JESUCRISTO
(4 A. DE J. C. A 30 D.
DE J. C.)
En
esta clase de mundo nació Jesucristo. Prácticamente todo lo que se sabe de su
vida terrenal puede encontrarse en los Evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y
Lucas) y en Juan. El Evangelio de Juan describe la naturaleza eterna de Jesús y
su existencia preencarnada; Mateo y Lucas dan cuenta de su genealogía humana.
Es probable que Mateo dé la genealogía de José mientras que Lucas da la de
María.
Sólo
Mateo y Lucas relatan el nacimiento y la niñez de Jesús y de Juan el
Bautista, el precursor de Jesús. Todos los Evangelios hablan del ministerio de
Juan y ven la vida de Cristo desde diferente punto de vista.
El
nacimiento de Jesucristo ocurrió aproximadamente el año 4 a. de J.C. Esto
significa que Cristo en realidad principió su ministerio público alrededor del
27 d. de J.C., y fue crucificado cerca del año 30 d. de J.C. El ministerio del
Señor puede ser dividido convenientemente en siete secciones.
(1) Su ministerio inicial en Judea,
descrito principalmente en el Evangelio de Juan, incluye el llamamiento de los
primeros discípulos y la primera limpieza del templo.
(2) El gran ministerio en Galilea
cubre el principal período de la obra de Cristo, y duró alrededor de un año y
medio. Durante este tiempo el Señor fue rechazado en Nazaret, se mudó a
Capernaum, escogió los doce apóstoles, presentó el Sermón del monte, y viajó a Galilea
tres veces.
(3) Sus diversas retiradas de la
presión de las multitudes le dio oportunidad para dar instrucción especial a
sus discípulos, para obtener la gran confesión en Cesarea de Filipo, y para la experiencia
de la transfiguración.
(4) Su ministerio posterior en Judea
se extendió por cerca de tres meses, y es descrito por Lucas y Juan. Está
centrado en la asistencia de Jesús y sus discípulos a la fiesta de los
tabernáculos y dedicación en Jerusalén.
(5) Su breve ministerio en Perea es
narrado por los cuatro Evangelios y está caracterizado por los milagros
finales, las parábolas y las profecías de su resurrección.
(6) La última semana en Jerusalén es
tratada con todo detalle por el Evangelio de Juan. Empieza con la entrada
triunfal y termina con la crucifixión.
(7) El ministerio después de la
resurrección de Jesús, que duró cerca de cuarenta días antes de su ascensión,
marca el fin de la narración del Evangelio.
Las
enseñanzas de Jesús son notables tanto en su método como en su contenido. El
hizo llegar la verdad por medio de parábolas, preguntas, discursos y debates.
El propósito y la persona de
Dios fueron revelados en la vida y las enseñanzas de Cristo. El amor debe ser
el tema dominante de la vida cristiana: Por el amor de Dios a los hombres. Cristo
murió en la cruz por los pecados de los hombres; por la confianza personal en
Cristo, el hombre puede recibir el nacimiento de arriba y obtener la vida
eterna.
El
poder conquistador de la cruz y el triunfo final del reino de Dios eran centrales
en las enseñanzas de Cristo. El estableció su iglesia, un cuerpo local autónomo
donde dos o tres reunidos en oración pueden encontrar su presencia y su poder.
Después
de la muerte y ascensión de
Cristo, los discípulos a los que él había escogido e instruido, emprendieron la
aparentemente imposible tarea contenida en la Gran Comisión. Pese a los
esfuerzos de muchas otras religiones por atraer a los hombres, el cristianismo empezó a crecer como una semilla de
mostaza. Desde un punto de vista humano, pueden darse muchas razones para
explicar este tremendo desarrollo.
(1) El paganismo estaba en bancarrota
y no podía responder a los corazones hambrientos.
(2) La gran agitación de religiones
de todas clases, clamando por devotos, no podía compararse con la revelación de
Dios en Cristo.
(3) Cada cristiano se convirtió en
misionero; el fuego sagrado saltó de amigo a amigo.
(4) Los cristianos tenían la candente
convicción de que sólo Cristo podía salvar al mundo perdido que los rodeaba, y
que puesto que el regreso de Cristo era inminente, no había tiempo que perder.
Los
setenta años de crecimiento cristiano desde la muerte de Cristo hasta la del
último apóstol, pueden ser divididos en tres períodos.
EL
PERÍODO DE EXPANSIÓN MISIONERA
(45-68 D. DE J.C.)
Bajo la dirección del Espíritu Santo se inició una nueva dirección
en el testimonio, con el principio de los viajes misioneros de Pablo y Bernabé.
Pablo es la figura central en cuando menos tres grandes viajes
misioneros entre los años 45 y 58, hasta que fue apresado en el templo de
Jerusalén.
Durante esos trece años él escribió dos cartas a la iglesia de
Tesalónica, dos a la de Corinto, una a los gálatas, y una a los romanos.
Después de su prisión en Roma en el año 61 d. de J.C., él escribió las cartas
conocidas como Filemón, Colosenses, Efesios, y Filipenses. Probablemente fue puesto
en libertad por cuatro o cinco años, pero no se conoce el límite de sus viajes
durante este tiempo.
Sus dos cartas conocidas como 1ª Timoteo y Tito, fueron escritas
durante este tiempo. La tradición sugiere que él pudo haber ido hasta España en
un viaje. Fue puesto prisionero otra vez en Roma alrededor del año 67.
Inmediatamente antes de su muerte a manos de Nerón, escribió 2 Timoteo.
Es muy posible que la tradición sea correcta al hablar de una extensa
actividad misionera desplegada por otros apóstoles, pero tales relatos son muy
pobres y muy lejanos de la ocasión para ser de mucho valor. Es sabido que la
actividad misionera de Pablo da cuenta de la fundación de prácticamente todos
los centros cristianos importantes del primer siglo. A través de sus esfuerzos
se establecieron iglesias en algunas de las ciudades más fuertes del imperio.
Entre el primero y el segundo viajes misioneros, Pablo y Silas
asistieron a un concilio en Jerusalén (alrededor del año 50). Santiago presidió
la reunión, y varios discutieron el asunto de si un hombre necesita hacerse judío
primero para ser cristiano. Después de que varios hubieron hablado, incluyendo
al apóstol Pedro, Santiago dio su decisión de que cualquier gentil
podía encontrar la salvación por la simple fe en Cristo, sin pasar por el judaísmo.
Durante
este período, que se cierra con la muerte del apóstol Pablo en Roma el año 68
d. de J.C., se escribieron otros nueve libros que son parte del Nuevo
Testamento. Ellos fueron Santiago, Marcos, Mateo, Lucas, Hechos, 1 Pedro,
Judas, 2 Pedro, y Hebreos, posiblemente en ese orden.
EL PERIODO DE TESTIMONIO
LOCAL
(30 A 45 D. DE J.C.)
Los primeros doce capítulos de Hechos describen la historia del movimiento
cristiano durante los primeros quince años después de la muerte y resurrección
de Cristo. El Espíritu Santo fue dado de acuerdo con la promesa de Cristo, para
dar poder para testificar en un mundo hostil, para traer la presencia de
Cristo, para dar comunión y fortaleza y para dar la dirección de Cristo al
iniciar movimientos importantes.
En Pentecostés fueron salvados hombres de todas partes del mundo,
e indudablemente regresaron a sus propias ciudades a establecer iglesias cristianas.
La persecución, la necesidad, y las disputas internas, eran sólo obstáculos
temporales (ver Hechos 3-6).
El
martirio de Esteban marca un punto decisivo en dos respectos: empezó la
persecución que sacó a los cristianos de Jerusalén hacia Judea y Samaria
llevando su testimonio; y movió profundamente a Saulo el perseguidor, hacia una
conversión personal a Cristo.
El
testimonio local se extendió por la predicación de Pedro a los gentiles (por lo
que se le pidió dar una explicación ante la iglesia de Jerusalén), la fundación
de la iglesia gentil de Antioquía, y por el martirio de Jacobo, el hijo
de Zebedeo. La conversión de Saulo, su preparación para el servicio, y su
ministerio en Antioquía, proveen el fondo para la segunda etapa del desarrollo
cristiano.
MARTIRES
I
ESTEBAN
Esteban
fue el siguiente en padecer. Su muerte fue ocasionada por la fidelidad con la
que predicó el Evangelio a los entregadores y matadores de Cristo. Fueron
excitados ellos a tal grado de furia, que lo echaron fuera de la ciudad,
apedreándolo hasta matarlo. La época en que sufrió se supone generalmente como
la pascua posterior a la de la crucifixión de nuestro Señor, y en la época de
Su ascensión, en la siguiente primavera.
A
continuación se suscitó una gran persecución contra todos los que profesaban la
creencia en Cristo como Mesías, o como profeta. San Lucas nos dice de inmediato
que «en aquel día se hizo una grande persecución en la iglesia que estaba en
Jerusalén», y que «todos fueron esparcidos por las tierras de Judea y de
Samaria, salvo los apóstoles». Alrededor de dos mil cristianos, incluyendo
Nicanor, uno de los siete diáconos, padecieron el martirio durante «la
tribulación que sobrevino en tiempo de Esteban».
II.
JACOBO EL MAYOR
El
siguiente mártir que encontramos en el relato según San Lucas, en la Historia
de los Hechos de los Apóstoles, es Jacobo hijo de Zebedeo, hermano mayor de
Juan y pariente de nuestro Señor, porque su madre Salomé era prima hermana de
la Virgen María. No fue hasta diez años después de la muerte de Esteban que
tuvo lugar este segundo martirio. Ocurrió que tan pronto como Herodes Agripa
fue designado gobernador de Judea que, con el propósito de congraciarse con los
judíos, suscitó una intensa persecución contra los cristianos, decidiendo dar
un golpe eficaz, y lanzándose contra sus dirigentes.
No
se debería pasar por alto el relato que da un eminente escritor primitivo,
Clemente de Alejandría. Nos dice que cuando Jacobo estaba siendo conducido al
lugar de su martirio, su acusador fue llevado al arrepentimiento, cayendo a sus
pies para pedirle perdón, profesándose cristiano, y decidiendo que Jacobo no
iba a recibir en solitario la corona del martirio. Por ello, ambos fueron
decapitados juntos. Así recibió resuelto y bien dispuesto el primer mártir
apostólico aquella copa, que él le había dicho a nuestro Salvador que estaba
dispuesto a beber. Timón y Parmenas sufrieron el martirio alrededor del mismo
tiempo; el primero en Filipos, y el segundo en Macedonia. Estos acontecimientos
tuvieron lugar el 44 d.C.
III.
FELIPE
Nació en Betsaida
de Galilea, y fue llamado primero por el nombre de «discípulo». Trabajó
diligentemente en Asia Superior, y sufrió el martirio en Heliópolis, en Frigia.
Fue azotado, echado en la cárcel, y después crucificado, en el 54 d.C.
IV.
MATEO
Su profesión
era recaudador de impuestos, y había nacido en Nazaret. Escribió su evangelio
en hebreo, que fue después traducido al griego por Jacobo el Menor. Los
escenarios de sus labores fueron Partía y Etiopía, país en el que sufrió el
martirio, siendo muerto con una alabarda en la ciudad de Nadaba en el año 60
d.C.
V.
JACOBO EL MENOR
Algunos
suponen que se trataba del hermano de nuestro Señor por una anterior mujer de
José. Esto es muy dudoso, y concuerda demasiado con la superstición católica de
que María jamás nunca tuvo otros hijos más que nuestro Salvador. Fue escogido
para supervisar las iglesias de Jerusalén, y fue autor de la Epístola adscrita
a Jacobo, o Santiago, en el canon sagrado. A la edad de noventa y nueve años
fue golpeado y apedreado por los judíos, y finalmente le abrieron el cráneo con
un garrote de batanero.
VI.
MATÍAS
De
él se sabe menos que de la mayoría de los discípulos; fue escogido para llenar
la vacante dejada por Judas. Fue apedreado en Jerusalén y luego decapitado.
VII.
ANDRÉS
Hermano
de Pedro, predicó el evangelio a muchas naciones de Asia; pero al llegar a
Edesa fue prendido y crucificado en una cruz cuyos extremos fueron fijados
transversalmente en el suelo. De ahí el origen del término de Cruz de San
Andrés.
VIII. SAN MARCOS
Nació
de padres judíos de la tribu de Leví. Se supone que fue convertido al cristianismo
por Pedro, a quien sirvió como amanuense, y bajo cuyo cuidado escribió su
Evangelio en griego. Marcos fue arrastrado y despedazado por el populacho de
Alejandría, en la gran solemnidad de su ídolo Serapis, acabando su vida en sus
implacables manos.
IX.
PEDRO
Entre
muchos otros santos, el bienaventurado apóstol Pedro fue condenado a muerte y
crucificado, como algunos escriben, en Roma; aunque otros, y no sin buenas
razones, tienen sus dudas acerca de ello. Hegesipo dice que Nerón buscó razones
contra Pedro para darle muerte; y que cuando el pueblo se dio cuenta, le
rogaron insistentemente a Pedro que huyera de la ciudad. Pedro, ante la
insistencia de ellos, quedó finalmente persuadido y se dispuso a huir.
Pero,
llegando a la puerta, vio al Señor Cristo acudiendo a él, a quien, adorándole,
le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» A lo que él respondió: «A ser de nuevo
crucificado». Con esto, Pedro, dándose cuenta de que se refería a su propio
sufrimiento, volvió a la ciudad. Jerónimo dice que fue crucificado cabeza
abajo, con los pies arriba, por petición propia, porque era, dijo, indigno de
ser crucificado de la misma forma y manera que el Señor.
X.
PABLO
También
el apóstol Pablo, que antes se llamaba Saulo, tras su enorme trabajo y obra
indescriptible para promover el Evangelio de Cristo, sufrió también bajo esta
primera persecución bajo Nerón. Dice Abdías que cuando se dispuso su ejecución,
que Nerón envió a dos de sus caballeros, Ferega y Partemio, para que le dieran
la noticia de que iba a ser muerto.
Al
llegar a Pablo, que estaba instruyendo al pueblo, le pidieron que orara por
ellos, para que ellos creyeran. Él les dijo que poco después ellos creerían y
serían bautizados delante de su sepulcro. Hecho esto, los soldados llegaron y
lo sacaron de la ciudad al lugar de las ejecuciones, donde, después de haber
orado, dio su cuello a la espada. XI. Judas Hermano de Jacobo, era comúnmente
llamado Tadeo. Fue crucificado en Edesa el 72 d.C.
EL
PERÍODO DEL CRECIMIENTO OCCIDENTAL
(68-100 D. DE J.C.)
Después de la muerte de Pablo el centro de la fuerza cristiana se
cambió hacia la sección occidental del área mediterránea. Aunque el material de
este período es escaso, no es difícil encontrar razones para alimentar la tradición
del movimiento occidental. Alrededor del año 66 estalló la guerra judía en
Palestina, resultando en la completa destrucción de Jerusalén el año 70, a
manos de Tito el romano.
Esta catástrofe marcó el fin del templo de Herodes y de los
sacrificios de los judíos; al mismo tiempo desarraigó la iglesia cristiana de
Jerusalén y esparció a la gente.
¿En qué dirección debía moverse la cristiandad? La tradición dice
que el apóstol Juan fue a Éfeso cerca del tiempo en que Jerusalén fue
destruida. Esto es admisible, puesto que el movimiento más lógico sería hacia
los grandes centros eclesiásticos en occidente establecidos por el apóstol Pablo.
En la literatura posterior aparecen aquí y allá indicios de que los cristianos
pudieron haberse ido a todas partes del mediterráneo occidental.
La tradición del cristianismo en Bretaña es muy antigua. Tal vez
uno de los soldados encadenados al apóstol Pablo fuera ganado por él para
Cristo y después fuera transferido a la guarnición en Bretaña, y allí
testificaría y organizaría una iglesia cristiana. Posiblemente una
situación parecida enviaría las buenas nuevas a Europa Central, al Norte de
África, y a todas partes, hasta las orillas del imperio romano.
Los eruditos conservadores atribuyen cinco libros de este período al
apóstol Juan. Escritos por un “hijo del trueno”, estos libros contienen advertencias
contra el cristianismo diluido tanto como contra el menosprecio de la humanidad
y de la deidad de Cristo. Los defensores de tales opiniones heréticas no
pueden ser identificados, pero su presencia es significativa en vista de la
aparición de esas mismas aberraciones doctrinales en el siguiente siglo.
Aparentemente Juan fue desterrado a la isla de Patmos desde Éfeso, durante la
fuerte persecución del emperador romano Domiciano (81-96). El libro de
Apocalipsis, que desafía el esfuerzo romano por obligar
a los cristianos a adorar al emperador romano, fue escrito al fin de la década
del período apostólico.
XII.
BARTOLOMÉ
Predicó
en varios países, y habiendo traducido el Evangelio de Mateo lenguaje de la
India, lo propagó en aquel país. Finalmente fue cruelmente azotado y luego
crucificado por los agitados idólatras.
XIII.
TOMÁS
Llamado
Dídimo, predicó el Evangelio en Partía y la India, donde, provocar a los
sacerdotes paganos a ira, fue martirizado, atravesado con lanza.
XIV. LUCAS
El
evangelista, fue autor del Evangelio que lleva su nombre. Viajó con por varios
países, y se supone que fue colgado de un olivo por los idolátricos sacerdotes
de Grecia.
XV.
SIMÓN
De
sobrenombre Zelota, predicó el Evangelio en Mauritania, África, incluso en Gran
Bretaña, país en el que fue crucificado en el 74 d.C.
XVI.
JUAN
El
«discípulo amado» era hermano de Jacobo el Mayor. Las iglesias Esmirna,
Pérgamo, Sardis, Filadelfia, Laodicea y Tiatira fueron fundadas él. Fue enviado
de Éfeso a Roma, donde se afirma que fue echado en un caldero de aceite
hirviendo. Escapó milagrosamente, sin daño alguno. Domiciano desterró
posteriormente a la isla de Patmos, donde escribió el
Libro
Apocalipsis. Nerva, el sucesor de Domiciano, lo liberó. Fue el único apóstol
que escapó una muerte violenta.
XVII.
BERNABÉ
Era
de Chipre, pero de ascendencia judía. Se supone que su muerte tu lugar
alrededor del 73 d.C. Y a pesar de todas estas continuas persecuciones y
terribles castigos, la Iglesia crecía diariamente, profundamente arraigada en
la doctrina de apóstoles y de los varones apostólicos, y regada abundantemente
con la sangre de los santos. Las diez primeras persecuciones La primera
persecución de la Iglesia tuvo lugar en el año 67, bajo Nerón, el sexto
emperador de Roma. Este monarca reinó por el espacio de cinco años de una
manera tolerable, pero luego dio rienda suelta al mayor desenfreno y a las más
atroces barbaridades.
Entre
otros caprichos diabólicos, ordenó que la ciudad de Roma fuera incendiada,
orden que fue cumplida por sus oficiales, guardas y siervos. Mientras la ciudad
imperial estaba en llamas, subió a la torre de Mecenas, tocando la lira y
cantando el cántico del incendio de Troya, declarando abiertamente que «deseaba
la ruina de todas las cosas antes de su muerte». Además del gran edificio del
Circo, muchos otros palacios y casas quedaron destruidos; varios miles de
personas perecieron en las llamas, o se ahogaron en el humo, o quedaron
sepultados bajo las ruinas. Este terrible incendio duró nueve años.
Cuando
Nerón descubrió que, su conducta era intensamente censurada, y que era objeto
de un profundo odio, decidió inculpar a los cristianos, a la vez para excusarse
para aprovechar la oportunidad para llenar su mirada con nuevas crueldades.
Esta fue la causa de la primera persecución; y las brutalidades cometidas
contra los cristianos fueron tales que incluso movieron a los mismos romanos a
compasión. Nerón incluso refinó sus crueldades e inventó todo tipo de castigos
contra los cristianos que pudiera inventar la más infernal imaginación.
En
particular, hizo que algunos fueran cosidos en pieles de animales silvestres,
antojándolos a los perros hasta que expiraran; a otros los vistió de camisas
atiesadas con cera, atándolos a postes, y los encendió en sus jardines, para
iluminarlos. Esta persecución fue general por todo el Imperio Romano; pero más
bien aumentó que disminuyó el espíritu del cristianismo. Fue durante esta
persecución que fueron martirizados San Pablo y San Pedro. A sus nombres se
pueden añadir Erasto, tesorero de Corinto; Aristarco, el macedonio, y Trófimo,
de Éfeso, convertido por San Pablo y su colaborador, así como José, comúnmente
llamado Barsabás, y Ananías, obispo de Damasco; cada uno de los Setenta.
Es
muy importante haber visto este estudio básico anterior, para Poder visualizar todo el panorama de la
historia cristiana, sus doctrinas Y
mensajes según su tiempo El Nuevo Testamento, apto para las condiciones
actuales; El Antiguo y el Nuevo Testamento; La iglesia de Cristo y las iglesias
de Dios; El libro de los Hechos establece un modelo para la práctica presente;
Hechos que guardan relación con sucesos posteriores; El día de Pentecostés y la
formación de iglesias; Las sinagogas; Las sinagogas y las iglesias; La Diáspora
judía difunde el conocimiento de Dios; Las iglesias primitivas formadas por los
judíos.
Los judíos rechazan a Cristo; La religión judía, la
filosofía griega y el Imperio Romano se oponen a las iglesias; Conclusión de
las Sagradas Escrituras; Los escritos posteriores; Epístola de Clemente a los corintios; Ignacio; Los últimos
vínculos con los tiempos del Nuevo Testamento; El bautismo y la Cena del Señor;
Crecimiento de una casta clerical; Orígenes; Cipriano; Novaciano; Los
diferentes tipos de iglesias; Los montanistas; Los marcionistas; Persistencia de
las iglesias primitivas; Los cátaros; Los novacianos; Los donatistas; Los
maniqueos; Epístola a Dionisio; El Imperio Romano persigue a la iglesia;
Constantino establece la libertad de religión; La iglesia vence al mundo.
El
Nuevo Testamento es el digno cumplimiento del Antiguo. Es el único fin legítimo
hacia el cual podían señalar la Ley y los profetas. Este no se deshace de
ellos, sino que los enriquece por medio de cumplirlos y sustituirlos. Además,
lleva implícito un carácter de perfección, y no presenta el comienzo rudimentario
de una nueva era que requerirá constantes modificaciones y cambios para suplir
las necesidades de los tiempos cambiantes, sino que es una revelación apta para
todos los hombres de todos los tiempos. Jesucristo no nos pudiera haber sido
revelado de mejor manera que como lo hacen los cuatro Evangelios. Tampoco las
consecuencias o doctrinas que se desprenden de los hechos de su muerte y
resurrección no pudieran haber sido enseñadas de una manera más correcta que
como lo hacen las Epístolas.
El
Antiguo Testamento registra la formación e historia de Israel, pueblo mediante
el cual Dios se manifestó al mundo hasta la llegada de Cristo. El Nuevo
Testamento revela la iglesia de Cristo, la cual consta de todos los que han
nacido de nuevo por medio de la fe en el Hijo de Dios, llegando así a ser
partícipes de la vida divina y eterna (véase Juan 3.16).
Este
cuerpo, la iglesia entera de Cristo, no puede ser visto, ni puede obrar en un
solo lugar debido a que muchos de sus miembros ya están con Cristo y otros
están dispersos por todo el mundo. El mismo está llamado a darse a conocer y
llevar su testimonio en la forma de iglesias de Dios en distintos lugares y en
diferentes épocas. Cada una de estas iglesias está compuesta por aquellos discípulos
del Señor Jesucristo que, en el lugar donde viven, se congregan en su nombre.
A
ellos les es prometida la presencia del Señor y les es dada la manifestación
del Espíritu Santo de distintas maneras por medio de todos sus miembros (véase
Mateo 18.20; 1 Corintios 12.7).
Cada
una de estas iglesias tiene una relación directa con el Señor, recibe su
autoridad de él, y es responsable ante él (véase Apocalipsis 2–3). No existe
evidencia alguna de que una iglesia deba controlar a otra o de que deba existir
alguna unión organizada entre las mismas. Sin embargo, a todas ellas las une
una hermandad personal íntima (véase Hechos 15.36).
UN MODELO PERMANENTE
El
objetivo fundamental de las iglesias es dar a conocer al mundo entero el
Evangelio o las buenas nuevas de salvación. Esto fue el mandato del Señor antes
de su ascensión. A la vez prometió dar el Espíritu Santo como el poder mediante
el cual debe llevarse a cabo esta misión (véase Hechos 1.8).
Los
sucesos en la historia de las iglesias en el tiempo de los apóstoles han sido
seleccionados y registrados en el libro de los Hechos de manera que establezcan
un modelo permanente para las iglesias de todos los tiempos. El desviarse de
este modelo ha traído consigo consecuencias desastrosas, y todo avivamiento y
restauración se ha debido, al menos en parte, a un regreso a este modelo y a
los principios que aparecen en las Escrituras.
La
siguiente narración de algunos sucesos posteriores, compilada con información
de varios escritores, muestra que ha habido una sucesión continua de iglesias
compuestas por creyentes cuyo objetivo principal ha sido actuar sobre la base de las enseñanzas
del Nuevo Testamento.
Esta
sucesión no necesariamente se ha encontrado en un lugar determinado, ya que a
menudo tales iglesias han sido dispersadas o se han degenerado, pero han
surgido otras similares en otros lugares. El modelo aparece descrito tan
claramente en las Escrituras que ha hecho posible el surgimiento de iglesias de
este tipo en otros lugares y entre creyentes que no sabían que otros discípulos
antes que ellos habían tomado el mismo sendero, o no sabían que había otros en
su mismo tiempo, pero en otras partes del mundo. En la narración se menciona
cualquier suceso relacionado con la historia en general siempre y cuando la
relación contribuya a lograr una mejor comprensión de las iglesias descritas.
También
se hace referencia a algunos movimientos espirituales que si bien no condujeron
a la formación de iglesias basadas en el modelo del Nuevo Testamento, sí
arrojaron la luz sobre aquellos que resultaron en la fundación de iglesias de
este tipo.
A PARTIR DE PENTECOSTÉS
HUBO UNA RÁPIDA DIFUSIÓN DEL EVANGELIO.
La
gran cantidad de judíos, que lo escucharon en la fiesta en Jerusalén cuando fue
predicado por primera vez, llevaron las buenas nuevas a las diferentes naciones
de su dispersión. Aunque es sólo de los viajes misioneros del apóstol Pablo que
el Nuevo Testamento ofrece una descripción pormenorizada, los otros apóstoles
también viajaron ampliamente predicando
y fundando iglesias en extensas áreas. Todos los que creyeron se convirtieron
en testigos para Cristo: “Pero
los que fueron esparcidos iban por todas partes anunciando el evangelio” (Hechos
8.4).
La
práctica de fundar iglesias donde hubiera creyentes, aunque fueran pocos, le
dio permanencia a la obra y, como desde el principio cada iglesia fue enseñada
a depender del Espíritu Santo y a ser responsable ante Cristo, estas se
convirtieron en centros para la propagación de la Palabra de vida. Por ello, a
la iglesia recién fundada de los tesalonicenses se le dijo: “Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la
palabra del Señor”
(1 Tesalonicenses 1.8).
Aunque
cada iglesia era independiente de cualquier organización o asociación de
iglesias, se mantuvo una relación íntima con otras iglesias; relación esta que
era continuamente revitalizada por las visitas frecuentes de hermanos que
ministraban la Palabra de Dios (véase Hechos 15.36).
Las
reuniones tenían lugar en casas privadas, en cualquier recinto disponible o al
aire libre, sin requerir de ninguna instalación en específico.1 Esta atracción
de todos los miembros hacia el servicio, esta movilidad y unidad no organizada,
permitiendo una variedad que sólo enfatizaba la unión de una vida común en
Cristo y la permanencia del mismo Espíritu Santo, preparó a las iglesias para sobrevivir
a la persecución y llevar a cabo su comisión de llevar a todo el mundo el
mensaje de salvación.
LAS
SINAGOGAS
La
primera predicación del Evangelio fue hecha por judíos a los judíos, y el lugar
donde frecuentemente se desarrolló fue en las sinagogas.
El
sistema de sinagogas es el medio simple y eficaz a través del cual el concepto
de nacionalidad y unidad religiosa de los judíos han sido preservados a través
de los siglos de su dispersión entre las naciones. El centro de la sinagoga es
el Antiguo Testamento, y el poder de las Escrituras y de la sinagoga se muestra
en el hecho de que la Diáspora judía no ha podido ser extinguida ni absorbida
por las naciones.
Los
objetivos fundamentales de la sinagoga eran la lectura de las Escrituras, la
enseñanza de sus preceptos y la oración; y sus orígenes se remontan a los
tiempos antiguos. En el Salmo 74.4, 8 aparece el lamento: “Tus enemigos vociferan en medio de tus asambleas.
Han quemado todas las sinagogas de Dios en la tierra”.
Se
dice que Esdras, a su regreso del cautiverio, organizó más las sinagogas, y la
posterior dispersión de los judíos hizo que las sinagogas tomaran aun más
importancia. Cuando el Templo, el centro judío, fue destruido por los romanos,
las sinagogas, que ya se encontraban ampliamente diseminadas, demostraron ser
una unión indestructible, sobreviviendo a todas las persecuciones que
siguieron.
En
el centro de cada sinagoga hay un arca en la cual se mantienen las Escrituras,
y al lado de esta se encuentra la tribuna desde donde se leen.
El
intento dirigido por Bar-cocheba (135 d. de J.C.) fue uno de los tantos
esfuerzos hechos para librar a Judea del yugo romano. Si bien por un corto
período de tiempo pareció tener algún éxito, fracasó como los demás, y sólo
trajo consigo un terrible castigo sobre los judíos. Aunque el uso de la fuerza
fracasó en sus intentos por liberarlos, fue su acercamiento en torno a las
Escrituras como su centro lo que evitó su desaparición.
Resulta,
pues, evidente la semejanza y relación existente entre las sinagogas y las
iglesias. Jesús se convirtió en el centro de cada una de las iglesias dispersas
por todo el mundo, al decir: “Porque
donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en
medio de ellos” (Mateo 18.20).
ADEMÁS, ÉL LES PROVEYÓ
LAS ESCRITURAS PARA QUE FUERAN SU GUÍA INALTERABLE.
Por
esta razón ha resultado imposible exterminar las iglesias. Cuando en un lugar
han sido destruidas han aparecido en otros lugares.
Los
judíos de la Diáspora2 desarrollaron un gran celo por dar a conocer al Dios
verdadero entre los paganos, y una gran cantidad de los paganos se convirtió al
Señor por medio de sus testimonios. En el siglo III a. de J.C., se logró la
traducción de las Escrituras del idioma hebreo al griego en la Versión
Septuaginta, y teniendo en cuenta que el idioma griego fue en aquel tiempo,
como más adelante, el medio principal de comunicación entre los pueblos de
diferentes idiomas, la Septuaginta resultó ser un medio inestimable mediante el
cual las naciones gentiles podían llegar a conocer las Escrituras del Antiguo
Testamento. Provistos de este aporte, los judíos usaron tanto las sinagogas
como las oportunidades que les brindaba el comercio para llevar a cabo su
misión.
Jacobo,
el hermano del Señor, dijo: “Porque
Moisés desde tiempos antiguos tiene en cada ciudad quien lo predique en las
sinagogas, donde es leído cada día de reposo” (Hechos
15.21). Es por esto que muchos, tanto griegos como ciudadanos
de otras naciones, fueron atraídos por las sinagogas. Muchos de
ellos, cargados de pecados y opresiones resultantes del paganismo,
confundidos e insatisfechos por sus filosofías, llegaron a conocer al único Dios
verdadero al escuchar la Ley y los profetas. El comercio también vinculó
a los judíos a toda clase de personas y ellos aprovecharon esto
diligentemente para difundir el conocimiento de Dios.
En
este tiempo, por ejemplo, un gentil buscador de la verdad escribe que él había
decidido no ser partidario de ninguna de las principales tendencias filosóficas
del momento, ya que dichosamente un judío comerciante de lino que había llegado
hasta Roma, le había dado a conocer al Dios verdadero de la manera más
sencilla.
En
las sinagogas había libertad para ministrar. Jesús acostumbraba enseñar en
ellas: “Y en el día de reposo entró en
la sinagoga, conforme a su costumbre, y se levantó a leer” (Lucas
4.16). Cuando Bernabé y Pablo llegaron a Antioquía de Pisidia, ambos fueron a
la sinagoga y se sentaron allí. “Y después de la lectura de la ley y de los
profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si
tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad” (Hechos
13.15).
Cuando
vino Cristo el Mesías, el cumplimiento de las esperanzas y el testimonio de
todo el pueblo de Israel, un gran número de judíos y prosélitos religiosos
creyeron en él, y las primeras iglesias fueron fundadas entre ellos. Pero los
gobernantes del pueblo teniendo envidia de la prometida Simiente de Abraham, el
principal hijo de David, y celosos de la inclusión y bendición de los gentiles
como lo anunciaba el Evangelio rechazaron a su Rey y Redentor, persiguieron a
sus discípulos, y continuaron en sus caminos de tristeza, sin el Salvador que
era, para ellos primeramente, la expresión misma del amor y del poder salvador de
Dios para con los hombres.
Puesto
que la iglesia se formó inicialmente entre los círculos judíos, los judíos
fueron precisamente sus primeros adversarios. Pero la iglesia creció y se
extendió, y cuando los gentiles se convirtieron a Cristo, la iglesia entró en
conflicto con las ideas griegas y con el poder romano.
Encima
de la cruz de Cristo su acusación fue escrita en hebreo, griego y latín (véase
Juan 19.20). Y fue en el marco del poder político y espiritual representado por
estos idiomas que la iglesia comenzó a padecer y también a ganar sus primeros
trofeos.
La
religión judía afectó a la iglesia no sólo en la forma de ataques físicos, sino
además, y más permanentemente, al imponerle a los cristianos la Ley.
Es
por ello que escuchamos a Pablo en la Epístola a los gálatas, protestando contra
tales ideas retrógradas: “El
hombre no es justificado por las obras de
la ley, sino por la fe de
Jesucristo” (Gálatas 2.16). Del libro de los Hechos y la Epístola a
los gálatas podemos apreciar que el primer peligro serio que amenazó a la
iglesia cristiana fue el de estar confinada dentro de los límites de una secta
judía y perder por ellos su poder y libertad de llevar al mundo entero el
conocimiento de la salvación de Dios en Cristo.
LA FILOSOFIA GRIEGA
La
filosofía griega, en su búsqueda de alguna teoría acerca de Dios, alguna
explicación de los fenómenos de la naturaleza y de alguna norma de conducta, no
dejó escapar a ninguna de las religiones y especulaciones que venían lo mismo
de Grecia, Roma, África o Asia. Una gnosis o
“conocimiento”, un sistema filosófico tras otro surgía y se convertía en el
tema de discusión candente.
La
mayoría de los sistemas gnósticos se formaron tomando prestado de una gran
variedad de fuentes. Combinaban las enseñanzas y prácticas paganas con las
judías, y posteriormente con las cristianas. Los mismos exploraban los
“misterios” que eran accesibles solamente para los “iluminados”, y que iban más
allá de las formas externas de las religiones paganas. A menudo enseñaban la
existencia de dos dioses o principios: Luz, y el otro Tinieblas; o sea, el Bien
y el Mal.
En
su opinión, la materia y las cosas materiales eran productos del Poder de las
Tinieblas y estaban bajo su control, mientras que atribuían las cosas
espirituales al dios superior. Estas especulaciones y filosofías crearon las
bases para la formación de muchas herejías que desde sus inicios invadieron la
iglesia cristiana, las cuales ya eran combatidas por los escritos tardíos del
Nuevo Testamento, especialmente los de Pablo y Juan.
Las
medidas tomadas para hacer frente a estos ataques y preservar una unidad de
doctrina afectaron a la iglesia aun más que las propias herejías, debido a que
estas medidas fueron responsables en gran parte del rápido crecimiento del
poder y control del episcopal junto al sistema clerical que tan pronto en la
historia y de manera tan grave comenzó a modificar el carácter de las iglesias.
Poco
a poco el Imperio Romano fue arrastrado hacia un ataque contra las iglesias;
ataque que más adelante dedicó todo su poder y recursos a la aniquilación y
destrucción de las mismas. Fue así como aproximadamente en el año 65 fue
ejecutado el apóstol Pedro, y unos años más tarde, el apóstol Pablo. La
destrucción de Jerusalén por los romanos (70 d. de J.C.) acentuó el hecho de
que a las iglesias no les es dada ninguna cabeza o centro visible en la tierra.
Luego el apóstol Juan, al escribir su Evangelio, sus epístolas y el
Apocalipsis, llevó las Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento a una
conclusión, una conclusión digna de todo lo que había tenido lugar
anteriormente.
Existe
una diferencia notable entre el Nuevo Testamento y los escritos del mismo
período y de períodos posteriores que no están incluidos en la lista o canon de
las Escrituras inspiradas. Aunque es fácil notar lo bueno que contienen estos
escritos posteriores, su inferioridad es inequívoca. Si bien exponen las
Escrituras, defienden la verdad, refutan errores y exhortan a los discípulos,
también manifiestan El creciente alejamiento de los principios divinos del
Nuevo Testamento, lo cual ya había comenzado en los tiempos de la iglesia
apostólica y se acentuó rápidamente más tarde. Escrita en el transcurso de la
vida del apóstol Juan, La
primera epístola de Clemente a los corintios ofrece
una panorámica de las iglesias en las postrimerías del período apostólico.
INTRODUCCIÓN
AL PERÍODO
(100-325 d. de J.C.)
La historia del cristianismo entre los años 100 y 325 revela un
período de extremo peligro para el movimiento. Dos peligros lo enfrentaban:
(1) hostilidad y violencia del
gobierno pagano;
(2) corrupción y división
interna.
Del exterior el principal peligro venía del Imperio Romano. Al
terminar la era apostólica (año 100 d. de J.C.), los emperadores romanos
consideraron el cristianismo como proscrito. Esto significaba la muerte para el
que se llamara cristiano. En dos ocasiones durante el período, se hicieron esfuerzos
determinados para exterminar el cristianismo por todo el mundo. El alivio vino
cuando Constantino abrazó la causa cristiana tal vez por motivos políticos y luchó por el
puesto de emperador absoluto en 323. El período se cierra con el primer
concilio mundial de cristianos en Nicea en 325, cuando el cristianismo empezó a
crecer en una nueva dirección.
Dentro del cristianismo el peligro de corrupción y división surgió
de su íntima relación con los movimientos paganos y judíos. El cristianismo era
influido internamente por su ambiente. Algunas veces la reacción para combatir
la herejía era tan dañina como la corrupción.
Este período se discute en tres capítulos uno que describe la
lucha contra las fuerzas externas, uno que describe la lucha contra la
corrupción interna, y uno que resume la condición del cristianismo en el año
325.
PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS
Diversos asuntos podrían atraer la atención y el interés del
estudiante en el estudio de este período. Debe notarse la clase de reacción
mostrada por los cristianos cuando eran perseguidos ninguna acción militar como
la de los judíos; ningún compromiso general de los principios con el gobierno
pagano, sino el despliegue de una literatura eficiente para iluminar a los
perseguidores, y la manifestación de la fortaleza cristiana y de un constante
testimonio.
Debe notarse también la infiltración gradual del
error, como puede verse en los escritos del segundo siglo. No puede señalarse un cambio violento, pero el vocabulario
cristiano empezó a tomar un nuevo significado y
a crecer rápidamente, marcando cambios radicales
al modelo del Nuevo Testamento e innovaciones en todas las áreas cristianas. Debe pesarse cuidadosamente la
influencia de los diversos partidos en el
ambiente pagano, notando la transferencia de ideas.
CLEMENTE
AÑO
30—100 D. D J. C
Clemente
fue un anciano de la iglesia en Roma. Él había visto a los apóstoles Pedro y
Pablo, a cuyos martirios se refiere en esta carta que comienza: “De la iglesia
de Dios en Roma a la iglesia de Dios en Corinto”. En esta epístola Clemente
habla de las persecuciones a las que ellos se enfrentaron empleando un tono de
victoria. Por ejemplo, escribe de “mujeres, siendo perseguidas” que, “luego de
haber padecido tormentos indecibles, concluyeron el curso de su fe con firmeza
y, aunque débiles físicamente, recibieron una noble recompensa”. El tono
empleado en su epístola es muy humilde. El escritor dice:
“Les
escribimos no para simplemente recordarles sus deberes, sino también para
recordárnoslos a nosotros mismos”. Además aparecen alusiones frecuentes al
Antiguo Testamento y a su valor como sombra o tipo, así como muchas citas del Nuevo
Testamento. La esperanza del regreso del Señor es un tema constante a través de
su epístola. También les recuerda el camino de la salvación, el cual no está en
la sabiduría o en las buenas obras, sino en la fe; y agrega que la
justificación por fe no debe nunca hacernos perezosos en las buenas obras. Sin
embargo, aun aquí ya es evidente el distanciamiento entre el clero y el
laicado, distanciamiento que se desprende de las ordenanzas del Antiguo Testamento.
En
sus últimas palabras a los ancianos
de la iglesia en Éfeso, el apóstol Pablo los convoca y se
dirige a ellos como a quienes el Espíritu Santo había puesto por “obispos”
(véase Hechos 20). En todo el pasaje se muestra que ambos títulos se refieren a
los mismos hombres, y que había varios de ellos en la misma congregación.
IGNACIO
AÑO 35—107 D. D J. C
Sin
embargo, Ignacio escribió algunos años después que Clemente y, aunque también
había conocido a varios de los apóstoles, le da al obispo una importancia y autoridad
no sólo desconocidas en el Nuevo Testamento, sino que además va más allá de lo
que el mismo Clemente le atribuía. Al comentar sobre Hechos 20,6 Ignacio
plantea que Pablo envió desde Mileto a Éfeso y llamó a los obispos y
presbíteros, utilizando así dos títulos para referirse a lo mismo. También dice
que estos eran de Éfeso y de las ciudades vecinas, opacando así el hecho de que
la iglesia en Éfeso tenía varios supervisores u obispos.
POLICARPO
AÑO 59—156 D. D. J. C
Uno
de los últimos hombres que conoció personalmente a uno o más de los apóstoles
fue Policarpo, obispo de Esmirna, que fue ejecutado en aquella ciudad en el año
156 d. de J.C. Desde hacía mucho tiempo Policarpo había sido instruido por el
apóstol Juan y había estado muy cercano a otros que también habían conocido al
Señor. Ireneo es otro eslabón en la cadena de contactos personales hasta los
tiempos de Cristo. Este fue instruido por Policarpo y fue ordenado obispo de
Lyón en el año 177 d. de J.C.
La
práctica del bautismo de creyentes7 sobre su confesión de fe en el Señor
Jesucristo, como enseña y ejemplifica el Nuevo Testamento, fue continuada
posteriormente. La primera referencia clara que se hace al bautismo de infantes
aparece en un escrito de Tertuliano del año 197 d. de J.C., en el cual él
condena el comienzo de la práctica del bautismo a los fallecidos y a infantes.
Sin embargo, el camino para este cambio había sido preparado mediante la
enseñanza acerca del bautismo que era divergente de la práctica enseñada en el
Nuevo Testamento; pues a principios del segundo siglo ya se enseñaba la
regeneración bautismal.
Esto,
unido al cambio igualmente impresionante por medio del cual la recordación del
Señor y su muerte (es decir, partir el pan y beber el vino entre sus
discípulos) se transformó en un acto desempañado por un sacerdote y considerado
como un milagro, acentuó aun más el distanciamiento entre el clero y el
laicado. El crecimiento de un sistema clerical bajo el dominio de los Obispos,
que más adelante fueron gobernados por los “Metropolitanos” que controlaban
extensos territorios, sustituyó el poder y la obra del Espíritu Santo y la
dirección de las Escrituras a nivel de iglesias locales por una organización
humana y unas cuantas formas religiosas.
Este
desarrollo fue gradual8 y muchos no se dejaron arrastrar por él. Al principio
no hubo pretensión alguna de que una iglesia debía controlar a otra, aunque una
iglesia pequeña podía solicitarle a otra más grande que enviara “hombres
escogidos” para que la ayudara en asuntos de importancia. Las conferencias locales de
obispos tuvieron lugar de vez en cuando, pero hasta finales del segundo siglo
no parece que se acostumbrara celebrar tales reuniones a menos que por alguna
ocasión especial resultara conveniente para que aquellos interesados se
reunieran en conferencia.
Tertuliano
escribió: “No es cosa de la religión imponer la religión, la cual debe ser
adoptada libremente, no por la fuerza”.
ORIGENES
AÑO 185—254 D. D J.C
Orígenes,
uno de los maestros más relevantes, así como uno de los “padres” más
espirituales de su tiempo, aportó un planteamiento claro acerca del carácter
espiritual de la iglesia.
Nacido
en Alejandría (185 d. de J.C.) de padres cristianos, Orígenes fue uno de los
que desde su niñez experimentó las obras del Espíritu Santo en su vida. Sus
excelentes relaciones con su sabio y devoto padre, Leónidas, su primer maestro
de las Escrituras, quedaron demostradas de manera impactante cuando, en ocasión
del encarcelamiento de su padre por causa de la fe, Orígenes, con tan sólo diecisiete
años de edad, trató de unirse a él en prisión.
Sólo
fue impedido por la estratagema de su madre de esconder su ropa. No obstante,
él se mantuvo escribiéndole a su padre en prisión y animándolo a que se
mantuviera firme. Cuando Leónidas fue ejecutado y su propiedad confiscada, el
joven Orígenes se convirtió en el sostén principal de su madre y seis hermanos
menores. Su extraordinaria capacidad como maestro pronto lo hizo resaltar, y si
bien él mismo se trataba con una severidad extrema, mostraba una gran bondad hacia
los hermanos perseguidos al hacerse partícipe de sus sufrimientos. Por un
tiempo se refugió en Palestina donde sus enseñanzas y escritos llevaron a los
obispos a escuchar como alumnos sus exposiciones de las Escrituras.
DEMETRIO
Demetrio,
el Obispo de Alejandría, indignado al ver que Orígenes, un laico, se atreviera
a instruir a Obispos, lo censuró y lo obligó a regresar a Alejandría. Pero a
pesar de que Orígenes se sometió a Demetrio, este finalmente lo excomulgó (231 d. de J.C.). El encanto peculiar de su
carácter y la profundidad y percepción
de sus enseñanzas atrajo a hombres que lo siguieron fielmente, los cuales
continuaron sus enseñanzas aun después de su muerte. Orígenes murió en el año
254 d. de J.C. como resultado de las torturas ha las que había sido sometido
cinco años atrás en Tiro durante la persecución deciana.
Orígenes
planteó que la iglesia consta de todos aquellos que han experimentado en sus
vidas el poder del Evangelio eterno. Estos forman la verdadera iglesia espiritual,
la cual no siempre coincide con la que los hombres conocen como la iglesia. Su
entusiasmo y mentalidad especulativa lo llevaron más allá de lo que la mayoría
comprendía, de modo que muchos lo consideraron herético en sus enseñanzas, pero
él hacía una distinción entre aquellas cosas que tenían que ser expuestas clara
y dogmáticamente y las que habían de ser expuestas con prudencia para su
consideración y análisis.
Con
relación a estas últimas, él dijo: “No obstante, acerca de cómo serán las cosas
sólo Dios lo sabe con certeza, y aquellos que son sus amigos por medio de
Cristo y el Espíritu Santo”. Orígenes dedicó su laboriosa vida a exponer
claramente el contenido de las Escrituras. Su gran obra, la Héxapla,
hizo posible una comparación expedita de distintas versiones de las Escrituras.
CIPRIANO
AÑO 200—258 D. D. J. C
Muy
diferente de Orígenes fue Cipriano, Obispo de la iglesia que estaba en Cartago
y nacido aproximadamente en el año 200 d. de J.C.
Este
usa libremente el término “la Iglesia Católica” y no ve salvación fuera de
esta, de manera que en su tiempo ya estaba formada la “Antigua Iglesia
Católica”, o sea, la Iglesia que antes de la época de Constantino reclamaba para
sí el nombre de “Católica” y que excluía a todos aquellos creyentes que no se
conformaban a ella.
Refiriéndose
en uno de sus escritos a Novaciano y a los que simpatizaban con él en sus
esfuerzos por lograr una mayor pureza en las iglesias, Cipriano denuncia “la
maldad de una ordenación ilegal hecha en oposición a la Iglesia Católica”. Él
dice que aquellos que aprobaron las ideas de Novaciano no podían tener comunión
con tal Iglesia porque procuran “mutilar y hacer pedazos el cuerpo de la
Iglesia Católica”, habiendo cometido ya el crimen de abandonar a su Madre, y que
deben regresar a la Iglesia, ya que han actuado “contrario a la unidad católica”.
También
dice, “Hay cizaña en el trigo, sin embargo no debemos apartarnos de la Iglesia,
sino trabajar diligentemente para que seamos trigo en ella, siendo vasijas de
oro o plata en la gran casa”. Cipriano sugirió la lectura de sus panfletos como
ayuda a cualquier persona en duda, y al referirse a Novaciano, afirmó: “Aquel
que no esté en la Iglesia de Cristo no es cristiano existe una sola Iglesia y,
además, un solo episcopado”.
LA RESISTENCIA ORGANIZADA
A
medida que las iglesias se incrementaban, fue disminuyendo el entusiasmo
inicial y aumentó la conformidad al mundo y a sus costumbres. Esta situación no
progresó sin que hubiera protesta. A medida que se desarrollaba la organización
del grupo de iglesias Católicas, dentro de la misma se fueron formando grupos
que estaban a favor de una reforma. Algunas iglesias se separaron de este
grupo; otras, apegándose a las doctrinas y prácticas originales del Nuevo
Testamento en mayor o menor escala, se separaron poco a poco de las iglesias
que en gran medida las habían abandonado.
El
hecho de que el sistema de la Iglesia Católica posteriormente se convirtiera en
el sistema dominante resultó en que hoy es posible tener acceso a una gran cantidad
de su literatura, mientras que la literatura de aquellos que no estaban de
acuerdo con la misma ha sido suprimida, así que principalmente lo que sabemos
de ellos se ha deducido de los escritos dirigidos en su contra.
Es
por ello que resulta fácil llevarse la errónea impresión de que en los primeros
tres siglos había una Iglesia Católica unida y un variado conjunto de iglesias
heréticas relativamente insignificantes. Sin embargo, lo cierto es que en aquel
tiempo, al igual que ahora, se estaba dando todo lo contrario. Había distintos
grupos de iglesias que se excluían mutuamente, y un buen número de maneras de creer,
cada una marcada por alguna característica específica.
Los
muchos grupos que obraron para lograr una reforma en las iglesias Católicas,
sin apartarse de ellas, eran conocidos como los montanistas. El uso del nombre
de algún hombre prominente, en este caso Montano, para describir un movimiento
espiritual extenso resulta un tanto engañoso, aunque muchas veces esto debe ser
aceptado por razones de conveniencia.
No
obstante, esto siempre debe hacerse con ciertas reservas, pues por más
importante que un hombre llegue a ser como líder y exponente, un movimiento
espiritual que afecta a multitudes de personas representa algo mucho mayor y
más significativo.
Como
resultado de la creciente mundanería dentro de la Iglesia, y la manera en que
entre los líderes el aprendizaje fue ocupando el lugar del poder espiritual,
muchos creyentes sintieron profundamente el deseo de vivir una experiencia
nueva con la presencia y el poder del Espíritu Santo, y buscaron avivamiento
espiritual y un regreso a las enseñanzas y prácticas apostólicas.
En
Frigia, Montano comenzó a enseñar su doctrina (156 d. de J.C.). Él y sus
seguidores comenzaron a protestar contra el descuido prevaleciente en las
relaciones de la Iglesia con el mundo. Entre ellos algunos aseguraban tener una
manifestación especial del Espíritu Santo, en particular dos mujeres, Prisca y
Maximilia.
MONTANO
2° SIGLO
La
persecución ordenada por el Emperador Marco Aurelio (177 d. de J.C.) aceleró la
esperanza de la venida del Señor y las aspiraciones espirituales de los
creyentes. Los montanistas tenían la esperanza de formar congregaciones que
regresaran a la piedad que una vez se practicó en la iglesia primitiva, esto
es, vivir como los que esperan la venida del Señor, y especialmente darle al
Espíritu Santo el lugar debido en la iglesia. Si bien entre ellos hubo
exageraciones acerca de las revelaciones espirituales que algunos decían tener,
ellos enseñaron y practicaron una reforma que era necesaria. Aceptaron en sentido
general la organización que se había desarrollado en las iglesias Católicas y
trataron de permanecer dentro de su comunión.
No
obstante, mientras que los Obispos Católicos deseaban incluir en la Iglesia a
tantos partidarios como fuera posible, los montanistas insistían constantemente
en la necesidad de lograr evidencias contundentes del cristianismo en la vida
de los aspirantes.
El
sistema Católico obligaba a los Obispos a aumentar su control, pero los
montanistas se oponían a esto, alegando que la dirección de las iglesias le
correspondía al Espíritu Santo, y que se le debía permitir que hiciera su obra.
En el Oriente estas diferencias pronto condujeron a la formación de iglesias
separadas del sistema Católico, pero en Occidente los montanistas permanecieron
mucho tiempo como sociedades dentro de las iglesias Católicas, y no fue sino
hasta después de muchos años que fueron excluidos de las mismas o ellos las
abandonaron.
En
Cartago, Perpetua y Felicitas (el relato conmovedor de su martirio ha
conservado su memoria) eran aún, aunque montanistas, miembros de la Iglesia
Católica en el momento de su martirio (207 d. de J.C.). Por otra parte, apenas
a principios del tercer siglo el gran líder entre las iglesias africanas, el
eminente escritor Tertuliano, al unirse a los montanistas, se separó de la
Iglesia Católica. Él escribió: “Donde hay aunque sea tres personas, incluyendo
a los del laico, allí hay una iglesia”.
MARCIÓN
AÑO 85—160 D. D. J. C
Un
movimiento muy diferente que se propagó ampliamente hasta convertirse en uno de
los rivales más serios del sistema católico fue el de los marcionistas, del
cual Tertuliano, uno de sus adversarios, escribió:
“La
tradición herética de Marción ha invadido todo el mundo”. Marción nació en Sinope
(85 d. de J.C.) a la orilla del Mar Negro, y se crió entre las iglesias en la
provincia de Ponto, donde el apóstol Pedro había trabajado (véase 1 Pedro 1.1),
y de la cual Aquila era oriundo (véase Hechos 18.2). Poco a poco Marción
desarrolló su doctrina, pero no fue sino hasta que estaba a punto de cumplir
sus sesenta años que sus enseñanzas fueron publicadas y ampliamente discutidas
en Roma.
Su
alma fue puesta a prueba al enfrentarse a los grandes problemas de la maldad
existentes en el mundo, la diferencia entre la revelación de Dios en el Antiguo
Testamento y la contenida en el Nuevo, la oposición de la ira y el juicio por
una parte al amor y la misericordia por la otra, y la ley con respecto al
Evangelio. Incapaz de reconciliar estas divergencias sobre la base de las
Escrituras como generalmente se comprendían en las iglesias, Marción adoptó una
forma de teoría dualista como la que ya prevalecía en aquella época.
Él
afirmaba que el mundo no había sido creado por el Dios altísimo, sino por un
ser inferior, el dios de los judíos. También planteaba que el Dios Redentor se
manifestó en Cristo, quien, sin tener ninguna relación previa con el mundo,
pero a causa de su amor y para salvar al mundo que había fracasado y liberar al
hombre de su miseria, vino al mundo.
Según
la doctrina de Marción, Cristo llegó al mundo como un extraño y un desconocido,
y por consiguiente fue atacado por el (supuesto) creador y amo del mundo así
como por los judíos y todos los siervos del dios de este mundo.
Marción
enseñó que el deber del verdadero cristiano era oponerse al judaísmo y a la
forma tradicional del cristianismo, la cual, en su opinión, era sólo una rama
del judaísmo. Él no estaba de acuerdo con las sectas de tipo gnóstico, ya que
él no predicaba que la salvación se alcanzara por medio de los “misterios” o a
través de aumentar el conocimiento, sino por medio de la fe en Cristo. Al
principio apuntó hacia una reformación de las iglesias cristianas, aunque más
tarde estas y los seguidores de Marción se excluyeron mutuamente.
Como
sus ideas no encontraron fundamento en las Escrituras, Marción se convirtió en
un crítico de la Biblia de la más drástica especie. Él aplicó su teoría a las
Escrituras y rechazó todo lo que en ellas estaba en oposición manifiesta con
dicha teoría, reteniendo solamente lo que a su parecer la apoyaba. Pero aun de
lo que aceptaba, hacía una interpretación conforme a sus propias ideas y no
según el tono general de las Escrituras. Incluso, agregó contenido a las
Escrituras donde lo consideró conveniente.
De
modo que, aunque inicialmente él había aceptado todo el contenido del Antiguo
Testamento, más tarde lo rechazó, alegando que este era una revelación del dios
de los judíos y no del Dios altísimo y Redentor, pues profetizaba de un Mesías
judío y no de Cristo. Él opinaba que los discípulos se equivocaron al creer que
Cristo era el Mesías judío. Al sostener que el verdadero Evangelio había sido
revelado sólo a Pablo, Marción rechazó también el Nuevo Testamento, con la excepción
de ciertas epístolas de Pablo y el Evangelio de Lucas, el cual posteriormente
editó libremente para deshacerse de lo que se oponía a su teoría.
Él
enseñaba que el resto del Nuevo Testamento era la obra de los judíos empeñados
en destruir el verdadero Evangelio, y que estos, además, habían intercalado,
con el mismo propósito, los pasajes a los cuales él se oponía en los libros que
acogió. A este Nuevo Testamento abreviado Marción agregó su propio libro, Antítesis,
el cual sustituyó al libro de los Hechos.
Marción
se convirtió en un fanático de su evangelio, el cual declaró que era una
maravilla por encima de todas las maravillas; un éxtasis, poder y asombro tal
que nada que pudiera decirse o pensarse podría igualarlo. Cuando sus doctrinas
fueron declaradas heréticas, él comenzó a formar iglesias separadas del sistema
Católico, las cuales se difundieron rápidamente. En ellas se practicaba el
bautismo y la Cena del Señor, había una mayor sencillez de adoración que en las
iglesias Católicas, y se frenó el desarrollo del clericalismo y la mundanería.
Conforme
a su punto de vista acerca del mundo material, estas iglesias eran
extremadamente ascéticas, prohibían el matrimonio, y sólo bautizaban a los que
hacían un voto de castidad. Ellos consideraban que el cuerpo de Jesús no había sido
de carne y hueso, sino que había sido un fantasma, aunque capaz de sentir al
igual que nuestros cuerpos.
Cualquier
error puede basarse en partes de las Escrituras; la verdad se basa sobre todo el
contenido de las mismas. Los errores de Marción fueron el resultado inevitable
de aceptar sólo lo que le agradaba y rechazar el resto.
La
desviación del modelo original dado en el Nuevo Testamento para las iglesias
muy temprano se enfrentó a una resistencia tenaz, dando lugar en algunos casos
a la formación de grupos dentro de las iglesias decadentes, los cuales se
mantuvieron libres de maldad y pretendieron convertirse en un medio de
restauración. Algunos de estos grupos fueron excluidos y formaron congregaciones
aisladas.
Otros,
a los cuales les resultó imposible conformarse a las condiciones imperantes, se
separaron y formaron nuevos grupos. Estos nuevos grupos a menudo reforzaron aquellos
otros grupos que desde el comienzo habían mantenido la práctica primitiva. En
los siglos posteriores frecuentemente se hace referencia a aquellas iglesias
que se habían aferrado a la doctrina apostólica, y que aseguraban tener una
sucesión ininterrumpida de testimonio desde el tiempo de los apóstoles. Estas
iglesias a menudo, tanto antes como después del tiempo de Constantino,
recibieron el nombre de cátaros o puritanos, aunque no hay evidencias de que
ellas mismas se llamaran así.
Marción:
desechó todo el AT (hereje gnóstico que pensaba que el Dios del AT no era el
mismo Dios del NT).
NOVACIANO
SIGLO
III
El
nombre de novacianos fue otro nombre dado a los miembros de estas iglesias,
aunque Novaciano no fue su fundador, sino alguien que en su tiempo fue un líder
entre ellos. Sobre la cuestión que tanto perturbaba a las iglesias durante los
tiempos de la persecución de si se debía o no recibir a las personas que habían
“apostatado”, o sea, que habían sacrificado a los ídolos después de su bautismo,
Novaciano adoptó la posición más rígida. Fabián, un obispo martirizado en Roma,
que en vida había ordenado a Novaciano, fue sucedido por Cornelio, que estaba
dispuesto a recibir a los apóstatas.
Una
minoría, oponiéndose a esta posición, eligió a Novaciano como obispo y este
aceptó su elección, mientras que Cornelio y sus amigos fueron excomulgados por
un Concilio en Roma (251 d. de J.C.). El propio Novaciano fue martirizado más
adelante, pero sus simpatizantes, conocidos como cátaros, novacianos, o por
otros nombres, continuaron diseminándose ampliamente. Ellos dejaron de reconocer
a las iglesias Católicas o de reconocer cualquier valor en sus ordenanzas.
Los
donatistas en África del Norte fueron influenciados por las enseñanzas de
Novaciano. Ellos se separaron de la Iglesia Católica en cuestiones de
disciplina, poniendo énfasis en el carácter de aquellos que administraban los
sacramentos, mientras que los católicos consideraban más importantes los
sacramentos en sí. Desde sus inicios, los donatistas, a quienes llamaron así
por el nombre de dos de sus líderes, ambos con el nombre de Donato, se
distinguieron de los católicos generalmente por su conducta y carácter
superior. En algunas partes de África del Norte llegaron a ser los más
numerosos de las distintas ramas de la Iglesia.
MANI
O MANES
216 D. DE J.C.
Mientras
las iglesias cristianas continuaban desarrollándose en varias formas, una nueva
religión gnóstica, el maniqueísmo, surgió y se difundió ampliamente,
convirtiéndose en un temible adversario del cristianismo. Su fundador, Maní o Manes,
nació en Babilonia (c 216 d. de J.C.). Su sistema dualista se nutrió de
diferentes fuentes, entre ellas creencias persas, cristianas y budistas.
Maní
anunció su llamado a ser el continuador y terminador de la obra comenzada y
llevada a cabo por Noé, Abraham, Zoroastro, Buda y Jesús. Él viajó y predicó su
doctrina ampliamente, llegando incluso a China y a la India, y ejerció una gran
influencia sobre algunos de los gobernantes persas de su tiempo, aunque
finalmente fue crucificado. Sus escritos continuaron siendo venerados, y sus seguidores,
llegando a ser numerosos en Babilonia y en Samarcanda, se propagaron también en
Occidente, y todo ello a pesar de la persecución violenta que enfrentaron.
EPISTOLA A DIONISIO
En
medio de la confusión de tantas partes en conflicto, hubo verdaderos
maestros
que fueron capaces y elocuentes para dirigir a las almas por el camino que
conducía a la salvación. Uno de ellos cuyo nombre se desconoce, en su carta
dirigida a un inquisidor llamado Dionisio en el segundo siglo, se dispone a
responder a las interrogantes hechas en lo concerniente al modo de adorar a
Dios entre los cristianos, el motivo de su fe, su devoción hacia Dios, el amor
mutuo entre ellos, la razón por la cual ellos no adoraban a los dioses de los
griegos ni seguían la religión judía, y por qué esa nueva práctica de piedad
había llegado tan tarde al mundo. Él escribió:
Los
cristianos se distinguen del resto de los hombres no por su país de origen ni
por su idioma, [viviendo en el lugar] que la suerte de cada uno de ellos haya
determinado, y siguiendo las costumbres de los nativos con relación al
vestuario, los alimentos y el resto de sus conductas comunes, nos demuestran su
maravilloso y sobresaliente estilo de vida. Ellos viven en sus propios países,
pero simplemente como residentes temporales.
Como
ciudadanos, ellos participan en todas las cosas con los demás, sin embargo, lo
soportan todo como si fueran extranjeros. Cada nación extranjera es para ellos
como su país de origen, y su país natal es a su vez tierra de extraños Ellos
pasan sus días en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen las leyes
establecidas por los hombres, y al mismo tiempo sus vidas van más allá de lo
que piden las leyes Ellos son insultados, pero devuelven bendición. Luego,
refiriéndose a Dios, dice:
El
Todopoderoso, Creador de todas las cosas ha enviado desde el cielo y ha puesto
entre los hombres al que es la verdad, la Palabra santa e incomprensible, y lo
ha establecido firmemente en sus corazones. Él no ha enviado a los hombres,
como uno pudiera haber imaginado, a ningún ángel o gobernante, sino al mismo
Creador y Diseñador de todas las cosas por quien hizo los cielos y por quien
encerró el mar dentro de sus límites. Este fue el mensajero que él les envió.
Como
un rey envía a su hijo, que también es rey, así lo envió Dios; como Dios lo
envió; a los hombres lo envió; como el Salvador lo envió. No nos lo envió como
nuestro juez, aunque él aún lo enviará a juzgarnos, ¿y quién podrá permanecer
delante de él? Y en lo referente a la demora para enviar al Salvador, Dios
siempre ha sido el mismo, pero esperó pacientemente.
Él
se había formado en su mente un gran e indecible plan que sólo le comunicó a su
Hijo. Mientras detuvo su propio consejo sabio pareció abandonarnos, pero esto
fue para dejar bien claro que por nosotros mismos no podemos entrar en el reino
de Dios. Pero cuando llegó la hora señalada, él mismo aceptó llevar sobre sí la
carga de nuestras iniquidades, ofreciéndonos a su propio Hijo como rescate, al
Santo por los transgresores, al Inocente por los malvados, al Justo por los
injustos, al Incorruptible por los corruptibles, al Inmortal por los mortales.
¿Qué
otra cosa fue capaz de cubrir nuestros pecados, sino sólo su justicia? ¿Por
medio de quién fue posible que nosotros,
malvados e impíos, pudiéramos ser justificados, sino sólo por medio del Hijo
unigénito de Dios? ¡Oh, dulce intercambio! ¡Oh, insondable operación! ¡Oh,
beneficios que exceden toda expectativa! ¡Que las maldades de muchos sean
ocultas en un solo Justo, y que la justicia del Santo justifique a muchos
transgresores!
LA SEVERA PERSECUSIÓN ROMANA
Cuando
la iglesia entró en contacto con el Imperio Romano, surgió un conflicto en el que todos los
recursos de aquel enorme poder fueron agotados en un esfuerzo en vano por
vencer a aquellos que nunca ofrecieron resistencia ni se vengaron, sino que lo
soportaron todo por amor al Señor en cuyas pisadas se mantuvieron. Sin importar
cuán divididas estuvieran las iglesias en su teoría y práctica, fueron unidas
en el sufrimiento y la victoria.
Y
aunque los cristianos eran realmente buenos ciudadanos, su fe les prohibía
ofrecer incienso o rendirle honores divinos al emperador o a los ídolos. De
modo que los cristianos eran considerados personas desleales al Imperio, y a
medida que la adoración de ídolos fue formando parte de la vida cotidiana de la
gente, así como de su religión, negocios y entretenimiento, los cristianos
fueron siendo odiados por separarse del mundo a su alrededor.
Contra
los cristianos se adoptaron las medidas más severas, al principio de carácter
irregular y local, pero ya para finales del primer siglo se había declarado
como ilegal el hecho de ser cristiano. La persecución se volvió sistemática y
se extendió por todo el Imperio. Hubo intervalos considerables de tregua, pero
con cada reaparición el ataque se hacía más violento. A los confesores de
Cristo les confiscaban todas sus propiedades, los encarcelaban, y no sólo los
ejecutaban en masa, sino que a su castigo le sumaban toda clase de tortura
imaginable.
Los
informantes eran recompensados; los que brindaban refugio a los creyentes
corrían su misma suerte, y cada pedazo de las Escrituras que fuera encontrado
era destruido al instante. Para comienzos del cuarto siglo esta guerra
extraordinaria entre el poderoso Imperio Romano y las iglesias no resistentes,
que aun así fueron invencibles porque “menospreciaron sus vidas
hasta la muerte”, parecía
que sin duda terminaría con la completa desaparición de la iglesia.
CONSTANTINO
288–337
D. DE J.C.)
Entonces
tuvo lugar un suceso que trajo un fin inesperado a este largo y espantoso
conflicto. Constantino resultó victorioso en las luchas que estaban teniendo
lugar en el Imperio Romano, y en el año 312 d. de J.C. obtuvo su victoria
decisiva. Entró a Roma e inmediatamente proclamó un edicto que ponía fin a la
persecución de los cristianos. Un año después este edicto fue seguido por el
Edicto de Milán el cual establecía que cada hombre era libre de seguir
cualquier religión que eligiera.
De
esta manera el Imperio Romano fue vencido por la devoción al Señor Jesús de
aquellos que le conocían. Su constancia paciente y no resistente había
transformado la hostilidad implacable y el odio del mundo romano, primero en
compasión, y luego en admiración.
Al
principio las religiones paganas no fueron perseguidas, pero al perder el
respaldo del estado, fueron disminuyendo paulatinamente. La profesión del
cristianismo se vio favorecida. La proclamación de leyes que abolían los abusos
y protegían a los desamparados trajo consigo un ambiente de prosperidad nunca
antes conocido. Las iglesias, libres de opresión externa, emprendieron el
camino hacia una nueva experiencia.
Muchas
de ellas habían conservado su sencillez primitiva, pero muchas otras habían
sido afectadas por los profundos cambios internos en su constitución, los
cuales ya hemos notado, y ahora eran muy diferentes de las iglesias
neotestamentarias de los días apostólicos. Su entrada a un ámbito de mayores
dimensiones mostraría más adelante las consecuencias de estos cambios.
LA ESCUELA DE ALEJANDRÍA.
Al
principio del tercer siglo de la era cristiana, la escuela
catequística
de Alejandría influyó fuertemente la interpretación bíblica. Esta ciudad era un
gran centro cultural, donde la religión judía y la filosofía griega
convergieron y se influyeron mutuamente. La
filosofía
platónica todavía era popular en las formas de neoplatonismo y gnosticismo, y
no es extraño que la famosa escuela catequística de esta ciudad fuera
influenciada por la filosofía popular, acomodando su interpretación de la
Biblia a dicha filosofía. El método natural para armonizar la religión y la
filosofía fue la interpretación alegórica, debido a las siguientes razones:
(A)
Los filósofos paganos (estoicos) ya habían estado aplicando por mucho tiempo
este método en la interpretación de Homero, por lo cual fueron ellos los que
indicaron el camino a seguir.
(B)
Filón, que también era oriundo de Alejandría, cedió a este método el peso de su
autoridad, reduciéndolo a sistema, y lo aplicó aún a las narraciones más
sencillas. Los principales representantes de esta escuela fueron: Clemente de
Alejandría y su discípulo Orígenes. Ambos consideraron la Biblia como la
Palabra inspirada de Dios en el sentido más estricto, y compartieron la opinión
de aquel tiempo, de que tenían que aplicarse reglas especiales en la
interpretación de las comunicaciones divinas. Por esto, aun cuando reconocían
el sentido literal de la Biblia, tenían la opinión de que sólo la
interpretación alegórica podía entregarnos conocimiento genuino.
Clemente
de Alejandría fue el primero en aplicar el método alegórico a la interpretación
del Nuevo Testamento, así como del Antiguo. Propuso el principio de que toda la
Escritura debe ser entendida alegóricamente. Esto parecía un paso adelante en
relación con otros intérpretes cristianos y constituía la principal
característica de Clemente. Según él, el sentido literal sólo puede
proporcionar una fe elemental, mientras que el alegórico conduce al verdadero
conocimiento.
Su
discípulo, Orígenes, lo superó en cultura e influencia. Fue, sin duda, el más
grande teólogo de su época, pero su mérito más permanente radica en su trabajo
de crítica textual, más que en el de interpretación bíblica. «Como intérprete,
ilustró el tipo alejandrino de exégesis del modo más extenso y sistemático» (Gilbert).
En una de sus obras nos entrega una detallada teoría de interpretación. El principio
fundamental de esta obra es que el significado del Espíritu Santo es siempre
claro, simple y digno de Dios.
Todo
lo que parece oscuro, inmoral o intrascendente en la Biblia, sirve simplemente como
incentivo para trascender o ir más allá del sentido literal. Orígenes
consideraba que la Biblia tenía un sentido triple, a saber, el significado
literal, el moral y el místico o alegórico. En su práctica exegética, más bien
menospreció el sentido literal de la Escritura, se refirió pocas veces al
sentido moral, y constantemente empleó el método alegórico, puesto que en dicho
método creía encontrar el verdadero conocimiento.
La
continuidad de la iglesia fue basada por la doctrina de los Apóstoles Como fue el credo y la Didaché
El
CREDO DE LOS APÓSTOLES
(SIGLOS TERCERO Y CUARTO
D.C.)
Creo en Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor; que fue concebido por obra y
gracia del Espíritu Santo,' nació de la María Virgen; padeció bajo el poder de
Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado;' al tercer día resucitó de
entre los muertos; subió a los cielos y está sentado a la Diestra de Dios
Padre; desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos. Creo en el
Espíritu Santo; la Santa Iglesia Cristiana universal, la comunión de los
santos; el perdón de los pecados; la resurrección del cuerpo; y la vida eterna.
Amén.
LA DOCTRINA DE LOS DOCE
APÓSTOLES
(DIDACHÉ)
ENSEÑANZA DEL SEÑOR
TRANSMITIDA A LAS NACIONES POR LOS DOCE APÓSTOLES
PRIMERA PARTE
EL
CATECISMO O LOS «DOS CAMINOS»
I Existen dos caminos,
entre los cuales, hay gran diferencia; el que conduce a la vida y el que lleva
a la muerte. He aquí el camino de la vida: en primer lugar, Amarás a Dios que
te ha creado; y en segundo lugar, amarás a tu prójimo como a ti mismo; es decir,
que no harás a otro, lo que no quisieras que se hiciera contigo. He aquí la
doctrina contenida en estas palabras: Bendecid a los que os maldicen, rogad por
vuestros enemigos, ayunad para los que os persiguen. Si amáis a los que os
aman, ¿qué gratitud mereceréis? Lo mismo hacen los paganos.
Al contrario, amad a los que os odian, y no tendréis ya enemigos.
Absteneos de los deseos carnales y mundanos. Si alguien te abofeteare en la
mejilla derecha, vuélvele también la otra, y entonces serás perfecto. Si alguien
te pidiere que le acompañes una milla, ve con él dos. Si alguien quisiere tomar
tu capa, déjale también la túnica. Si alguno se apropia de algo que te
pertenezca, no se lo vuelvas a pedir, porque no
puedes hacerlo. Debes dar a cualquiera que te pida, y no reclamar
nada, puesto que el Padre quiere que los bienes recibidos de su propia gracia,
sean distribuidos entre todos. Dichoso aquel que da conforme al mandamiento; el
tal, será sin falta. Desdichado del que reciba. Si alguno recibe algo estando
en la necesidad, no se hace acreedor a reproche ninguno; pero aquel que acepta
alguna cosa sin necesitarlo, dará cuenta de lo que ha recibido y del uso que ha
hecho de la limosna. Encarcelado, sufrirá interrogatorio por sus actos, y no
será liberado hasta que haya pasado el último maravedí. Es con este motivo, que
ha sido dicho: «¡Antes de dar limosna, déjala sudar en las
manos, hasta que sepas a quien la das!»
II. He aquí el segundo precepto de la
Doctrina: No matarás; no cometerás adulterio; no prostituirás a los niños, ni
los inducirás al vicio; no robarás; no te entregarás a la magia, ni a la
brujería; no harás abortar a la criatura engendrada en la orgía, y después de
nacida no la harás morir. No desearás los bienes de tu prójimo, ni perjurarás,
ni dirás falso testimonio; no serás maldiciente, ni rencoroso; no usarás de
doblez ni en tus palabras, ni en tus pensamientos, puesto que la falsía es un
lazo de muerte. Que tus palabras, no sean ni vanas, ni mentirosas. No seas
raptor, ni hipócrita, ni malicioso, ni dado al orgullo, ni a la concupiscencia.
No prestes atención a lo que se diga de tu prójimo. No aborrezcas a nadie;
reprende a unos, ora por los otros, y a los demás, guíales con más solicitud
que a tu propia alma.
III. Hijo mío: aléjate del mal y de toda
apariencia de mal. No te dejes arrastrar por la ira, porque la ira conduce al
asesinato. Ni tengas celos, ni seas pendenciero, ni irascible; porque todas
estas pasiones engendran los homicidios. Hijo mío, no te dejes inducir por la
concupiscencia, porque lleva a la fornicación. Evita las palabras deshonestas y
las miradas provocativas, puesto que de ambos proceden los adulterios. Hijo
mío, no consultes a los agoreros, puesto que conducen a la idolatría. Hijo mío,
no seas mentiroso, porque la mentira lleva al robo; ni seas avaro, ni ames la
vanagloria, porque todas estas pasiones incitan al robo. Hijo mío, no murmures,
porque la murmuración lleva a la blasfemia; ni seas altanero ni malévolo,
porque de ambos pecados nacen las blasfemias. Sé humilde, porque los humildes
heredarán la tierra. Sé magnánimo y misericordioso, sin malicia, pacífico y
bueno, poniendo en práctica las enseñanzas que has recibido. No te
enorgullezcas, ni dejes que la presunción se apodere de tu alma. No te
acompañes con los orgullosos, sino con los justos y los humildes. Acepta con
gratitud las pruebas que sobrevinieren, recordando que nada nos sucede sin la
voluntad de Dios.
IV. Hijo mío, acuérdate de día y de noche, del que te anuncia la
palabra de Dios; hónrale como al Señor, puesto que donde se anuncia la palabra,
allí está el Señor. Busca constantemente la compañía de los santos, para que
seas reconfortado con sus consejos. Evita fomentar las disensiones, y procura
la paz entre los adversarios. Juzga con justicia, y cuando reprendas a tus
hermanos a causa de sus faltas, no hagas diferencias entre personas. No tengas
respecto de si Dios cumplirá o no sus promesas. Ni tiendas la mano para
recibir, ni la tengas cerrada cuando se trate de dar. Si posees algunos bienes
como fruto de tu trabajo, no pagarás el rescate de tus pecados.
No estés indeciso cuando se trate de dar, ni regañes al dar algo,
porque conoces al dispensador de la recompensa. No vuelvas la espalda al
indigente; reparte lo que tienes con tu hermano, y no digas que lo tuyo te
pertenece, porque si las cosas inmortales os son comunes, ¿con cuánta mayor
razón deberá serlo lo perecedero? No dejes de la mano la educación de tu hijo o
de tu hija: desde su infancia enséñales el temor de Dios. A tu esclavo, ni a tu
criada mandes con aspereza, puesto que confían en el mismo Dios, para que no
pierdan el temor del Señor, que está por encima del amo y del esclavo, porque
en su llamamiento no hace diferencia en las personas, sino viene sobre aquellos
que el Espíritu ha preparado.
En cuanto a vosotros, esclavos, someteos a vuestros amos con temor
y humildad, como si fueran la imagen de Dios. Aborrecerás toda clase de
hipocresía y todo lo que desagrade al Señor. No descuides los preceptos del
Señor, y guarda cuanto has recibido, sin añadir ni quitar. Confesarás tus
faltas a la iglesia y te guardarás de ir a la oración con mala conciencia. Tal
es el camino de la vida.
V. He aquí el camino que conduce a la muerte: ante todo has de saber
que es un camino malo, que está lleno de maldiciones. Su término es el
asesinato, los adulterios, la codicia, la fornicación, el robo, la idolatría,
la práctica de la magia y de la brujería. El rapto, el falso testimonio, la
hipocresía, la doblez, el fraude; la arrogancia, la maldad, la desvergüenza; la
concupiscencia, el lenguaje obsceno, la envidia, la presunción, el orgullo, la
fanfarronería.
Esta es la senda en la que andan los que persiguen a los buenos;
los enemigos de la verdad, los amadores de la mentira, los que desconocen la
recompensa de la justicia; los que no se apegan al bien, ni al justo juicio;
los que se desvelan por hacer el mal y no el bien; los vanidosos, aquellos que
están muy alejados de la suavidad y de la paciencia; que buscan retribución a
sus actos, que no tienen piedad del pobre, ni compasión del que está trabajando
y cargado, quien ni siquiera tienen conocimiento de su Creador. Los asesinos de
niños, los corruptores de la obra de Dios, que desvían al pobre, oprimen al
afligido; que son los defensores del rico y los jueces inicuos del pobre; en
una palabra, son hombres capaces de toda maldad. Hijos míos, alejaos de los
tales.
VI. Ten cuidado que nadie pueda alejarte del camino de la doctrina,
porque tales enseñanzas no serían agradables a Dios. Si pudieses llevar todo el
yugo del Señor, serás perfecto; sino has lo que pudieres. Debes abstenerte,
sobre todo, de carnes sacrificadas a los ídolos, que es el culto ofrecido a
dioses muertos.
SEGUNDA PARTE
DE
LA LITURGIA Y DE LA DISCIPLINA
VII. En cuanto al bautismo, he aquí cómo
hay que administrarle: Después de haber enseñado los anteriores preceptos,
bautizad en el agua viva, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Si no pudiere ser en el agua viva, puedes utilizar otra; si no pudieres
hacerlo con agua fría, puedes servirte de agua caliente; si no tuvieres a mano
ni una ni otra, echa tres veces agua sobre la cabeza, en el nombre del Padre,
del Hijo y del Espíritu Santo. Antes del bautismo, debe procurarse que el que
lo administra, el que va a ser bautizado, y otras personas, si pudiere ser,
ayunen. Al neófito, le harás ayudar uno o dos días antes.
VIII. Es preciso que vuestros ayunos no
sean parecidos a los de los hipócritas, puesto que ellos ayunan el segundo y
quinto día de cada semana. En cambio vosotros ayunaréis el día cuatro y la
víspera del sábado. No hagáis tampoco oración como los hipócritas, sino como el
Señor lo ha mandado en su Evangelio. Vosotros oraréis así:
«Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre,
venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo; danos hoy
nuestro pan cotidiano; perdónanos nuestra deuda como nosotros perdonamos a
nuestros deudores, no nos induzcas en tentación, sino líbranos del mal, porque
tuyo es el poder y la gloria por todos los siglos.» Orad así tres veces al día.
IX. En lo concerniente a la eucaristía,
dad gracias de esta manera. Al tomar la copa, decid:
«Te damos gracias, oh Padre nuestro, por la santa viña de David,
tu siervo, que nos ha dado a conocer por Jesús, tu servidor. A tí sea la gloria
por los siglos de los siglos.» Y después del partimiento del pan, decid:
«¡Padre nuestro! Te damos gracias por la vida y por el
conocimiento que nos has revelado por tu siervo, Jesús. ¡A Tí sea la gloria por
los siglos de los siglos! De la misma manera que este pan que partimos, estaba
esparcido por las altas colinas, y ha sido juntado, te suplicamos, que de todas
las extremidades de la tierra, reúnas a ti Iglesia en tu reino, porque te
pertenece la gloria y el poder (que ejerces) por Jesucristo, en los siglos de
los siglos.» Que nadie coma ni bebe de esta eucaristía, sin haber sido antes
bautizado en el nombre del Señor; puesto que el mismo dice sobre el particular:
«No deis lo santo a los perros.»
X. Cuando estéis saciados (de la ágape),
dad gracias de la manera siguiente:
«¡Padre santo! Te damos gracias por Tu santo nombre que nos has
hecho habitar en nuestros corazones, y por el conocimiento, la fe y la
inmortalidad que nos has revelado por Jesucristo, tu servidor. A ti sea la
gloria por los siglos de los siglos. ¡Dueño Todopoderoso! que a causa de Tu
nombre has creado todo cuanto existe, y que dejas gozar a los hombres del
alimento y la bebida, para que te den gracias por ello. A nosotros, por medio
de tu servidor, nos has hecho la gracia de un alimento y de una bebida
espiritual y de la vida eterna.
Ante todo, te damos gracias por tu poder. A Ti sea la gloria por
los siglos de los siglos. ¡Señor! Acuérdate de tu iglesia, para librarla de
todo mal y para completarla en tu amor. ¡Reúnela de los cuatro vientos del
cielo, porque ha sido santificada para el reino que le has preparado; porque a
Ti solo pertenece el poder y la gloria por los siglos de los siglos!» ¡Ya que
este mundo pasa, te pedimos que tu gracia venga sobre nosotros! ¡Hosanna al
hijo de David! El que sea santificado, que se acerque, sino que haga
penitencia. Maranatha ¡Amén! Permitid que los profetas den las gracias
libremente.
XI. Si alguien viniese de fuera para
enseñaros todo esto, recibidle. Pero si resultare ser un doctor extraviado, que
os dé otras enseñanzas para destruir vuestra fe, no le oigáis. Si por el
contrario, se propusiese haceros regresar en la senda de la justicia y del
conocimiento del Señor, recibidle como recibiríais al Señor. Ved ahí como según
los preceptos del Evangelio debéis portaros con los apóstoles y profetas.
Recibid en nombre del Señor a los apóstoles que os visitaren, en tanto
permanecieren un día o dos entre vosotros: el que se quedare durante tres días,
es un falso profeta. Al salir el apóstol, debéis proveerle de pan para que
pueda ir a la ciudad donde se dirija: si pide dinero, es un falso profeta.
Al profeta que hablare por el espíritu, no le juzgaréis, ni
examinaréis; porque todo pecado será perdonado, menos éste. Todos los que
hablan por el espíritu; no son profetas, solo lo son, los que siguen el ejemplo
del Señor. Por su conducta, podéis distinguir al verdadero y al falso profeta.
El profeta, que hablando por el espíritu, ordenare la mesa y comiere de ella,
es un falso profeta. El profeta que enseñare la verdad, pero no hiciere lo que
enseña, es un falso profeta. El profeta que fuere probado ser verdadero, y
ejercita su cuerpo para el misterio terrestre de la Iglesia, y que no obligare
a otros a practicar su ascetismo, no le juzguéis, porque Dios es su juez: lo
mismo hicieron los antiguos profetas. Si alguien, hablando por el espíritu, os
pidiere dinero u otra cosa, no le hagáis caso; pero si aconseja se dé a los
pobres, no le juzguéis.
XII. A todo el que fuere a vosotros en
nombre del Señor, recibidle, y probadle después para conocerle, puesto que
debéis tener suficiente criterio para conocer a los que son de la derecha y los
que pertenecen a la izquierda. Si el que viniere a vosotros, fuere un pobre
viajero, socorredle cuanto podáis; pero no debe quedarse en vuestra casa más de
dos o tres días. Si quisiere permanecer entre vosotros como artista, que
trabaje para comer; si no tuviese oficio ninguno, procurad según vuestra
prudencia a que no quede entre vosotros ningún cristiano ocioso. Si no quisiere
hacer esto, es un negociante del cristianismo, del cual os alejaréis.
XIII. El verdadero profeta, que quisiere
fijar su residencia entre vosotros, es digno del sustento; porque un doctor
verdadero, es también un artista, y por tanto digno de su alimento. Tomarás tus
primicias de la era y el lagar, de los bueyes y de las cabras y se las darás a
los profetas, porque ellos son vuestros grandes sacerdotes. Al preparar una
hornada de pan, toma las primicias, y dalas según el precepto. Lo mismo harás al
empezar una vasija de vino o de aceite, cuyas primicias destinarás a los
profetas. En lo concerniente a tu dinero, tus bienes y tus vestidos, señala tú
mismo las primicias y haz según el precepto.
XIV. Cuando os reuniereis en el domingo del Señor, partid el pan, y
para que el sacrificio sea puro, dad gracias después de haber confesado
vuestros pecados. El que de entre vosotros estuviere enemistado con su amigo,
que se aleje de la asamblea hasta que se haya
reconciliado con él, a fin de no profanar vuestro sacrificio. He
aquí las propias palabras del Señor: «En todo tiempo y lugar me traeréis una
víctima pura, porque soy el gran Rey, dice el Señor, y entre los pueblos
paganos, mi nombre es admirable.»
XV. Para el cargo de obispos y diáconos del Señor, eligiréis a
hombres humildes, desinteresados, veraces y probados, porque también hacen el
oficio de profetas y doctores. No les menospreciéis, puesto que son vuestros
dignatarios, juntamente con vuestros profetas y doctores. Amonestaos unos a
otros, según los preceptos del Evangelio, en paz y no con ira. Que nadie hable
al que pecare contra su prójimo, y no se le tenga ninguna consideración entre
vosotros, hasta que se arrepienta. Haced vuestras oraciones, vuestras limosnas
y todo cuanto hiciereis, según los preceptos dados en el Evangelio de nuestro
Señor.
XVI. Velad por vuestra vida; procurando
que estén ceñidos vuestros lomos y vuestras lámparas encendidas, y estad
dispuestos, porque no sabéis la hora en que vendrá el Señor. Reuníos a menudo
para buscar lo que convenga a vuestras almas, porque de nada os servirá el
tiempo que habéis profesado la fe, si no fuereis hallados perfectos el último
día. Porque en los últimos tiempos abundarán los falsos profetas y los
corruptores, y las ovejas se transformarán en lobos, y el amor se cambiará en
odio. Habiendo aumentado la iniquidad, crecerá el odio de unos contra otros, se
perseguirán mutuamente y se entregarán unos a otros.
Entonces es cuando el Seductor del mundo hará su aparición y
titulándose el Hijo de Dios, hará señales y prodigios; la tierra le será
entregada y cometerá tales maldades como no han sido vistas desde el principio.
Los humanos serán sometidos a la prueba del fuego; muchos perecerán
escandalizados; pero los que perseverarán en la fe, serán salvos de esta
maldición. Entonces aparecerán las señales de la verdad. Primeramente será
desplegada la señal en el cielo, después la de la trompeta, y en tercer lugar
la resurrección de los muertos, según se ha dicho: «El Señor vendrá con todos
sus santos» ¡Entonces el mundo verá al Señor viniendo en las nubes del cielo!
COMPENDIO FINAL
La literatura que llegó a ser el canon del Nuevo Testamento no se
había compilado todavía en un libro. Las iglesias usaban el Antiguo Testamento junto
con los escritos cristianos que podían poseer. Las evidencias muestran que al
final del siglo el movimiento cristiano era puro en doctrina y crecía
numéricamente. Es cierto que había intentos de todas partes para diluir la
naturaleza del cristianismo, pero la dirección apostólica ayudó a mantener una
fuerte unidad interna.
La iglesia neotestamentaria en funciones no mostró ninguna señal
de desarrollo de una jerarquía eclesiástica o de un despotismo espiritual. Era un
cuerpo local autónomo con dos oficiales y dos ordenanzas. Los dos oficiales
eran pastor (algunas veces llamado obispo, presbítero o anciano, ministro,
pastor), y diácono. Estos líderes usualmente trabajaban con sus manos para
satisfacer sus necesidades materiales.
No había ninguna distinción artificial entre los clérigos y los
laicos. Los pastores no tenían más autoridad al ofrecer la salvación a través
de Cristo que la tenía cualquier otro miembro de su iglesia. Sus marcas
distintivas eran los dones directivos dados a ellos por el Espíritu y su
disposición para ser usados por Dios. En vista de las pretensiones posteriores
del obispo o pastor de Roma, debe mencionarse que cada iglesia era
completamente independiente de control externo.
No hay indicio alguno en ninguna parte de la literatura de este
período de que el apóstol Pedro haya servido como pastor de Roma, ni en cuanto
a eso, tampoco hay base para creer que la iglesia de Roma fuera fundada por
algún apóstol. Indudablemente fue organizada por hombres convertidos en
Pentecostés.
Las dos ordenanzas eran el bautismo y la cena del Señor. Eran sencillamente
símbolos conmemorativos. La salvación o los dones espirituales no venían por
ellos, tampoco. La transferencia de regeneración espiritual y de méritos
espirituales a esas ordenanzas es un desarrollo que vino a través de corrupciones
posteriores. El culto era sencillo, y consistía del canto de himnos, de
oraciones, de la lectura de las Escrituras y de exhortaciones.