LA PRIMERA PERSECUCIÓN DE LA IGLESIA TUVO LUGAR EN EL AÑO 67, BAJO
NERÓN, EL SEXTO EMPERADOR DE ROMA.
Este monarca reinó por el espacio de cinco años de
una manera tolerable, pero luego dio rienda suelta al mayor desenfreno y a las
más atroces barbaridades. Entre otros caprichos diabólicos, ordenó que la
ciudad de Roma fuera incendiada, orden que fue cumplida por sus oficiales,
guardas y siervos.
Mientras la ciudad imperial estaba en llamas, subió
a la torre de Mecenas, tocando la lira y cantando el cántico del incendio de
Troya, declarando abiertamente que «deseaba la ruina de todas las cosas antes
de su muerte». Además del gran edificio del Circo, muchos otros palacios y
casas quedaron destruidos; varios miles de personas perecieron en las llamas, o
se ahogaron en el humo, o quedaron sepultados bajo las ruinas.
Este terrible incendio duró nueve años. Cuando
Nerón descubrió que, su conducta era intensamente censurada, y que era objeto
de un profundo odio, decidió inculpar a los cristianos, a la vez para excusarse
para aprovechar la oportunidad para llenar su mirada con nuevas crueldades.
Esta fue la causa de la primera persecución; y las
brutalidades cometidas contra los cristianos fueron tales que incluso movieron
a los mismos romanos a compasión. Nerón incluso refinó sus crueldades e inventó
todo tipo de castigos contra los cristianos que pudiera inventar la más
infernal imaginación.
En particular, hizo que algunos fueran cosidos en
pieles de animales silvestres, antojándolos a los perros hasta que expiraran; a
otros los vistió de camisas atiesadas con cera, atándolos a postes, y los
encendió en sus jardines, para iluminarlos. Esta persecución fue general por
todo el Imperio Romano; pero más bien aumentó que disminuyó el espíritu del
cristianismo. Fue durante esta persecución que fueron martirizados San Pablo y
San Pedro.
A sus nombres se pueden añadir Erasto, tesorero de
Corinto; Aristarco, el macedonio, y Trófimo, de Éfeso, convertido por San Pablo
y su colaborador, así como Josés, comúnmente llamado Barsabás, y Ananías,
obispo de Damasco; cada uno de los Setenta.
VI. MATÍAS
De él se sabe menos que de la mayoría de los
discípulos; fue escogido para llenar la vacante dejada por Judas. Fue apedreado
en Jerusalén y luego decapitado.
VII. ANDRÉS
Hermano de Pedro, predicó el evangelio a muchas
naciones de Asia; pero al llegar a Edesa fue prendido y crucificado en una cruz
cuyos extremos fueron fijados transversalmente en el suelo. De ahí el origen
del término de Cruz de San Andrés.
VIII. SAN MARCOS
Nació de padres judíos de la tribu de Leví. Se
supone que fue convertido al cristianismo por Pedro, a quien sirvió como
amanuense, y bajo cuyo cuidado escribió su Evangelio en griego. Marcos fue
arrastrado y despedazado por el populacho de Alejandría, en la gran solemnidad
de su ídolo Serapis, acabando su vida en sus implacables manos.
IX.
PEDRO
Entre muchos otros santos, el bienaventurado
apóstol Pedro fue condenado a muerte y crucificado, como algunos escriben, en
Roma; aunque otros, y no sin buenas razones, tienen sus dudas acerca de ello.
Hegesipo dice que Nerón buscó razones contra Pedro para darle muerte; y que
cuando el pueblo se dio cuenta, le rogaron insistentemente a Pedro que huyera
de la ciudad. Pedro, ante la insistencia de ellos, quedó finalmente persuadido
y se dispuso a huir.
Pero, llegando a la puerta, vio al Señor Cristo
acudiendo a él, a quien, adorándole, le dijo: «Señor, ¿a dónde vas?» A lo que
él respondió: «A ser de nuevo crucificado». Con esto, Pedro, dándose cuenta de
que se refería a su propio sufrimiento, volvió a la ciudad. Jerónimo dice que
fue crucificado cabeza abajo, con los pies arriba, por petición propia, porque
era, dijo, indigno de ser crucificado de la misma forma y manera que el Señor.
X.
PABLO
También el apóstol Pablo, que antes se llamaba
Saulo, tras su enorme trabajo y obra indescriptible para promover el Evangelio
de Cristo, sufrió también bajo esta primera persecución bajo Nerón. Dice Abdías
que cuando se dispuso su ejecución, que Nerón envió a dos de sus caballeros,
Ferega y Partemio, para que le dieran la noticia de que iba a ser muerto.
Al llegar a Pablo, que estaba instruyendo al
pueblo, le pidieron que orara por ellos, para que ellos creyeran. Él les dijo
que poco después ellos creerían y serían bautizados delante de su sepulcro.
Hecho esto, los soldados llegaron y lo sacaron de la ciudad al lugar de las
ejecuciones, donde, después de haber orado, dio su cuello a la espada.
XI.
JUDAS
Hermano de Jacobo, era comúnmente llamado Tadeo.
Fue crucificado en Edesa el 72 d.C.
XII. BARTOLOMÉ
Predicó en varios países, y habiendo traducido el
Evangelio de Mateo lenguaje de la India, lo propagó en aquel país. Finalmente
fue cruelmente azotado y luego crucificado por los agitados idólatras.
XIII. TOMÁS
Llamado Dídimo, predicó el Evangelio en Partía y la
India, donde, provocar a los sacerdotes paganos a ira, fue martirizado,
atravesado con lanza.
XIV. LUCAS
El evangelista, fue autor del Evangelio que lleva
su nombre. Viajó con por varios países, y se supone que fue colgado de un olivo
por los idolátricos sacerdotes de Grecia.
XV.
SIMÓN
De sobrenombre Zelota, predicó el Evangelio en
Mauritania, África, incluso en Gran Bretaña, país en el que fue crucificado en
el 74 d.C.
XVI. JUAN
El «discípulo amado» era hermano de Jacobo el
Mayor. Las iglesias Esmirna, Pérgamo, Sardis, Filadelfia, Laodicea y Tiatira
fueron fundadas él. Fue enviado de Éfeso a Roma, donde se afirma que fue echado
en un caldero de aceite hirviendo.
Escapó milagrosamente, sin daño alguno. Domiciano
desterró posteriormente a la isla de Patmos, donde escribió el Libro
Apocalipsis. Nerva, el sucesor de Domiciano, lo liberó. Fue el único apóstol
que escapó una muerte violenta.
XVII. BERNABÉ
Era de Chipre, pero de ascendencia judía. Se supone
que su muerte tu lugar alrededor del 73 d.C. Y a pesar de todas estas continuas
persecuciones y terribles castigos, Iglesia crecía diariamente, profundamente
arraigada en la doctrina de apóstoles y de los varones apostólicos, y regada
abundantemente con la sangre de los santos.
LA SEGUNDA
PERSECUCIÓN, BAJO DOMICIANO, EL 81 D. C.
El emperador Domiciano, de natural inclinado a la
crueldad, dio muerte primero a su hermano, y luego suscitó la segunda
persecución contra los cristianos. En su furor dio muerte a algunos senadores
romanos, a algunos por malicia, y a otros para confiscar sus fincas. Luego
mandó que todos los pertenecientes al linaje de David fueran ejecutados.
SIMEON
Entre los numerosos mártires que sufrieron durante
esta persecución estaban Simeón, obispo de Jerusalén, que fue crucificado, y
San Juan, que fue hervido en aceite, y luego desterrado a Patmos. Flavia, hija
de un senador romano, fue asimismo desterrada al Ponto; y se dictó una ley
diciendo: «Que ningún cristiano, una vez traído ante un tribunal, quede exento
de castigo sin que renuncie a su religión».
Durante este reinado se redactaron varias historias
inventadas, con el fin de dañar a los cristianos. Tal era el apasionamiento de
los paganos que si cualquier hambre, epidemia o terremotos asolaban cualquiera
de las provincias romanas, se achacaba a los cristianos. Estas persecuciones
contra los cristianos aumentaron el número de informadores, y muchos, movidos
por la codicia, testificaron en falso contra las vidas de los inocentes.
Otra dificultad fue que cuando cualquier cristiano
era llevado ante los tribunales, se les sometía a un juramento de prueba, y si
rehusaban tomarlo, se les sentenciaba a muerte, mientras que si se confesaban
cristianos, la sentencia era la misma.
Los siguientes fueron los más destacables entre los
numerosos mártires que sufrieron durante esta persecución.
DIONISIO
Dionisio, el areopagita, era ateniense de
nacimiento, y fue instruido en toda la literatura útil y estética de Grecia.
Viajó luego a Egipto para estudiar astronomía, e hizo observaciones muy
precisas del gran eclipse sobrenatural que tuvo lugar en el tiempo de la
crucifixión de nuestro Salvador.
La santidad de su forma de vivir y la pureza de sus
maneras le recomendaron de tal manera ante los cristianos en general que fue
designado obispo de Atenas.
NICODEMO
Nicodemo, un benevolente cristiano de alguna
distinción, sufrió en Roma durante el furor de la persecución de Domiciano.
PROTASIO Y GERVASIO FUERON MARTIRIZADOS EN
MILÁN.
Timoteo, el célebre discípulo de San Pablo, fue
obispo de Éfeso, donde gobernó celosamente la Iglesia hasta el 97 d.C. En este
tiempo, cuando los paganos estaban para celebrar una fiesta llamada Catagogión,
Timoteo, enfrentándose a la procesión, los reprendió severamente por su ridícula
idolatría, lo que exasperó de tal manera al pueblo que cayeron sobre él con
palos, y lo apaliaron de manera tan terrible que expiró dos días después por
efecto de los golpes.
LA TERCERA
PERSECUCIÓN, BAJO TRAJANO, 108 D.C.
PLINIO
En la tercera persecución, Plinio el Joven, hombre
erudito y famoso, viendo la lamentable matanza de cristianos, y movido por ella
a compasión, escribió a Trajano, comunicándole que había muchos miles de ellos
que eran muertos a diario, que no habían hecho nada contrario a las leyes de
Roma, por lo que no merecían persecución.
«Todo lo que ellos contaban acerca de su crimen o
error (como se tenga que llamar) sólo consistía en esto: que solían reunirse en
determinado día antes del amanecer, y repetir juntos una oración compuesta en
honor de Cristo como Dios, y a comprometerse por obligación no ciertamente a
cometer maldad alguna, sino al contrario, a nunca cometer hurtos, robos o
adulterio, a nunca falsear su palabra, a nunca defraudar a nadie; después de lo
cual era costumbre separarse, y volverse a reunir después para participar en
común de una comida inocente.»
IGNACIO
En esta persecución sufrieron el bienaventurado
mártir Ignacio, que es tenido en gran reverencia entre muchos. Este Ignacio
había sido designado al obispado de Antioquía, siguiendo a Pedro en sucesión.
Algunos dicen que al ser enviado de Siria a Roma, porque profesaba a Cristo,
fue entregado a las fieras para ser devorado.
También se dice de él que cuando pasó por Asia [la
actual Turquía], estando bajo el más estricto cuidado de sus guardianes,
fortaleció y confirmó a las iglesias por todas las ciudades por donde pasaba,
tanto con sus exhortaciones como predicando la Palabra de Dios. Así, habiendo
negado a Esmirna, escribió a la Iglesia de Roma, exhortándoles para que no
emplearan medio alguno para liberarle de su martirio, no fuera que le privaran
de aquello que más anhelaba y esperaba. «Ahora comienzo a ser un discípulo.
Nada me importa de las cosas visibles o invisibles, para poder sólo ganar a
Cristo.
¡Que el fuego y la cruz, que manadas de bestias
salvajes, que la rotura de los huesos y el desgarramiento de todo el cuerpo, y
que toda la malicia del diablo vengan sobre mí!; ¡sea así, si sólo puedo ganar
a Cristo Jesús!» E incluso cuando fue sentenciado a ser echado a las fieras,
tal era el ardiente deseo que tenía de padecer, que decía, cada vez que oía
rugir a los leones: «Soy el trigo de Cristo; voy a ser molido con los dientes
de fieras salvajes para que pueda ser hallado pan puro».
ALEJANDRO
Adriano, el sucesor de Trajano, prosiguió esta
tercera persecución con tanta severidad como su sucesor. Alrededor de este
tiempo fueron martirizados Alejandro, obispo de Roma, y sus dos diáconos;
también Quirino y Hermes, con sus familias; Zeno, un noble romano, y alrededor
de diez mil otros cristianos.
Muchos fueron crucificados en el Monte Ararat,
coronados de espinas, siendo traspasados con lanzas, en imitación de la pasión
de Cristo. Eustaquio, un valiente comandante romano, con muchos éxitos militares,
recibió la orden de parte del emperador de unirse a un sacrificio idolátrico
para celebrar algunas de sus propias victorias.
Pero su fe (pues era cristiano de corazón) era
tanto más grande que su vanidad, que rehusó noblemente. Enfurecido por esta negativa,
el desagradecido emperador olvidó los servicios de este diestro comandante, y
ordenó su martirio y el de toda su familia.
FAUSTINES Y JOVITAS
En el martirio de Faustines y Jovitas, que eran
hermanos y ciudadanos de Brescia, tantos fueron sus padecimientos y tan grande
su paciencia, que el Calocerio, un pagano, contemplándolos, quedó absorto de
admiración, y exclamó, en un arrebato: « ¡Grande es el Dios de los cristianos!
», por lo cual fue prendido y se le hizo sufrir pareja suerte.
QUADRATUS
Muchas otras crueldades y rigores tuvieron que
sufrir los cristianos, hasta que Quadratus, obispo de Atenas, hizo una erudita
apología en su favor delante del emperador, que estaba entonces presente, y
Arístides, un filósofo de la misma ciudad, escribió una elegante epístola, lo
que llevó a Adriano a disminuir su severidad y a ceder en favor de ellos.
Adriano, al morir en el 138 d.C., fue sucedido por
Antonino Pío, uno de los más gentiles monarcas que jamás minara, y que detuvo
las persecuciones contra los cristianos.
LA CUARTA
PERSECUCIÓN, BAJO MARCO AURELIO ANTONINO, 162 D.C.
Marco Aurelio sucedió en el trono en el año 161 de
nuestro Señor, era un hombre de naturaleza más rígida y severa, y aunque
elogiable en el estudio de la filosofía y en su actividad de gobierno, fue duro
y fiero contra los cristianos, y desencadenó la cuarta persecución.
Las crueldades ejecutadas en esta persecución
fueron de tal calibre que muchos de los espectadores se estremecían de honor al
verlas, y quedaban atónitos ante el valor de los sufrientes. Algunos de los
mártires eran obligados a pasar, con sus pies ya heridos, sobre espinas,
clavos, aguzadas conchas, etc., puestos de punta; otros eran azotados hasta que
quedaban a la vista sus tendones y venas, y, después de haber sufrido los más
atroces tormentos que pudieran inventarse, eran destruidos por las muertes más
temibles.
GERMANICO
Germánico, un hombre joven, pero verdadero
cristiano, siendo entregado a las fieras a causa de su fe, se condujo con un
valor tan asombroso que varios paganos se convirtieron a aquella fe que
inspiraba tal arrojo.
POLICARPO
Policarpo, el venerable obispo de Esmirna, se
ocultó al oír que le estaban buscando, pero fue descubierto por un niño. Tras
dar una comida a los guardas que le habían prendido, les pidió una hora de
oración, lo que le permitieron, y oró con tal fervor que los guardas que le
habían arrestado sintieron haberlo hecho. Sin embargo, lo llevaron ante el
procónsul, y fue condenado y quemado en la plaza del mercado.
El procónsul le apremió, diciendo: «Jura, y te daré
la libertad: Blasfema contra Cristo.»
Policarpo le respondió: «Durante ochenta y seis
años le he servido, y nunca me ha hecho mal alguno: ¿Cómo voy yo a blasfemar
contra mi Rey, que me ha salvado?» En la estaca fue sólo atado, y no clavado
como era costumbre, porque les aseguró que se iba a quedar inmóvil; al
encenderse la hoguera, las llamas rodearon su cuerpo, como un arco, sin
tocarlo; entonces dieron orden al verdugo que lo traspasara con una espada, con
lo que manó tal cantidad de sangre que apagó el fuego.
Sin embargo se dio orden, por instigación de los
enemigos del Evangelio, especialmente judíos, de que su cuerpo fuera consumido
en la hoguera, y la petición de sus amigos, que querían darle cristiana
sepultura, fue rechazada. Sin embargo, recogieron sus huesos y tanto de sus
restos como pudieron, y los hicieron enterrar decentemente.
METRODORO, PIONIO, CARPO Y PAPILO
Metrodoro, un ministro que predicaba denodadamente,
y Pionio, que hizo varias excelentes apologías de la fe cristiana, fueron
también quemados. Carpo y Papilo, dos dignos cristianos, y Agatónica, una
piadosa mujer, sufrió el martirio en Pergamópolis, en Asia.
FELICITATE
Felicitate, una ilustre dama romana, de una
farnilia de buena posición, y muy virtuosa, era una devota cristiana. Tenía
siete hijos, a los que había educado con la más ejemplar piedad.
FLIX, FELIPE, ALEJANDRO,
VITAL Y MARCIAL
Enero, el mayor, fue flagelado y prensado hasta
morir con pesos; Félix y Felipe, que le seguían en edad, fueron descerebrados
con garrotes; Silvano, el cuarto, fue asesinado siendo echado a un precipicio;
y los tres hijos menores, Alejandro, Vital y Marcial, fueron decapitados. La
madre fue después decapitada con la misma espada que los otros tres.
JUSTINO
Justino, el célebre filósofo, murió mártir en esta
persecución. Era natural de Nápolis, en Samaria, y había nacido el 103 d.C. Fue
un gran amante de la verdad y erudito universal; investigó las filosofías
estoica y peripatética, y probó la pitagórica, pero, disgustándole la conducta
de uno de sus profesores, investigó la platónica, en la que encontró gran
deleite. Alrededor del año 13 3, a los treinta años, se convirtió al
cristianismo, y entonces, por vez primera, percibió la verdadera naturaleza de
la verdad.
Escribió una elegante epístola a los gentiles, y
empleó sus talentos para convencer a los judíos de la verdad de los ritos
cristianos. Dedicó gran tiempo a viajar, hasta que estableció su residencia en
Roma, en el monte Viminal.
Abrió una escuela pública, enseñó a muchos que
posteriormente fueron personajes prominentes, y escribió un tratado para
confutar las herejías de todo tipo. Cuando los paganos comenzaron a tratar a
los cristianos con gran severidad, Justino escribió su primera apología en
favor de ellos. Este escrito exhibe una gran erudición y genio, e hizo que el
emperador publicara un edicto en favor de los cristianos.
Poco después entró en frecuentes discusiones con
Crescente, persona de vida viciosa, pero que era un célebre filósofo cínico;
los argumentos de Justino fueron tan poderosos, pero odiosos para el cínico,
que decidió, y consiguió, su destrucción.
La segunda apología de Justino, debido a ciertas
cosas que contenía, dio al cínico Crescente una oportunidad para predisponer al
emperador en contra de su autor, y por esto Justino fue arrestado, junto con
seis compañeros suyos. Al ordenársele que sacrificara a los ídolos paganos,
rehusaron, y fueron condenados a ser azotados, y a continuación decapitados;
esta sentencia se cumplió con toda la severidad imaginable.
Varios fueron decapitados por rehusar sacrificar a
la imagen de Júpiter, en particular Concordó, diácono de la ciudad de Spolito.
Al levantarse en armas contra Roma algunas de las
agitadas naciones del norte, el emperador se puso en marcha para enfrentarse a
ellas. Sin embargo, se vio atrapado en una emboscada, y temió perder todo su
ejército. Encerrado entre montañas, rodeado de enemigos y muriéndose de sed, en
vano invocaron a las deidades paganas, y entonces ordenó a los hombres que
pertenecían a la militine, o legión del trueno, que oraran a su Dios pidiendo
socorro.
De inmediato tuvo lugar una milagrosa liberación;
cayó una cantidad prodigiosa de lluvia, que fue recogida por los hombres,
haciendo presas, y dio un alivio repentino y asombroso. Parece que la tormenta,
que se abatió intensamente sobre los rostros de los enemigos, los intimidó de
tal manera, que una parte desertó hacia el ejército romano; el resto fueron
derrotados, y las provincias rebeldes fueron totalmente recuperadas.
Este asunto hizo que la persecución amainara por
algún tiempo, al menos en aquellas zonas inmediatamente bajo la inspección del
emperador, pero nos encontramos que pronto se desencadenó en Francia,
particularmente en Lyon, donde las torturas que fueron impuestas a muchos de
los cristianos casi rebasan la capacidad de descripción.
MÁS MARTIRES
Los principales de estos mártires fueron un joven
llamado Vetio Agato; Blandina, una dama cristiana de débil constitución;
Sancio, que era diácono en Vienna; a éste le aplicaron platos de bronce al rojo
vivo sobre las partes más sensibles de su cuerpo; Biblias, una débil mujer que
había sido apóstata anteriormente. Attalo, de Pérgamo, y Potino, el venerable
obispo de Lyon, que tenía noventa años.
El día en que Blandina y otros tres campeones de la
fe fueron llevados al anfiteatro, a ella la colgaron de un madero fijado sobre
el suelo, y la expusieron a las fieras como alimento-, mientras tanto ella, con
sus fervorosas oraciones, alentaba a los otros. Pero ninguna de las fieras la
tocó, por lo que fue vuelta a llevar a la mazmorra. Cuando fue sacada por tercera
y última vez, salió acompañada por Póntico, un joven de quince años, y la
constancia de la fe de ellos enfureció de tal manera a la multitud que no
fueron respetados ni el sexo de ella ni la juventud de él, y los hicieron
objeto de todo tipo de castigos y torturas. Fortalecido por Blandina, el
muchacho perseveró hasta la muerte; y ella, después de soportar los tori-nentos
mencionados, fue finalmente muerta con espada.
En estas ocasiones, cuando los cristianos recibían
el martirio, iban tomados y coronados con guirnaldas de flores; por ellas, en
el cielo, recibían eternas coronas de gloria.
Se ha dicho que las vidas de los cristianos
primitivos consistía de «persecución por encima del suelo y oración por debajo
del suelo.» Sus vidas están expresadas por el Coliseo y las catacumbas. Debajo
de Roma están los subterráneos que llamamos las catacumbas, que eran a la vez
templos y tumbas. La primitiva Iglesia en Roma podría ser llamada con razón la
Iglesia de las Catacumbas. Hay unas sesenta catacumbas cerca de Roma, en las
que se han seguido unas seiscientas millas de galerías, y esto no es la
totalidad. Estas galerías tienen una altura de alrededor de ocho pies (2,4
metros) y una anchura de entre tres a cinco pies (de casi 1 metro hasta 1,5), y
contienen a cada lado varias hileras de recesos largos, bajos, horizontales,
uno encima de otros como a modo de literas en un barco.
En estos nichos eran puestos los cadáveres, y eran
cerrados bien con una simple lápida de mármol, o con varias grandes losas de
tierra cocida ligadas con mortero. En estas lápidas o losas hay grabados o
pintados epitafios y símbolos. Tanto los paganos como los cristianos sepultaban
a sus muertos en estas catacumbas. Cuando se abrieron los sepulcros cristianos,
los esqueletos contaron su temible historia. Se encuentran cabezas separadas
del cuerpo; costillas y clavículas rotas, huesos frecuentemente calcinados por
el fuego. Pero a pesar de la terrible historia de persecución que podemos leer
ahí, las inscripciones respiran paz, gozo y triunfo. Aquí tenemos unas cuantas:
«Aquí yace Marcia, puesta a reposar en un sueño de
paz.»
«Lorenzo a su más dulce hijo, llevado por los
ángeles.»
«Victorioso en paz y en Cristo.»
«Al ser llamado, se fue en paz.»
Recordemos, al leer estas inscripciones la historia
que los esqueletos cuentan de persecución, tortura y fuego.
Pero la plena fuerza de estos epitafios se aprecia
cuando los contrastarnos con los epitafios paganos, como:
«Vive para esta hora presente, porque de nada más
estamos seguros.»
«Levanto mi mano contra los dioses que me
arrebataron a los veinte años, aunque nada malo había hecho.»
«Una vez no era. Ahora no soy. Nada sé de ello, y
no es mi preocupación.»
«Peregrino, no me maldigas cuando pases por aquí,
porque estoy en tinieblas y no puedo responder.»
Los más frecuentes símbolos cristianos en las
paredes de las catacumbas son el buen pastor con el cordero en sus hombros, una
nave con todo el velamen, arpas, anclas, coronas, vides, y por encima de todo,
el pez.
LA QUINTA
PERSECUCIÓN, COMENZANDO CON SEVERO, EL 192 D.C.
Severo, recuperado de una grave enfermedad por los
cuidados de un cristiano, Regó a ser un gran favorecedor de los cristianos en
general; pero al prevalecer los prejuicios y la furia de la multitud ignorante,
se pusieron en acción unas leyes obsoletas contra los cristianos. El avance del
cristianismo alarmaba a los paganos, y reavivaron la enmohecida calumnia de
achacar a los cristianos les desgracias accidentales que sobrevenían. Esta
persecución se desencadenó en el 192 d.C.
Pero aunque rugía la malicia persecutoria, sin
embargo el Evangelio resplandecía fulgurosamente; y firme como inexpugnable
roca resistía con éxito a los ataques de sus chillones enemigos. Tertuliano,
que vivió en esta época, nos informa de que si los cristianos se hubieran ido
en masa de los territorios romanos, el imperio habría quedado despoblado en
gran manera.
MÁRTIRES DEL SIGLO 3°
Víctor, obispo de Roma, sufrió el martirio en el
primer año del siglo tercero, el 201 d.C. Leónidas, padre del célebre Orígenes,
fue decapitado por cristiano. Muchos de los oyentes de Orígenes también
sufrieron el martirio; en particular dos hermanos, llamados Plutarco y Sereno;
otro Sereno, Herón y Heráclides, fueron decapitados. A Rhais le derramaron brea
hirviendo sobre la cabeza, y luego lo quemaron, como también su madre Marcela.
Potainiena, hermana de Rhais, fue ejecutada de la misma forma que Rhais; pero
Basflides, oficial del ejército, a quien se le ordenó que asistiera a la
ejecución, se convirtió.
Al pedírsele a Basílides, que era oficial, que
hiciera un cierto juramento, rehusó, diciendo que no podría jurar por los
ídolos romanos, por cuanto era cristiano. Llenos de estupor, los del populacho
no podían al principio creer lo que oían; pero tan pronto él confirmó lo que
había dicho, fue arrastrado ante el juez, echado en la cárcel, y poco después
decapitado.
IRENEO
Ireneo, obispo de Lyon, había nacido en Grecia, y
recibió una educación esmerada y cristiana. Se supone generalmente que el
relato de las persecuciones en Lyon fue escrito por él mismo. Sucedió al mártir
Potino como obispo de Lyon, y gobernó su diócesis con gran discreción; era un
celoso oponente de las herejías en general, y alrededor del 187 d.C. escribió
un célebre tratado contra las herejías. Víctor, obispo de Roma, queriendo
imponer allí la observancia de la Pascua en preferencia a otros lugares,
ocasionó algunos desórdenes entre los cristianos. De manera particular, Ireneo
le escribió una epístola sinódica, en nombre de las iglesias galicanas. Este
celo en favor del cristianismo lo señaló como objeto de resentimiento ante el
emperador, y fue decapitado el 202 d.C.
Extendiéndose las persecuciones a África, muchos
fueron martirizados en aquel lugar del globo; mencionaremos a los más
destacados entre ellos.
Perpetua, de unos veintidós años, casada. Los que
sufrieron con ella fueron Felicitas, una mujer casada y ya en muy avanzado
estado de gestación cuando fue arrestada, y Revocato, catecúmeno de Cartago, y
un esclavo. Los nombres de los otros presos destinados a sufrir en esta ocasión
eran Saturnino, Secundulo y Satur. En el día señalado para su ejecución fueron
llevados al anfiteatro. A Satur, Secúndulo y Revocato les mandaron que
corrieran entre los cuidados de las fieras.
Estos, dispuestos en dos hileras, los flagelaron
severamente mientras corrían entre ellos. Felicitas y Perpetua fueron
desnudadas para echarlas a un toro bravo, que se lanzó primero contra Perpetua,
dejándola inconsciente; luego se abalanzó contra Felicitas, y la empitonó
terriblemente; pero no habían quedado muertas, por lo que el verdugo las
despachó con una espada. Revocato y Satur fueron devorados por las fieras;
Saturnino fue decapitado, y Secúndulo murió en la cárcel. Estas ejecuciones
tuvieron lugar en el ocho de marzo del año 205 D. C
Esperato y otros doce fueron decapitados, lo mismo
que Androcles en Francia. Asclepiades, obispo de Antioquía, sufrió muchas
torturas, pero no fue muerto.
CECILIA Y VALERIANO
Cecilia, una joven dama de una buena familia en
Roma, fue casada con un caballero llamado Valeriano, y convirtió a su marido y
hermano, que fueron decapitados; el máximo, u oficial, que los llevó a la
ejecución, fue convertido por ellos, y sufrió su misma suerte. La dama fue
echada desnuda en un baño hirviente, y permaneciendo allí un tiempo considerable,
la decapitaron con una espada. Esto sucedió el 222 d.C.
CALIXTO Y URBANO
Calixto, obispo de Roma, sufrió martirio el 224
d.C., pero no se registra la forma de su muerte; Urbano, obispo de Roma, sufrió
la misma suerte el 232 d.C.
LA SEXTA
PERSECUCIÓN, BAJO MAXIMINO, EL 235 D.C.
El 235 d.C. comenzó, bajo Maximino, una nueva
persecución. El gobernador de Capadocia, Seremiano, hizo todo lo posible para
exterminar a los cristianos de aquella provincia.
CRISTIANOS EJECUTADOS
Las personas principales que murieron bajo este
reinado fueron Pontiano, obispo de Roma; Anteros, un griego, su sucesor, que
ofendió al gobierno al recogerlas actas de los mártires. Pamaquio y Quirito,
senadores romanos, junto con sus familias enteras, y muchos otros cristianos; Simplicio,
también senador, Calepodio, un ministro cristiano, que fue echado al Tiber,
Martina, una noble y hermosa doncella; e Hipólito, un prelado cristiano, que
fue atado a un caballo indómito, y arrastrado hasta morir.
Durante esta persecución, suscitada por Maximino,
muchísimos cristianos fueron ejecutados sin juicio, y enterrados
indiscriminadamente a montones, a veces cincuenta o sesenta echados juntos en
una fosa común, sin la más mínima decencia.
Al morir el tirano Maximino en el 238 d.C., le
sucedió Gordiano, y durante su reinado, así como el de su sucesor, Felipe, la
Iglesia estuvo libre de persecuciones durante más de diez años; pero en el 249
d.C. se desató una violenta persecución en Alejandría, por instigación de un
sacerdote pagano, sin conocimiento del emperador.
LA SÉPTIMA
PERSECUCIÓN, BAJO DECIO, EL 249 D.C.
Ésta estuvo ocasionada en parte por el
aborrecimiento que tenía contra su predecesor Felipe, que era considerado
cristiano, y tuvo lugar en parte por sus celos ante el asombroso avance del
cristianismo; porque los templos paganos comenzaban a ser abandonados, y las
iglesias cristianas estaban llenas.
Estas razones estimularon a Decio a intentar la
extirpación del nombre mismo de cristiano; y fue cosa desafortunada para el
Evangelio que varios errores se habían deslizado para este tiempo dentro de la
Iglesia; los cristianos estaban divididos entre sí; los intereses propios
dividían a aquellos a los que el amor social debía haber mantenido unidos; y la
virulencia del orgullo dio lugar a una variedad de facciones.
Los paganos, en general, tenían la ambición de
poner en acción los decretos imperiales en esta ocasión, y consideraban el
asesinato de los cristianos como un mérito para sí mismos. En esta ocasión los
mártires fueron innumerables; pero haremos relación de los principales.
FABIANO
Fabiano, obispo de Roma, fue la primera persona en
posición eminente que sintió la severidad de esta persecución. El difunto
emperador había puesto su tesoro al cuidado de este buen hombre, debido a su
integridad. Pero Decio, al no hallar tanto como su avaricia le había hecho
esperar, decidió vengarse del buen prelado. Fue entonces arrestado, y
decapitado el 20 de enero del 250 d.C.
JULIAN
Julián, nativo de Cilicia, como nos informa San
Crisóstomo, fue arrestado por ser cristiano. Fue metido en una bolsa de cuero,
junto con varias serpientes y escorpiones, y echado así al mar.
PEDRO
Pedro, un joven muy atractivo tanto de físico como
por sus cualidades intelectuales, fue decapitado por rehusar sacrificar a
Venus. En el juicio declaró: «Estoy atónito de que sacrifiquéis a una mujer tan
infame, cuyas abominaciones son registradas por vuestros mismos historiadores,
y cuya vida consistió de unas acciones que vuestras mismas leyes castigarían.
No, al verdadero Dios ofreceré yo el sacrificio aceptable de alabanzas y
oraciones.» Al oír esto Optimo, procónsul de Asia, ordenó al preso que fuera
estirado en la rueda de tormento, rompiéndole todos los huesos, y luego fue
enviado a ser decapitado.
NICOMACO
A Nicomaco, hecho comparecer ante el procónsul como
cristiano, le mandaron que sacrificara a los ídolos paganos. Nicomaco replicó:
«No puedo dar a demonios la reverencia debida sólo al Todopoderoso.» Esta
manera de hablar enfureció de tal manera al procónsul que Nicomaco fue puesto
en el potro. Después de soportar los tormentos durante un tiempo, se retractó;
pero apenas si había dado tal prueba de debilidad que cayó en las mayores
agonías, cayó al suelo, y expiró inmediatamente.
DENISA
Denisa, una joven de sólo dieciséis años, que
contempló este terrible juicio, exclamó de repente: «Oh infeliz, ¡para qué
comprar un momento de alivio a costa de una eternidad de miseria! » Optimo, al
oír esto, la llamó, y al reconocerse Denisa como cristiana, fue poco después
decapitada, por orden suya.
ANDRES Y PABLO
Andrés y Pablo, dos compañeros de Nicomaco el
mártir, sufrieron el martirio el 251 d.C. por lapidación, y murieron clamando a
su bendito Redentor.
ALEJANDRO Y EPIMACO
Alejandro y Epimaco, de Alejandría, fueron
arrestados por ser cristianos; al confesar que efectivamente lo eran, fueron
golpeados con estacas, desgarrados con garfios, y al final quemados con fuego;
también se nos informa, en un fragmento preservado por Eusebio, que cuatro
mujeres mártires sufrieron aquel mismo día, y en el mismo lugar, pero no de la
misma manera, por cuanto fueron decapitadas.
LUCIANO Y MARCIANO
Luciano y Marciano, dos malvados paganos, aunque
hábiles magos, se convirtieron al cristianismo, y para expiar sus antiguos
errores vivieron como eremitas, sustentándose sólo con pan y agua. Después de
un tiempo en esta condición, devinieron celosos predicadores, e hicieron muchos
convertidos. Sin embargo, rugiendo en este entonces la persecución, fueron
arrestados y llevados ante Sabinio, el gobernador de Bitinia. Al preguntárseles
en base de qué autoridad se dedicaban a predicar, Luciano contestó: «Que las
leyes de la caridad y de la humanidad obligaban a todo hombre a buscar la
conversión de sus semejantes, y a hacer todo lo que estuviera en su poder para
liberarlos de las redes del diablo.»
Habiendo respondido Luciano de esta manera,
Marciano añadió que la conversión de ellos «había tenido lugar por la misma
gracia que le había sido dada a San Pablo, que, de celoso perseguidor de la
Iglesia, se convirtió en predicador del Evangelio».
Viendo el procónsul que no podía prevalecer sobre
ellos para que renunciaran a su fe, los condenó a ser quemados vivos, sentencia
que fue pronto ejecutada.
TRIFON Y RESPICIO
Trifón y Respicio, dos hombres eminentes, fueron
aprehendidos como cristianos, y encarcelados en Niza. Sus pies fueron
traspasados con clavos; fueron arrastrados por las calles, azotados,
desgarrados con garfios de hierro, quemados con antorchas, y finalmente
decapitados, el 1 de febrero del 251 d.C.
AGATA
Agata, una dama siciliana, no era tan notable por
sus dotes personales y adquiridas como por su piedad; tal era su hermosura que
Quintiano, gobernador de Sicilia, se enamoró de ella, e hizo muchos intentos
por vencer su castidad, pero sin éxito. A fin de gratificar sus pasiones con la
mayor facilidad, puso a la virtuosa dama en manos de Afrodica, una mujer infame
y licenciosa. Esta miserable trató, con sus artificios, de ganarla a la deseada
prostitución, pero vio fallidos todos sus esfuerzos, porque la castidad de
Agata era inexpugnable, y ella sabía muy bien que sólo la virtud podría
procurar una verdadera dicha, Afrodica hizo saber a Quintiano la inutilidad de
sus esfuerzos, y éste, enfurecido al ver sus designios torcidos, cambió su
concupiscencia en resentimiento.
Al confesar ella que era cristiana, decidió
satisfacerse con la venganza, al no poderlo hacer con su pasión. Siguiendo
órdenes suyas, fue flagelada, quemada con hierros candentes, y desgarrada con
aguzados garfios. Habiendo soportado estas torturas con una admirable
fortaleza, fue luego puesta desnuda sobre ascuas mezcladas con vidrio, y luego
devuelta a la cárcel, donde expiró el 5 de febrero del 251.
CIRILO
Cirilo, obispo de Gortyna, fue arrestado por
órdenes de Lucio, gobernador de aquel lugar, que sin embargo le exhortó a
obedecer la orden imperial, a hacer los sacrificios, y salvar su venerable
persona de la destrucción; porque ahora tenía ochenta y cuatro años. El buen
prelado le contestó que como había enseñado a otros durante mucho tiempo que
salvaran sus almas, ahora sólo podía pensar en su propia salvación. El digno
prelado escuchó su sentencia, dada con furor, sin la menor emoción, anduvo
animosamente hasta el lugar de la ejecución, y sufrió su martirio con gran
entereza.
En ningún lugar se manifestó esta persecución con
tanta saña como en la isla de Creta, porque el gobernador, sumamente activo en
la ejecución de los edictos imperiales, hizo correr a ríos la sangre de los
piadosos.
BABYLAS
Babylas, un cristiano con educación académica,
llegó a ser obispo de Antioquía el 237 d.C., después de Zebino. Actuó con un
celo sin parangón, y gobernó la Iglesia con una prudencia admirable durante los
tiempos más tormentosos.
La primera desgracia que tuvo lugar en Antioquía
durante su misión fue su asedio por Sapor, rey de Persia, que, habiendo
invadido toda la Siria, tomó y saqueó esta ciudad entre otras, y trató a los
moradores cristianos de la ciudad con mayor dureza que a los otros; pero pronto
fue derrotado totalmente por Gordiano.
Después de la muerte de Gordiano, en el reinado de
Decio, este emperador vino a Antioquía, y allí, expresando su deseo de visitar
una asamblea de cristianos; pero Babylas se le opuso, y se negó absolutamente a
que entrara. El emperador disimuló su ira en aquel tiempo, pero pronto envió a
buscar al obispo, reprendiéndole duramente por su insolencia, y luego le ordenó
que sacrificara a las deidades paganas como expiación por su ofensa. Al
rehusar, fue echado en la cárcel, cargado de cadenas, tratado con la mayor
severidad, y luego decapitado, junto con tres jóvenes que habían sido sus
alumnos. Esto sucedió el 251 d.C.
Alejandro, obispo de Jerusalén, fue encarcelado por
su religión por este mismo tiempo, y allí murió debido a la dureza de su
encierro.
JULIANO
Juliano, un anciano y cojo debido a la gota, y
Cronión, otro cristiano, fueron atados a las jorobas de unos camellos,
flagelados cruelmente, y luego echados a un fuego y consumidos. También
cuarenta doncellas fueron quemadas en Antioquía, después de haber sido
encarceladas y flageladas.
SOLDADOS EN LA CUEVA
En el año 251 de nuestro Señor, el emperador Decio,
después de haber erigido un templo pagano en Éfeso, ordenó que todos los
habitantes de la ciudad sacrificaran a los ídolos. Esta orden fue noblemente rechazada
por siete de sus propios soldados, esto es, Maximiano, Marciano, Joanes, Malco,
Dionisio, Seraión y Constantino. El emperador, queriendo ganar a estos soldados
a que renunciaran a su fe mediante sus exhortaciones y lenidad, les dio un
tiempo considerable de respiro hasta volver de una expedición. Durante la
ausencia del emperador, estos huyeron y se ocultaron en una cueva; al saber
esto el emperador a su vuelta, la boca de la cueva fue cegada, y todos murieron
de hambre.
TEODORA
Teodora, una hermosa y joven dama de Antioquía
rehusó sacrificar a los ídolos de Roma, y fue condenada al burdel, para que su
virtud fuera sacrificada a la brutalidad de la concupiscencia. Dídimo, un
cristiano, se disfrazó con un uniforme de soldado romano, fue al burdel, informó
a Teodora de quién era, y la aconsejó a que huyera disfrazada con sus ropas.
Hecho esto, y al encontrarse un hombre en el burdel
en lugar de una hermosa dama, Dídimo fue llevado ante el gobernador, a quien le
confesó la verdad; al reconocerse cristiano, de inmediato fue pronunciada
contra él la sentencia de muerte. Teodora, al oír que su liberador iba a
sufrir, acudió ante el juez, y rogó que la sentencia recayera sobre ella como
la persona culpable; pero sordo a los clamores de los inocentes, e insensible a
las demandas de la justicia, el implacable juez condenó a ambos; y fueron
ejecutados, primero decapitados, y luego sus cuerpos quemados.
SECUNDIANO
Secundiano, acusado de ser cristiano, estaba siendo
llevado a la cárcel por varios soldados. Por el camino, Veriano y Marcelino les
dijeron: «¿A dónde lleváis a un inocente?» Esta pregunta llevó al arresto de
ellos, y los tres, tras haber sido torturados, fueron colgados y decapitados.
ORIGENES
Orígenes, el célebre presbítero y catequista de
Alejandría, fue arrestado cuando tenía sesenta y cuatro años, y fue arrojado en
una inmunda mazmorra, cargado de cadenas, con los pies en el cepo, y sus
piernas extendidas al máximo durante varios días seguidos. Fue amenazado con
fuego, y torturado con todos los medios prolijos que pudieran inventar las
mentes más infernales. Durante este cruel y prolongado tormento murió el
emperador Decio, y Gallo, que le sucedió, se enzarzó en una guerra contra los
godos, con lo que los cristianos tuvieron un respiro. Durante este intervalo,
Orígenes obtuvo la libertad, y, retirándose a Tiro, se quedó allá hasta su
muerte, que le sobrevino a los sesenta y nueve años de edad.
COMELIO Y LUCIO
Habiendo Gallo concluido sus guerras, se desató una
plaga en el imperio; el emperador ordenó entonces sacrificios a las deidades
paganas, y se desencadenaron persecuciones desde el corazón del imperio,
extendiéndose hasta las provincias más apartadas, y muchos cayeron mártires de
la impetuosidad del populacho, así como del prejuicio de los magistrados. Entre
estos mártires estuvieron Comelio, obispo cristiano de Roma, y su sucesor
Lucio, en el 253.
La mayoría de los errores que se introdujeron en la
Iglesia en esta época surgieron por poner la razón humana en competición con la
revelación; pero al demostrar los teólogos más capaces la falacia de tales
argumentos, las opiniones que se habían suscitado se desvanecieron como las
estrellas delante del sol.
LA OCTAVA
PERSECUCIÓN, BAJO VALERIANO, 257 D.C.
Ésta comenzó bajo Valeriano, en el mes de abril del
257 d.C., y continuó durante tres años y seis meses. Los mártires que cayeron
en esta persecución fueron innumerables, y sus torturas y muertes igual de
variadas y penosas. Los más eminentes entre los mártires fueron los siguientes,
aunque no se respetaron ni rango, ni sexo ni edad.
RUFINA Y SECUNDA
Rufina y Secunda eran dos hermosas y cumplidas
damas, hijas de Asterio, un caballero eminente en Roma. Rufina, la mayor,
estaba prometida en matrimonio a Armentario, un joven noble; Secunda, la menor,
a Verino, persona de alcurnia y opulencia. Los pretendientes, al comenzar la
persecución, eran ambos cristianos; pero cuando surgió el peligro, renunciaron
a su fe para salvar sus fortunas. Se esforzaron entonces mucho en persuadir a
las damas a que hicieran lo mismo, pero, frustrados en sus Propósitos, fueron
tan abyectos como para informar en contra de ellas, que, arrestadas como
cristianas, fueron hechas comparecer ante Junio Donato, gobernador de Roma,
donde, en el 257 d.C., sellaron su martirio con su sangre.
ESTEBAN Y SATURNINO
Esteban, obispo de Roma, fue decapitado aquel mismo
año, y por aquel tiempo Saturnino, el piadoso obispo ortodoxo de Toulouse, que
rehusó sacrificar a los ídolos, fue tratado con todas las más bárbaras
indignidades imaginables, y atado por los pies a la cola de un toro. Al darse
una señal, el enfurecido animal fue conducido escaleras abajo por las
escalinatas del templo, con lo que él fue destrozado el cráneo del digno mártir
hasta salírsele los sesos.
SIXTO
Sixto sucedió a Esteban como obispo de Roma. Se
supone que era griego de nacimiento u origen, y había servido durante un tiempo
como diácono bajo Esteban. Su gran fidelidad, singular sabiduría y valor no
común lo distinguieron en muchas ocasiones; y la feliz conclusión de una
controversia con algunos herejes es generalmente adscrita a su piedad y
prudencia. En el año 258, Marciano, que dirigía los asuntos del gobierno en
Roma, consiguió una orden del emperador Valeriano para dar muerte a todo el
clero cristiano de Roma, y por ello el obispo, con seis de sus diáconos, sufrió
el martirio en el 258.
LORENZO
Acerquémonos al fuego del martirizado Lorenzo, para
que nuestros fríos corazones sean por él hechos arder. El implacable tirano,
sabiendo que no sólo era ministro de los sacramentos, sino también distribuidor
de las riquezas de la Iglesia, se prometía una doble presa con el arresto de
una sola persona. Primero, con el rastrillo de la avaricia, conseguir para sí
mismo el tesoro de cristianos pobres; luego, con el feroz bieldo de la tiranía,
para agitarlos y perturbarlos, agotarlos en su profesión.
Con un rostro feroz y cruel semblante, el codicioso
lobo exigió saber dónde Lorenzo había repartido las riquezas de la Iglesia;
éste, pidiendo tres días de tiempo, prometió declarar dónde podría conseguir el
tesoro. Mientras tanto, hizo congregar una gran cantidad de cristianos pobres.
Así, cuando llegó el día en que debía dar su respuesta, el perseguidor le
ordenó que se mantuviera fiel a su promesa. Entonces, el valiente Lorenzo,
extendiendo sus brazos hacia los pobres, dijo: «Estos son el precioso tesoro de
la Iglesia; estos son verdaderamente el tesoro, aquellos en los que reina la fe
de Cristo, en los que Jesucristo tiene su morada.
¿Qué joyas más preciosas puede tener Cristo, que
aquellos en quienes ha prometido morar? Porque así está escrito: «Tuve hambre,
y me disteis de comer, tuve sed, y me disteis de beber, fui forastero, y me
recogisteis.» Y también: «Por cuanto lo hicisteis a uno de estos más pequeños
de mis hermanos, a mí me lo hicisteis.» ¿Qué mayores riquezas puede poseer
Cristo nuestro Maestro que el pueblo pobre en quien quiere ser visto?»
¡Ah!, ¿qué lengua puede expresar el furor y la
rabia del corazón del tirano? Ahora pateaba, echaba furiosas miradas,
gesticulaba amenazante, se comportaba como enajenado: sus ojos echaban fuego,
la boca espumajeaba como la de un jabalí, y mostraba los dientes como un
infernal mastín. No se le podía llamar ahora un hombre racional, sino más bien
un león rugiente y rampante.
«Encended el fuego (chilló él)-y no ahorréis leña.
¿Ha engañado este villano al emperador? Fuera con él, fuera con él: azotadle
con látigos, sacudidlo con varas, golpeadle con los puños, descerebradlo con
garrotes. ¿Se burla este traidor del emperador? Pellizcadlo con tenazas
ardientes, ceñidlo con placas candentes, sacad las cadenas más fuertes, y los
tridentes, y la parrilla de hierro; al fuego con él; atad al rebelde de manos y
pies; y cuando la parrilla esté al rojo vivo, echadlo en ella; asadlo, movedlo,
agitadlo: bajo pena de nuestro mayor desagrado, que cada uno de vosotros,
verdugos, cumpla su misión»
Tan pronto fueron dichas estas palabras que se
cumplieron. Después de crueles tormentos, este manso cordero fue puesto, no
diré que sobre su cama candente de hierro, sino sobre su suave colchón de
plumas. De tal manera Dios obró con este mártir Lorenzo, de manera tan
milagrosa Dios templó Su elemento fuego, que devino no una cama de dolor
consumidor, sino un lecho de reposo reparador.
En África, la persecución rugió con una violencia
peculiar; muchos miles recibieron la corona del martirio, entre los cuales se
pueden mencionar las personalidades más distinguidas:
CIPRIANO
Cipriano, obispo de Cartago, un eminente prelado y
adorno de la Iglesia. El resplandor de su genio iba templado por la solidez de
su juicio; y con todas las virtudes del caballero combinaba las virtudes de un
cristiano. Sus doctrinas eran ortodoxas y puras; su lenguaje, fácil y elegante;
y sus maneras gentiles y atrayentes; en resumen, era a la vez un predicador
piadoso y cortés. En su juventud había sido educado en los principios de los
gentiles, y poseyendo una fortuna considerable, había vivido en toda la
extravagancia del esplendor y en toda la dignidad del boato.
Alrededor del año 246, Cecilio, ministro cristiano
de Cartago, devino el feliz instrumento de su conversión, por lo cual, y por el
gran afecto que siempre sintió para con el autor de su conversión, fue llamado
Cecilio Cipriano. Antes de su bautismo estudió cuidadosamente las Escrituras, e
impactado por las bellezas de las verdades que contenían, decidió practicar las
virtudes que en ellas se recomendaban. Después de su bautismo, vendió sus
posesiones, distribuyó su dinero entre los pobres, se vistió -de manera llana,
y comenzó una vida de austeridad. Pronto fue nombrado presbítero, y, sumamente
admirado por sus virtudes y obras, fue, a la muerte de Donato en el 248 d.C.,
elegido casi unánimemente obispo de Cartago.
Los cuidados de Cipriano no se extendían sólo a
Cartago, sino a Numidia y Mauritanía. En todas sus transacciones tuvo siempre
gran atención a pedir el consejo de su clero, sabiendo que sólo la unanimidad
podría ser de servicio a la iglesia, siendo ésta su máxima: «Que el obispo
estaba en la iglesia, y la iglesia en el obispo, de manera que la unidad sólo
puede ser preservada mediante un estrecho vínculo entre el pastor y su grey.»
En el 250 d.C. Cipriano fue públicamente proscrito
por el emperador Decio, bajo el nombre de Cecilio Cipriano, obispo de los
cristianos; y el clamor universal de los paganos fue: «Cipriano a los leones;
Cipriano a las fieras.» Sin embargo, el obispo se apartó del furor del
populacho, y sus posesiones fueron de inmediato confiscadas. Durante su retiro,
escribió treinta piadosas y elegantes epístolas a su grey; pero varios cismas
que tuvieron entonces lugar en la Iglesia le provocaron gran ansiedad. Al
disminuir el rigor de la persecución, volvió a Cartago, e hizo todo lo que
estaba en su mano para deshacer las opiniones erróneas.
Al desatarse sobre Cartago una terrible peste, fue,
como era costumbre, achacada a los cristianos; y los magistrados comenzaron
entonces una persecución, lo que ocasionó una epístola de ellos a Cipriano, en
respuesta a la cual él vindicó la causa del cristianismo. En el 257 d.C.
Cipriano fue hecho comparecer ante el procónsul Aspasio Patumo, que lo desterró
a una pequeña ciudad en el mar de Libia. Al morir este procónsul, volvió a
Cartago, pero fue pronto arrestado, y llevado ante el nuevo gobernador, que lo
condenó a ser decapitado; esta sentencia fue ejecutada el catorce de septiembre
del 258 d.C.
Los discípulos de Cipriano, martirizado en esta
persecución, fueron Lucio, Flaviano, Victórico, Remo, Montano, Julián, Primelo
y Donaciano.
LA TRAGEDIA TERRIBLE
En Utica tuvo lugar una tragedia terrible:
trescientos cristianos fueron traídos, por orden del gobernador, y puestos
alrededor de un horno de cocción de cerámica. Habiendo preparado unas ascuas e
incienso, se les ordenó que o bien sacrificaran a Júpiter, o serían arrojados
al horno. Rehusando todos unánimes, saltaron valientemente al hoyo, y fueron de
inmediato asfixiados.
FRUCTUOSO
Fructuoso, obispo de Tarragona, en España, y sus
dos diáconos, Augurio y Eulogio, fueron quemados por cristianos.
DEVORADOS POR TIGRES
Alejandro, Malco y Prisco, tres cristianos de
Palestina, y una mujer del mismo lugar, se acusaron voluntariamente de ser
cristianos, por lo que fueron sentenciados a ser devorados por tigres,
sentencia que fue ejecutada.
ASADAS SOBRE PARRILLAS
Máxima, Donatila y Secunda, tres doncellas de
Tuburga, recibieron como bebida hiel y vinagre, fueron duramente flageladas,
atormentadas sobre un patíbulo, frotadas con cal, asadas sobre unas parrillas,
maltratadas por fieras, y finalmente decapitadas.
Es aquí oportuno observar la singular pero mísera
suerte del emperador Valeriano, que durante tanto tiempo y tan duramente
persiguió a los cristianos. Este tirano fue hecho prisionero, mediante una
estratagema, por Sapor, emperador de Persia, que lo llevó a su propio país,
tratándolo allí con la más inusitada indignidad, haciéndole arrodillarse como
el más humilde esclavo, y poniendo sobre él los pies a modo de banqueta cuando
montaba en su caballo.
Después de haberlo tenido durante siete años en
este abyecto estado de esclavitud, hizo que le sacaran los ojos, aunque tenía
entonces ochenta y tres años. No saciando con ello sus deseos de venganza,
pronto ordenó que lo despellejaran vivo y que le frotaran sal en la carne viva,
muriendo bajo tales torturas. Así cayó uno de los más tiránicos emperadores de
Roma, y uno de los más grandes perseguidores de los cristianos.
En el 260 d.C. sucedió Gallieno, hijo de Valeriano,
y durante su reinado (aparte de unos pocos mártires) la Iglesia gozó de paz
durante algunos años.
LA NOVENA PERSECUCIÓN
BAJO AURELIANO, 274 D.C.
Los principales que padecieron en esta fueron:
Félix, obispo de Roma. Este prelado accedió a la sede de Roma en el 274. Fue el
primer mártir de la petulancia de Aureliano, siendo decapitado en el veintidós
de diciembre aquel mismo año.
AGAPITO
Agapito, un joven caballero, que había vendido sus
posesiones y dado el dinero a los pobres, fue arrestado como cristiano,
torturado, y luego decapitado en Praeneste, una ciudad a un día de viaje de
Roma.
Estos son los únicos mártires que fueron
registrados durante este reinado, que pronto vio su fin, al ser el emperador
asesinado en Bizancio por sus propios criados.
Aureliano fue sucedido por Tácito, que fue seguido
por Probo, y éste por Caro; al ser muerto este emperador por un rayo, sus hijos
Camio y Numeriano le sucedieron, y durante todos estos reinados la iglesia tuvo
paz.
Diocleciano accedió al trono imperial en el 284
d.C. Al principio mostró gran favor a los cristianos. En el año 286 asoció
consigo en el imperio a Maximiano. Algunos cristianos fueron muertos antes que
se desatara ninguna persecución general. Entre estos se encontraban Feliciano y
Primo, que eran hermanos.
MARCO Y MARCELIANO
Marco y Marceliano eran mellizos, naturales de
Roma, y de noble linaje. Sus padres eran paganos, pero los tutores, a los que
había sido encomendada la educación de los hijos, los criaron como cristianos.
Su constancia aplacó finalmente a los que deseaban que se convirtieran en
paganos, y sus padres y toda la familia se convirtieron a una fe que antes
reprobaban. Fueron martirizados siendo atados a estacas, con los pies
traspasados por clavos. Después de permanecer en esta situación un día y una
noche, sus sufrimientos fueron terminados con unas lanzas que traspasaron sus
cuerpos.
ZOE
Zoe, la mujer del carcelero, que había tenido el
cuidado de los mártires acabados de mencionar, fue también convertida por
ellos, y fue colgada de un árbol, con un fuego de paja encendido debajo de
ella. Cuando su cuerpo fue bajado, fue echado a un río, con una gran piedra
atada al mismo, a fin de que se hundiera.
LA LEGIÓN DE SOLDADOS DIEZMADA
En el año 286 de Cristo tuvo lugar un hecho de lo
más notable. Una legión de soldados, que consistía de seis mil seiscientos
sesenta y seis hombres, estaba totalmente constituida por cristianos. Esta
legión era llamada la Legión Tebana, porque los hombres habían sido reclutados
en Tebas; estuvieron acuartelados en oriente hasta que el emperador Maximiano
ordenó que se dirigieran a las Galias, para que le ayudaran contra los rebeldes
de Borgofia.
Pasaron los Alpes, entrando en las Galias, a las
órdenes de Mauricio, Cándido y Exupernio, sus dignos comandantes, y al final se
reunieron con el emperador. Maximiano, para este tiempo, ordenó un sacrificio
general, al que debía asistir todo el ejército; también ordenó que se debiera
tomar juramento de lealtad y al mismo tiempo que se debía jurar ayudar a la
extirpación del cristianismo en las Galias. Alarmados ante estas órdenes, cada
uno de los componentes de la Legión Tebana rehusó de manera absoluta sacrificar
o tomar los juramentos prescritos. Esto enfureció de tal manera a Maximiano que
ordenó que toda la legión fuera diezmada, esto es, que se seleccionara a uno *
de cada diez hombres, y matarlo a espada.
Habiéndose ejecutado esta sanguinaria orden, el
resto permanecieron inflexibles, teniendo lugar una segunda decimación, y uno
de cada diez hombres de los que quedaban vivos fue muerto a espada. Este
segundo castigo no tuvo más efectos que el primero; los soldados se mantuvieron
firmes en su decisión y en sus principios, pero por consejo de sus oficiales
hicieron una protesta de fidelidad a su emperador. Se podría pensar que esto
iba a ablandar al emperador, pero tuvo el efecto contrario, porque,
encolerizado ante la perseverancia y unanimidad que demostraban, ordenó que
toda la legión fuera muerta, lo que fue efectivamente ejecutado por las otras
tropas, que los despedazaron con sus espadas, el 22 de septiembre del 286.
ALBAN
Alban, de quien recibió su nombre St. Alban en
Henfordshire, fue el primer mártir británico. Gran Bretaña había recibido el
Evangelio de Cristo mediante Lucio, el primer rey cristiano, pero no sufrió de
la ira de la persecución hasta muchos años después. Alban era originalmente
pagano, pero convertido por un clérigo cristiano, llamado Anfíbalo, a quien dio
hospitalidad a causa de su religión. Los enemigos de Anfíbalo, enterándose del
lugar dónde estaba escondido, llegaron a casa de Alban, a fin de facilitar su
huida, se presentó como la persona a la que buscaban. Al descubrirse el engaño,
el gobernador ordenó que le azotaran, y luego fue sentenciado a ser decapitado,
el 22 de junio del 287 d.C.
Nos asegura el venerable Beda que, en esta ocasión,
el verdugo se convirtió súbitamente al cristianismo, y pidió permiso para morir
por Alban, o con él. Obteniendo su segunda petición, fueron ambos decapitados
por un soldado, que asumió voluntariamente el papel de verdugo. Esto sucedió en
el veintidós de junio del 287 en Verulam, ahora Stg Alban en Henfordshire,
donde se levantó una magnífica iglesia en su memoria para el tiempo de
Constantino el Grande. El edificio, destruido en las guerras sajonas, fue
reconstruido por Offa, rey de Mercia, y junto a él se levantó un monasterio,
siendo aún visibles algunas de sus ruinas; la iglesia es un noble edificio
gótico.
Fe, una mujer cristiana de Aquitania, Francia, fue
asada sobre una parrilla, y luego decapitada, en el 287 d.C.
QUINTIN, LUCIANO
Quintín era un cristiano natural de Roma, pero
decidió emprender la propagación del Evangelio en las Galias, con un tal
Luciano, y predicaron juntos en Amiens; después de ello Luciano fue a
Beaumaris, donde fue martirizado. Quintín permaneció en la Picardía, y mostró
gran celo en su ministerio. Arrestado como cristiano, fue estirado con poleas
hasta que se dislocaron sus miembros; su cuerpo fue desgarrado con azotes de
alambres, y derramaron aceite y brea hirviendo sobre su carne desnuda; se le
aplicaron antorchas encendidas a sus lados y sobacos; después de haber sido
torturado de esta manera, fue enviado de vuelta a la mazmorra, muriendo allí el
31 de octubre del 287 por las atrocidades que le habían infligido. Su cuerpo
fue lanzado al Somme.
LA DÉCIMA
PERSECUCIÓN, BAJO DIOCLECIANO, 303 D.C.
Bajo los emperadores romanos, y comúnmente llamada
la Era de los Mártires, fue ocasionada en parte por el número en aumento de los
cristianos y por sus crecientes riquezas, y por el odio de Galerio, el hijo
adoptivo de Diocleciano, que, estimulado por su madre, una fanática pagana,
nunca dejó de empujar al emperador para que iniciara esta persecución hasta que
logró su propósito.
ACONTECIMIENTOS SANGRIENTOS
El día fatal fijado para el comienzo de la
sangrienta obra era el veintitrés de febrero del 303 d.C., el día en que se
celebraba la Terminación, y en el que, como se jactaban los crueles paganos,
esperaban terminar con el cristianismo. En el día señalado comenzó la
persecución en Nicomedia, en la mañana del cual el prefecto de la ciudad
acudió, con un gran número de oficiales y alguaciles, a la iglesia de los
cristianos, donde, forzando las puertas, tomaron todos los libros sagrados y
los lanzaron a las llamas.
Toda esta acción tuvo lugar en presencia de
Diocleciano y Galerio, los cuales, no satisfechos con quemar los libros,
hicieron derruir la iglesia sin dejar ni rastro. Esto fue seguido por un severo
edicto, ordenando la destrucción de todas las otras iglesias y libros de los
cristianos; pronto siguió una orden, para proscribir a los cristianos de todas
las denominaciones.
La publicación de este edicto ocasionó un martirio
inmediato, porque un atrevido cristiano no sólo lo arrancó del lugar en el que
estaba puesto, sino que execró el nombre del emperador por esta injusticia. Una
provocación así fue suficiente para atraer sobre sí la venganza pagana; fue
entonces arrestado, severamente torturado, y finalmente quemado vivo.
Todos los cristianos fueron prendidos y
encarcelados; Galerio ordenó en privado que el palacio imperial fuera
incendiado, para que los cristianos fueran acusados de incendiarios, dándose
una plausible razón para llevar a cabo la persecución con la mayor de las
severidades. Comenzó un sacrificio general, lo que ocasionó vahos martirios.
No se hacía distinción de edad ni de sexo; el
nombre de cristiano era tan odioso para los paganos que todos inmediatamente
cayeron víctimas de sus opiniones. Muchas casas fueron incendiadas, y familias
cristianas enteras perecieron en las llamas; a otros les ataron piedras en el
cuello, y atados juntos fueron llevados al mar. La persecución se hizo general
en todas las provincias romanas, pero principalmente en el este. Por cuanto
duró diez años, es imposible determinar el número de mártires, ni enumerar las
varias formas de martirio.
Potros, azotes, espadas, dagas, cruces, veneno y
hambre se emplearon en los diversos lugares para dar muerte a los cristianos; y
se agotó la imaginación en el esfuerzo de inventar torturas contra gentes que
no habían cometido crimen alguno, sino que pensaban de manera distinta de los
seguidores de la superstición.
Una ciudad de Frigia, totalmente poblada por
cristianos, fue quemada, y todos los moradores perecieron en las llamas.
Cansados de la degollina, finalmente, varios
gobernadores de provincias presentaron ante la corte imperial lo inapropiado de
tal conducta. Por ello a muchos se les eximió de ser ejecutados, pero, aunque
no eran muertos, se hacía todo por hacerles la vida miserable; a muchos se les
cortaban las orejas, las narices, se les sacaba el ojo derecho, se inutilizaban
sus miembros mediante terribles dislocaciones, y se les quemaba la carne en
lugares visibles con hierros candentes.
Es necesario ahora señalar de manera particular a
las personas más destacadas que dieron su vida en martirio en esta sangrienta
persecución.
SEBASTIAN
Sebastián, un célebre mártir, había nacido en
Narbona, en las Galias, y después llego a ser oficial de la guardia del
emperador en Roma. Permaneció un verdadero cristiano en medio de la idolatría.
Sin dejarse seducir por los esplendores de la corte, sin mancharse por los
malos ejemplos, e incontaminado por esperanzas de ascenso. Rehusando caer en el
paganismo, el emperador lo hizo llevar a un campo cercano a la ciudad, llamado
Campo de Marte, y que allí le dieran muerte con flechas; ejecutada la
sentencia, algunos piadosos cristianos acudieron al lugar de la ejecución, para
dar sepultura a su cuerpo, y se dieron entonces cuenta de que había señales de
vida en su cuerpo; lo llevaron de inmediato a lugar seguro, y en poco tiempo se
recuperó, preparándose para un segundo martirio; porque tan pronto como pudo
salir se puso intencionadamente en el camino del emperador cuando éste subía
hacia el templo, y lo reprendió por sus muchas crueldades e irrazonables
prejuicios contra el cristianismo.
Diocleciano, cuando pudo recobrarse de su asombro,
ordenó que Sebastián fuera arrestado y llevado a un lugar cercano a palacio, y
allí golpeado hasta morir; y para que los cristianos no lograran ni recuperar
ni sepultar su cuerpo, ordenó que fuera echado a la alcantarilla. Sin embargo,
una dama cristiana llamada Lucina encontró la manera de sacarlo de allí, y de
sepultarlo en las catacumbas, o nichos de los muertos.
Para este tiempo, los cristianos, después de una
seria consideración, pensaron que era ilegítimo portar armas a las órdenes de
un emperador pagano. Maximiliano, el hijo de Fabio Víctor, fue el primero
decapitado bajo esta norma.
VICTOR
Víctor, siciliano de una familia de alto rango, fue
educado como cristiano; al aumentar sus virtudes con el paso de los años, su
constancia le apoyó a través de todas las aflicciones, y su fe fue superior a
los más grandes peligros. Su padre Hylas, que era pagano, al descubrir que su
hijo había sido instruido en los principios del cristianismo por la nodriza que
lo había criado, empleó todos sus esfuerzos por volverlo al paganismo, y al
final sacrificó su hijo a los ídolos, el 14 de junio del 303 d.C.
Víctor era un cristiano de buena familia en
Marsella, en Francia; pasaba gran parte de la noche visitando a los afligidos y
confirmando a los débiles; esta piadosa obra no la podía llevar a cabo durante
el día de manera consonante con su propia seguridad; gastó su fortuna en
aliviar las angustias de los cristianos pobres. Finalmente, empero, fue
arrestado por edicto del emperador Maximiano, que le ordenó ser atado y
arrastrado por las calles. Durante el cumplimiento de esta orden fue tratado con
todo tipo de crueldades e indignidades por el enfurecido populacho. Siguiendo
inflexible, su valor fue considerado como obstinación. Se ordenó que fuera
puesto al potro, y él volvió sus ojos al cielo, orando a Dios que le diera
paciencia, tras lo cual sufrió las torturas con la más admirable entereza.
Cansados los verdugos de atormentarle, fue llevado
a una mazmorra. En este encierro convirtió a sus carceleros, llamados
Alejandro, Feliciano y Longino. Enterándose el emperador de esto, ordenó que
fueran ejecutados de inmediato, y los carceleros fueron por ello decapitados.
Víctor fue de nuevo puesto al potro, golpeado con varas sin misericordia, y de
nuevo echado en la cárcel. Al ser interrogado por tercera vez acerca de su
religión, perseveró en sus principios; trajeron entonces un pequeño altar, y le
ordenaron que de inmediato ofreciera incienso sobre él. Enardecido de
indignación ante tal petición, se adelantó valientemente, y con una patada
derribó el altar y el ídolo. Esto enfureció de tal manera a Maximiano, que
estaba presente, que ordenó que el pie que había golpeado el altar fuera de
inmediato amputado; luego Víctor fue echado a un molino, y destrozado por las
muelas, en el 303 d.C.
TARACO, PROBO Y ANDROICO
Estando en Tarso Máximo, gobernador de Cilicia,
hicieron comparecer ante él a tres cristianos; sus nombres eran Taraco, un
anciano, Probo y Andrónico. Después de repetidas torturas y exhortaciones para
que se retractaran, fueron finalmente llevados a su ejecución.
Llevados al anfiteatro, les soltaron varias fieras;
pero ninguno de los animales, aunque hambriento, los queda tocar. Entonces el
guardador sacó un gran oso, que aquel mismo día había destruido a tres hombres;
pero tanto este voraz animal como una feroz leona rehusaron tocar a los presos.
Al ver imposible su designio de destruirlos por medio de las fieras, Máximo
ordenó su muerte por la espada, el 11 de octubre del 303 d.C.
ROMANO
Romano, natural de Palestina, era diácono de la
iglesia de Cesarea en la época del comienzo de la persecución de Diocleciano.
Condenado por su fe en Antioquía, fue flagelado, puesto en el potro, su cuerpo
fue desgarrado con garfios, su carne cortada con cuchillos, su rostro marcado,
le hicieron saltar los dientes a golpes, y le arrancaron el cabello desde las
raíces. Poco después ordenaron que fuera estrangulado. Era el 17 de noviembre
del 303 d.C.
SUSANA
Susana, sobrina de Cayo, obispo de Roma, fue
apremiada por el emperador Diocleciano para que se casara con un noble pagano,
que era un pariente próximo del emperador. Rehusando el honor que se le
proponía, fue decapitada por orden del emperador.
DOROTEO
Doroteo, el gran chambelán de la casa de
Diocleciano, era cristiano, y se esforzó mucho en ganar convertidos. En sus
labores religiosas fue ayudado por Gorgonio, otro cristiano, que pertenecía al
palacio. Fueron primero torturados y luego estrangulados.
PEDRO EL EUNUCO
Pedro, un eunuco que pertenecía al emperador, era
un cristiano de una singular modestia y humildad. Fue puesto sobre una parrilla
y asado a fuego lento hasta que expiró.
CIPRIANO Y JUSTINA
Cipriano, conocido como el mago, para distinguirlo
de Cipriano obispo de Cartago, era natural de Antioquía- Recibió una educación
académica en su juventud, y se aplicó de manera particular a la astrología;
después de ello, viajó para ampliar conocimientos, yendo por Grecia, Egipto, la
India, etc. Con el paso del tiempo conoció a Justina, una joven dama de
Antioquía, cuyo nacimiento, belleza y cualidades suscitaban la admiración de
todos los que la conocían.
Un caballero pagano pidió a Cipriano que le ayudara
a conseguir el amor de la bella Justina; emprendiendo él esta tarea, pronto fue
sin embargo convertido, quemó sus libros de astrología y magia, recibió el
bautismo, y se sintió animado por el poderoso espíritu de gracia. La conversión
de Cipriano ejerció un gran efecto sobre el caballero pagano que le pagaba sus
gestiones con Justina, y pronto él mismo abrazó el cristianismo. Durante las
persecuciones de Diocleciano, Cipriano y Justina fueron apresados como cristianos;
el primero fue desgarrado con tenazas, y la segunda azotada; después de sufrir
otros tormentos, fueron ambos decapitados.
EULALIA
Eulalia, una dama española de familia cristiana,
era notable en su juventud por su gentil temperamento, y por su solidez de
entendimiento, pocas veces hallado en los caprichos de los años juveniles.
Apresada como cristiana, el magistrado intentó de las maneras más suaves
ganarla al paganismo, pero ella ridiculizó las deidades paganas con tal
aspereza que el juez, enfurecido por su conducta, ordenó que fuera torturada.
Así, sus costados fueron desgarrados con garfios, y sus pechos quemados de la
manera más espantosa, hasta que expiró debido a la violencia de las llamas;
esto ocurrió en diciembre del 303 d.C.
VALERIO Y VICENTE
En el año 304, cuando la persecución alcanzó a
España, Daciano, gobernador de Tarragona, ordenó que Valerio, el obispo, y
Vicente, el diácono, fueran apresados, cargados de cadenas y encarcelados. Al
mantenerse firmes los presos en su resolución, Valerio fue desterrado, y
Vicente fue puesto al potro, dislocándose sus miembros, desgarrándole la carne
con garfios, y siendo puesto sobre la parrilla, no sólo poniendo un fuego
debajo de él, sino pinchos encima, que atravesaban su carne. Al no destruirle
estos tormentos, ni hacerle cambiar de actitud, fue devuelto a la cárcel,
confinado en una pequeña e inmunda mazmorra oscura, sembrada de piedras de
sílex aguzadas y de vidrios rotos, donde murió el 22 de enero del 304. Su
cuerpo fue echado al río.
La persecución de Diocleciano comenzó a endurecerse
de manera particular en el 304 d.C., cuando muchos cristianos fueron torturados
de manera cruel y muertos con las muertes más penosas e ignominiosas. De ellos
enumeraremos a los más eminentes y destacados.
SATURNINO
Saturnino, un sacerdote de Albitina, una ciudad de
África, fue, después de su tortura, enviado de nuevo a la cárcel, donde se le
dejó morir de hambre. Sus cuatro hijos, tras ser atormentados de varias
maneras, compartieron la misma suerte con su padre.
Dativas, un noble senador romano; Telico, un
piadoso cristiano; Victoria, una joven dama de una familia de alcurnia y
fortuna, con algunos otros de clases sociales más humildes, todos ellos
discípulos de Saturnino, fueron torturados de manera similar, y perecieron de
la misma manera.
CORONA DE MARTIRIO
Agrape, Quionia e Irene, tres hermanas, fueron
encarceladas en Tesalónica, cuando la persecución de Diocleciano llegó a
Grecia. Fueron quemadas, y recibieron en las llamas la corona del martirio el
25 de marzo del 304. El gobernador, al ver que no podía causar impresión alguna
sobre Irene, ordenó que fuera expuesta desnuda por las calles, y cuando esta
vergonzosa orden fue ejecutada, se encendió un fuego cerca de la muralla de la
ciudad, entre cuyas llamas subió su espíritu más allá de la crueldad humana.
AGATO
Agato, hombre de piadosa mente, y Cassice, Felipa y
Eutiquia, fueron martirizados por el mismo tiempo; pero los detalles no nos han
sido transmitidos.
MARCELINO
Marcelino, obispo de Roma, que sucedió a Cayo en
aquella sede, habiéndose opuesto intensamente a que se dieran honras divinas a
Diocleciano, sufrió el martirio, mediante una variedad de torturas, en el año
304, consolando su alma, hasta expirar, con la perspectiva de aquellos
gloriosos galardones que recibiría por las torturas experimentadas en el
cuerpo.
VICTORIO, CARPOFORO, SEVERO Y SEVEANO
Victorio, Carpoforo, Severo y Sevehano eran
hermanos, y los cuatro estaban empleados en cargos de gran confianza y honor en
la ciudad de Roma. Habiéndose manifestado contra el culto a los ídolos, fueron
arrestados y azotados con la plumbetx, o azotes que en sus extremos llevaban
bolas de plomo. Este castigo fue aplicado con tal exceso de crueldad que los
piadosos hermanos cayeron mártires bajo su dureza.
TIMOTEO Y MAURA
Timoteo, diácono de Mauritania, y su mujer Maura,
no habían estado unidos por más de tres semanas por el vínculo del matrimonio
cuando se vieron separados uno del otro por la persecución. Timoteo, apresado
por cristiano, fue llevado ante Arriano, gobernador de Tebas, que sabiendo que
guardaba las Sagradas Escrituras, le mandó que se las entregara para quemarlas.
A esto respondió: «Si tuviera hijos, antes te los daría para que fueran
sacrificados, que separarme de la Palabra de Dios.» El gobernador, airado en
gran manera ante esta contestación, ordenó que le fueran sacados los ojos con
hierros candentes, diciendo: «Al menos los libros no te serán de utilidad,
porque no verás para leerlos.» Su paciencia ante esta acción fue tan grande que
el gobernador se exasperó más y más; por ello, a fin de quebrantar su
fortaleza, ordenó que lo colgaran de los pies, con un peso colgado del cuello,
y una mordaza en la boca.
En este estado, Maura le apremió tiernamente a que
se retractara, por causa de ella; pero él, cuando le quitaron la mordaza de la
boca, en lugar de acceder a los ruegos de su mujer, la censuró intensamente por
su desviado amor, y declaró su resolución de morir por su fe. La consecuencia
de esto fue que Maura decidió imitar su valor y fidelidad, y o bien acompañarle,
o bien seguirle a la gloria. El gobernador, tras intentar en vano que cambiara
de actitud, ordenó que fuera torturada, lo que tuvo lugar con gran severidad.
Tras ello, Timoteo y Maura fueron crucificados cerca el uno del otro el 304
d.C.
HASTA MORIR
A Sabino, obispo de Assisi, le fue cortada la mano
por orden del gobernador de Toscana, por rehusar sacrificar a Júpiter y por
empujar el ídolo de delante de él. Estando en la cárcel, convirtió al
gobernador y a su familia, los cuales sufrieron martirio por la fe. Poco
después de la ejecución de ellos, el mismo Sabino fue flagelado hasta morir, en
diciembre del 304 d.C.
Cansado de la farsa del estado y de los negocios
públicos, el emperador Diocleciano abdicó la diadema imperial, y fue sucedido
por Constancio y Galerio; el primero era un príncipe de una disposición
sumamente gentil y humana, y el segundo igualmente destacable por su crueldad y
tiranía. Estos se dividieron el imperio en dos gobiernos iguales, minando
Galerio en oliente y Constancio en occidente; y los pueblos bajo ambos
gobiernos sintieron los efectos de las disposiciones de los dos emperadores,
porque los de occidente eran gobernados de la manera más gentil, mientras que
los que residían en oriente sentían todas las miserias de la opresión y de
torturas dilatadas.
ENTRE LOS MUCHOS MARTIRIZADOS POR ORDEN DE GALERIO, ENUMERAREMOS LOS MÁS
EMINENTES.
ANFIANO
Anfiano era un caballero eminente en Lucia, y
estudiante de Eusebio; Julita, una mujer licaonia de linaje regio, pero más
célebre por sus virtudes que por su sangre noble. Mientras estaba en el potro,
dieron muerte a su hijo delante de ella. Julita, de Capadocia, era una dama de
distinguida capacidad, gran virtud e insólito valor. Para completar su
ejecución, le derramaron brea hirviendo sobre los pies, desgarraron sus
costados con garfios, y recibió la culminación de su martirio siendo decapitada
el 16 de abril del 305 d.C.
HERMOLAOS
Hermolaos, un cristiano piadoso y venerable, muy
anciano, y gran amigo de Pantaleón, sufrió el martirio por la fe en el mismo
día y de la misma manera que Pantaleón.
EUSTRATIO
Eustratio, secretario del gobernador de Armina, fue
echado en un horno de fuego por exhortar a algunos cristianos que habían sido
apresados a que perseveraran en su fe.
NICANDER Y MARCIANO
Nicander y Marciano, dos destacados oficiales
militares romanos, fueron encarcelados por su fe. Como eran ambos hombres de
gran valía en su profesión, se emplearon todos los medios imaginables para
persuadirles a renunciar al cristianismo; pero, al encontrarse estos medios
ineficaces, fueron decapitados.
EN EL REINO DE NAPOLES
En el reino de Nápoles tuvieron lugar varios
maftirios, en particular Januaries, obispo de Beneventum; Sosio, diácono de
Misene; Próculo, que también era diácono; Eutico y Acutio, hombres del Pueblo;
Festo, diácono, y Desiderio, lector, todos ellos fueron, por ser cristianos,
condenados por el gobernador de Campania a ser devorados por las fieras. Pero
las salvajes fieras no querían tocarlos, por lo que fueron decapitados.
QUIRINIO
Quirinio, obispo de Siscia, llevado ante el
gobernador Matenio, recibió la orden de sacrificar a las deidades paganas, en
conformidad a las órdenes de varios emperadores romanos. El gobernador, al ver
su decisión contraria, lo envió a la cárcel, cargado de cadenas, diciéndose que
las durezas de una mazmorra, algunos tormentos ocasionales y el peso de las
cadenas podrían quebrantar su resolución.
Pero decidido en sus principios, fue enviado a
Amancio, el principal gobernador de Panonia, hoy día Hungría, que lo cargó de
cadenas, y lo arrastró por las principales ciudades del Danubio, exponiéndolo a
la mofa popular doquiera que iba. Llegando finalmente a Sabaria, y viendo que
Quirino no iba a renunciar a su fe, ordenó arrojarlo al río, con una piedra
atada al cuello.
Al ejecutarse esta sentencia, Quirino flotó durante
cierto tiempo, exhortando al pueblo en los términos más piadosos, y concluyendo
sus amonestaciones con esta oración: «No es nada nuevo para ti, oh todopoderoso
Jesús, detener los cursos de los ríos, ni hacer que alguien camine sobre el
agua, como hiciste con tu siervo Pedro; el pueblo ya ha visto la prueba de tu
poder en mí, concédeme ahora que dé mi vida por tu causa, oh mi Dios». Al
pronunciar estas últimas palabras se hundió de inmediato, y murió, el 4 de
junio del 308 d.C. Su cuerpo fue después rescatado y sepultado por algunos
piadosos cristianos.
PANFILIO
Pánfilo, natural de Fenicia, de una familia de
alcurnia, fue un hombre de tan grande erudición que fue llamado un segundo
Orígenes. Fue recibido en el cuerpo del clero en Cesarea, donde estableció una
biblioteca pública y dedicó su tiempo a la práctica de toda virtud cristiana.
Copió la mayor parte de las obras de Orígenes de su propio puño y letra, y,
ayudado por Eusebio, dio una copia correcta del Antiguo Testamento, que había
sufrido mucho por la ignorancia o negligencia de los anteriores transcriptores.
En el año 307 fue prendido y sufrió tortura y martirio.
MARCELO
Marcelo, obispo de Roma, al ser desterrado por su
fe, cayó mártir de las desgracias que sufrió en el exilio, el 16 de enero del
310 d.C.
Pedro, el decimosexto obispo de Alejandría, fue
martirizado el 25 de noviembre del 311 d.C. por orden de Máximo César, que
minaba en el este.
INES, SERENA Y VALENTIN
Inés, una doncella de sólo trece años, fue
decapitada por ser cristiana; también lo fue Serena, la esposa emperatriz de
Diocleciano. Valentín, su sacerdote, sufrió la misma suerte en Roma; y Erasmo,
obispo, fue martirizado en Campania.
Poco después de esto, la persecución aminoró en las
zonas centrales del imperio, así como en occidente; y la Providencia comenzó
finalmente a manifestar la venganza contra los perseguidores. Maximiano intentó
corromper a su hija Fausta para que diera muerte a su marido Constantino; ella
lo reveló a su marido, y Constantino le obligó a escoger su propia muerte, con
lo que se decidió por la ignominiosa de ser colgado después de haber sido
emperador casi veinte años.
Constantino era el buen y virtuoso hijo de un padre
bueno y virtuoso, y nació en Gran Bretaña. Su madre se llamaba Elena, hija del
Rey Coilo. Era un príncipe de lo más generoso y gentil, teniendo el deseo de
cuidar la educación y las bellas artes, y a menudo él mismo leía, escribía y
estudiaba. Tuvo un maravilloso éxito y prosperidad en todo lo que emprendió, lo
que se supuso que provenía de esto (lo que así fue ciertamente): que era un tan
gran favorecedor de la fe cristiana. Fe que cuando abrazó, lo hizo con la más
devota y religiosa reverencia.
Así Constantino, suficientemente dotado de fuerzas
humanas, pero especialmente dotado por Dios, emprendió camino a Italia durante
el último año de la persecución, el 313 d.C. Majencio, al saber la Regada de
Constantino, y confiando más en su diabólico arte mágico que en la buena
voluntad de sus súbditos, que bien poco merecía, no osó mostrarse fuera de la
ciudad ni enfrentarse con él en campo abierto, sino que con guarniciones
ocultas se emboscó a la espera por diversos lugares angostos por los que
debería pasar, con las que Constantino se batió en diversas escaramuzas,
venciéndolas y poniéndolas en fuga por el poder del Señor.
Sin embargo, Constantino no estaba todavía en opaz,
sino con grandes ansiedades y temor en su mente (acercándose ahora a Roma)
debido a los encantamientos y hechicerías de Majencio, con las que había
vencido contra Severo, a quien Galerio había enviado contra él. Por ello,
estando en grandes dudas y perplejidad en sí mismo, y dándole vueltas a muchas
cosas en su mente, acerca de qué ayuda podría tener contra las operaciones de
su magia, Constantino, acercándose en su viaje hacia la ciudad, y levantando
muchas veces los ojos al cielo, vio en el sur, cuando el sol se estaba
poniendo, un gran resplandor en el cielo, que aparecía en la similitud de una
cruz, dando esta inscripción: In hoc vince, esto es: «Vence por medio de esto.»
Eusebio Pánfilo da testimonio de que él oyó al
mismo Constantino repetir varias veces, y también jurar que era cosa verdadera
y cierta, lo que había visto con sus propios ojos en el cielo, y también sus
soldados a su alrededor. Al ver aquello quedó grandemente atónito, y,
consultando con sus hombres acerca del significado de aquello, entonces se le
apareció Cristo durante su sueño, aquella noche, con la señal de la misma cruz
que había visto antes, invitándole a que la tomara como signo, y a que la
llevara en sus guerras delante de él, y que así tendría la victoria.
Constantino estableció de tal manera la paz de la
Iglesia que por el espacio de mil años no leemos de ninguna persecución contra
los cristianos, hasta el tiempo de Juan Wickliffe.
¡Tan feliz, tan gloriosa, fue la victoria de
Constantino, de sobrenombre el Grande! Por el gozo y la alegría de la cual, los
ciudadanos que habían antes enviado a buscarlo lo llevaron en gran triunfo en
la ciudad de Roma, donde fue recibido con grandes honores, y celebrado por
siete días seguidos; además, hizo levantar en el mercado su imagen, sosteniendo
en su diestra la señal de la cruz, con esta inscripción: «Con esta señal de
salud, el verdadero signo de fortaleza, he rescatado y liberado vuestra ciudad
del yugo del tirano.»
Terminaremos nuestro relato de la décima y última
persecución general con la muerte de San Jorge, el santo titular y patrón de
Inglaterra. San Jorge nació en Capadocia, de padres cristianos, y, dando prueba
de su valor, fue ascendido en el ejército del emperador Diocleciano. Durante la
persecución, San Jorge abandonó su comisión, fue valientemente al senado, y
manifestó abiertamente su condición de cristiano, aprovechando la ocasión para
protestar contra el paganismo, y para señalar el absurdo de dar culto a ídolos.
Esta libertad provocó de tal manera al senado que dieron la orden de torturar a
Jorge, y fue, por orden del emperador, arrastrado por las calles y decapitado
al día siguiente.
La leyenda del dragón, asociada con este martirio,
es usualmente ilustrada representando a San Jorge sentado sobre un caballo
lanzado a la carga y traspasando al monstruo con su lanza. Este dragón ardiente
simboliza al diablo, que fue vencido por la firme fe de San Jorge en Cristo,
que permaneció inmutable a pesar del tormento y de la muerte.