serie de gobernantes buenos y tolerantes, y esto atrajo a una población numerosa de distintas personalidades. Los fugitivos de las Cevenas en Francia fueron bien recibidos, tanto más porque los dos hermanos que gobernaban las partes norte y sur del país respectivamente se habían casado con dos hermanas (1657), hijas de un noble francés que había huido de la masacre de San Bartolomé a los Países Bajos. Los miembros de ambas familias eran cristianos devotos.
En 1712, la parte norte del país, llamada Berleburgo, fue gobernada por un descendiente de una de estas familias, el Conde Casimiro, quien, con su esposa y su madre viuda, fue un protector constante de los oprimidos.
Ellos se relacionaban con las iglesias filadelfias que en este tiempo se propagaron ampliamente. Jane Leade de Norwich y otros enseñaban que los mensajes a las iglesias en los capítulos dos y tres del libro de Apocalipsis contenían un significado histórico progresivo. Sardis representaba el protestantismo, con la fama de tener vida, sin embargo, estando muerto. La indiferencia y la apostasía de Laodicea estaban por llegar.
Todas las almas despiertas fueron llamadas a darse cuenta y a unirse a la fiel Filadelfia. Se fundó así una iglesia filadelfia en Londres en 1695, según decían ellos, no para fundar una secta nueva, sino para preservar en sus reuniones el espíritu de amor y la forma de la primera y santa iglesia apostólica católica. Los miembros no necesariamente se separaron de las iglesias a las cuales habían pertenecido, ni persuadían a los demás a que lo hicieran. Sin embargo, celebraban sus reuniones regulares a la misma hora que las demás iglesias, de modo que la asistencia a estas últimas fuera imposible para aquellos que asistían a las primeras.
En este tiempo, decían ellos, la iglesia filadelfia es débil, y hasta que no se manifieste en poder no se debe esperar que acontezcan aquellas cosas futuras la conversión de los judíos, la entrada a la fe de los turcos y de otros incrédulos, la recuperación de la apostasía, la restitución de todas las cosas y la aparición en persona de Cristo en la tierra. Concurrencias similares a estas comenzaron a tener lugar en muchas partes de Alemania, Holanda y en otras partes. Berleburgo se convirtió en el centro de un importante avivamiento que se propagó por toda Alemania occidental desde los Alpes hasta el océano.

LA BIBLIA MARBURGUESA

En estos círculos, en 1712, se publicó la Biblia marburguesa con el título: La Biblia mística y profética, que es el conjunto de las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento, recién traducidas del original, con explicaciones de los principales tipos y profecías, especialmente del Cantar de los cantares de Salomón y el libro de Apocalipsis, con sus principales doctrinas, etc.
Posteriormente (1726–1742) se produjo una obra más extensa, la Biblia berleburguesa, en ocho volúmenes, atractivamente impresa en letra grande y con notas extensas, entre las cuales fueron incluidas algunas de las enseñanzas de Madame Guyon.
La iglesia o sociedad filadelfia fue el resultado de una gran variedad de movimientos distintos. Esta aspiraba a dejar de lado las diferencias en las iglesias y unir a todos en amor. En su opinión la purificación y la perfección del alma eran más importantes que la práctica de las formas externas de las “iglesias”.
A fin de ayudarse unos a otros, ellos dedicaban un rato cada mañana, en todos los diferentes lugares donde se encontraban, para unirse en espíritu y esperar en Dios.
Un miembro activo de la sociedad en Berleburgo fue el doctor Carlos, asistente médico del Conde Casimiro. En 1730, él publicó la Invitación filadelfia, un llamado a almas inmortales para que se volvieran, de la circunferencia de opiniones y pasiones, al centro, a fin de adorar en Espíritu y en verdad. Aquellos cuyos oídos están abiertos no difieren (dice el libro) en sus sentimientos; ellos tienen un mismo idioma, gusto y afecto.
Pero tal unidad central sólo es posible encontrarla en aquellos que dejan la letra de la carne y los dogmas que ellos mismos inventaron y se profundizan en sí mismos en espíritu y en verdad, y prueban la teología del corazón como la dulce Palabra de Dios. Pueden ser llamados católicos romanos, Luteranos, Reformados, etc. aquí Taulero, Kempis, Arndt y Neander son uno. Lo verdadero y duradero del cristianismo es el hecho de hacer morir al viejo hombre y darle vida al espíritu.
Este llamado despertó un hambre en innumerables corazones, especialmente en Wurttemberg y Suiza. Muchos que no se unieron al círculo externo de Filadelfia pertenecían al mismo en su corazón. Todos ellos buscaban el reino de Dios y practicaban la piedad. Llegaron a ver a Filadelfia como la sociedad a la cual ellos pertenecían internamente porque en su opinión veían en ella aquello que es esencial para el reino de Dios, mientras que en las iglesias de diferentes confesiones ellos sólo veían apariencias y formas externas, dentro de las cuales se encontraba oculto el espíritu del anticristo. Zinzendorf trató de organizar estas sociedades y unirlas a la “unidad de los hermanos moravos”, pero no tuvo éxito.
La predicación de Hochmann von Hochenau en esta época fue un importante medio de avivamiento en la conversión de pecadores y la fundación de iglesias filadelfia. Sus constantes viajes, cuando él era atacado por turbas, encarcelado por las autoridades, pero escuchado en todas partes por inmensas multitudes, llenaron su vida de servicio entusiasta para el Señor y también derramaron bendiciones sobre una cantidad innumerable de sus oyentes. Sus únicos períodos de descanso tenían lugar cuando él se retiraba de vez en cuando a un pequeño refugio que tenía en el bosque de Wittgenstein.
Por lo demás, su amor por todos, especialmente por los judíos, lo apremiaba a viajar y predicar por toda Alemania occidental y del norte.
La predicación de Hochmann fue el medio de la conversión de un joven estudiante de teología, Hoffman, cuyas reuniones, fuera de la Iglesia oficial, contribuyeron a la conversión de Gerhard Tersteegen, quien más tarde se convirtió en un poderoso testigo de Cristo y, quien además, ha ministrado a las generaciones posteriores por medio de sus hermosos himnos.
Jung Stilling (1740–1817), cuya vida y escritos ejercieron una gran influencia, escribió sobre esos tiempos: “En toda la historia de la iglesia no hay un período en que la expectación de la venida del Señor haya sido tan intensa y tan universal como en la primera mitad del siglo recién concluido. Los avivamientos que tuvieron lugar en Halle abrieron el camino; inmediatamente después, siguió la restauración de la “iglesia de los hermanos” mediante Zinzendorf y luego la sociedad mística de Filadelfia en Berleburgo, fruto del cual surgió la Biblia de Berleburgo. Al mismo tiempo aparecieron dos heraldos, Friedrich Roch y Hochmann von Hochenau, luego Gerhard Tersteegen y muchos otros.”
Los llamados valdenses o los anabaptistas, y otros de carácter similar, no fueron reformistas de la Iglesia Católica Romana ni más delante de las Iglesias Luteranas y Reformadas. Su origen se remontaba a tiempos anteriores, y ellos mantuvieron las mismas enseñanzas y prácticas bíblicas primitivas de antes y luego a través de las épocas del auge y progreso delas nuevas hermandades que se desarrollaron posteriormente. Igualmente, los llamados paulicianos, y otros relacionados espiritualmente a ellos, no fueron reformistas de la Iglesia Ortodoxa Griega, sino que la precedieron. Ellos luego fueron contemporáneos con esta, pero siempre aparte de ella.
Sin embargo, hubo otros movimientos que fueron movimientos de reforma, tanto en relación a la Iglesia Católica como a las Protestantes.
Algunos de estos movimientos trataron de influenciar las iglesias a que pertenecían, sin apartarse de ellas, mientras que otros formaron grupos que se separaron o fueron expulsados. De estos surgió “la Reforma” de la Iglesia Católica Romana que dio lugar a la formación de denominaciones protestantes, las cuales representaron los diferentes grados de reforma del Catolicismo Romano.
También hubo intentos de reforma dentro de la Iglesia Católica Romana, como fue el caso de San Francisco de Asís, y varios de los Papas, quienes hicieron esfuerzos genuinos por eliminar los abusos, pero se encontraron con costumbres bien arraigadas y enredos de obligaciones financieras que pudieron más que ellos.
Asimismo, en las Iglesias Luteranas y Reformadas hubo algunos que intentaron la reforma desde dentro, como fue el caso de los pietistas.
Por otra parte, también hubo otros que se separaron de ellas, como fue el caso de los labadistas.
Los “hermanos bohemios” originalmente fueron de una creencia primitiva y valdense, pero cuando Zinzendorf los reorganizó fue en base a aquellas líneas pietistas las cuales tuvieron la tendencia de mantenerlos dentro de las Iglesias oficiales.
Los místicos representan a aquellos que no vieron ninguna posibilidad de regresar al orden de la iglesia primitiva. Por eso se refugiaron en una santificación personal y una comunión con Dios. Se mantuvieron en las asociaciones eclesiásticas en las cuales se encontraban, cuya importancia se reflejaba según las opiniones variadas individuales. Mantuvieron afinidades espirituales con lo mejor del monaquismo, y se vieron tanto en los círculos Católicos como en los protestantes. Ellos se esforzaron por fundar iglesias verdaderas en el tiempo de la Invitación filadelfia.
La desviación de los mandamientos de Cristo y de la doctrina apostólica había sido inmensa, y se había extendido a cada detalle de las enseñanzas de la Escritura. Fue por ello que el largo camino de regreso no fue encontrado de golpe; primero se recuperó una verdad, luego otra.

LA UNIDAD EN LA VERDAD, LA ORACIÓN DEL SEÑOR.

Debido a que estos avivamientos espirituales ocurrían en distintos lugares y épocas, produjeron una cantidad de iglesias que se diferenciaron unas de otras en su historia, esto en la medida que comprendieron la revelación original, y en su regreso a la práctica primitiva. Por esta razón fueron acusadas de multiplicar las sectas, pero en realidad son muchos senderos que conducen de regreso a la primera unidad esa primera unidad que será su unidad final, porque los peregrinos llegarán finalmente a la meta, conforme a la oración del Señor por ellos: “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado” (Juan 17.23).

PERIODO DE INTRUSION DEL RACIONALISMO (1648-1789)

INTRODUCCIÓN AL PERÍODO
Al principio de este período el mundo estaba muy desorganizado. La Guerra de los Treinta Años en el Continente había asolado la mayor parte de los Estados Alemanes, y la continuación de batallas esporádicas proyectaba la miseria de una temprana catástrofe. En Inglaterra la guerra fratricida entre la gente y la casa de los Estuardo terminó dramáticamente en 1649 con la decapitación de Carlos I y la toma del poder por Oliverio Cromwell.
En todo el período el Continente estuvo dominado por Francia, aunque la represión política y religiosa del pueblo puso los fundamentos de la gran revolución al fin del período que quitó a Francia del lugar preponderante entre las naciones. Inglaterra, mientras tanto, se movía hacia la democratización de su monarquía. El Parlamento continuamente recibía más responsabilidades gubernamentales y políticas. El avivamiento de Wesley indudablemente salvó a Inglaterra de una revolución similar a la de Francia.
Durante este período el mundo intelectual se sacudió todas las restricciones tradicionales de sus sistemas teológicos y filosóficos. Debe recordarse que las formulaciones de Francisco Bacon (1561-1626) y René Descartes (1596-1650) dieron nuevo énfasis al racionalismo para interpretar el mundo. Este énfasis fue continuado por Espinosa y Leibnitz.
El empirismo de Juan Locke (1632-1704) tomó una dirección diferente, dando inspiración para el idealismo de Berkeley y el escepticismo de Hume. En este período, Emmanuel Kant (1724-1804) llevó la era de la razón a su cumbre. Al hacer de la mente del hombre el factor dominante en la categorización del mundo de la experiencia, Kant demolió el antiguo racionalismo, pero introdujo un nuevo tipo. El puso las bases para los posteriores sistemas de pensamiento que desarrollaron más completamente la verdad de que el hombre no es simplemente una creatura pensante sino que tiene otras facetas en su naturaleza.

PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS

En este período el estudiante puede ver las sucesivas embestidas del cristianismo contra el racionalismo militante y el escepticismo. En el Continente esto tomó la forma de pietismo. Este movimiento fue muy importante en sus contribuciones inmediatas, y también en su influencia sobre el avivamiento, tanto en América como en Inglaterra el siguiente siglo. El tema dominante en el cristianismo inglés de este periodo era el avivamiento wesleyano.
Cada parte de la vida inglesa fue bendecida por él, y la ascensión de Inglaterra a un lugar dominante en los asuntos del mundo el siguiente siglo, radica en gran parte en el carácter salvador de este avivamiento, tanto en la vida social como en la política. El gran despertar en las colonias americanas, evidentemente encendido por los antecedentes pietistas, hizo mucho para poner los fundamentos en la vida religiosa y política del nacimiento de la nueva nación.

EL CRISTIANISMO DE LAEUROPACONTINENTAL

La Paz de Westfalia de 1648 marcó el fin del período conocido como la Reforma Protestante. Las principales naciones europeas durante la Reforma eran Inglaterra, España, Francia, y Suecia, con el vagamente confederado Santo Imperio Romano, y los amenazadores turcos en el sudeste de Europa para completar el cuadro. Estaban empezando a desarrollarse nuevas naciones: Austria, Brandemburgo-Prusia, Holanda, y Rusia. El propósito de este capítulo es trazar el cristianismo sobre el Continente desde el fin de la Reforma hasta la Revolución Francesa. Inglaterra será considerada en un capítulo separado.

EL FONDO POLÍTICO

Debe recordarse que Francisco I de Francia y Carlos V de España pelearon intermitentemente durante la Reforma, y, sin intención, contribuyeron grandemente al éxito de los protestantes. Estas guerras no eran incidentales. Las aspiraciones nacionales surgieron abruptamente en el siglo XVI. El antiguo orden estaba cambiando. El imperio estaba decadente, y aunque intuían su destino, cada uno de los diversos estados se esforzaba vigorosamente por conseguir ventaja en el nuevo orden.
Aunque España, mediante el descubrimiento colonial y la antigua centralización era el poder dominante en el período de Reforma, la hegemonía pronto pasó a Francia. Un siglo de guerras agotadoras, una fatal debilidad para mantener una fuerte sucesión a su trono; la incapacidad de explotar su imperio colonial, derribaron a España de su alto puesto. Por otra parte, el rey Luis XIV de Francia (1643-1715) era un hombre astuto y opresivo que había gobernado lo suficiente para llevar a cabo un extenso y enérgico programa de agresión y expansión.
El Santo Imperio Romano, factor tan potente durante la Reforma, declinaba rápidamente. La decadencia política y el estancamiento económico se combinaron para derribar este imponente edificio medieval y entregar sus oportunidades y deberes a los estados alemanes individuales, principalmente Bavaria, Sajonia, Hanover, Austria y Brandemburgo-Prusia. Italia permaneció dividida en pequeños estados.
Los turcos también dejaron pronto el principal escenario de los acontecimientos. Una vez más en la última mitad del siglo XVII, los ejércitos de los turcos amenazaron Viena, como lo habían hecho durante los años de la Reforma, pero después de esto la marea se calmó. También Suecia, después de un breve período de gloria mediante la obra de Gustavo Adolfo (1611-32), fue derrotada por la coalición de sus enemigos, en 1709.
Esta fue la edad dorada de la República Holandesa, por un tiempo la más indiscutida de los mares. En este período también el gigante ruso empezó a moverse. Pedro el Grande (1689-1725) inició la occidentalización de la nación, y bajo Anna (1730-40) y Catalina la Grande (1762-96) Rusia acumuló considerable territorio y se movió a un lugar más grande en la familia europea de naciones.

IGLESIA CATÓLICA ROMANA

El nuevo espíritu nacionalista que arrastraba al mundo demandó completo control del estado. La Iglesia Católica Romana, por otra parte, reclamaba la inmediata fidelidad del clero y el pueblo. La substitución del poder del imperio medieval por el de los estados individuales significaba la agotadora repetición del conflicto entre los poderes que se sobreponían unos a otros.
La contienda entre el imperio universal y la iglesia universal fue reemplazada por la batalla entre muchos fuertes estados nacionales y la Iglesia Romana militante. En el continente esto fue particularmente cierto respecto a Francia y Austria. En Francia Luis XIV (1643-1715) consiguió absoluta autoridad, y poco después, María Teresa (1740-80) de Austria se esforzó por el mismo ideal.
La historia principal de la Iglesia Romana entre 1648 y 1789 fue la interacción entre los objetivos eclesiásticos y diplomáticos de Francia y Roma. La actitud religiosa de Luis XIV estaba gobernada por sus objetivos nacionalistas del momento, porque aparentemente él tenía poca convicción religiosa. En 1682 él obligó al clero católico romano de Francia a emitir lo que es conocido como los Artículos Galos, una consolidación directa de los intereses nacionales, al limitar al papa a las cosas espirituales únicamente, y al poner toda la autoridad espiritual final en manos de concilios ecuménicos.
El papa, Inocente XI (1676-89) fue uno de los pontífices más capaces y escrupulosos de todo el período, pero él vio al instante la naturaleza subversiva de esta legislación y la combatió acremente. De hecho, era tan grande su odio por Luis XIV de Francia que él podía haber consentido en el derrocamiento del rey católico Jaime II de Inglaterra, en parte por la amistad de Jaime con Luis XIV.
El sucesor de Inocente, Alejandro VIII (1689-91), trató de concertar un compromiso con Luis, pero no tuvo éxito. Sin embargo, el siguiente papa, Inocente XII (1691-1700), encontró a Luis de un humor más tratable, y en correspondencia a favores del papa, el rey francés permitió que sus obispos desaprobaran los Artículos Galos.

PERSECUCIÓN DE LOS HUGONOTES.

Debe recordarse que los hugonotes (calvinistas franceses) habían recibido la promesa “perpetua e irrevocable” de ciertas libertades según el Edicto de Nantes (1598). La Iglesia Romana consideraba esta tolerancia como deplorable, y trabajó continua y efectivamente para socavarla. Los soberanos católicos de Francia durante la mayor parte del siglo diecisiete fueron acremente hostiles a los hugonotes y esperaron solamente la oportunidad de destruirlos. En el terreno de la política práctica los hugonotes mejoraron su situación al apoyar al gobierno en medio de las sublevaciones populares, y recibieron a su vez las alabanzas de Luis XIV.
En 1656 el clero católico protestó con Luis XIV por los privilegios concedidos a los hugonotes. El rey mostró su verdadera desconfianza de los hugonotes votando contra ellos, particularmente después de 1659. La persecución empezó, y fue tan malvada como podía ser, tramada por la perversidad del absolutismo Borbón combinada con el carácter vengativo del fanatismo jesuita.
En octubre de 1685, el Edicto de Nantes, el título original de libertad de los protestantes franceses, fue revocado con las mismas palabras sin significado que la habían producido: un “edicto perpetuo e irrevocable”.
Todas las casas de culto protestante debían ser destruidas y las escuelas abolidas, todos los servicios religiosos suspendidos, y todos los ministros protestantes debían dejar Francia en quince días. Si los ministros protestantes se hacían católicos, continuarían, con un substancial aumento de sueldo y otros beneficios específicos. La tortura, la prisión, y las galeras se convirtieron en la regla. Más de un cuarto de millón de hugonotes huyeron de Francia, pese a los guardas fronterizos apostados para detenerlos.
Como resultado, Francia perdió tal vez una cuarta parte de sus mejores ciudadanos; los que se quedaron violaron su conciencia, y sus hijos fueron criados como escépticos o verdaderos incrédulos; la Iglesia Católica Romana establecida desvergonzadamente explotó al estado y al pueblo de tal modo que el primer golpe fuerte de la Revolución Francesa un siglo después, fue dirigido a la iglesia, y la monarquía se volvió tan imperiosa con los derechos de la gente que se pusieron los fundamentos para la gran catástrofe.

PERSECUCIÓN DE LOS JANSENISTAS.

Los jansenistas recibieron su nombre de su fundador, Cornelio Jansen, obispo católico (1585-1638), que veneraba el sistema teológico de Agustín. Agustín, como se recordará, exaltaba la soberanía de Dios en todas las áreas de gracia y salvación. Los jesuitas, por otra parte, eran en su mayor parte pelagianos, y hacían hincapié en la capacidad del hombre para ayudar en la transacción redentora.
Después de la muerte de Jansen en 1638, sus amigos publicaron su obra maestra teológica, que encomiaba el sistema agustiniano. Naturalmente, los jesuitas hicieron cuanto pudieron por lograr que el papa condenara esta obra. Todo el asunto se convirtió en una prueba entre los jesuitas y sus enemigos. En 1653 el papa condenó cinco proposiciones que aparentemente contenían la médula de los conceptos de gracia de Jansen.
Prominentes dirigentes, como Blas Pascal y Antonio Arnauld se alinearon en el lado jansenista. El papa Alejandro VII y Luis XIV se unieron para pedir a los jansenistas que se conformaran. La persecución y la coerción continuaron por más de medio siglo, y finalmente arrasaron virtualmente el jansenismo francés, aunque sobrevivió en los Países Bajos. El significado de esta controversia descansa en el hecho de que representa la condenación católica romana de las enseñanzas de Agustín, uno de sus padres antiguos, y una victoria para las ideas pelagianas de los jesuitas. El sinergismo del sistema católico romano es más favorable para el pelagianismo que para el agustinianismo.

PERSECUCIÓN DE LOS SALZBURGUENSES.

En las áreas montañosas de la Austria superior, la gente inaccesible a la regimentación, había sido seguidora por largo tiempo, de las doctrinas evangélicas. Los valdenses, los husitas, los luteranos, y los anabautistas, tenían discípulos allí. Exteriormente la mayoría de la gente se conformaba a la Iglesia Católica Romana, pero se reunía secretamente para cultos evangélicos.
Por el tiempo de la Paz de Westfalia (1648) muchos se habían convertido en adictos luteranos. Puesto que el tratado wesfaliano estipulaba que los luteranos en el territorio de un príncipe católico tenían el derecho de emigrar pacíficamente, los protestantes de Europa se disgustaron cuando las congregaciones del territorio del obispo de Salzburgo fueron rudamente encarcelados por su fe. El arzobispo murió muy oportunamente y cesaron tanto las persecuciones como el furor.
En 1728, sin embargo, fue nombrado un nuevo arzobispo que juró que destruiría a los herejes. La persecución empezó otra vez, y en 1731 cerca de veinte mil luteranos fueron echados del país en medio del invierno. La mayoría fue a Prusia, donde fueron recibidos con gusto.

SUPRESIÓN DE LOS JESUITAS.

La orden jesuita fue probablemente el partido más influyente en la Iglesia Romana durante el primer siglo después que Loyola fundó la sociedad. Su organización firmemente unida, sus objetivos muy bien definidos, su ética oscilante, y su celo arrollador, los pusieron rápidamente al frente, pero esas mismas características también les trajeron enemistad de muchas partes.
En los primeros años del siglo XVIII, los dominicanos acusaron a Los jesuitas de permitir que en China los chinos continuaran adorando ídolos paganos con una delgada capa de vocabulario cristiano. En 1721 uno de los hombres que los jesuitas habían quitado de sus puestos en Portugal, fue elegido papa y tomó el nombre de Inocente XIII (1721-24).
Inmediatamente retiró a los jesuitas el derecho a dirigir la obra misionera en China, y casi abolió la orden enteramente. Benito XIV (1740-58) también condenó las bárbaras prácticas de los jesuitas en los campos misioneros. Clemente XIII (1758-69), un firme partidario de los jesuitas, dio el golpe final con la emisión de dos bulas que alababan la orden jesuita. Portugal ya había echado a los jesuitas en 1759; Francia hizo lo mismo en 1764, y en 1767 España y Sicilia tomaron la misma acción.
La tormenta de protestas contra el apoyo papal de los jesuitas trajo como resultado la elección, en 1769, de un papa anti-jesuita, Clemente XIV (1769-74). Francia, España y Nápoles demandaban la supresión de los jesuitas como condición para continuar sus relaciones con el papado.
Después de varios pasos preliminares, Clemente abolió la sociedad jesuita en 1773, en un lenguaje vitriólico. Ningún protestante los ha condenado nunca más inequívocamente. Federico de Prusia, un luterano, y Catalina de Rusia, una católica griega, dieron refugio a los jesuitas con la esperanza de beneficiarse con el resentimiento jesuita. La restauración vino cuarenta y un años después.

LA TORMENTA PRÓXIMA.

Un vistazo a la historia de los papas durante este período nos muestra que en el siglo XVIII ellos enfrentaron un mundo hostil. La amarga rivalidad con el nacionalismo y el intercambio de golpes con el protestantismo da cuenta sólo en parte de su lucha; la otra parte vino de lo que ha sido llamado la Ilustración. El primer entusiasmo de descubrir un mundo ordenado, uno que opera sobre bases de leyes fijas y determinables, fue casi incontrolable. En la mente de muchos, la autoridad se había cambiado de un Dios soberano a un hombre pensante, que era la medida de todas las cosas. Con la irrupción de la revolución en Francia, la Iglesia Católica Romana y el cristianismo en general fueron considerados como enemigos de los derechos humanos y opositores de las más altas realizaciones del género humano.

LA IGLESIA LUTERANA

Las tierras luteranas sufrieron lo más reñido de la guerra que terminó en
1648. Los terribles resultados de esta guerra empobrecieron estos estados alemanes por un siglo. La población masculina fue diezmada, y la constante marcha de ejércitos que vivían fuera de la tierra produjeron la devastación, tanto de los enemigos como de los aliados.

CONTROVERSIAS DOCTRINALES.

Las ásperas controversias entre los luteranos, después de la muerte de su fundador, apenas subsistieron hasta antes del estallido de la Guerra de los Treinta Años en 1618. La guerra detuvo parcialmente gran parte de la disputa teológica, pero el torrente de palabras iracundas pronto explotó otra vez. Esta vez empezó con Jorge Calixto (1586-1655), un descendiente espiritual del partido de Felipe Melanchton. La preparación y experiencia de Calixto lo hicieron apto para desempeñar este puesto. Mediante largos viajes y diversos estudios él aprendió a apreciar a otros grupos cristianos.
Para 1630 empezó a disminuir distintivamente las doctrinas luteranas y a sugerir planes para la unión cristiana. Su adversario fue Abraham Calovio (1612-86), cuyo temperamento y preparación le inspiraban una fuerte lealtad al confesionalismo luterano y lo hacían aborrecer todo lo que Calixto defendía. Esta controversia, que anunciaba una división similar pero menos amarga entre los luteranos americanos, envolvió mucho de la vitalidad y atención del luteranismo continental de este período.

PIETISMO.

Dentro del luteranismo, un fruto de la depresión económica y de las condiciones religiosas que siguieron a Westfalia fue un intento de traer una renovación vital del cristianismo práctico. El pietismo representa una reacción contra el rígido escolasticismo intelectual y un esfuerzo para volver a los principios bíblicos. No era un movimiento aislado. Inglaterra tenía una especie de contraparte en sus avivamientos puritanos y wesleyanos. Los dirigentes del pietismo entre los luteranos fueron Felipe Jacob Spener (1635-1705) y Augusto Herman Francke (1663-1727).
Spener fue el iniciador, aunque Francke llevó el movimiento a su más grande éxito. Ninguno de estos hombres deseaba separarse de la iglesia luterana, sino reformarla desde adentro. Como pastor de Frankfort en 1666, Spener vio la diferencia entre el verdadero cristianismo del corazón y la mera aceptación formal e intelectual de doctrina que caracterizaba la vida de la iglesia circundante. El introdujo en su iglesia clases de Biblia y oración en un esfuerzo por revitalizar el vivir cristiano.
En 1675 publicó una obrita titulada Deseos Piadosos, que instaba al cristianismo a ser más personal, escriturario, práctico, y amante. Los hermanos luteranos acusaron a Spener de inclinarse a las doctrinas calvinistas y de separarse de la fe luterana.
Francke siguió adelante con su obra. Tuvo una experiencia de conversión en 1688 y se volvió fuertemente evangelista y piadoso. Su obra más grande la hizo en la Universidad de Halle. Mientras estuvo allí tradujo el cristianismo en una manera práctica de vivir, fundando un orfanato y dando oportunidades educativas para miles de muchachos, desde la escuela elemental hasta la universidad.
De este centro surgieron las primeras vislumbres del movimiento misionero moderno cuando en 1705 proveyó los primeros misioneros para la misión danesa en la India. De igual manera, Enrique M. Muhlenberg, probablemente el luterano americano antiguo más sobresaliente, vino de Halle en 1742.
Además, la obra de Spener y Francke produjo la fundación de los Hermanos Moravos. El conde Nicolás Ludwig von Zinzendorf (1700-60) fue criado por su abuela pietista y recibió su educación elemental en la institución de Francke en Halle. El permitió que dos familias de Hermanos Bohemios se establecieran en su estado en Sajonia. Interesado, se unió a su grupo y asumió la dirección. Es interesante notar que él consiguió sucesión episcopal tanto de fuentes luteranas como de reformadas.
Zinzendorf deseaba establecer una asociación cristiana de todos los verdaderos cristianos de todas las iglesias. Fue desterrado de Sajonia por las autoridades del estado en 1736, y aprovechó la ocasión para visitar a los Hermanos Moravos, como se llamaba su grupo, en Inglaterra y América. En 1742, para su gran disgusto, su comunidad en Sajonia se organizó como iglesia separada durante su ausencia. A él se le permitió regresar a su hogar en 1749. El celo y la actividad misionera de los Hermanos Moravos fue muy pronunciada durante el siglo XVIII.
Más allá de su propia vida organizada, el pietismo tenía considerable influencia. Le dio un énfasis renovado al estudio de las Escrituras y exaltó el lugar de la experiencia de conversión. Como reacción contra sus conceptos, algunos de sus oponentes prepararon el camino para el racionalismo.

RACIONALISMO.

Durante el período medieval los filósofos cristianos habían batallado con el asunto de la relación entre la razón humana y la revelación divina.
Particularmente cuando la razón parecía estar en conflicto con alguna área de revelación este problema se volvía agudo. Muchos cristianos consideraban que la síntesis de Tomás de Aquino establecía la relación apropiada. Aquino tomó la postura de que la razón debe ir tan lejos como pueda, formando una base para el conocimiento, y que la revelación debe completar entonces la estructura, proveyendo así en un sentido un coronamiento o una terminación del todo.
Otras fuerzas, sin embargo, continuaban levantando el problema original. Entre otras cosas, el Renacimiento abrió nuevos mundos de saber y comprensión para los hombres. Además, durante los pasados siglos XV y XVI el movimiento conocido como humanismo volvió a los hombres crecientemente hacia la fe en sus poderes racionales. En un sentido la misma reforma protestante al combatir la superstición y apelar al razonamiento de los hombres y también al formular confesiones racionales y debatir sobre doctrina., contribuyó al giro hacia la razón. Algunos dirigentes de la Reforma exaltaban la razón humana y atenuaban drásticamente el campo de lo sobrenatural, pero generalmente la lucha era en los términos con respecto a lo sobrenatural básico.
En este período, sin embargo, la acometida contra lo sobrenatural a favor de un racionalismo radical se hizo crítica. Por extraño que parezca, el ataque más severo fue indudablemente lanzado por uno que estaba esforzándose por proteger al cristianismo contra el deísmo de Inglaterra y el escepticismo de Francia. Cristián Wolff (1679-1754) fue criado en la tradición de los filósofos Descartes y Leibnitz, que insistían en que toda verdad es factible de clara demostración y básicamente es armoniosa.
Wolff trataba de traer todos los conceptos filosóficos a una auto evidencia y a una claridad incontrovertible, y después se volvió a la teología con el mismo propósito. Al creer que podía hacerlo así, afirmó que las doctrinas cristianas debían ser factibles de demostración con tanta claridad como las proposiciones matemáticas. Esto dejaba a la revelación completamente bajo el imperio del razonamiento humano. A menos quelas doctrinas reveladas fueran completamente demostrables a satisfacción de la mente, eran indignas de crédito.
Por causa de estos conceptos Wolff fue echado de su profesorado de filosofía en la Universidad de Halle, pero fue restaurado por el gobernador prusiano, Federico el Grande. El liberalismo y el escepticismo estaban ampliamente esparcidos por toda Alemania. La Iluminación, como era llamado el movimiento, gobernó casi supremamente en Alemania por todo este período. La revelación llegó a ser casi sin significado.
La demostración racional únicamente era aceptable en la enseñanza de la doctrina cristiana. El curioso sistema religioso de Emanuel Swedenborg (1688-1772) y su iglesia Nueva Jerusalén fueron un resultado directo de este fondo, al intentar él justificar el mundo espiritual al mostrar su correspondencia con el orden natural.
Este movimiento racional alcanzó su cumbre en Emanuel Kant (1724- 1804). Aunque con frecuencia llamado el padre del racionalismo alemán, él introdujo algunos elementos que se desviaban de una interpretación estricta y final de toda la vida. El demolió la idea de Wolff de que todas las verdades deben ser demostrables con ideas claras, y aunque insistía en que la existencia de Dios no puede ser probada objetivamente, no obstante en su Crítica de la Razón Práctica introdujo un imperativo moral en la vida que sugería un gobernador moral del universo. Todo su sistema, sin embargo, descartaba la revelación sobrenatural y hacía de la razón del hombre el criterio final de la verdad. Este período de la vida luterana se cierra con un fuerte racionalismo y un escepticismo religioso esparcido por los estados alemanes.

CALVINISMO

El sistema de teología de Calvino era más auto consistente que el de Lutero, y como consecuencia, hubo muy pocas controversias internas en el siglo que siguió a la muerte de Calvino. Las controversias que se desarrollaron fueron de la naturaleza de revuelta radical contra todo el sistema en vez de desacuerdo con una sola faceta. Un breve vistazo del calvinismo de este período se puede hacer siguiendo un plan geográfico.

SUIZA.

Se recordará que Calvino empezó su movimiento en Ginebra, por el año 1534. Después de la muerte de Calvino en 1564, su discípulo Teodoro Beza enseñó la predestinación aún más rígidamente. El movimiento no fue muy afectado por la Guerra de los Treinta Años. Sin embargo, el desarrollo del liberalismo teológico, junto con el escepticismo alemán y francés que rodeaban el área, socavaron grandemente la fe de los calvinistas suizos después de 1750.

LOS PAÍSES BAJOS.

La controversia arminiana del período anterior había disminuido gradualmente. A los disidentes se les permitió en su mayor parte regresar y propagar sus conceptos. En este período vivieron dos teólogos sobresalientes. Hugo Grocio (1583-1645), con frecuencia llamado el fundador del derecho internacional, sintió la mano persecutora del calvinismo extremo. A él se le recuerda por su teoría del sacrificio de Cristo en términos de la vindicación de la majestad del gobierno de Dios.
El otro dirigente fue Juan Coccio (1603-69), probablemente el erudito de la Biblia más sobresaliente de esta área. Coccio popularizó la idea de los pactos: el pacto de las obras con Adán, que fracasó. Dios hizo un nuevo pacto de gracia en Cristo. A mediados del siglo XVIII, el calvinismo holandés también era afectado adversamente por el deísmo, el escepticismo y el racionalismo. La Iglesia Holandesa Reformada fue llevada a América en 1628.

LOS ESTADOS ALEMANES.

La Paz de Westfalia reconoció al calvinismo con iguales derechos civiles y eclesiásticos que el catolicismo romano y el luteranismo. Como se ha sugerido antes, sin embargo, la Iglesia Católica Romana intentó vigorosamente recatolizar a tantos estados alemanes como pudiera alcanzar, y tuvieron éxito al reemplazar al calvinismo en algunas áreas. La Iglesia Alemana Reformada también fue afectada grandemente por el materialismo y el escepticismo en el siglo XVIII. Algunos de sus miembros emigraron a América en 1746.

FRANCIA.

Francia había estado peleando constantemente (usualmente con España y los Hapsburgo) desde los primeros días de la Reforma. La Guerra de los Treinta Años dio una victoria casi más allá de los sueños de los primeros reyes. Francia se convirtió en el poder principal del Continente. Durante el largo reinado de Luis XIV (1643-1715), su meta principal fue establecer el absolutismo real sobre la base de nombramiento divino. El desarrolló una concienzuda organización, un fuerte ejército, y una corte meticulosamente leal. Sus extravagancias echaron grandes cargas sobre el pueblo. Tenía un altísimo concepto de su oficio que no admitía rivalidad.
Hizo todo lo que pudo por destruir el calvinismo. Después de la revocación del Edicto de Nantes en 1685, los calvinistas huyeron a las montañas Cevennes y organizaron guerrillas de combate contra los católicos. Por un siglo la persecución de calvinistas continuó intermitentemente. Los nombres sobresalientes que se han preservado de este período son los de Antonio Court, el restaurador de la Iglesia Reformada de Francia, y Pablo Rabaut, el apóstol del desierto. Los últimos años de este período trajeron alguna tolerancia mediante los esfuerzos de Roberto Turgot.

COMPENDIO FINAL

Durante este período la controversia sobre el pietismo y el sincretismo dividió a los luteranos y alentó el racionalismo. El escepticismo resultante afectó adversamente tanto a los luteranos como a los movimientos reformados (calvinistas) en todas partes de Europa. La persecución católica romana contribuyó a las miserias del período y desvió a muchos hacia el escepticismo y la revolución.
La organización jerárquica de la Iglesia Católica Romana previno mucho de la influencia racionalista radical que agostó al protestantismo. Los conflictos internos produjeron la supresión de los jansenistas y los jesuitas, y la persecución de los protestantes se hizo general y malvada.
Políticamente, la Iglesia Romana hizo la paz con los diversos estados, en particular con Francia, el poder más fuerte del Continente.
Otros grupos pequeños, tales como el de los menonitas, continuaron en este período, pero esa historia no puede ser narrada aquí.

CRISTIANISMO INGLES

La historia del cristianismo inglés de este período está íntimamente relacionada con la historia política por causa de la unión de la iglesia y el estado. Al fin del período anterior Carlos I (1625-49) había sido decapitado por Cromwell para instituir lo que ha sido llamado el período del Commonwealth (1649-60). Un parlamento presbiteriano se había vuelto tan intolerante que Cromwell purgó su cuerpo de miembros y promovió su propia organización parlamentaria.

LA IGLESIA DE INGLATERRA

Durante el Commonwealth (1649-60). Después de la decapitación de Carlos I, Cromwell se enfrentó con la oposición armada de Escocia e Irlanda que reconocían a Carlos II como el legítimo rey de Inglaterra. Sin embargo, con sus ejércitos bien entrenados, Cromwell venció las porciones de la nación que favorecía a Carlos II y en 1653, después de despedir el Parlamento, se declaró Lord Protector de Inglaterra. El Parlamento Presbiteriano había quitado a la Iglesia de Inglaterra el apoyo del gobierno en 1641 y subsecuentemente había puesto al presbiterianismo en esa posición favorecida.
Cromwell alteró esta situación al estipular que todos los ministros aceptables debieran ser mantenidos por el estado. Como un medio de determinar cuáles ministros eran aceptables, instituyó un Comité de Examinadores para probar a los ministros que solicitaran el mantenimiento del estado. Los conceptos de doctrina y política nunca debían ser discutidos para determinar quién era apto para el empleo; solamente el carácter de uno como un hombre piadoso, y la capacidad para comunicar las verdades religiosas, eran tomadas en consideración. En su mayor parte, la tolerancia religiosa se estipuló para todos, excepto para católicos romanos y antitrinitarios.

CARLOS II (1660-85) Y JAIME II (1685-88).

Después de la muerte de Oliverio Cromwell en 1658, hubo una reacción en favor de restaurar la casa de los Estuardo al trono de Inglaterra. La tradicionalmente mala memoria del pueblo había olvidado la indescriptible tiranía de Carlos I, pero recordaba la aspereza de los presbiterianos y la autoridad despótica de Cromwell. Tal vez también la promesa de Carlos II de libertad religiosa para las conciencias sensibles hizo que muchos se volvieran hacia él.
Después de su restauración al trono, Carlos se encontró con que había prometido más de lo que podía dar. El partido de la Iglesia de Inglaterra todavía estaba atrincherado en una posición poderosa y no perdió tiempo para tomar al nuevo rey de la mano. Además, casi antes de que Carlos fuera puesto como rey, Tomás Venner y un grupo de fanáticos inclinados al milenarismo, conocido como Los Hombres de la Quinta Monarquía, protagonizaron una rebelión en un intento de arrebatar el trono a Carlos y establecer un reino para el regreso de Cristo. Fueron rechazados sin gran dificultad, pero ciertamente influyeron en el rey contra todos los disidentes.
La Iglesia de Inglaterra (el episcopado) fue establecida una vez más en 1660, y ese año empezó otra vez la persecución contra todos los disidentes. Cinco leyes fueron aprobadas:
A. La Ley de Corporación de 1661 excluía a todos los disidentes de tomar parte en el gobierno local de Inglaterra al ordenarles participar de la Cena en la iglesia establecida, repudiar la Liga Solemne y el voto del Pacto, y jurar no tomar las armas contra el rey.
B. La Ley de Uniformidad de 1662 ordenaba que todo ministro creyera y siguiera el Libro de Oración Común en sus servicios. Fuera de aproximadamente diez mil pastores de la Iglesia de Inglaterra en este tiempo, hubo dos mil que fueron quitados de los púlpitos por no estar dispuestos a someterse. Los mismos requisitos fueron prescritos para todos los maestros de escuelas públicas o privadas.
C. La Ley del Conciliábulo de 1664, dirigida especialmente a los bautistas, prohibía todas las reuniones religiosas de disidentes.
D. La Ley de las Cinco Millas de 1665 prohibía que los ministros disidentes se acercaran menos de cinco millas a cualquier ciudad o pueblo o a cualquier parroquia donde hubieran ministrado.
E. La Ley de Prueba de 1673 fue dirigida particularmente a los católicos romanos.
Carlos había emitido la Declaración de Indulgencia en 1672, en un esfuerzo por eximir a los católicos del efecto de algunas de estas leyes, pero en un desafío directo a la corona, el Parlamento aprobó la Ley de Prueba, que excluía a los católicos de todo puesto civil y militar al ordenarles como prerrequisito para tales oficios la condenación de la doctrina de la transubstanciación, y la participación en la Cena en la iglesia establecida.
Aunque algunas de estas leyes fueron dirigidas a grupos específicos, todas ellas produjeron gran aflicción a los presbiterianos, congregacionalistas, bautistas, cuáqueros, y católicos romanos.
En su lecho de muerte Carlos II fue recibido en la Iglesia Católica Romana y su hermano Jaime II (1685-88) ya católico romano activo, lo sucedió en el trono a pesar de la Ley de Exclusión que el Parlamento había aprobado en un esfuerzo por impedir que un católico romano asumiera la corona. Sin tardanza alguna Jaime intentó ayudar a los católicos romanos.
En 1687, sin aprobación del Parlamento, publicó una Declaración de Indulgencia, concediendo libertad de conciencia y libertad de culto a todos sus súbditos. Jaime también liberó a los católicos de la obligación de la Ley de Prueba de 1673. Por 1688 Jaime publicó otra vez su declaración de Indulgencia, y ordenó que fuera leída en todas las iglesias de Inglaterra. Siete obispos rehusaron hacerlo y fueron juzgados de sedición. Fueron absueltos, en medio del regocijo general.
El nacimiento de un varón en el hogar de Jaime, mientras tanto, produjo temor general de que el catolicismo se plantara firmemente en el trono inglés. El mismo día que los siete obispos fueron absueltos, junio 29 de 1688, siete miembros dirigentes del Parlamento invitaron a Guillermo de Orange, gobernador de los Países Bajos y protestante, yerno de Jaime II, a tomar el trono de Inglaterra.
En parte porque Guillermo pensaba que su esposa era la legítima soberana de Inglaterra, y en parte como un medio de atajar el poder continental católico romano. Guillermo consintió en aceptar el trono, y en noviembre de 1688, con poca resistencia, invadió Inglaterra y consiguió la corona. El Parlamento regularizó su igualdad en el trono con su esposa María.
En coincidencia con esto, el Parlamento declaró que los católicos romanos, y los que estuvieran casados con católicos romanos, no pudieran jamás llevar la corona inglesa; que todos los católicos fueran privados de cualquier posesión eclesiástica que pudieran tener; y que a ningún católico se le permitía acercarse menos de diez millas de Londres.

GUILLERMO Y MARÍA (1688-1702) Y ANNA (1702-14).

Una de las primeras acciones del nuevo soberano fue aprobar la Ley de Tolerancia (1689). Esta aliviaba a los disidentes de la mayoría de las leyes persecutorias de Carlos II, aunque todavía pasaba por alto muchas prohibiciones por la influencia del sentimiento popular. Los católicos y los socinianos seguían proscritos. Los disidentes tenían pocos derechos políticos y todavía eran obligados a mantener al clero anglicano.
Algunos de los obispos no estaban dispuestos a jurar lealtad a Guillermo y María, y protestaban que la línea Estuardo (Jaime II) estaba divinamente instituida en el trono inglés. Nueve obispos y otros clérigos se rehusaron afirmar el juramento y fueron llamados el clero no juramentado. Huyeron a Escocia y mantuvieron una sucesión independiente hasta 1805.
La reina Anna (1702-14) tomó su puesto en un período en que el Parlamento estaba tratando tolerantemente a los disidentes, pero un suceso el quinto año de su reinado levantó su ira contra la disensión. En 1707Escocia se unió oficialmente con Inglaterra con la admisión de cinco escoceses (presbiterianos) en la Casa de los Lores, y de cuarenta y cinco en la Casa de los Comunes.
Esto, con otras leyes planeadas por un Parlamento tolerante para conciliar a los disidentes, llevó a una reacción violenta entre los dirigentes de la iglesia establecida. En 1709 Enrique Sacheverell predicó un feroz sermón contra la tolerancia. El Parlamento lo enjuició inmediatamente y lo castigó por calumnia. Los anglicanos se encolerizaron, y por su influencia se eligió un Parlamento reaccionario en 1710. La reina Anna favoreció la represión de la disensión, y por 1714 se prepararon severas leyes contra los disidentes. Su muerte puso fin a este movimiento.

LA LÍNEA HANOVER (1714 - HASTA EL FIN DEL PERÍODO).

Mediante la legislación del Parlamento, Jorge I (1714-27) fue traído de uno de los Estados Alemanes como el pariente más cercano a la reina Anna. El y sus sucesores, Jorge 11(1727-60) y Jorge III (1760-1820), siguieron la política general de tolerancia establecida por Guillermo y María.
Fue bajo el último de los tres que la colonia inglesa en América protestó por la obligación de pagar impuestos sin tener representación y ganó la independencia. La Iglesia de Inglaterra fue influida grandemente por el avivamiento wesleyano de este período, un movimiento que se discutirá en las siguientes páginas.

LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA EN INGLATERRA

Debe recordarse que Carlos I (1625-49) favoreció el romanismo y se casó con una católica romana. Su derrocamiento y ejecución introdujo un período de estricta persecución para los católicos romanos. Cromwell fue tolerante con la mayoría de los grupos, pero específicamente exceptuó a los católicos romanos de su favor. Carlos II (1660-85) personalmente fue favorable a los católicos romanos, pero fue incapaz de ayudarlos por causa del sentimiento general contra ellos en Inglaterra. El se unió a la Iglesia Romana en su lecho de muerte.
Jaime II (1685-88) vigorosamente siguió una política en favor de los católicos romanos, que fue la causa de su expulsión del trono inglés y la declaración de que ningún católico romano debería llevar la corona inglesa. Los católicos romanos estaban exceptuados de la Ley de Tolerancia de 1689, y su movimiento era rigurosamente perseguido. Por todo el período el catolicismo también fue vigorosamente reprimido en Irlanda. El gobierno de los Hanover no trajo alivio a los católicos de Inglaterra, aunque el prejuicio contra ellos ya estaba muriendo para el tiempo de la Revolución Francesa. El Luteranismo En Inglaterra El luteranismo no obtuvo ningún terreno en Inglaterra.

EL CALVINISMO EN INGLATERRA

El calvinismo habiendo aparecido en Inglaterra bajo las diversas formas de presbiterianismo, congregacionalismo, independentismo, o sencillamente puritanismo, dentro de la iglesia establecida, estaba al control de Inglaterra al fin del período anterior. Una asamblea eclesiástica de Escocia e Inglaterra, compuesta principalmente de calvinistas, estaba preparando lo que llegó a ser conocido como la Confesión de Fe de Westminster, una de las confesiones cristianas modernas más influyentes, no sólo en su relación con los presbiterianos, sino en su modificación en las formulaciones básicas de confesiones de fe congregacionalistas y de algunos bautistas también.
La intolerancia presbiteriana, sin embargo, se hizo insufrible. Sus severas leyes, desarrolladas en el comparativamente breve período de control parlamentario, estipulaban la pena de muerte para los errores en doctrina.
En 1648 Cromwell limpió el Parlamento, arrebatándolo del control presbiteriano. Muchos presbiterianos se hicieron pastores de las iglesias del estado bajo el régimen de Cromwell. Como todos los disidentes del establecimiento episcopal, sufrieron considerablemente la legislación persecutoria bajo Carlos II, y se regocijaron con la venida de la tolerancia en 1689. El unitarismo, sin embargo, hizo grandes incursiones dentro del presbiterianismo inglés en el siglo XVIII.
Los presbiterianos de Escocia, mientras tanto, fueron obligados a separar su iglesia del estado, bajo la política de restauración de Carlos II en 1661.
El gobierno eclesiástico de tipo episcopal usado por la Iglesia de Inglaterra fue restablecida. Los presbiterianos escoceses se irritaron bajo el látigo de la persecución. Un pequeño grupo se reunió y firmó un convenio de continuar la lucha contra el episcopado. De un dirigente, Ricardo Cameron, tomaron uno de sus nombres, los cameronianos.
También son conocidos como los pactantes y los presbiterianos reformados. Aunque comparativamente pocos, pudieron sobrevivir a la maligna persecución que siguió. Bajo la Ley de Tolerancia de Guillermo y María (1689), el presbiterianismo fue restaurado al mantenimiento estatal.
En la primera mitad del siglo XVIII tuvieron lugar dos pugnas en Escocia. Una fue contra las incursiones del socianismo y el deísmo, los que lograron grandes conquistas de los presbiterianos escoceses. La otra fue contra el patrocinio seglar. En 1711 la reina Anna restauró el principio del patrocinio seglar, que permitía que los feligreses influyentes gobernaran el nombramiento de los ministros. Opuesto a la laxitud teológica y al patrocinio seglar, Ebenezer Erskine (1680-1754) fue expulsado de la iglesia de Escocia en 1733 y organizó la Iglesia de la Secesión.
En 1752 Tomás Gillespie fue expulsado de la iglesia del estado por causa del patrocinio seglar, y formó en 1761 el Presbiterio de Consuelo. Estos dos grupos se unieron el siguiente período.
Un movimiento muy significativo ocurrió en Irlanda. Antes de los agitados sucesos que rodearon la toma del trono por Guillermo y María, algunos escoceses presbiterianos se habían establecido en el norte de Irlanda. Después de la derrota de los irlandeses en 1691 en la lucha por el acceso de Guillermo y María al trono inglés, el gobierno inglés se apropió de una gran extensión de terreno en la provincia de Ulster e invitó a los presbiterianos escoceses a establecerse allí.
Millares vinieron y empezaron un vigoroso movimiento presbiteriano en Irlanda. En la primera parte del siglo XVIII muchos de esos presbiterianos escoceses irlandeses fueron llevados a América por el fracaso de la cosecha de patatas y el aumento delas rentas por los terratenientes ingleses. Los presbiterianos de Ulster nunca fueron una iglesia establecida y por esa razón eran más democráticos de espíritu que los presbiterianos ingleses. De entre ellos surgieron algunos de los dirigentes sobresalientes del presbiterianismo americano en los primeros años, principalmente Francisco Makemie.
El movimiento congregacional de Inglaterra recibió mucha ayuda bajo Cromwell. Quien alentó la convocatoria de una asamblea congregacional para la adopción de una confesión de fe. La asamblea no fue convocada hasta la muerte de Cromwell en 1658. Se adoptó una declaración de fe, siguiendo muy de cerca la Confesión de Fe de Westminster de 1648 de los presbiterianos. Los congregacionalistas sufrieron con otros disidentes durante el reinado de Carlos II y Jaime II y recibieron bien la tolerancia bajo Guillermo y María.

OTRAS DENOMINACIONES EN EL CRISTIANISMO INGLÉS

BAUTISTAS.

Los bautistas ingleses se hicieron oír durante las contiendas parlamentarias que tuvieron lugar en la quinta década del siglo XVII. Sus convicciones respecto a la libertad religiosa habían sido expresadas una generación antes en Inglaterra, y ellos aprovecharon la oportunidad para impulsar su punto de vista.
En 1644, estando en Inglaterra, Rogelio Williams publicó su Dogma Sangriento de Persecución, detallando la melancólica historia de la persecución en Nueva Inglaterra y abogando por la libertad de conciencia. Los bautistas ingleses fueron prominentes en el ejército de Cromwell y al mismo tiempo fueron probablemente la más fuerte disuasión para la ambición de Cromwell de encabezar una nueva línea de reyes en Inglaterra.
Tal vez engañados por la promesa de Carlos II de que permitiría la libertad de conciencia, los bautistas se unieron para trabajar por la restauración de la línea Estuardo. Con otros disidentes sufrieron severamente en el período entre 1662 y 1688.
Por extraño que parezca, después que la tolerancia fue legislada en 1689, los bautistas no crecieron rápidamente, como era de esperarse. Parecían haber agotado su fuerza durante los duros días de la persecución. Los bautistas particulares formaron una confesión de fe en 1677 sobre el patrón de la Confesión de Westminster. Una asamblea más grande adoptó esta confesión en 1689, y se ha convertido en la principal confesión bautista inglesa. Fue el modelo para la Confesión de Fe de Filadelfia adoptada en América el siguiente siglo.
Los bautistas generales fueron abrumados por las corrientes socinianas de los primeros años del siglo XVIII, y muchas de sus iglesias se volvieron unitarias. Los bautistas particulares cayeron bajo la peste del super calvinismo, rodeados por Todas partes de lo que ellos creían era la limitación de la elección de Dios.

LOS CUÁQUEROS.

Los cuáqueros fueron el producto de la experiencia mística de Jorge Fox (1624-91). El llegó a oponerse al cristianismo organizado cuando siendo joven no pudo encontrar ayuda de los clérigos para un problema personal.
Místico por naturaleza, aunque criado en un fondo presbiteriano, tuvo lo que creía era una revelación interna de Dios en 1646. Su énfasis sobre la luz interior, y su oposición obstinada al cristianismo organizado le produjeron mucha persecución. El movimiento creció rápidamente. El tamaño de su grupo se ilustra por el hecho de que en 1661, bajo las leyes persecutorias, de la Restauración, había más de 4,200 cuáqueros en prisión. Los misioneros cuáqueros fueron a todas partes.
En 1681 Guillermo Penn fundó su colonia en América como un refugio para los perseguidos de su grupo y para otros. La doctrina central de los cuáqueros era “la luz interior” de Dios. El culto formal, el canto, las ordenanzas del bautismo y la Cena, los ministros y la educación teológica especial eran rechazadas, tal vez como proyección de la intensa oposición de Fox a todo lo que constituyera cristianismo organizado en su día.
El pacifismo y la filantropía han caracterizado a los cuáqueros desde el principio, aunque el movimiento ha perdido el espíritu radical y condenatorio que conoció primero.

EL AVIVAMIENTO EVANGÉLICO

Uno de los movimientos más influyentes en este moderno período era el avivamiento religioso de la primera mitad del siglo XVIII. En Inglaterra era conocido como el Avivamiento Wesleyano, en América, como el Gran Despertar. El Continente, con su movimiento pietista y con las conexiones históricas entre Augusto G. Spangerberg y Juan Wesley, merece una participación en el fondo del Despertar, aunque la falta de disposición de los pietistas para organizarse para perpetuar sus ideales les impidió la posibilidad de extenderse ampliamente como los metodistas.
El fuerte racionalismo que produjo el escepticismo en Alemania y Francia, junto con la destrucción general de la propiedad y los ideales por la Guerra de Treinta Años y su proyección, desvió los pensamientos de los hombres del Continente de las cosas de Dios. En Inglaterra este racionalismo tomó la forma de deísmo o naturalismo, y en su influencia sobre el cristianismo continental, particularmente en Francia, fue probablemente más dañino que un escepticismo filosófico.
El deísmo era un esfuerzo por disminuir la revelación especial. No hay necesidad de una revelación sobrenatural, argumentaban los deístas; la religión no es misteriosa ni mística, sino la expresión natural de la necesidad de Dios y de virtud. En este sentido, todas las religiones del mundo tienen igual valor en tanto que sean racionales.
Estas ideas se desarrollaron lentamente del antiguo escepticismo de Lord Herbert de Cherbury (1583-1648) hasta una más completa descripción en Juan Toland (1670-1722) y en Mateo Tindal (1653-1733). Junto con el deísmo, varios otros tipos de escepticismo filosófico surgieron del racionalismo inglés del siglo XVIII. Guillermo Law (1686-1761) y José Butler (1692-1752) fueron los oponentes notables del deísmo inglés.
Otros elementos de la vida inglesa trajeron al cristianismo a un descrédito general en los primeros años del siglo XVIII. El bajo estado de moral y la indiferencia a la religión por los antiguos soberanos (especialmente los últimos Estuardo), que se suponía que eran ejemplo de ideales cristianos y gobernadores supremos de la Iglesia de Inglaterra, gradualmente se infiltraron en el hombre de la calle.
La inquietud social y la estrechez económica estaban en todas partes. La rápida industrialización de Inglaterra, acelerada por los sucesos continentales, congestionó las ciudades nuevas y viejas con multitudes de gente aturdida y frustrada.
Reaccionando igualmente contra el ritualismo romano y el entusiasmo místico, la Iglesia de Inglaterra se volvió menos que tibia. La mayoría de los grupos disidentes, despedazados con el racionalismo y la super ortodoxia, tenían poco que decir a la gente necesitada. La moral y la religión, a la par, estaban en su punto más bajo.
En este árido terreno brotaron las refrescantes fuentes del avivamiento wesleyano. Los dirigentes fueron Juan y Carlos Wesley, criados en la rectoría de un alto rector eclesiástico, y Jorge Whitfield, hijo de un cantinero. Los dos Wesley pasaron un breve pero importante período en servicio misionero para la Iglesia de Inglaterra en Georgia. Allí entraron en contacto con Spangenberg, el dirigente moravo, de quien aprendieron la necesidad de una experiencia persona! de fe en Jesucristo.
Ambos regresaron a Inglaterra y en 1738 hicieron profesión de conversión y regeneración. Whitfield, también, había experimentado la regeneración, y los tres formaron el triunvirato del nuevo movimiento metodista.
De los tres, indudablemente Whitfield era el predicador más capaz; Carlos Wesley fue el gran escritor de himnos, mientras que Juan Wesley fue el organizador metódico que dio estructura y continuación al movimiento. Es digno de notarse que Whitfield era un calvinista, mientras que los dos Wesley eran arminianos. Como resultado, se desarrollaron dos grupos de metodistas, aunque la gran mayoría siguió el tipo wesleyano.
Estos tres dirigentes metodistas predicaban y cantaban por toda Bretaña, Gales y Escocia, aunque Whitfield hacía extensos viajes de predicación por las colonias americanas. En algunos casos estos hombres construyeron sobre fundamentos que otros habían puesto. En Gales, un laico, Howel Harris, había empezado un avivamiento galés dos años antes que los dirigentes metodistas llegaran a encender el nuevo fuego. En América Whitfield construyó sobre los esfuerzos de Frelinghuysen, los Tennent, y de Jonatán Edwards.
Los Wesley no deseaban romper con la Iglesia de Inglaterra, y entre 1738 y 1784 organizaron “sociedades” metodistas como las de los moravos. El rápido crecimiento de estas sociedades y la adquisición de propiedad requirieron organización y vigilancia adicionales. En 1744 se tuvo en Londres la primera conferencia anual de predicadores, y dos años después Inglaterra se dividió en circuitos de predicación. Finalmente en 1784, por causa de la necesidad de predicadores en América, Wesley hizo una desviación radical de su plan anterior. Por primera vez los predicadores metodistas fueron ordenados y recibieron la autoridad para bautizar y celebrar la Cena.
Además, Wesley le dio forma a la conferencia anual de predicadores y le transfirió mucha de la autoridad que personalmente había ejercido sobre el movimiento a través de los años. En 1784, por la separación de las colonias americanas de Inglaterra, se organizó la Iglesia

METODISTA EPISCOPAL EN AMÉRICA.

Los resultados de este movimiento evangélico, tanto en Inglaterra como en América fueron fenomenales. Dentro de la Iglesia de Inglaterra toda una generación de dirigentes propensos al evangelio respiraron profundamente nueva vida en las antiguas formas anglicanas; hombres como Jaime Harvey, Guillermo Romaine, Isaac Milner, Carlos Simeón, y Guillermo Wilberforce.
Además, allí florecieron las sociedades misioneras, bíblicas, y de tratados y otras ayudas para esparcir el evangelio. Muchos historiadores creen que el avivamiento wesleyano regeneró tan concienzudamente la vida inglesa que evitó una catástrofe similar a la Revolución Francesa. Un partido evangélico permanente surgió dentro de la Iglesia Anglicana. Después, una fase nueva y significativa del metodismo fue el Ejército de Salvación.
Entre otros grupos ingleses el avivamiento tuvo profundos efectos. Su énfasis sobre la experiencia personal hizo válida la religión para muchos frente al escepticismo y al racionalismo. Renovó el celo de los bautistas ingleses, lo que resultó indirectamente en el principio, mediante ellos, del movimiento misionero moderno.
Otras denominaciones fueron bendecidas similarmente. En América el movimiento elevó el avivamiento ya empezado, y el todo es conocido como el primer Gran Avivamiento. Prácticamente todo movimiento religioso de América sintió el impulso de los fuegos del avivamiento. Una nueva iglesia, la metodista, y otros grupos que exaltaban una experiencia de crisis en la conversión, tales como los bautistas, se beneficiaban grandemente.

COMPENDIO FINAL

Inglaterra estuvo gobernada como un commonwealth (una república) desde la muerte de Carlos en 1649 hasta la restauración de la monarquía en 1660. Oliverio Cromwell sirvió como protector de 1653 a 1658. Este fue un período de tolerancia religiosa comparativa. Sin embargo, después de la restauración de Carlos II en 1660, empezó la persecución contra todos, excepto la Iglesia de Inglaterra establecida (el episcopado).
La “revolución sin sangre” de 1688 puso a los protestantes Guillermo y María en el trono, y el siguiente año se emitió una Ley de Tolerancia. Por extraño que parezca, el fin de la persecución activa de 1689 pareció traer un letargo a todos los grupos cristianos de Inglaterra. El avivamiento wesleyano, que empezó por 1738, afectó profundamente a toda Inglaterra y más allá.

CRISTIANISMO AMERICANO

La historia principal en las Américas durante este período concierne al área que forma la parte oriental de los Estados Unidos. El área occidental era todavía salvaje. América Latina y Canadá estaban siendo colonizados lentamente. Por falta de espacio, la mayor parte de la historia en las Américas durante los siguientes períodos se dedicará al cristianismo en los

ESTADOS UNIDOS.

El rápido crecimiento caracterizó el período colonial en el área principal que se va a discutir. De menos de cincuenta mil colonos que bordeaban las costas del Atlántico en los primeros años, la población aumentó a casi cuatro millones para el tiempo en que se levantó el primer censo en 1790. Capaces de proveer ahora para sus propias necesidades, las colonias empezaron un activo comercio. Nueva Inglaterra exportaba grano, ganado, paño, pescado, ron, y productos de madera; los estados del Medio Atlántico embarcaban arroz, tabaco y productos de madera; el sur proveía arroz, añil, tabaco, productos de madera, y algodón.

UNA VISTA GENERAL DEL PERÍODO

EL FONDO POLÍTICO.

Debe mantenerse en mente que los establecimientos americanos de Inglaterra eran simples colonias durante la parte principal de este período, y que cada una estaba más directamente relacionada con la corona que entre sí para hacer vida colectiva. Que se convirtieran en una nación independiente fue un pensamiento comparativamente tardío en encontrar apoyo popular. Francia e Inglaterra eran fuertes rivales por el control del continente norteamericano. Por cierto tiempo parecía que Francia resultaría victoriosa. Sin embargo, los ingleses ganaron la última batalla, esta vez en Europa. Inglaterra y Francia se habían alineado en bandos opuestos en una serie de conflictos en Europa durante el siglo XVIII.
Particularmente en la Guerra de la Sucesión Austriaca (1740-48), conocida como la Guerra del Rey Jorge en América (1744-48), las colonias inglesas del Nuevo Mundo tuvieron un papel muy significativo.
Después que una valiente expedición de Nueva Inglaterra capturó Luis burgo, la fuerte fortaleza francesa de la Isla de Cabo Bretón, el tratado europeo entre Inglaterra y Francia de 1748 devolvió la fortaleza a Francia.
Los americanos resintieron mucho esto, después que ellos habían arriesgado tanto para capturarla.
La Guerra de los Siete Años en el Continente, conocida en la fase americana como la Guerra Francesa e India (1756-63), preparó el camino para la Independencia Americana. En ella Francia fue obligada a rendir sus pretensiones sobre América. Esto eliminó un posible rival en América para una nueva nación, y proveyó un importante aliado contra Inglaterra cuando la Guerra de Independencia surgió.
Además, el importante papel desempeñado por los colonos en esta guerra los llevó a un sentimiento de autoconciencia y unidad. La insensata política del rey Jorge III produjo rebelión en América; las naciones europeas derrotadas por Bretaña en la Guerra de los Siete Años, Francia, España y otras, se aliaron contra Bretaña para contribuir a la victoria de los americanos en 1783.

LA COLONIZACIÓN POR OTROS GRUPOS CRISTIANOS.

Durante este período varios grupos cristianos adicionales emigraron a la nueva tierra.
El movimiento cuáquero que empezó en Inglaterra en 1647 pronto tuvo adherentes en las colonias americanas. Fueron manejados rudamente.
Massachusetts ejecutó cuatro en 1659, mientras que Virginia y Nueva York emitieron rigurosas leyes contra ellos. El celo y el valor cuáquero, pese a una conducta errónea a veces, les dio el triunfo, sin embargo, y ellos continuaron como una parte de la maravillosamente rica y compleja herencia religiosa de América.
Pennsylvania se convirtió en el refugio de los cuáqueros americanos; fundada en 1681 por Guillermo Penn, aunque ya en Nueva Jersey los cuáqueros habían desarrollado su tipo característico de adoración. A Penn le había concedido Carlos II de Inglaterra una gran porción de tierra, y él específicamente apeló a los que sufrían la persecución religiosa, tanto en Inglaterra como en el Continente, para que huyeran a los “bosques de Penn” en el Nuevo Mundo. Un gran número de disidentes respondieron, particularmente los cuáqueros, con los que Penn se había identificado.
Los menonitas de Alemania también procuraron la colonia de Penn y se establecieron en Germantown en 1683. Esta constituyó la primera congregación organizada del grupo, aunque ya habían aparecido emigrantes menonitas ocasionales (holandeses, suizos, y alemanes) en América casi cincuenta años antes. Un número substancial de menonitas de las diversas partes de Europa concurrieron en Pennsylvania durante este período.
Los moravos encontraron en Pennsylvania un refugio bien recibido. Primero habían entrado en Georgia en 1735, pero en cinco años la mayoría de ellos se había mudado a Pennsylvania. El fundador de su movimiento, Nicolás Ludwig Zinzendorf, pasó cerca de un año en las colonias en 1741 cuando fue exiliado de Sajonia y visitó las colonias moravas en Pennsylvania y en Carolina del Norte.
El metodismo americano tuvo su principio por 1766 con la obra de Felipe Embury, Bárbara Heck y el capitán Tomás Webb en Nueva York, y Roberto Strawbridge en Maryland. El crecimiento fue lento al principio.
La primera conferencia americana de 1773 informó de poco más de mil miembros; por 1775 hubo cerca de tres mil; y por 1783, alrededor de catorce mil. Debe recordarse que Juan Wesley deseaba mantener el metodismo dentro del marco de la Iglesia de Inglaterra, y que la organización metodista fue efectuada primero para que ninguna de las prerrogativas de la Iglesia Anglicana fuera dada por sentada.
Consecuentemente, durante el primer medio siglo del metodismo, ni Inglaterra ni América tuvieron predicadores ordenados. Todo bautismo, comunión y otros actos que requerían ordenación eran administrados por sacerdotes de la Iglesia de Inglaterra. Los metodistas americanos siguieron el patrón inglés al formar clases de cerca de una docena de miembros que se reunían para orar y adorar bajo la vigilancia de un dirigente de clase.
Varias de esas clases constituían una “sociedad”, que subsecuentemente se convertía en la iglesia metodista local. Cada uno de los primeros predicadores americanos tenía un circuito de sociedades que visitaba regularmente para predicar. Este sencillo tipo de organización era completo y productor de gran celo y en listamiento personal.
Puesto que el movimiento metodista era parte de la Iglesia de Inglaterra anterior a la Guerra de Revolución, era visto por los patriotas americanos con considerable sospecha. La situación no mejoró cuando el mismo Wesley instó a sus seguidores a ser fieles a la corona. Prácticamente todos sus predicadores regresaron a Inglaterra durante la Revolución, y la excepción notable fue Francisco Asbury. Después de la guerra Wesley se convenció de que los predicadores metodistas debían ser ordenados.
Primero se acercó a la Iglesia de Inglaterra con la petición de que ordenaran a ]os predicadores metodistas para América. Cuando declinaron, Wesley, siendo él mismo un presbítero en la Iglesia de Inglaterra, ordenó a Ricardo Whatcoat y Tomás Vasey como presbíteros el 2 de septiembre de 1784, en tanto que el doctor Tomás Coke fue ordenado superintendente para América. Francisco Asbury, ya en América, debía ser ordenado como superintendente adjunto de Coke.
Después de llegar, Asbury insistió en que tomaría el puesto únicamente si era elegido por la Conferencia de Predicadores Metodistas Americanos. El fue electo así, y ordenado. En diciembre de 1784 se organizó la Iglesia Metodista Episcopal en Baltimore, y continuó creciendo durante el resto del período.
Otros grupos menos numerosos se establecieron en América durante este período, tales como los Hermanos Alemanes del Río y los Shakers (tembladores). En el mero fin del período la Primera Iglesia Protestante Episcopal de Nueva Inglaterra se convirtió en la primera iglesia unitaria de América.

EL PRIMER GRAN DESPERTAR (1726 Y SIGS. )

Uno de los factores formativos del cristianismo americano fue el gran avivamiento de la primera parte del siglo XVIII que recorrió las colonias.
Las raíces de este avivamiento parecen haberse extendido desde Europa. El ardiente movimiento evangelístico conocido allí como pietismo había preparado el corazón de muchos de los emigrantes a América. Varios grupos de alemanes en Pennsylvania que habían venido bajo su influencia estuvieron entre los primeros en experimentar el avivamiento.
Por 1726 la predicación de Teodoro J. Frelinghuysen, un ministro profundamente espiritual de la Iglesia Holandesa Reformada de Nueva York, se volvió particularmente efectivo en ganar hombres para Cristo y en mover a sus oyentes hacia Dios. El inspiró a otros durante los siguientes varios años, de los cuales uno de los más importantes fue el ministro presbiteriano Gilberto Tennent, que se convirtió en un celoso (y no siempre sabio) promotor del avivamiento.
Por 1734, en lo que parece haber sido un movimiento separado, Jonatán Edwards, pastor congregacionalista de Northampton, Massachusetts, estableció una sensibilidad espiritual profundizada en su congregación y en toda la comunidad, de manera que (escribió él) el pueblo parecía estar lleno de la presencia de Dios. Se inició un gran avivamiento. Todo el movimiento de avivamiento estaba caracterizado por la experiencia de conversión de los que buscaban a Dios para sí. Se extendió rápidamente por todas partes de las colonias. Hasta Juan Wesley en Inglaterra, sin haber regresado hasta ese momento, supo de él en 1738 y se maravilló.
Otro gran nombre asociado con este despertar fue el de Jorge Whitfield, colaborador, de Wesley en Inglaterra, quien había tenido una experiencia de conversión en 1735, y en 1738 llegó a Georgia para hacerse cargo de la obra que los Wesley habían dejado. Al regresar a Inglaterra para conseguir dinero para su orfanatorio en Georgia y para su ordenación en la Iglesia de Inglaterra, él se retrasó por causa de las operaciones militares, pero pasó este tiempo en predicación evangelística por toda Bretaña.
Cuando terminó la detención del barco, Whitfield se embarcó para Filadelfia en camino a Georgia. Su fama se había extendido y las multitudes se congregaban en su ministerio. En todas las colonias americanas él pregonó el mensaje del evangelio. Utilizando los fuegos del avivamiento religioso ya evidentes en la obra de Frelinghuysen, Tennent, y Edwards, él llevó el movimiento de avivamiento a su cumbre.
Los resultados del avivamiento fueron muchos. Se verán más particularmente en el estudio de las denominaciones americanas importantes de este período. En general, los resultados que generalmente se esperan de un avivamiento general estaban presentes: muchas conversiones, fortalecimiento de las iglesias, victorias éticas en la vida personal de la gente, e instituciones morales y de benevolencia, fundadas o fortalecidas. La educación cristiana fue promovida. Dos resultados, más bien inesperados, también fueron importantes.
(1) El gran fortalecimiento de los grupos minoritarios y el carácter interdenominacional de la visitación espiritual combinada para poner los cimientos de la libertad religiosa en el Nuevo Mundo.
(2) Se engendró un sentido de unidad espiritual entre los colonos en América, al mismo tiempo que las relaciones políticas con la madre patria se hacían tirantes al máximo. Los viajes de Whitfield de Maine a Georgia vincularon a las colonias; sus convertidos se encontraban en todas las colonias; su predicación era el lazo común que unía a los diversos grupos.
En su lucha por el gran destino que todavía desconocían, las colonias se estaban unificando en la manera más fundamental.

EL ESCEPTICISMO Y LA DECLINACIÓN RELIGIOSA.

En algunas partes del sur el Gran Despertar continuó sin disminución hasta el fin de este período. En general, sin embargo, la Guerra de Revolución marcó el principio de una rápida declinación religiosa. En adición a la pérdida de propiedades eclesiásticas y a las dificultades que confrontaba la celebración de servicios religiosos, la guerra produjo el habitual encallecimiento de la sensibilidad espiritual y alentó el relajamiento moral.
Junto con estos factores, la atmósfera intelectual y teológica estaba desteñida por las especulaciones deísticas de Inglaterra, las aseveraciones ateas de Francia, y el sistema racionalista de los pensadores alemanes. Muchos de los dirigentes y patriotas sobresalientes de la Guerra de Revolución se contagiaron de tales corrientes. La literatura escéptica y ateísta circulaba extensamente. Hasta las escuelas patrocinadas por las iglesias se convirtieron en focos de infidelidad.
Menos del diez por ciento de la población profesaba ser cristiano inmediatamente antes del fin del período en 1789. Se necesitaba grandemente un nuevo avivamiento, y este vino poco después de iniciarse el siguiente período.

LAS DENOMINACIONES MÁS ANTIGUAS (1648-1789)

LA IGLESIA DE INGLATERRA.

La Iglesia de Inglaterra había acompañado los establecimientos ingleses en Virginia (1607) y las Carolinas (después de 1665). También se estableció en Maryland en 1692, después que esa colonia, fundada por los católicos romanos, fue apropiada por la corona inglesa después del advenimiento al trono de Guillermo y María en Inglaterra. Nueva York fue capturada de los holandeses por los ingleses en 1664, y en 1693 la Iglesia de Inglaterra se estableció allí, al menos parcialmente. La Sociedad para la Propagación del Evangelio en el Extranjero (establecida por la Iglesia de Inglaterra en 1701) fue un instrumento para plantar misiones e iglesias en Nueva Inglaterra después de 1702.
El progreso de la iglesia establecida en las colonias fue lento. Enfrentó muchos enemigos. La calidad de los ministros enviados de Inglaterra era generalmente bajo, con notables excepciones. La falta de un obispo americano hacía la disciplina casi imposible. El creciente número de disidentes y la aversión al autoritarismo eclesiástico que había llevado a muchos a América, militaba contra la popularidad de los dirigentes.
En Virginia, en 1619, cuando se estableció la Iglesia de Inglaterra, había sólo cinco clérigos, dos de los cuales eran diáconos. Un siglo después el número había aumentado únicamente a como dos docenas, aunque había cuarenta y cuatro congregaciones en la colonia. La constante agitación política y religiosa de Inglaterra durante el siglo diecisiete estaba destinada a traer confusión a las colonias americanas y descuido a las iglesias establecidas allí.
Aunque Jorge Whitfield era miembro de la Iglesia de Inglaterra cuando llegó predicando con poder en 1739, no fue bienvenido por los establecimientos coloniales de la Iglesia de Inglaterra. Entre otras cosas, él estaba predicando un mensaje fuertemente evangélico, que exaltaba la conversión y denunciaba a muchos ministros como “inconversos”.
Además, se le había negado el uso de iglesias en Inglaterra y había ido a los campos a predicar. En adición, el entusiasmo y el emocionalismo del Gran Despertar no eran del gusto de los ordenados y formales adherentes episcopales. De hecho, Whitfield fue llamado a juicio ante una corte eclesiástica episcopal en Charleston, Carolina del Sur, y fue condenado y suspendido del ministerio por el comisario Alejandro Garden, por irregularidades. Whitfield daba escasa atención a los procedimientos.
La Guerra de Revolución trajo crisis a la Iglesia de Inglaterra en las colonias. Era parte del sistema inglés y como tal despertaba desconfianza a muchos y odio a algunos. Dos terceras partes de su clero fueron leales a Inglaterra durante la guerra. En Virginia en especial hubo mucha pérdida.
Sólo quince de noventa y un clérigos pudieron permanecer en sus puestos en ese estado, y muchas de sus propiedades fueron destruidas. Las pérdidas no fueron tan grandes en Maryland, donde fuera de cuarenta y cuatro feligresías, cada una con un ministro antes de la revolución, casi dos docenas de clérigos permanecieron, y las pérdidas de propiedades fueron comparativamente pequeñas.
Hubo gran oposición a la Iglesia Anglicana en Nueva Inglaterra, Nueva York, Nueva Jersey, y Pennsylvania, donde se hicieron esfuerzos organizados anteriores a la revolución, para impedir el nombramiento de un obispo en América. Al fin del período, se dieron los pasos para organizar la Iglesia Protestante
Episcopal, un nuevo cuerpo con las doctrinas de la Iglesia de Inglaterra, pero libre del control inglés.

CONGREGACIONALISMO.

Por 1648 las iglesias congregacionales de Massachusetts y Connecticut habían desarrollado un gobierno teocrático. El derecho político se limitó a los miembros de las iglesias congregacionales, y no se permitía que se formaran nuevas iglesias congregacionales sin permiso de las antiguas. Un colegio (Harvard) estaba prosperando en Cambridge, Massachusetts, y el clero era sostenido con fondos provenientes de impuestos. Los disidentes, como los bautistas y los cuáqueros, eran rigurosamente perseguidos.
La obra de la Asamblea de Westminster en Inglaterra inspiró a los congregacionalistas de Nueva Inglaterra a preparar una declaración doctrinal, que fue adoptada en Cambridge, Massachusetts, en 1648. Una de las disposiciones importantes fue el requisito de que cualquier persona admitida a la cena del Señor debía haber hecho una profesión pública de fe (aunque hubiera sido bautizado de niño) y haber dado evidencia de una experiencia cristiana.
A menos que los padres de un niño llenaran estas condiciones, su hijo no podía ser bautizado. Inmediatamente surgió la controversia. A menos que uno pudiera relatar una experiencia de conversión y siguiera una conducta ordenada, no podía participar de la Cena, no podía hacer que sus hijos fueran bautizados, no tenía derechos políticos y estaba descalificado para los puestos civiles, y conocía el oprobio del ostracismo religioso; sin embargo, debía dar dinero para mantener el ministerio y las iglesias congregacionales.
Finalmente, en 1662 se promulgó del Convenio de Medio Camino, que estipulaba que los hijos de personas morales y bautizadas también podían ser bautizadas, aunque los padres no fueran aptos para ser admitidos a la Cena. Esta acción aumentó la controversia, y prácticamente eliminó cualquier requisito para ser miembro de la iglesia.
En un esfuerzo por regularizar y estabilizar las prácticas de las diversas iglesias congregacionales, se intentó en Massachusetts el fortalecimiento de la autoridad externa en las asociaciones, pero el movimiento fracasó.
Un programa similar en Connecticut, la Plataforma de Saybrook en 1708, fue introducida allá con éxito.
Puede reconocerse que un movimiento como el Gran Despertar agitara otra vez el divisivo asunto de la experiencia de conversión. Jonatán Edwards fue una de las figuras sobresalientes del avivamiento. Su profunda piedad, mezclada con un profundo pensamiento filosófico, hicieron de él uno de los primeros pensadores religiosos de América. Su iglesia de Northampton, Massachusetts, fue el centro del avivamiento en 1734. Sin embargo, no todos los congregacionalistas siguieron a Edwards.
De iglesias que no favorecían el avivamiento, algunos grupos minoritarios que insistían en una experiencia de conversión se separaron y formaron iglesias “Nueva Luz” o iglesias “Separadas”. Algunas de ellas adoptaron después la inmersión y se convirtieron en iglesias bautistas.
Los congregacionalistas fueron fuertes patriotas durante el período de guerra revolucionaria. Salieron de la guerra con considerable prestigio por su noble servicio para la nueva nación. El escepticismo y la infidelidad, sin embargo, causaron estragos en muchas de sus iglesias. Además, la falta de organización más allá del nivel local obstaculizaba mayor desarrollo denominacional, y hasta cierto punto hacía difícil resistir el creciente unitarismo que estaba pronto a robar al congregacionalismo de Nueva Inglaterra muchas de sus propiedades eclesiásticas.
A pesar de estos factores, y también a la controversia y al cisma, el número de iglesias congregacionalistas de Nueva Inglaterra, a la que esta denominación estaba generalmente confinada, creció grandemente durante este período.

CALVINISMO.

Los que seguían las enseñanzas de Calvino vinieron a América en varios grupos nacionales durante este período. La Iglesia Holandesa Reformada se había iniciado por 1628 en, lo que llegó a ser Nueva York, y aún después que la colonia cayó ante los ingleses en 1664, el pequeño grupo reformado de Holanda continuó con sus cultos.
Los presbiterianos escoceses y escoceses-irlandeses habían emigrado al Nuevo Mundo mucho antes. El nombre importante en este antiguo período de la vida presbiteriana es el de Francisco Makemie, quien vino de Irlanda en 1683. Por su obra el presbiterianismo americano organizó en 1705 el primer presbiterio en Filadelfia, con siete ministros. Once años después se formó el primer sínodo, que consistió de diecisiete iglesias, tres presbiterios, y diecinueve ministros. Algunos refugiados franceses reformados (hugonotes) huyeron a América y se establecieron principalmente en el sur durante los críticos días después que el Edicto de Nantes fue revocado en 1685.
La primera Iglesia Alemana Reformada se formó en 1719 en Germantown, Pennsylvania. Mediante los esfuerzos de Miguel Schlatter y el grupo Holandés Reformado, se formó en 1747 un sínodo para la Iglesia Alemana Reformada, que consistió de cuarenta y siete congregaciones y sólo cinco ministros.
El Gran Despertar trajo disensión y cisma entre los presbiterianos. Gilberto Tennent, un joven ministro de Nueva Brunswick, Nueva Jersey, influido por el espíritu pietista de Teodoro Frelinghuysen, su vecino predicador, presentó fogosos sermones evangelísticos. Después de 1728 sucedió el avivamiento entre los presbiterianos, y muchos fueron convertidos.
En 1741 Tennent y sus seguidores fueron echados del sínodo por actividades rígidas y sin autorización, y esto causó un gran cisma que continuó hasta 1758. Mientras tanto, en 1745, el sínodo de Nueva York estableció un colegio, que se había de convertir en la Universidad de Princeton.
Después que se restauró la paz interna, el crecimiento presbiteriano fue rápido hasta la revolución, principalmente por la inmigración. Casi sin excepción los presbiterianos fueron patriotas y apoyaron la independencia americana. Contribuyeron grandemente en la exitosa contienda en Virginia por la separación de la iglesia y el estado y la libertad religiosa.

LUTERANISMO.

Ya se ha visto que el luteranismo fue plantado primero en lo que llegó a ser Nueva York. Mientras esta colonia estuvo bajo el gobierno holandés (1623-64), continuó la persecución del luteranismo, pero después de 1664 los ingleses permitieron relativa libertad. Los luteranos suecos que se establecieron en Delaware enfrentaron dificultades cuando su colonia fue capturada por los holandeses en 1655 y cedida a Inglaterra en 1664, pero se permitió cierta medida de libertad religiosa bajo el gobierno de cada uno.
El crecimiento luterano se aceleró con la llegada de los alemanes en los primeros años del siglo XVIII. Guillermo Penn había visitado las áreas alemanas de sufrimiento y de estragos de la guerra en 1681, y había invitado a emigrar a su colonia en América. La respuesta vino principalmente después de 1708, y un gran número de luteranos alemanes se establecieron en Nueva York, Pennsylvania, y las Carolinas.
En 1734 muchos luteranos de la provincia de Salzburgo en Austria, obligados por la rigurosa persecución católica romana, se establecieron cerca de Savannah, Georgia. El primer sínodo luterano se formó en 1735 en Nueva Jersey, con la representación de dieciséis congregaciones.
El patriarca del luteranismo en América fue Enrique Melchor Muhlenberg, que fue enviado de Alemania en 1742 para ayudar a las iglesias luteranas americanas en conflicto. Su sabia y capaz dirección unió y organizó el movimiento luterano americano antiguo.
El Gran Despertar no afectó grandemente a los luteranos americanos. Los alemanes sí reaccionaron en parte. Su unión en tomo a Muhlenberg y su celo activo probablemente surgieron en parte del avivamiento. Los luteranos suecos, por su parte, no entraron al movimiento. Los luteranos casi sin excepción, apoyaron la Revolución Americana, proveyendo dirigentes sobresalientes y mantenimiento. Los dos hijos de H. M.
Muhlenberg, Pedro G. y Federico A.C., se convirtieron en eminentes dirigentes militares y políticos. Como todas las otras denominaciones, los luteranos sufrieron la pérdida de la fuerza humana y el interés durante la Guerra de Revolución, pero después de su fin, se recuperaron rápidamente.

LA IGLESIA CATÓLICA ROMANA.

Por 1648 la Iglesia Católica Romana había entrado a América por la obra de los inmigrantes ingleses, franceses y españoles. Ya se ha descrito la colonia inglesa de Maryland de 1634. Los misioneros y exploradores franceses continuaron la obra de Jacques Cartier (1534) y Samuel de Champlain (1613).
La Sallé (1676), Marquette y Joliet (1673), y muchas otras figuras menores establecieron misiones y fuertes en las secciones del norte y del centro de la nación. El vasto programa misionero de los católicos franceses, iniciado y continuado bajo severas dificultades, fue abandonado cuando la derrota en la Guerra de los Siete Años (1756-63) produjo la cesión de las pertenencias francesas en América. Los misioneros y monjes españoles fueron también muy activos en este período.
La obra misionera española en Florida en su historia temprana fue acompañada de coerción y espada. Por 1634 había cuarenta y cuatro misiones con treinta y cinco sacerdotes bajo el obispo de la Habana. En 1701, durante la Guerra de la Sucesión Española, los ingleses de las Carolinas y de Georgia atacaron la Florida Española y quemaron San Agustín en 1702. Al fin de la guerra Florida fue dada a Inglaterra, y terminaron las misiones españolas allí.
Los sacerdotes españoles, al dirigirse al norte desde México, plantaron misiones en Nuevo México por 1598. Al principio de este período cerca de sesenta monjes franciscanos estaban sirviendo en esta área. Los altercados internos por la autoridad, las incursiones de los indios salvajes, y la repetición de lo que un autor católico romano llama “cripto-paganismo”, el regreso de los indios al antiguo culto pagano a pesar de profesar como cristianos, produjeron problemas.
En 1680 los Indios Pueblos se sublevaron y arrojaron a los españoles de Nuevo México por doce años.
Entre 1692 y 1700 se reconquistó el área, y los misioneros fueron restaurados por la fuerza de las armas, aunque las dos tribus principales (la Moqui y la Zuni) se negaron a permitir misioneros católicos entre ellos. Al final del período la obra fue calificada de infructuosa, en parte porque los misioneros se negaban a aprender el lenguaje de la gente.
Un monje jesuita español recorrió Arizona por 1687, y en 1732 otros llegaron para empezar misiones en lo que ahora es Arizona. Los celos entre ellos y los franciscanos produjeron rivalidad y contienda que impidieron resultados efectivos.
En 1689 fue enviada a Texas una expedición misionera española, y en 1716 se inició obra, pero los historiadores católicos calificaron el trabajo de fracaso, en parte debido al gran número de tribus y dialectos diferentes en el área.
La Baja California había sido explorada y se establecieron estaciones misioneras en los últimos años del siglo XVI. La Alta California no tuvo obra misionera hasta 1769, cuando, indudablemente para impedir el avance ruso por la costa, una expedición mexicana, militar y misionera, entró al área. Junípero Serra dirigió el difícil y peligroso trabajo de establecer misiones católicas romanas aquí. Al fin del período había tal vez una docena de misiones en operación, aunque la fricción entre los misioneros y los dirigentes militares mexicanos impidió la efectividad del trabajo.
La colonia católica de Maryland sufrió por la revolución política de Inglaterra en 1688. El derrocamiento de Jaime II fue la señal para que los protestantes de Maryland se apoderaran del gobierno, y la Iglesia de Inglaterra fue establecida bajo una nueva cédula con Maryland como colonia real (no propiedad) en 1692.
Como era de esperarse, la Iglesia Católica Romana no sintió ningún impulso hacia el avivamiento durante el Gran Despertar que empezó en 1739. Los católicos americanos tuvieron una parte honorable en la Guerra de Revolución, aunque todavía eran comparativamente pocos en número.
Al final de este período se estima que había aproximadamente veinte mil católicos en las antiguas colonias inglesas de América.
Debe mencionarse que España y Portugal por un siglo habían estado enviando fuerzas militares y misioneros a casi todas partes de América del Sur. Se establecieron misiones en las Indias Occidentales y en México, y también en Brasil. Perú, Chile y Argentina. En este período los misioneros católicos romanos tocaron casi toda América Central y del Sur.

BAUTISTAS.

El puñado de bautistas que organizaron las Plantaciones de Providencia como colonia en 1638 crecieron lentamente en este período. Se formaron congregaciones por toda Nueva Inglaterra, los estados del centro y del sur antes de 1700. En 1707 los bautistas de los alrededores de Filadelfia formaron la primera asociación en América: la Asociación de Filadelfia.
Permaneció sola hasta 1751, cuando se organizó la segunda en Carolina del Sur. De aquí en adelante el crecimiento de asociaciones de iglesias bautistas fue rápido.
Antes del Gran Despertar el progreso bautista fue lento. Había menos de cincuenta iglesias bautistas en toda América después de un siglo (por 1739). El Gran Despertar multiplicó los bautistas americanos.
Al principio los bautistas de Nueva Inglaterra fueron renuentes a tener participación en el avivamiento, en parte porque los que estaban envueltos en él eran sus perseguidores y en parte por la reacción arminiana contra un movimiento entre los calvinistas. Sin embargo, la conversión a los conceptos bautistas de Isaac Backus, un congregacionalista de La Nueva Luz, inició un movimiento que trajo a muchos de La Nueva Luz a la vida bautista. Entre el avivamiento y la Revolución, las ig1esias bautistas de Nueva Inglaterra aumentaron de veintiuna a setenta y ocho.
Las colonias del centro y del sur también sintieron el impacto del Gran Despertar. Shubael Stearns y Daniel Marshall, convertidos bajo la predicación de Jorge Whitfield, se hicieron bautistas, y, ayudados por hombres como el coronel Samuel Harris, Elías y Luis Craig, y muchos otros, dirigieron la formación de nuevas iglesias bautistas por todo Virginia, las Carolinas, y Georgia.
Mientras que había sólo siete iglesias bautistas en el sur antes del Gran Despertar, al fin de la Revolución Virginia tenía 151 iglesias, además de los bautistas de más de cuarenta iglesias en Kentucky; Carolina del Norte tenía cuarenta y dos iglesias bautistas; Carolina del Sur tenía veintisiete; y Georgia, donde la obra había empezado en 1772, tenía seis iglesias.
Además, los bautistas habían tenido una parte principal en la lucha por la libertad religiosa en Virginia y habían establecido la Universidad Brown de Rhode Island en 1765, para la educación de los ministros.
Los bautistas tuvieron una parte prominente en la Revolución, y varios ascendieron a puestos importantes en la capellanía y en el ejército. Ezequías Smith, Juan Gano, y otros, fueron sobresalientes en Nueva Inglaterra y en las colonias .del centro; en el sur los ingleses pusieron precio a la cabeza de Ricardo Furman como uno de los patriotas sobresalientes. Al fin del período los bautistas estaban activos y aumentando.

COMPENDIO FINAL

Durante la mayor parte de este período Francia e Inglaterra fueron rivales por el control del vasto continente norteamericano. Inglaterra surgió victoriosa en 1763, pero las colonias americanas ganaron su independencia en veinte años. Una corriente continua de inmigrantes vino de Inglaterra y del Continente. Su fondo religioso tuvo una fuerza importante sobre el cristianismo de la nueva nación.
El primer Gran Despertar, que empezó después de 1726, influyó profundamente en la vida religiosa y política de las colonias americanas. La Revolución produjo una rápida declinación religiosa acelerada por las corrientes escépticas y racionalistas de Inglaterra y del Continente. Al fin del período, el cristianismo de los Estados Unidos estaba en un punto muy bajo, y sus perspectivas eran. obscuras.

EL PERÍODO CONFESIONAL Y LA INTERPRETACIÓN DE LA ESCRITURA

Este período fue marcado por las siguientes características: Una explosión continuada de los estudios bíblicos y un progreso continuado en perfeccionar la aplicación de la Hermenéutica de la Reforma.
Sin embargo, el S. XVII también vio los movimientos del pietismo y racionalismo. Pietismo fue un movimiento contra el dogmatismo doctrinal y el institucionalismo que carecía de una fe personal y una vida práctica cristiana piadosa. De los tres principales promotores de este movimiento: Felipe Jacob Spener, Augusto Hermann Francke y Juan Alberto Bengel, éste último fue el más importante, particularmente por sus estudios textuales y su comentario del NT.
El racionalismo fue promovido por hombres como Descartes, Hobbes, Spinoza y Locke, así como von Wolf, Reimarus y Lessing en el área teológica, este movimiento efectivamente trató de naturalizar la revelación especial y sirvió como semilla de la cristiandad liberal y el destructivo criticismo alto de los siguientes tres (y cuatro) siglos.