AÑO 313-- 1100

EL CRISTIANISMO EN LA CRISTIANDAD

(313–476 D. DE J.C.; 300–850 D. DE J.C.; 350–385 D. DE J.C.)
Asociación de la Iglesia y el Estado; Las iglesias rechazan la unión con el Estado; Los donatistas son condenados; Concilio de Nicea; El arrianismo restaurado; Atanasio; Los credos; El canon de las Escrituras; El mundo romano y la iglesia; Separación del Imperio Romano occidental; Agustín; Pelagio; Cambio en la posición de la iglesia; Las falsas doctrinas: El maniqueísmo, el arrianismo, el pelagianismo, el sacerdotalismo; El monasticismo; Las Escrituras permanecen para la dirección; Las misiones; Desviación de los principios misioneros del Nuevo Testamento; Las misiones de Irlanda y Escocia en el continente; Conflicto entre la misión británica y la romana; Prisciliano.
La importancia de los Obispos y especialmente de los Metropolitanos en las iglesias Católicas facilitó la comunicación entre la Iglesia y las autoridades civiles. El propio Constantino, mientras retenía la antigua dignidad imperial del sumo sacerdote de la religión pagana, asumió el papel de árbitro de las iglesias cristianas.
La Iglesia y el estado pronto estuvieron estrechamente relacionados, y no tardó mucho para que el poder del estado estuviera a disposición de los líderes de la Iglesia para que estos impusieran sus decisiones. De manera que los perseguidos pronto se convirtieron en perseguidores.

EL PERÍODO DESDE 313–476 D. D J. C

En épocas posteriores aquellas iglesias que, fieles a la Palabra de Dios, fueron perseguidas por la Iglesia dominante como herejes y sectas, a menudo hacían referencia en sus escritos a su total inconformidad con la unión de la Iglesia y el estado en la época de Constantino y de Silvestre,
Obispo en Roma en aquel entonces. Dichas iglesias trazaban una continuidad desde las iglesias bíblicas primitivas en una sucesión ininterrumpida desde los tiempos apostólicos, pasando ilesas a través del período en que tantas iglesias se asociaron con el poder mundano, hasta llegar a su propio tiempo. Para todas estas iglesias, la persecución pronto fue reanudada, pero en lugar de venir del Imperio Romano pagano, vino de la que proclamaba ser la Iglesia, ejerciendo el poder del estado cristianizado.
Los donatistas, siendo muy numerosos en el África del Norte y habiendo retenido o restaurado muchos rasgos del tipo de organización católica entre ellos, se encontraban en una posición que les permitía apelar al emperador en sus conflictos con la parte católica, y eso fue precisamente lo que hicieron. Constantino convocó a varios Obispos de ambas partes y se pronunció en contra de los donatistas que entonces fueron perseguidos y castigados; aunque esto no apaciguó el conflicto, el cual continuó hasta que tanto los donatistas como los católicos fueron reprimidos por la invasión islámica en el siglo VII.

CONCILIO DE NICEA (325 D. DE J.C.)

El primer Concilio general de las iglesias Católicas fue convocado por Constantino y tuvo lugar en Nicea, Bitinia. El principal asunto a discutir fue la doctrina enseñada por Arrió, Obispo de Alejandría, quien declaró que Cristo fue un ser creado, aunque el primero y mayor de los seres creados, y negaba su igualdad con el Padre. Más de 300 Obispos estuvieron presentes, con sus respectivos acompañantes, de todas las partes del Imperio para analizar este asunto.
La apertura del Concilio fue llevado a cabo con gran pompa y estuvo a cargo de Constantino. Varios de los Obispos presentes llevaban en sus cuerpos las cicatrices de las torturas que habían soportado en el tiempo de las persecuciones. Con dos opiniones contrarias, el Concilio determinó que la enseñanza de Arrió era falsa y que no había sido la enseñanza de la iglesia desde sus inicios. El credo del Concilio de Nicea fue redactado de manera que expresara el hecho de la verdadera naturaleza divina del Hijo y su igualdad con el Padre.
Aunque la decisión adoptada fue la correcta, la forma de alcanzarla por medio de los esfuerzos combinados del emperador y los Obispos, y el hecho de hacerla cumplir mediante el poder del estado, demostraron la desviación a que había llegado la Iglesia Católica con respecto a las Escrituras. Dos años después del Concilio, Constantino, cambiando de opinión, acogió a Arrió, permitiéndole regresar del exilio, y ya en el reinado de su hijo Constancio II, todas las diócesis estaban llenas de arrianos. El gobierno, ahora arriano, persiguió a los católicos como anteriormente lo había hecho contra los arrianos.

ATANASIO (296–372 D. DE J.C.)

Uno de los que gozaba de gran prestigio y que no se dejó llevar por el clamor popular ni por las amenazas o lisonjas de las autoridades fue Atanasio. Siendo un hombre muy joven, Atanasio tomó parte en el Concilio de Nicea, y más tarde llegó a ser Obispo de Alejandría. Por casi cincuenta años, aun que exiliado en varias ocasiones, testificó valientemente de la verdadera divinidad del Salvador. Atanasio fue difamado, llevado ante los tribunales, en ocasiones tuvo que refugiarse en el desierto y después regresar a la ciudad, pero nada de esto afectó su defensa de la verdad en la cual creía.
El arrianismo se mantuvo casi tres siglos como la religión estatal en varias naciones, especialmente en los reinos que posteriormente se establecieron en el norte. Los lombardos en Italia fueron los últimos en renunciarlo como la religión nacional.
No sólo el primero, sino también los seis primeros Concilios Generales, de los cuales el último tuvo lugar en el año 680, centraron su atención, en gran medida, en asuntos relacionados con la naturaleza divina y la relación entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En el curso de los interminables debates, salían a la luz credos y dogmas que los participantes vociferaban con la esperanza de mantener la verdad mediante ellos y así poder trasmitirla a las generaciones futuras.
Resulta evidente el hecho de que en las Escrituras no se emplea este método. Al analizarlas, nos percatamos de que en el contenido de la mera letra no se transmite la verdad, la cual se alcanza a comprender espiritualmente y no puede, tampoco, una persona darla a otra como si fuera un objeto. Cada uno debe recibirla y apropiarse de ella por sí mismo en su trato íntimo con Dios, y establecerse en ella por medio de confesarla y mantenerla en medio del conflicto de la vida diaria.

EL CANON DE LAS ESCRITURAS

A veces se piensa que la Biblia no es suficiente como guía para las iglesias sin la adición de, al menos, la tradición primitiva. A favor de esto se alega que fueron los concilios de la iglesia primitiva los que conformaron el canon de las Escrituras. Esto, por supuesto, sólo puede referirse al Nuevo Testamento.
Las características peculiares y la historia única de Israel los equipó para recibir la revelación divina, reconocer las Escrituras inspiradas, y preservarlas con una perseverancia invencible y una gran exactitud. En cuanto al Nuevo Testamento, el canon de los libros inspirados no fue conformado por los Concilios de la Iglesia, sino reconocido por los Concilios, pues ya había sido claramente indicado por el Espíritu Santo y aceptado por la mayoría de las iglesias. Desde entonces, esta indicación y aceptación han sido confirmadas por cada comparación de los libros canónicos con los apócrifos y los otros libros no canónicos, resultando evidente la diferencia en el valor y el poder entre ellos.
El segundo período en la historia de algunas de las iglesias mencionadas al principio de este capítulo, comenzando después del edicto de tolerancia de Constantino en el año 313, resulta de vital importancia debido a que muestra el experimento en grande de la unión de la Iglesia y el estado.
¿Podría la iglesia salvar al mundo por medio de unirse con él? El mundo romano1 había alcanzado su mayor poder y gloria. La civilización había logrado todo lo que había sido capaz de obtener fuera del conocimiento de Dios. Sin embargo, el mundo vivía en extrema miseria. El lujo y el vicio de los ricos eran ilimitados; una vasta porción de la población era esclava. Las exhibiciones públicas, donde la presentación de todo tipo de maldad y crueldad divertía a la población, intensificaron la degradación. Y aunque todavía había vigor en las extremidades del imperio un imperio en conflicto con los enemigos circundantes, la enfermedad en el corazón constituía una amenaza para todo el cuerpo, y Roma había llegado a ser irremediablemente corrupta y depravada.
Mientras la iglesia permanecía apartada del estado, había sido un testigo poderoso de Cristo en el mundo, y constantemente sumaba conversos a su santa hermandad. Sin embargo, cuando la iglesia, ya debilitada por haber adoptado las reglas humanas en lugar de la dirección del Espíritu Santo, entró repentinamente en sociedad con el estado, llegó a ser una organización profanada y degradada. Muy pronto el clero se encontraba compitiendo tan vergonzosamente por alcanzar posiciones lucrativas y poderes como los funcionarios de la corte.
Por otra parte, en las congregaciones donde predominaba el elemento pecaminoso, las ventajas materiales de profesar el cristianismo transformaron la pureza de las iglesias perseguidas en mundanería. De manera que la Iglesia quedó impotente para detener el rumbo decadente del mundo civilizado hacia la corrupción.
Nubes siniestras que anunciaban juicio empezaron a formarse. En la lejana China los movimientos populares, saliendo hacia el oeste, provocaron una gran migración de los hunos. Estos cruzaron el Volga y, empujando a los godos hacia lo que ahora es Rusia, los obligaron a dirigirse hacia las fronteras del Imperio, que para ese entonces estaba dividido. La parte oriental, o el Imperio Bizantino, tenía a Constantinopla como su capital, y la parte occidente tenía a Roma.
Las naciones teutónicas o germánicas empezaron a salir de los bosques. Obligados por las hordas mongoles desde el Oriente, y atraídos por las riquezas y la debilidad del Imperio, los godos (divididos en orientales y occidentales bajo los nombres de ostrogodos y visigodos) y otros pueblos germánicos tales como los francos, los vándalos, los burgundios, los suevos, los hérulos y otros, emergieron como las olas de una inundación incontenible sobre la civilización decadente de Roma.

LA CAÍDA DE ROMA

En un año grandes provincias como España y Galia fueron destruidas. Los habitantes, acostumbrados a la paz por mucho tiempo y congregados principalmente en las ciudades para gozar de la tranquilidad y el placer que estas les proporcionaban, vieron desaparecer a sus ejércitos que habían protegido sus fronteras por tanto tiempo.
Las ciudades fueron devastadas, y una población culta y suntuosa que había evitado la disciplina del entrenamiento militar fue masacrada o esclavizada por los bárbaros paganos. La propia Roma fue tomada por los godos bajo el mando de Alarico (410 d. de J.C.), y la gran ciudad fue saqueada y desolada por las huestes bárbaras.
En el año 476, el Imperio Romano occidental llegó a su fin, y en las extensas regiones sobre las que había reinado por tanto tiempo, comenzaron a surgir nuevos reinos. La parte oriental del Imperio continuó hasta que, en 1453, casi mil años después, Constantinopla fue conquistada por los turcos musulmanes.

AGUSTÍN (354–430 D. DE J.C.)

Volviendo al siglo IV, en este período nos encontramos con una de las grandes figuras de la historia, Agustín (354–430) ,2 cuyas enseñanzas han dejado una huella indeleble a través de todas las épocas sucesivas. En sus voluminosos escritos, y especialmente en su obra Confesiones, Agustín se revela a sí mismo de una manera tan íntima que da la impresión de ser un conocido y amigo.
Natural de Numidia, Agustín describe sus primeros alrededores, pensamientos e impresiones. Su santa madre, Mónica, revive en sus páginas cuando leemos acerca de sus oraciones por él, sus primeras esperanzas, su pesar posterior al ver que su hijo crecía llevando un estilo de vida pecaminoso, y de su fe en su salvación final, reforzada por una visión y el consejo sabio de Ambrosio, Obispo de Milán. En cambio, su padre se preocupó más por su progreso mundano y material.
Aunque buscaba la luz, Agustín se vio irremediablemente envuelto en una vida pecaminosa y llena de excesos. Por un tiempo pensó que había encontrado liberación en el maniqueísmo, pero pronto se dio cuenta de su incoherencia y debilidad. La predicación de Ambrosio influyó en su vida, pero, aun así, no encontraba la paz que buscaba. Cuando tenía 32 años de edad y trabajaba como profesor de retórica en Milán, ya había llegado a un estado desesperado de angustia. Sus propias palabras nos describen lo que sucedió después:
Me dejé caer, no sé cómo, bajo una higuera, y le di rienda suelta a mis lágrimas pronuncié estas tristes palabras: “¿Cuánto tiempo, cuánto tiempo? ¿Mañana y mañana? ¿Por qué no ahora? ¿Por qué no poner fin a mi impureza en este preciso momento?” Me encontraba diciendo estas cosas y llorando en la contrición más amarga de mi corazón, cuando de pronto, escuché la voz como de un niño o niña, no sé exactamente, que provenía de una casa cercana y repetía: “Levántate y lee, levántate y lee”. Mi semblante cambió de inmediato y comencé a considerar más seriamente si era normal que los niños cantaran aquellas palabras en algún tipo de juego, pues no recordaba haberlas escuchado antes.
De manera que, conteniendo el torrente de mis lágrimas, me puse de pie, interpretando aquello como una orden del cielo para que yo abriera el Libro y leyera el primer capítulo párrafo en el que mis ojos se fijaron primero: “Andemos como de día, honestamente; no en glotonerías y borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestíos del Señor Jesucristo, y no proveáis para los deseos de la carne”. No leí más, no lo necesitaba, porque al instante, al concluir de leer el pasaje, por medio de una luz de seguridad infundida a mi corazón, desapareció toda sombra de duda.
Su conversión le causó el mayor de los regocijos, aunque sin tomarla de sorpresa, a su devota madre Mónica quien falleció en paz un año después cuando regresaban a África. Agustín fue bautizado por Ambrosio en Milán (387 d. de J.C.), y más tarde se convirtió en Obispo de Hipona (luego llamada Bona) en el África del Norte (395 d. de J.C.). Su vida ajetreada resultó ser una constante polémica. Vivió en la época en que el Imperio Romano occidental se venía abajo.
En realidad, Hipona, la ciudad donde él residía, estaba siendo asediada por un ejército bárbaro cuando él murió. Fue precisamente la caída del Imperio occidental lo que lo motivó a escribir su famoso libro La ciudad de Dios. El mismo título, escrito entero, explica la intención y el contenido del libro: “Aunque ha caído la mayor ciudad del mundo, la Ciudad de Dios permanece para siempre.
Sin embargo, su opinión acerca de lo que para él era la Ciudad de Dios lo condujo a enseñanzas que dieron origen a una miseria indecible, y la grandeza misma de su nombre acentuó las consecuencias perjudiciales del error que enseñaba. Agustín, más que cualquier otro, formuló la doctrina de que la salvación se alcanza únicamente a través de la Iglesia, por medio de sus sacramentos. Tomar la salvación de manos del Salvador y ponerla en manos de los hombres, e interponer un sistema concebido por el hombre entre el Salvador y el pecador, es precisamente lo opuesto de la revelación del Evangelio. Cristo dice: “Venid a mí”, y ningún sacerdote o iglesia tiene la autoridad para interferir en ello.
Agustín, en su celo por la unidad de la Iglesia y su aborrecimiento auténtico de toda divergencia en doctrina y diferencia en forma, perdió de vista la unidad espiritual, viva e indestructible, de la iglesia y el cuerpo de Cristo, la cual une a todos los que son partícipes mediante el nuevo nacimiento en la vida de Dios. Por consiguiente, él no consideraba posible la existencia de iglesias de Dios en distintos lugares y en todos los tiempos, cada una reteniendo su relación directa con el Señor y con el Espíritu que apareciera ante mis ojos.
Tomé la Biblia, la abrí, y leí en silencio Santo, y al mismo tiempo manteniendo una comunión con las demás a pesar de la debilidad humana, de los niveles variables de conocimiento, de las comprensiones divergentes de las Escrituras, y de las diferencias en práctica. Su visión de la Iglesia como algo externo y una organización terrenal lo llevó, naturalmente, a buscar medios externos y materiales para preservar, e incluso imponer, una unidad visible.
Por tanto, como parte de su conflicto con los donatistas, escribió: Realmente es mejor que los hombres sean guiados a adorar a Dios por medio de la enseñanza, antes que ser presionados por el temor a un castigo o dolor; sin embargo, esto no quiere decir que por ser la primera alternativa la que produce el mejor modelo de hombres, se deba pasar por alto a los que no se rinden a ella. Para muchos ha resultado provechoso (como hemos comprobado y diariamente comprobamos mediante el experimento práctico) el hecho de verse obligados primero por el temor o el dolor, para luego ser influenciados por la enseñanza o para llevar a cabo en la práctica lo que ya habían aprendido teóricamente.
Si bien aquellos que son guiados por amor son mejores, en realidad los que son corregidos por el temor son más numerosos. Porque, ¿quién puede amarnos más que Cristo que dio su vida por las ovejas? Sin embargo, después de llamar a Pedro y a los otros apóstoles con palabras solamente, cuando llamó al apóstol Pablo no sólo lo obligó con su voz, sino que, además, lo lanzó al suelo con su poder. Y para lograr por medio de la fuerza que un hombre como él saliera de las tinieblas para desear la luz del corazón, primero lo azotó con una ceguera física de los ojos.
¿Por qué, entonces, no debe la Iglesia emplear la fuerza para obligar a sus hijos perdidos a regresar?  El propio Señor dijo: “Ve por los caminos y por los vallados, y fuérzalos a entrar” Por tanto, el poder que la Iglesia ha recibido por designio divino en su justo momento, por medio del carácter religioso y la fe de los reyes, es el instrumento por medio del cual los que se encuentran en los caminos y en los vallados, es decir, en herejías y cismas, son obligados a volver, así que los que son obligados no deben criticar el uso de la fuerza.
Esta enseñanza, viniendo de semejante autoridad, incitó y justificó los métodos de persecución por medio de los cuales la Roma papal llegó a igualar las crueldades de la Roma pagana. Un hombre como Agustín, de fuertes emociones y de una compasión tierna y espontánea, al apartarse de los principios de las Escrituras, aunque con buenas intenciones, se vio comprometido en un gran sistema de persecución cruel y despiadada.

PELAGIO SIGLO V

Alguien con quien Agustín mantuvo bastante discrepancia fue con Pelagio. Oriundo de las Islas Británicas, vino a Roma justo al comienzo del quinto siglo cuando tenía aproximadamente treinta años de edad. Y aunque era laico, pronto llegó ser conocido como un escritor talentoso de las Escrituras y como un hombre de excelente integridad. Agustín, aunque después se convirtió en su gran adversario doctrinal, dio testimonio de esto.
Los informes despectivos publicados más adelante por Jerónimo parecen haber tenido su origen no tanto en hechos reales, sino en el calor que tomó la polémica.
En Roma, Pelagio conoció a Celestino, que se convirtió en el exponente más activo de sus enseñanzas. Pelagio era un reformista. La falta de disciplina y la auto-indulgencia en las vidas de la mayoría de las personas que profesaban ser cristianas lo afligieron profundamente, y por ello se convirtió en un predicador enérgico de la justicia práctica y de la santificación.
El ocuparse muy exclusivamente con este aspecto de la verdad lo llevó a enfatizar más en la libertad de la voluntad humana y a minimizar las obras de la gracia divina. Él enseñaba que los hombres no son afectados por la transgresión de Adán, a menos que sea por su ejemplo; que Adán habría muerto de todas formas aunque no habría pecado; que no existe el pecado original, y que los actos de cada hombre nacen de sus propias elecciones. Por tanto, él planteaba que todo hombre podía alcanzar la justicia perfecta. Los niños, decía él, nacen sin pecado. Aquí él entró en conflicto claro con la enseñanza católica.
Él enseñaba el bautismo de infantes, pero negaba que este fuera el medio de regeneración, afirmando más bien que el bautismo presentaba el niño a un estado de gracia en el reino de Dios, a una condición donde fuera capaz de obtener salvación y vida, santificación y unión con Cristo.
Agustín, oponiéndose a esta enseñanza, leyó a su congregación una parte de un trabajo de Cipriano, escrito hacía 150 años, según el cual los infantes son bautizados para la remisión de los pecados. Luego le pidió a Pelagio que se abstuviera de una enseñanza que era divergente de una doctrina y práctica tan fundamental de la Iglesia.
Pelagio se abstenía de decir en su oración: “perdona nuestros pecados”, considerando esta frase inapropiada para los cristianos, tomando en cuenta que no necesitamos pecar; y que si lo hacemos, es el resultado de nuestra propia voluntad y elección, por lo que semejante oración tan sólo sería la expresión de una humildad ficticia.

PELAGIO CONTRA CELESTINO

El conflicto con relación a las doctrinas de Pelagio y Celestino adquirió una gran dimensión y ocupó la mayor parte del tiempo y los esfuerzos de Agustín, quien escribió ampliamente sobre el tema. Durante este período tuvieron lugar varios Concilios; los de Oriente absolvían a Pelagio, en tanto los de Occidente lo condenaban, esto debido a la influencia de Agustín en las iglesias latinas, la cual había conducido a que estas aceptaran posiciones más definidas y dogmáticas acerca de la relación entre la voluntad de Dios y la voluntad del hombre que en las iglesias de Oriente.
Se apeló entonces a Inocencio, el Papa en Roma, y este recibió con beneplácito la oportunidad de hacer resaltar su autoridad. Inocencio excomulgó a Pelagio y a sus seguidores, aunque su sucesor, Zósimo, los reintegró. Los Obispos occidentales, luego de reunirse en Cartago, lograron obtener el respaldo de las autoridades civiles, y Pelagio y sus partidarios fueron desterrados y sus propiedades confiscadas. El Papa Zósimo, al ver esto, cambió de opinión y también condenó a Pelagio.
Dieciocho Obispos italianos rechazaron someterse al decreto Imperial, uno de los cuales, Julián, Obispo de Eclano, contendió con Agustín mostrando una aptitud y una moderación poco común al plantear que el uso de la fuerza y el cambio de opinión de un Papa no eran las armas adecuadas para tratar con temas de doctrina.
Pelagio enseñó muchas cosas ciertas y buenas, pero la doctrina característica del pelagianismo no sólo se opone a las Escrituras, sino a la realidad de la naturaleza humana. Los hombres son conscientes de su naturaleza caída y de su vínculo con el pecado. La realidad de la vida así lo demuestra. Nuestra participación real de la vida y naturaleza de un hombre, el primer Adán, sujetos como él a la muerte, hace posible que toda la especie humana pueda ser llevada a una relación real con el único Hombre, el segundo Adán, Jesucristo. Es así como llega a ser posible que cualquier hombre, por medio de su voluntad y fe, pueda convertirse en partícipe de su vida eterna y naturaleza divina.
Los tres primeros siglos de la historia de la iglesia demostraron que ningún poder terrenal puede destruirla. Ella es invencible ante los ataques del mundo. Los testigos de sus sufrimientos, e incluso sus perseguidores, llegan a ser sus conversos, y crece más rápidamente de lo que puede ser destruida.
El período siguiente de casi doscientos años muestra que la unión de la Iglesia y el estado, incluso cuando los poderes del Imperio más poderoso son puestos en manos de la Iglesia, no capacita a esta para salvar al estado de la destrucción, ya que al abandonar la posición que su propio nombre implica, de ser “escogida del mundo” y separada para Cristo, pierde el poder que emana del sometimiento a su Señor, y lo cambia por una autoridad terrenal que es fatal para sí misma.

LAS FALSAS DOCTRINAS

La iglesia de Cristo ha estado sujeta no sólo a la violencia de la persecución externa y a las tentaciones del poder terrenal, sino, además, a las agresiones de las falsas doctrinas. Desde el tercer siglo hasta el quinto siglo se desarrollaron cuatro formas de estas doctrinas falsas de un carácter tan fundamental que sus obras nunca han dejado de afectar a la iglesia y al mundo.

EL MANIQUEISMO

1. El maniqueísmo ataca tanto la enseñanza de la Escritura como el testimonio de la naturaleza de que Dios es el Creador de todas las cosas. Las palabras de apertura de la Biblia son: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1.1).
Además, la Biblia presenta al hombre como la corona de la creación en las palabras: “Y creó Dios al hombre a su imagen” (Génesis 1.27). Y viendo todo lo que había hecho, Dios vio que “era bueno en gran manera” (Génesis 1.31).
El maniqueísmo, al atribuir lo visible y corporal a la obra de un poder malvado y oscuro y sólo lo que es espiritual al Dios verdadero, arremetió contra las raíces de la revelación divina de la cual la creación, la caída y la redención son partes indivisibles y esenciales. Del concepto erróneo acerca del cuerpo surgen por una parte los excesos del ascetismo, considerando el cuerpo sólo como algo malvado; y por otra parte, las muchas prácticas y doctrinas degradantes alentadas por el hecho de no lograr ver en el cuerpo ninguna otra cosa que no sea animal, por lo que se pierde de vista su origen divino y su consecuente cualidad de poder ser redimido y restaurado a la semejanza del Hijo de Dios.

EL ARRIANISMO.

La revelación más gloriosa, en la cual toda Escritura culmina, es que Jesucristo es Dios manifestado en la carne, dado a conocer a nosotros al convertirse en hombre y al hacer propiciación por el pecado del mundo por medio de su muerte expiatoria. El arrianismo, al negar la divinidad de Cristo declarándolo un ser creado, aunque el primero y el altísimo, mantiene al hombre inmensurablemente distante de Dios, nos impide conocerlo como Dios nuestro Salvador y nos deja únicamente con la esperanza vaga e incierta de alcanzar algo superior a lo que ahora experimentamos mediante el mejoramiento de nuestro propio carácter.

EL PELAGIANISMO

Niega la enseñanza de las Escrituras en lo que se refiere a la inclusión de todo el género humano en la transgresión de Adán.
Al afirmar que el pecado de Adán sólo lo afectó a él y a sus relaciones con Dios, y que cada ser humano nace originalmente sin pecado, esto debilita la necesidad que siente el hombre de un Salvador, le impide llegar a un conocimiento verdadero de sí mismo, y lo lleva a buscar la salvación, al menos hasta cierto punto, en sí mismo.
El reconocer nuestra participación en la caída está estrechamente relacionado, en las Escrituras, con el poder ser partícipes de la obra expiatoria de Cristo, el segundo Adán; y, aunque insistimos en la responsabilidad individual y en el libre albedrío, esto no excluye, sino que va juntamente con, la enseñanza referente a la voluntad de Dios y al vínculo existente a nivel de todas las razas del género humano.
Esto, aunque incluye a todos en la misma condenación, también incluye a todos en la misma salvación.

EL SACERDOTALISMO

Pretende que la salvación sólo se encuentra en la Iglesia y por medio de sus sacramentos administrados por sus sacerdotes.
En ese tiempo, por supuesto, al hablar de la Iglesia se referían a la Iglesia Romana, pero la doctrina ha sido, y sigue siendo, adoptada por muchos otros sistemas, grandes y pequeños, que la han aplicado a sí mismos.
Nada ha sido enseñado con mayor claridad e insistencia por el Señor y los apóstoles que el hecho de que la salvación del pecador se alcanza por medio de la fe en el Hijo de Dios, en su muerte expiatoria y resurrección.
Una iglesia o grupo que proclama que sólo en ella se encuentra la salvación; hombres que arrogantemente creen tener la autoridad para admitir o excluir a otros del reino de Dios; sacramentos o procedimientos que son convertidos en medios imprescindibles para alcanzar la salvación, todo esto origina las tiranías que traen consigo innumerables miserias sobre el género humano y ocultan el verdadero camino a la salvación que Cristo ha provisto para todos los hombres a través de la fe en él.

EL MONASTICISMO

La decadencia espiritual de las iglesias, su desviación del modelo del Nuevo Testamento, el consecuente incremento de la mundanería dentro de ellas, el sometimiento al sistema humano y la tolerancia del pecado, no sólo incitaron esfuerzos para reformarlas o establecer iglesias reformadas (como las ya vistas en los movimientos donatistas y montanistas), sino que, además, provocaron que algunos de los que buscaban la santidad y la comunión con Dios se apartaran de todo contacto con los hombres.
Por una parte, las circunstancias imperantes en el mundo, devastado por los bárbaros, y por otra parte, en la Iglesia, desviada de lo que debía ser su testimonio en el mundo, dejó a estos buscadores sin esperanza de encontrar comunión con Dios en la vida diaria ni con los cristianos en las iglesias. De modo que se retiraban a lugares desérticos y vivían como anacoretas, para así, estando libres de las distracciones y tentaciones de la vida común, poder alcanzar por medio de la contemplación la visión y el conocimiento de Dios que ansiaban sus almas. Influenciados por las enseñanzas prevalecientes acerca de que la materia era mala, ellos optaron por un estilo de vida extremadamente sencillo y prácticas ascéticas para vencer los obstáculos que, según su criterio, el cuerpo presenta a la vida espiritual.

ANTONIO EL ARMITAÑO (250–356 d. de J.C.)

En el cuarto siglo, en Egipto, Antonio el ermitaño se convirtió en un personaje célebre por su vida solitaria, y muchos, incitados a igualar su piedad, se establecieron cerca de él, e imitaron su estilo de vida. Fue así como sus seguidores lo convencieron para que formulara un reglamento o norma de vida para ellos. Los ermitaños incrementaron en número, y algunos impusieron sobre sus propias vidas tremendas severidades. Simeón Estilita fue uno de los que ganó fama por vivir muchos años en lo alto de una columna.
Rápidamente tuvo lugar un desarrollo mayor, y Pacomio, en el sudeste de Egipto, a principios del cuarto siglo fundó un monasterio donde aquellos que se retiraban del mundo ya no vivían más solos, sino como parte de una comunidad. Este tipo de comunidades se propagó tanto en las iglesias occidentales como en las orientales, y llegaron a ser una parte importante en la vida de los pueblos.

BENITO (AÑO- 480–550 D. DE J.C.)

Aproximadamente a principios del sexto siglo, Benito de Nursia, en Italia, le dio un gran impulso a este movimiento, y su norma de vida para los grupos monásticos prevaleció por encima de todas las demás.
Él no ocupaba a los monjes tan exclusivamente con austeridades personales, sino orientó sus actividades hacia la realización de ceremonias religiosas y el servicio a los hombres, prestando especial atención a la agricultura. Los monasterios de la orden benedictina fueron unos de los principales medios mediante los cuales se difundió el cristianismo entre las naciones teutónicas a lo largo del séptimo y octavo siglos.
También desde Irlanda, desde la isla de Iona y a través de Escocia, los monasterios y los asentamientos columbanos prepararon y enviaron a misioneros fieles hacia el norte y centro de Europa.

EL AUGE DE LAS MISIONES

Puesto que los Papas de Roma poco a poco llegaron a dominar la Iglesia y a dedicarse a la intriga y a la lucha por el poder temporal, el sistema monástico atrajo a muchos de los que eran espirituales y anhelaban seguir a Dios en santidad. Sin embargo, un monasterio se diferenciaba grandemente de una iglesia neotestamentaria, tanto así que las almas que se vieron obligadas a huir de la Iglesia Romana y su mundanería no encontraron en el monasterio lo que una iglesia verdadera hubiera provisto. Estas almas fueron sometidas a las normas de una institución en vez de permitir que el Espíritu Santo obrara en ellas libremente.

EL VALOR DE LAS ESCRITURAS

No obstante, siempre hubo algo que sobrevivió a través de todos estos tiempos; algo capaz de obrar una restauración. La presencia de las Escrituras en el mundo proveyó los medios que el Espíritu Santo pudo emplear en el corazón de los hombres con un poder capaz de vencer el error y volverlos a la verdad divina.
Nunca dejaron de existir congregaciones e iglesias verdaderas que se apegaban a las Escrituras como su guía de fe y doctrina, como la norma tanto para la conducta individual como para el orden de la iglesia. Estas congregaciones, aunque ocultas y despreciadas, ejercieron una influencia que no se quedó sin dar frutos.
La actividad misionera no cesó durante estos tiempos convulsos, sino que se llevó a cabo con entusiasmo y devoción. En realidad, hasta el siglo XI cuando las Cruzadas absorbieron el entusiasmo de las naciones católicas, hubo un testimonio constante que poco a poco sometió a los conquistadores bárbaros y llevó el conocimiento de Cristo a las tierras lejanas de las cuales ellos procedían.
Los misioneros nestorianos llegaron tan lejos como a China y a Siberia, y establecieron iglesias desde Samarcanda hasta Ceilán. Los griegos de Constantinopla atravesaron Bulgaria y penetraron en las profundidades de Rusia, mientras que las naciones paganas del centro y norte de Europa fueron alcanzadas por misioneros tanto de las Iglesias Británicas como Romanas. En el África del Norte y en Asia occidental eran más los que profesaban el cristianismo en aquel tiempo que en la actualidad.
Sin embargo, los errores que prevalecían en las iglesias que profesaban el cristianismo se vieron reflejados en su obra misionera. Ya no existía la manera sencilla de predicar a Cristo y fundar iglesias como en los tiempos de la iglesia primitiva, sino que junto con una medida de la verdad también había una insistencia en cumplir todos los preceptos legales y rituales. De modo que cuando los reyes llegaban a confesar el cristianismo, el principio de la unión de la Iglesia y el estado conducía a la conversión externa y forzosa de multitudes de ciudadanos a la nueva religión del estado.
En lugar de que las iglesias fueran fundadas en las distintas ciudades y territorios, independientes de cualquier organización central, y cada una en una relación directa con el Señor como en los días apostólicos, todas eran subordinadas a una de las grandes organizaciones cuyo centro se encontraba en Roma, Constantinopla, o en cualquier otro lugar.
Lo que sucedió a gran escala también se aplica a nivel individual. La manera perjudicial de operar de este sistema también se manifiesta dondequiera que los pecadores, en lugar de ser guiados a Cristo y provistos de las Escrituras como su guía, son obligados a formar parte de alguna denominación extranjera o se les enseña a recurrir a alguna misión para recibir de ella dirección y provisiones. De esta manera, se obstaculiza el desarrollo de los dones del Espíritu Santo entre ellos, y se retarda la propagación del Evangelio entre sus compatriotas.

EL PERÍODO DESDE AÑO 300 A 850 D. DE J.C.

No obstante, una forma más pura de la obra misionera que la procedente de Roma fue la que se propagó desde Irlanda a través de Escocia y hasta el centro y norte de Europa. Irlanda recibió el Evangelio por primera vez en el tercer o cuarto siglo, por medio de comerciantes y soldados, y ya para el sexto siglo se había convertido en un país cristianizado y había desarrollado una actividad misionera tal que sus misiones se encontraban trabajando desde las orillas del Mar del Norte y el Mar Báltico hasta las del Lago de Constancia.

MISIONES BRITANICAS

Los monjes provenientes de Irlanda, buscando apartarse del mundo, se establecieron en algunas de las islas entre Irlanda y Escocia. Iona, llamada la “Isla de los Santos”, donde Columba se estableció, fue un punto desde el cual las misiones entraron en Escocia, y los monjes escoceses e irlandeses predicaron en Inglaterra y entre los paganos en el Continente.
Su método consistía en visitar a un país y, donde les parecía conveniente, fundaban una villa misionera. En el centro de esta construían una iglesia sencilla, de madera, alrededor de la cual se agrupaban las aulas y cabañas para los monjes quienes eran los constructores, predicadores y maestros.
Fuera de este círculo, según fuera necesario, se construían viviendas para los estudiantes y sus familias que poco a poco se iban acercando a los monjes. Esta colonia en su conjunto era cercada por una muralla, pero a menudo la colonia se extendía más allá de su muralla original.
Bajo el liderazgo de un abad, los monjes, en grupos de doce, salían a establecer nuevos campos misioneros. Los que se quedaban enseñaban en la escuela, y en cuanto aprendían lo suficientemente el idioma de las personas entre quienes estaban, traducían y escribían partes de la Biblia así como himnos que les enseñaban a los alumnos.
Ellos tenían la libertad de casarse o quedarse solteros; muchos se quedaban solteros para de esa manera tener una mayor libertad para la obra. Cuando las personas se convertían, los misioneros escogían de entre ellas a pequeños grupos de jóvenes con cierta capacidad, y los entrenaban especialmente en alguna labor artesanal y en el aprendizaje de idiomas.
Les enseñaban la Biblia y cómo explicarla a los demás para que fueran capaces de obrar entre su propia gente. Ellos demoraban para administrar el bautismo hasta que los que profesaban la fe hubieran recibido cierta instrucción y hubieran dado suficiente prueba o testimonio de su firmeza.
A su vez, los misioneros evitaban atacar las religiones de las personas, considerando más provechoso predicarles la verdad que hacerles ver sus errores. Ellos aceptaban las Sagradas Escrituras como la fuente de fe y vida, y predicaban la justificación por fe. Tampoco tomaban parte en la política ni le solicitaban ayuda al estado.
Toda esta obra, en su origen y progreso, aunque había desarrollado algunos rasgos ajenos a las enseñanzas del Nuevo Testamento y al ejemplo apostólico, era independiente de Roma y en algunos aspectos importantes se diferenciaba del sistema Católico Romano en general.
En el año 596, Agustín, con cuarenta monjes benedictinos enviados por el Papa Gregorio I, desembarcaron en Kent y comenzaron la obra misionera entre los paganos en Inglaterra, la cual llegó a dar abundantes frutos. Las dos formas de actividad misionera existentes en el país, la antigua forma británica y la más reciente romana, pronto entraron en conflicto. El Papa nombró a Agustín Arzobispo de Canterbury, dándole supremacía sobre todos los Obispos británicos que ya existían en Inglaterra. Un elemento nacionalista acentuó la lucha entre las dos misiones; los británicos, los celtas y los galeses se opusieron a los anglosajones. La Iglesia de Roma insistió en que su estructura de gobierno de la iglesia debía ser la única permitida en el país; sin embargo, la orden británica continuó su resistencia hasta que en el siglo XIII sus restantes elementos fueron absorbidos por el movimiento de Lolardo.

BONIFACIO (AÑO 672–755 D. DE J.C.)

En el Continente, la obra arraigada y difundida de los misioneros irlandeses y escoceses fue atacada por el sistema romano bajo el liderazgo activo del benedictino inglés Bonifacio, cuya política consistió en obligar a los misioneros británicos a someterse a Roma, al menos externamente, o de lo contrario destruirlos. Él obtuvo ayuda del estado bajo la dirección de Roma para la imposición de su diseño. Bonifacio fue asesinado por los frisios en el año 755.
El sistema que él instauró poco a poco destruyó las misiones existentes desde tiempo atrás, pero la influencia de estas le dio una nueva fuerza a muchos de los movimientos de reforma que surgieron después.
Una armonía de los cuatro Evangelios llamada Heliand (El Salvador), escrita aproximadamente en el año 830 o antes, una épica aliterada en el antiguo idioma Sajón, fue, sin duda, escrita en los círculos de la misión británica en el Continente. La misma contiene la narrativa del Evangelio presentada de manera que interesara a las personas para quienes fue escrita. Resulta notable el hecho de que está libre de cualquier adoración a la Virgen o a los santos, así como de la mayoría de los rasgos característicos de la Iglesia Romana en aquel período.
En el cuarto siglo apareció un reformista y se llevó a cabo una obra de reforma que afectó a amplios círculos en España, extendiéndose hacia Lusitania (Portugal) y hasta Aquitania en Francia, haciéndose sentir también en Roma.

PRISCILIANO (AÑO–385 D. DE J.C.)

Prisciliano era un español rico y de muy buena posición, culto y elocuente, de talentos extraordinarios. Al igual que muchos de su clase, para Prisciliano resultaba imposible creer en las antiguas religiones paganas, aunque tampoco se sentía atraído por el cristianismo, y prefería la literatura clásica a las Escrituras.
Él había buscado refugio para su alma en las filosofías dominantes de aquel período, tales como el neoplatonismo y el maniqueísmo. Prisciliano se convirtió a Cristo, fue bautizado, y comenzó una nueva vida de devoción a Dios y separación del mundo. Fue así como se convirtió en un estudiante entusiasta y en un hombre amante de las Escrituras, y llevó una vida ascética como complemento para lograr una total unión con Cristo al hacer de su cuerpo un lugar más apto para la morada del Espíritu Santo. Aunque era un laico, predicaba y enseñaba diligentemente.
Pronto se organizaron y tuvieron lugar convenciones y reuniones con miras a convertir la religión en una realidad que afectara el carácter. Gran cantidad de personas, especialmente de la clase culta, fueron atraídas por el movimiento. Prisciliano fue nombrado Obispo de Ávila, pero no tardó mucho en encontrarse con la hostilidad de una parte del clero español.
El Obispo Hidacio, Metropolitano de Lusitania, dirigió la oposición, y en un Sínodo que tuvo lugar en Zaragoza en el año 380, lo acusó de herejía maniqueo y gnóstico. Las medidas que tomaron no fueron exitosas hasta que las necesidades políticas llevaron al Emperador Máximo, quien había asesinado a Graciano y usurpado su lugar, a solicitar la ayuda del clero español.
Pero luego, en un Sínodo que tuvo lugar en Burdeos (Bordeaux) en el año 384, el Obispo Itaco, un hombre de mala reputación, se unió al ataque, acusando a Prisciliano y los suyos, a quienes llamaban “priscilianistas”, de brujería e inmoralidad. Los acusados fueron llevados a Tréveris, fueron condenados por la Iglesia, y entregados a las autoridades civiles para su ejecución (385).
Los eminentes Obispos, Martín de Tours y Ambrosio de Milán, protestaron en vano; Prisciliano y otros seis fueron decapitados. Entre ellos se encontraba una distinguida dama, Eucrocia, viuda de un conocido poeta y orador.
Este fue el primer caso de una ejecución de cristianos por la Iglesia, ejemplo que sería imitado más adelante con una frecuencia atroz. Después de esto, Martín y Ambrosio se negaron a tener comunión de cualquier índole con Hidacio y con los otros Obispos responsables de lo sucedido, y cuando el Emperador Máximo fue derrotado, la tortura y el asesinato de estas personas santas fueron registrados como un acto repugnante. Por otra parte, Itaco fue privado de su obispado. Los cuerpos de Prisciliano y de sus compañeros fueron traídos a España donde fueron honrados como mártires.
Sin embargo, un Sínodo en Tréveris aprobó lo que se había hecho, otorgándole así la autorización oficial a la Iglesia Romana para realizar ejecuciones. Esto fue confirmado por el Sínodo de Braga, celebrado 176 años más tarde, para que la Iglesia dominante no sólo persiguiera a aquellos que llamaba priscilianistas, sino también para dejar constancia en la historia de que Prisciliano y los partidarios de su creencia habían sido castigados por sostener la doctrina gnóstica y maniquea y por la maldad de sus vidas. Esta continuó siendo la opinión generalizada acerca de ellos a través de los siglos.

DESCUBRIMIENTO DE LOS ESCRITOS DE PRISCILIANO

Aunque Prisciliano había escrito de manera voluminosa, se creía que todos sus escritos habían desaparecido, porque habían sido destruidos con tanta diligencia. En 1886, Georg Schepss encontró en la biblioteca de la Universidad de Würzburg once de las obras de Prisciliano, las cuales, según lo que él describe, estaban “contenidas en un precioso manuscrito uncial del que hasta ahora no se sabía”.
Este manuscrito uncial está escrito en un latín muy antiguo, y constituye uno de los manuscritos más antiguos en latín que se haya conocido. El manuscrito consta de once tratados (aunque faltan algunas partes), de los cuales los cuatro primeros relatan los detalles del juicio de Prisciliano, y los siete restantes contienen sus enseñanzas.
La lectura de estos manuscritos de Prisciliano, escritos de su propio puño y letra, muestra que la imputación que le hicieron fue totalmente falsa, que él era de carácter santo, sano en doctrina, un reformista enérgico, y que los que se relacionaron con él eran hombres y mujeres que resultaron ser verdaderos y devotos seguidores de Cristo. Sin embargo, las autoridades de la Iglesia, no satisfechas con haber asesinado y exiliado a estas personas, además de haber confiscado sus bienes, han insistido en calumniar su memoria.
El estilo empleado en el escrito de Prisciliano es vivo y revelador; cita continuamente las Escrituras8 para apoyar sus planteamientos, y muestra un conocimiento íntimo de todo el contenido tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. No obstante, Prisciliano defendió el derecho del cristiano de leer otro tipo de literatura, lo cual algunos aprovecharon para acusarlo de pretender incluir los libros apócrifos en el canon de las Escrituras, cosa que él no hizo.
Él, además, se defiende a sí mismo y a sus amigos por su costumbre de realizar lecturas de la Biblia en las que los obreros laicos participaban activamente y las mujeres tomaban parte, así como por su oposición a compartir la Cena del Señor con personas mundanas y frívolas. Para Prisciliano, las discusiones teológicas en la Iglesia tenían poco valor, pues él conocía el don de Dios, y lo había aceptado mediante una fe viva. Él no discutiría en lo concerniente a la Trinidad, estando satisfecho con saber que en Cristo encontramos al único Dios verdadero por medio de la ayuda del Espíritu Divino.
Él enseñaba que el propósito de la redención es que nos volvamos a Dios. Luego, que resulta necesaria una separación activa del mundo para que nada pueda impedir la comunión con Dios. Esta salvación no es un suceso mágico producido por cierto sacramento, sino un acto espiritual.
Bien es cierto que la iglesia hace pública la confesión, bautiza a los hombres y les comunica los mandamientos o la Palabra de Dios, pero cada uno debe decidir y creer por sí mismo. Si la comunión con Cristo se rompe, es la tarea de cada cual restablecerla por medio del arrepentimiento personal.
No existe tal cosa como una gracia oficial; los laicos poseen el Espíritu Santo tanto como el clero. Prisciliano expuso ampliamente, con base en las Escrituras, la mala influencia y la falsedad de las enseñanzas del maniqueísmo sobre las Escrituras, y se opuso totalmente a esa doctrina. No consideró el ascetismo como algo fundamental en sí mismo, sino como una ayuda para lograr la total unión de la persona con Dios o Cristo, de la cual el cuerpo no puede excluirse debido a su condición de morada del Espíritu Santo.
Esto es el descanso en Cristo, una experiencia de amor y dirección divina, una bendición incorruptible. La fe en Dios, quien se ha manifestado a sí mismo, es un acto personal en el que todo el ser reconoce su dependencia de Dios para vida y para todo asunto. La fe trae consigo el deseo y la decisión de consagrarse completamente a él. Las obras morales resultan automáticamente porque al recibir la nueva vida, el creyente recibe aquello que contiene la esencia misma de la moralidad.
La Escritura no es sólo verdad histórica, sino también el medio a través del cual se imparte gracia. El espíritu se alimenta de ella y encuentra que cada parte de la misma contiene revelación, instrucción y dirección para la vida diaria. Para captar el significado alegórico de la Escritura, no se requiere un entrenamiento técnico, sino fe.
El significado mesiánico figurativo del Antiguo Testamento, y el progreso histórico del Nuevo Testamento destacan en sus escritos, y esto no sólo como simple información, sino para demostrar que no sólo algunos, más todos los cristianos son llamados a la santificación completa.

OPOSICIÓN A LA DISTINCIÓN ENTRE EL CLERO Y EL LAICADO

Tales enseñanzas pronto pusieron en conflicto a estos círculos con los de la Iglesia Romana, especialmente los representados por un Obispo tan político e intrigante como Hidacio. El clero veía en la vida santa del creyente común una amenaza a su posición privilegiada.
El poder de la “sucesión apostólica” y del oficio sacerdotal fue sacudido por la enseñanza que insistía en la santidad y en una vida constantemente renovada por medio del Espíritu Santo y la comunión con Dios. La distinción entre el clero y el laicado empezó a resquebrarse, especialmente cuando se cambió la obra mágica de los sacramentos por una posesión viva de la salvación mediante la fe.

CONCEPTOS DIVERGENTES ACERCA DE LA IGLESIA

El conflicto era irremediable debido a los dos conceptos distintos acerca de la iglesia. Ya no se trataba solamente de suprimir las reuniones o de oponerse a los que amenazaban con convertirse en una orden de monjes apartada de la Iglesia, sino de una diferencia total de principios.
La política de Hidacio procuraba fortalecer el poder de los Metropolitanos como representantes de la Sede Romana, con miras a consolidar la organización centralizadora romana. Hasta este momento, no se había logrado una centralización completa.
La idea misma no era bien vista en España, y enfrentaba la oposición de los obispos de menor importancia. Los círculos con los que Prisciliano se asoció también se opusieron totalmente a esto; su dedicación al estudio de las Escrituras y la aceptación de estas como su guía en todo los llevó a desear la independencia de cada congregación, cosa que ya estaban poniendo en práctica.
Después de la muerte de Prisciliano y sus compañeros, los círculos formados por aquellos que compartían su fe incrementaron rápidamente, pero, aunque Martín de Tours consiguió moderar la primera ola de persecución que siguió a aquel trágico suceso, esta continuó y fue severa. No obstante, no fue hasta dos siglos más tarde que las reuniones fueron finalmente disipadas.

PERIODO DEDESARROLLO PAPAL

(325-1215 D. DE J.C.)
INTRODUCCIÓN AL PERÍODO
De 325 a 1215 la Iglesia Católica Romana, encabezada por el papa, creció y alcanzó su cumbre. La fecha inicial es la del primer concilio mundial, que inauguró una nueva dirección; la fecha final del período señala también la reunión de todavía otro concilio el Cuarto Concilio Lateranense (también llamado el Decimosegundo Concilio Ecuménico de la Iglesia Romana).
El Cuarto Concilio Lateranense representa el pináculo alcanzado por la Iglesia Católica Romana. De esta manera entre el Concilio de Nicea de 325, cuando se tomó la nueva dirección, y el Cuarto Concilio Lateranense de 1215, la Iglesia Católica Romana creció, se extendió y alcanzó su cumbre.
Los grandes movimientos de este período fueron políticos y militares. En los Siglos IV y V los bárbaros germanos del norte y noreste invadieron el mundo occidental trayendo lo que ha sido llamado la Edad Media.
La economía y cultura grecorromanas fueron arrolladas, pero las tribus en general fueron o ganadas del paganismo o doctrinadas contra el cristianismo ario mediante los esfuerzos de la Iglesia Romana. Una de las tribus, los Francos, se convirtieron en el poder militar dominante, y la Iglesia Romana hizo alianza con ellos. Uno de los reyes francos, Carlomagno, fue coronado en 800 como el Santo Emperador Romano. La Santa Iglesia Romana y el Santo Imperio Romano lucharon por el poder lo “espiritual” contra lo secular por todo el resto del período.
El mundo occidental no fue invadido por las hordas germánicas, pero fue arrollado por un destino aun peor. Los mahometanos de Arabia empezaron su conquista por la dominación mundial a la mitad del Siglo VII. Casi toda la sección oriental alrededor del Mediterráneo cayó ante los sarracenos en poco más de medio siglo; para 732 ya habían conquistado todo el Norte de África y España y amenazaban a Francia.
En ese año Carlos Martel los derrotó en Tours. El trato que estos mahometanos y sus sucesores ofrecieron a la Europa occidental jugó un gran papel en el movimiento de la historia.
Los siguientes siete capítulos describirán este período desde el punto de vista de la historia eclesiástica. El primer capítulo de esta sección introducirá al estudiante la nueva dirección que se inició en 325, y el último revisará el desarrollo eclesiástico de los nueve siglos.
Los cinco capítulos dentro de este marco describen la colocación de los fundamentos católicos romanos entre 325 y 451; la expansión de la Iglesia Católica Romana entre 451 y 1050; la oposición secular y religiosa a esta expansión romana católica entre 451 y 1050; y la consecución de la completa supremacía, tanto religiosa como secular, por el sistema católico romano entre 1050 y 1215.

PUNTOS DE ESPECIAL INTERÉS

El estudiante notará varios asuntos significantes durante este período.
(1) El desarrollo católico romano fue gradual y lento, pero efectivo. Dos grupos se opusieron al poder autocrático: los de dentro de la iglesia que rechazaban las pretensiones romanas, y los gobiernos seculares fuera de la iglesia que resentían la dominación romana. Estos dos elementos de oposición nunca fueron completamente dominados. Se ha dedicado un capítulo especial a cada uno; aunque se sobreponen un poco, presentan en forma temática y unificada la lucha contra la expansión del poder romano.
(2) Los registros de movimientos disidentes son muy escasos. La naturaleza del espíritu religioso demandaría disidencia. La laxitud siempre produce ascetismo de alguna clase: el rigor y la represión siempre alimentan la desobediencia o la disensión.
(3) El programa de largo alcance de los católicos romanos representa su fuerza más grande. Los altos y bajos del poder eclesiástico romano algunas veces hicieron dudar que alguna vez efectuara la dominación mundial. La política histórica del papado de nunca retractarse de ninguno de sus reclamos hechos en los siglos primitivos, sin importar cuán absurdo y arrogante pudiera ser, y hacer valer ese reclamo cuando la ocasión es favorable, contribuyó directamente a la dominación mundial de los siglos doce y trece.

UNA NUEVA DIRECCION

Los desenvolvimientos bosquejados en los capítulos anteriores representan más que una desviación del modelo del Nuevo Testamento; también constituyen una preparación para cambios más significantes.
El gobierno de la iglesia ya no procedía de la gente sino de los oficiales; los dos sacramentos, dotados ahora con eficacia mágica, habían hecho de la iglesia una institución salvadora; la salvación viene ahora de la admisión a esta institución salvadora, no del poder de un mensaje que viene por la institución; el obispo se ha separado de los otros oficiales de la iglesia local y ahora gobierna como monarca, no sólo en la iglesia local, sino en grandes áreas contiguas a la suya propia. La nueva dirección del desarrollo que empieza con el primer concilio mundial en Nicea en 325, conduce directamente a la Iglesia Católica Romana.
Tal desarrollo hubiera sido imposible sin la actitud amistosa y el brazo fuerte del poder secular. Estos elementos se consiguieron cuando Constantino decidió asegurar su futuro con el dinámico y creciente movimiento llamado cristianismo.

EL PROPÓSITO DE CONSTANTINO

Constantino era un genio político. De su comparativamente escasa comprensión del cristianismo y de su breve contacto con él, concluyó dos cosas: que el cristianismo llegaría a ser el sistema religioso dominante del mundo, y que el agonizante Imperio Romano podría salvarse, o cuando menos prolongarse, por una unión con esta religión dinámica. Constantino quería que el cristianismo fuera el cemento del imperio; él quería que la religión actuara como un factor unificador en el sistema político.
Esta no era una idea completamente nueva, porque la religión había sido una parte del sistema romano de gobierno a través de los siglos. La innovación consistía en la clase de religión, que no era un sincretismo planeado por el gobierno para invitar a todos a unirse a él, sino un movimiento poderoso y extenso que era exclusivo en su concepto de Dios y en sus requisitos para la admisión.
Tal unión de fuerzas fue algo nuevo, tanto para el imperio como para el cristianismo. Cada uno se desarrolló de manera diferente por esta alianza.
El cristianismo no pudo salvar al Imperio Romano había ido demasiado lejos; y Constantino estaba equivocado, también, al suponer que el cristianismo actuaría como cemento para el imperio. ¿Cómo podía el cristianismo traer unidad al mundo político cuando el cristianismo mismo no poseía unidad? Ya tres escuelas de pensamiento habían desarrollado y desplegado antagonismo unas contra otras.
Alejandría era el centro de la más antigua de esas escuelas. Un filósofo convertido, Panteno, organizó una escuela para instruir a los cristianos convertidos. Fue sucedido por Clemente, y Clemente por Orígenes; estos dos últimos ya fueron mencionados en conexión con los monumentos literarios del segundo período de la historia eclesiástica. Estos hombres veían la filosofía como el medio de interpretar el cristianismo. En la mejor tradición filosófica, la Biblia se leía alegóricamente. Se daba gran énfasis a la redención, como una unión mística con Dios por medio de Cristo.
Antioquía era el segundo centro. Esta escuela fue fundada por Luciano al final del Siglo III. Representando la tradición del apóstol Juan, esta escuela de pensamiento exaltaba las Escrituras como las mejores intérpretes de sí mismas. Por causa de la intensa lucha con el gnosticismo, la filosofía se volvió sospechosa. Se procuraba el significado literal de un texto, a la luz de su fondo gramatical e histórico.
La escuela occidental del pensamiento reclamaba escritores tanto del continente como del Norte de África. Como el centro de Antioquía, también desconfiaba de la filosofía y colocaba su principal énfasis en la aplicación práctica del cristianismo.
Las controversias que empezaron a levantarse en el cristianismo seguirían el modelo de pensamiento representado en las varias escuelas; es decir, con los mismos hechos y escrituras los seguidores de la escuela alejandrina, usando el enfoque filosófico, alcanzaba diferentes conclusiones de la escuela de Antioquía y de la de Occidente. Muchas veces la búsqueda de la verdad era simplemente un estímulo secundario en la controversia; la rivalidad intelectual acicateaba a los adherentes de cada tipo de pensamiento más allá de los límites de la caridad cristiana.
Con esta clase de desunión en el movimiento cristiano, había considerable duda de que trajera unidad al Imperio Romano cuando formaron la alianza. No fue mucho antes de este hecho que Constantino despertó bruscamente. Reuniendo movimientos cismáticos históricos como montanismo y novacianismo, la división donatista en el Norte de África se lanzó contra Constantino casi al tiempo que él había decidido hacer del cristianismo el cemento del imperio. El trato de Constantino para el donatismo fue, por supuesto, motivado por factores políticos.
El hizo lo que pudo apelando, argumentando, amenazando, y, finalmente, persiguiendo físicamente para cerrar las filas del cristianismo, todo sin éxito. Para Constantino este problema era solamente una prueba de lo que habría de venir. Más tarde, el clamor de los donatistas, “¿Qué tiene que ver el emperador con la iglesia?” fue el que simbolizaba el dilema más grande de la nueva alianza entre la iglesia y el estado.
¿Qué debía hacer un emperador para mantener el control político cuando sus ciudadanos cristianos insistían en formar partidos teológicos hostiles sobre la base de sus interpretaciones escriturarias? Sea o no que su intención original fuera considerarse a sí mismo de esa manera, Constantino se vio obligado a convertirse en “obispo de obispos” en un intento de restaurar la unidad.
Esta posición le fue concedida por los príncipes eclesiásticos del imperio. La controversia que puso a Constantino en este lugar de liderato eclesiástico y doctrinal fue llamada la controversia arriana, y tenía que ver con la interpretación de la persona de Cristo en relación a Dios.

EL PRINCIPIO DE LA CONTROVERSIA ARRIANA

Se recordará que una de las primeras discusiones doctrinales en el cristianismo se centró en la naturaleza de Cristo y su relación a Dios el Padre. ¿Era Jesucristo completamente Dios o era menos que Dios? Esta pregunta nunca ha sido contestada adecuadamente. Muchos escritores cristianos sobresalientes han luchado con el problema.
Si Jesús era completamente Dios, se pregunta, ¿entonces tienen tres Dioses los cristianos (incluyendo al Espíritu Santo)? Sin embargo, venía la respuesta, ¿podía Jesús traer salvación a los hombres si no fuera Dios, como él había pretendido? Orígenes de Alejandría había indagado profundamente en esta cuestión en el Siglo III. Sus escritos contienen dos opiniones diferentes.
En un lugar Orígenes afirmaba que Cristo está subordinado a Dios, es menos que el verdadero Dios. En otro él declara que Cristo era el Hijo de Dios eternamente engendrado; Cristo siempre había existido como el Divino Hijo, tanto antes como durante la creación temporal. Aunque pueda parecer extraño, estas dos posiciones en Orígenes forman el centro de la lucha arriana, con la primera que precipita la controversia y la segunda que finalmente resuelve el conflicto.
Arrió, el hombre responsable de principiar el conflicto, era un presbítero bajo el obispo Alejandro de Alejandría, pero había sido preparado en Antioquía para interpretar las Escrituras en un sentido literal. Por el año 318, Arrió decidió que sería comprometer la dignidad y el honor de Dios el Padre decir que Jesucristo era de la misma esencia divina y eterna de Dios. Consecuentemente, elaboró un sistema que declaraba que Cristo era un ser que había sido creado antes del tiempo, y que por medio de Cristo Dios había creado todas las otras cosas. Su teoría hacía a Cristo más grande que el hombre y menor que Dios— algo intermedio entre los dos, pero ni uno ni otro completamente.
La controversia se extendió rápidamente más allá de Alejandría y pronto se apoderó de todo el mundo oriental. La escuela, de pensamiento de Antioquía no podía ver nada malo en la interpretación y le añadió rivalidad intelectual al asunto. Arrió era un predicador capaz y popular, y obtuvo mucho apoyo por su encanto personal.
Conforme creció la controversia, Constantino reconoció que debía haber tomado una clase de acción. Después de llegar a ser el emperador absoluto en 323, siguiendo la experiencia que había obtenido al tratar a los donatistas, él mandó que se convocara una reunión de todos los líderes cristianos para arreglar el asunto. Este concilio universal (el significado de la palabra griega para católico) se reunió en Nicea y consistió de más de trescientos obispos.
Puesto que se consideraba que los obispos eran la iglesia, y dado que ésta era una reunión mundial de obispos, en realidad esta reunión le dio expresión visible a la Iglesia Católica (universal). Constantino dominó el concilio, dirigiéndolo cuando él deseaba y determinando la posición doctrinal que debía ser adoptada.

EL CONCILIO DE NICEA (325)

Después que se atendieron los asuntos preliminares, Arrió presentó una confesión de fe. Definía la naturaleza de Cristo como diferente de la de Dios, y veía a Cristo como un ser creado, más grande que el hombre, y digno de adoración, pero menor que Dios. Este credo fue pronta y vehementemente rechazado. El obispo Eusebio de Cesarea ofreció entonces un credo que dijo había sido usado previamente en su iglesia.
La redacción de este credo era ambigua. Cuando el partido ortodoxo vio que los arrianos estaban deseosos de aceptar el credo, dirigieron un movimiento para rechazarlo, con base en que no era suficientemente explícito. Entonces Atanasio, un joven diácono de la iglesia de Alejandría, y campeón del punto de vista ortodoxo, presentó el siguiente credo al concilio: Creemos en un Dios, Padre todopoderoso, Creador de todas las cosas visibles e invisibles, Y en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, Engendrado del Padre y el único engendrado, Es decir, de la esencia del Padre, Dios proveniente de Dios, Luz proveniente de Luz, verdadero Dios proveniente del verdadero Dios, Engendrado, no hecho, De una esencia con el Padre.
A través del cual todas las cosas fueron hechas, tanto las cosas en el cielo como las cosas sobre la tierra, Quien para nosotros los hombres y para nuestra salvación, Descendió y se hizo carne y se hizo hombre, Sufrió y resucitó al tercer día, y ascendió a los cielos, Y vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos. Creemos también en el Espíritu Santo.
Enseguida de este credo se tuvo la condenación de todos los que negaran su doctrina, mencionándose específicamente la declaración de los arrianos de que Cristo no existió por toda la eternidad. Debe notarse que este credo hace hincapié en la unicidad de Cristo con Dios el Padre. Las palabras claves eran “de una esencia con el Padre”. Constantino decidió entonces que este credo traería paz religiosa y política, indudablemente con el consejo del obispo Osio de Córdoba, su consejero eclesiástico.
Por eso, con su aprobación fue adoptado el credo, y se dirigió un decreto de deportación contra Arrió y los que siguieran su criterio. Los cristianos que habían sido víctimas del poder imperial sólo unos cuantos años antes, ahora utilizaban el poder imperial para perseguirse unos a otros. Más tarde Constantino cambió de opinión e hizo volver a Arrió, exiliando a Atanasio. Una vuelta completa de doctrina no significó nada para su mente política.
Es probable que Constantino tuviera poca comprensión de los principios doctrinales cristianos. Su bautismo diferido, sus normas éticas y morales, y su retención del oficio pagano que garantizaba su lugar como dios romano después de la muerte, eran en sí mismos evidencias de su carácter espiritual.

HISTORIA POSTERIOR DEL ARRIANISMO

Había mucha insatisfacción dentro del cristianismo después de la decisión del concilio de Nicea. El lenguaje del credo llevaba a unos a temer al triteísmo (tres dioses) y a otros a temer al modalismo (la pérdida de la personalidad individual). Por medio de maniobras políticas y burlándose de los temores de los pensadores religiosos sinceros, el arrianismo obtuvo la ventaja por una generación.
Una escuela semi-arriana que surgió tomó una posición intermedia entre la de Atanasio y la del concepto arriano, y declaraba que aunque Cristo no era de una esencia con Dios, sin embargo era similar a Dios. Esto atrajo a muchos seguidores del partido estricto de Atanasio. Atanasio mismo fue exiliado repetidas veces por adherirse a los conceptos del credo de Nicea.
La escena política contribuyó al triunfo temporal de Arrió. Cuando Constantino murió en 337, sus tres hijos, Constantino II, Constante y Constancio, se dividieron el Imperio Romano. Sin embargo, Constantino fue matado en 340, en una batalla contra Constante, y Constante se suicidó en 350. Estos dos hombres favorecían el concepto de Nicea. El tercer hijo, Constancio, era arriano. Su reinado, de 337 a 361 como único gobernador después de 350, dio oportunidad para que el arrianismo se desarrollara con la bendición de. La autoridad imperial.
Además del exilio de Atanasio, Constancio trató severamente a los adherentes judíos y paganos. Se estableció la pena de muerte por ofrecer sacrificios paganos y por convertirse en prosélito judío. En parte por causa de esta severidad, tuvo lugar una reacción pagana. Constantino había matado a sus parientes, menos a sus tres hijos, para asegurarse una sucesión apropiada, pero pasó por alto dos víctimas.
Uno de ellos, Julián, el hijo de un hermano al que Constantino había matado, abrazó secretamente el paganismo, y en 361 peleó por el dominio del imperio contra Constancio. El hizo lo que pudo por aumentar las divisiones en el cristianismo. Atanasio fue llamado del exilio, y otros disidentes fueron alentados. Julián también se esforzó por introducir un paganismo refinado y reformado adoptando muchos elementos cristianos como rival del cristianismo. Después de su muerte en 363, sin embargo, el emperador que lo sucedió favoreció el cristianismo del tipo niceano.
La influencia del arrianismo cedió lentamente en los siglos siguientes. El segundo concilio universal el año 381 en Constantinopla, reafirmó la posición del primer concilio relativo a la persona de Cristo.

RESULTADOS DEL ARRIANISMO

Un importante resultado del movimiento arriano fue la divulgación de su doctrina de Cristo por medio de la actividad misionera. En 340, aunque el arrianismo gozaba del favor imperial, un joven misionero llamado Ulfilas, educado en la doctrina arriana, fue enviado a los visigodos. El sirvió hasta su muerte en 383, aparentemente recibiendo mucha ayuda que ahora no puede ser determinada.
Ulfilas mismo trabajó diligentemente, pero la conversión al cristianismo arriano de grandes masas de visigodos y de tribus vecinas, difícilmente podría ser la obra de un hombre. Ulfilas es mejor recordado por reducir a la escritura el idioma gótico, por medio de la traducción de las Escrituras. Como resultado de su trabajo y del de otros, cuando el Imperio Romano finalmente fue arrasado por estas tribus germanas en los Siglos IV y V. la tarea del cristianismo católico romano se facilitó. Un notable número de invasores ya habían abrazado el cristianismo arriano y necesitaban sólo la enseñanza de la fórmula nicena.
Otro resultado del movimiento arriano fue la adopción, por Constantino, de una política general de persecución física contra los disidentes eclesiásticos. Es cierto que los donatistas habían sufrido persecución física a manos de Constantino en 316, después de negarse a aceptar la decisión del concilio de Arlés. Después de cinco años Constantino dejó de cerrarlas iglesias donatistas y de exiliar a sus obispos, sintiendo que los resultados del uso de la fuerza no eran satisfactorios.
Con esta experiencia, hubo alguna duda sobre si Constantino, como único emperador, continuaría tal política. Su determinación de continuar sugiere su profundo deseo de asegurarse cuando menos conformidad externa.
Además, el concilio de Nicea proveyó un precedente y una norma para futuros concilios de esta clase. Todos sabían que la decisión del concilio había sido arbitraria. Constantino había decidido lo que el concilio debía decidir, aunque al mismo tiempo los decretos del concilio fueron reconocidos como declaraciones cristianas autorizadas. Líderes concienzudos examinaron este nuevo desarrollo.
La conducta y los motivos cristianos eran secundarios; las decisiones eran los asuntos autorizados y las metas que debían alcanzarse. Aparentemente, la lección se había aprendido. Muchos de los concilios universales posteriores llegaron a sus decisiones mediante la coerción física y tácticas desordenadas. Es difícil ver qué parte el cristianismo genuino tenía en algunos de ellos.
Finalmente, el concilio de Nicea dio forma visible a la Iglesia Católica. Se recordará que en los escritos de Cipriano del siglo anterior se declaraba que la iglesia existía en los obispos. La Iglesia Católica (cristianismo universal), entonces, podía hacerse visible cuando todos los obispos se reunieran en concilio. Esto se efectuó en Nicea, y completó la maquinaria eclesiástica para la dominación universal por una monarquía espiritual.

LA NUEVA RELACIÓN

El principio de una alianza entre el cristianismo y el Imperio Romano bajo Constantino, influyó profundamente en la historia y el desarrollo, tanto de la religión como del estado. El cristianismo fue decretado oficialmente la religión del estado romano bajo el emperador Teodosio (378-95).

UNA NUEVA ÁREA DE CONTROVERSIA.

Antes de Nicea el cristianismo no había tenido ocasión de reflexionar en lo que deberían ser sus relaciones con el estado. Al antagonismo original del imperio contra tina religión “ilegal” habían seguido siglos de persecución secular. El esfuerzo por ajustar las relaciones entre el cristianismo y el poder secular, forma una gran parte de la historia del cristianismo en los siglos que seguirían.
Algunos sentían que el estado debería gobernar la iglesia. La historia romana recomendaba este criterio, porque la religión había sido un departamento del gobierno mucho antes de que el cristianismo hubiera sido establecido. Constantino asumió esta actitud, y también sus hijos. El emperador era el “obispo de obispos”. Tal relación llegó a ser conocida como papado cesáreo la dominación de la iglesia por el estado. Otros sentían que la iglesia debía estar sobre el estado. Este llegó a ser el ideal del creciente sistema católico romano.
Otros más veían a cada institución con una mayordomía peculiar proveniente de Dios, y creían que las dos debían trabajar lado a lado sin interferencia indebida. Debe decirse que este problema nunca ha sido arreglado a satisfacción de todos. Una nueva dirección se inició, con un gran significado en la historia y desarrollo del cristianismo, desde Nicea hasta el presente.

EL AUMENTO DE LA INFLUENCIA SECULAR.

Es difícil concebir cómo se ejerció tanta influencia sobre el cristianismo mediante la alianza entre la iglesia y el estado bajo Constantino. En el campo de la organización, por ejemplo, el cristianismo hizo uso del patrón imperial. En términos geográficos, el cristianismo fue organizado con base en divisiones políticas como ciudad, municipio, estado, región, nación, etcétera. Después del desarrollo del oficio del papa el siguiente siglo, la organización imperial y la del cristianismo eran notablemente similares.
Los mismos motivos de Constantino al adoptar el cristianismo indican la dirección que iba a seguirse. El quería usar el cristianismo como un factor social y político al fortalecer el estado. Esto significaba el uso del poder secular, como se ha visto, al establecer uniformidad. La disensión debía ser extirpada. Ello significaba la liquidación imperial de disputas eclesiásticas y doctrinales. Los oficiales administrativos del estado pronto se encontraron aconsejando cómo aumentar la eficiencia en la administración cristiana. Los oficiales cristianos bajo Constantino empezaron a usar en la vida de la iglesia métodos e ideas que habían aprendido en el servicio del gobierno.
Nicea también trajo el problema de la autoridad secular al llenar los importantes oficios eclesiásticos. El movimiento cristiano era muy importante, políticamente, para permitir que radicales de cualquier clase tuvieran altos puestos. Ahora los obispos debían complacer tanto al estado como a Dios. En esta esfera se ejerció influencia secular ampliamente.

EL INFLUJO DE LOS NO REGENERADOS.

Todos los historiadores hablan del movimiento masivo hacia el cristianismo después que éste recibió el favor imperial. Aunque el cristianismo no fue nombrado oficialmente religión del estado por cerca de medio siglo, sin embargo, la exhortación de Constantino a sus súbditos a hacerse cristianos, sus generosos regalos a los que ya eran cristianos, y la facilidad con que podía abrazarse el cristianismo, contribuyó a que muchos se decidieran.
La similaridad entre los sacramentos mágicos del cristianismo y los ritos paralelos del paganismo daba a los miembros en perspectiva un sentimiento de familiaridad en su iniciación. En el ejército, especialmente, la influencia de algún sagaz líder podía hacer que ganara en corto tiempo a todos sus leales seguidores.
Un ejemplo de la facilidad con que esto podía hacerse puede verse en la conversión de uno de los caudillos francos el siguiente siglo. Clodoveo se enfrentaría a una batalla crucial el siguiente día. El hizo el solemne voto de que si el Dios cristiano de su esposa le daba la victoria en la batalla, entonces él se haría cristiano. Habiendo ganado la victoria, él guardó su voto. Cuando su ejército supo lo que estaba pasando, también quisieron unirse. Esto se llevó a la práctica fácilmente. Los soldados marcharon al lado de un río donde se pusieron sacerdotes con ramas de los árboles.
Cuando los soldados pasaban, los sacerdotes metían las ramas al río y rociaban agua bautismal sobre ellos, repitiendo todo el tiempo la fórmula adecuada. Tan pronto como el agua tocaba a los soldados, desde luego, supuestamente ellos se volvían cristianos. No es de sorprender que cuando estos paganos rociados entraron a la membrecía de las iglesias cristianas, hayan traído ideas paganas con ellos. Consecuentemente, el cristianismo se infectó más y más con corrupciones paganas al convertirse en un movimiento popular.

IMPULSO PARA LA APARICIÓN DEL MONASTICISMO.

La hartura de las iglesias cristianas con paganos rociados fue responsable en parte del rápido crecimiento del escepticismo. La laxitud en la ética y la vida cristianas siempre ha traído movimientos reaccionarios. Algunas veces éstos no se desarrollaron hasta ser partidos o cismas, pero dieron expresión al remordimiento individual que guió a las prácticas ascéticas.
Al permanecer en las iglesias regulares, los cristianos escrupulosos aliviaban su espíritu mediante el ayuno, largas horas de oración y rigurosa disciplina espiritual. Otros, sin embargo, escogieron un método más radical. En el oriente, donde el clima era más atractivo la mayor parte del año, los hombres dejaban las iglesias y sus hogares y se convertían en ermitaños religiosos. Tomaban literalmente la exhortación de Jesús al joven rico para dejarlo todo y seguirlo. Sentían que encerrándose en una cueva lejos de los hombres y ocupándose en la oración y en la contemplación espiritual, podían “perder sus vidas para salvarse”.
Uno de los más famosos de esos ermitaños era Antonio de Tebas, de mediados del Siglo III. Huyendo de los hombres, alrededor de los veinte años, pasó los siguientes ochenta y seis años en una cueva. El era venerado como un hombre muy santo, y su cueva se convirtió en un lugar de bendición. Otros empezaron a dejar sus hogares y a seguir su ejemplo.
Antes de mucho tiempo había tantos ermitaños en el desierto que todas las cuevas estaban ocupadas. Pronto empezó también la formación de comunidades o grupos cenobitas. Un número de ermitaños se reunían bajo una regla común de organización. El movimiento más antiguo de esta clase que se conoce fue el de Pacomio, que tuvo lugar por el año 335 en Egipto.
Desde el oriente este movimiento se extendió a Asia Menor. La manera práctica de pensar de los occidentales y el clima riguroso desanimaron a los que huyeron a las cavernas, pero para el siglo VI Benito de Nursia empezó en Italia un movimiento disciplinado y efectivo. Este se discutirá en un capítulo posterior.

COMPENDIO FINAL

Una nueva dirección había de venir. El problema de la persecución imperial fue reemplazado por el problema del favor imperial. El ideal cristiano fue grandemente influido por las normas y el patrocinio del gobierno romano. El desarrollo del concilio universal como un cuerpo legislador autorizado para todo el cristianismo, junto con el intenso deseo de Constantino de una conformidad universal a una sola norma cristiana de doctrina y práctica, fue un gran paso hacia el gobierno monárquico en el cristianismo. Los cristianos ya habían aprendido a perseguir a sus hermanos en la fe, en un esfuerzo por conseguir la uniformidad.
Los capítulos siguientes dirán la historia de la aparición de la Iglesia Católica Romana. Todos los ingredientes necesarios para levantar tal sistema estaban ahora juntos: el sacramentalismo, el sacerdocio, y el gobierno episcopal, la ambición romana, la rivalidad eclesiástica, una reunión mundial con autoridad, y la norma y el poder del estado secular.
Todos estos elementos fueron utilizados ampliamente por el obispo romano en el siguiente período.

LOS FUNDAMENTOS CATOLICOS ROMANOS

Para 325, cuando se reunió el primer concilio católico (universal), el cristianismo había asumido varias características que, claramente, no eran escriturarias y podían llamarse “católicas”. Estas incluían la idea de una iglesia universal visible compuesta de los obispos, la creencia de que los sacramentos (como ahora serían llamados) llevaban con ellos una clase mágica de gracia transformadora, el empleo de un sacerdocio especial (clero) que sólo por la ordenación estaría preparado para administrar estos sacramentos, y el reconocimiento de los obispos como oficiales gobernantes (gobierno episcopal).
Todas estas características pueden verse en la actualidad en los grupos cristianos que se llaman a sí mismos católicos: católicos romanos, católicos griegos, y católicos anglicanos.
Después de 325 vinieron los fundamentos de un nuevo avance en el desarrollo jerárquico. La oligarquía, el gobierno de muchos obispos, empezó a cambiarse en monarquía, el gobierno de un obispo el obispo de Roma. Esto no significa que los obispos romanos no estaban entre los obispos sobresalientes de todo el cristianismo antes del 325, porque ya para el año 58 el apóstol Pablo había elogiado a la iglesia de Roma por su excelente reputación por todo el mundo. Los escritos no canónicos hablan de la influencia del grande, poderoso y generoso cuerpo de los cristianos de Roma.
La iglesia se había beneficiado con el ilustre nombre y la historia de la ciudad en la que estaba situada, porque Roma había sido ya el centro del mundo por siglos. Era habitual, inclusive, que las iglesias que tenían problemas escribieran a las iglesias más grandes y con más experiencia sobre asuntos de disciplina y doctrina. Se sabe que la iglesia de Roma recibía muchas de esas peticiones de ayuda. Un buen ejemplo es la carta que la iglesia de Corinto dirigió a Roma en la última década del Siglo I.
La iglesia de Corinto, ejerciendo su prerrogativa como un cuerpo autónomo, había quitado a varios presbíteros que habían sido nombrados por los apóstoles, y en la controversia alguien había escrito a la iglesia de Roma pidiendo consejo. La respuesta de Clemente, un pastor u obispo de Roma, es probablemente típica de las cartas escritas por muchos obispos alas iglesias que les pedían consejo en tales asuntos.
La iglesia de Roma fue más tardía que algunas de las otras en poner a un solo obispo sobre el resto de sus oficiales, aparentemente el obispo Aniceto (154-65), parece ser el primer monarca de la congregación romana.
La referencia del obispo Ireneo de Lyon a la tradición apostólica del obispo romano llevaba un énfasis en la rectitud de la doctrina de Roma, más que en la autoridad eclesiástica de Roma. Ireneo, como Cipriano, podía escribir más elocuentemente de la eminencia del obispo de Roma que lo que podía demostrar.
A mediados del Siglo II se desató una disputa entre Roma y ciertos líderes de Asia Menor respecto a la fecha adecuada para observar la Pascua. La práctica oriental era celebrarla de acuerdo con la luna, sin relación al día de la semana que fuera, mientras que la práctica romana era esperar hasta el siguiente domingo.
El obispo Policarpo (un discípulo del apóstol Juan), representando al Oriente, y el obispo Aniceto, representando al Occidente, no pudieron ponerse de acuerdo, y cada uno continuó observando la Pascua de acuerdo con su propia práctica. La controversia se llevó a todas las iglesias y amenazó la paz del mundo cristiano. Se convocaron sínodos (o concilios) en Roma y Palestina en particular, que debatieron los méritos de cada lado, y la práctica de observar la Pascua en domingo fue favorecido en lo general.
Cuando el obispo de Éfeso y muchas iglesias de Asia Menor se negaron a cambiar su antigua práctica, con sínodo o sin él, el obispo Víctor de Roma (189-98) los declaró excomulgados. Muy pronto Ireneo censuró a Víctor por su acción, levantando la duda en cuanto a lo que Ireneo realmente creía en cuanto a la ortodoxia y autoridad del obispo romano.
Tertuliano, el presbítero cartaginés que ha sido llamado el padre de la teología católica romana, no simpatizaba con las pretensiones del obispo romano y en 207 rompió con él y se unió al movimiento montanista. Su discípulo Cipriano también podía escribir elocuentemente acerca del lugar único del obispo de Roma, pero alrededor del año 250 él le dijo vigorosamente al obispo que dejara de entrometerse fuera de la diócesis de Roma. La única superioridad que él le permitía al obispo romano era de dignidad. Es significativo que los donatistas del Siglo IV dirigieran su apelación a un concilio, y después al emperador, pero no al obispo romano.
Para 325, el obispo romano, aunque considerado indudablemente uno de los más fuertes obispos y reconocido por algunos como poseedor de una dignidad inusitada entre los obispos, sin embargo, era uno entre muchos obispos, todos los cuales, de acuerdo con Cipriano tenían igual autoridad apostólica.
El sexto canon del concilio de Nicea (325) reconocía al obispo romano igualdad a los obispos de Alejandría y Antioquía. Es significativo que se haya insertado una falsificación en la copia de este canon que estaba en poder del obispo romano, que argumentaba que Roma siempre había tenido la primacía. Este piadoso fraude fue descubierto después cuando la copia romana fue comparada con otras copias de los archivos de Nicea.
Esto sugiere que el ánimo de los que estaban en Roma era procurar por todos los medios, justos o no, reclamar la preeminencia. No es de maravillar que muchos eruditos actuales duden del texto de algunos de los escritos más antiguos que han sido preservados por Roma: inserciones y decretos falsos aparecen por toda la historia de la Iglesia Romana en un esfuerzo por alcanzar su posición.
Entre el primer concilio universal de 325 y el cuarto tenido en Calcedonia en 451, sin embargo, el obispo romano puso la base para la monarquía eclesiástica ahora conocida por su título. Hubo muchos factores sobresalientes que formaron parte de este desarrollo.

HOMBRES CAPACES

Una de las razones más importantes de la elevación del obispo romano es el tipo de hombres que tuvieron el oficio. Ellos reconocían la dignidad de su posición y procuraban por todos los medios conseguirla. Como lo evidencian las falsificaciones mencionadas antes, ellos querían el primer lugar y activamente lo buscaban. Su territorio inmediato estaba bien organizado para consolidar sus posesiones. La maravillosa habilidad de organización de los romanos fue convertida en canales eclesiásticos. Toda una serie de oficiales subordinados garantizaban la disciplina y la uniformidad.
Dos de estos hombres gritaban bien alto sus pretensiones. Inocente I (402-17) fue el primer obispo de Roma en pretender jurisdicción universal para el obispo romano con base en la tradición de Pedro.
León I (440-61), que correctamente puede ser llamado el primer papa, declaró autoridad escrituraria para las pretensiones de Inocente, aseguró el reconocimiento imperial de sus pretensiones de primacía, y por una confluencia de intereses políticos y eclesiásticos pudo dictar la declaración doctrinal del Concilio de Calcedonia, el cuarto concilio universal de 451. “Pedro ha hablado”, clamaron los obispos cuando se leyó el “Tome” de León, y tal reconocimiento, eclesiástico e imperial, puso los fundamentos para el sistema papal.

POSICIÓN GEOGRÁFICA

El obispo de Roma no tenía rival en el mundo occidental. Roma había sido la matriz eclesiástica de Occidente mucho antes de la aparición de fuertes obispados en el Norte de África y en Europa. Esto no había sucedido en Oriente. Antiguos y poderosos obispos en ciudades como Alejandría, Jerusalén, Antioquía y Éfeso, disputaban constantemente. En vez de escoger un árbitro entre ellos, estos obispos regularmente apelaban al único obispo de Occidente.
Al hacerlo así aumentaban inconscientemente la estatura del obispo romano. Inclusive, el movimiento de la historia estaba orientado hacia Occidente. El mediterráneo oriental estaba dejando su lugar prominente. Con la irrupción de las tribus germanas en Europa central y nororiental, y con la agitación occidental del imperio, Roma estaba en el centro del avance.

CAMBIO DE LA CAPITAL IMPERIAL

En 330 el emperador Constantino cambió la capital del Imperio Romano de Roma a Bizancio, que llegó a ser conocida como Constantinopla. En vez de debilitar la posición del obispo romano al hacerlo así el emperador inconscientemente contribuyó al crecimiento del prestigio obispal.
Mientras el emperador vivía en Roma, el obispo debía tomar un segundo lugar. Como “obispo de obispos” el emperador podía proteger a sus súbditos políticos y dominar la política eclesiástica del obispo.
El cambio del emperador a una nueva ciudad en el Oriente emancipó al obispo romano de la influencia secular y le permitió crecer sin restricción. De hecho, con el cambio del emperador el obispo se convirtió en soberano, tanto eclesiástico como secular. Los obispos romanos se convirtieron en administradores de los asuntos seculares de la ciudad, defendiéndola contra agresores militares, manteniendo orden interno, proveyendo para sus necesidades físicas, e iniciando su política extranjera.

PRESTIGIO POLÍTICO

Roma había sido el centro del mundo político por varios siglos cuando el último de los apóstoles murió. No puede estimarse cuánto prestigio le dio a la iglesia de la ciudad esta situación política. La importancia de tal centralidad política se ve en el hecho de que Constantinopla, localidad de la nueva capital, no tenía más pretensión de prestigio eclesiástico que ser el asiento del emperador; sin embargo, en poco más de un siglo Roma era su rival eclesiástico más grande por causa de su importancia política.

HISTORIA Y TRADICIÓN

Ya se ha señalado que la iglesia de Roma tenía una historia larga y honorable. Es imposible encontrar evidencia de la actual pretensión católica de que Pedro fuera obispo de Roma durante veinticinco años. Las Escrituras conectan a Pablo, pero no a Pedro, con la iglesia de Roma. La tradición de que Pedro fue pastor en Roma por un cuarto de siglo es muy tardía, y algunos escritores católicos romanos sobresalientes admiten que no puede probarse.
Aun más: la pretensión romana de autoridad basada en esta tradición no se reclamó hasta el Siglo V. Es decir, después que el obispo romano se hubo vuelto poderoso se reclamó el derecho a esgrimir ese poder en términos de la sucesión de Pedro.
El obispo León I (440-61) le dio base escrituraria a toda la teoría. El pretendía que Pedro había sido el primer obispo de Roma, e interpretaba tres pasajes bíblicos para probar que Pedro había recibido la autoridad para regir todo el cristianismo. El primer pasaje se encuentra en Mat. 16:18, 19. Este era interpretado para significar que Cristo edificaría su iglesia sobre Pedro personalmente, y que Pedro había recibido autoridad para atar y desatar las almas en una monarquía espiritual.
El segundo pasaje es Juan. 21:15-17, que se interpretaba de manera que dijera que Pedro iba a ser el pastor principal y tendría la tarea de alimentar, cuidar y vigilar todas las ovejas de Cristo en el mundo. El tercer pasaje es Luc. 22:31, 32, que era explicado para que significara que Pedro, después de haber sido restaurado por Cristo de sus errores, llegaría a ser el maestro principal de la cristiandad.
La teoría argumentaba que Pedro esgrimía esta autoridad sobre los otros apóstoles; que él había pasado esta misma autoridad a su sucesor del oficio de obispo de Roma, y que otros obispos, como otros apóstoles, estaban sujetos a la autoridad del obispo romano.

SABIDURÍA DOCTRINAL

El obispo de Roma era capaz de fortalecer su posición como líder de otros obispos por su habilidad de conducirse bien durante las peleas doctrinales entre 325 y 451. Hubo tres controversias en el Oriente (la de Apolinar, la de Néstor y la de Eutiques) y una en Occidente (la de Pelagio) en este período. La naturaleza especulativa de la mente oriental y la naturaleza práctica de la mente occidental pueden observarse en estas controversias.

¿ERA HUMANO CRISTO?

Apolinar era obispo de Laodicea en la mitad del Siglo IV. En su esfuerzo por entender cómo la naturaleza de Cristo podía considerarse tanto divina como humana, él eliminó un espíritu racional en Cristo y substituyó el Verbo divino, tomando literalmente Júa. 1:14: “Y el verbo se hizo carne. Esto protegía la deidad de Cristo pero eliminaba su verdadera humanidad.
El obispo Dámaso de Roma condenó esta opinión en 377 y ganó prestigio adicional cuando el segundo concilio universal de Constantinopla tomó igual acción en 381.

¿ESTABA SEPARADA LA NATURALEZA HUMANA DE CRISTO DE SU NATURALEZA DIVINA?

La controversia nestoriana se originó tanto en la rivalidad eclesiástica entre los obispos de Roma, Alejandría, y Constantinopla, como en un esfuerzo por encontrar la verdad. Nestorio se convirtió en obispo de Constantinopla en 428. Poco después él objetó enérgicamente el nombre dado a la virgen María la madre de Dios.
El declaró que María podía ser llamada la madre de la naturaleza humana de Jesús, pero ciertamente no podía ser considerada como la madre de la naturaleza divina de Cristo, como el término podía sugerir. Los obispos Cirilo de Alejandría y Celestino de Roma muy pronto condenaron a Nestorio.
Las objeciones doctrinales de ellos estaban basadas en el sentimiento de que el concepto de Nestorio rompía la unidad de la persona de Cristo y separaba la naturaleza de Cristo en humana y divina como para negar la deidad de Cristo. Por la fuerza física y política el obispo Cirilo gobernó el tercer concilio universal (en Éfeso en 431), que declaró a Nestorio culpable de herejía y lo destituyó. Sus seguidores huyeron a Persia y establecieron una iglesia separada que ha continuado a través de los siglos.

¿TENÍA CRISTO UNA NATURALEZA O DOS?

La controversia eutiquiana siguió como una reacción a la controversia nestoriana. Eutiques, un celoso monje cercano a Constantinopla, conmovido profundamente por las diferencias entre el obispo Cirilo de Alejandría y los nestorianos, tomó la posición de que después de la encarnación Cristo tenía sólo una naturaleza y que era la divina.
El obispo León I de Roma se unió con el obispo Flaviano de Constantinopla para condenar a Eutiques. En una larga carta a Flaviano, León insistió en las dos naturalezas de Cristo. En 449 el obispo Dióscoro, que había sucedido a Cirilo en Alejandría, hizo que se reuniera un sínodo en Éfeso, en el cual, Roma llamó a éste el “sínodo ladrón” y se negó a aceptar sus fallos, pero como el emperador Teodosio apoyaba a Eutiques, el obispo romano fue incapaz de actuar. En 450, sin embargo, Teodosio murió y su hermana favoreció el concepto romano.
Con la aprobación de ella se convocó otro concilio (reconocido como el cuarto concilio universal) y se reunió en Calcedonia en 451. Durante la reunión se leyó la carta de León a Flaviano, y los clérigos reunidos gritaron: “Dios ha hablado por medio de Pedro; el pescador ha hablado.”
En la definición doctrinal de la naturaleza de Cristo se siguió el criterio de León. La naturaleza de Cristo, dijo el concilio, era la misma de Dios en cuanto a deidad y la misma del hombre en cuanto a humanidad; Cristo es una persona en dos naturalezas unidas “sin confusión, sin cambio, sin división, sin separación”.
El sentimiento de superioridad aun sobre un concilio universal fue revelado por el obispo León de Roma. En deferencia al poder político de Constantinopla, el obispo de esa ciudad, aunque sin tradición apostólica, había sido reconocido como patriarca por el concilio de 381 en Constantinopla, y el concilio de Calcedonia de 451 declaró en su canon veintiocho que el obispo de Constantinopla tenía autoridad igual a la del obispo de Roma. León se negó a aceptar esta decisión del concilio ecuménico declarando que él no reconocería al obispo de Constantinopla como su igual. Él prefería gobernar solo.

¿CÓMO SE SALVA EL HOMBRE?

La única controversia occidental de este período se centró en un asunto práctico que influyó mucho en la maquinaria de la iglesia. El mundo occidental no discutía sobre asuntos especulativos, pero cuando llegaba a asuntos prácticos que afectaban su programa, pronta y eficientemente los trataba.
¿Podría el hombre salvarse sin una revelación especial de la Biblia y a través de Cristo, y requiere ello una gracia especial obrando sobre el alma en la regeneración para obtener la salvación? La controversia que levantó estas preguntas empezó cuando Pelagio, un monje británico, con su discípulo Celestino, huyó de Bretaña a Italia, y después al Norte de África alrededor del año 411. Sus enseñanzas rápidamente entraron en conflicto con las creencias y prácticas de la iglesia en el Norte de África, porque Pelagio enseñaba que no era necesario que los niños fueran bautizados, puesto que ellos no tenían pecado original que les fuera lavado.
Tan directa negación de uno de los credos importantes de las iglesias católicas pronto trajo altercados. El grupo pelagiano decía que cada hombre podía escoger pecar o ser justo. Ellos consideraban que todo el ambiente del hombre es revelación de Dios, incluyendo la creación, los amigos, las circunstancias, e insistían en que no era necesaria una gracia regeneradora especial para la salvación. Era muy posible salvarse sin las Escrituras y sin la revelación de Cristo, aunque no debían restarle importancia a éstos, puesto que proveen inspiración y dirección.
No hay tal cosa como pecado original, ellos decían, porque Dios creó cada alma al momento de nacer y la dotó de pureza y libertad. Después que el niño es capaz de hacer sus propias decisiones, Dios espera que use su ambiente, sus amigos, su educación y su intelecto para escoger la justicia; y el niño es capaz de hacerlo.
Por causa de estos conceptos Celestino fue excluido de la iglesia de Cartago en 412 y huyó a Palestina a unirse a Pelagio. Aquí ocurrió en 415 un interesante incidente que ilustra la actitud general de los obispos orientales hacia el obispo romano. El obispo Juan de Jerusalén y sus presbíteros se reunieron a escuchar los cargos contra Pelagio. Después que se presentó la evidencia, Juan decidió que puesto que Pelagio era de Occidente, le tocaba estar bajo la autoridad del obispo de Roma. Es decir, que toda la cristiandad latina se consideraba que estaba bajo el poder del obispo romano.
Los obispos romanos intermitentemente tomaban ambos lados de la controversia. En 416 el obispo Inocente condenó el movimiento. Después de su muerte, en ese año el obispo Zósimo aprobó públicamente las enseñanzas de Pelagio y Celestino. El año siguiente, no aceptando la idea de que el obispo romano fuera infalible, los obispos del Norte de África condenaron el movimiento pelagiano.
Hasta el emperador romano Honorio, en Constantinopla, dirigió un edicto condenando al obispo romano y a los que sostuvieran su herejía. Finalmente, el obispo Zósimo de Roma cambió su posición y aprobó el punto de vista africano, y ordenó a todos los obispos de occidente que cambiaran de doctrina al mismo tiempo; Muchos eminentes obispos se negaron a condenar enteramente los conceptos de Pelagio.
En el concilio universal de Éfeso en 431, el concepto pelagiano fue oficialmente condenado, junto con los nestorianos, de quienes los pelagianos habían sido amigos. Muchos obispos mantuvieron una posición semipelagiana, poniendo énfasis en las buenas obras del hombre y en la iniciativa de la salvación. Esta posición fue tomada en oposición a la teoría alternativa del gran oponente de Pelagio, Agustín de Hipona.
Agustín fue el gran teólogo de los Siglos IV y V. Nació en el Norte de África en 354. Pasando sucesivamente de la filosofía al maniqueísmo, al escepticismo, al neoplatonismo, y de éste al cristianismo, se convirtió en la figura dominante del pensamiento cristiano por un milenio. Su profunda experiencia al encontrar a Dios y su profunda devoción dieron riqueza a sus ideas teológicas. Sus Confesiones, profundamente personales y místicas, explican su punto de vista doctrinal.
En la controversia pelagiana Agustín declaró que Adán había sido creado sin pecado y libre, pero que en la caída de Adán todo el género humano había perdido su pureza y su libertad. Agustín pensaba que el bautismo de niños o adultos lavaba la culpa del pecado original, pero no el pecado mismo, y creía que los sacramentos de la iglesia eran necesarios para preservar al individuo de la culpa y castigo adicionales de este pecado.
El insistía en que los hombres no pueden obrar para salvación, y que aun la capacidad para aceptar la salvación es un don de Dios. La condición impotente del hombre requiere que Dios haga todo. Dios escoge a los que deben ser salvos (predestinación) y los capacita para salvarse. En este punto puede observarse la inconsistencia de Agustín.
Por su énfasis en la soberanía de Dios, Agustín no dejaba nada por hacer al hombre respecto a su salvación; sin embargo, él demandaba que los infantes fueran bautizados para salvarse de la culpa heredada. Si Dios predestina a un niño para salvarse, parece que el bautismo tendría poco efecto al intentar obtener la misma cosa.
El fuerte énfasis de Agustín sobre la total soberanía de Dios repelía a algunos de sus contemporáneos tanto como la doctrina de Pelagio, de la capacidad del hombre para cooperar con Dios en la adquisición de la salvación, dando así lugar a los conceptos semipelagianos y semi agustinianos mencionados antes.
En adición a sus Confesiones y en oposición a Pelagio, Agustín hizo otras dos contribuciones distintas: estableció la doctrina oficial de la Iglesia Católica Romana relativa a la controversia donatista. Los donatistas habían dicho que cuando el carácter de un obispo es anticristiano e injusto, todos los actos sacramentales de ese obispo no tienen validez. Así, decían ellos, el obispo Félix no podía ordenar propiamente a Ceciliano y Ceciliano no podía administrar el bautismo salvador porque estos dos hombres eran herejes; habían entregado las Escrituras para ser destruidas durante el tiempo de persecución.
Agustín volvió a interpretar el asunto enseñando que el carácter de un obispo no hacía absolutamente ninguna diferencia en la validez de sus actos, puesto que la autoridad o insignia de la iglesia garantizaba la validez de cualquier acto oficial que pudiera desarrollar un obispo. Esto señaló un gran avance en la idea de una iglesia autorizada.
Agustín también puso en forma escrita el ideal por el que la Iglesia Católica Romana estaba luchando. Aunque inconclusos, sus veintidós libros titulados La Ciudad de Dios bosquejaban el conflicto entre el gobierno terrenal y el gobierno celestial. Debe recordarse que Agustín estaba escribiendo en el tiempo en que los bárbaros germanos estaban arrasando el mundo occidental. En el mismo año que él murió estos paganos estaban aporreando las puertas de Hipona, su propia ciudad.
Agustín describía la ciudad terrenal, mantenida mediante la guerra, el odio, y el mal; en contraste él describía la ciudad de Dios, creciendo lenta, pero seguramente, para cubrir la tierra y superar el gobierno secular de la ciudad terrenal. Esta idea de un conflicto entre lo espiritual identificado con el sistema eclesiástico, y lo secular, fue profético de los eventos que vendrían, e hizo mucho por modelar el pensamiento de la era de Agustín y el de la Edad Media.

COMPENDIO FINAL

Así, de 325 a 451 se pusieron los fundamentos de la Iglesia Católica Romana. Los concilios mundiales habían provisto una arena donde el obispo romano podía ejercer una creciente autoridad. Argumentando en los mismos terrenos que les habían probado ser tan eficientes contra los gnósticos, los obispos romanos decían que su tradición de sucesión hasta el apóstol Pedro los dotaba de una autoridad continua, y ellos citaban textos de las Escrituras para probar que Pedro tenía tal autoridad.
Cuando se equivocaba doctrinalmente, o hasta cuando era desairado por un concilio ecuménico, el obispo romano mostraba su gran prestigio y sagacidad cambiando su posición o manteniéndose firme, según lo requirieran las circunstancias, y manteniendo en todo su poderoso lugar.
El reconocimiento de las pretensiones de primado del obispo León por las autoridades imperiales y eclesiásticas, basadas en la tradición de Pedro, dan base para creer que León fue el primero de los papas católicos romanos.

LA EXPANSION CATOLICA ROMANA

Entre los años 325 y 451 se pusieron los fundamentos del control papal dela Iglesia Católica. Las pretensiones romanas recibieron un tono escriturario mediante el pretendido primado de Pedro y la pretendida sucesión apostólica a través del obispo romano. El período de 451 a 1050 fue de confusión y violencia, pero el mismo momento histórico que trajo la crisis al cristianismo romano, las invasiones bárbaras, también proveyó la oportunidad para que el papado extendiera sus pretensiones hasta incluir autoridad sobre los poderes seculares y hasta ampliar los límites geográficos del control papal.

INVASIÓN DE TRIBUS GERMANAS

Mientras el obispo León I de Roma (440-61) conseguía que le reconocieran algunas de sus pretensiones en el concilio de Calcedonia (451), estaban teniendo lugar grandes migraciones raciales. Durante el Siglo II había sido necesario que el gobierno romano mantuviera grandes guarniciones a través de Europa Central para impedir que las tribus germanas se volcaran sobre el Imperio Romano.
Mientras que otras tribus vagaban por el sur y el oeste de las amplias estepas de lo que ahora es Rusia, se puso más presión sobre las tribus enfrente de las guarniciones romanas para impedirles entrar al imperio. A través de los Siglos III y IV de la era cristiana los gobernadores romanos pelearon continuamente para contener la invasión de las diversas tribus conocidas como godos, visigodos (godos del occidente), ostrogodos (godos del oriente), vándalos, francos, borgoñones, lombardos, etcétera.
Las tribus empezaron a penetrar durante el Siglo IV. La fecha cuando los ostrogodos vencieron finalmente a Roma usualmente se considera el año 476, pero Roma ya había caído desde 410 ante Alarico el Godo, Atila (452) y Geserico (445) fueron sometidos solamente por la sagacidad del papa León I.
Algunas de estas tribus ya eran cristianas nominales. Ulfilas y su movimiento habían alcanzado a muchas de ellas con el cristianismo arriano. Cuando estas tribus germánicas invadieron el antiguo Imperio Romano, es cierto que ellas derrumbaron la antigua civilización grecorromana. Sin embargo, también es cierto que proveyeron una oportunidad para que la Iglesia Católica Romana moldeara una nueva civilización y se elevara por medio de ella. Estas tribus no destruían y mataban conforme avanzaban en el territorio romano. Más bien adoptaban cualquier elemento de la antigua cultura que les atraía, y se casaban con los pobladores de distinta raza. Por estos factores, el poder del sistema católico romano no fue dañado permanentemente por la invasión. Así se obtuvieron beneficios perdurables. Cuando menos cinco de estos beneficios resaltan.
(1)Las tribus germánicas proveyeron nuevos y numerosos sujetos para el gobierno católico romano. Ellos se atemorizaban con los hermosos y solemnes servicios de las iglesias ortodoxas y se encantaban con el sistema sacramental mágico que proveía para todas sus necesidades. Los cristianos arrianos de las tribus eran inexpertos en asuntos doctrinales, y no era difícil ganarlos a todos para el criterio ortodoxo de la persona de Cristo.
(2)Las tribus dieron la oportunidad de ampliar y asegurar la maquinaria de la Iglesia Romana. Se establecieron nuevas iglesias, se prepararon nuevos sacerdotes, y se proveyeron nuevos catecismos. Los incultos germanos no trajeron problemas doctrinales nuevos que complicaran esta gran expansión.
(3)Las tribus germánicas eran gobernantes de los dominios que habían conquistado, pero se convirtieron en súbditos del entrenamiento religioso del sistema romano. Esto significaba que la jerarquía romana muy pronto obtendría gran prestigio y extensa influencia. Además, le dio la razón al punto de vista sugerido en La Ciudad de Dios de Agustín: que la ciudad celestial era superior a la secular y que algún día vendría a ser la dominante.
(4)El mundo occidental fue privado de la influencia del emperador romano en Constantinopla. Excepto por un breve período, la entrada de las tribus germánicas hizo imposible que el emperador ejerciera poder secular o eclesiástico sobre la Iglesia Romana. Antes de la invasión el emperador todavía se consideraba obispo sobre los obispos, y con su ejército había mantenido amagado al mundo occidental. Sin embargo, con la barrera bárbara rodeando el occidente, el emperador se vio impotente para interferir.
(5) El ganar a estos bárbaros al reconocimiento de la soberanía espiritual de la Iglesia Romana fue un golpe de muerte para las ambiciones de cualquier otro obispo occidental y además le trajo a la iglesia territorios y protección militar.

MONASTICISMO EN OCCIDENTE

Las invasiones bárbaras probablemente dieron impulso al ideal monástico en el occidente. Se recordará que en el Oriente Antonio y Pacomio habían empezado la vida ermitaña y la organización cenobítica. En el occidente el movimiento creció más lentamente pero llegó a tener más influencia.
El ejemplo del Oriente indudablemente ofreció un incentivo a los líderes occidentales para hacer hincapié en la vida ascética. Hombres como Atanasio, Jerónimo. Ambrosio, Agustín de Hipona, Martín de Tours y Eusebio de Vercelli se esforzó por convencer a muchos de la virtud superior de perder sus vidas monásticamente para salvarlas. El cese de persecución por el gobierno también contribuyó a popularizar el movimiento monástico.
El martirio era ahora raramente posible; los medios más rigurosos de auto-castigo y sufrimiento por Cristo venían ahora mediante el monasticismo. El triunfo del partido “laxo” sobre el partido “estricto” al tratar con los que habían sido infieles a Cristo, hizo que muchos miraran con desdén los medios regulares de adoración y servicio y se fueran a las cuevas o al aislamiento monástico.
Algunos consideraban las invasiones germanas como la ira de Dios sobre el cristianismo por dejar su pureza y su pasión primitiva, y determinaron huir por su seguridad al riguroso movimiento que se estaba desarrollando en el Occidente. A pesar de eso otros estaban desalentados por las corrupciones paganas que eran introducidas en el pensamiento y en la práctica de las iglesias.
Otro grupo deploraba el formalismo en la adoración que ahora caracterizaba al cristianismo occidental y buscaba en el monasticismo una comunión más personal con Dios. Estos y otros factores ayudan a explicar el crecimiento del movimiento en Occidente.
Históricamente, el movimiento occidental modificó el carácter del monasticismo. Aunque el monasticismo había sido originalmente un movimiento de laicos, el monasticismo occidental hizo sacerdotes a todos los que tomaban los votos monásticos. Aun más: el movimiento occidental exageró el monasticismo como un instrumento para impulsar el mismo sistema eclesiástico contra el que era en parte una protesta. Los monjes se convirtieron en los misioneros y soldados de avanzada del cristianismo.
De hecho, las órdenes monásticas han estado al frente de cada victoria obtenida por la Iglesia Romana desde la Edad Media.
El nombre sobresaliente del monasticismo occidental fue el de Benito de Nursia. Alrededor del año 500 Benito se convirtió en ermitaño y en 529 fundó un monasterio en Monte Casino, al sur de Roma. Su sistema hacía hincapié en la adoración, el trabajo manual y el estudio. En menos de trescientos años los monasterios que seguían esta regla cubrieron el continente europeo. Más que cualquier otro hombre, Benito fue responsable de vaciar el movimiento monástico en moldes de líneas prácticas y de reconciliar sus ideales con los de la iglesia.
La reforma monástica más importante ocurrió al principio del Siglo X. El duque Guillermo de Aquitania sufragó los gastos para la fundación de un nuevo monasterio en Cluny, al este de Francia, en 910. En un esfuerzo por librar este monasterio de las corrupciones que habían entrado en muchos otros por causa del gobierno secular y la interferencia eclesiástica, Guillermo estipuló que esta casa procurara inmediatamente la protección del papa.
Hasta aquí, bajo el sistema benedictino, los diversos monasterios eran controlados por el obispo en cuya diócesis estaban situados. Ahora empezaba un nuevo tipo de monasticismo, como un movimiento de reforma, que traía la institución a una lealtad y obediencia directas al papa. La regla de este monasterio era la de Benito, interpretada estrictamente. Este tipo de reforma se hizo popular y se extendió rápidamente.
Un cambio en el siguiente siglo transformó aún más el nuevo tipo de monasticismo. Los abades de Cluny empezaron a asumir jurisdicción sobre los nuevos monasterios fundados por seguidores cluniacenses, y también sobre los que abrazaban la reforma siguiendo los principios de Cluny; consecuentemente, el abad de Cluny se convirtió en cabeza de una amplia red de monasterios cuyos objetivos él podía dictar, y cuyos abades él podía nombrar. Tal organización, cuya cabeza debía lealtad inmediata al papa, fue de gran influencia para socavar la autoridad secular y episcopal opuesta al papado.

EXPANSIÓN MISIONERA

Roma no fomentó las misiones en ningún grado hasta el Siglo VI. Ya se ha hecho referencia a la obra de Ulfilas en el Siglo IV, bajo los auspicios del cristianismo oriental. El obispo Martín de Tours atacó vigorosamente el paganismo en su región durante el Siglo IV. La obra misionera había sido llevada hasta las Islas Británicas.
Un escocés llamado Patricio, cuyo cristianismo no era del tipo católico romano, evangelizó Irlanda en la primera parte del siglo V, y un irlandés llamado Columba predicó ampliamente en Escocia en la última parte del mismo siglo. Otro irlandés, Columbano (543-615) empezó a predicar en el sur de Alemania, pero se desvió a Francia, de aquí otra vez a Alemania, a Suiza y, finalmente, a Italia, donde murió.
La obra de estos misioneros, aunque no bajo la dirección de Roma, preparó el camino para la dominación católica romana. En 596, de acuerdo con la dirección del papa Gregorio I (590-604), un monje benedectino llamado Agustín, y cuarenta compañeros, fueron a Inglaterra como misioneros. Después de una lucha con el diferente tipo de cristianismo de Irlanda y Escocia que ya estaba allí, el tipo católico romano de organización y adoración prevaleció. En el sínodo de Whitby (664), se decretó que el cristianismo romano fuera practicado en toda Inglaterra. El antiguo tipo de cristianismo se dispersó.
De Inglaterra, los misioneros católicos romanos se pasaron al continente. Wilfrido, un monje benedictino que había sido muy influyente en el establecimiento del cristianismo romano en Inglaterra, empezó la obra misionera en lo que ahora es Holanda, alrededor del año 678. Fue seguido allí por Wilibrordo, cerca del 690. El más grande misionero católico romano de Inglaterra fue Bonifacio. Durante la primera mitad del Siglo VIII Bonifacio trabajó incansablemente en Europa noroccidental para traer bajo la autoridad católica romana a las iglesias existentes, y para ganar a los paganos.
Otros misioneros católicos romanos abrieron camino en el norte y el este. A principios del Siglo IX Anscario llegó a Dinamarca y Suecia. Cirilo y Metodio, enviados por la Iglesia Griega, pero cambiados voluntariamente a la Iglesia Romana, trabajaron ampliamente en los Balcanes en el mismo Siglo.
Como resultado de esta actividad misionera la Iglesia Católica Romana trajo vastas áreas de población bajo su tutela, inculcando en ellas una lealtad que no conocía rivales eclesiásticos.

AYUDA MILITAR Y POLÍTICA

A la larga, las invasiones bárbaras de Occidente trajeron nuevos e importantes aliados a la Iglesia Católica Romana. Es cierto que por un período las diversas tribus merodeadoras causaron considerables problemas, peleando unas con otras y con los romanos, pero con habilidad y oposición armada, los papas de Roma pudieron mantener una apariencia de orden durante la muerte de una cultura y la formación de otra. Como gobernadores seculares de la ciudad de Roma, ellos ganaron prestigio y poder.
Muchos de los bárbaros fueron ganados rápidamente. Cuando Clodoveo, el gran jefe franco decidió echar su suerte con el Dios cristiano en los últimos años del Siglo V, todo su ejército hizo la misma decisión, aunque difícilmente sobre terreno religioso. Aun más: varios de los papas tales como Gregorio I (590-604), hicieron alianzas con jefes tribales cercanos y consiguieron una medida de libertad política.
La historia de la alianza del papado con el reino franco se dirá con más detalle después. Debe notarse aquí, sin embargo, que la alianza papal en el Siglo VIII con el poder militar más fuerte de Europa contribuyó grandemente a la expansión y desarrollo de autoridad de la Iglesia Romana. Primero, se le hizo frente a la crisis inmediata cuando los reyes francos derrotaron a los lombardos que estaban amenazando a Roma.
Segundo, los jefes francos dieron al papado un gran dominio territorial en los contornos de Roma, marcando el principio de lo que es conocido como los “estados papales” durante la historia medieval. Además, en 751 el papa coronó a Pepino, el jefe militar más fuerte de los francos, para ser rey en vez de uno de la línea heredera.
Lo que Pepino había pedido simplemente era el apoyo moral del papado para prevenir la revolución en el reino franco durante el cambio de la casa gobernante, pero el prestigio de un papa, que podía dispensar, o cuando menos asegurar reinos, fue exaltado grandemente. Cuando el papa coronó a Carlomagno como Santo Emperador Romano en el 800, hubo el sentimiento de que el oficio papal tenía la autoridad para hacer o deshacer emperadores.

CARLOMAGNO

El más grande de los gobernadores francos fue Carlos el Grande (771- 814). Como líder político y militar no tuvo paralelo en la Edad Media. El duplicó la extensión geográfica de su imperio. Y aun más que eso: el imperio fue consolidado y bien administrado durante su reinado. Su contribución a la expansión de la Iglesia Romana fue más grande que la de cualquiera de los papas.
Al llevar adelante sus conquistas militares seculares, Carlomagno llevaba el cristianismo romano con él. Para 777 ya había destruido completamente el reino de los lombardos en el norte de Italia, reemplazándolo con pobladores que reconocían la autoridad del papa. El ordenó enérgicamente a los sajones de Alemania noroccidental aceptar el cristianismo. Cuando él vencía a países ya cristianos nominalmente, les ordenaba entrar en la órbita del papa romano, como en el caso de la guerra contra Babaría.
Una de las contribuciones importantes de Carlomagno fue en el terreno dela educación y la literatura. El buscó por todas partes de Europa para conseguir eruditos que fundaran escuelas y produjeran literatura. Los sacerdotes fueron animados a ampliar sus conocimientos, en algunos casos a empezarlos. De la mano de Carlomagno la Iglesia Romana recibió muchos donativos y gran prestigio.
Es claro que Carlomagno consideraba su relación con la iglesia de manera muy semejante a como Constantino lo había hecho. Aun en asuntos de controversia teológica él se sentía en libertad de convocar sínodos y emitir decretos autoritativos. En el sínodo de Frankfurt en 794 Carlomagno tomó una posición opuesta a la del concilio general la de Nicea en 787 y también a la del papa, prohibiendo reverencia y adoración a las imágenes. En suma, sin embargo, el apoyo secular de Carlomagno probablemente hizo más por impulsar la causa papal que cualquier otro factor de este período.

DOCUMENTOS FALSIFICADOS

Dos importantes falsificaciones fueron usadas efectivamente por los papas romanos durante este período. La primera era conocida como la Donación de Constantino. Este documento espurio declaraba que cuando el emperador Constantino había cambiado su capital a Constantinopla en 330, le había dado al obispo de Roma soberanía sobre todo el mundo occidental, y le había ordenado a todo el clero cristiano de ser obediente al obispo romano. La falsificación era tosca, porque tenía consideraciones históricas y literarias del Siglo VIII.
Probablemente fue producida alrededor del año 754 en un esfuerzo por inducir a Pepino el Breve y a sus sucesores a reconocer las pretensiones seculares del papado en Occidente. Fue una falsificación que tuvo éxito, porque no sólo hizo que Pepino le diera al papado la tierra de Italia conquistada a los lombardos, sino también hizo que sus sucesores reconocieran la Donación como genuina y basaran su conducta sobre ella. La falsificación no fue descubierta hasta el Siglo XV, después que el documento había servido ya bien para su propósito.
El otro documento incluido en la misma falsificación era conocido como “Los Decretos Seudo-Isidorianos”. Isidoro de Sevilla había coleccionado en el Siglo VII leyes y decretos genuinos y los había publicado como guía para acción futura. La falsificación de algunos decretos adicionales tuvo lugar un siglo después.
Su propósito era elevar el oficio del papa contra las pretensiones de los arzobispos y metropolitanos citando los documentos primitivos en favor del papa. Fue usado oficialmente por los papas después de la mitad del Siglo IX. Para el tiempo en que se probó que era una falsificación en el Siglo XVIII, este fraude piadoso también había sido eficaz para establecer el poder del papa sobre la iglesia.

FEUDALISMO

El hijo y tres nietos de Carlomagno continuaron su reinado, pero la decadencia ya había empezado a socavarlo. El gobierno de la línea carolingia (la línea de Carlos) se rompió en los últimos años del Siglo IX.
Con la declinación de un fuerte gobierno central se desarrolló el movimiento conocido como feudalismo. Fue un proceso sencillo y natural.
Cuando no hubo un rey central, los caciques locales fuertes se organizaron a sí mismos y a los que ellos podían gobernar, en pequeños ejércitos y reinos. El tamaño del reino dependía de la fuerza del cacique. Algunas veces consistía simplemente de una ciudad; algunas veces incluía grandes áreas. Cada reino se convirtió en una completa monarquía. El soberano o gobernador requería que todos los del área de su reino le juraran fidelidad personal a él.
La clase más baja en este sistema era la de los siervos. Estos hombres y mujeres eran los esclavos laborantes y eran tratados como enseres pertenecientes a la tierra. Arriba de ellos en dignidad estaban los libertos, que no eran esclavos, pero que no tenían privilegios y tenían muy poca libertad. Los nobles eran propietarios de la tierra por el favor del soberano, y administraban a veces pequeños sectores y algunas veces grandes áreas.
Eran ellos los que ejercían completa supervisión sobre los libertos y los siervos bajo ellos. Los nobles más importantes servían como una especie de consejo consultivo del soberano y ayudaban en funciones comunales, tales como la administración de justicia y empresas de la comunidad. Cuando amenazaba el enemigo, todos estos vasallos tomaban las armas para proteger los derechos del soberano.
A primera vista puede parecer que el feudalismo dañaría grandemente los intereses del sistema católico romano. Algunos de los reyezuelos podían ser hostiles a las pretensiones del papa. De hecho, el resultado inmediato del feudalismo fue la declinación en autoridad y prestigio del oficio papal.
Los obispos eran nobles en muchos de esos pequeños reinos y estaban obligados a jurar lealtad al soberano secular. La obra religiosa se descuidaba por la presión de los deberes seculares.
Sin embargo, cuando se mide en términos de siglos, el sistema papal no fue dañado permanentemente por el feudalismo. Los obispos algunas veces llegaban a ser soberanos en pequeños reinos, o como vasallos algunas veces recibían grandes extensiones de tierra del soberano.
Subsecuentemente, muchas de estas tierras cayeron en manos de la Iglesia Romana. Además, una reacción popular contra la autoridad secular resultó en una celosa devoción a las cosas espirituales por parte de los obispos.
Aun más, el trato benévolo concedido a los vasallos por los obispos que estaban en lugares de autoridad, contrastando considerablemente con el trato concedido por los soberanos seculares en muchos casos, resultaba en un sentimiento de afecto y lealtad entre las clases más bajas hacia los líderes religiosos. Todos estos factores del feudalismo obraron para beneficio del sistema romano aunque el prestigio y la autoridad del papa estaban en decadencia.

DESARROLLOS INTERNOS

ADORACIÓN.

Durante el período del 451 al 1050, el método católico romano de adoración empezó a ser copiado por todo el Occidente. Las variaciones de lenguaje, de orden y de liturgia fueron eliminadas tanto como fue posible.
La adoración se centró en la observancia de la Misa (la Cena) que, como ya se describió antes, había llegado a ser más que un sacramento que traía gracia al participante; ahora era considerada como el sacrificio “incruento” de Cristo efectuado otra vez, el derramamiento de su sangre y el rompimiento de su cuerpo.
El simbolismo había llegado a ser completamente literal. El vino todavía no le era negado a la gente. Aunque no se había definido, generalmente se pensaba que algo le pasa al pan en la Misa, que se transforma en el cuerpo de Cristo. También se había desarrollado un amplio sistema de santos mediadores. La adoración de la virgen María también aumentó considerablemente durante este período.
La historia de que ella había sido llevada inmediatamente al cielo a su muerte, se extendió. Se ofrecían oraciones a María para que ayudara e intercediera. Las reliquias se convirtieron crecientemente en una parte importante de la vida religiosa. El número de sacramentos todavía no estaba fijado; algunos teólogos sencillamente abogaban por dos (el bautismo y la Cena), algunos insistían en cinco, mientras que algunos tenían una docena. La confesión auricular ya estaba bien establecida, y la idea de méritos por obras externas se extendió ampliamente. El monasticismo del tipo benedectino cubrió a Europa.

CONTROVERSIAS DOCTRINALES.

Las controversias doctrinales en que los papas romanos se metieron tenían su fuente, como puede suponerse, principalmente en las especulaciones del Oriente. Estas controversias influyeron mucho, sin embargo, para que se establecieran relaciones eclesiásticas y seculares. En este período el papado se propuso declarar directamente su autoridad, no sólo sobre rivales eclesiásticos, sino también sobre poderes seculares.
Una de las primeras disputas sucedió cuando el patriarca de Constantinopla se negó a desterrar a un hereje. El papa Félix III (483-92) intentó excomulgar al patriarca, destituyéndolo del sacerdocio, y aislándolo de la comunión católica y de los fieles. Félix declaró que su autoridad como sucesor de Pedro lo capacitaba para hacerlo así.
Sin embargo, hasta los obispos orientales que habían sido leales al papado informaron a Félix que él no tenía poder de esta clase, y que ellos escogían comunión con Constantinopla antes que con Roma. Por treinta y cinco años continuó este cisma. Mediante sagacidad política, un papa posterior arregló el cisma sin pérdida de dignidad.
Una controversia doctrinal muy importante fue arrastrada de una época anterior el asunto de la naturaleza de Cristo. El concilio de Calcedonia (451) había definido la naturaleza de Cristo como doble: completamente divina y completamente humana. La decisión del concilio no convenció a muchos del Oriente. Los oponentes de esta decisión tomaron el nombre de monofisitas (una naturaleza).
Prácticamente todo Egipto y Abisinia, parte de Siria y la mayor parte de Armenia adoptaron el monofisismo y lo han retenido hasta el presente. En un esfuerzo por apaciguar esta gran sección del mundo oriental, el emperador Zenón (474-91) de Constantinopla emitió un decreto que prácticamente anulaba la definición de Calcedonia, pero el único resultado fue indisponer al Occidente.
En otro esfuerzo por aplacar a los monofisitas, el emperador Justiniano (527-65) emitió una serie de edictos en 544 que también comprometía la definición de Calcedonia en favor de la interpretación Alejandrina, diciendo que la naturaleza humana de Cristo estaba subordinada a la divina. El papa Virgilio (538-55) que debía su oficio a la influencia imperial, al principio rehusaba aceptar la decisión de Justiniano, pero la presión imperial en 548 lo indujo a consentir.
Dos años después cambió de opinión y se negó a asistir a un concilio para discutir el asunto. Al fin del concilio de 553, el papa Virgilio fue excomulgado, y los edictos de Justiniano recibieron autorización del concilio. Entonces el papa se excusó y aceptó la decisión del concilio, y la excomunión fue quitada.
Todavía se hizo otro intento de conciliar a los monofisitas. Mediante la influencia del Patriarca Sergio de Constantinopla, el Emperador Heraclio propuso una interpretación doctrinal que en 633 produjo reacción favorable de los monofisitas. Esta interpretación desvió la discusión de la naturaleza a la voluntad o energía, declarando que Cristo tenía una energía o voluntad divina-humana. El papa Honorio (625-38) fue consultado y contestó que Cristo tenía una voluntad, pero que la expresión “energía” no debía usarse, porque no era escrituraria.
Los siguientes papas adoptaron el otro lado de la cuestión. Uno de ellos, el papa Martín I (649-55), desafió la orden del emperador Constancio II (642-68) de no discutir el asunto, y reunió al sínodo romano en 649, que, entre otras cosas, condenó la orden del emperador. El emperador rápidamente capturó al papa y lo envió a morir en el exilio.
Sin embargo, los monofisitas, mientras tanto, habían sido subyugados por la invasión mahometana, así que para complacer a Roma y restaurar la unidad, el emperador Constantino IV (668-85) convocó el sexto concilio universal en Constantinopla en 680-81, que declaró que Cristo tenía dos voluntades. Es muy interesante que este concilio condenara al llamado infalible papa Honorio por hereje. Probablemente lo más amargo de las controversias doctrinales empezó en el Siglo VIII, y es conocido como la “controversia iconoclasta” (destructora de imágenes).
El uso de imágenes en la adoración se había vuelto muy popular tanto en el cristianismo oriental como en el occidental desde el tiempo de Constantino, que había muerto en 337. Los cristianos primitivos habían rehusado tener ídolos o imágenes en la casa o en el templo, y por esa razón eran llamados ateos por los paganos del Siglo II.
Sin embargo, la influencia del paganismo produjo el amplio uso de las imágenes, ostensiblemente al principio con el único propósito de enseñar mediante los cuadros y las estatuas. Esas imágenes pronto empezaron a ser vistas como poseedoras de cualidades divinas. Eran veneradas, besadas, y en algunos casos adoradas por los entusiastas devotos. Los mahometanos objetaron vigorosamente esta idolatría, y, en parte como un movimiento político para apaciguar al califa mahometano, el emperador León el Isaurio (717-41) emitió un edicto en 730 contra el uso de imágenes. Pese a la fanática oposición de los monjes, las imágenes fueron quitadas de las iglesias orientales.
Cuando el emperador ordenó a las iglesias de Occidente que quitaran las imágenes, encontró más oposición. El argumentó al papa que la adoración de imágenes está prohibida tanto por el Antiguo como por el Nuevo Testamento y por los padres primitivos, y que es pagana en su arte y herética en sus doctrinas.
En respuesta el papa Gregorio 11(715-31) dijo que Dios había mandado que se hicieran querubines y serafines (imágenes); que las imágenes preservan para el futuro los retratos de Cristo y de los santos; que el mandamiento contra las imágenes era necesario para prevenir a los israelitas de la idolatría pagana, pero que este peligro ya no existía; y que la adoración y postración ante las imágenes no constituye culto, sino sencillamente veneración. La controversia continuó por más de un siglo.
Por medio de maniobras políticas de la regente Irene, el séptimo concilio universal de Nicea en 787 sostuvo el derecho de culto a las imágenes.
Carlomagno, emperador en Occidente, se opuso de plano al decreto de este concilio y a la posición de los papas, insistiendo en que las imágenes eran para ornamento, no para culto. Durante la controversia el papa Gregorio III (73141) pronunció la sentencia de excomunión contra cualquiera que quitara, destruyera o dañara las imágenes de María, de Cristo, y de los santos.
Esta actitud fue continuada por los papas, a pesar de la oposición de Carlomagno. El emperador León el armenio (813-20) anuló los decretos del Segundo Concilio de Nicea de 787 tan pronto como asumió su oficio, pero el culto a las imágenes obtuvo la victoria final cuando la regente Teodora (842-67) ordenó que las imágenes fueran restauradas y los iconoclastas perseguidos. En el Oriente se puso una imitación a las imágenes, permitiendo solamente pinturas y mosaicos en los templos.
Las estatuas que se proyectaran más allá del plano de la superficie fueron prohibidas. No se hizo limitación de esta clase en el Occidente. Las imágenes fueron todavía más veneradas y ampliamente usadas como resultado de la controversia.

PAPAS PODEROSOS.

La expansión de la autoridad papal durante este largo período descansaba (451-1050), en último análisis, en los hombres capaces que ocuparon la silla en Roma.
La obra de León I (440-61.) ya se ha mencionado. Durante los últimos años de su pontificado mostró su creciente poder al humillar al arzobispo Hilario de Arlés al restaurar a un obispo que Hilario había depuesto legalmente, y al meter a Hilario a prisión por desobediencia.
El se metió en rivalidades eclesiásticas en Grecia y el Norte de África y pretendió autoridad final sobre todo cristiano.
Gelasio (492-96) declaró el primado del papa romano en toda iglesia del mundo;
Símaco (498-514) sostuvo que ningún tribunal en la tierra podía enjuiciar a un papa.
Gregorio I (590-604) fue posiblemente el papa más capaz del período medieval. Con cuidadosa diplomacia él procuró el apoyo imperial, y estableció la práctica de conceder el palio a cada obispo, haciendo necesario el consentimiento del papa para una ordenación o consagración válida. Una parte de su programa daba énfasis a la necesidad del celibato para el clero (soltería).
Su teología resumía el sistema sacramental del período medieval y era notable especialmente por su énfasis sobre las buenas obras y el purgatorio. Su interés misionero en Inglaterra lo hizo enviar al monje Agustín en 596. El revisó el ritual y la música de la iglesia y trabajó para hacer uniforme por todo el mundo el modelo de Roma. Su choque con el patriarca de Constantinopla no tuvo éxito completo (como se verá en páginas siguientes), pero él no permitió que esto disminuyera su exaltado concepto de su oficio.
Nicolás I (858-67) fue el último papa sobresaliente antes del diluvio anárquico. El exaltó el programa misionero, excomulgó al patriarca de Constantinopla durante un breve cisma, obligó al santo emperador romano, Lotario II, a volver a tomar a la esposa de la que se había divorciado, y humilló a los arzobispos que eran morosos en obedecer sus instrucciones al pie de la letra.

ANARQUÍA Y CONFUSIÓN

Los últimos dos siglos de este período presentaron una prueba crucial para el papado. Los sucesos de esta época se discutirán con más detalle en el Estudio 9. Puede ser suficiente hacer notar que Europa fue una anarquía después del año 880.
Los disturbios en Italia convirtieron el oficio papal en un premio político mezquino. Entre 896 y 904 hubo diez papas, y la mayoría de ellos acabaron asesinados o traicionados. El período de 904 a962 es conocido como la “pornocracia”, con el significado de lujuria e inmoralidad, porque el oficio papal era controlado por hombres y mujeres perversos y sin escrúpulos. De 962 a cerca del 1050 los papas fueron nombrados y gobernados por los emperadores germanos del imperio restablecido.
El papado había alcanzado su punto más bajo en prestigio y autoridad, pero un nuevo día estaba alboreando. Mediante una eficaz reforma interna, la aparición de gobiernos centrales disciplinados, y la capacidad de usar armas eclesiásticas, el papado pronto alcanzó nuevas alturas de poder, tanto en los ámbitos eclesiásticos como en los seculares.

COMPENDIO FINAL

Entre 451 y 1050 la Iglesia Católica Romana y el papado que la dirigía hicieron notables avances. Las invasiones bárbaras eran bendiciones disfrazadas. El monasticismo proveyó soldados militantes y preparados.
Las misiones extendieron las influencias católicas romanas aun más allá de los amplios límites del nuevo Santo Imperio Romano bajo Carlomagno.
Las controversias doctrinales generalmente obraron para beneficio del papado, aunque Honorio fue condenado como hereje y Virgilio fue humillado por los concilios orientales. La alianza de Roma con los francos durante los Siglos VIII y IX le trajo tierras, prestigio y autoridad. El derrumbe de ese gobierno central trajo pérdida y humillación al papado.
La iglesia se había vuelto tan dependiente de la fuerza militar y política del estado, que no podía sostenerse sin ellas.
La lucha del papado por dominar las autoridades tanto eclesiásticas como seculares ha sido descrita en este capítulo en términos de crecimiento papal. Había otro aspecto que también debe notarse. Los dos capítulos siguientes tratarán de la oposición de los rivales eclesiásticos y de los poderes seculares. La sobre posición en la historia se justificará por el diferente punto de vista que se presentará en estos dos capítulos.
La Iglesia Católica Romana no obtuvo su dominante posición sin encontrar fuerte oposición de otros cristianos. Esto era de esperarse. La dignidad de la sede romana siempre había sido reconocida, pero crear una monarquía eclesiástica con el obispo romano como su cabeza era difícil, de acuerdo con el pensamiento de los líderes cristianos primitivos. Los primeros obispos romanos acerca de los cuales hay información histórica directa eran censurados por los obispos vecinos por infracciones en asuntos eclesiásticos y doctrinales.
Antes del fin del Siglo II, los obispos romanos fueron condenados por seguir la herejía montanista y fueron excomulgados por laxitud eclesiástica. Difícilmente se hubiera esperado de los hombres que estaban al tanto de esta historia que aceptaran al pie dela letra las arrogantes pretensiones que después se desarrollaron.

DEBILIDAD EN LAS PRETENSIONES ROMANAS

Había varias flaquezas definidas en las pretensiones del primado de la Iglesia Romana. Algunas de ellas pueden notarse.

RELATIVA A LA SUCESIÓN APOSTÓLICA.

Roma no era la única iglesia con una fuerte tradición. Tanto Ireneo (185) como Tertuliano (200) señalan que muchas iglesias habían sido fundadas por los apóstoles y tenían escritos apostólicos. Corinto, Filipos, y Éfeso se mencionaban en particular. Aun más: Gregorio I (590-604), uno de los más grandes papas romanos, admitía que las iglesias de Alejandría y
Antioquía tenían el mismo fondo que Roma. Su carta decía: “Como yo mismo, vosotros que estáis en Alejandría y en Antioquía sois sucesores de Pedro, viendo que Pedro, antes de venir a Roma tuvo la silla de Antioquía, y envió a Marcos su hijo espiritual a Alejandría. Entonces, no permitáis que la sede de Constantinopla eclipse vuestras sedes, que son las de Pedro.”
En otras palabras, si la base de la autoridad romana, como se pretendía, es la sucesión de Pedro, entonces Antioquía y Alejandría deberían tener una pretensión anterior a la de Roma. De hecho, si la tradición constituía la base de la autoridad, entonces Jerusalén, donde Jesús estableció la primera iglesia, debía tener el primado.

RELATIVA A PEDRO.

Debe notarse en particular que las pretensiones de la Iglesia Romana de un dominio universal por la pretendida primacía de Pedro se hicieron muy tarde.
Inocente 1 (402-17) fue el primer obispo romano en basar su autoridad en la tradición de Pedro. Por ese tiempo, debido a la influencia de muchos otros factores, Roma ya era reconocida como de los principales obispados en el cristianismo.
León I (440-61) preparó la primera exposición escrituraria de las posteriores pretensiones papales acerca del primado de Pedro, basándolas, como ya se discutió antes, en Mat. 16:18,19; Luc. 22:31, 32, y Juan. 21:15-17.
En el primer pasaje las palabras importantes son “sobre esta roca”, puesto que la promesa de atar y desatar se repite a todos los discípulos en otras ocasiones (véase Mat. 18:18 y Juan. 20:23). ¿Cuál es la roca sobre la que Jesús edificaría su iglesia? Los teólogos más grandes de los primeros cuatro siglos no estaban de acuerdo con la opinión romana.
Crisóstomo (345-407) decía que la roca era la fe de la confesión;
Ambrosio (337-97) decía que la roca era la confesión de la fe universal;
Jerónimo (340-420) y:
Agustín (354-430) interpretaban la roca como Cristo. Si uno desea ser literal en la interpretación de este pasaje, debiera continuar su criterio hasta el versículo 23, donde Jesús llama Satanás a Pedro.
Los pasajes de Lucas y Juan deben ser totalmente desviados de su significado para apoyar la dominación papal universal.
Aun más: la lectura del Nuevo Testamento no puede dar la impresión de ningún primado por parte de Pedro. Aparentemente Pedro no lo reconocía; él dio una explicación detallada a la iglesia de Jerusalén por bautizar a Cornelio. Los otros discípulos aparentemente eran ignorantes de él, porque Jacobo, no Pedro, presidió la conferencia de Jerusalén. El agudo reproche de Pablo a Pedro, y la admisión del error de Pedro sugieren que Pablo no había sido informado del primado de Pedro.
La pretensión católica romana de que Pedro fue el primer obispo de Roma y sirvió en este puesto por veinticinco años no tiene ningún apoyo en absoluto en las Escrituras ni en la tradición primitiva. Es más difícil ver cómo esta postura puede sostenerse en vista de la carta de Pablo a los Romanos (cerca del 58), que no hace ninguna mención de Pedro, y el relato de la residencia de Pablo en Roma en los Hechos de los Apóstoles. Se tomó el acuerdo en el concilio de Jerusalén de que Pedro limitara su ministerio a los judíos y judíos cristianos.
Parece probable que la iglesia de Roma fuera predominantemente gentil, y sería muy inverosímil que la carta de Pablo a los Romanos tuviera algunas expresiones como las que tiene si Pedro hubiera fundado la Iglesia Romana y estuviera sirviendo como obispo.

RELATIVA AL PRIMADO DEL OBISPO ROMANO.

Si la antigüedad y la tradición poseen alguna autoridad, el principio de la igualdad de todos los obispos debiera pretender un primer lugar. Esta era una creencia muy antigua y universal. El Nuevo Testamento muestra que aun los mismos apóstoles respetaban la autoridad de las iglesias que habían establecido. Antioquía no le pidió permiso a Jerusalén para empezar el movimiento misionero, y Pablo no consultó primero a Pedro antes de predicar la salvación a los gentiles por todo el Imperio Romano.
En el segundo siglo se siguió el mismo principio. El obispo Ireneo de Lyon condenó al obispo Eleuterio de Roma (174-89) por seguir la herejía y reprendió al obispo Víctor de Roma (189-98) por intolerancia; sin embargo, reconocía su derecho final de tener sus propias opiniones.
Orígenes (182-251) negaba que la iglesia cristiana estuviera edificada sobre Pedro y sus sucesores; todos los sucesores de los apóstoles, decía él, son igualmente herederos de esta promesa.
Cipriano (200-258) declaró enfáticamente la igualdad de todos los obispos, diciendo que cada obispo tiene el episcopado en su totalidad.
Hasta Jerónimo (340-420), famoso como un proponente papal y traductor de las Escrituras del griego y el hebreo a la Vulgata (la versión latina oficial de la Biblia), observó acremente que dondequiera que se encuentre un obispo, sea en Roma, Constantinopla, Gubbio, o Regio, ese obispo tiene igualdad como sucesor de los apóstoles con todos los otros obispos.
El papa Gregorio I podía usar tal argumento al protestar contra las pretensiones eclesiásticas de sus rivales. Si el patriarca de Constantinopla es el obispo universal sobre todos los otros, entonces los obispos no son realmente obispos sino sacerdotes, escribió Gregorio. En otras palabras, Gregorio basaba su argumento en el hecho de que todos los obispos son iguales, y si uno es exaltado sobre los otros, entonces los otros dejan de tener en realidad el oficio episcopal.
La victoria de León I en Calcedonia en 451 que, en el pensamiento de muchos lo estableció como el primer papa romano resultó del reconocimiento de las pretensiones de León respecto al primado de Pedro y a la transferencia de ese primado a los obispos romanos mediante la sucesión histórica. Ni este logro rompió la antigua creencia de que un obispo es igual a otro. Si no hubiera sido por el apoyo político y militar de los poderes militares, el obispo romano nunca hubiera podido declarar sus pretensiones, ni en Occidente.
El obispo Hilario de Arlés peleó vigorosamente por mantener este principio, pero León lo humilló mediante poder político. Lo mismo sucedió con el obispo Hinemaro de Reims en su lucha con el papa Nicolás en el siglo noveno.

OPOSICIÓN A LAS PRETENSIONES ROMANAS

Puesto que Roma era el obispado más antiguo y fuerte de Occidente, la oposición en ese sector del mundo mediterráneo era nominal. Es cierto que Tertuliano y Cipriano, obispo de Cartago, desafiaron al obispo romano, y a través de la Edad Media se hicieron muchos esfuerzos por resistir la usurpación del poder papal.
Las invasiones de las tribus germánicas en los siglos III y IV proveyeron la oportunidad para que el cristianismo romano obtuviera grandes multitudes de nuevos seguidores que no conocían lealtad rival; la captura mahometana del Norte de África en los siglos VII y VIII eliminó cualquier rival de esa área.
En el Oriente la situación era diferente. Dos centros religiosos sobresalientes se disputaban la supremacía: Antioquía, famosa por su tradición paulina, y Alejandría, considerada como petrina en su origen, puesto que se pensaba que Pedro había enviado a Juan Marcos a esa ciudad como dirigente.
Aun antes de la fundación de Constantinopla en 330 como capital del Imperio Romano, y antes que el obispo de Jerusalén fuera bastante fuerte para ser reconocido como patriarca, estas dos ciudades habían sido rivales eclesiásticas. Se ha hecho mención de la diversidad de puntos de vista en la interpretación doctrinal entre las dos ciudades. Una de las causas de la influencia del obispo de Roma era que cada una de estas dos ciudades rivales procuraba el apoyo romano en su puesto contra el otro lado. Consecuentemente, las apelaciones al obispo romano venían frecuentemente.
El concilio de Nicea (325) reconoció la igualdad de los obispos de Roma, Antioquía, y Alejandría. El concilio de Constantinopla en 381 elevó al obispo de Constantinopla a la dignidad de patriarca, y el concilio de Calcedonia en 451 le dio ese puesto también al obispo de Jerusalén.
Así hubo cinco fuertes obispos que eran potencialmente rivales por el primer lugar. El obispo romano tenía la gran ventaja. Él era el único candidato de Occidente; la antigua y aguda rivalidad mantenía a los patriarcas en constante vigilancia, no fuera que uno obtuviera algún lugar favorable; la controversia constante y el cisma impedían la organización cuidadosa ‘y la consolidación eclesiástica en Oriente.
La principal oposición a Roma venía de Constantinopla por dos razones: primera, la situación política de Constantinopla le aseguraba su prestigio y poder; y segunda, todos los rivales, excepto Constantinopla, estaban abrumados por la invasión mahometana del siglo séptimo. Estos dos elementos merecen una breve discusión.

LA ELEVACIÓN DE CONSTANTINOPLA.

El cambio de la capital imperial de Roma a Constantinopla en 330 le trajo importante influencia eclesiástica rápidamente. En el medio siglo siguiente al establecimiento de la ciudad como capital, Constantinopla fue elevada al lugar de principal rival de Roma, especialmente por la obra del emperador Teodosio (378-95), que hizo del cristianismo la religión oficial del estado.
El concilio de Calcedonia en 451 volvió a declarar la dignidad de Constantinopla y cándidamente observó que tal eminencia se debía a la importancia política de la ciudad. Evidentemente no fue necesaria ni tradición apostólica ni ortodoxia religiosa para obtener tan elevado lugar.
Para este tiempo el obispo de Constantinopla era un instrumento del emperador en muchos aspectos. Esta situación es conocida como papado cesáreo, la dominación de la iglesia por el emperador. Las diversas controversias del mundo oriental hicieron del cristianismo un peligro político potencial. Así se hizo necesario, para preservar la unidad en la esfera política, que el emperador mantuviera su dedo constantemente sobre la iglesia. Doctrinalmente, el cristianismo oriental desarrolló la misma clase de sacramentalismo y sacerdocio que el catolicismo occidental, aunque practicaba la inmersión trina para bautizar.
A pesar del inevitable choque entre el poder más fuerte de Oriente y el de Occidente, el día del juicio se retrasó por las invasiones en cada área. La invasión germánica del Occidente y sus consecuencias a largo alcance han sido descritas en el estudio 7. La invasión mahometana de Oriente no empezó hasta el siglo séptimo. Aun antes del colapso oriental, se hizo aparente que los obispos de Alejandría, Antioquía y Jerusalén no serían capaces de aguantar el conflicto eclesiástico con Roma y Constantinopla.
La civilización iba moviéndose al occidente, y estas ciudades vivían de las glorias del pasado.
El obispo de Constantinopla, sin embargo, desafió las pretensiones del obispo romano, particularmente después que el concilio de Calcedonia (451) hubo hablado en términos tan exaltados del lugar del oficio de Constantinopla. Ya se hizo referencia en el capítulo anterior al esfuerzo del papa Félix III para excomulgar al patriarca Acacio de Constantinopla en 484, y a la negación del mundo oriental de aceptar tal autoridad por parte del papa. La historia del papa Virgilio y su humillación por el Oriente (mediante el poder imperial) en el concilio de 553 ya se ha relatado.
Las pretensiones del patriarca de Constantinopla se hicieron más extravagantes cuando el emperador Justiniano (527-65) recapturó Italia delos bárbaros cerca del año 536 y empezó a gobernar al papa. Las ambiciones de Constantinopla no eran diferentes de las de Roma.
Constantinopla, la capital imperial, ya no sería idéntica a Roma, o ni siquiera igual, pero suplantaría a Roma.
En la última década del siglo sexto el obispo Juan de Constantinopla reclamó el título de “patriarca ecuménico”. El papa de Roma, sin ayuda de poder militar y político, sólo podía protestar e intrigar. El, Gregorio I (590-604), hizo circular cartas entre los obispos de Oriente, argumentando que no podía haber tal cosa como un obispo universal o papa, basando sus declaraciones en la igualdad de todos los obispos. El rogaba a los patriarcas de Alejandría y Antioquía que no reconocieran las pretensiones del obispo de Constantinopla, puesto que ellos, como él mismo, eran sucesores de Pedro.
El papa no hizo ninguna demanda por su sucesión de Pedro, ni excomulgó a nadie. La batalla de títulos fue ganada temporalmente por el obispo de Constantinopla, aunque Gregorio asumió uno nuevo: “siervo de los siervos de Dios”.

LA INVASIÓN MAHOMETANA.

Los primeros años del siglo séptimo produjeron un movimiento religioso y nacional que estaba destinado a afectar el cristianismo, tanto en Oriente como en Occidente, por casi mil años. Su fundador fue Mahoma (570-632), que en su juventud había sido un caballero y mercader en la Meca, Arabia.
En sus viajes por Palestina, Mahoma tuvo gran oportunidad de observar las religiones judía y cristiana y ver la influencia de la cultura griega y el gobierno romano. En 610 él proclamó una nueva religión que era una mezcla de elementos judíos, cristianos, griegos y romanos, junto con ideas y énfasis árabes. Su sistema incluía profetas del judaísmo (como Abraham y Moisés) y del cristianismo (Cristo), y líderes militares sobresalientes de la historia pagana. El último y más grande profeta de Dios, sin embargo, era Mahoma, quien supuestamente era el Espíritu Santo prometido por Cristo.
El sistema mahometano era completamente fatalista todas las cosas ya estaban determinadas. Las buenas obras de un individuo prueban que ha sido elegido para un paraíso de gozo sensual y carnal. Estas buenas obras incluían oración, ayuno, limosnas y guerra contra los incrédulos. Después de la muerte de Mahoma en 632, sus seguidores planearon la conquista del mundo. Atacando hacia el Occidente, los sarracenos invadieron Palestina y prácticamente todo el Oriente, excepto Constantinopla.
Dentro de cien años ya habían conquistado todo el Norte de África, habían cruzado el Estrecho de Gibraltar hacia España, y se habían guarnecido para la batalla cerca de Tours, Francia. En 732 Carlos Martel se enfrentó a ellos en batalla y los derrotó en un encuentro crucial que determinó la cultura de Europa. Siete años después, Carlos les infligió otra vez una severa derrota para salvar el continente europeo de sus devastaciones.
Como resultado de este movimiento, todos los rivales orientales de Roma fueron arrollados, excepto Constantinopla, que estaba bajo constante amenaza de invasión. En todas partes donde los mahometanos gobernaban, el cristianismo se estancaba por la rigurosa represión.
Inapreciables manuscritos y libros cristianos fueron destruidos por los invasores en Palestina y Alejandría.

RENOVACIÓN DE LA CONTROVERSIA ENTRE ORIENTE Y OCCIDENTE

Las diversas controversias doctrinales de este período ya se discutieron en el estudio anterior. La amargura de estas luchas sirvió para acentuar la rivalidad eclesiástica entre Constantinopla y Roma. Añadidas a estos factores estaban las diferencias raciales, la desconfianza política (especialmente después que Carlomagno fue coronado en Roma el año 800), y las variaciones doctrinales y ceremoniales.
Parecía que ocurriría un cisma permanente en el siglo IX. El Patriarca Focio de Constantinopla (858-67 y 878-86 dos veces en el oficio) rechazó las pretensiones de los papas romanos e instituyó un vigoroso programa para ganar los estados eslavos colindantes al cristianismo griego. Focio acusó a la iglesia romana de hereje en doctrina y práctica, particularmente por enmendar uno de los antiguos credos sin convocar a un concilio universal para discutir el asunto. El papa Nicolás I (858-67), sin embargo, fue uno de los papas medievales más capaces y mantuvo el prestigio romano. El asunto fue temporalmente empatado por el sínodo de Constantinopla en 869.
La controversia se renovó en el siglo IX, que trajo como resultado un cisma permanente entre el cristianismo latino y el griego. El patriarca Miguel Cerulario (1043-58) de Constantinopla deliberadamente presentó la ocasión para el cisma. El tenía la ambición de fomentar el oficio que tenía y pensaba que un rompimiento con el Occidente ofrecería una oportunidad más grande de adelanto. Sin mucha dificultad pudo provocar la ira del papa León IX (1049-54).
En las conferencias para discutir la situación, las antiguas diferencias entre el culto oriental y occidental se debatieron. Roma usaba pan sin levadura; Constantinopla pan con levadura. Roma había añadido una palabra al Credo Niceno que enseñaba que el Espíritu Santo procedía del Padre y del Hijo; Constantinopla negaba que pudieran hacerse adiciones al credo sin un concilio ecuménico. Roma mandaba el celibato del clero; Constantinopla permitía a sus clérigos inferiores casarse.
Roma permitía sólo a los obispos ungir en la confirmación; Constantinopla les permitía a los sacerdotes hacerlo. Roma permitía el uso de la leche, la mantequilla y el queso durante la cuaresma; Constantinopla decía que no. Estas diferencias, sin embargo, no fueron la causa del cisma que sucedió. Por un plan deliberado, los representantes romanos fueron irritados hasta el punto de romper las relaciones, y el 16 de julio de 1054 empezó el cisma. El Oriente y el Occidente se excomulgaron oficialmente uno a otro. Tal es la situación hasta el presente, aunque se han hecho esfuerzos por suavizar la ruptura.

DISENSIÓN DEL CATOLICISMO

Ya se ha hecho referencia en el capítulo anterior a los disidentes del movimiento general hacia el cristianismo católico y católico romano. El montanismo, el novacianismo y el donatismo se mantuvieron a través de varios siglos de lucha. Los partidos nestoriano, monofisita, y monotelista, denunciando tanto al catolicismo romano como al griego, han continuado hasta el presente tiempo con considerable fuerza.

JOVINIANO Y VIGILANCIO.

Dos movimientos distintivamente anti-papales aparecieron dentro de la iglesia romana en los siglos IV y V. Uno era encabezado por Joviniano de Roma (cerca del año 378), que amargamente denunció el movimiento hacia el ascetismo y la justicia por las obras. Su principal doctrina declaraba que un hombre salvo no necesita méritos de ayuno, separación del mundo y celibato. Un movimiento similar fue iniciado por Vigilancio (cerca de 395), que protestó fuertemente contra la veneración d reliquias, el ascetismo y el culto a las imágenes. El primero de estos movimientos fue condenado por el obispo Siricio de Roma (384-98) en un sínodo local, mientras que el segundo fue tragado por las invasiones bárbaras del siglo V.

PAULICIANOS.

Una de las minorías disidentes importantes del período medieval era el delos llamados paulicianos. Los orígenes de este grupo son obscuros. Su posición doctrinal general sugería que habían surgido del cristianismo armenio primitivo. Su nombre venía o de su veneración por el apóstol Pablo, o por Pablo de Samosata, obispo de Antioquía hasta cerca del año 272. Generalmente se admite que en el siglo VII Constantino introdujo una reforma a un movimiento más antiguo, y no era el fundador.
Los paulicianos se oponían amargamente a las iglesias romana, griega y armenia como “satánicas”. Ellos consideraban a Cristo el hijo adoptivo de Dios. Su énfasis sobre el poder de Satanás les ha traído acusaciones de dualismo. Es incierto si ellos observaban las ordenanzas o las consideraban como elementos completamente espirituales.
El apóstol Pablo era grandemente venerado, y sus enseñanzas éticas y morales recibían mucho énfasis y eran practicadas. Su historia ha sido trágica. Excepto bajo los emperadores León el Isauro (717-41) y Constantino Coprónimo (741-75), eran rigurosamente perseguidos. En su celo contra las imágenes tomaban el lado de los sarracenos y les ayudaban en la destrucción y el pillaje. En los siglos VIII y IX muchos paulicianos emigraron a Tracia y Bulgaria, y de allí a las regiones bajas del Danubio.
Se piensa que los bogomilas de los Balcanes y los cátaros del sur de Francia juntó sus enseñanzas y continuaron su movimiento. Algunos piensan que los anabaptistas fueron un producto de estas influencias.

COMPENDIO FINAL

La oposición eclesiástica a las pretensiones de Roma tenía principios escriturarios y primitivos en su favor. La sucesión apostólica, y hasta la de Pedro no estaban confinadas a Roma. Las evidencias escriturarias del primado de Roma se desarrollaron más tarde y no son convincentes. El antiguo principio de la igualdad de los obispos fue superado por Roma sólo mediante severa lucha y por el uso de coerción militar y política.
Constantinopla, el principal oponente de Roma, hizo una resuelta proposición por el primer lugar. Después de numerosas y amargas controversias, ocurrió un cisma permanente en 1054. Otros rivales eclesiásticos de Roma fueron dominados por la invasión mahometana del siglo VII.
Los mahometanos triunfaron al introducirse en el sur de Francia antes de su derrota por Carlos Martel en 732.El registro de oposición eclesiástica a la autoridad papal es muy fragmentaria. Los que estaban dentro del sistema jerárquico y que podían oponerse a la dominación de Roma, lo pensaban bien antes de exteriorizar su protesta o de registrar la disensión escrita. Los únicos registros eran guardados por los que eran considerados disidentes o herejes cismáticos.
Debe haber habido mucha disensión que no se expresaba, porque en los primeros siglos después del IX, la oposición a la autoridad papal se extendió por todas partes del cristianismo occidental.

OPOSICION SECULAR A LA AUTORIDAD ROMANA

Cuando Constantino asumió una actitud amistosa hacia el cristianismo y se convirtió en el único emperador en 323, se esperaba que la tensión entre el gobierno secular y el cristianismo fuera una cosa del pasado. Es cierto que Constantino pasó edictos imperiales para hacer posible que el cristianismo se desarrollara en una atmósfera favorable. Una de las razones para cambiar la capital del imperio a Constantinopla era que Roma estaba congestionada con templos y monumentos paganos.
En el concilio de Nicea (325) Constantino mostró una actitud paternal, y hasta su muerte en 337, cualesquiera que hubieran sido sus motivos, mantuvo una actitud singularmente constante hacia el movimiento cristiano.
Después de la muerte de Constantino un segmento del cristianismo católico fue consciente del aspecto antagonista o represivo del poder secular por el resto del período. Antes de discutir ejemplos específicos de esto, es bueno dar un resumen del por qué apareció la oposición secular.

RAZONES DE LA OPOSICIÓN SECULAR

Varias razones hicieron que los poderes seculares lucharan contra el cristianismo.
(1)El antagonismo religioso movió a un hombre como el emperador Julián (361-63) a oponerse al movimiento cristiano. Se recordará que su familia fue asesinada por orden de su tío, el emperador cristiano. Su resentimiento personal fue transferido a la religión que su tío profesaba, aunque Julián ya se había prendado del paganismo cuando era estudiante. Después de llegar a ser emperador, Julián intentó reintroducir un paganismo refinado, pero el intento fracasó.
(2)El deseo de gobernar el cristianismo por motivos políticos o egoístas hizo que muchos gobernadores seculares, tanto del Oriente como del Occidente, impusieran severas restricciones sobre los caudillos cristianos. Como ya se ha mencionado, esta condición era conocida como papado cesáreo.
(3)Las posesiones materiales en manos de los obispos cristianos daban la excusa para que algunas de las tribus germanas intentaran apoderarse de la tierra y posesiones de la iglesia.
(4)La rivalidad con los poderes seculares constituía otra razón de oposición secular. Para el siglo V los papas romanos estaban empezando a declarar su derecho a gobernar, no sólo el mundo espiritual, sino también el mundo secular. Tales declaraciones, apoyadas más tarde con armas eclesiásticas, mantuvieron al papado en constante lucha con los poderes seculares.
(5)Las controversias internas añadieron otra razón para la restricción y la represión seculares. Las controversias religiosas, particularmente en Oriente, podían ser muy peligrosas, políticamente. Los gobernadores seculares pensaban que era una necesidad política mantener el control sobre el cristianismo.
(6)La corrupción y decadencia en el cristianismo occidental atrajo la violencia del gobierno imperial. Algunas veces por razones religiosas y algunas veces por consideraciones políticas los primeros emperadores medievales nombraban los ocupantes del oficio papal y dictaban su política.
Un breve resumen de las relaciones entre los diversos poderes seculares y la creciente iglesia romana proveerá ejemplos históricos de las varias razones de la oposición secular.

OPOSICIÓN DEL IMPERIO ROMANO ANTES DEL 476

Los tres hijos de Constantino lo sucedieron en 337. Uno fue matado en batalla, uno se suicidó, y el tercero, Constancio, gobernó hasta 361. Constancio era un cristiano arriano, y su largo gobierno trajo represiones y antagonismo para el cristianismo niceno, que incluía a Roma. Es significativo que Atanasio, no el obispo romano, fue señalado como el blanco de la persecución del cristianismo niceno.
El emperador Julián (361-63) era anticristiano en actitud y obra. Si Constantino hubiera sido un cristiano consistente (o sencillamente si siquiera hubiera sido cristiano), Julián muy bien hubiera llegado a respetar el cristianismo y a abrazarlo. El breve reino de Julián y la fundamental debilidad del refinado paganismo que él trató de introducir, mitigaron la fuerza de su antagonismo.
La rivalidad básica entre la autoridad de la iglesia y la autoridad secular se hizo clara en este período. El muy influyente escrito de Agustín, La Ciudad de Dios, puso a las autoridades seculares y religiosas una contra la otra y magnificó su incompatibilidad. Los papas del siglo V asieron su ideal, empezando muy pronto a describir la relación entre los dos poderes como dos espadas: la espada espiritual más grande que la espada secular.

LUCHA CON LAS TRIBUS GERMANAS

Es difícil describir en unas cuantas palabras la compleja historia de las invasiones bárbaras de Occidente. Tal vez como un sumario el movimiento puede dividirse en seis períodos generales.

EL DERRUMBE DE LA ANTIGUA AUTORIDAD ROMANA (CERCA DEL 392).

Ya se ha mencionado que desde tiempos primitivos las tribus germanas al norte y este del imperio habían sido refrenadas de invadir el área sur por el establecimiento de fuertes guarniciones a lo largo de la frontera norte. En el siglo III las tribus góticas casi triunfaron al invadir el imperio en dos ocasiones. Finalmente, por causa de la creciente presión de tribus menos civilizadas y más fuertes que los empujaban del sur y el oeste del Asia central, se permitió a los visigodos cruzar el Danubio y conseguir refugio dentro del imperio propiamente dicho. En 378 se rebelaron los visigodos por pretendidos malos tratos y se enfrentaron al ejército romano en la batalla de Adrian-polis y sufrieron una severa derrota. El emperador
Teodosio (379-95) pudo controlarlos, pero a su muerte empezó la invasión. Los visigodos fueron rechazados en Constantinopla, pero se movieron al occidente para capturar Roma en 410, Galia dos años más tarde, y después se pusieron a gobernar lo que ahora es Francia y España.
Los diques ya habían sido rotos, y las tribus bárbaras de todas clases invadieron el imperio occidental. Los vándalos, los alanos y los suavos entraron a Galia y España; los francos y borgoñes se asentaron en Alemania; los anglos, los sajones y los yutes ocuparon Inglaterra, y los vándalos españoles conquistaron el norte de África.

EL GOBIERNO DEL EJÉRCITO (HASTA ALREDEDOR DEL 493).

El siglo que siguió a la invasión bárbara fue de confusión y conflicto. Los comandantes de los ejércitos se convirtieron en gobernantes. En 476, un motín de las tribus germanas dentro del ejército provocó el derrocamiento del gobierno romano nominal y la elevación de un general germano al reinado, pero este suceso no fue de significación especial.

EL GOBIERNO DE TEODORICO EL OSTROGODO (493-526).

En 493 una nueva ola de bárbaros invadió Italia: los ostrogodos, los godos orientales de Rusia. Su jefe, Teodorico, gobernó desde Rávena en el norte de Italia y tuvo éxito en mantener el orden.

EL RE-ESTABLECIMIENTO DEL CONTROL IMPERIAL (535-72).

Justiniano el Grande consiguió ser emperador en Constantinopla en 527 e inmediatamente hizo planes para reconquistar el Occidente. Para 534 los vándalos del Norte de África habían sido derrotados y el reino Ostrogodo en Italia había sido atacado. Durante la vida de Justiniano se mantuvo el control imperial en Occidente.

EL REINO DE LOS LOMBARDOS (572-754).

Más bárbaros, con el nombre de lombardos irrumpieron en Italia por el sur, y capturaron la región norte. Aunque no tomaron Roma, su fuerte poder militar impidió que otras tribus lo hicieran. Eran una constante amenaza para la seguridad de Roma, pero por otra parte, su presencia garantizó cierta libertad de Constantinopla a los obispos de Roma.

LA APARICIÓN DE LOS FRANCOS (754-800).

La tribu conocida como los francos estaba destinada a ser el poder dominante de toda Europa. Los romanos va habían luchado desde el siglo II para impedir que esta tribu, junto con las otras, cruzara el Rin en el norte de Alemania. Con la irrupción de los visigodos en el siglo IV, los francos habían peleado por abrirse camino hacia el sur de Alemania y el Oriente de Francia.
Un suceso de gran significado para el cristianismo ocurrió en 496. Influido por su esposa, que era una cristiana ortodoxa, y por su gran victoria sobre los alemanes en Estrasburgo en 496, Clodoveo, el cacique franco (481-511), adoptó el cristianismo y fue bautizado junto con su ejército. Los reyes que lo sucedieron ampliaron el reino franco hasta que incluyó la mayor parte de lo que ahora es Francia.
Cuando los lombardos en el norte de Italia amenazaron con capturar la misma Roma en 739, el papa Gregorio III pidió ayuda a Carlos Martel, el dictador militar (aunque no era rey ni de la línea reinante) de los francos, sin éxito. El hijo de Carlos, Pepino el Breve, por su parte, entró en relaciones amistosas con el papado después de la muerte de su padre. Su plan era apoderarse del reinado quitándolo a uno de los débiles descendientes de Clodoveo, que lo había recibido por derecho de herencia.
Para impedir seria oposición y tal vez hasta revolución, Pepino deseaba conseguir aprobación eclesiástica, junto con la buena voluntad de la nobleza franca. Para corresponder, Pepino podía ofrecer amplia protección contra los lombardos. Gustosamente el papado entró en este trato y el papa Zacarías (741-52) convino en el ungimiento de Pepino como rey de los francos en 751. La nueva línea fue conocida como los carolingios, siguiendo el nombre o de Carlos Martel o de Carlos el Grande.
Pepino cumplió su parte del convenio. Para 756 ya había obligado a los lombardos a reconocer al papa como soberano en una gran área de tierra en el centro y norte de Italia. Este fue el principio de los estados papales que Roma conservó hasta 1870. Tal vez el deseo de conseguir estas tierras fue lo que motivó la falsificación de Roma conocida como la Donación de
Constantino preparada en este tiempo, en la que se declaraba que el emperador Constantino en 330 había dado al obispo romano toda la tierra de Occidente. De todos modos, Pepino y sus sucesores fueron influidos grandemente por esta falsificación.

EL SANTO IMPERIO ROMANO CONTRA LA SANTA IGLESIA ROMANA

(DESDE EL 800 EN ADELANTE)
El hijo de Pepino fue Carlos el Grande (Carlomagno). Su ayuda a la Iglesia Católica Romana ha sido descrita en el último capítulo. El dominó el mundo occidental eclesiásticamente, además de dominarlo como soberano. El clímax, no sólo para su gobierno sino para la Edad Media, vino en el año 800 cuando el papa León III (795-816) lo coronó como Santo Emperador Romano. Este acto, aparentemente por iniciativa del papa, causó ideas y la historia de un milenio.
Entre otras cosas, era considerado como el re-establecimiento del antiguo Imperio Romano en Occidente, un oficio vacante desde que Constantino había cambiado la capital a Constantinopla en 330. El patriotismo racial y provincial inmediatamente aclamó el principio del día que restauraría la antigua gloria de Roma en Occidente.
En segundo lugar, la restauración era considerada como procedente de un propósito divino. El título “Santo” llamaba la atención al hecho de que Dios había provisto ahora un poder secular que era la contraparte del poder espiritual en la Iglesia Romana.
En tercer lugar, el prestigio papal fue elevado a nuevas alturas. Siguiendo el antecedente de la coronación de Pepino el Breve, la concesión del título imperial señalaba al papa como el dador de la bendición secular más grande de la tierra. Este prestigio se acrecentó cuando el emperador de Oriente, León V (813-20), reconoció más tarde la validez de la transacción.
Finalmente, sin saberlo el papado había dado a luz a su más grande rival por el resto de la Edad Media. Es posible que el papa León III tuviera en mente el ideal descrito en La Ciudad de Dios de Agustín, pero de ser así, los resultados deben haber sido muy decepcionantes. El gobernador terrenal gobernaba lo celestial; Carlomagno dominó la iglesia, nombrando obispos según su voluntad, y dictando la mayor parte de la política papal.
Después de la muerte de Carlomagno, su débil hijo Luis gobernó hasta 840. Sus tres nietos dividieron el imperio en 843. Las tres divisiones que se hicieron llegaron a ser, en términos generales, Alemania y Francia y la franja intermedia.

ANARQUÍA Y DEGRADACIÓN PAPAL

La línea carolingia cayó alrededor del año 880. Los nobles fuertes gobernaron los reinos feudales y la iglesia también. Después del pontificado de Nicolás I (858-67), el oficio papal se hundió en profundidades indescriptiblemente bajas. La violencia, el crimen, y la mutilación, eran practicadas por sus ocupantes conforme las diversas facciones políticas se apoderaban intermitentemente del control.
Nuevas invasiones aterrorizaron y devastaron la población. Los nórdicos y los húngaros invadieron los llanos del norte. Los mahometanos en el Norte de África y en España estaban a punto de obtener la victoria sobre lo que no habían sido capaces de cumplir por causa de Carlos Martel en 732. Desde las bases en África, Egipto y España, estos invasores capturaron Córcega, Cerdeña y Sicilia; después Palermo y Messina en Italia. Roma fue saqueada en 841.

EL RESTABLECIMIENTO GERMANO DEL IMPERIO

Se tomó una nueva dirección a mediados del siglo X cuando el papa Juan XII (955-64) pidió ayuda al rey germano Otón I (936-73) contra los ataques militares de Berengario II, un noble italiano que quería el título imperial. Otón ya había invadido Italia en 951 con considerable éxito; diez años más tarde, cumpliendo con la petición del papa, Otón terminó la tarea. En 962 Otón fue coronado Santo Emperador Romano por Juan XII. El y sus sucesores ejercieron completo control del papado por un siglo.
Otón II (983-1002) nombró al primer papa alemán en 996 y al primer francés en 999. Antes de mediados del siglo IX, hasta los emperadores anhelaban una reforma en la iglesia. Enrique III (1039-56) intentó introducir tal reforma terminando bruscamente un cisma papal que incluía tres pretendientes, y nombró papas alemanes que estaban de acuerdo en medidas de reforma.
Su último nombramiento fue su primo, un celoso obispo reformador, que se convirtió en León IX (1049-54).
De esta manera, al fin de este período el papado estaba bajo la completa dominación de la autoridad secular. Sin embargo, esta situación estaba a punto de ser remediada. La obra reformadora de León IX y la aparición de Hildebrando, que llegó a ser el papa Gregorio VII (1073-85), empezó el movimiento que liberó a la iglesia romana del control secular.

COMPENDIO FINAL

En sus relaciones con el poder secular la Iglesia Católica Romana quedó en lugar secundario durante este período. Aunque tal poder era amistoso, como en el caso de Carlomagno, se reservaba el derecho de manejar al cristianismo como parte de su administración imperial.
Los diversos papas declararon fuertemente el ideal introducido por Agustín, especialmente el de que el poder espiritual en el mundo es superior al poder secular y que un día lo superará completamente. Este ideal no se alcanzó durante el período de 325 a 1050.
El papado hizo importantes avances, sin embargo, a pesar de muchas opresiones. Las falsificaciones del siglo VIII aumentaron grandemente el prestigio papal. La Donación de Constantino influyó mucho indudablemente para que Pepino hiciera su donativo de grandes extensiones de tierra en Italia central y del Norte al papa.
Los decretos falsos que llevaban el nombre de Isidoro de Sevilla tuvieron su influencia en las relaciones del papado con el poder secular al establecer a Roma como el punto central del movimiento cristiano.
El papado sufrió una de sus más grandes humillaciones durante los últimos siglos del fin de este período. Sin embargo, el fin de la situación estaba cercano. En un siglo el oficio papal había vuelto a obtener su lugar dominante en la vida eclesiástica y estaba bien avanzado hacia la dominación de la autoridad secular.

EL PERÍODO MEDIEVAL Y LA INTERPRETACIÓN

Durante este período, así como entre los judíos la tradición de los ancianos tomó prioridad, de la misma manera la llamada Tradición Eclesiástica vino a ser suprema. Tanto las Escrituras como los escritos de los llamados Padres de la Iglesia eran ofrecidos como sostén para esas tradiciones. La fuente principal de la teología medieval fueron las tradiciones de la iglesia durante los pasados 1000 años.
El tipo de exposición que predominó en ese tiempo fue la llamada cuadripartita donde los intérpretes durante la Edad Media vieron sentidos o significados múltiples en las Escrituras. Según ellos:
(1) El significado literal nos muestra lo que Dios y nuestros padres hicieron.
(2) El significado alegórico nos muestra donde nuestra fe está escondida.
(3) El significado moral nos da reglas para la vida diaria.
(4) El significado analógico (místico o espiritual) nos muestra el fin de nuestra lucha.
Esta interpretación cuadripartita podía ser usada de la siguiente manera: La interpretación podía ser literal, alegórica, moral o analógica. Por ejemplo, “Jerusalén” para los intérpretes medievales podía ser la ciudad literal en Palestina, o alegóricamente la iglesia, o moralmente el alma humana, o análogamente la ciudad celestial. Vemos que la interpretación literal es el significado sencillo y evidente. La interpretación alegórica provee lo que se ha de creer. La interpretación moral dice qué debemos hacer. La interpretación analógica se centra en lo que debemos esperar.
Sin embargo, la Edad Media de la Iglesia también es conocida como la Edad Oscura cuando muchos clérigos – sin mencionar los laicos – ignoraban el contenido mismo de la Escritura. El espíritu hermenéutico de esa época puede ser descrito por la frase de Hugo de San Víctor (1096: 1141) quien declaró: “Primero aprende lo que debes creer y luego ve a la Biblia para encontrarlo allí.”
Las figuras claves en ese período fueron los Victorinos (monasterio de San Víctor en París) quienes bajo el liderazgo de un discípulo de Hugo, Andrés de San Víctor pusieron un énfasis en el significado literal, pero usando la Vulgata para encontrar el significado cristiano y el texto hebreo para la explicación judía.
Aún otro teólogo importante fue Esteban Langdon (1150-1228) arzobispo de Canterbury. Él fue quien dividió la Biblia en capítulos. Él buscó interpretar la Biblia en conformidad con las doctrinas de la Iglesia, prefiriendo el significado espiritual al literal, puesto que según él éste era mejor para predicar y hacer crecer a la iglesia.
El teólogo más prominente durante este tiempo fue Tomás de Aquino (1225-74). Aunque Aquino enfatizó la importancia primaria de la interpretación literal, y representa una tendencia en la dirección correcta, él estaba profundamente involucrado en la práctica del sentido múltiple de su época.
La última persona que debemos mencionar – alguien que sembró la semilla de la Reforma – fue Nicolás de Lira (1270-1340), un convertido judío con amplio conocimiento del hebreo. Su importancia se debe a que él revivió el énfasis de la escuela de Antioquia dando preferencia al sentido literal de la Escritura. Él urgió constantemente que los lenguajes originales fueran consultados, quejándose de que el sentido místico estaba “ahogando al literal.”
Sólo el sentido literal, él insistió, debe ser usado para comprobar cualquier doctrina. Su obra tuvo influencia sobre Lutero y afectó profundamente la Reforma. Un proverbio decía “Si Lira no hubiera tocado, Lutero no hubiera danzado.”
El estándar entonces era la enseñanza tradicional y las Escrituras, así como los escritos de los Padres eran usados para sostener esa enseñanza. La interpretación cuadripartita era el método preferido aunque la alegoría continuaba predominando.

LA ESCUELA DEANTIOQUÍA.

Fue fundada probablemente por Doroteo y Lucio hacia fines del siglo III, aunque Farrar considera a Diodoro, primer presbítero de Antioquía, y después del año 378, Obispo de Tarsis, como el verdadero fundador de esta escuela. Este último escribió un tratado sobre principios de interpretación. Pero su más grande monumento consiste en sus dos ilustres discípulos:
Teodoro de Mopsuestia y Juan Crisóstomo. Estos dos hombres se diferenciaron mucho en todos los aspectos. Teodoro mantenía puntos de vista más bien liberales respecto a la Biblia, mientras que Juan la consideraba en todas sus partes como infalible Palabra de Dios. La exégesis del primero fue intelectual y dogmática; pero la del segundo más espiritual y práctica. El primero fue famoso como crítico e intérprete; el segundo, aunque exégeta de no mediana habilidad, eclipsó a todos sus contemporáneos como orador de púlpito.
De ahí que Teodoro fue llamado el exégeta, mientras que a Juan se le dio el título de Crisóstomo (boca de oro) por el esplendor de su elocuencia. Ambos avanzaron bastante en el desarrollo de una verdadera exégesis científica, reconociendo la necesidad de determinar el sentido original de la Biblia, a fin de sacar provecho de ella. No sólo atribuyeron gran valor al sentido literal de la Biblia, sino que conscientemente repudiaron el método alegórico de interpretación.
En el trabajo de exégesis, Teodoro sobrepasa a Crisóstomo, pues tenía un ojo muy perspicaz para descubrir el factor humano en la Biblia; pero sentimos tener que decir que negó la inspiración divina de algunos de los libros sagrados. En vez de la interpretación alegórica, defendió la gramático-histórica, lo cual lo hizo estar muy adelantado para su época. Aun cuando reconoció el elemento típico en la Biblia, y halló pasajes mesiánicos en algunos de los salmos, explicó la mayoría de ellos zeitgeschichtlich. Los tres capadocios pertenecen a esta escuela.